Pedir perdón y perdonar a los demás
- 07 Noviembre 2016
- 07 Noviembre 2016
- 07 Noviembre 2016
Evangelio según San Lucas 17,1-6.
Jesús dijo a sus discípulos: "Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: 'Me arrepiento', perdónalo". Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería."
San Wilibordo de Utrecht
San Wilibordo de Utrecht, abad y obispo
En Echternach, de Austrasia, sepultura de san Wilibordo, inglés de nacimiento, que ordenado obispo de Utrecht por el papa san Sergio I, predicó el Evangelio en Frisia y en Dinamarca, y fundó sedes episcopales y monasterios hasta que, agobiado de trabajo y gastado por la edad, se durmió en el Señor dentro de los muros de un monasterio por él levantado.
San Wilibrordo nació en Nortumbría en el 658. Antes de cumplir los siete años, sus padres le enviaron al monasterio de Ripon, gobernado entonces por san Wilfrido. A los veinte años, Wilibrordo emigró a Irlanda, donde se reunió con san Egberto y san Wigberto, quienes habían ido a estudiar en las escuelas conventuales de dicho país, en busca de una vida monacal más perfecta. Con ellos estudió san Wilibrordo durante siete años las ciencias sagradas. San Egberto tenía la intención de trasladarse al norte de Alemania para predicar el Evangelio, pero no pudo realizar su proyecto. Su compañero, san Wigberto, volvió a Irlanda al cabo de dos años de evangelizar sin éxito alguno. Entonces san Wilibrordo, quien tenía treinta y un años y acababa de recibir la ordenación sacerdotal, pidió a sus superiores que le enviasen a esa misión tan ardua y peligrosa. Sus superiores accedieron, y Wilibrordo partió con otros once monjes ingleses, entre los que se contaba san Wigberto.
El año 690, desembarcaron en la desembocadura del Rin; de allí se dirigieron a Utrecht y después a la corte de Pipino de Heristal, quien los alentó a evangelizar la región de la baja Frieslandia, situada entre el Mosa y el mar. Pipino había arrebatado esa región al pagano Radbodo. San Wilibrordo fue antes a Roma, donde se postró a los pies del papa san Sergio I y le pidió permiso de evangelizar las naciones idólatras. El Pontífice le concedió amplia jurisdicción y le dio reliquias para la consagración de iglesias. San Wilibrordo y sus compañeros predicaron con éxito en la región de Frieslandia que los francos habían conquistado. San Wilfrido consagró obispo a san Wigberto en Inglaterra. Tal vez ello molestó a Pipino, porque Wigberto partió pronto a evangelizar a los boructvaros, una tribu germánica. Pipino envió entonces a san Wilibrordo a Roma, con una carta en la que recomendaba al Papa que le consagrase obispo.
San Sergio le recibió con grandes honores, sentado en la cátedra de San Pedro, cambió el nombre del santo por el de Clemente y le ordenó obispo de los frisios en la basílica de Santa Cecilia, el día de la fiesta de esta santa, en el año 696. San Wilibrordo sólo permaneció en Roma dos semanas antes de volver a Utrecht, donde fijó su sede y construyó la iglesia del Salvador. El celo infatigable con que trabajó por la conversión de los paganos, demostró que con la consagración episcopal había recibido del cielo una gracia especial para ensanchar el Reino de Díos. Algunos años después de su consagración, ayudado por Pipino y por la abadesa santa Irmina, fundó en Luxemburgo la abadía de Echternach, que pronto se convirtió en el centro de su influencia.
San Wilibrordo misionó también en la Frieslandia superior, donde todavía reinaba Radbodo y llegó hasta Dinamarca; pero lo único que consiguió allí fue comprar a treinta jóvenes daneses, a quienes instruyó, bautizó y llevó consigo en su viaje de vuelta. Alcuino cuenta que, en ese viaje, una tempestad desvió al navío hacia la isla de Heligoland, que los daneses y los frisios consideraban como tierra sagrada. En aquella isla constituía un sacrilegio matar a los animales, comer los productos de la tierra y sacar agua de las fuentes, sin observar profundo silencio. Para desengañar a los habitantes, san Wilibrordo mató algunos animales para dar de comer a sus acompañantes y bautizó a tres personas en una fuente, pronunciando en voz alta las palabras rituales. Los idólatras, que creían que san Wilibrordo se iba a volver loco o iba a caer muerto en el acto, no sabían si atribuir a la clemencia o a la impotencia de su dios, el hecho de que nada sucediese al santo. Finalmente, decidieron informar del suceso a Radbodo, quien mandó echar suertes para elegir a una víctima cuyo sacrificio aplacase al dios.
La suerte recayó sobre un miembro de la comitiva de san Wilibrordo, que fue sacrificado por la superstición del pueblo y murió mártir de Jesucristo. Después de Heligoland, san Wilibrordo visitó Walcheren, donde, con su caridad y paciencia, convirtió a muchos paganos. Cuando derribó y destruyó a un ídolo, uno de los sacerdotes paganos le persiguió para darle muerte, pero el santo consiguió escapar y volvió sano y salvo a Utrecht. El año 714 nació Carlos Martel, hijo de Pipino el Breve, quien fue más tarde rey de los francos. San Wilibrordo le bautizó y, según cuenta Alcuino, predijo que su gloria superaría a la de todos sus predecesores.
El año 715, Radbodo reconquistó la parte de Frieslandia que había perdido y perjudicó mucho a la obra de san Wilibrordo, pues destruyó iglesias, mató misioneros y obligó a muchos a apostatar. San Wilibrordo tuvo que huir, pero Radbodo murió el año 719, y el santo pudo predicar de nuevo con entera libertad en toda la región. San Bonifacio le ayudó en ese trabajo, ya que pasó tres años en Frieslandia antes de ir a Alemania. Beda dice en su historia, escrita hacía el año 731: «Wilibrordo, llamado también Clemente, vive todavía. Es un anciano venerable, que lleva treinta y seis años de ser obispo y suspira por el premio celestial, tras haber superado muchas pruebas espirituales». El beato Alcuino le describe como hombre de estatura regular, de aspecto venerable y elegante, de palabra y carácter llenos de gracia y alegría, prudente en el consejo, incansable en la predicación y el ministerio apostólico, atento siempre a no descuidar la oración pública, la meditación y la lectura espiritual. San Wilibrordo y sus compañeros implantaron la fe en muchas regiones de Holanda y de los Países Bajos, en las que san Amando y san Lebvino no llegaron a penetrar. Gracias a sus labores, los frisios, que constituían un pueblo bárbaro y rudo, se civilizaron y progresaron en la virtud, poco a poco. Con frecuencia se califica al santo de «Apóstol de Frisia», título al que tiene perfecto derecho, pero no hay que olvidar que san Wigberto desempeñó también un papel muy importante en los primeros años de la misión y aun parece haber sido la principal cabeza. Por lo demás, los frisios, como los otros pueblos, no se convirtieron con la rapidez que los hagiógrafos medievales suponen. «Wilibrordo fue para Inglaterra lo que Columba había sido para Irlanda, ya que inauguró un siglo de influencia espiritual de Inglaterra en el continente» (W. Levison).
San Wilibrordo acostumbraba ir de vez en cuando a hacer un retiro en Echternach. Al fin de su vida, se retiró definitivamente a dicho monasterio, donde murió a los ochenta y un años de edad, el 7 de noviembre del 739. Fue sepultado en la iglesia abacial, que desde entonces se convirtió en sitio de peregrinación. En dicho santuario se celebra, el miércoles de Pentecostés, una curiosa ceremonia llamada «la danza de los santos». No sabemos qué origen tiene, pero lo cierto es que se ha llevado a cabo desde 1553 hasta el presente (excepto de 1786 a 1802). Se trata de una procesión que va desde el puente del Sure hasta el santuario. Los participantes, en filas de cinco y tomados de la mano, avanzan bailando al son de la música; por cada tres pasos que dan hacia adelante dan dos hacia atrás. En la procesión toman parte sacerdotes, religiosos y aun obispos, y la ceremonia termina con la bendición del Santísimo. Cualesquiera que sean sus orígenes, el hecho es que la procesión reviste actualmente un carácter penitencial y tiene por fin rogar por los epilépticos y por todos los que sufren enfermedades mentales. La fiesta de san Wilibrordo se celebra también en Holanda y en la diócesis inglesa de Hexham.
El artículo del P. Poncelet en Acta Sanctorum, nov., vol. III, merece todo encomio no sólo por su claridad, sino también por el conocimiento magistral que posee el autor sobre todo el período. El P. Poncelet habla de las alabanzas que tributaron a san Wilibrordo sus contemporáneos (Beda, san Bonifacio, etc.) y publica íntegramente el texto de Alcuino, revisado críticamente, así como la biografía de Teofrido, abad de Echternach, aunque esta última añade apenas nada a las otras fuentes históricas. Es de notar que en el Manuscrito Epternach del Hieronymianum (MS Paris Latin 10837) hay otro calendario que contiene una nota escrita por el propio san Wilibrordo el año 728, en la que afirma que él, Clemente, cruzó el mar el año 690 y fue consagrado obispo por el papa Sergio, en Roma, el año 696. Véase sobre éste y otros detalles el «Calendar of St. Willibrord», editado por H. A. Wilson en la Henry Bradshaw Society (1918). Acerca de «la danza de los santos», la tradición sigue vigente: puede verse una pequeña introducción histórica y sobre la realización actual en el web de Luxemburgo dedicado al santo (en varios idiomas). En 1934 Levison incluyó en la continuación de Monumenta Germaniae Historica, Scriptores, vol. xxx (pp. 1368-1371) una colección de milagros atribuidos al santo. En la iglesia de Santa Gertrudis de Utrecht se descubrieron ciertas presuntas reliquias de san Wilibrordo; W. J. A. Visser las describió; acerca de esto véase Analecta Bollandiana, vol. III (1934), pp. 436-437.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Anglosajón de la Nortumbria, hijo de un noble, se formó en el monasterio de Ripon con san Wilfrido, y de él aprendió los dos ideales que fueron el norte de su vida: la fidelidad a Roma y las ansias misioneras, el ancla y el vuelo, la raíz y las alas. Cuando su maestro estaba empeñado en conflictos de jurisdicción, pasó a Irlanda, y allí le encontramos en Rathmelsigi, donde se le ordena de sacerdote en el 688. Dos años después, con doce monjes más, irá a evangelizar aquella Europa bárbara e idólatra por la que se sentía llamado. Frisia ya había oído la voz de Wilfrido, pero será Wilibrordo el gran apóstol de estas tierras; el Papa Sergio I (tras una estancia en Roma, porque quiere que todas sus empresas tengan la bendición del sucesor de Pedro) le consagra arzobispo con sede en Utrecht, y hacia el año 700 establece un segundo centro misional en el monasterio de Echternach, en el Luxemburgo. La evangelización se apoya, como suele ocurrir, en situaciones políticas más o menos inestables (el mayordomo de palacio del rey de los francos, Pipino de Heristal, fue uno de sus sostenes), y cuando los frisones se alzan contra los francos Wilibrordo y los suyos tienen que replegarse por un tiempo. Hasta que con la paz vuelven a su labor, exploran Dinamarca y otros reinos vecinos, y antes de morir el santo ve asegurada la continuidad con el joven san Bonifacio, otro anglosajón que evangelizará la Germania. El camino que señaló Wilfrido lo anduvo Wilibrordo hasta que otro gran misionero de las islas, Bonifacio, amplía el horizonte sabiendo que otros también le sucederán.’
Oremos. Dios y Señor nuestro, que con tu amor hacia los hombres quisiste que San Vilibrodo anunciara a los pueblos la riqueza insondable que es Cristo, concédenos, por su intercesión, crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y vivir siempre según las enseñanzas del Evangelio, fructificando con toda clase de buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Disertación sobre los salmos, Sl 60,9; PL 39,771
Pedir perdón y perdonar a los demás
“Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos” (Sl 24,10). Eso que dice el salmo sobre el amor y la verdad es de suma importancia…Habla del amor porque Dios, para perdonar nuestros pecados y prometernos la vida eterna, no se fija en nuestros méritos sino en su bondad. Habla también de la verdad porque Dios mantiene siempre sus promesas. Reconozcamos a este modelo divino e imitemos a Dios que nos manifiesta su amor y su verdad… Hagamos como él, llevando a cabo en este mundo obras llenas de amor y de verdad. Seamos buenos para con los débiles, los pobres e incluso con nuestros enemigos.
Vivamos en la verdad evitando de hacer el mal. No multipliquemos los pecados, porque el que peca y presume de la bondad de Dios, corre el riesgo de hacer creer que Dios es injusto. Se imagina que, a pesar de obstinarse en el pecado y no querer arrepentirse, Dios vendrá igualmente y le dará un lugar entre sus fieles servidores. Pero ¿sería justo que Dios te coloque en el mismo lugar que los que han renunciado a sus pecados siendo así que tú has querido perseverar en los tuyos?... ¿Por qué, pues, quieres forzarlo a que haga tu voluntad?... Mejor que tú te sometas a la suya.
El salmista dice, precisamente, a propósito de esto: “¿Quién buscará la misericordia y la verdad del Señor junto a él?” (Sl 60,8 Vlg)… ¿Por qué decir “junto a él”? Son muchos los que buscan en los Libros santos conocer el amor del Señor y su verdad. Pero una vez lo han conseguido viven para ellos, no para él. Buscan sus propios intereses, no los de Jesucristo. Predican el amor y la verdad pero no los practican. Siendo así que aquel que ama Dios y a Cristo, cuando predica la verdad y el amor divinos, los busca por Dios, no por su propio interés. No predica para sacar de ello ventajas materiales, sino por el bien de los miembros de Cristo, es decir, de sus fieles. Les da lo que ha aprendido en espíritu de verdad, “de manera que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos (2 C 5,15) “¿Quién buscará la misericordia y la verdad el Señor?”
A creer se aprende creyendo
Lucas 17, 1-6. Lunes XXXII. Tiempo ordinario. Ciclo C. Fe como un grano de mostaza
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, porque de nuevo puedo estar a solas contigo en oración. Gracias por todos los beneficios que me has concedido. Quiero estar junto a Ti. Te necesito y sin Ti nada en mi vida tiene sentido. Por ello acudo para suplicarte tu compañía permanente a mi lado. Aumenta mi fe, mi confianza y mi amor. Enciende en mí un celo cada vez más ardiente por la salvación de las almas y una pasión irresistible por Ti y por tu Reino.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Hoy me hablas de las ocasiones de pecado, del perdón y de la fe. En mi vida siempre habrá ocasiones de pecado. Pero siempre estará también tu gracia para superarlas. A veces me detengo más a considerar la ocasión y lo mucho que me atrae el realizar aquel acto que la ayuda y socorro que me brindas para no ceder al enemigo. En las ocasiones de pecado, como dice el dicho, es mejor que se diga: «aquí huyó, que aquí murió.» Dame la gracia, Señor, de luchar por mi vida de gracia y defenderla como el mayor tesoro que me has dado.
El perdón es algo que tal vez en el mundo de hoy se habla mucho, pero se entiende mal. Sobre todo aquello de perdonar siempre no es algo que se inculque en la actualidad. Sin embargo, al hablarme del perdón me estás llamando a una de las más profundas imitaciones que puedo tener de Ti. Tú que siempre nos perdonas, incluso más de siete veces al día, me invitas a perdonar también al que me ofende. Perdonar siempre, sin llevar cuentas.
«Auméntanos la fe» es la petición que los apóstoles te hacen hoy y que yo también te repito. Sin embargo, descubro en el Evangelio que no das una fórmula mágica, ni una orden para que ello se realice. Podría parecer que tu respuesta no satisface aquella petición de los apóstoles. Pero tu respuesta está implícita. Así como para aprender a nadar se aprende nadando y a leer leyendo, la fe crece, se aprende, en los actos que la ejercitan. A creer se aprende creyendo.
Por ello me quieres decir hoy que la fe no es un elemento reducido a la oración y a la religión. La fe puede estar presente también en los actos cotidianos de mi vida: en el trabajo, en la familia, en la dificultad, en el descanso. Señor, aumenta mi fe.
«“Auméntanos la fe”. Es una hermosa súplica, una oración que también nosotros podríamos dirigir a Dios cada día. Pero la respuesta divina es sorprendente, y también en este caso da la vuelta a la petición: “Si tuvierais fe...”. Es él quien nos pide a nosotros que tengamos fe. Porque la fe, que es un don de Dios y hay que pedirla siempre, también requiere que nosotros la cultivemos. No es una fuerza mágica que baja del cielo, no es una “dote” que se recibe de una vez para siempre, ni tampoco un superpoder que sirve para resolver los problemas de la vida. Porque una fe concebida para satisfacer nuestras necesidades sería una fe egoísta, totalmente centrada en nosotros mismos. No hay que confundir la fe con el estar bien o sentirse bien, con el ser consolados para que tengamos un poco de paz en el corazón. La fe es un hilo de oro que nos une al Señor, la alegría pura de estar con Él, de estar unidos a Él; es un don que vale la vida entera, pero que fructifica si nosotros ponemos nuestra parte.» (Homilía de S.S. Francisco, 2 de octubre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pediré perdón si he ofendido a alguien o perdonaré en este día a aquella persona que me pueda ofender, recordando y creyendo que hay que perdonar siempre, sin llevar cuentas.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Abrirte una rendija
Sólo me hace falta permitir, que mi tiempo ya no sea mío, y empezar a descubrir un mundo maravilloso de amor sin límites.
Lo sé por tu Palabra: amas al hombre. A ese hijo tuyo que tantas veces te ha negado. A ese ser débil y frágil que promete ser honesto y no lo cumple. A esa creatura que piensa, sueña, ama, y sucumbe ante el egoísmo, el placer, el dinero.
¿Por qué buscas al hijo rebelde? ¿Por qué abres puertas para que pueda encontrarte quien te ha rechazado tantas veces? ¿Por qué esperas a quien vive envuelto en autoengaños de poder y de soberbia?
Me cuesta entender esa paciencia infinita de tu Corazón. Dios, si no fueras tan bueno, hace ya mucho tiempo que nos habrías abandonado a nuestra suerte.
Sin embargo, sigues tras mis huellas. Esperas a que te abra una rendija, una pequeña grieta en mi alma.
Si algún día dejo de lado mis miedos, mis avaricias, mis complejos; si, tal vez en este momento, permito que tu Palabra limpie la sangre de mis heridas, empezaré a descubrir un mundo maravilloso de amor sin límites, de servicio alegre, de esperanza filial.
Sólo me hace falta abrirte una rendija. Permitir, por un momento, que mi tiempo ya no sea mío, para dejarte decirme, al oído, tu gran sueño: ven a casa, hijo mío, y celebremos juntos un banquete de perdón, de paz, de alegría plena...
¿Las almas del Purgatorio han visitado a personas en la tierra?
La respuesta es si y este museo tiene 15 pruebas de ello
En Roma, Italia, cerca del Vaticano, se encuentra el Museo de las Almas del Purgatorio donde hay unos 15 testimonios y objetos que probarían las “visitas” de estas almas a sus seres queridos para pedirles que recen por ellas.
El museo está dentro de la Iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio y fue creado en 1897 por el P. Víctor Jouët, un sacerdote francés misionero del Sagrado Corazón.
El presbítero también fundó en Roma la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús para el Sufragio de las Almas en el Purgatorio. Entre los años 1896 y 1914 la asociación utilizó una capilla que estaba ubicada en el lugar de la iglesia actual.
En 1897 la capilla se incendió y cuando el P. Jouët entró vio un rostro humano que tenía una expresión de tristeza y melancolía. Este suceso lo impresionó y llegó a la conclusión de que se trataba del alma de un difunto que quería contactarse con los vivos.
Entonces el sacerdote decidió crear un museo dedicado a objetos “tocados” por las almas del purgatorio. Viajó por Italia y Europa buscando más de ellos, algunos testimonios y donaciones para construir una nueva iglesia en el lugar donde estaba la capilla, ya que recibió un mensaje en sueños con esta petición.
Uno de los objetos que consiguió es la huella de un dedo en la funda de una almohada, cuando Sor María de San Luis de Gonzaga se le apareció una noche después de su muerte en 1894 a Sor Margarita del Sagrado Corazón.
Esta aparición fue registrada en los archivos del monasterio de Santa Clara del Niño Jesús en Bastia, Italia. Sor María le dijo a Sor Margarita que ella estaba en el purgatorio como una expiación por su falta de paciencia en aceptar la voluntad de Dios.
En el museo también está el libro de oración perteneciente de una mujer llamada María Zaganti, donde hay huellas dactilares de su amiga Palmira Rastelli.
Esta última era hermana del P. Sante Rastelli, párroco de la iglesia local, y se le apareció el 5 de marzo de 1871 pidiéndole que se ofrezcan Misas por su alma y que estas debían ser celebradas por su hermano.
Otro objeto es un libro de oraciones en alemán que perteneció a George Schitz y tiene las huellas de su hermano Joseph. El difunto se apareció el 21 de diciembre de 1838 y le pidió que rezara en expiación de su falta de piedad en vida.
También hay una copia de un billete de 10 liras italianas, que fue uno de los 30 billetes que dejó un sacerdote fallecido en el Monasterio de San Leonardo en Montefalco del 18 de agosto al 9 de noviembre de 1919.
En el museo también está una réplica del rostro que vio el P. Jouët en el incendio de la capilla.
La Iglesia enseña en el Catecismo que “los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo”.
“La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados”, señala en el numeral 1031 del Catecismo.
Dios le permitió a Santa Faustina Kowalska ver el purgatorio, el infierno y el cielo. La santa escribió que las almas del purgatorio le manifestaron que su mayor sufrimiento era sentirse abandonadas por Dios. Cuando salió de aquella prisión de sufrimiento escuchó la voz del Señor que le dijo: “Mi Misericordia no quiere esto, pero lo pide mi Justicia”.