Saber juzgar los signos de los tiempos

Evangelio según San Lucas 12,54-59. 

Jesús dijo a la multitud: "Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo." 

San Malco de Maronea

San Malco, monje
Conmemoración de san Malco, monje, del que san Jerónimo expuso por escrito el testimonio de su ascesis y de su vida en Maronea, cerca de Antioquía de Siria.

Los datos que poseemos sobre san Malco proceden de san Jerónimo, quien afirma haberlos oido de labios del propio santo. Hallándose en Antioquía, hacia el año 375, san Jerónimo visitó la ciudad de Maronia, que distaba unos cincuenta kilómetros, y conoció allí a un anciano muy piadoso llamado Malco (Malek). Interesado por lo que había oído contar sobre él, san Jerónimo interrogó personalmente a Malco, quien le refirió su historia. Había nacido en Nísibis y era hijo único. Desde muy joven, determinó consagrarse enteramente a Dios. Como se sintiese inclinado a casarse, huyó inmediatamente al desierto de Kalkis para reunirse con unos ermitaños. A los pocos años, se enteró de la muerte de su padre y pidió permiso a su abad para ir a consolar a su madre. El abad no vio con buenos ojos el proyecto y advirtió a Malco que se trataba de una sutil tentación del demonio. Malco insistió en que había heredado de su padre algún dinero con el que pensaba contribuir al ensanchamiento del monasterio, pero el abad, que era un hombre de Dios y sabía a qué atenerse, no se dejó persuadir y rogó a su joven discípulo que renunciase al proyecto. Sin embargo, Malco pensó que tenía el deber de ir a consolar a su madre y partió en contra de la voluntad de su abad.

La caravana en la que viajaba Malco fue atacada por los beduinos, entre Alepo y Edesa, y uno de los cabecillas lo tomó prisionero junto con una joven y condujo a ambos al corazón del desierto, más allá del Eufrates. Alli Malco se vio obligado a pastorear los rebaños del beduino, cosa que no le desagradaba. Naturalmente no le gustaba vivir entre gentiles, bajo el terrible sol del desierto al que no estaba acostumbrado. Pero, como él decía: «parecíame mi suerte muy semejante a la del santo Jacob y a la de Moisés, ya que ambos habían sido pastores en el desierto. Me alimentaba de dátiles, queso y leche. Oraba incesantemente en mi corazón y solía cantar los salmos que había aprendido entre los monjes». El amo de Malco, que estaba muy satisfecho con él, pues los esclavos no eran ordinariamente tan obedientes y fáciles de manejar como aquel prisionero, decidió buscarle una compañera. Un miembro de una tribu errante del desierto no podía comprender que un hombre determinase libremente permanecer célibe, ya que los jóvenes que aún no se habían casado, estaban obligados a vivir como criados en la tienda de otro hombre, puesto que únicamente las mujeres podían hacer los trabajos domésticos para atender a los hombres. Cuando el beduino ordenó a Malco que contrajese matrimonio con su compañera de cautiverio, éste se alarmó, dado que era monje y sabía que la joven era casada. Sin embargo, según parece, la joven no se oponía al proyecto. Pero cuando Malco declaró que estaba dispuesto a suicidarse antes que contraer matrimonio, la joven, herida en su amor propio (pues la naturaleza humana es siempre la misma a través de los siglos), le dijo que no tenía el menor interés por él y que podían simplemente fingir que estaban casados para complacer a su amo. Así lo hicieron, por más que la situación no satisfizo del todo a ninguno de los dos. Malco confesó a san Jerónimo: «Llegué a querer a esa mujer como a una hermana, pero sin poder tenerle la confianza que se tiene a una hermana».

Un día en que Malco se entretenía en observar un hormiguero, se le vino a la cabeza la idea de que la vida ordenada y laboriosa de los monjes se asemejaba mucho a la de una colonia de hormigas. Ese recuerdo le entristeció mucho, pues recordó cuán feliz había sido entre los monjes. Aquélla misma noche, al volver del pastoreo, dijo a su compañera que estaba decidido a huir. Ella, que quería también ir a reunirse con su marido, resolvió partir con Malco. Así pues, ambos huyeron juntos una noche, llevando sus provisiones en dos pellejas de cabra. Inflando las pellejas, consiguieron atravesar el Eufrates. Pero, al tercer día de marcha, divisaron a su amo y a otro hombre, que venían en su busca, jinetes en sendos camellos. Inmediatamente se escondieron cerca de la entrada de una caverna. El amo de Malco, imaginando que se habían refugiado allí, envió a su compañero a buscarlos. Como éste no volviese, el beduino penetró en la caverna y tampoco volvió a salir. ¡Cuál no sería el asombro de Malco y su compañera cuando vieron salir de la caverna una leona con su cachorro en el hocico y dentro encontraron a los dos beduinos muertos! Inmediatamente se apoderaron de los camellos y partieron con la mayor rapidez posible.

Al cabo de diez días, llegaron a un campamento romano en Mesopotamia. El capitán, a quien refirieron su historia, los envió a Edesa. San Malco retornó más tarde a su ermita de Kalkis y fue a terminar sus días en Maronia, donnde le conoció san Jerónimo. Su compañera de cautiverio no consiguió encontrar a su marido. Entonces, acordándose del amigo con el que había compartido tantas penas y que la había ayudado a escapar, fue a establecerse cerca de él, sin impedirle el servicio de Dios y de sus prójimos. Ambos murieron a edad muy avanzada.

En Acta Sanctorum, oct., vol. IX, puede verse el texto de san Jerónimo ampliamente comentado. Un monje de Canterbury, Reginaldo (quien falleció hacia 1110), compuso varios poemas sobre san Malco; cf. The Oxford Book of Medieval Latin Verse (1928), pp. 73-75, y p. 221, núm. 50. En Classical Bulletin, 1946 (Saint Louis, U.S.A.), pp. 31-60, puede verse el texto y una traducción inglesa. Dichos poemas son de poco valor histórico, ya que fueron compuestos probablemente con miras a la edificación. 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Juan Pablo II (1920-2005), papa Carta apostólica Novo millenio ineunte, 6-01-2001, § 55-56

Saber juzgar los signos de los tiempos

En un contexto de pluralismo cultural y religioso remarcable, tal como se prevé en la sociedad del nuevo milenio, es importante el diálogo interreligioso para asegurar las condiciones de paz y alejar el espectro espantoso de las guerras de religión que han ensangrentado tantos períodos de la historia humana. El nombre del Dios único debe llegar a ser cada vez más eso que es, un nombre de paz y un imperativo de paz. 

Pero este diálogo no se puede fundar sobre el indiferentismo religioso, y los cristianos tenemos el deber de desarrollarlo ofreciendo el testimonio lleno de esperanza que poseemos (1P 3,15)… Pero nuestro deber misionero de anunciar a Cristo no nos impide entrar en el diálogo con el corazón profundamente abierto a la escucha. En efecto, sabemos que frente al misterio de la gracia, infinitamente rico en dimensiones e implicaciones para la vida y la historia del hombre, la Iglesia misma no acabará nunca de profundizar en su búsqueda, apoyándose en la asistencia del Paráclito, el Espíritu de la verdad (Jn 14,17) que ha de conducirla, precisamente, a la plenitud de la verdad (Jn 16,3). 

Este principio está en la base, no sólo de la inagotable profundización teológica de la verdad cristiana, sino también del diálogo cristiano con las filosofías, las culturas, las religiones. A menudo, el Espíritu de Dios, que “sopla donde quiere” (Jn 3,8), suscita en la experiencia humana universal, a pesar de las numerosas contradicciones de ésta última, signos de su presencia que ayudan a los mismos discípulos de Cristo a comprender de manera más profunda el mensaje del que son portadores. ¿No es, acaso, con esta actitud de apertura humilde y confiada que el Concilio Vaticano II se comprometió a “leer los signos de los tiempos”? (Gaudium et spes, §4). Entregándose cuidadosamente a un discernimiento atento para recoger los “signos verdaderos de la presencia o del designio de Dios” (§11), la Iglesia reconoce que, no solamente ha dado, sino que “ha recibido de la historia y de la evolución del género humano” (§44). También el Concilio invita a adoptar, en la relación con las demás religiones, esta actitud de apertura y, al mismo tiempo, de discernimiento atento.

Dios habla aquí y ahora.
Lucas 12, 54-59. Viernes XXIX tiempo ordinario. Ciclo C, Los signos de los tiempos

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, hoy quiero escuchar tu palabra que me quiere decir algo muy importante. Quiero hacer silencio a todo lo que me inquieta. Quiero dejar a un lado lo que yo quiero para escuchar tu voluntad. Así como tu madre, la Virgen María, supo escuchar y cumplir con perseverancia tu voluntad, así quiero hacerlo. A veces no es fácil, pero sé que lo que Tú quieres para mí es lo que más me conviene. Por eso te pido, Jesús, que me ilumines en este rato de oración para encontrar tu voluntad y que me des la fuerza para cumplirla hasta el final. 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Muchas veces vamos de aquí para allá haciendo cosas. Tenemos tantas ocupaciones que puede pasar que nos olvidamos de Dios. Es decir, olvidamos escucharlo. Sí, tenemos muchas ideas hermosas de Dios, pero a lo largo del día seguimos nuestros planes y no sabemos ver la mano de Dios en cada acontecimiento. O puede pasar que nos demos cuenta de lo que nos pide el Señor en un determinado momento, pero, tal vez, no le damos mucha importancia. O simplemente miramos a otro lado porque sabemos que eso que tenemos que hacer es muy difícil.

¿Qué pasa cuando mis planes se rompen? Podemos pensar, por ejemplo, cuando llega un pobre y nos pide dinero, cuántas veces podemos pasar de largo porque hay prisa y no tengo tiempo para el otro. O simplemente le doy una moneda, pero en el fondo no me interesa. ¿Qué pasa por mi mente cuando llego de trabajar y los hijos quieren que haga la tarea con ellos? Tal vez no tengo ganas de ver un problema de matemáticas o de hacer un análisis de un texto, pero ¿sé dejar a un lado mis gustos, para ayudar? Cuando hay algún familiar en el hospital y me piden ir a visitarlo, ¿sé darle un poco de mi tiempo?

En todos estos acontecimientos el Señor nos habla. Nos pide algo. Sin duda para la virgen María, estando embarazada, no fue fácil el viaje a Belén, pero supo ver más allá. Pudo haber criticado a Herodes, pero su actitud estuvo marcada por la fe humilde y pronta. No se quedó en el capricho de un rey sino que vio la mano de Dios en ese rey. Cuando supo que su prima Isabel estaba embarazada no dudó ni por un momento en ir a ayudarla. La vida de la Virgen María estuvo marcada por la escucha atenta de lo que Dios le iba diciendo por medio de los acontecimientos. No espero a que el ángel se le apareciese de nuevo a decirle qué era lo que tenía que hacer sino que supo vivir en la sencillez descubriendo la voz de Dios en cada acontecimiento.

El Señor, tal vez, no se nos aparecerá, pero sí nos hablará constantemente en la enfermedad propia o de un familiar, en el hambre de un pobre… En cada acontecimiento.

“Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un cristiano a mitad de camino, es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe tomar en consideración su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación. En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. Que el Espíritu Santo reavive en todos nosotros la memoria cristiana”.

(Homilía de S.S. Francisco, 9 de junio de 2014).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy no diré  “no” a nadie. Si no tengo mucho tiempo, diré con mucha amabilidad que tengo que irme, pero si tengo tiempo lo daré con generosidad a los demás. Recibiré a los demás con una sonrisa y si alguien me hace enfadar me controlaré antes de responder con un gesto de enfado o con una mala palabra. Pensaré que Tú vives en mi prójimo, por más desagradable que me parezca, y lo serviré como lo haría contigo.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Se puede "superar" el pasado?
Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.

Cada decisión, cada acto, queda escrito de modo indeleble en el camino de la propia vida y de la vida de quienes están cerca o lejos, en la marcha imparable de la historia humana.

A veces quisiéramos cancelar hechos o palabras pronunciadas en el pasado. Pero lo hecho, hecho está. Queda fijo, inmutable. Pesa sobre el presente y sobre el futuro de modos más o menos intensos, incluso dramáticos.

Frente al pasado, frente a los errores cometidos, ¿existe alguna terapia? ¿Es posible superar esos hechos terribles, esos pecados, que hieren el Corazón de Dios, que dañan a los hermanos, que nos carcomen internamente?

En un escrito autógrafo, titulado “Meditación ante la muerte”, el Papa Pablo VI miraba hacia el pasado con pesar, al ver aquellas acciones “defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas” que constituían parte de su existencia.

Si eso escribe un Papa, ¿qué podré decir yo? Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.

Pero sabemos que el pasado, aunque insuprimible, puede ser “superado” desde la potente misericordia de un Dios que busca salvar a cada uno de sus hijos. Para ello, sólo necesito abrirme a la gracia, acudir al Médico para suplicar la salvación.

La experiencia del perdón, el don de la misericordia en el sacramento de la confesión, se convierte en motivo para renovar la esperanza, para levantarme del polvo, para ponerme bajo una mirada que no condena, sino que rescata.

“Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11). Las palabras de Cristo a la mujer sorprendida en adultero también valen para mi vida.

Es entonces cuando puedo repetir aquellas otras palabras de Pablo VI en el texto antes citado: “Y luego, finalmente, un acto de buena voluntad: no mirar más hacia atrás, sino cumplir con gusto, sencillamente, humildemente, con fortaleza, como voluntad tuya, el deber que deriva de las circunstancias en que me encuentro. Hacer pronto. Hacer todo. Hacer bien. Hacer gozosamente: lo que ahora Tú quieres de mí, aun cuando supere inmensamente mis fuerzas y me exija la vida. Finalmente, en esta última hora”.

El Papa en Sta. Marta: ‘Humildad, dulzura y magnanimidad para construir la unidad en la Iglesia’
En la homilía de este viernes, el Santo Padre explica que “sin humildad no hay paz y sin paz no hay unidad”

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha ofrecido tres puntos claves para construir la unidad en la Iglesia. Humildad, dulzura y magnanimidad. Durante la homilía de la misa celebrada en Santa Marta, el Santo Padre ha exhortado a los cristianos a rechazar los celos, las envidias y las luchas. De este modo, el Santo Padre haciendo referencia al “Paz a vosotros” para subrayar que este saludo del Señor “crea un vínculo”, un vínculo de paz. Un saludo que “nos une para hacer la unidad del espíritu”. Por eso ha señalado que si no hay paz, si no somos capaces de saludarnos en el sentido más amplio de la palabra, tener el corazón abierto con espíritu de paz, “nunca habrá unidad”. Así, Francisco ha recordado que esto vale “para la unidad en el mundo, la unidad en las ciudades, en los barrios, en las familias”. El espíritu del mal –ha advertido– siembra guerras, siempre. Celos, envidias, luchas, chismorreos… son cosas “que destruyen la paz y por lo tanto no puede ser la unidad”. Y ¿cómo es el comportamiento de un cristiano para la unidad, para encontrar esta paz? Pablo lo dice claramente: ‘comportaos de forma digna, con humildad, dulzura y magnanimidad’.

Al respecto, el Santo Padre ha asegurado que no se puede dar la paz sin humildad. “Donde hay soberbia, siempre hay guerra, siempre las ganas de ganar al otro, de creerse superior. Sin humildad no hay paz y sin paz no hay unidad”, ha asegurado. Por otro lado, el Pontífice ha observado que hemos “olvidado la capacidad de hablar con ternura, nuestro hablar es gritarnos. O hablar mal de los otros… no con dulzura”. La dulzura, sin embargo, “tiene un núcleo que es la capacidad de soportarse los unos a los otros”.

Es necesario tener paciencia, “soportar los defectos de los otros, las cosas que no gustan”. En tercer lugar el Santo Padre ha hablado de la magnanimidad. Corazón grande que “tiene capacidad para todos y no condena, no se encoge con las pequeñeces”.
Y esto hace el vínculo de la paz, esta es la forma digna de comportarse para hacer el vínculo de la paz que es creador de unidad. “Creador de unidad es el Espíritu Santo, favorece, prepara la creación de la unidad”, ha recordado.

Esta –ha precisado– es la forma digna de la llamada del misterio al que estamos llamados, el misterio de la Iglesia. De este modo, el Papa ha invitado a retomar el capítulo 13 de la Carta a los Corintios que “nos enseña cómo hacer espacio al Espíritu, con qué actitudes nuestras para que Él haga unidad”. Así, ha explicado que el misterio de la Iglesia es el misterio del Cuerpo de Cristo. “Una sola fe, un solo bautismo”. Esta es la unidad que Jesús ha pedido al Padre para nosotros que nosotros debemos ayudar a hacer, esta unidad, con el vínculo de la paz”. Y el vínculo de la paz –ha asegurado el Pontífice– crece con la humildad, con la dulzura, con el soportarse el uno al otro, y con la magnanimidad. Finalmente, ha invitado a pedir que el Espíritu Santo “nos dé la gracia no solo de entender, sino de vivir este misterio de la Iglesia, que es un misterio de unidad”.

Conocer y mostrar la belleza de la familia cristiana 

La familia a la luz de la Biblia y en la Iglesia
¿Qué se puede hacer para que se conozcan y se vivan mejor los aspectos centrales de la familia cristiana?

La familia a la luz de la Biblia

1. La familia a la luz de la Biblia. La belleza del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia se descubre en el libro del Génesis. Ahí se presenta al hombre y a la mujercreados por Dios a su imagen y semejanza, quienes, al acogerse mutuamente, se reconocen hechos el uno para el otro. Mediante la procreación de los hijos, el hombre y la mujer son colaboradores de Dios, recibiendo y transmitiendo la vida. Luego su responsabilidad se extiende a custodiar la creación y hacer crecer la familia humana. De esta manera –afirma el documento de manera gráfica– el amor matrimonial es espejo del amor divino, según aparece bellamente en el Cantar de los Cantares y los profetas.

Desde el punto de vista cristiano este proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia se enriquece, al recibir un nuevo impulso y profundidad por medio de la predicación y la vida de Jesús. Jesús vivió y creció en la familia de Nazaret, y participó en las bodas de Caná, donde enriqueció la celebración con el primero de sus milagros. 

El Nuevo Testamento le presenta como el Esposo, por su entrega de amor a la Iglesia y a través de ella a la humanidad. Esta entrega se manifestó y consumó en la cruz y en la resurrección.

Y la fuerza, la gracia y la misericordia de Dios se transmiten en el sacramento del matrimonio para que los esposos puedan lograr ese proyecto de ser “una sola carne”, capaces de amarse y ser fieles para siempre.

“Por lo tanto –se subraya en el texto–, la medida divina del amor conyugal, a la que los cónyuges están llamados por gracia, tiene su fuente en ‘la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado’ (Evangelii gaudium, 36), corazón mismo del Evangelio. El amor divino asume en ellos el amor humano con todas sus consecuencias, en plenitud de belleza: “Unidos por un vínculo sacramental indisoluble, los esposos viven la belleza del amor, de la paternidad, de la maternidad y de la dignidad de participar así en la obra creadora de Dios”. En el sacramento reciben el don de colaborar, con su amor esponsal y con la tarea de la procreación y educación de los hijos, en la misión de la Iglesia.  

En los documentos de la Iglesia
2. En los documentos de la Iglesia aparece la belleza de este proyecto con toda claridad. El Concilio Vaticano II define el matrimonio como comunidad de vida y amor, arraigada y vivificada por la presencia de Cristo y de su Espíritu (cf. GS 48-49) frente a las diversas formas de reduccionismo presentes en la cultura contemporánea. Y a la familia se la presenta como “Iglesia doméstica” (Iglesia del hogar o pequeña Iglesia), como para subrayar la relación entre la Iglesia y la familia, pues ésta la manifiesta de modo genuino.

Después del Concilio, el Magisterio de los pontífices ha seguido esta misma línea.

Pablo VI puso de relieve el vínculo íntimo entre amor conyugal y fecundidad o procreación (ver su encíclica Humanae vitae).

San Juan Pablo II explicó que la familia es “camino” principal de la Iglesia: ofreció una visión de conjunto sobre la vocación al amor del hombre y de la mujer, propuso las líneas fundamentales para la pastoral de la familia y para la presencia de la familia en la sociedad, y describió cómo los esposos son enriquecidos por el Espíritu Santo para vivir su llamada a la santidad (cf. Catequesis sobre el amor humano (*)Carta a las familias, de 1994, y Exhortación Familiaris consortio, de 1981).

Benedicto XVI recalcó que “el matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano” (enc. Deus caritas est, 11). El amor es principio de vida en la sociedad, abre a los esposos a darse a los hijos, procurando su bien, y así es principio de experiencia para que todos se abran al bien común (cf. enc. Caritas in veritate, 44).

Francisco ha afirmado que la fe cristiana, “hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (enc. Lumen fidei, n. 53).

¿Qué se puede hacer para que este proyecto sea más conocido y mejor vivido?

3. Conocimiento de la Biblia y del Magisterio sobre el matrimonio y la familia. Basado en las encuestas correspondientes, el documento observa, respecto a la Biblia, que “queda mucho por hacer para que tal enseñanza se convierta en el fundamento de la espiritualidad y la vida de los cristianos” y un juicio similar valdría para los documentos magisteriales. Para ello propone:

- que se mejore la formación del clero y la calidad de la predicación en estos temas (convendrá tenerlo presente en los cursos de formación permanente);

- que se procure que los fundamentos bíblicos del matrimonio y de la familia estén más presentes en la formación y educación de los cristianos (habría que concretar esto tanto en la enseñanza escolar como en la catequesis);

- que se muestre sobre todo el valor humano y existencial de las verdades de la fe y de los documentos de la Iglesia sobre estos aspectos(es decir, cómo realmente pueden ayudar a los matrimonios, iluminar y animar la atención hacia los niños, los jóvenes, los ancianos, etc., e impulsar el papel humanizador y evangelizador de las familias);

- que se expliquen mejor algunas cuestiones desde el respeto a toda vida humana, poniendo de relieve los problemas que se plantean en algunas prácticas y conductas, como sucede en torno al control de los nacimientos, el divorcio y las nuevas nupcias, la homosexualidad, la convivencia, la fidelidad y las relaciones prematrimoniales, la fecundación in vitro, etc. (todo ello debe ser explicado con claridad y caridad);

- que esta formación se inscriba cada vez mejor en “una auténtica experiencia cristiana”, que incluye el encuentro personal y comunitario con Cristo en la Iglesia (quizá este es uno de los puntos por donde habría que comenzar);

- que se procure una “mayor integración entre espiritualidad familiar y moral”; es decir, una formación que ayude a buscar la santidad y las virtudes precisamente en el cuidado y atención a la familia y en su aportación a la sociedad, y teniendo en cuenta los valores sociales y morales que se aprecian en las culturas locales (este es un punto clave que implica fomentar la oración personal y familiar, contando con la vida sacramental: la Confirmación a los ya bautizados, la Eucaristía, la Confesión sacramental, etc.);

- que se estudie cómo superar el contraste entre los valores cristianos y los que propugna la cultura dominante: hedonismo y relativismo, materialismo e individualismo, fragilidad de las relaciones interpersonales, rechazo a los compromisos, y otras propuestas de la “cultura del descarte” y de lo “provisional” (aquí habría que mostrar las deficiencias de estos planteamientos frente a la plenitud de lo humano, tal como lo presenta el mensaje del Evangelio);

- que se ayude a superar la desconfianza creada por las ideologías ateas en muchos países, y también algunasdificultades propias de culturas tribales y tradiciones ancestrales, como la poligamia;

- que se dediquen a la formación sobre el matrimonio y la familia más recursos humanos y económicos; 

- que se cuente, tanto a nivel local como internacional, con el apoyo de centros académicos especializados –como el Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia– y que se profundice en la“teología del cuerpo”;

- que se cuide especialmente la educación de los jóvenes, sobre todo por parte de los padres (educación que comienza por su propio testimonio);

- y que se mejore el acompañamiento formativo de las parejas que se preparan al matrimonio.

Como se observa, no se puede decir que falten sugerencias. Con la ayuda del sínodo, con la oración, el estudio y el diálogo, hemos de ver cómo se articulan estas y otras propuestas de modo orgánico y eficaz. 

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