Hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente

Evangelio según San Lucas 15,1-10. 

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola:

"Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?

Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".

San Martín de Porres

San Martín de Porres, religioso

San Martín de Porres, religioso de la Orden de Predicadores, hijo de un español y de una mujer de raza negra, quien, ya desde niño, a pesar de las limitaciones provenientes de su condición de hijo ilegítimo y mulato, aprendió la medicina que, después, siendo religioso, ejerció generosamente en Lima, ciudad del Perú, a favor de los pobres. Entregado al ayuno, a la penitencia y a la oración, vivió una existencia austera y humilde, pero irradiante de caridad.

San Martín de Porres fue un mulato, nacido en Lima, capital del Perú, en 1579. Era hijo natural del caballero español Juan de Porres (o Porras según algunos) y de una india panameña libre, llamada Ana Velázquez. Martín heredó los rasgos y el color de la piel de su madre, lo cual vio don Juan de Porres como una humillación. Pero más tarde, tuvo el mérito de reconocer a Martín y a una hermana suya como hijos propios. A Martín lo dejó al cuidado de su madre, y el niño, que era despierto e inteligente, aprendió la profesión de barbero y adquirió conocimientos de medicina, mediante el trato con un cirujano. Durante algún tiempo, ejerció esta doble carrera, pero, sintiendo grandes deseos de perfección, pidió ser admitido como donado en el convento de los dominicos que había en Lima. Su misma madre apoyó la petición del santo y éste consiguió lo que deseaba cuando tenía unos quince años de edad.

En el convento su vida de heroica virtud fue pronto conocida de muchos, y su humildad era tan ejemplar, que se alegraba de las injurias que recibía, incluso alguna vez de parte de otros religiosos dominicos, como uno que, enfermo e irritado, lo trató de perro mulato. Otra vez, cuando el convento estaba en situación económica muy apurada, Fray Martín espontáneamente se ofreció al P. Prior para ser vendido como esclavo, ya que era mulato, a fin de remediar la situación.

Advirtiendo los superiores de Fray Martín su índole mansa y su mucha caridad, le confiaron, junto con otros oficios, el de enfermero, en una comunidad que solía contar con doscientos religiosos, sin tomar en consideración a los criados del convento ni a los religiosos de otras casas que, informados de la habilidad del hermano, acudían a curarse a Lima. Bastante trabajo tenía el joven hermano, pero no por eso limitaba su compasión a los de su orden, sino que atendía muchos enfermos pobres de la ciudad. El día 2 de junio de 1603, después de nueve años de servir a la orden como donado, le fue concedida la profesión religiosa y pronunció los votos de pobreza, obediencia y castidad.

Juntaba a su abnegada vida una penitencia austerísima: se llagaba con disciplinas crueles o se maltrataba con dormir debajo de una escalera unas cuantas horas y con apenas comer lo indispensable. Añadía a esto un espíritu de oración y unión con Dios que lo asemejaba a otros grandes contemplativos. Se le vio repetidas veces en éxtasis y, alguna levantado en el aire muy cerca de un gran crucifijo que había en el convento.

Se sabe que Fray Martín y santa Rosa de Lima, terciaria dominica, se conocieron y trataron algunas veces, aunque no se tienen detalles históricamente comprobados de sus entrevistas. Si es famoso el santo por sus virtudes, tal vez lo sea más por sus milagros y por la forma en que los hacía. Unas veces eran curaciones instantáneas, como la del novicio Fray Luis Gutiérrez, que se había cortado un dedo casi hasta desprendérselo; a los tres días tenía hinchados la mano y el brazo, por lo que acudió al hermano Martín, quien le puso unas hierbas machacadas en la herida. Al día siguiente, el dedo estaba unido de nuevo y el brazo enteramente sano. En cierta ocasión, el arzobispo Feliciano Vega, que iba a tomar posesión de la sede de México, enfermó de algo que parece haber sido pulmonía, y mandó llamar a Fray Martín. Al llegar éste a la presencia del prelado enfermo, se arrodilló, mas él le dijo: «levántese y ponga su mano aquí, donde me duele». «¿Para qué quiere un príncipe la mano de un pobre mulato?», preguntó el santo. Sin embargo, durante un buen rato puso la mano donde lo indicó el enfermo y, poco después, el arzobispo estaba curado. Otras veces, a la curación añadía la prontitud con que acudía al enfermo, pues bastaba que éste tuviera deseo de que el santo llegara, para que éste se presentase a cualquier hora. Muchas veces, entraba por las puertas cerradas con llave, como pudo comprobarlo el maestro de novicios, quien personalmente guardaba la llave del noviciado, pues, habiendo estado Fray Martín atendiendo a un enfermo, salió del noviciado y volvió a entrar sin abrir las puertas. El asombrado maestro comprobó que estaban perfectamente cerradas. Alguien le preguntó: «¿Cómo ha podido entrar?» El santo respondió: «Yo tengo modo de entrar y salir».

Enfermero al mismo tiempo que hortelano herbolario, cultivaba las plantas medicinales de que se valía para sus obras de caridad y también desempeñaba el oficio de distribuidor de las limosnas que algunas veces recogía, en cantidades asombrosas, parte para socorrer a sus propios hermanos en religión y parte para los menesterosos de toda clase que había en la ciudad.

Su amabilidad se extendía hasta los animales; hay en su biografía escenas semejantes a las que se narran de san Francisco y de san Antonio de Padua. Por ejemplo, cuando después de disciplinarse, los mosquitos lo atormentaban con sus picaduras, y fue a que Juan Vázquez lo curase, éste le dijo: «Vámonos a nuestro convento, que allí no hay mosquitos». Y Fray Martín respondió: «¿Cómo hemos de merecer, si no damos de comer al hambriento?» «¡Pero hermano, estos son mosquitos y no gentes!» «Sin embargo, se les debe dar de comer, que son criaturas de Dios», respondió el humilde fraile. Es típico el caso de los ratones que infestaban la ropería y dañaban el vestuario. El remedio no fue ponerles trampas, sino decirles: «Hermanos, idos a la huerta, que allí hallaréis comida». Los ratones obedecieron puntualmente, y Fray Martín cuidaba de echarles los desperdicios de la comida. Y sí alguno volvía a la ropería, el santo lo tomaba por la cola y lo echaba a la huerta, diciendo: «Vete adonde no hagas mal».

Sus conocimientos no eran pocos para su época y, cuando asistía a los enfermos, solía decirles: «Yo te curo y Dios te sana». A los sesenta años, después de haber pasado cuarenta y cinco en religión, Fray Martín se sintió enfermo y claramente dijo que de esa enfermedad moriría. La conmoción en Lima fue general y el mismo virrey, conde de Chinchón, se acercó al pobre lecho para besar la mano de aquél que se llamaba a sí mismo perro mulato. Mientras se le rezaba el Credo, Fray Martín, al oír las palabras «Et homo factus est», besando el crucifijo expiró plácidamente. Fue canonizado el 6 de mayo de 1962 por el Papa Juan XXIII, quien profesaba gran devoción por el santo.

El P. Van Ortroy empleó en el caso de Martín de Porres un método sin precedentes en Acta Sanctorum, ya que publicó su artículo, que es bastante completo, en idioma vernáculo, en vez de en latín: El P. B. de Medina testificó sobre Martín de Porres ante la comisión apostólica en 1683; su testimonio fue traducido al italiano para que pudiese usarse en la C.R.S. de Roma y, el P. Van Ortroy reprodujo esa traducción. Véase también With Bd. Martin (1945), pp. 132-168; Fifteenth Anniversary Book (1950), pp. 130-158 (publicaciones del «Blessed Martín Guild» de Nueva York, editadas por el P. Norbert Georges), donde se encontrará la traducción de las deposiciones de diez testigos en el proceso apostólico. San Martín es, en los Estados Unidos y en otros países, el patrono de las obras que promueven la armonía entre las razas y la justicia interracial; por ello existen varias biografías de tipo popular, como la de J. C. Kearns (1950).

fuente: Web de la Orden de Predicadores

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San Martín de Porres es muy popular en toda América. No sólo ejerce el atractivo que han ejercido siempre los sencillos cuando el Señor ha querido glorificarlos, sino que su misma persona constituye todo un símbolo. Nacido en Lima (Perú) como hijo natural de un caballero español y de una mulata en 1579, representa entre los santos a los «coloured men» del Nuevo Mundo, a ese pueblo de gentes de color que se ven dolorosamente humillados por su condición de negros.

Era Martín enfermero cuando entró como terciario laico en el convento de Dominicos de Lima, en el que fue recibido a la profesión (1603) siguió ejerciendo su profesión dentro del convento para con sus hermanos. El cuidado que ponía por los enfermos se extendía aun a los animales: perros, gatos, pavos, y aun ratones, eran objeto de su solicitud.A Martín le agradaba el ayuno y la oración: sobre todo el orar de noche, a ejemplo de Jesús. En la oración obtenía grandes luces que hacían maravillosas sus lecciones de catecismo. Su vida entera, oculta y radiante a un mismo tiempo se desarrolló dentro de un mundo lleno de ángeles y demonios en el que Martín conservó siempre una perfecta serenidad. Murió en 1639.

Oremos  
Señor, Dios nuestro, que llevaste a San Martín de Porres a la gloria celestial, por medio de una vida escondida y humilde, concédenos seguir de tal manera sus ejemplos, que merezcamos, como él, ser llevados al cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Juan María Vianney (1786-1859), presbítero, cura de Ars 

Sermón para el III domingo después de Pentecostés, 1º sobre la misericordia

Hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente

La conducta que Jesucristo tuvo durante su vida mortal, nos muestra la grandeza de su misericordia para con los pecadores. Vemos que todos ellos se acercan a hacerle compañía, y él, lejos de rechazarlos o por lo menos alejarse, al contrario, hizo todo lo posible para encontrarse entre ellos, con el fin de atraerlos hacia su Padre. Los va a buscar por los remordimientos de conciencia, los hace volver por su gracia y los gana con sus modales amorosos. Los trata con tanta amabilidad, que incluso los defiende ante los escribas y fariseos que quieren culparlos, y que parecen que no querer el sufrimiento de Jesucristo.

Va incluso más allá: quiere justificar su conducta hacia ellos con una parábola que retrata, de la mejor manera, la grandeza de su amor por los pecadores, diciéndoles: " Un pastor que tenía cien ovejas, habiendo perdido una, deja a todas las demás y va corriendo a buscar a la que se había perdido, y, habiéndola encontrado, se la pone sobre sus hombros para ahorrarle las dificultades del camino. Entonces, después de devolverla a su redil, invitó a todos sus amigos para que se alegraran con él, por haber encontrado la oveja que estaba perdida».Y añadió también esta parábola de una mujer que tiene diez monedas de plata y habiendo perdido una, enciende la lámpara para buscar en cada rincón de su casa, y habiéndola encontrado, invita a todos sus amigos para que se alegren con ella. "Por ello, dijo, que el cielo entero, se alegra por el regreso de un pecador que se arrepiente y hace penitencia. Yo no he venido a salvar a los justos sino a los pecadores, los que están sanos no necesitan médico, sino los enfermos "(Lc 5,31-32). 

Vemos que Jesús aplica a sí mismo la imagen viva de la grandeza de su misericordia hacia los pecadores. ¡Qué suerte para nosotros saber que la misericordia de Dios es infinita! ¡Qué intenso deseo debemos sentir nacer en nosotros, que nos llevará a arrodillarnos a los pies de un Dios que nos recibirá con tanta alegría! humilde, concédenos seguir de tal manera sus ejemplos, que merezcamos, como él, ser llevados al cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Escuchar Tu corazón quisiera
Lucas 15, 1-10. Jueves XXXI. Tiempo ordinario, Ciclo C. La oveja perdida

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey Nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, tu Espíritu siempre me lleva a amar, a construir, a difundir el bien, la verdad, y su belleza. Enséñame a escucharte en mi interior, a permitirte entrar en mi corazón, a dejarte guiar mi vida. Seré dócil: con tu gracia lo seré.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A veces soy duro de juicio con quien hace el bien; y mi juicio llega a extenderse incluso a Dios, sin quizá darme cuenta. En mi interior, en mi corazón, pretendo comprenderlo todo, Dios mío. Sí, ésa es mi tendencia. Siento constantemente una inclinación a darme la razón; a veces hasta cuando yo mismo sé que podría equivocarme.

¿Por qué no tiendo a lo contrario? Es decir, quizá me he dedicado tantas veces a seguir mis pensamientos, sentimientos, tanto, que poco escucho otras voces, otras opiniones, otros corazones, y quizá tampoco el tuyo…

Contemplo sólo mi percepción, y no miro, no intento siquiera mirar el interior de mi prójimo. Sí, de ése, de aquél; todos son mi prójimo. Y quizá los juzgo, sin pensar que también son hombres, mujeres que buscan caminar en este mundo, encontrar su felicidad.

Si alguna vez conoceré lo que hubo en cada persona, qué deseos, qué pensamientos, qué intenciones, qué ilusiones, no lo sé. Pero sé que Tú me pides una cosa, Dios mío: seguir tu ejemplo. Qué modelo tan digno de imitar, no lo hay mayor que el tuyo, hijo de Dios, Cristo, Tú que no miraste las obras de tus hermanos en esta tierra, sino que apuntaste a sus corazones, ésa era tu única ilusión: que te conocieran a Ti para enseñarles la felicidad.
Mis fuerzas habrían de dirigirse entonces no tanto a ver si tengo o no razón en lo que pienso y siento; sino que más provecho haría si las dirigiera a imitar tu corazón. Acogiendo a toda alma, compartiéndole la dicha de tenerte, de buscarte a Ti, Señor.

«Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido». Sí, esa oveja, justamente ésa: la he encontrado y estoy feliz.

«Cuando nosotros pecadores nos convertimos y dejamos que nos encuentre Dios, no nos esperan reproches y asperezas, porque Dios salva, nos vuelve a acoger en casa con alegría y lo celebra. Jesús mismo en el Evangelio de hoy dice así: “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión”. Y os hago una pregunta: ¿habéis pensado alguna vez que cada vez que nos acercamos a un confesionario hay alegría en el cielo? ¿Habéis pensado en esto? ¡Qué bonito!»

(Ángelus de S.S. Francisco, 11 de septiembre de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy pensaré en una obra de caridad para aquellas personas a las que poco tendería a dar mi ayuda. La realizaré hoy.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Noviembre, mes para meditar
Este mes que nos llena de recuerdos de los seres que ya no podemos ver...

El día está desapacible....soledad en la Capilla, la luz roja parpadea y tu estás ahí Señor... y yo como siempre estoy frente a ti y no se por qué tengo un sentimiento de melancolía...debe ser el mes de noviembre. Este mes que nos llena de recuerdos de los seres que ya no podemos ver, lugares vacíos, ecos de voces queridas ... que ya no oímos, siluetas y rostros que llevamos en nuestro corazón, pero...que ya no están.

Es el mes en que se habla de la muerte y los crepúsculos tienen una luz mortecina y el viento que va arrancando las hojas de los árboles nos habla de la proximidad del invierno. Si tuviera color le pondríamos un tono gris, serio y formal, con pinceladas de color cobre y oro....

Es el mes en que el pensamiento de la muerte nos pone inquietos pero solo por unos días pues pronto nos liberamos de este, para seguir, con alegría inconsciente, sumergiéndonos en el bullicio de la vida.

Pensar, meditar en la muerte no nos gusta. No estamos preparados para ello y tan solo nos causa desasosiego. Sabemos que algún día llegará... Tu, Jesús, nos dices: Velad, porque no sabeís ni el día ni la hora. Estad alerta, para no ser sorprendidos.

La muerte ha de llegar, eso no cabe duda, pero tu Señor, nos trajiste la esperanza de la resurrección. Creer en que vamos a resucitar es algo que nos aligera el alma y que en realidad no es la muerte sino una transformación de la propia vida.

Y San Pablo nos dice en su primera carta a los corintios: Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?.Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que se durmieron

Esta fe es la que nos alimenta, Señor, y hace que tengamos una esperanza en esa muerte como la puerta hacia la otra vida, hacia la vida eterna.

Pero eso si, ese viaje a la eternidad nos obliga a tener listo "el equipaje", nos hace vivir día a día con el esfuerzo y la voluntad de ser mejores. No podemos despreciar el momento presente para obtener méritos que serán presentados ante tu Juicio, Señor.

Los seres queridos que se fueron nos impelen de mil formas y momentos a que preparemos "ese camino" y ese final de nuestra vida terrena, porque ellos ya saben que el gozo será infinito cuando traspasemos esa temida puerta de la muerte y podamos contemplar el rostro de tu amado Padre, el tuyo , el de tu Santísima Madre y también el de todos los que se nos adelantaron.
Mes de noviembre.... mes para meditar.

¿Sabes cuál es el valor de tu alma? 

Si fueras la única persona creada en todo el universo, Jesús tendría que derramar hasta la última gota de su Sangre Preciosísima para salvar tu alma inmortal. ¡Cuán preciosa y valiosa en verdad es tu alma ante los ojos de Dios Todopoderoso!

Santo Tomas de Aquino afirma que todo el mundo creado no iguala el valor de una sola alma inmortal, así de valioso eres para Dios

Todo el dinero, posesiones, casas, montañas, océanos, animales, toda la creación en sí tiene mucho menos valor que tu alma inmortal. Tu alma inmortal tiene un valor infinito. Nadie en el mundo puede sondear plenamente las profundidades del valor de una sola alma inmortal.¿Cómo sabemos esto? Jesús nos explica esto con mucha claridad: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su alma inmortal?” (Marcos 8,36)San Ignacio de Loyola lanzó ese pasaje bíblico como una flecha de fuego al joven, orgulloso y autosuficiente Francisco Javier, desafiando el futuro patrono de las misiones para hacer los Ejercicios Espirituales. Xavier hizo los Ejercicios Espirituales que transformaron su vida.

Sin embargo, fue esa ardiente y penetrante flecha de la boca y Sagrado Corazón del Señor Jesús, que rompió la resistencia de Xavier- "¿De qué aprovechará al hombre si gana todo el mundo, y pierde su alma en el proceso? "El Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, reitera el mismo mensaje. Aquino afirma que todo en el mundo creado no iguala a una sola alma inmortal Por un momento, entra en la contemplación natural, en la belleza de la naturaleza. Los hermosos cielos azules, las nubes color blanco puro, las hojas multicolores que florecen en otoño, las montañas cubiertas de nieve blanca, el brillante y luminoso arco iris que cruza el horizonte, olas poderosas y eternas estrellándose contra la costa, el águila majestuosa volando en las alturas, y el cielo pintado con una multitud de luces chispeantes. Todas estas bellezas y fenómenos naturales son un mero atisbo de la majestuosa belleza y grandeza de un alma inmortal. Un alma inmortal trasciende en grandeza a cualquier belleza natural que a simple vista se puede contemplar. Por esa razón, una vez a Santa Catalina de Siena le fue concedida una visión de un alma en estado de gracia y ella cayó de rodillas en éxtasis, aturdida por su belleza deslumbrante.Otra prueba de gran alcance para comprender el valor infinito de un alma inmortal es el celo apostólico que motivó a los santos en su trabajo, sacrificios, sufrimientos y su muerte. Los siguientes son algunos ejemplos de los santos y su hambre insaciable por la salvación de las almas que se encontraban extraviadas.

El Cura de Ars:
¿Por qué el Cura de Ars (San Juan María Vianney) pasaba de 13 a 18 horas en el confesionario día y la noche, en el frío del invierno y la humedad y calor abrasador del verano, confesando a los pecadores? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Por una simple razón: ¡el amor a Dios y el amor por lo que Dios más ama, la salvación de las almas inmortales! ¿Por qué iba a comer dos o tres papas al día, dormir tres horas batallando constantemente con el diablo en las noches y llorar lágrimas copiosas? Una sencilla razón: el amor a Dios y el amor por las almas inmortales. El patrón de los párrocos conocía profundamente el valor de un alma reconciliada con Dios por medio de la Sangre de Cristo aplicada cada absolución

San Pio de Pietrelcina
Una vez más, explícame por qué San Padre Pío de Pietrelcina, de buena gana aceptó los estigmas en 1918, mientras que estaba absorto en la oración. Sus manos y pies fueron perforados como los de su Amado y crucificado Señor y Salvador. El costado del Padre Pío fue traspasado, como lo fue el de Jesús traspasado el Viernes Santo por la lanza, del cual brotaron sangre y agua. Jesús prometió a este santo moderno que iba a tener esto estigmas durante cincuenta largos años y luego, al final de su vida desaparecerían.

¿Por qué el Padre Pío aceptó este dolor insoportable de los estigmas? Una vez se le preguntaron si le dolía, el santo respondió secamente que no eran decorativos. Padre Pío sufrió los estigmas imitando a su amado Salvador, al Señor Crucificado, pero también en reparación por los pecados y por la conversión de los pecadores. En otras palabras, San Pío ofreció de buena gana este sufrimiento por la salvación de las almas inmortales. ¡Él pagó un alto precio!

Los tres pastorcitos de Fátima
Más aún ¿por qué los tres pequeños pastores niños de Fátima (Lucía, Francisco y Jacinta) voluntariamente aceptaron sacrificios constantes que conllevaban un gran sufrimiento, a pesar de que no eran más que niños? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? La respuesta es la misma: su amor por el Sagrado Corazón de Jesús y por el Doloroso e Inmaculado Corazón de María y por amor a lo que Jesús y María más quieren en este mundo: las almas inmortales. La lista de los sacrificios a los que estos niños se sometieron a tan temprana edad hace tambalear la imaginación y muestra el poder del Espíritu Santo en la vida de las almas generosas.

Vamos a considerar simplemente los sacrificios de Jacinta Marto, la más joven de los tres videntes de Fátima. Lo que transformó radicalmente a los 3 niños, pero especialmente a Jacinta, fue la visión gráfica del Infierno, que recibieron el 13 de julio de 1917. Al ver las almas lanzadas a él sin ningún tipo de equilibrio, como las olas en el mar, al oír sus gritos desesperados que nunca serían aliviados, al ver horrible animales traspasando las almas (los demonios) causándoles un tormento eterno, provocó en la pequeña Jacinta una profunda conversión del corazón y de la vida. La pequeña Jacinta, pequeña de estatura pero gigante en el amor por las almas, estaba dispuesto a ofrecer todo lo que tenía para la salvación de las almas inmortales.

Una vez, en un día de verano abrasador, los tres de los niños estaban muriendo de sed, y Lucía fue a buscar agua con una jarra de un vecino. Pero tanto Jacinta como Francisco imploraron a Lucía verter el agua en el suelo para que pudieran sufrir la sed ¿Por qué? Una vez más, para ofrecerla por la salvación de las almas inmortales. Debido a esta extraordinaria generosidad y el amor de Jacinta, cuando el Beato Papa Juan Pablo II beatificó a la niña la llamó un "una pequeña alma víctima”.

En el Diario de la Divina Misericordia, Jesús reveló a Santa María Faustina Kowalska su amor por las almas. Sin embargo, Jesús señaló que el amor por la salvación de las almas se mide por la voluntad de sufrir por estas almas. Cuanto más se ama más se está dispuesto a sufrir por los que ama.

Tu vales la sangre de Jesús.
Por último, la Palabra de Dios nos enseña más conmovedoramente el valor de las almas, relacionándolo con la Preciosa Sangre que Jesús derramó por todos y cada uno de nosotros individualmente en el Calvario ese primer Viernes Santo.

“Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto” (1 Pedro 1, 17-19).

En resumen, tu alma individual fue salvada por la Sangre Preciosa que Nuestro Señor y Salvador Jesucristo derramó por nosotros en el Calvario ese primer Viernes Santo. De hecho si fueras la única persona creada en todo el universo, Jesús tendría que derramar hasta la última gota de su Sangre Preciosísima para salvar tu alma inmortal. ¡Cuán preciosa y valiosa en verdad es tu alma ante los ojos de Dios Todopoderoso! 

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