A Dios no se le mueren sus hijos

Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócaratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.

Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.

Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente «nueva». Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.

Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la «vida eterna». Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que «el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman».

Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una «novedad» que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida «preparada» por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.

Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.

Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.

Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: «Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado» (Salmo 25,1-2).

- 32 Tiempo ordinario - C
(Lucas 20,27-38)

06 de noviembre 2016
José Antonio Pagola

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO LA VIDA FUTURA
(2Mac 7, 1-2. 9-14; Sal 16; 2Tes 2, 16-3,5; Lc 20, 27-38)

Hemos celebrado esta misma semana la Conmemoración de los Fieles de Difuntos y quizá hemos acudido a honrar el lugar donde reposan nuestros seres queridos. En este contexto, es oportuna y providente la enseñanza que nos ofrece la Liturgia de la Palabra de este domingo.

En una de mis parroquias, el día de la fiesta patronal, uno de los vecinos expresaba con gracejo ante quien no viene ordinariamente a la iglesia, “Ya ve, hoy ha venido hasta el chino”. Y la persona aludida me confesaba: “Qué feliz era mi madre porque creía en esto, pero yo tengo otras ideas”.

El profesor Miguel García Baró afirmaba en una de sus conferencias: “La cultura actual es nihilista porque no cree en ningún absoluto”, y también: “El cristiano es el testigo de la esperanza absoluta”. Hoy la Palabra nos ofrece la razón de la esperanza: “Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente”.

Es muy distinto caminar de cara al vacío, que hacerlo poniendo los ojos en el horizonte luminoso del abrazo de Dios, como dice el salmista: “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”.

Desde la esperanza teologal cabe hasta el acto supremo de entregar la vida: “Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”. Y sigue el texto: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

No estamos en este mundo como desterrados sin futuro. No hemos recibido la existencia para padecer o gozar de manera presentista los acontecimientos aciagos o afortunados de la vida. Tenemos a Alguien que nos ha precedido y que ha superado la muerte.

Gracias al Redentor es posible caminar con esperanza y mirar la existencia desde la luz de la fe como antesala de lo definitivo, de tal forma que algunos en razón de esta perspectiva se atreven a tomar una forma de vida profética. “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección”.

Te deseo que en cualquier circunstancia te sostenga la certeza de la vida futura. 

Leonardo de Noblac (o de Limoges), Santo Ermitaño, 6 de noviembre
Martirologio Romano: En Noblac, cerca de Limoges, en Aquitania, san Leonardo, ermitaño ( c. 559).

Breve Biografía

Es uno de los santos más populares de Europa central. En efecto; dice un estudioso que en su honor se erigieron no menos de seiscientas iglesias y capillas, y su nombre aparece frecuentemente en la toponomástica y en el folclor. El mismo estudioso añade que él «despertó una devoción particular en tiempos de las cruzadas, y entre los devotos se cuenta el príncipe Boemundo de Antioquía que, hecho prisionero por los infieles en 1100, atribuyó su liberación en 1103 al santo, y, de regreso a Europa, donó al santuario de Saint-Léonard-de-Noblac, como ex voto, unas cadenas de plata parecidas a las que él había llevado durante su cautiverio». San Leonardo de Noblac (o de Limoges) es un santo «descubierto» a principios del siglo XI, y a ese período remontan las primeras biografías, que después inspiraron el culto hacia él.

Leonardo nació en Galia en tiempos del emperador Anastasio, es decir, entre el 491 y el 518. Como sus padres, a más de nobles, eran amigos de Clodoveo, el gran jefe de los Francos, éste quiso servir de padrino en el bautismo del niño. Cuando ya era joven, Leonardo no quiso seguir la carrera de las armas y prefirió ponerse al servicio de San Remigio, que era obispo de Reims.

Como San Remigio, sirviéndose de la amistad con el rey, había obtenido el privilegio de poder conceder la libertad a todos los prisioneros que encontrara, también Leonardo pidió y obtuvo un poder semejante, que ejerció muchas veces. El rey quiso concederle algo más: la dignidad episcopal. Pero Leonardo, que no aspiraba a glorias humanas, prefirió retirarse primero a San Maximino en Micy, y después a un lugar cercano a Limoges, en el centro de un bosque llamado Pavum.

Un día su soledad se vio interrumpida por la llegada de Clodoveo que iba a cacería junto con todo su séquito. Con el rey iba también la reina, a quien precisamente en ese momento le vinieron los dolores del parto. Las oraciones y los cuidados de San Leonardo hicieron que el parto saliera muy bien, y entonces el rey hizo con el santo un pacto muy particular: le obsequiaría, para construir un monasterio, todo el territorio que pudiera recorrer a lomo de un burro.

En el arte se lo representa casi siempre con las cadenas, símbolo de su protección especial para los que están injustamente presos, y por ese motivo pictórico es también patrono de los fabricantes de cadenas, broches, hebillas, etc.

La Virgen de la Merced del jubileo de los encarcelados

"Cada vez que entro en una cárcel, me pregunto: ¿Por qué ellos y no yo?"
El Papa a los presos: "La esperanza no puede ser sofocada por nada ni por nadie"
Francisco pide a la sociedad una "mayor confianza en la rehabilitación y en la reinserción"

José Manuel Vidal, 06 de noviembre de 2016 a las 10:51

No depende de mí poder concederos la liberación, pero sí suscitar en vosotros el deseo de la auténtica libertad

(José M. Vidal).- Jubileo de los presos, presidido por el Papa Francisco en la basílica de San Pedro. La homilía del Papa es un canto a la esperanza, a la misericordia del Dios que siempre perdona y a la esperanza de los encarcelados, que "no puede ser sofocada por nada ni por nadie". Por eso, Bergoglio pide a la sociedad más "rehabilitación y reinserción".

El Papa quiso clausurar su Año de la Misericordia con sus dos colectivos preferidos: los presos y los sintecho. El penúltimo jubileo, el de los encarcelados, se celebró con una misa en la basílica de San Pedro, precedida de una serie de testimonios de presos reinsertados y el rezo del santo rosario.

El Papa lleva el báculo de madera que le regalaron los internos de la cárcel mexicana de Ciudad Juárez. Entre los concelebrantes, cardenales, obispos y capellanes de prisiones. Entre los fieles, miles de detenidos, con permiso, procedentes de cárceles de todo el mundo.

A un lado del altar, la Virgen de la Merced, con el Niño que lleva en sus manos las cadenas rotas de la liberación de los presos. A la derecha, el Cristo del siglo XIV recientemente restaurado. La primera lectura en
inglés del libro 2 de los Macabeos. La segunda lectura en español de la carta de Pablo a los Tesalonicenses. Y el Evangelio de Mateo: "Dios no es Dios de los muertos, sino de los vivos".

Algunas frases de la homilía del Papa
"El mensaje que Dios nos quiere comunicar es el de la esperanza que no defrauda"
"Jesús concela toda la banal casuística de los saduceos"
"La esperanza es don de Dios y tenemos que pedírsela"
"La certeza de la compasión de Dios, a pesar del mal que hayamos hecho"
"Donde esté una persona que se ha equivocado, allí se hace más presente el perdón del Padre"
"La privación de la libertad es la pena más onerosa"
"Una cosa es lo que merecemos por el mal realizado y otra, el respiro de la esperanza, que no puede ser sofocado por nada ni por nadie"
"Dios no nos abandona nunca" "Dios espera. Su misericordia no nos deja tranquilos"
"Es como el padre de la parábola, que espera siempre el retorno del hijo"
"La esperanza no le puede ser robada a nadie" "Es un impulso hacia el mañana"
"La esperanza es la prueba interior de la fuerza de la misericordia de Dios"
"Queridos detenidos: Es el día de vuestro jubileo. Que hoy, ante el Señor, se encienda vuestra esperanza"
"No depende de mí poder concederos la liberación, pero sí suscitar en vosotros el deseo de la auténtica libertad"

 

"La hipocresís lleva a ver sólo en vosotros a personas equivocadas, para los cuales la única vía es la cárcel"
"Cada vez que entro en una cárcel, me pregunto: ¿Por qué ellos y no yo?"
"Todos podemos equivocarnos"
"Hay poca confianza en la rehabilitación y en la reinserción"
"Señalar con el dedo al que se ha equivocado no puede ocultar las propias contradicciones"
"Nadie puede vivir sin la certeza de poder encontrar el perdón"
"Que ninguno de vosotros se encierre en el pasado"
"Aprendiendo de los errores del pasado, se puede abrir un nuevo capítulo en la vida"
"Responder a la violencia con el perdón"
"La fuerza de la esperanza para una vida nueva llena de confianza"

Texto íntegro de la homilía del Papa
El mensaje que la Palabra de Dios quiere comunicarnos hoy es ciertamente de esperanza.

Uno de los siete hermanos condenados a muerte por el rey Antíoco Epífanes dice: «Dios mismo nos resucitará» (2M 7,14). Estas palabras manifiestan la fe de aquellos mártires que, no obstante los sufrimientos y las torturas, tienen la fuerza para mirar más allá. Una fe que, mientras reconoce en Dios la fuente de la esperanza, muestra el deseo de alcanzar una vida nueva.

Del mismo modo, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús con una respuesta simple pero perfecta elimina toda la casuística banal que los saduceos le habían presentado. Su expresión: «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» (Lc 20,38), revela el verdadero rostro del Padre, que desea sólo la vida de todos sus hijos. La esperanza de renacer a una vida nueva, por tanto, es lo que estamos llamados a asumir para ser fieles a la enseñanza de Jesús.

La esperanza es don de Dios. Está ubicada en lo más profundo del corazón de cada persona para que pueda iluminar con su luz el presente, muchas veces turbado y ofuscado por tantas situaciones que conllevan tristeza y dolor. Tenemos necesidad de fortalecer cada vez más las raíces de nuestra esperanza, para que puedan dar fruto. En primer lugar, la certeza de la presencia y de la compasión de Dios, no obstante el mal que hemos cometido. No existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios. Donde hay una persona que se ha equivocado, allí se hace presente con más fuerza la misericordia del Padre, para suscitar arrepentimiento, perdón, reconciliación.

Hoy celebramos el Jubileo de la Misericordia para vosotros y con vosotros, hermanos y hermanas reclusos. Y es con esta expresión de amor de Dios, la misericordia, que sentimos la necesidad de confrontarnos. Ciertamente, la falta de respeto por la ley conlleva la condena, y la privación de libertad es la forma más dura de descontar una pena, porque toca la persona en su núcleo más íntimo. Y todavía así, la esperanza no puede perderse. Una cosa es lo que merecemos por el mal que hicimos, y otra cosa distinta es el «respiro» de la esperanza, que no puede sofocarlo nada ni nadie. Nuestro corazón siempre espera el bien; se lo debemos a la misericordia con la que Dios nos sale al encuentro sin abandonarnos jamás (cf. san Agustín, Sermo 254,1).

En la carta a los Romanos, el apóstol Pablo habla de Dios como del «Dios de la esperanza» (Rm 15,13). Es como si nos quisiera decir que también Dios espera; y por paradójico que pueda parecer, es así: Dios espera. Su misericordia no lo deja tranquilo. Es como el Padre de la parábola, que espera siempre el regreso del hijo que se ha equivocado (cf. Lc 15,11-32). No existe tregua ni reposo para Dios hasta que no ha encontrado la oveja descarriada (cf. Lc 15,5). Por tanto, si Dios espera, entonces la esperanza no se le puede quitar a nadie, porque es la fuerza para seguir adelante; la tensión hacia el futuro para transformar la vida; el estímulo para el mañana, de modo que el amor con el que, a pesar de todo, nos ama, pueda ser un nuevo camino... En definitiva, la esperanza es la prueba interior de la fuerza de la misericordia de Dios, que nos pide mirar hacia adelante y vencer la atracción hacia el mal y el pecado con la fe y la confianza en él.

Queridos reclusos, es el día de vuestro Jubileo. Que hoy, ante el Señor, vuestra esperanza se encienda. El Jubileo, por su misma naturaleza, lleva consigo el anuncio de la liberación (cf. Lv 25,39-46). No depende de mí poderla conceder, pero suscitar el deseo de la verdadera libertad en cada uno de vosotros es una tarea a la que la Iglesia no puede renunciar. A veces, una cierta hipocresía lleva a ver sólo en vosotros personas que se han equivocado, para las que el único camino es la cárcel. No se piensa en la posibilidad de cambiar de vida, hay poca confianza en la rehabilitación.

Pero de este modo se olvida que todos somos pecadores y, muchas veces, somos prisioneros sin darnos cuenta. Cuando se permanece encerrados en los propios prejuicios, o se es esclavo de los ídolos de un falso bienestar, cuando uno se mueve dentro de esquemas ideológicos o absolutiza leyes de mercado que aplastan a las personas, en realidad no se hace otra cosa que estar entre las estrechas paredes de la celda del individualismo y de la autosuficiencia, privados de la verdad que genera la libertad. Y señalar con el dedo a quien se ha equivocado no puede ser una excusa para esconder las propias contradicciones.

Sabemos que ante Dios nadie puede considerarse justo (cf. Rm 2,1-11). Pero nadie puede vivir sin la certeza de encontrar el perdón. El ladrón arrepentido, crucificado junto a Jesús, lo ha acompañado en el paraíso (cf. Lc 23,43). Ninguno de vosotros, por tanto, se encierre en el pasado. La historia pasada, aunque lo quisiéramos, no puede ser escrita de nuevo. Pero la historia que inicia hoy, y que mira al futuro, está todavía sin escribir, con la gracia de Dios y con vuestra responsabilidad personal. Aprendiendo de los errores del pasado, se puede abrir un nuevo capítulo de la vida. No caigamos en la tentación de pensar que no podemos ser perdonados. Ante cualquier cosa, pequeña o grande, que nos reproche el corazón, sólo debemos poner nuestra confianza en su misericordia, pues «Dios es mayor que nuestro corazón» (1Jn 3,20).

La fe, incluso si es pequeña como un grano de mostaza, es capaz de mover montañas (cf. Mt 17,20). Cuantas veces la fuerza de la fe ha permitido pronunciar la palabra perdón en condiciones humanamente imposibles. Personas que han padecido violencias y abusos en sí mismas o en sus seres queridos o en sus bienes. Sólo la fuerza de Dios, la misericordia, puede curar ciertas heridas. Y donde se responde a la violencia con el perdón, allí también el amor que derrota toda forma de mal puede conquistar el corazón de quien se ha equivocado. Y así, entre las víctimas y entre los culpables, Dios suscita auténticos testimonios y obreros de la misericordia.

Hoy veneramos a la Virgen María en esta imagen que la representa como una Madre que tiene en sus brazos a Jesús con una cadena rota, las cadenas de la esclavitud y de la prisión. Que ella dirija a cada uno de vosotros su mirada materna, haga surgir de vuestro corazón la fuerza de la esperanza para vivir una vida nueva y digna en plena libertad y en el servicio del prójimo. 



Francisco en la ventana

También solicita "la mejoría de las condiciones de vida en las cárceles"
El Papa pide a los todos los Gobiernos del mundo un "acto de clemencia" con los presos
Francisco desea que "sea respetada plenamente la dignidad humana de los detenidos"

José Manuel Vidal, 06 de noviembre de 2016 a las 12:30

Deseo repetir la importancia de reflexionar sobre una justicia penal que no sea solo punitiva, sino abierta a la esperanza y a la reinserción del reo en la sociedad

(José M. Vidal).- Tras la misa por el Jubileo de los presos, el Papa salió a la 'cátedra' de la ventana para rezar el ángelus. Desde ella, se convirtió en adalid de las reclamaciones de los presos del mundo. Pidió a los Gobiernos un "acto de clemencia" en el Año de la Misericordia, la mejoría "de sus condiciones de vida en las prisiones", que se respete su dignidad y que se pase de la mera justicia punitiva a la reinserción.

Llueve en la Plaza de San Pedro y los peregrinos se resguardan bajo los paraguas. UNa marea de paraguas de distintos colores.

Algunas frases de la catequesis del Papa
"Reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos"
"El Evangelio presenta a Jesús en confrontación con los saduceos"
"Y le ponen un caso paradójico y ridículo"
"La existencia después de la muerte será distinta de la de la tierra"
"No es posible aplicar las categorías de nuestro mundo a la realidad que las supera"
"En este mundo vivimos de realidades provisionales que terminan"
"En el más allá, viviremos de una forma transfigurada"
"Los hijos de la resurrección no son unos pocos"
"La resurrección no es sólo el hecho de resurgir después de la muerte, sino un género de vida que ya experimentamos en el hoy"
"La resurreccion es el fundamento de la fe y de la esperanza cristianas"
"Sin ella, el cristianismo sería una ética o una filosofía de vida"
"Creer en la resurrección es esencial"

Algunas frases del saludo del Papa tras el ángelus
"Con motivo del jubileo de los encarcelados, querría hacer un llamamiento en favor de la mejora de las condiciones de vida en las cárceles de todo el mundo"
"Que sea respetada plenamente la dignidad humana de los detenidos"
"Deseo repetir la importancia de reflexionar sobre una justicia penal que no sea solo punitiva, sino abierta a la esperanza y a la reinserción del reo en la sociedad"
"Propongo a la consideración de las autoridades la posibilidad de cumplir en este año santo un acto de clemencia por los encarcelados que se consideren idóneos para beneficiarse de tal decisión".
"Hace dos día entró en vigor el acuerdo de París sobre el cuidado del planeta"
"Poner la economía al servicio de las personas"
"Mañana, nueva sesión de la conferencia sobre el clima en Marraquesh"
"Que todo este proceso sea guiado por la responsabilidad en el cuidado de la casa común"
"Ayer, proclamados beatos 38 mártires en Albania, víctimas de la durísima persecución del régimen ateo...Prefirieron sufrir la carcel, la torura y la muerte para permanecer fieles a Cristo y a la Iglesia"
Saluda a los peregrinos, y, entre ellos, a los de San Sebastián de los Reyes.

PAXTV.ORG