«El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre... recibirá cien veces más»
- 20 Octubre 2016
- 20 Octubre 2016
- 20 Octubre 2016
Evangelio según San Lucas 12,49-53.
Jesús dijo a sus discípulos: "Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".
San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario al evangelio de Lucas, 7, 134
«El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre... recibirá cien veces más» (Mt 19,29)
«¿Pensáis que he venido a traer la paz al mundo? No, sino la división. En adelante una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres...» En casi todos los pasjes del Evangelio el sentido espiritual juega un papel imporante; pero sobre todo en este pasaje es necesario buscar la profundidad espiritual en el entramado del sentido a fin de que no sea repelido por la dureza de una explicación simplista...
¿Cómo él mismo dice: «Mi paz os doy, mi paz os dejo» (Jn 14,27) si vino a separar los padres de sus hijos, los hijos de sus padres, rompiendo los lazos que los unen? ¿Cómo puede ser llamado «maldito el que honra a su padre» (Dt 27,16), y fervoroso si le abandona?
Si comprendemos que la religión està en primer lugar y la piedad filial en segundo, veremos que esta cuestión queda iluminada; en efecto, es preciso que lo humano dé paso a lo divino. Porque si tenemos deberes para con nuestros padres, ¡cuánto más con el Padre de los padres a quien debemos estar agradecidos por el don de nuestros padres!... No dice, pues, que hayamos de renunciar a los que amamos, sino que Dios sea preferido a todos. Por otra parte encontramos en otro libro: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37). No te está prohibido amar a tus padres, per sí preferirlos a Dios. Porque las relaciones naturales son beneficios del Señor, y nadie debe amar a los beneficios recibidos más que a Dios que preserva los bienes que da.
Santa María Bertilla Boscardín – 20 de octubre.
Santa María Bertila Boscardin, virgen
En Treviso, en Italia, santa María Bertila (Ana Francisca) Boscardin, virgen de la Congregación de las Hermanas de Santa Dorotea de los Sagrados Corazones, que en su trabajo en un hospital se mostró solicita de la salud corporal y espiritual de los enfermos.
«La fuerza del Sacramento de la Eucaristía me alcanza siempre y en todas partes para que yo me comporte con responsabilidad... Porque yo siento necesidad de estar un rato con nuestro Señor.» Santa Bertilia siguió el «caminito espiritual» de santa Teresa del Niño Jesús. Era una mujer de gran juicio práctico y voluntad muy firme que se santificó cumpliendo sencillamente su deber de todos los días, a pesar de su mala salud, su reducida capacidad intelectual y su falta de iniciativa. Nació en 1888, en Brendola, entre Vicenza y Verona, en el seno de una pobre familia de campesinos. Su nombre de pila era Ana Francisca, pero todos la llamaban Anita. El P. Emigdio Federici, su biógrafo, escribe que Anita era una niña «tranquila y muy trabajadora, cuya infancia no tuvo nada de pintoresco». Ángel Boscardin, el padre de Anita, era un hombre muy celoso y dado a la bebida, de suerte que los pleitos abundaban en su casa, según testificó él mismo en el proceso de beatificación de su hija. Anita no podía asistir regularmente a la escuela, pues desde pequeña tuvo que trabajar en el hogar y ganar un poco de dinero ayudando en casa de los vecinos. Sus compañeros de juegos la apodaban «la tontita». Probablemente no les faltaba razón, ya que, cuando el P. Capovilla, párroco del lugar, habló de la vocación religiosa de la niña con el arcipreste Gresele, éste no pudo contener la risa. Sin embargo, como la consideraba por lo menos suficientemente inteligente para pelar patatas, el P. Gresele habló de Anita a ciertas religiosas, quienes se negaron a admitirla.
Como quiera que fuese, a los dieciséis años Anita ingresó en el convento de las Hermanas de Santa Dorotea, en Vicenza y recibió el nombre de Bertilia, en honor de la santa abadesa de Chelles. La joven dijo a su maestra de novicias: «Yo no sé hacer nada. Soy una inútil, una 'tontita'. Enseñadme a ser santa». La hermana Bertilia pasó un año ayudando en la cocina, en la panadería y en la lavandería. Después, fue enviada a aprender las tareas de enfermera en Treviso, donde las hermanas de Santa Dorotea tenían a su cargo el hospital municipal. Pero la superiora prefirió emplearla como ayudante de la cocinera. Anita no pudo salir de la cocina hasta después de su profesión. En 1907, pasó a ayudar en el pabellón de los niños diftéricos y, a partir de entonces, vivió consagrada al cuidado de los enfermos. Pero, bien pronto contrajo una penosa enfermedad que la atormentó durante los últimos doce años de su vida. y la llevó finalmente al sepulcro, a pesar de las intervenciones de los cirujanos.
A principios de 1915, el hopital de Treviso fue ocupado por las tropas. Dos años más tarde, a raíz de la derrota de Caporetto, el ejércio italiano tuvo que replegarse a Piave, y el hospital quedó en pleno frente de batalla. Durante los bombardeos aéreos, en tanto que el terror paralizaba a algunas de sus hermanas, santa Bertilia, no menos asustada, se ocupaba en llevar café y vino de Marsala a los enfermos, sin que sus quehaceres le impidieran pasar las cuentas de su rosario. Bertilia y algunas de sus hermanas fueron pronto enviadas a un hospital militar de Viggiu, en las cercanías de Como. El capellán, Pedro Savoldelli y el oficial, Mario Lameri, no pudieron menos de admirar la laboriosidad y la caridad de Bertilia. En cambio, la superiora no supo apreciar las cualidades de su súbdita, como había sucedido ya con otras superioras, y la reprendía por trabajar exageradamente y por estar demasiado apegada a los enfermos. Finalmente, acabó por enviarla a la lavandería. Bertilia trabajó allí sin una queja durante cuatro meses, hasta que la madre general, una mujer extraordinaria que se llamaba Azelia Farinea, comprendió la injusticia y sacó a la santa de Viggiu.
Después del armisticio, la hermana Bertilia retornó al hospital de Treviso, donde se le confió el pabellón de infecciosos para niños. La salud de la hermanita iba de mal en peor; tres años más tarde los médicos decidieron operarla. La operación resultó fatal, y la hermana Bertilia murió tres días después, el 20 de octubre de 1922. En el primer aniversario de su muerte, se puso en el Hospital de Treviso una placa con la siguiente inscripción: «A la hermana Bertilia Boscardin, alma escogida y de bondad heroica, quien durante varios años alivió como un ángel el sufrimiento humano en este hospital ...» El pueblo empezó a acudir a la tumba de la hermana Bertilia en Treviso. Sus restos fueron más tarde trasladados a Vicenza, donde Dios obró por su intercesión muchas curaciones. Fue beatificada en 1952, en presencia de algunos miembros de su familia y de varios pacientes a los que había asistido, y el papa Juan XXIII la canonizó el 11 de mayo de 1961.
Véase F. Talvacchia, Suor Bertilla Boscardin (1923) ; P. Savoldelli, Soavi rimembranze (1939) ; y E. Federici, La b. M. Bertilla Boscardin (1952) . El autor de esta última obra aprovechó los documentos del proceso de beatificación.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Más que buscar “actos de amor”, busca amar en cada acto
Lucas 12, 49-53. Jueves XXIX tiempo ordinario. Ciclo C. No he venido a traer paz-
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Por esta vida en que todo viene y va, detienes Tú mi bote para invitarme a descansar. Hoy quiero una pausa, estar contigo, junto a Ti. Señor, te amo.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Señor, me he preguntado tantas veces si mi entrega es plena. Si en verdad te lo estoy dando todo. Si correspondo a tu corazón. Creo que la respuesta es doble. Por un lado, jamás podré “satisfacer” las exigencias de tu amor, de la misión, de la extensión de tu Reino. Por otro lado, sí lo puedo hacer.
Un corazón lleno de infinito amor, que grita “cuánto desearía que ya estuviera ardiendo el fuego en la tierra” puede ser correspondido por un corazón pobre como el mío. El tuyo se da plenamente con su infinitud, y el mío plenamente con su pequeñez, también. Y esto es mi esperanza, esto es mi consuelo.
Hoy quiero entregarme plenamente. Conozco mis exigencias cotidianas y en qué te puedo servir. Dame un corazón lleno de amor como el tuyo, que más que buscar “actos de amor”, busca amar en cada acto; y así, poco a poco, surgen de hecho otros nuevos.
Me pongo en tus manos y en las manos de María, mi Madre. Y con el alma llena de confianza renuevo mi promesa de serte fiel en la entrega generosa de mi trabajo, mis deberes, mi familia, mis amigos, apostolado o en aquello en que debo renovar mi amor.
“No es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios”.
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de agosto de 2013).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscar si he caído en la rutina en algún aspecto de mi vida y renovar mi amor en oración.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Eucaristía, signo de unidad de la Iglesia
El pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el Cuerpo de Cristo?
La Eucaristía es signo de la unidad de la Iglesia. Es signo por varias cosas:
* Participamos de una mesa. Si participamos, si comemos de una mesa se da por razón de la mesa, una unidad simbólica entre todos los comensales.
* Además, la comida es el pan formado por muchos granos y sin embargo es uno, simboliza la unidad de la Iglesia; muchos miembros, pero una sola Iglesia. El vino formado por muchos racimos, sin embargo, es un solo vino; simboliza la unidad de la Iglesia formada por muchos y sin embargo, es una sola.
* Y aún la misma asamblea -sobre todo cuando esa asamblea toma el signo en plenitud, que es cuando está presidida por el Obispo-, esa asamblea es signo de la unidad de la Iglesia porque está el Obispo, están los sacerdotes, están los diáconos, están los distintos ministros, cada uno desempeñando distintas funciones, con distintos poderes y sin embargo no son distintas cosas, sino son "una sola cosa" en el Señor. Entonces la Eucaristía es signo de la Unidad de la Iglesia.
A lo que quiero referirme brevemente ahora, es a la Eucaristía no solamente como signo, sino a la Eucaristía como "causa" de la unidad de la Iglesia, es decir, que es la Eucaristía la que crea la unidad, la produce, la realiza.
¿Por qué "causa"? Porque si el sacramento de la Eucaristía, como hemos visto, significa la unidad, siendo sacramento, que es signo eficaz, produce lo que significa.
No hay ninguna duda de que la Eucaristía significa la unidad. ¿Es sacramento? Entonces produce la unidad, porque el sacramento es signo sensible y eficaz de la gracia invisible. Significa unidad, causa unidad.
Por eso el texto de San Pablo en la Primera a los Corintios: "un cuerpo somos los que somos muchos, puesto que de un pan participamos".
¿En qué radica la eficacia unitiva del Pan Eucarístico? Lo expresa el Apóstol versículos antes: "el pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el Cuerpo de Cristo?".
La Comunión con Cristo crea la comunión de todos entre sí. Pongamos como ejemplo alguna breve aplicación: en estos momentos Juan Esteban mientras realiza su tratamiento en Mendoza está más unido a nosotros y nosotros a Juan Esteban por unirnos más a Cristo, la Cabeza. Nosotros al recibir a Jesús, la Cabeza, al unirnos más con la cabeza, nos unimos más con los miembros del cuerpo. Y lo mismo podemos decir de los Padres que están en China, que están en Rusia, o que están en Egipto o en donde sea. No solamente los padres que nosotros conocemos, sino otros misioneros, otros sacerdotes, que están pasando por momentos de dificultad, algunos a lo mejor al punto de tener que sufrir el martirio.
El Papa en Sta. Marta: ‘Para conocer a Jesús no basta solo con el catecismo’
En la homilía de este jueves, el Santo Padre explica que para entrar en el misterio de Cristo es necesario oración, adoración y reconocerse pecador
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Necesitamos oración, adoración y reconocernos pecadores para conocer realmente a Jesús. Así lo ha indicado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada este jueves en Santa Marta. Asimismo, ha reconocido que el catecismo no es suficiente para comprender la profundidad del misterio de Cristo.
Haciendo referencia a la Carta de San Pablo a los Efesios, de la primera lectura del día, el Santo Padre ha recordado que el apóstol pide que “el Espíritu Santo dé a los Efesios la gracia de ser fuertes, robustecerse, hacer que Cristo habite en sus corazones”.
Así, el Santo Padre ha observado que Pablo se sumerge “en el mar inmenso que es la persona de Cristo”. Pero, “¿cómo podemos conocer a Cristo?” “¿cómo podemos comprender el amor de Cristo que supera cualquier conocimiento?” De este modo ha explicado que “Cristo está presente en el Evangelio, leyendo el Evangelio conocemos a Cristo”. Al respecto ha precisado que el catecismo “nos enseña quién es Cristo” pero esto “no es suficiente”. Por eso ha afirmado que “para ser capaz de comprender cuál es la amplitud, la grandeza, la altura y la profundidad de Jesucristo, es necesario entrar en un contexto de oración de rodillas, como hace Pablo: ‘Padre, envíame el Espíritu para conocer a Jesucristo’”.
En esta misma línea, el Pontífice ha explicado que para conocer realmente a Cristo, “es necesaria la oración”. Pablo “no solo reza, adora este misterio que supera todo tipo de conciencia y en un contexto de adoración pide esta gracia al Señor”. Por eso ha reconocido que no se conoce al Señor sin esta costumbre de adorar, de adorar en silencio. Al respecto, el Santo Padre ha observado que, cree que esta oración de adoración es la menos conocida por nosotros y la que menos hacemos. “Perder el tiempo, me permito decir, delante del Señor, delante del misterio de Jesucristo. Adorar. Y allí en silencio, el silencio de la adoración. Él es el Señor y yo lo adoro”. También ha subrayado que para conocer a Cristo es necesario tener “conciencia de nosotros mismos”, “la costumbre de acusarnos a nosotros mismos”, de “llamarnos pecadores”. De este modo, ha asegurado que “no se puede adorar sin acusarse a sí mismo”. Para entrar en este “mar sin fondo, sin orillas” que es el misterio de Jesucristo, son necesarias estas cosas. Primero, la oración: ‘Padre, envíame el Espíritu para que él me conduzca a conocer a Jesús”. Segundo: la adoración lmisterio, entrar en el misterio adorando. Y tercero, acusarse a sí mismo: ‘soy un hombre de labios impuros’.Finalmente, el Pontífice ha pedido que “el Señor nos dé esta gracia que Pablo pide para los Efesios también a nosotros, esta gracia de conocer y ganar a Cristo”.
¿Todo esto del Perdón es verdaderamente real?
La confesión no es otra cosa que una fuente desbordante de misericordia
Dame tu miedo y yo te devolveré la paz. Este es el pensamiento que venía a mi mente después de ver el hermoso video sobre el sacramento de la confesión (el enlace está al final del presente artículo). No por casualidad el Papa Francisco hace pocos días ha decidido proclamar un Jubileo de la misericordia para el año 2016. Qué falta nos hace seguir reverenciándonos ante la infinita misericordia y el perdón amoroso del Señor hacia el pecador arrepentido. Todos somos pecadores, todos necesitamos perdón, todos hemos sentido en nuestro corazón el peso de nuestras faltas y el miedo de acercarnos al confesionario. Pero este video nos ayuda a recordar lo sencillo y al mismo tiempo sobrecogedor que resulta el momento de acercarnos al sacramento de la reconciliación.
El intercambio es este: nosotros damos nuestro miedo, la tristeza por nuestras faltas, la vergüenza, el dolor, y Jesús nos devuelve la paz, la tranquilidad de nuestra conciencia, la certeza del amor de Dios.
Para todas aquellas personas que aún tienen miedo de acercarse a este sacramento, o que los detienen las falsas ideas que llenaban la mente del joven al comienzo de este video, recordemos que la confesión no es otra cosa que una fuente desbordante de misericordia, un abrazo amoroso del Padre, un retorno al hogar, al corazón de Jesús.
Pidámosle al Señor que en este tiempo de cuaresma nos ayude a acercarnos a este sacramento con un corazón verdaderamente arrepentido, y que encontrándonos con su presencia real en el perdón de nuestros pecados podamos salir renovados y con el firme propósito de esforzarnos cada día por ser como Él. Repitamos las palabras de la antífona que nos sugería hace poco el Papa Francisco: “Danos Señor un corazón semejante al tuyo”.