«Orar siempre sin desanimarse»
- 16 Octubre 2016
- 16 Octubre 2016
- 16 Octubre 2016
El clamor de los que sufren
La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los oyentes diferentes resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar en que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?
En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Solo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie.
Lo que pide la mujer no es un capricho. Solo reclama justicia. Esta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: «Buscad el reino de Dios y su justicia».
Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Esta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa.
Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos solo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.
¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: «Hacednos justicia»? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?
La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios un mundo más justo para todos?
José Antonio Pagola
29 Tiempo ordinario - C
(Lucas 18,1-8)
16 de octubre 2016
XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO EL PODER DE LA ORACIÓN
(Éx 17, 8-13; Sal 120; 2Tim 3, 14 - 4,2; Lc 18, 1-8)
El papa Francisco ha dirigido a las monjas de clausura un documento en el que cita precisamente el texto del libro del Éxodo que hoy se proclama, para avalar el sentido de la vida de oración y la fuerza intercesora que tiene quien se dedica de por vida a rogar por los demás.
Conocemos como texto ejemplar la descripción de la victoria que consigue el pueblo de Dios, como efecto de la oración de Moisés con sus brazos levantados en alto, suplicantes.
En el Evangelio, Jesús pone un ejemplo que le compromete, pues compara la justicia del juez inicuo con la justicia divina, y emplea este argumento tan contundente: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar”.
¡Cómo se agradece en momentos de necesidad que alguien te asegure que reza por ti! Y ¡cómo se acude a la intercesión de los santos, de la Virgen María, del Señor, en circunstancias dolorosas, de apuro, enfermedad o crisis!
La oración por los demás es una obra de misericordia, y cuando se hace con fe, tiene una fuerza que mueve montañas. Es un privilegio contar con la comunión de los santos, con el caudal de gracia que nos llega de manera anónima, por la oración de muchos que de forma gratuita y permanente rezan por todos.
Hay una expresión de Jesús en el Evangelio que nos interpela: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”
En un mundo pragmático, cientifista, positivista, que valora lo visible y demostrable, cabe que la propuesta de la eficacia de la oración se vea erosionada por la falta de fe en ella.
Hoy se nos interpela sobre nuestra vida teologal, sobre nuestra relación con Dios. No solo por la eficacia de la oración, sino porque de ella depende la vitalidad de la fe. Si no hay fe en la oración, tampoco hay fe en Dios. La oración es la respiración de la fe. Si no hay relación con Dios, es difícil demostrar que en verdad se cree en Él.
Jesús pronuncia verdaderos axiomas sobre la oración, y uno de ellos lo escuchamos este domingo, pues la razón de la parábola es la recomendación principal: “Orar siempre sin desanimarse”.
La Misericordia
Ser misericordioso es tener un corazón compasivo. La misericordia, junto con el gozo y la paz, son efectos del amor; es decir, de la caridad
"Al amigo se le conoce en la enfermedad y en la cárcel”
Las prisiones son un verdadero infierno. No sólo por las penas físicas -que se agravan por la sobrepoblación y por el daño que se causan entre sí los presos- sino, sobre todo, por la pena moral del remordimiento en los culpables y de la justa indignación en los inocentes, que también los hay.
Algunos tratan de aliviar, en lo posible, las penas de ese infierno y visitan con frecuencia a los presos: son las madres y las esposas. Algunas perseveran aunque la sentencia sea larga, muy larga o para siempre; otras, los dejan solos.
Hay quienes, movidos por motivos religiosos o simplemente humanitarios, visitan también las cárceles, llevando consuelo, esperanza y, a final de cuentas, redención. Estas visitas caritativas pueden parecer inútiles para quienes no tienen fe y siguen considerando a la religión como “opio del pueblo”. Por eso me dio mucho gusto leer en los periódicos que la Comisión de Pastoral Penitenciaria de la Arquidiócesis de México, entregaba, por medio del cardenal Rivera Carrera, los documentos que acreditaban la libertad de algunos presos que habían sido ayudados por esos voluntarios que los visitaban, cumpliendo el mandato misericordioso de Jesús. En lo que va del año han ayudado a conseguir su libertad a 230 presos. ¡Una misericordia efectiva!
¿Qué es?
La palabra misericordia tiene su origen en dos palabras del latín: misereri, que significa tener compasión, y cor, que significa corazón. Ser misericordioso es tener un corazón compasivo. La misericordia, junto con el gozo y la paz, son efectos del amor; es decir, de la caridad.
Pasaporte para el cielo
¿Qué se necesita para ir al cielo? ¿Acaso rezar mucho? ¿No faltar a los mandamientos? Pues resulta que lo que Jesús nos pide es que seamos misericordiosos con Él; y lo somos si nos comportamos misericordiosamente con los más necesitados.
Si deseo, pues, ir al cielo, más me vale que comience a preocuparme efectivamente por los prójimos que necesitan de mí.
“Bienaventurados los misericordiosos...”
No sólo en los tiempos históricos en los que vivió Jesús antes de su ascensión, sino en estos tiempos en que vivimos, hace falta la misericordia. Cuando la desgracia alcanza proporciones desmedidas, la misericordia se vuelve una necesidad que atienden oficialmente las organizaciones mundiales o nacionales. Sabemos que la ONU y otras organizaciones filiales ayudan a las víctimas de guerra, a los refugiados, a los que padecen hambre. La Cruz Roja es el paladín de la ayuda voluntaria y desinteresada a los que sufren. En México, y en casi todos los países, hay obras semejantes que se distinguen por su altruismo y filantropía. A nivel de católicos, tenemos Cáritas (Caridad) que trata de expresar en obras la fe de la Iglesia.
Todos estos movimientos necesitan de tu colaboración. La medida de tu compromiso dependerá de la conciencia que tengas de la urgencia de ayuda de tus hermanos necesitados. Una persona que da su tiempo, su dinero y lo que es y sabe a este tipo de organizaciones, se llama “voluntario”. ¿Te gustaría serlo?
Pero también puedes serlo de una forma autónoma o formar equipo con tu familia o tus vecinos. Sólo se necesita un corazón compasivo y, como seguramente ya te habrás dado cuentas, tú lo tienes y lo tienen tus hijos, tu esposa y toda esa gente buena con la que convives.
No necesitamos buscar a quién ayudar, la vida misma nos va presentando la oportunidad. Basta tener los ojos abiertos y, más que los ojos, el corazón.
Hagamos de nuestras obras de misericordia una cuestión de familia en la que todos participemos, cada quien de acuerdo con sus posibilidades y su edad.
Quizás no esté a nuestro alcance adoptar a un huérfano de guerra o ir a socorrer a los damnificados de un terremoto en el otro lado del mundo, pero sí lo está el dar compañía a un solitario, el visitar a un enfermo, el ayudar a un estudiante a pasar un examen, el conseguir trabajo a un amigo, el acudir al novenario de un difunto... ¡tantas cosas que podemos hacer!
Recordando
Cuando íbamos al catecismo nos enseñaron que las obras de misericordia de dividen en espirituales y corporales.
Las espirituales son:
- Enseñar al que no sabe.
- Dar un buen consejo al que lo necesita.
- Corregir al que yerra.
- Perdonar las injurias.
- Consolar al triste.
- Soportar las flaquezas del prójimo.
- Orar por vivos y difuntos.
Las corporales son:
- Dar de comer al hambriento.
- Dar de beber al sediento.
- Dar posada al peregrino.
- Vestir al desnudo.
- Visitar al los enfermos.
- Socorrer al cautivo.
Estas obras de misericordia son pedidas por el mismo Cristo (Mt 25, 31-46); la Iglesia añadió una más:
* Enterrar a los muertos.
Se considera que las obras de misericordia corporales se pueden expresar en una sola: dar limosna.
Francisco, durante la canonización
Francisco preside la canonización de varios santos, entre ellos el cura Brochero y Manuel González
"Los santos son hombres y mujeres que luchan y vencen en la batalla de la fe y el amor"
"Sólo firmes en la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio"
Jesús Bastante, 16 de octubre de 2016 a las 12:09
José Sánchez del Río, Manuel González García, José Gabriel del Rosario - ‘el cura Brochero'- , Salomón Leclerq, Alfonso María Fusco, Luis Pavoni e Isabel de la Santísima Trinidad, nuevo santos
(RV).- José Sánchez del Río, Manuel González García, José Gabriel del Rosario - ‘el cura Brochero'- , Salomón Leclerq, Alfonso María Fusco, Luis Pavoni e Isabel de la Santísima Trinidad alcanzaron la meta de la santidad afianzados «en la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche» (cfr. Lc 18,7). Lo dijo el Papa Francisco en su homilía, en la Santa Misa con el rito de canonización de los siete nuevos Santos de la Iglesia universal.
Una abarrotada Plaza de San Pedro vivió con intensa emoción el momento solemne, escuchando las palabras del Papa y respondiendo con un ferviente Amén, sellado por un gran aplauso y aclamando al Señor con el canto del Jubilate Deo:
«En honor de la Santísima e Indivisible Trinidad, para exaltación de la Fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la Nuestra, después de la debida reflexión y la oración frecuente implorando la asistencia divina, y después de haber oído el parecer de muchos de nuestros hermanos en el episcopado, declaramos y definimos Santos a los Beatos
Salomón Leclerq
José Sánchez del Río
Manuel González García
Luis Pavoni
Alfonso María Fusco
José Gabriel del Rosario Brochero
e Isabel de la Santísima Trinidad
y los inscribimos en el Libro de los Santos, decretando que en toda la Iglesia ellos sean venerados entre los Santos. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Con las lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, centradas en la oración, el Obispo de Roma hizo hincapié en que «ellos han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso fiel, gracias a la oración: han orado con todas sus fuerzas, han luchado y han vencido».
«Es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra sino para vencer la paz», destacó el Papa, recordando que «hay que orar siempre sin desanimarse», (Lc, 18,1) «como Jesús nos enseña también en el Evangelio de hoy». Ante el cansancio que todos podemos sentir, el Santo Padre recordó que «no estamos solos».
«Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y sólo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio», volvió a reiterar el Santo Padre, poniendo de relieve que «orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud».
Recordando a los nuevos santos, que «combatieron con la oración la buena batalla de la fe y del amor» y «por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel», el Papa Francisco concluyó su homilía con el anhelo de que, «con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina».
Homilía del Papa Francisco
Al inicio de la celebración eucarística de hoy hemos dirigido al Señor esta oración: «Crea en nosotros un corazón generoso y fiel, para que te sirvamos siempre con fidelidad y pureza de espíritu» (Oración Colecta).
Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así, sólo Dios puede hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él como don, como «creación» suya. De este modo, hemos sido introducidos en el tema de la oración, que está en el centro de las Lecturas bíblicas de este domingo y que nos interpela también a nosotros, reunidos aquí para la canonización de algunos nuevos Santos y Santas. Ellos han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido.
Orar, por tanto, como Moisés, que fue sobre todo hombre de Dios, hombre de oración. Lo contemplamos hoy en el episodio de la batalla contra
Amalec, de pie en la cima del monte con los brazos levantados; pero, en ocasiones, dejaba caer los brazos por el peso, y en esos momentos al pueblo le iba mal; entonces Aarón y Jur hicieron sentar a Moisés en una piedra y mantenían sus brazos levantados, hasta la victoria final.
Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra, sino para vencer la paz.
En el episodio de Moisés hay un mensaje importante: el compromiso de la oración necesita del apoyo de otro. El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra.
San Pablo, escribiendo a su discípulo y colaborador Timoteo le recomienda que permanezca firme en lo que ha aprendido y creído con convicción (cf. 2 Tm 3,14). Pero tampoco Timoteo no podía hacerlo solo: no se vence la «batalla» de la perseverancia sin la oración. Pero no una oración esporádica e inestable, sino hecha como Jesús enseña en el Evangelio de hoy: «Orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Este es el modo del obrar cristiano: estar firmes en la oración para permanecer firmes en la fe y en el testimonio. Y de nuevo surge una voz dentro de nosotros: «Pero Señor, ¿cómo es posible no cansarse? Somos seres humanos, incluso Moisés se cansó».
Es cierto, cada uno de nosotros se cansa. Pero no estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y sólo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio.
Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18,7). Este es el misterio de la oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.
Los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos. También estos siete testigos que hoy han sido canonizados, han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel. Que, con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina.
La amistad con Jesús.
Lucas 18, 1-8, domingo XXIX del tiempo ordinario, Ciclo C, ¡Hazme justicia contra mi adversario!
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, amigo mío, aquí estoy a tus pies. Pongo mi corazón en tu mano. Tú me conoces bien. Conoces mis necesidades y mi corazón. Me conoces desde antes de nacer y me amas como nadie puede hacerlo. Por eso quiero estar aquí, dejándome amar por Ti. Hace dos mil años tu discípulo Juan descansaba en tu pecho, en silencio, en una oración de corazón a corazón. Así quiero estar, sin ruidos, sin preocupaciones, descansando en Ti. Jesús, amigo, gracias por abrirme tu corazón.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
¡Qué alegría y qué gozo poder estar aquí! Cuántas veces me pregunto, ¿creo en Ti realmente? Cuando llegan las dificultades y cuando parece que me hundo me olvido de Ti. Me falta la fe que tampoco tenía Pedro. Muchas veces pienso que me falta la fe cuando veo a mi hermano. Cuántas veces, Señor, veo a mi prójimo y me fijo en sus defectos. Cuando me enfado no sé controlarme, porque no te veo en los demás. No sé tener esa delicadeza. Y me pregunto si cuando llegue la hora de mi muerte encontrarás fe en mi corazón.
Te pido, Jesús, que me hagas sencillo, que te vea en los demás. Dame una fe grande para que sepa salir de mí mismo, me dé cuenta de la maravilla que hay en mis hermanos y no vea sólo lo malo. Que sepa servir a los demás porque, cuando los sirvo, es a Ti a quien sirvo. Cuando no vea nada y sienta que me hundo en el fondo del mar; cuando vea que me faltan las fuerzas y no puedo seguir caminando, dame Tú las fuerzas, dame la fe.
Sin duda que de tu mano puedo caminar por las aguas y multiplicar los panes. A tu lado podré llevar tu amor a numerosas personas necesitadas. Con tus fuerzas podré hacer muchos milagros. Déjame llegar al final de mi vida habiendo vivido con una mirada llena de fe. No dejes que me canse. Quiero dar mi vida por Ti y por las almas. Quiero llegar a la meta.
“Luchar, rezar siempre ¡Pero no para convencer al Señor a fuerza de palabras! ¡Él sabe mejor que nosotros qué necesitamos! Más bien la oración perseverante es expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él, cada día, en cada momento, para vencer al mal con el bien”.
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de octubre de 2013).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy hacer un esfuerzo especial para tratar con delicadeza a los demás. Si alguien me dice una palabra desagradable no responderé con otra; y si veo que alguien hace algo malo no pensaré mal y tampoco hablaré mal de nadie. Me esforzaré por hablar siempre de lo positivo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Margarita María de Alacoque, Santa Memoria Litúrgica, octubre 16
Recipiente de las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús
Martirologio Romano: Santa Margarita María Alacoque, virgen, monja de la Orden de la Visitación de la Virgen María, que progresó de modo admirable en la vía de la perfección y, enriquecida con gracias místicas, trabajó mucho para propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús, del que era muy devota. Murió en el monasterio de Paray-le-Monial, en la región de Autun, en Francia, el día diecisiete de octubre (†1690).
Fecha de beatificación: 18 de septiembre de 1864 por el Papa Pío IX
Fecha de canonización: 13 de mayo de 1920 por el Papa Benedicto VI
Breve Biografía
En la festividad de San Juan evangelista de 1673, sor Margarita María, que tenia 25 años, estaba en adoración ante el Santísimo Sacramento. En ese momento tuvo el privilegio particular de la primera de las manifestaciones visibles de Jesús que se repetirían durante dos años más, todos los primeros viernes de mes. En 1675, durante la octava del Corpus Christi, Jesús se le manifestó con el corazón abierto, y señalando con la mano su corazón, exclamó: “He aquí el corazón que ha amado tanto a los hombres, que no se ha ahorrado nada, hasta extinguirse y consumarse para demostrarles su amor. Y en reconocimiento no recibo de la mayoría sino ingratitud.”
Margarita María Alacoque, escogida por Jesús para ser la mensajera del Sagrado Corazón, hacía un año que vestía el hábito de las monjas de la Visitación en Paray?le?Monial. Había nacido el 22 de agosto de 1647 en Verosvres, en Borgoña. Su padre, juez y notario, había muerto cuando Margarita era todavía muy joven. A los nueve años hizo su primera comunión y a los 22 recibió la Confirmación, a la que se preparó con una confesión general: empleó quince días escribiendo en un cuaderno la larga lista de sus faltas para leérselas luego al confesor. En esa ocasión añadió al nombre de Margarita el de María. Después, habiendo vencido las últimas resistencias de la madre, que hubiera preferido verla casada, pudo entrar al convento de la Orden de la Visitación, fundado 60 años antes por San Francisco de Sales, ofreciéndose desde el día de su entrada como “víctima al Corazón de Jesús.”
Las extraordinarias visiones con que fue favorecida le causaron al principio incomprensiones y juicios negativos hasta cuando, por disposición divina, fue puesta bajo la dirección espiritual del jesuita Santo Claudio de la Colombière. En el último periodo de su vida, elegida maestra de novicias, tuvo el consuelo de ver difundida la devoción al Corazón de Jesús, y los mismos opositores de un tiempo se convirtieron en fervorosos propagandistas. Murió a los 43 años de edad, el 17 de octubre de 1690.