Nuestro verdadero hogar
- 02 Noviembre 2016
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Fieles difuntos Memoria litúrgica, 2 de noviembre
Conmemoración de todos los fieles difuntos. La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud en celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe sólo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha del pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna.
Un poco de historia
La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.
Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.
Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.
A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.
Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.
La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. "No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos".
Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.
Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)
Costumbres y tradiciones. El altar de muertos
Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.
Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.
Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.
Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban.
La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.
Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.
El difunto ese día se convertía en el "huésped ilustre" a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.
Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.
La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.
El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.
Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.
Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.
El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imagen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.
El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.
Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.
Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.
La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:
1) La Iglesia Purgante, conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.
2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.
3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.
Conmemoración de todos los fieles Difuntos
Con estos hermanos nuestros, que Hoy detenemos nuestra consideración y nuestra oración en nuestros hermanos, los fieles difuntos que están en el Purgatorio.
“2 de Noviembre – Conmemoración de todos los fieles difuntos”
Ayer hemos celebrado a todos los santos (no sólo los del Cielo, sino también los del Purgatorio y los de la Tierra (Iglesia triunfante, purgante y militante).
Hoy detenemos nuestra consideración y nuestra oración en nuestros hermanos, los fieles difuntos que están en el Purgatorio. Con estos hermanos nuestros, que "también ha sido partícipes de la fragilidad propia de todos ser humano, sentimos el deber - y la necesidad - de ofrecerles la ayuda afectuosa de nuestra oración, a fin de que cualquier eventual residuo de debilidad humana, que todavía pudiera retrasar su encuentro feliz con Dios, sea definitivamente borrado" (Juan Pablo II).
En el Cielo no puede entrar nada manchado. Por eso el alma que está afeada por las faltas y pecados veniales no puede entrar a la presencia de Dios: para llegar a la felicidad eterna es preciso estar purificado de toda culpa. El Cielo no tiene puertas, y cualquiera que desee entrar puede hacerlo, porque Dios es todo misericordia, y permanece con los brazos abiertos para admitirlos en su gloria. Pero tan puro es el ser de Dios que si un alma advierte en sí el menor rastro de imperfección, y al mismo tiempo ve que el Purgatorio ha sido puesto para borrar tales manchas, se introduce en él, y considera un gran regalo que se le permita purificarse de esta forma. El mayor sufrimiento de esas almas es el de haber pecado contra la bondad divina y el no haberse purificado en esta vida. De modo que el purgatorio no es un “infierno menor", ni una especie de "campo de concentración" en el más allá, sino la antesala del Cielo, donde el alma se purifica y esclarece. ¿Y qué es lo que hay que purificar el Purgatorio?
Nuestros pecados veniales, que tanto retrasan la unión con Dios; las faltas de amor y delicadeza con el Señor; la inclinación al pecado, adquirida en la primera caída y aumentada por nuestros pecados personales... Además, las faltas y pecados perdonados en la Confesión dejan en el alma una deuda insatisfecha, un equilibrio roto, que exige ser reparado en esta vida (indulgencia y penitencia) o en la otra (Purgatorio). Además, las disposiciones de los pecados ya perdonados muchas veces siguen enraizadas en el alma hasta la hora de la muerte.
Al morir, el alma las percibe con absoluta claridad, y tendrá por el deseo de estar con Dios, un anhelo inmenso de liberarse de estas malas disposiciones... El Purgatorio se presenta así como la única y gran oportunidad para alcanzar la pureza definitiva.
Las almas del Purgatorio ya son bienaventuradas, en cuanto que ya están salvadas y – tarde o temprano - entrarán al Cielo, al encuentro festivo con Dios; por eso la llamamos "Benditas Almas del Purgatorio". Pero ellas necesitan de nuestra ayuda, que es tan valiosa, que puede acortar e incluso poner fin a este tiempo de purificación.
¿Cómo ayudarlas?
En primer lugar, la Santa Misa, que tiene un valor infinito, es lo más importante que tenemos para ofrecer por las almas del Purgatorio (¡Por eso estamos ahora aquí!); también las indulgencias (¡quiera Dios que recordemos siempre esta saludable doctrina de la Iglesia!); nuestras oraciones (especialmente, el Santo Rosario); pero también el trabajo, el dolor, las contrariedades, etc. todo ofrecido por amor y con amor.
De modo particular hemos de rezar por nuestros parientes y amigos. Y nuestros padres y antepasados deben ocupar siempre lugar de honor en estas oraciones.
Estas almas, cuando alcanza al Cielo, ¿Podrán acaso olvidarse de aquellos con cuya ayuda lo alcanzaron? ¡Qué hermoso es que podamos hacernos amigos de algunas personas porque los ayudamos - desde aquí abajo - a entrar en el Cielo! ¡Quién sabe cuántos "amigos" nos estaremos ganando ahora en el más allá! Entonces, podremos, al irnos de este lugar, pensar: "mis buenas amigas, las almas del Purgatorio..." La Conmemoración de todos los fieles difuntos es una oportunidad grande para renovar nuestra fe en la resurrección de los muertos; en la eternidad dichosa que nos espera en el Cielo; en la comunión de los santos que debemos ejercitar cada día, pidiendo la intercesión de los santos del cielo (como le hacíamos ayer) e intercediendo ante Dios con nuestras oraciones, mortificaciones, limosnas y obras de caridad por los santos que aún están el Purgatorio. Porque (IIº Macabeos 12,34-43): "es muy Santo y saludable rogar por los difuntos, para que se vean libres de sus pecados". Que el Señor reciba el humilde ruego que le presentamos por manos de María Santísima, hoy, con más fuerzas que nunca: "Concédeles, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz que no tiene fin. Descansen en paz”.
Amén
Oración por nuestros difuntos
Señor, Maestro Bueno,
recibe en tu paz a los que mueren, especialmente a aquellos
con quienes estamos ligados por la justicia y el amor:
nuestros parientes, bienhechores, hermanos de comunidad y amigos.
Te pedimos por las personas que en el mundo tuvieron mayor responsabilidad:
los sacerdotes, los gobernantes de las naciones, las autoridades religiosas,
las personas consagradas a tu servicio.
Te pedimos también por los que mueren abandonados sin la asistencia sacerdotal,
y luego son olvidados por todos.
Por las víctimas de los accidentes de tránsito, por los suicidas,
y los que mueren a causa del odio entre los hermanos.
Por los niños inocentes, cuyas vidas fueron cercenadas antes de nacer.
Te pedimos por todos aquellos que se entregaron con un amor grande
a Ti y a los hombres.
Jesús Maestro, recíbelos pronto a todos en la felicidad de tu Reino,
por mediación de María. Amén
Mito 1: Rezar por los difuntos y el símbolo de la cruz son contrarias a la Biblia
La Biblia, el Magisterio y La tradición son los fundamentos de la Teología Católica.
MITO: DE TODAS LAS TRADICIONES del SER HUMANO enseñadas y practicadas por la iglesia Católica, que son contrarias a la Biblia, de las más antiguas son los rezos para los muertos y el símbolo de la cruz. Ambas tradiciones comenzaron 300 años después de Cristo... GLAD.
2 Macabeos 12, 43ss. «Y habiendo recogido dos mil dracmas por una colecta, los envió (Judas Macabeo) a Jerusalén para ofrecer un sacrificio por el pecado, obrando muy bien y pensando noblemente de la resurrección, porque esperaba que resucitarían los caídos, considerando que a los que habían muerto piadosamente está reservada una magnífica recompensa; por eso oraba por los difuntos, para que fueran librados de su pecado”
Refutación y Argumentos Católicos
Lo fundamental aquí no es si Macabeos es inspirado o no. Lo fundamental es que ese libro, que aparece en la versión de los LXX, utilizada por Pablo, y citado por Pablo mismo, habla de oraciones por los difuntos, y lo más interesante es que Pablo, quien utilizó la versión que contenía ese libro, jamás condenó tal práctica.
De todas formas, queda patente que la práctica de orar por los difuntos, no nació 300 años después de Cristo, como asegura la mitología protestante.
El símbolo de la cruz no se remonta tampoco al 300 después de Cristo. Recordemos el crucifijo de burla del Palatino que se encuentra en el museo de las Termas de la ciudad de Roma. Aparece un solado romano, cristiano, postrado de rodillas ante un crucifijo con rostro de asno. Con el comentario sarcástico "Alexámenos adora a su Dios". Puede apreciarse este epígrafe en el libro de Holzner, San Pablo, Heraldo de Cristo (Herder Barcelona 1964, imagen No. 33). Holzner comenta esta prefiguración en la p 434 de dicha obra: "El célebre crucifijo de burla del Palatino, una caricatura garrapateada en la pared por los estudiantes paganos del colegio imperial, en que se ridiculiza a un condiscípulo cristiano Alexámeno, que adora a un crucifijo con la cabeza de asno, es sin duda una prueba de que el cristianismo había hallado entrada ya muy pronto entre los que habitaban en el Palatino".
El Papa en el día de los difuntos: ‘La tristeza se une a la esperanza de la Resurrección’
El Papa, en el cementerio romano de Prima Porta
El Papa colocó un ramo de flores en una de las tumbas abandonadas
Misa de difuntos de Francisco: "A la tristeza le ponemos flores, signo de esperanza"
"También todos nosotros, antes o después, tenemos que hacer este camino"
José Manuel Vidal, 02 de noviembre de 2016 a las 17:30
Con la certeza, salida de los labios de Jesús: 'Yo lo resucitaré en el último día
(José M. Vidal).- Misa del Papa Francisco por los fieles difuntos, especialmente por los que nadie recuerda, en el cementerio Prima Porta, el mayor de Roma. Allí, como un simple cura, predicó a los fieles presentes, recordándoles que a la tristeza del día de difuntos "le ponemos flores, signo de esperanza" y que Cristo fue el primero en hacer este camino que, todos, antes o después, seguiremos.
Misa sencilla y sentida en el cementerio flaminio. Concelebra con el, entre otros, el cardenal Vallini, asi como el capellán del camposanto. El 'De profundis' introduce la celebración eucarística.
Un pequeño altar, presidido por una pequeña cruz y una imagen de madera de la Virgen. Antes de inciar la eucaristía, Francisco coloca un pequeño ramo de rosas amarillas en una de las tumbas abandonadas del cementerio.
La primera lectura del libro de Job. La segunda, de Pablo a los Romanos. El Evangelio de San Juan: "La voluntad del que me ha enviado es que no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo resucite en el último día".
Algunas frases de la homilía improvisada del Papa
"Job estaba en la oscuridad"
"El día de fieles difuntos nos recuerda a los nuestros que se fueron y nuestro futuro"
"A esta tristeza le ponemos flores, como un signo de esperanza"
"La tristeza se mezcla con la esperanza. Esto es lo que sentimos hoy en esta celebración"
"La memoria de los nuestros y la esperanza"
"Una esperanza que nos ayuda, porque también nosotros tenemos que hacer este camino. Todos nosotros, antes o después, pero todos"
"Con dolor, pero con la flor de la esperanza"
"La esperanza en la Resurrección no defrauda"
"El primero que hizo este camino fue Jesús"
"El que nos ha abierto la puerta es Él mismo: Jesús" "Nos abrió la puerta de la esperanza"
"Memoria del pasado y del futuro"
"Con la certeza, salida de los labios de Jesús: 'Yo lo resucitaré en el último día'"
Después de la misa el Papa se dirigió a las Grutas Vaticanas, donde rezó ante las tumbas de los antiguos Papas, entre ellos San Pedro.
El cementerio Flaminio, Prima Porta, se consagró en el año 1941. Está considerado como uno de los grandes ejemplos de arquitectura funeraria contemporánea. Posee 140 hectáreas de extensión y es el cementerio más grande de Italia con 35 kilómetros de calles internas. Su particular arquitectura y la disposición de sus tumbas, a lo largo de vías semicirculares, hacen de él un lugar turístico que atrae tanto a amantes del arte como de la historia, pues aquí se han enterrado a algunos italianos ilustres.
Las Grutas Vaticanas se encuentran en los sótanos de la basílica de San Pedro, justo entre el suelo del actual templo y el suelo de la antigua basílica construida por el emperador Constantino el Grande, del siglo IV.
En ella se encuentran numerosas capillas dedicadas a santos, dentro de las cuales hay tumbas de varios Papas y de reyes y reinas de países de Europa. Los entierros más antiguos datan del siglo X.
El punto más sagrado de las Grutas, y del complejo vaticano, es la tumba del apóstol san Pedro, en el interior de un tabernáculo del siglo IV construido por orden de Constantino
Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
Conmemoración de todos los fieles difuntos
Muramos con Cristo, y viviremos con él Del libro de san Ambrosio, obispo, sobre la muerte de su hermano Sátiro
Libro 2,40. 41. 132. 133
Vemos que la muerte es una ganancia, y la vida un sufrimiento. Por esto, dice san Pablo: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Cristo, a través de la muerte corporal, se nos convierte en espíritu de vida. Por tanto, muramos con él, y viviremos con él.
En cierto modo, debemos irnos acostumbrando y disponiendo a morir, por este esfuerzo cotidiano, que consiste en ir separando el alma de las concupiscencias del cuerpo, que es como irla sacando fuera del mismo para colocarla en un lugar elevado, donde no puedan alcanzarla ni pegarse a ella los deseos terrenales, lo cual viene a ser como una imagen de la muerte, que nos evitará el castigo de la muerte. Porque la ley de la carne está en oposición a la ley del espíritu e induce a ésta a la ley del error. ¿Qué remedio hay para esto? ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias. Tenemos un médico, sigamos sus remedios. Nuestro remedio es la gracia de Cristo, y el cuerpo presa de la muerte es nuestro propio cuerpo. Por lo tanto, emigremos del cuerpo, para no vivir lejos del Señor; aunque vivimos en el cuerpo, no sigamos las tendencias del cuerpo ni obremos en contra del orden natural, antes busquemos con preferencia los dones de la gracia. ¿Qué más diremos? Con la muerte de uno solo fue redimido el mundo. Cristo hubiese podido evitar la muerte, si así lo hubiese querido; mas no la rehuyó como algo inútil, sino que la consideró como el mejor modo de salvarnos. Y, así, su muerte es la vida de todos.
Hemos recibido el signo sacramental de su muerte, anunciamos y proclamamos su muerte siempre que nos reunimos para ofrecer la eucaristía; su muerte es una victoria, su muerte es sacramento, su muerte es la máxima solemnidad anual que celebra el mundo. ¿Qué más podremos decir de su muerte, si el ejemplo de Cristo nos demuestra que ella sola consiguió la inmortalidad y se redimió a sí misma? Por esto, no debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación para todos; no debemos rehuirla, puesto que el Hijo de Dios no la rehuyó ni tuvo en menos el sufrirla. Además, la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como remedio. En efecto, la vida del hombre, condenada, por culpa del pecado, a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar fin a estos males, de modo que la muerte resituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia. Nuestro espíritu aspira a abandonar las sinuosidades de esta vida y los enredos del cuerpo terrenal y llegar a aquella asamblea celestial, a la que sólo llegan los santos, para cantar a Dios aquella alabanza que, como nos dice la Escritura, le cantan al son de la cítara: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! ¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento; y también para contemplar, Jesús, tu boda mística, cuando la esposa en medio de la aclamación de todos, será transportada de la tierra al cielo –a ti acude todo mortal–, libre ya de las ataduras de este mundo y unida al espíritu. Este deseo expresaba, con especial vehemencia, el salmista, cuando decía: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida y gozar de la dulzura del Señor.
Oración
Escucha, Señor, nuestras súplicas, para que, al confesar la resurrección de Jesucristo, tu Hijo, se afiance también nuestra esperanza de que todos tus hijos resucitarán. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago y mártir Sin miedo a la muerte PL 4, 583s (Tratado sobre la peste, 15-26)
Nuestro verdadero hogar
Hemos de pensar, hermanos amadísimos, y reflexionar sobre lo mismo: que hemos renunciado al mundo y que vivimos aquí durante la vida como huéspedes y viajeros (He 11,13). Abracemos el día que a cada uno señala su domicilio, que nos restituye a nuestro reino y paraíso, una vez escapados de este mundo y libres de sus lazos. ¿Quién, estando lejos, no se apresura a volver a su patria? ¿Quién, a punto de embarcarse para ir a los suyos, no desea vientos favorables para poder abrazarlos cuanto antes? Nosotros tenemos por patria el paraíso, por padres a los patriarcas.
¿Por qué, pues, no nos apresuramos y volvemos para ver a nuestra patria, para poder saludar a nuestros padres? Nos esperan allí muchas de nuestras personas queridas, nos echan de menos una multitud de padres, hermanos, hijos, seguros de su salvación, pero preocupados todavía por la nuestra. ¡Qué alegría tan grande para ellos y nosotros llegar a su presencia y abrazarlos, qué placer disfrutar allá del reino del cielo sin temor de morir y qué dicha tan soberana y perpetua con una vida sin fin! Allí el coro glorioso de los apóstoles, allí el grupo de los profetas gozosos, allí la multitud de innumerables mártires que están coronados por los méritos de su lucha y sufrimientos, allí las vírgenes que triunfaron de la concupiscencia de la carne con el vigor de la castidad, allí los galardonados por su misericordia, que hicieron obras buenas, socorriendo a los pobres con limosnas, que, por cumplir los preceptos del Señor, transfirieron su patrimonio terreno a los tesoros del cielo.
Corramos, hermanos amadísimos, con insaciable anhelo tras éstos, para estar enseguida con ellos; deseemos llegar pronto a Cristo. Vea Dios estos pensamientos, y que Cristo contemple estos ardientes deseos de nuestro espíritu y fe; Él otorgará mayores mercedes de su amor, a los que tuvieren mayores deseos de Él.
A Dios no se le mueren sus hijos
Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.
Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.
Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente «nueva». Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la «vida eterna». Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que «el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman».
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una «novedad» que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida «preparada» por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: «Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado» (Salmo 25,1-2).
POEMAS A LA MADRE MUERTA 2. Sigue viva en el hijo
30.10.16 @ 14:10:00. Archivado en Origen de la vida, Espiritualidad, Iglesia, Poesía
Rastreando por internet sobre el tema de la muerte, descubrí un emocionado texto del sacerdote jesuita Jesús Juan Díaz Villar que, al fallecer su madre de 85 años, pronunció una intensa homilía, de la que seleccionaremos algunos párrafos que nos introduzcan con serenidad en el sentido profundo de los poemas que hoy nos acompañan:
“La muerte es cruel, es un viaje sin retorno de alguien que no quería marcharse, ni dejarnos… A mamá ya no le podemos escribir, ni visitar, ni llamar por teléfono… No sabemos dónde está… ¡nos parece mentira!...
La muerte es un túnel oscuro, negro…; nos preguntamos si habrá algo más que túnel, si de verdad existirá una salida, o si todo terminó en aquella tumba…”
Más adelante escuchamos: “La muerte es misterio, y con la pura razón no tenemos respuesta alguna… Por eso nos deja desconcertados, perplejos e impotentes. No, nuestra razón no puede ir más allá. Tropezamos con la losa fría de su tumba, sin poder continuar...”
MAMÁ NO HA MUERTO DEL TODO
Ciñéndonos al sentimiento central de los versos que presentamos a continuación, seleccionaremos algunas sugeridoras frases de gran belleza y dignidad:
“En cada uno de nosotros está vivo el recuerdo de mi madre. Está vivo como historia, es el amor que puede más que ese túnel negro y misterioso con el nombre de muerte. Pero no es sólo en el recuerdo donde vive mamá. El recuerdo podría ser simplemente fantasía. Mamá vive realmente en cada uno de nosotros…”
“Mamá vive en cada uno de nosotros, llevamos su sangre. Caminamos, actuamos y no nos damos cuenta de que también en nosotros siguen viviendo mamá y papá. Pero no fue sólo la sangre y unos genes lo que nos dieron en el pasado. Ellos siguen viviendo en nosotros en toda una constelación de vida, gestos, valores y costumbres."
"Cuando vosotros habláis, educáis, amáis, besáis y abrazáis a vuestros hijos, también hay algo de mamá y papá, de los abuelos, en vuestras palabras y actitudes… También ellos los están amando, hablando, son sus brazos en los vuestros, quienes acogen y aman a vuestros hijos. No, mamá no es sólo añoranza y recuerdo, es también vida que se expresa de otro modo en nosotros. Y esto no es fantasía.”
Si os gustaría conocer la homilía completa, pulsar aquí.
SOY YO QUIEN TE SONRÍE, QUIEN TE MUEVE LAS MANOS
Poema espléndido de una desconocida muchacha de 18 años son los versos de “Unidad”, que sucede inmediatamente a “¿Dónde voy yo, Dios mío?”, que tanto celebró Juan Ramón Jiménez que así cerró su juicio crítico sobre “Mara”, el inicial poemario de Pilar Paz Pasamar: “Esta chica es genial". Se identifica la poeta jerezana con su madre hasta el extremo de cerrar así estos versos, refiriéndose al encuentro existencial de madre e hija, más allá de la muerte: “Y nos daremos juntas, madre mía, tan juntas / que Dios no pueda nunca distinguir si eres una / o somos dos, a una, las que nos hemos muerto.” En el segundo verso del poema, “Te has ido dando como la luna sobre el agua…” el verbo dar parece sinónimo de amor, entrega. Y en “nos daremos juntas, madre mía” del final parece sugerir la identificación unitiva de madre e hija más allá del amor edípico, en la transvida.
UNIDAD
Madre, tú eres ya, no tuya, sino mía.
Te has ido dando como la luna sobre el agua.
Toda tu claridad se ha reflejado
inmensa sobre mi alma.
Madre, ya no eres tú, tu risa no es tu risa,
soy yo quien te sonríe, quien te mueve las manos,
quien te vive y respira por ti. Ya no eres tú,
madre mía, has fijado
tu claridad lo mismo
que la luna en el lago.
En mí tu imagen flota, reposa, duerme, gira,
en una completísima unidad que nivelan
tu carne con mi carne, tus ojos con mis ojos,
tu pena con mi pena.
Y tu fin -extinguirte sonriendo- es el mío.
¡Tu fin! Allá en lo alto te esperará una estrella.
Yo te sujetaré con mis manos, tan jóvenes,
más arriba del mar, más arriba del tiempo,
y nos daremos juntas, madre mía, tan juntas,
que Dios no pueda nunca distinguir si eres una
o somos dos, a una, las que nos hemos muerto.
Y YO TE LLEVO OCULTA, FECUNDA, PERMANENTE...
La infancia de Roberto Cabral fue muy triste: con solo dos años perdió a su padre, con quince a la madre, y tuvo que cuidar como jefe de familia a sus dos hermanas, habiendo heredado negocios ruinosos. Sus versos, tan biográficos siempre, reflejan, con hondura y pasión amorosa, la ausencia –que es también presencia– sobre todo de la madre (“ni llanto, ni cicatriz, ni olvido”).
Es emocionante el sentimiento de permanencia, de salvación, de una madre que se despide, in extremis, del hijo, pero se siente prolongada en la aventura existencial de su propia sangre. En el poema de hoy, “Se dijo que una madre ha muerto”, la vivencia es contraria: el hijo se dirige a la madre invisible, pero cercana. Con ojos de Roberto la madre mira hoy. Con la voz de Roberto la madre habla hoy. Y sigue viva con su vitalidad. ¿Está muerta la madre? De ninguna manera: vive en el hijo, como vivió el hijo huésped en su materna entraña... Ella es el tronco del árbol de la vida, su hijo ramaje nuevo, “alto sostén de nidos...”
SE DIJO QUE UNA MADRE HA MUERTO
Recuerdo no; ni llanto, ni cicatriz ni olvido.
Vida viva en mi llama y en mi fe y en mi fuerza.
Hoy, como antaño huésped en tu materna entraña,
los dos con una única voluntad aferrándonos,
los dos soñando fieles nuestro cabal destino.
Años hace que nadie percibe tu presencia,
como si hubieras muerto como un muerto cualquiera.
Fuiste, por todos ellos, enterrada y llorada,
llorada y olvidada... como los muertos de ellos.
Y yo te llevo oculta, fecunda, permanente,
más viva en mí, doliente, por el amor transida.
–¿Ciega...?
–Mis ojos miran
para los ojos tuyos.
–¿Muda...?
–Mi voz –tus voces
eternas– florecida.
–¿Inmóvil...?
–Y yo todo
vibración, ritmo, vuelo
de tu inicial impulso.
–¿Muerta...?
–¡Y el hijo vive!
Sueña, canta, palpita, que yo gozo tus gozos.
Vivo la verdadera vida tuya en mi vida.
Eres mi tronco firme, yo tu ramaje nuevo,
arpa del viento, sombra y alto sostén de nidos.
El amor es más fuerte que la muerte
Lucas 23, 44-46. 50. 52-53; 24, 1-6, Conmemoración de los fieles difuntos.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por esta nueva oportunidad que me das para estar contigo. Te quiero, y por ello estoy delante de Ti para acompañarte, hablarte y conocerte más. Vengo ante Ti confiado en que atenderás mi oración y me concederás lo que más necesito en este momento. Creo en Ti y en tu Palabra que jamás engaña, que siempre me es fiel. Señor aumenta mi fe, esperanza y caridad.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Hoy la Iglesia me ofrece este día el recuerdo de todos los fieles difuntos para encomendarlos en este rato de oración. Por ello, Señor, no quiero dejar de lado esta intención que pongo en tus manos.
El Evangelio que hoy me presentas me recuerda los momentos centrales de mi fe cristiana: tu muerte y tu resurrección. Puede ser que ya me haya acostumbrado a estos hechos tan importantes de mi vida. Podría, Señor, en este tiempo de oración detenerme a considerar cómo es que de verdad esto ha sucedido. ¡Verdaderamente moriste y resucitaste por mí! No es una fábula, un invento o un mito. Es una realidad. Eres el Dios que me amó hasta el extremo de dar la vida por mí.
Con frecuencia veo en varias partes un crucifijo, pero ya poco dice a mi vida. Aquella terrible imagen ha pasado a formar parte de las miles de imágenes que observo día tras día. Aunque no lo quisiera, Señor, me he acostumbrado a verte crucificado. Podría en este rato tomar un crucifijo en mis manos y tan solo mirarte allí clavado por amor a mí. ¡Por mí!
¡Cuánto amor descubro en estos hechos! Pensar que no te bastó para demostrarme tu amor el bajar del cielo y hacerte como una de tus creaturas, hacerte hombre. Un ser humano como yo. Pero para Ti era todavía demasiado poco y decidiste pasar tres años en la enseñanza de cómo debía de vivir para alcanzar la vida eterna.
Y fuiste aún más allá. Me amabas tanto que quisiste dar tu vida por mí, en mi lugar, a cambio mío y sufrir una muerte dolorosa y terrible. Pero el amor es más fuerte que la muerte y por ello no te podías quedar en el sepulcro. La fuerza del amor por mí te llevó a levantarte de la tumba y salir vivo a buscarme y esperar mi amor.
Gracias, Señor, por haberme redimido y por haber resucitado. ¡Qué triste sería nuestra vida si todo terminara con la cruz! Pero estás vivo y cerca de mí. Tú me prometes una resurrección en la cual pueda recibir tu amor y amarte sin medida.
«No olvidemos las obras de misericordia espirituales: aconsejar a los que dudan, enseñar a los ignorantes, advertir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente a las personas molestas, rezar a Dios por los vivos y los difuntos. Como ven, la misericordia no es “buenismo”, ni un mero sentimentalismo. Aquí se demuestra la autenticidad de nuestro ser discípulos de Jesús, de nuestra credibilidad como cristianos en el mundo de hoy.»
(Mensaje del Papa Francisco para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, 2015)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré un misterio del rosario por las personas que he conocido y han fallecido en este último año.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
El Santo Padre: recibir a los migrantes con prudencia, para darles casa, estudio y trabajo
(ZENIT – Roma).- Hay que recibir a los refugiados, pero es necesario también darles casa, escuela y trabajo. Lo indicó el papa Francisco este domingo por la tarde en el vuelo de regreso de Suecia, conversando en el avión con los periodistas. El Papa respondió también sobre el sacerdocio femenino, el encuentro que tuvo con el presidente de Venezuela; la secularización en occidente y el Grupo Santa Marta contra la trata de personas, entre otros temas. Sobre la migración indicó que “no es humano cerrar puertas y corazones a los refugiados” pero “es necesaria la prudencia” para que una vez que han sido recibidos se pueda ofrecerle lo necesario para su integración. Y comentó que en los países europeos hay reacciones o miedo, incluso quienes temen que los refugiados amenacen la identidad cristiana. El Papa señaló que como argentino y sudamericano, agradece a Suecia por la acogida que ha dado a sus compatriotas, a los chilenos, uruguayos y otros en la época de las dictaduras militares. Y más aún, porque además ha sabido integrarlos, dando escuela y trabajo inmediatamente. Indicó que los nuevos suecos son casi el 10 por ciento de la población, y que es necesario distinguir entre migrante y refugiado. Que el migrante debe ser tratado con ciertas reglas, porque migrar es un derecho y está muy regulado. En cambio, el refugiado viene de situaciones de angustia, hambre, guerra terrible, y su estatus requiere más atención. ¿Qué pienso sobre los países que cierran las fronteras? Se interrogó, y respondió que en teoría no se puede cerrar el corazón a un refugiado. Que el país con posibilidades de integrar tiene que hacer más, pero que es imprudente y recibir a más personas de los que pueden ser integrados y que esto se paga políticamente.
El peor consejero para hacer cerrar las fronteras es el miedo, dijo, y el mejor consejero es la prudencia. Pidió también evitar que se formen guetos y reiteró su solicitud para favorecer la integración.
Comentario a la liturgia – conmemoración de los fieles difuntos Ciclo A
Textos: Job 19, 1.23-27; Rm 5, 5-11; Juan 6, 37-40
Idea principal: La muerte es la puerta que nos abre la eternidad y al encuentro con Dios. ¡No tengamos miedo! Síntesis del mensaje: Si ayer, festividad de todos los santos, contemplábamos con alegría a tantos y tantos hermanos nuestros que tras haber pasado de este mundo al Padre gozan ya de la gloria de Dios, hoy nos fijamos, con ánimo agradecido, en aquellos hermanos que, habiendo cruzado ya el umbral de la muerte, esperan de la misericordia divina la apertura para ellos de las puertas del reino. Con la muerte no acaba todo, sino que comienza la vida plena en Dios y con Dios. Puntos de la idea principal:
En primer lugar, nada está tan cercano a la vida del hombre como la muerte. Y sin embargo, nuestro mundo parece ignorar este hecho. “Nuestras vidas son los ríos / que van a parar al mar, / que es el morir…” cantaba el poeta Jorge Manrique con razón, pero no con toda la razón, ya que nuestra meta no es la muerte sino la gloria. El Concilio Vaticano II dice (Gaudium et Spes 18) que el máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.
En segundo lugar, mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Ahí radica nuestra esperanza.
Finalmente, hoy hacemos nuestra oración y ofrecemos el sacrificio de la Misa por nuestros hermanos difuntos. “Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado” (2 Mac 12,46). La oración por los difuntos, anclada en la más profunda tradición cristiana se funda, queridos hermanos, en dos hechos fundamentales de nuestra fe: En primer lugar, rezamos por nuestros difuntos porque creemos en la resurrección. San Pablo en su primera carta a los corintios también se hace eco del tema y dice: “Cristo ha resucitado de entre los muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte. Porque lo mismo que por un hombre vino la muerte, también por un hombre ha venido la resurrección de los muertos. Y como por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo, todos retornarán a la vida” (1 Cor 15,20-22). En segundo lugar, rezamos por los muertos porque creemos en la comunión de los santos. Según el concilio, “todos, aunque en grado y formas distintas, estamos unidos en fraterna caridad y cantamos el mismo himno de gloria a nuestro Dios.
Porque todos los que son de Cristo y tienen su Espíritu crecen juntos y en El se unen entre sí, formando una sola Iglesia (cf. Ef., 4,16). Así que la unión de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes espirituales” (Lumen Gentium 49). Nos sentimos unidos con los difuntos, y rezamos por ellos, al igual que ayer reconocíamos la intercesión de todos los santos por nosotros.
Para reflexionar: ¿Tengo miedo a la muerte? ¿Por qué? ¿Cómo prepararme mejor para la muerte?
Para rezar: consciente de que el Dios vivo “no ha hecho la muerte, ni se complace en el exterminio de los vivos. Él lo creó todo para que subsistiese, y las criaturas del mundo son saludables” (Sab 1,13-14), pediré hoy a Dios: Señor, prepárame a bien morir. Aumenta mi fe y mi esperanza en Ti, Cristo, mi Redentor que estás vivo y me recompensarás al final de mi vida. Que al final de mi vida encuentre tus brazos amorosos donde descansar eternamente después de mi lucha y mis fatigas por cumplir tu Santa Ley y haberte amado a ti y a mis hermanos.