No ignorar al que sufre
- 25 Septiembre 2016
- 25 Septiembre 2016
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El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Solo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir solo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Solo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, a través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.
- José Antonio Pagola
26 Tiempo ordinario - C
(Lucas 16,19-31)
25 de septiembre 2016
XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Am 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31)
AVISOS PARA LAS FIESTAS
En el mes de septiembre y en los primeros días de octubre, muchos pueblos celebran sus fiestas patronales, por la tradición de que se terminaban las tareas del campo la recolección de las cosechas. Es una manifestación necesaria en todas las comunidades.
Sin embargo, según las Sagradas Escrituras, no es bueno entregarse a la diversión descontrolada, en la que por abuso de bebida y de comida, de charangas y festejos, se llegue a perder el sentido de la solidaridad, y caigamos en cierto embrutecimiento. “¡Ay de los que se fían de Sión y confían en el monte de Samaria! Os acostáis en lechos de marfil; arrellanados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José” (Am).
La fiesta es una dimensión esencial del ser humano, y la comida y la bebida son elementos que entrañan relaciones familiares y amigas. El Señor nos ha dado el mejor testimonio al participar de una boda o comiendo en casa de muchos pecadores, y, sobre todo, al dejarnos el banquete de la Eucaristía. El salmista profetiza los gestos de Jesús: “Él da pan a los hambrientos. Sustenta al huérfano y a la viuda”.
El consejo de San Pablo es oportuno: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”. Todo en su medida es bueno, mientras con los excesos se vuelven contra uno mismo.
Jesús presenta una parábola que denuncia el modo insolidario de vida, y también para explicar cuándo debemos hacer el bien. El texto evangélico parece que contradice el principio de la misericordia y del perdón al impedir que el pobre Lázaro alivie la sed del rico Epulón, quien está arrojado al abismo de los tormentos. Pero lo que desea exponer la enseñanza evangélica es cuál es el tiempo oportuno para hacer el bien: mientras vivimos en esta vida.
Mientras vivimos es el momento de la hospitalidad, de dar pan al hambriento y bebida al sediento. Hay más dicha en dar que en recibir, y al final de la fiesta y de toda acción humana, la paz interior y la felicidad dependen de la generosidad del propio comportamiento.
Los musulmanes, en la fiesta del cordero, tienen el precepto de dar parte de las viandas a los pobres. Los cristianos tenemos el ejemplo de Jesús y siguiéndolo, tenemos que darnos a nosotros mismos, por amor, en todo lo que hacemos por los demás.
Dom 25.9.16 Rico Epulón ¡No construyas un infierno, no expulses al pobre al lazareto!
Domingo 26. Tiempo ordinario. Ciclo c.
Lucas sigue avanzando con el tema de la pobreza y alcanza este domingo su altura suprema, con esta parábola del juicio y de las suertes finales, que puede y debe entenderse en paralelo a la parábola de las ovejas y las cabras (derecha e izquierda) de Mt 25, 31-46.
Es una parábola inquieta e inquietante, que nos sitúa de nuevo ante la exigencia del amor concreto y comprometido, como servicio al prójimo.
Más de una vez he pesando que ésta es una parábola contraria al evangelio, pues al rico se le condena sólo por ser rico, por puro pecado de omisión.
Más de una vez he pensado que ésta es una parábola sin misericordia: ni Dios escucha el lamento del condenado que pide solamente unas gotas de agua... ¿Por que no se compadece del condenado?.
Un antiguo profesor me dijo una vez que ésta es una parábola no-cristiana, llena de resentimiento contra al rico, al que se condena simplemente por ser rico, sin preguntar cómo ha ganado su dinero... Además, aquí parece que no hay resurrección en Cristo, sino un tipo de seno de Abraham precristiano etc.
Pero después lo pienso, mejor, leo el texto con cuidado, como parábola-advertencia, y siento por dentro que es verdad lo que dice y así añado: Ésta es una parábola de Jesús, una advertencia profunda para los creyentes ricos (y para los ricos no creyentes), que estamos corriendo el riesgo de convertir la tierra en un infierno.
Más que del futuro, Jesús trata aquí del presente y nos dice (a los ricos, en un sentido u el otro): Ten cuidado Epulón, hombre de tierra rica, que comes y gastas la riqueza del mundo, sin ocuparte de los pobres:
¡No conviertas tu casa en infierno para los demás, no hagas que este mundo patrimonio tuyo, encerrando a los pobres en pobres lazaretos (de este Lázaro de la parábola viene la palabra lazareto)!
Presentación y texto
Ésta es una de las tres parábolas que ha comentado con cierto detalle y gran hondura el papa Benedicto xvi en su libro Besús de nazaret (págs. 253-260), destacando los aspectos teológicos del tema. Es una parábola que ha estudiado también WIN WEREN en un precioso libro titulado Ventanas sobre Jesús. Métodos de exégesis de los evangelios (Verbo Divino, Estella 2004). Para no seguir insistiendo en mis ideas, hoy he querido tomar básicamente el comentario de Win Weren, que empieza así: Lc 16, 19-31 cuenta la historia, que se ha hecho mundialmente famosa, de Lázaro y del hombre rico. Este es el texto:
Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino finísimo, y celebraba cada día banquetes espléndidos. 20 Y cierto pobre, llamado Lázaro, estaba echado a su puerta, lleno de llagas, 21 y deseaba saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, pero no podía; y los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico, y fue sepultado.
23 Y estando en el Hades, sufriendo entre tormentos, alzó sus ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. 24 Entonces él, dando voces, dijo:
Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro, a fin de que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.
Pero Abraham dijo:
– Hijo, acuérdate que durante tu vida recibiste tus bienes; y de igual manera Lázaro, males. Pero ahora él es consolado aquí, y tú eres atormentado. 26 Además de todo esto, un gran abismo existe entre nosotros y vosotros, para que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, ni de allá puedan cruzar para acá.
Pero el hombre rico dijo:
– Entonces te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre 28 (pues tengo cinco hermanos), de manera que les advierta a ellos, para que no vengan también a este lugar de tormentos.
Pero Abraham dijo:
– Tienen a Moisés y a los profetas. Que les escuchen a ellos.
Entonces él dijo:
– No, padre Abraham; pero si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán.
Pero Abraham le dijo:
– Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos.
Análisis estructural
La narración de Lázaro y el rico consta de dos sub-divisiones , cuya ruptura se produce entre los versos 21 y 22.
La primera subdivisión comprende 16, 19-21 y la segunda 16, 22-31. Esta forma de dividir el texto se funda en los siguientes argumentos.
(a) Los versos 19-21 se sitúan dentro y en el entorno de la casa del hombre rico, durante el tiempo de vida de Lázaro y del rico, mientras que los versos 22-31 suceden en el más allá, después que ambos han muerto.
(b) En el verso 22 aparece un nuevo personajes, es decir, Abrahán.
La primera parte de la narración muestra cómo el hombre rico se vestía de púrpura y de lino finísimo y celebraba banquetes suntuosos cada día. Hay un duro contraste entre su situación y el destino del mendigo ante su casa. Este último se hallaba cubierto de harapos y deseaba saciar su hambre con las sobras que cayeran al suelo desde la mesa del hombre rico. El pobre está fuera de la puerta, rodeado por los perros de la calle. El hombre rico se encuentra dentro de casa. No se produce ninguna forma de comunicación entre ellos.
Al comienzo de la segunda parte tiene lugar un gran cambio de perspectivas. Ambos mueren. Ahora se menciona primero a Lázaro y sólo después al hombre rico. Esta segunda parte se desarrolla en el más allá, en un lugar donde el rico sufre tormentos y el pobre descansa en el seno de Abrahán.
En la primera parte, ambos se hallaban cerca uno del otro; el texto pone ahora de relieve la distancia espacial que les separa (“un gran abismo”), pero a pesar de la distancia ellos se pueden ver y escuchar uno al otro.
Esta segunda parte está básicamente formada por la conversación entre el rico y Abrahán. El hombre rico no se dirige directamente a Lázaro, sino que habla con Abrahán sobre Lázaro.
Los dos participantes de la conversación hablan alternativamente: el hombre rico en 16, 24.27-28.30 y Abrahán en 16, 25-26.29.31. El hombre rico se dirige a Abrahán llamándole “Padre Abrahán” o “Padre”. El mismo Abrahán confirma en 16, 25 que este hombre rico es hijo suyo.
Inversión de relaciones
Algunos exegetas afirman que la conversación se encuentra centrada sobre todo en la inversión de relaciones espaciales entre el rico y el pobre después de la muerte de ambos . Ellos suponen que el relato sirve para ilustrar un tipo de afirmaciones que aparecen en otros lugares de Lucas (1, 53; 6, 20-26; 14, 12-14. 24). Sin duda, el hecho de que tras la muerte se inviertan las relaciones anteriores muerte juega un papel en el texto, como lo muestra la formulación quiástica de 16, 25:
a. Hijo, acuérdate que durante tu vida recibiste tus bienes;
b. y de igual manera Lázaro, males.
b’ Pero ahora él es consolado aquí,
a’ y tú eres atormentado.
Este verso retoma la forma quiástica anterior del relato, en 16, 19-22, donde la situación del rico (a) y del pobre (b) durante el tiempo de su vida se comparan con la nueva situación del pobre (b’) y del rico (a’) después de sus muertes.
Pero el motivo más importante del relato no está formado por la inversión de situaciones. Además, este motivo no aparece después de 16, 25. La unidad del relato viene marcada por los cambios que nos llevan de un lugar a otro (sea que realicen estos cambios o no se realicen):
16, 19-21 El rico está en casa y no entra en contacto con el mendigo que está en la calle, mientras que Lázaro está fuera y no pretende introducirse en casa
16, 22 Ambos abandonan la tierra y se encuentran en otro espacio, es decir, en el más allá
16, 24-26 Lázaro no puede cruzar del lugar donde se encuentra al lugar donde se encuentra el rico; tampoco se puede hacer el camino inverso
16, 27-31 Lázaro podría actuar como medio de contacto entre el más allá y la casa paterna del rico, pero Abrahán rechaza esta posibilidad como carente de sentido.
Los posibles movimientos de Lázaro
El tema de conversación entre el rico y Abrahán lo forman los posibles movimientos de Lázaro. El hombre rico pide por tres veces (16, 24. 27-28. 30) algo que está relacionado con ese movimiento.
Su primera petición (16, 24) tiene dos partes: “Ten misericordia de mí y envía a Lázaro”. La finalidad del envío de Lázaro se expresa con una sentencia final (“a fin de que...”); la razón por la que Abrahán debe tener compasión se expresa en una frase de tipo causal (“porque...”). El que ruega de esta forma está expresando su propia situación en este “momento” de la conversación: pide a Abrahán que le envíe a Lázaro para que refresque su lengua con unas gotas de agua, porque se encuentra atormentado. Lo mismo que Lázaro había estado atormentado antes por el hambre, deseando las migajas que caían de la mesa del rico, ahora es el rico el que sufre atormentado por la sed, deseando un poco de agua fresca que, evidentemente, resulta accesible para Lázaro.
Abrahán rechaza esta petición de ayuda material por dos razones.
La primera aparece en 16, 25 y la segunda en 16, 26. En 16, 25, Abrahán se refiere a la inversión de situaciones tras la muerte. En 16, 26 presenta el motivo por el que resulta imposible el paso de una zona a la otra en el reino de la muerte: hay un gran abismo entre ambas zonas.
Tras esta respuesta, el hombre rico no se ocupa ya más de su propia situación: ha visto que se encuentra irrevocablemente perdido y se fija en sus cinco hermanos, que están en la casa de su padre. Antes no se había fijado en el mendigo a la puerta de su casa; ahora, en cambio, se muestra lleno de ansiedad por el destino futuro de su familia.
Su segunda petición muestra un claro paralelismo con la primera: nuevamente pide a Abrahán que confíe otra tarea a Lázaro: esta vez, Abrahán debe enviarle a la tierra a fin de que (nuevamente con una sentencia final) los cinco hermanos del rico puedan ser prevenidos y no acaben cayendo en su misma situación de condena. En este momento, el rico ya no pide una ayuda material. Pero su petición también es rechazada, con una referencia a Moisés y los profetas.
El rico no queda convencido por esta respuesta (cf: “no, padre Abrahán”, en 16, 30). Por eso repite su petición, pero la razona con un argumento especial: si un hombre resucita de los muertos tendrá más poderes de convencimiento que Moisés y los profetas. Pero Abrahán no acepta esta argumento: los cinco hermanos tendrán que arreglárselas con aquello que tienen a su disposición: los escritos de Moisés y los profetas ofrecen una buena brújula para encontrar la dirección en la vida. El relato acaba así con un final abierto: no se nos dice si los cinco hermanos van a convertirse o no; se deja que el mismo lector el que saque la conclusión adecuada del relato.
Una puerta y un gran abismo
La conclusión que se deduce del relato no es que los pobres del mundo deben mantenerse como están, ya que esperan la gloria futura tras la muerte. El relato no quiere que el pobre y el rico sigan viviendo simplemente en mundos que se encuentran herméticamente sellados, alejados uno de otro. Nada de eso: este relato nos abre hacia una dirección totalmente distinta. Para aclarar esto, quiero referirme al fuerte contraste que existe entre sus dos sub-divisiones: en la primera encontramos una simple puerta, en la segunda el gran abismo.
Durante el tiempo de su vida, el pobre mendigo y el rico “gourmet” no se relacionaban entre sí, pero podrían haberlo hecho, pues Lázaro yacía ante la misma puerta de la casa del rico: una puerta evoca la posibilidad de comunicación. Tras su fallecimiento, ambos se encuentran en el reino de los muertos. Tampoco ahora mantienen un contacto directo entre sí. Lázaro vive en una zona del “más allá” que es distinta de la zona donde se halla rico. Las cosas han cambiado y ahora es completamente imposible que uno vaya al lugar donde se encuentra el otro: entre las dos zonas se extiende un gran abismo.
De esta forma, en la segunda parte del relato, la situación resulta completamente distinta de la situación de la primera. Esta diferencia viene a presentarse de un modo particularmente instructivo:
en la primera mitad era aún posible superar la división social entre pobre y rico; el rico podría buscar el contacto con el pobre en la tierra.
En la segunda parte, esto resulta imposible: ya no se puede cruzar la frontera entre el rico y el pobre, después que ellos han muerto.
Aquellos lectores que suponen que la oposición entre pobres y ricos tiene ya un carácter definitivo sobre la tierra invierten y deforman totalmente el sentido de esta narración. De esa manera, ellos sustituyen la pequeña puerta de la casa de este mundo (que separa al rico del pobre) con un gran abismo. Al actuar así esto, ellos están convirtiendo la tierra en un Hades, esto es, en un reino de los muertos, donde las relaciones han quedado ya fosilizadas para siempre, mientras que en esta tierra debería estar completamente abierta la posibilidad de cruzar las fronteras.
El relato se opone a esa visión: las normas oscuras del reino de los muertos (donde nada se puede cambiar) no son aplicables sobre la tierra, durante el tiempo de nuestra vida. Nosotros vivimos todavía en un mundo donde las puertas pueden abrirse.
Texto de la homilía del papa Francisco en el Jubileo de los catequistas. Advierte de la enfermedad de la indiferencia
El Santo Padre señala que los pobres, que no son un apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta ante nosotros
25 SEPTIEMBRE 2016 REDACCION EL PAPA FRANCISCO
(Ciudad del Vaticano).- En el Jubileo de los catequistas, que se celebra hoy como parte del del Jubileo de la Misericordia, el papa Francisco les indicó que no sirve aparentar o hacer lindas prédicias, sino que es necesario dar testimonio de Jesús. Y tomó inspiración del evangelio del día para explicar la parábola del pobre Lázaro y el rico sin nombre. Que el problema reside no en tener riquezas sino en ignorar, en ser indiferentes ante quienes están en dificultad.
A continuación el texto de la homilía:
El Apóstol Pablo, en la segunda lectura, dirige a Timoteo, y también a nosotros, algunas recomendaciones muy importantes para él. Entre otras, pide que se guarde «el mandamiento sin mancha ni reproche» (1 Tm 6,14). Habla sencillamente de un mandamiento. Parece que quiere que fijemos nuestros ojos fijos en lo que es esencial para la fe. San Pablo, en efecto, no recomienda una gran cantidad de puntos y aspectos, sino que subraya el centro de la fe.
Este centro, alrededor del cual gira todo, este corazón que late y da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días. Nunca debemos olvidarlo. En este Jubileo de los catequistas, se nos pide que no dejemos de poner por encima de todo el anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado.
No hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual. Cada aspecto de la fe es hermoso si permanece unido a este centro, si está permeado por el anuncio pascual. Si se le aísla, pierde sentido y fuerza. Estamos llamados a vivir y a anunciar la novedad del amor del Señor: «Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará». El mandamiento del que habla san Pablo nos lleva a pensar también en el mandamiento nuevo de Jesús: «Que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde. No se anuncia bien a Jesús cuando se está triste; tampoco se transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones. Al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio. El Evangelio de este domingo nos ayuda a entender qué significa amar, sobre todo a evitar algunos peligros. En la parábola se habla de un hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta» (Lc 16,20). El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo.
Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas» (ibíd.): este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera. No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo.
Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor. Pero el Señor mira a los que el mundo abandona y descarta. Lázaro es el único personaje de las parábolas de Jesús al que se le llama por su nombre. Su nombre significa «Dios ayuda». Dios no lo olvida, lo acogerá en el banquete de su Reino, junto con Abraham, en una profunda comunión de afectos. El hombre rico, en cambio, no tiene siquiera un nombre en la parábola; su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no construye la historia.
La insensibilidad de hoy abre abismos infranqueables para siempre. En la parábola vemos otro aspecto, un contraste. La vida de este hombre sin nombre se describe como opulenta y presuntuosa: es una continua reivindicación de necesidades y derechos. Incluso después de la muerte insiste para que lo ayuden y pretende su interés. La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta con gran dignidad: de su boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas. Es una valiosa lección: como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde de apariencia y a no buscar la gloria; ni tampoco podemos estar tristes y disgustados. No somos profetas de desgracias que se complacen en denunciar peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran en su ambiente, lanzando juicios amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad.
El escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios. El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades. El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana». El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra. En conclusión, que el Señor nos conceda la gracia de vernos renovados cada día por la alegría del primer anuncio: Jesús nos ama personalmente. Que nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, superando la ceguera de la apariencia y las tristezas del mundo. Que nos vuelva sensibles a los pobres, que no son un apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta ante nosotros.
Cleofás, Santo
Discípulo del Señor, 25 de septiembre
Martirologio Romano: Conmemoración de san Cleofás, discípulo del Señor, a quien, con el otro compañero itinerante, ardía el corazón cuando Cristo, en la tarde de Pascua, se les apareció en el camino explicándoles las Escrituras, y después, en la casa de Cleofás, en Emaús, conocieron al Salvador en la fracción del pan.
Breve Biografía
Dos veces aparece este nombre en los Evangelios. Una en San Lucas cuando habla de los dos discípulos que marchaban a Emaús (cfr San Lucas 24; 13, ss) y la otra en San Juan cuando habla de una "María, la mujer de Cleofás" que estaba presente en el Calvario, acompañando a la Virgen, la tarde en que fue crucificado y moría Jesús (cfr San Juan 19; 25,ss).-
Sin que pueda establecerse con certeza que estos dos personajes fueran marido y mujer, ya que varones llamados Cleofás debía haber bastantes en Jerusalén, sí parece que el esposo de esa María del Calvario debía ser un cristiano bastante conocido entre los discípulos, cuando San Juan escribe su evangelio y también que ambos estuvieron muy cerca de los acontecimientos que hoy narramos.-
Es la alborada del Domingo. Unas mujeres, quieren envolver en lienzos el cuerpo y poner perfumes preciosos, a la usanza judía, en el cuerpo de Jesús, ya que no pudo prepararse con finura el viernes por la tarde cuando lo pusieron en el sepulcro.-
El sepulcro está vacío, no tiene cuerpo dentro. Unos ángeles avisan que está vivo el Señor Jesús . Las mujeres, locas de alegría, nerviosas, corren y transmiten la nueva a los discípulos. Pedro y los demás no pueden creer ese inusitado acaecimiento.-
La distancia de Jerusalén a Emaús es de algo más de diez kilómetros. Hacia Emaús caminan ese mismo día dos discípulos del Maestro. Uno de ellos responde al nombre de Cleofás. Van comentando entre ellos los acontecimientos del fracaso de Jesús en los días pasados. –
Las pisadas son pesadas porque llevan la amargura en el pecho. Son tantos años juntos, tantas ilusiones truncadas, tantas promesas secas, tantas alegrías cegadas... hasta los proyectos del Reino se esfumaron con los clavos, la cruz y la lanza. Con Jesús muerto mal se anda.-
Se les unió un caminante como compañero de camino. Ellos temían "ofuscada la mirada". Al preguntar qué les pasa, Cleofás con tono enojado casi le regañó por no estar al día de lo que ha pasado en la Ciudad Santa. Cuando resumen los hechos tan trágicos e impresionantes, el viajero les recordó que ya estaba previsto por los profetas.- Al acercarse a la aldea, el caminante hace intención de proseguir. Cleofás y su amigo le insistieron: "Quédate con nosotros, que el día ya declina". El caminante accedió, entró con ellos en la casa, se sentó a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió en trozos, y se lo dio. En este instante le reconocieron.-
Ahora, desandar lo andado para decirle a los hermanos que las mujeres mañaneras tenían razón no es pesado, es alegría; avanzan en la noche tan seguros como a pleno día porque lucen mucho las estrellas, los pasos se han tornado ágiles y firmes, el corazón late con fuerza, el gozo se ha hecho vida. Notan la vehemencia de decir pronto a los otros que Jesús sí es el Mesías.Con Jesús Vivo bien se camina.-
Oración
Confesamos, Señor, que sólo tú eres santo y que sin ti nadie es bueno, y humildemente te pedimos que la intercesión de San Cleofás venga en nuestra ayuda para que de tal forma vivamos en el mundo que merezcamos llegar a la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-