“Ustedes, purifican por fuera (…) El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro?”
- 11 Octubre 2016
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Evangelio según San Lucas 11,37-41.
Cuando terminó de hablar, un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: "¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro.
San JUAN XXIII (1881-1963)
Nació en el seno de una familia numerosa campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de "papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre.
Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.
Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en laOrden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897. De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.
En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas. En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario. En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede.
Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».
Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.
En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en ParísDurante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia.
Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.
En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.
Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.
Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.
Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
Balduino de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo
Tratado 6 sobre Hebreos 4,12; PL 204, 466-467 (trad. breviario, viernes IX semana)
“Ustedes, purifican por fuera (…) El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro?”
El Señor conoce, sin duda alguna, todos los pensamientos y sentimientos de nuestro corazón; en cuanto a nosotros, sólo podemos discernirlos en la medida en que el Señor nos lo concede. En efecto, el espíritu que está dentro del hombre no conoce todo lo que hay en el hombre, y en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y, aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos con precisión.
Sucede, en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio u otra persona o el tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.
¿Quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus (…)? Este discernimiento es la madre de
todas las virtudes.
Salir al encuentro de los necesitados de cada día.
Lucas 11, 37-41. Martes XXVIII del tiempo ordinario. Ciclo C, No es importante lo exterior.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, te ofrezco mi corazón. Quédate, Señor, conmigo. Te invito a mi pobre mesa. Tú conoces bien la necesidad que tengo de Ti, no me dejes solo. Quiero estar aquí, contigo, sin muchas palabras pero con todo mi ser. Quiero escuchar tu voz que me llama por mi nombre y toca lo más profundo de mí ser. Yo sé, Jesús, que no soy digno de que entres en mi casa, pero te pido que no tomes en cuenta mi pecado sino mi deseo de ser cada día mejor. Ve ese corazón que te busca con gran anhelo. Pongo todo lo que soy y todo lo que tengo en tus manos.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús nunca dice “no» a nadie. Jesús, conocía los juicios de los fariseos contra Él. Sabía perfectamente que las intenciones de los jefes de Israel estaban un poco desviadas. Buscaban cualquier oportunidad para ponerlo en evidencia. Sin embargo el Señor se sienta a la mesa de los que se sentían sin necesidad de perdón porque cumplían con todas las ceremonias y oraciones. Pensaban, tal vez como el hijo mayor, que eran cumplidores. Y se comparaban con los demás, juzgándolos como pecadores. Miraban por el cumplimiento exterior el corazón de su prójimo.
Pero ¿qué es lo más importante? ¿Qué es lo que agrada más al Señor? Ya lo había dicho antes Jesús “Id y aprended lo que significa, misericordia quiero y no sacrificio» (Mt. 9, 13). Eso es lo que importa. El tener un corazón grande, el amar sobre todo a Dios y a mi prójimo. Podría hacer grandes obras filantrópicas, ir de aquí para allá predicando el nombre del Señor o desgastar toda mi vida en servicio de los pobres… De nada me serviría si no amo a Dios y si no miro a los demás como los mira el Padre. ¡Qué diferente hubiese terminado la parábola del hijo pródigo si el hijo mayor hubiese mirado a su hermano como lo hizo el Padre!
Si ese hijo pensaba que hacía mucho, pero en el fondo no estaba en sintonía con su Padre. Y yo, ¿cómo miro? ¿Cómo veo a mis hermanos? ¿Cuál es mi mirada hacia aquellas personas que se dejan llevar por una vida viciosa? ¿Los juzgo interiormente o tengo compasión? ¿Les salgo al encuentro?
El mensaje de Jesús es un mensaje de esperanza, un mensaje a todos. Él quiere entrar en todos los corazones, en todo corazón dispuesto a abrirle la puerta. Quiere sentarse a la mesa de todos. No rechaza a nadie. La mirada de Jesús va a lo profundo del alma. No se escandaliza sino que lleva la luz. No salió corriendo al ver a la mujer samaritana que había tenido cinco maridos y vivía con un sexto, sino que vio la sed que tenía esta mujer. Sale al encuentro de los necesitados de cada día.
“Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro de los hermanos; nuestros brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor; nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre todo, ofrecerle nuestro corazón para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios. Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo. Y así somos instrumentos de Dios para que Jesús actúe en el mundo a través de nosotros”.
(Homilía de S.S. Francisco, 12 de octubre de 2013).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy te ofrezco, Señor, hacer una visita a la Eucaristía para pedir un corazón misericordioso. Un corazón que sepa acoger a todos. Pediré la gracia de nunca juzgar ni hablar mal de otros sino siempre ver lo positivo en el prójimo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La Madre Teresa ante el silencio de Dios
Una oportunidad para aprender sobre el valor de la vida espiritual.
Cinco décadas son prácticamente una vida. Acercarnos a la figura de la M. Teresa de Calcuta, recientemente canonizada por el papa Francisco, es una oportunidad para aprender sobre el valor de la vida espiritual. Al hacerlo, no podemos perder de vista los largos periodos de silencio o sequedad que vivió en su oración a lo largo de cincuenta años y que nos hacen recordar la “noche oscura…” de San Juan de la Cruz. Pero antes de eso, ¿por qué hablar sobre la espiritualidad en un mundo que parece buscar únicamente lo material?, ¿no es acaso algo considerado raro, cerrado o fuera de época? Nada de eso.
Quizá como nunca antes, necesitamos trabajar nuestra dimensión espiritual, pero no como algo abstracto, mágico, agnóstico o desvinculado de la razón, de la ciencia, sino como una experiencia centrada en la persona de Cristo que ha dejado su huella en la historia. Una verdad que, en palabras del papa Francisco, se traduce en relación, ya que tenemos la capacidad de entrar en contacto con Dios. ¿Cuál es esa vía o punto de encuentro?
La palabra. En efecto y como lo afirmó de muchas maneras Sto. Domingo de Guzmán a través de las obras que fundó, gracias a la predicación, a la escucha del Evangelio, es posible conocer (intelectualmente) y, por ende, asimilar la fe que se abre a la práctica. No es casualidad que el estrés provoque tantos padecimientos a lo largo y ancho del mundo. ¿Qué hay detrás? El vacío, la soledad. Por eso, la fe, no es una pérdida de tiempo. Al contrario, la humanidad se enferma cuando la olvida, porque está, por decirlo de alguna manera, en su ADN. La vida espiritual resulta clave para crecer como personas y por eso vale la pena abordarla desde la rica tradición cristiano-católica, a la que perteneció santa Teresa de Calcuta. Si bien es cierto que el estrés debe ser atendido de forma profesional, también es verdad que la fe sirve para fortalecer la propia vida y avanzar, haciendo que la paz pueda concretarse, pues Dios existe e interviene.
Regresando a la M. Teresa de Calcuta, vale la pena recordar todo el escándalo que se armó cuando los medios de comunicación, dieron a conocer que había pasado por largos periodos en los que, simple y sencillamente, dejó de sentir a Dios. Un escándalo que, en realidad, no se debió a ella, sino a la falta de información, porque cualquiera que tenga una mínima noción acerca de lo que es la teología ascética y, en general, la vida espiritual, sabe que los periodos de sequedad o falta de devoción, no tienen nada que ver con el ateísmo, sino con el proceso que implica madurar en la fe, porque justamente cuando faltan las palabras y los sentimientos se simplifican, estamos ante una persona que ha ido avanzando y que equivale a un adulto con experiencia.
La fe no puede reducirse a una serie de emociones, pues aunque forman parte de la vida y, a veces, Dios las permite como un incentivo, es un hecho que la relación con él implica ir más allá. Su silencio en el caso de la M. Teresa, la llevó a un grado más alto de oración, consiguiendo que saltara un obstáculo que es muy común: vivir en la euforia. Por ejemplo, para saber si una persona va enserio con la fe, no hay que centrarse en el día después de haberse ido de misiones o de retiro, sino mínimo un año posterior a esa fecha. ¿La razón? Ver si hubo una decisión firme más allá de las emociones del momento. La M. Teresa, no fue eufórica, sino muy madura. ¿A qué se debió? Al silencio temporal de Dios que la llevó a lo esencial y no al mero sentimentalismo.
Actualmente, existe el riesgo de buscar la oración de una forma forzada; es decir, en vez de dejar que el Espíritu Santo decida si nos da o no emociones en ese momento, se busca propiciar el incentivo a como dé lugar y eso, claro está, no coincide con la lógica de Jesús. Por eso, la sequedad, no es retroceso, sino avance. Nos toca marcar el momento, darnos un tiempo para la oración, pero lo que suceda una vez comenzada, no es cosa de nosotros, sino de lo que Dios vaya disponiendo. La M. Teresa lo entendió y, pese a todo, siguió adelante en un campo de trabajo complicado. ¿Cómo es que pudo mantenerse? En realidad, ahí está la prueba de que Dios no la abandonó, pues de otra forma hubiera sido imposible que continuara.
“El que canta, ora dos veces”, dice San Agustín, pero no debemos sacar la frase de contexto, porque el silencio también tiene su lugar. Cantar, ayuda, pero resulta necesario alternar, a fin de que la vida espiritual sea una forma de unidad coordinada. La M. Teresa, desde el silencio y la lucha, supo descubrir a Dios. Sigamos su ejemplo para que de verdad seamos católicos maduros.
--------------Carlos J. Díaz Rodríguez, joven laico, comprometido con la causa de la nueva evangelización, a partir de la presencia en el ciberespacio.
Nació el 28 de octubre de 1989, en la Ciudad y Puerto de Veracruz, México.
Del año 2008 al 2010 fue coordinador general del Movimiento Vocacional Espíritu y Vida, el cual, a su vez, se encuentra presente en México y Costa Rica.
Como parte de sus intereses, además del diálogo entre la fe y la razón, se encuentra el estudio del derecho, poniéndole un acento especial al aspecto notarial del mismo.
Ha tenido la oportunidad de organizar y participar en algunos foros y encuentros juveniles de inspiración cristiana.
El Papa en Sta. Marta advierte sobre la religión “de maquillaje” y del “aparentar”
En la homilía de este martes, el Santo Padre recuerda que el bien hay que hacerlo con humildad, como lo hizo Jesús
11 OCTUBRE 2016 REDACCIONEL PAPA FRANCISCO
ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en la homilía de este martes en la misa celebrada en Santa Marta, ha recordado que Jesús nos pide hacer el bien con humildad, evitando el aparentar, el “fingir” hacer algo. Asimismo, el Santo Padre ha advertido sobre la “religión de maquillaje” subrayando que el camino del Señor es el camino de la humildad.
La libertad cristiana viene de Jesús, “no de nuestras obras”. De este modo el papa Francisco ha desarrollado su homilía hablando la Carta de San Pablo a los Gálatas, y del Evangelio del día, donde Jesús reprende a un fariseo concentrado en las apariencias y no en la sustancia de la fe. Jesús dijo al doctor de la ley que había criticado a Jesús por no haber hecho la ablución antes de la comida: “Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades”. Por eso, el Papa ha recordado que Jesús repite esto muchas veces en el Evangelio a esta gente. En esta misma línea, el Santo Padre ha señalado que en otro paso del Evangelio, Jesús pide rezar sin hacer ver, sin aparentar. Algunos tenían “la cara dura”, “no tenían vergüenza”: rezaban y daban limosna para hacerse admirar. Sin embargo, el Señor “muestra el camino de la humildad”. Al respecto, el Pontífice ha querido recordar que lo que importa, dice Jesús, “es la libertad que nos ha dado la redención, el amor, la recreación del Padre”. Asimismo, ha explicado que es esa libertad interna, esa libertad que hace el bien a escondidas, sin hacer sonar la trompeta porque el camino de la verdadera religión es el mismo camino de Jesús: la humildad, la humillación.
Este es el único camino para quitar de nosotros el egoísmo, la codicia, la soberbia, la vanidad, la mundanidad. Al contrario, “esta gente que Jesús reprende es gente que sigue la religión del maquillaje: de la apariencia, el aparecer, fingir ser pero dentro…”. Jesús –ha señalado el Papa– usa para esta gente una imagen muy fuerte: “Vosotros sois sepulcros blanqueados, bonitos por fuera pero por dentro llenos de huesos de muerto y podredumbre”. Por otro lado, el Pontífice ha explicado que Jesús nos llama, nos invita a “hacer el bien con humildad”. Así, ha recordado que “tú puedes hacer todo el bien que quieras pero si no lo haces humildemente, como nos enseña Jesús, este bien no sirve, porque es un bien que nace de ti mismo, de tu seguridad, no de la redención que Jesús nos ha dado”. La redención –ha precisado– viene por el camino de la humildad y de las humillaciones porque no se llega nunca a la humildad sin las humillaciones. Y vemos a Jesús humillado en la Cruz. Por eso, finalmente ha invitado a pedir al Señor “no cansarse de ir por este camino, no cansarnos de rechazar esta religión del aparentar, del parecer, del fingir…”. E ir “silenciosamente haciendo el bien, gratuitamente como nosotros hemos recibido gratuitamente nuestra libertad interior”. Y que Él –ha concluido– custodie esta libertad interior de todos nosotros.
El realismo cristiano de Guardini
Guardini insiste en esta necesidad de pasar a través de la realidad personas, cosas, destino como conditio sine qua non para llegar a Dios.
Recientemente se conoció la noticia de que la archidiócesis de Munich y Freising ha abierto la causa de beatificación de Romano Guardini. La apertura oficial del proceso debería hacerla en el término de un año el cardenal Reinhard Marx. Constituye un evento muy especial, porque en cierta forma sella la continuidad ideal que une, con la evidente diversidad de estilos, al Papa Benedicto y al Papa Francisco. En efecto, Guardini fue el pensador ítalo alemán que marcó la formación intelectual y espiritual tanto de Ratzinger como de Bergoglio. Jorge Mario Bergoglio estuvo varios meses en Alemania en 1986, en la Facultad de Filosofía y Teología Sankt Georgen de Frankfurt, con el propósito de escribir una tesis doctoral sobre Guardini. Posteriormente debió abandonar el proyecto, pero no tanto como para olvidarlo. Bergoglio volvió después en varias ocasiones sobre su trabajo, sobre la idea guardiniana de la vida como oposición polar que encontramos en el centro de algunos pasajes fundamentales de la Evangelii Gaudium.
La admiración y el aprecio que el pontífice actual nutrió siempre por el testimonio cristiano y el pensamiento de Guardini sin duda no son extraños a la decisión de comenzar el proceso de beatificación. Un regalo de Francisco –quizás el más grande– a su predecesor. ¿Cuál es entonces, desde el punto de vista cristiano, el elemento de fondo del pensamiento guardiniano, el más actual, que explica el hilo rojo que une a Ratzinger con Bergoglio? La historicidad de la fe entendida como resultado del “encuentro con la realidad”, con la carne de Dios en la carne del mundo. Guardini nació en Verona el 17 de febrero de 1885 y su familia se trasladó a Alemania un año después. Aquí se ordenó sacerdote en 1910 y en 1924 fue nombrado profesor de Filosofía de la Religión y Visión del Mundo Católico en la Universidad de Berlín, cátedra que fue suspendida por el régimen nacional socialista en 1939. En la posguerra volvió a la enseñanza en la Universidad de Tubingen y posteriormente en Munich, donde falleció el 1 de octubre de 1968. En el contexto del pensamiento cristiano Guardini se consideraba alguien que “camina solitario” (einzeganger), un outsider que escapaba de los esquemas comunes. En él, el elemento dominante era una atención y una pasión por la realidad, por una mirada plena sobre el ser. Los esquemas y los conceptos venían después; debían ayudar a abrir un resquicio de luz en el mundo, no a doblegarlo violentamente al propio arbitrio. Si la realidad era comprendida y mantenida en su concreción, la revelación cristiana podía también manifestarse en todo su espesor. Así como, a la inversa, solo cuando el cristianismo es real, el mundo puede ser acogido en su totalidad, sin censurar nada. Dice en su diario: “En el cristiano lo que decide todo, absolutamente todo, pensamiento, acción, ser, es que la realidad de Dios se perciba, que esté en la existencia como lo real, en última instancia como lo único real. Todo lo demás viene determinado por esto; y por lo tanto o está vivo o es solo algo pensado, o mejor, hablado”.
En un ensayo de 1935, “Realismo cristiano”, Guardini captaba con extraordinaria eficacia esta perspectiva. Allí contraponía dos “vías” hacia Dios. La primera absolutiza el sentido religioso constitutivo de toda persona y descuida el mundo, entendido como lo efímero carente de valor, y procede desde la interioridad del espíritu hacia el Absoluto, hacia lo divino. Es el camino de las grandes religiones, de la filosofía, de la mística. El camino de Oriente y de Buda. Es la vía del idealismo, oriental y occidental. Frente a ésta, hay otra vía, la realista que se describe en el Evangelio, una vía que puede parecer más fatigosa porque implica no solo fidelidad al cielo sino también a la tierra. “Allá, amplitud filosófica, grandeza ascética de intentos, profundidad mística; aquí la opresión de lo cotidiano y las accidentalidades de lo que efectivamente va ocurriendo”. La modalidad que Cristo señala para la relación del hombre con Dios elimina la posibilidad de un “ascenso directo a Dios, filosófico, ascético o místico”. No existe una “vía directa” de acceso a Dios. Aquí se afirma una “ineludible ley de mediación”: el hombre “llega a Dios vivo y verdadero no directamente sino solo por medio de Cristo”. El hombre, nota Guardini, no ve a Dios, pero este no ver “no significa solo la insensibilidad corpórea. Dios también es ‘invisible’ para nuestro espíritu, para nuestro corazón. No se puede captar a Dios por vía directa, porque Él está escondido”. Solo cuando Él se manifiesta, “solo cuando Él muestra su rostro en la Revelación”, resulta evidente quién es Dios. E incluso con Cristo no se nos ha concedido ir directamente a Él. Dios no lo quiere así porque “no quiere que se prescinda de su mundo”. En el cristianismo “el hombre es la vía de acceso a Dios para el hombre – las personas que le son destinadas. ¿Y cómo se convierten en un camino para él? Cuando está dispuesto y disponible para tomarlas tal como son: en la amistad, en el matrimonio, en el trabajo, en la responsabilidad, en los encuentros de la vida”. En Él, el “encuentro es la Providencia y contiene la destinación”.
Guardini insiste en esta necesidad de pasar a través de la realidad –personas, cosas, destino– como conditio sine qua non para llegar a Dios. Insiste hasta el punto de decir que si “una persona se introdujera sola en las palabras de las Escrituras y aplicara a ello todas sus energías, pero descuidara al hombre, que le ha sido asignado por el destino, por el deber, por la profesión como prójimo, no comprendería la autorrevelación de Dios. El hombre no puede eludir la realidad e ir directa y privadamente a Dios, sino que debe recorrer la vía que pasa por la realidad de la creación. Éste es el realismo cristiano”. Éste está determinado por la “ley de la encarnación según la cual el Dios invisible e ignoto no se nos manifiesta en el abismo de nuestra alma, como exige la mística absoluta; tampoco a través de la suprema elevación del pensamiento, como quieren los filósofos; tampoco en el esfuerzo de la aspiración moral y de separación del mundo, como afirma la ascesis autónoma, sino en el rostro del hombre y en la palabra de Cristo”. Y ésta es una ley fundamental. “La palabra reveladora de Cristo sólo resulta clara cuando yo acepto al prójimo, y la cosa y el destino. La existencia cristiana no es algo absoluto, en sentido filosófico, algo místicamente lejano, algo ascético en términos sistemáticos, sino algo histórico. Como tal, está fundada en la encarnación, en esa constricción, en esa vinculación con la cotidianeidad que, proviniendo de la filosofía y de la mística absoluta, creíamos percibir en el Nuevo Testamento. Es precisamente la expresión de aquello que importa”.