Los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua
- 08 Junio 2014
- 08 Junio 2014
- 08 Junio 2014
El Espíritu Santo es el viento de nuestra libertad. De la libertad de nuestra mente, la libertad de nuestro corazón, de la libertad como personas, la libertad como Iglesia. Donde no hay espíritu de libertad, tampoco hay Espíritu Santo.
“Vieron aparecer unas lenguas de fuego, como llamaradas”.
El fuego es calor y es luz.
El fuego calienta los cuerpos.
El fuego ilumina nuestros espacios.
El fuego quema las escorias para purificar los metales.
El fuego reblandece los duros hierros y los hace flexibles.
Al fuego lo podemos tener cerca, pero no lo podemos agarrar con nuestras manos.
El Espíritu Santo es ese fuego divino que calienta nuestras vidas.
Calienta los fríos de nuestros corazones.
Calienta nuestras voluntades para decidirnos.
Calienta nuestras decisiones para arriesgarnos.
El Espíritu Santo es luz que ilumina las oscuridades de nuestro espíritu.
El Espíritu Santo es luz que ilumina nuestras dudas e indecisiones.
El Espíritu Santo es luz que ilumina nuestros caminos.
El Espíritu Santo es luz que ilumina nuestras esperanzas.
El Espíritu Santo es ese fuego divino que purifica nuestros corazones:
Purifica nuestros egoísmos.
Purifica nuestros orgullos.
Purifica nuestros individualismos.
Purifica nuestros elitismos.
Purifica nuestros exclusivismos.
“Y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”.
El Espíritu Santo es ese fuego divino que ablanda el acero de nuestros corazones:
Nos hace dóciles a las llamadas de Dios.
Nos hace dóciles a las llamadas de los hombres.
Nos hace dóciles en el servicio a los hermanos.
El Espíritu Santo es ese fuego que y borra las fronteras de los corazones. Las fronteras que dividen y separan. Las fronteras que excluyen y que marginan.
Quema las escorias que esconden a nuestros corazones, para dejarlos libres y abiertos para con todos.
Quema las escorias que entorpecen nuestras lenguas, para que todos podamos hablar el mismo lenguaje universal del amor.
Oración
Espíritu divino: sopla y empuja las velas de nuestro espíritu para que podamos caminar.
Sopla y empuja las velas de nuestra esperanza, para que seamos más que nuestras dificultades.
Sopla y derriba las vallas que nos separan y dividen.
Sopla y derriba los muros que nos impiden ver lo que hay al otro lado.
Purifica nuestros corazones de todo exclusivismo.
Del exclusivismo de creer que solo nosotros tenemos la verdad.
Del exclusivismo de creer que sólo nosotros estamos en lo cierto.
Del exclusivismo de creer que el único camino es el nuestro.
Del exclusivismo de creer que el único Dios es el que nosotros anunciamos.
Calienta con tu fuego a nuestra Iglesia donde todos sintamos el calor de su amor.
Calienta con tu fuego a nuestra sociedad donde todos nos sintamos hermanos. Amén.
Dulce huésped del alma
El Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma.
MENSAJE DE PENTECOSTÉS
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Espíritu Santo, que me habitas y me conoces por dentro. Tú sabes mejor que yo de qué barro he sido creado: “pecador me concibió mi madre” (Sal 50). De manera consciente o inconsciente, llevo en mi carne los arañazos de la sensualidad, de la gula, de la avaricia y de la codicia; también de la pereza, de la envidia, de la ira, de la soberbia y del orgullo. A veces es tan baja la tendencia que siento, que me creo sometido, sin remedio, al despotismo de mis pasiones, encubiertas con proyecciones del deseo, de la imaginación, de la nostalgia, haciendo injusticia a los dones que Tú me has dado.
Espíritu Santo, reclama tus derechos, no seas tan tímido, y susurra en mi corazón, con más fuerza que mis instintos, tus dones de Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad, y Temor de Dios.
Sé que, en lo más hondo de mí mismo, estás Tú, y que gracias a tu presencia, no dejo de ser sacramento de Dios, imagen divina, espacio habitado por ti. Si el pesebre de Belén quedó consagrado por el nacimiento del Hijo de Dios; si la casa de Nazaret fue santificada por la presencia de personas santas; si la Cruz es bendita porque en ella manifestó Dios el amor supremo con la entrega de Jesús, ¿qué no será el ser humano, creado por Dios, redimido por Jesucristo, y santificado por tu gracia? ¿Qué no seré yo, bautizado, ungido, consagrado por ti?
Tú puedes, Espíritu Santo, hacer germinar en mí, y fortalecer en mi corazón, las virtudes teologales, que, según leo en el catecismo, “son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano.” Tú puedes acrecentar mi fe, mi esperanza y mi caridad. Y Tú puedes concederme crecer en humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad, diligencia, prudencia, justicia y fortaleza, como mejor antídoto contra mis tendencias negativas.
Sé que, si absolutizo mi debilidad, te ofendo, y que el peor pecado es resistirse al perdón, porque sería negarte. Recuerdo las palabras de Cristo, en la mañana de Pascua: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecado, les quedan perdonados”. Sé que si me justifico en mi debilidad, prescindo de ti, que eres dentro de mí fuerza y gracia – “No os preocupéis de qué vais a hablar. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo” (Mc 13, 11)-. Sé que si me creo solo en el combate, te dejo en mal lugar, porque Tú siempre estás conmigo como Abogado y Defensor. “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14, 16).
Espíritu Santo, Señor y dador de vida, infúndeme el fuego de tu amor, para que por tu hálito divino mi naturaleza humana recuerde siempre el amor primero, el Amor con que he sido creado, y por el que existo – “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado”- (Jr 1, 5), y sienta tu acompañamiento, gracias al soplo entrañable de Dios, gracias a la entrega total de Jesucristo en la Cruz, cuando nos dio su espíritu.
¡Ven, Espíritu Santo!
La lengua que todos entienden
Este año se cumplen 125 de la construcción de la Torre Eiffel, que en su día fue un edificio muy alto, como los rascacielos americanos, tanto que parecía imposible hacer otros que aún lo fueran más. En la actualidad las construcciones más elevadas están en Asia, donde se levanta actualmente una torre que superará los mil metros. Cuesta imaginarlo: ¡un kilómetro puesto en vertical!
La Biblia nos trae noticias de un precedente famoso de estas construcciones: la Torre de Babel, que, situada entre la historia y la leyenda, se quería que «tocara el cielo». El relato bíblico señala que más que un desafío técnico aquello era una muestra del endiosamiento humano, y que acabó mal por intervención divina que castigó el proyecto sembrando confusión entre las lenguas de los constructores.
Lo que sucede en Pentecostés es justamente lo contrario. En el Cenáculo los apóstoles estaban encerrados por miedo, con el consuelo de tener a la Virgen María entre ellos, cuando descendió el Espíritu Santo. Entonces –comenta el papa Francisco- el Espíritu Santo, «les hace salir de sí mismos y les transforma en anunciadores de las grandezas de Dios».
En efecto, lo anuncian a personas venidas de todas partes, que les escuchan como si todos hablaran la misma lengua. ¿Qué lengua es esta que todos entienden? El lenguaje del amor. Lo que en la soberbia y el orgullo de Babel acaba en dispersión, en Pentecostés se traduce en unidad. Ya no hay divisiones, ni cerrazón de comunicación entre las personas, porque se han abierto a Dios.
Como hace notar el mismo Papa, en el Credo, inmediatamente después de confesar nuestra creencia en el Espíritu Santo, decimos: «Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica». Y es que la creencia en el Espíritu no podemos desvincularla de la Iglesia.
Pienso especialmente ahora en quienes van a recibir el sacramento de la Confirmación, por el que el Espíritu Santo nos pone su sello para hacernos valientes en el seguimiento de Jesucristo. Confirma –como dice la misma palabra- a nuestros jóvenes en su pertenencia a la Iglesia, adquirida por el Bautismo, y les hace fuertes, también para ir a contracorriente, cuando las propias inclinaciones, o las solicitaciones de la sociedad pretenden apartarles de Cristo.
¡Qué alegría tengo cuando les confirmo, y cuanto rezo para que perseveren siempre en la vida de la gracia!
Vivir a Dios desde dentro
Hace algunos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos es su “mediocridad espiritual”. Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es “seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual”.
El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por “lo exterior”. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿ Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger al Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de nuestro ser.
Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirla antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.
José Antonio Pagola
Evangelio según San Juan 20,19-23.
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Papa Francisco
Exhortación apostólica “EvangeliiGaudium” §259.261 (trad. © copyright LibreriaEditrice Vaticana)
"Los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua." (Hechos 2,11)
Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios…
Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora… Invoco una vez más al Espíritu Santo; le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos.
SECUENCIAS
Hechos de los apóstoles 2, 1-11; Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34; San Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13; San Juan 20, 19-23
Ven, Espíritu divino, (que tanta falta nos haces) manda tu luz desde el cielo. (e ilumina nuestras oscuridades) Padre amoroso del pobre, (pues ante ti no somos otra cosa) don, en tus dones espléndidos. (que no nos merecemos y casi no te pedimos) Fuente del mayor consuelo. (Aunque busquemos consuelo en otros sitios) Ven, dulce huésped del alma, (que la tengamos preparada para Ti) descanso de nuestro esfuerzo. (Y motor de nuestra entrega)Tregua en el duro trabajo, (Aunque una vida es poco para dártela entera ) brisa en las horas de fuego, (que alientas, animas y das esperanza) gozo que enjuga las lágrimas, (que tan pocas veces derramamos) y reconforta en los duelos. (pues tu eres la Vida)
Entra hasta el fondo del alma, (sin quedarnos nada para nosotros)divina luz y enriquécenos. (sin que quede sombra ni oscuridad) Mira el vacío del hombre (aunque intentemos llenarlo de cosas)Si tu le faltas por dentro; (entonces sí que somos pobres) mira el poder del pecado (aunque parezca que estamos familiarizados con él) cuando no envías tu aliento. (y entonces nuestra vida es muerte) riega la tierra en sequía, (y volveremos a dar frutos de buenas obras) sana el corazón enfermo, (para ser capaces de amar como Tú amas) lava las manchas, (también aquellas a las que nos hemos acostumbrado) infunde calor de vida en el hielo, (pues ante Ti nada permanece frío o tibio)doma al espíritu indómito, (y enséñanos a ser dóciles) guía el que tuerce el sendero. (pues siempre hay camino de vuelta)Reparte tus siete dones ( la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios.)según la fe de tus siervos. (pero auméntanos la fe)Por tu bondad y tu gracia (que nunca faltan)dale al esfuerzo su mérito; (pues sabemos que eres buen pagador)salva al que busca salvarse ( y que nunca desesperemos)y danos tu gozo eterno (para mantenernos siempre alegres en tu servicio).Virgen Santísima, ayúdanos a amar más y tratar diariamente al Espíritu Santo
El Papa, en el Regina Coeli
El Papa agradece a todos los que han orado por el encuentro con Abbas y Peres de esta tarde
"Los cristianos somos libres, y la Iglesia nos quiere libres"
"Una Iglesia que no sorprenda está enferma, tiene que ser ingresada en la unidad de reanimación"
Una Iglesia que no vacila en salir al encuentro de la gente para proclamar el mensaje que le ha sido anunciado, aunque ese mensaje turbe las conciencias, nos traiga problemas que muchas veces nos lleva al martirio
(Jesús Bastante).- "La Iglesia nace una y universal, con una identidad precisa pero abierta, que abraza el mundo pero lo deja libre, como las columnatas de esta plaza: los cristianos somos libres, y la Iglesia nos quiere libres". Un mensaje valiente, vibrante, como el de los apóstoles al ser impregnados por el Espíritu. Así fue el Regina Coeli de Francisco este mediodía.
Un mensaje alegre, comprometido, de libertad, de compromiso. "Donde llega el Espíritu de Dios todo renace y se transfigura", señaló el Papa, ante una multitud donde se veían muchísimas banderas palestinas. Esta tarde, Bergoglio orará por la paz con Simon Peres y Mahmoud Abbas.
"Como sabéis esta tarde, en el Vaticano, lospresidentes de Israel y Palestina, se unirán conmigo y con el patriarca de Constantinopla, mi hermano Bartolomé, para invocar a Dios el don de la paz en Tierra Santa y en el mundo entero", subrayó el pontífice, quien quiso agradecer a todos que "personalmente y en comunidad han rezado, están rezando por este encuentro, y se unirán espiritualmente a nuestra súplica. Muchas gracias", desatando una fuerte ovación.
Estas fueron algunas de las palabras del Papa:
"Pentecostés marca el nacimiento de la Iglesia y su manifestación pública. Es una Iglesia que sorprende y confunde al mismo tiempo", pues "un elemento fundamental en Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Nadie esperaba nada de los discípulos. Tras la muerte de Jesús era un grupo insignificante, huérfanos sin maestro".
"En cambio, se suscita la maravilla. La gente permanece turbado porque escuchaba a los apóstoles hablar en sus lenguas"
"La Iglesia que nace en Pentecostés suscita asombro, porque anuncia un mensaje nuevo, con un lenguaje nuevo, el lenguaje univesal del amor. Cristo vive, ha resucitado".
"Los discípulos hablan con valor (...). Hace pocos minutos eran cobardes, ahora hablan con coraje y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo".
"Así está llamada siempre la Iglesia, capaz de sorprender, anunciando a todos que Jesús ha vencido a la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre ahí para curarnos, perdonarnos...."
"Atención: si la Iglesia está viva, siempre tiene que sorprender. La Iglesia viva es la que sorprende. Una Iglesia que no tenga capacidad de sorprender es una Iglesia enferma, moribunda, que tiene que ser ingresada en la unidad de reanimación".
"Alguno, en Jerusalén, habría preferido que los discípulos de Jesús, bloqueados por el miedo, permanecieran encerrados en al casa para no crear confusión. También hoy muchos quieren eso del cristiano".
"Pero el Señor nos envía al mundo. La Iglesia no se resigna a ser inofensiva, un elemento decorativo. No quiere serlo. Es una Iglesia que no vacila en salir al encuentro de la gente para proclamar el mensaje que le ha sido anunciado, aunque ese mensaje turbe las conciencias, nos traiga problemas que muchas veces nos lleva al martirio".
"La Iglesia nace una y universal, con una identidad precisa pero abierta, que abraza el mundo pero lo deja libre, como las columnatas de esta plaza: los cristianos somos libres, y la Iglesia nos quiere libres".
Francisco, en la misa de Pentecostés
"Podemos ser instrumentos de Dios que ama, que sirve, que da la vida"
Francisco: "El Espíritu Santo nos hace hablar con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos en la Iglesia"
"Pentecostés fue el bautismo de la Iglesia, que nació en salida, para anunciar a todos la Buena Noticia"
El Espíritu nos hace hablar con los hombres en el diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los demás reconociendo en ellos a los hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura
(Jesús Bastante).- Misa de Pentecostés en San Pedro. Bajo la atenta mirada de la vidriera de Bernini, sobre el trono de Pedro, Francisco presidió una multitudinaria celebración en el interior de la Basílica, en la que destacó cómo "el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y en la profecía".
Una ceremonia sobria y solemne, como merece el mayor templo de la Cristiandad, con la tradicional procesión desde la capilla junto a la Pietá de Miguel Ángel hasta el centro del presbiterio.
Aquí empieza todo. Tras la recepción del Espíritu Santo, comienza la predicación del Evangelio por todo el mundo. Terminan los 50 días pascuales, y arranca el tiempo litúrgico. Totalmente de rojo, los celebrantes celebran el fuego que descendió sobre los Apóstoles.
Una ceremonia solemne, en la que Francisco roció con el hisopo a todos los fieles, y donde la belleza de la liturgia se mostró en todo su esplendor, como en las grandes ocasiones, con una impresionante interpretación del coro vaticano. "El Espíritu Santo nos hace hablar con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos en la Iglesia", afirmó el Pontífice.
Estas fueron algunas de las palabras del Papa
Todos fueron colmados del Espíritu santo
Jesús dijo a los apóstoles en la Última Cena, que después de su partida, les enviaría al Espíritu Santo. Esta promesa se realiza en Pentecostés.
Es un hecho que se renueva todavía. Cristo glorificado a la derecha del Padre sigue cumpliendo esta promesa.
El Espíritu Santo nos enseña. Es el maestro interior. Nos guía por el justo camino a través de las diferentes momentos de la vida.
ES la vía, el camino. Y Jesús mismo es el camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar sobre sus huellas.
El Espíritu es un maestro de vida.
El Espíritu Santo nos recuerda todo aquello que Jesús ha dicho: es la memoria viviente de la Iglesia
Nos hace recordar y comprender las palabras del Señor
Este recordar en el Espíritu gracias al Espíritu es un aspecto esencial a la presencia de Cristo en nosotros y en su Iglesia
Nos recuerda todo lo que Cristo ha dicho, nos hace entrar en el sentido de sus palabras.
El camino de la memoria viva de la Iglesia. Y esto pide de nosotros una respuesta. Cuanto más generosa es la respuesta, más las palabras de Jesús se convierten en vida, actitudes, gestos, testimonio... entre nosotros.
El Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor y nos llama a vivirlo
Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano, es un hombre o una mujer prisioneros del momento a medio camino, que no sabe leer su historia, y vivirla, como historia de Salvación
Con la ayuda del Espíritu Santo podemos interpretar la vida iluminada en los ojos de Jesús, y así crece en nosotros la sabiduría del corazón.
El Espíritu santo nos acompaña y nos hace hablar, con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos, no hay lugar para esto.
Nos hace hablar en la oración, un don que recibimos gratuitamente. Nos permite llamar a Dios como Padre, papá, Abba... Es una realidad, somos realmente hijos de Dios.
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
Ninguno de nosotros puede decir que Jesús es el Señor sin el Espíritu Santo.
Nos ayuda a hablar con los demás, reconociendo en ellos a hermanos, a hablar con ellos con mansedumbre, comprendiendo sus alegrías, tristezas y esperanzas.
Hay algo más: el Espíritu Santo nos hace hablar a los hombres en la profecía. La profecía está hecha con franqueza para mostrar las contradicciones e injusticias, pero siempre con intención de construir.
Podemos ser instrumentos de Dios que ama, que sirve, que da la vida.
El Espíritu Santo nos enseña el camino, nos recuerda las palabras del camino, nos hace rezar, nos hace hablar con los hombres en diálogo fraterno, y nos hace hablar en profecía.
En Pentecostés, éste fue el bautismo de la Iglesia, que nació en salida, en partida, para anunciar a todos la Buena Noticia. La Madre Iglesia parte p ara servir. Recordemos la otra madre, nuestra Madre, la madre Iglesia y la madre María. Las dos vírgenes, las dos madres, las dos mujeres.
Jesús había sido perentorios con los apóstoles: no debían alejarse de Jerusalén antes de haber recibido la fuerza del Espíritu Santo. Sin él no hay misión, no hay evangelización.
Con nuestra madre Iglesia católica invoquemos: ven Santo Espíritu.
Texto completo de la homilía en italiano del Santo Padre Francisco
«Todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hech 2,4).
Hablando a los Apóstoles en la Última Cena, Jesús les dijo que, luego de su partida de este mundo, les enviaría el don del Padre, o sea el Espíritu Santo (cfrJn 15,26). Esta promesa se realiza con potencia en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, si bien extraordinaria, no permaneció única y limitada a aquel momento, sino que es un evento que se ha renovado y se renueva todavía. Cristo glorificado a la derecha del Padre continúa realizando su promesa, enviando sobre la Iglesia el Espíritu vivificante, que nos enseña, nos recuerda, nos hace hablar.
El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el camino justo, a través de las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado "el Camino" (cfrHech 9,2), y el mismo Jesús es el Camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar sobre sus huellas. Más que un maestro de doctrina, el Espíritu es un maestro de vida. Y ciertamente de la vida forma parte también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.
El Espíritu Santo nos recuerda, nos recuerda todo aquello que Jesús ha dicho. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace entender las palabras del Señor.
Éste recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu no se reduce a un hecho mnemónico, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en la Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo aquello que Cristo ha dicho, nos hace entrar cada vez más plenamente en el sentido de sus palabras. Esto requiere de nosotros una respuesta: cuanto más generosa sea nuestra respuesta, más las palabras de Jesús se vuelven vida, actitudes, elecciones, gestos, testimonio, en nosotros. En esencia, el Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor, y nos llama a vivirlo.
Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación. En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. ¡Que el Espíritu Santo reviva en todos nosotros la memoria cristiana!
El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda, y -otro aspecto- nos hace hablar, con Dios y con los hombres. Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Papá, Abba (cfrRm 8,15; Gal 4,4); y ésta no es solamente una "forma de decir", sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de Dios. «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14).
Y el Espíritu nos hace hablar con los hombres en el diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los demás reconociendo en ellos a los hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, comprendiendo las angustias y las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los demás.
Pero el Espíritu Santo nos hace también hablar a los hombres en la profecía, o sea haciéndonos "canales" humildes y dóciles de la Palabra de Dios. La profecía está hecha con franqueza, para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con docilidad e intención constructiva. Penetrados por el Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida.
Resumiendo: el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y en la profecía.
El día de Pentecostés, cuando los discípulos «quedaron llenos de Espíritu Santo», fue el bautismo de la Iglesia, que nació "en salida", en "partida" para anunciar a todos la Buena Noticia. Jesús fue perentorio con los Apóstoles: no debían alejarse de Jerusalén antes de haber recibido desde lo alto la fuerza del Espíritu Santo (cfrHech 1,4.8). Sin Él no existe la misión, no hay evangelización. Por esto con toda la Iglesia invocamos: ¡Ven, Santo Espíritu!
El Espíritu Santo sobre los apóstoles
Juan 20, 19-23. Pentecostés. El Espíritu Santo es todo: el fuego de la fe, del amor, de la fuerza y de la vida.
Oración introductoria
Ven, Espíritu Santo, llena mi corazón y enciende el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador y renueva la faz de la tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; hazme dócil a tus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor.
Petición
Espíritu Santo, mira mi vacío si Tú faltas, por eso te suplico vengas hacer en mi tu morada.
Meditación del Papa Francisco
Jesús, transfigurado en su cuerpo, ya es el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. ¿Y cuáles son estos dones? La paz, la alegría, la el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo da el Espíritu Santo que es el origen de todo esto. El Espíritu Santo vienen todos estos dones. El soplo de Jesús, acompañado de las palabras con las que comunica el Espíritu, indica el transmitir la vida, la vida nueva regenerada por el perdón.
Pero antes de hacer este gesto de soplar y donar el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios "pasando a través" de las llagas de Jesús. Estas plagas que Él ha querido conservar, también en esto momento, en el cielo Él hace ver al Padre las llagas con las cuales nos ha rescatado. Y por la fuerza de estas llagas nuestros pecados son perdonados. Así Jesús ha dado su vida por nuestra paz, nuestra alegría, por la gracia en nuestra alma, por el perdón de nuestros pecados. Y esto es muy bonito, mirar a Jesús así. (S.S. Francisco, 20 de noviembre de 2013). .
Reflexión
En cierta ocasión se encontraba una maestra en clase de religión con sus alumnos de tercero de primaria. Y les pregunta: - "Quién de ustedes me sabe decir quién es la Santísima Trinidad?" Y uno de los niños, el más despierto, grita: - "¡Yo, maestra! La Santísima Trinidad son el Padre, el Hijo ¡y... la Paloma!"
Para cuántos de nosotros el Espíritu Santo es precisamente eso:¡una paloma! De esa forma descendió sobre Cristo el día de su bautismo en el Jordán y así se le ha representado muchas veces en el arte sagrado. Pero ¡el Espíritu Santo no es una paloma! ¿Cómo se puede tener un trato humano, profundo y personal con un animalito irracional? La paloma es, a lo mucho, un bello símbolo de la paz, y nada más. Y, sin embargo, el Espíritu Santo es la tercera Persona de la Trinidad Santísima y Dios verdadero.
En la solemnidad de hoy celebramos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles el día de Pentecostés. Pero en las lecturas de la Misa de hoy nos volvemos a encontrar con la misma dificultad de antes: el problema del lenguaje. En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles se nos narra que el Espíritu Santo bajó del cielo "en forma de un viento impetuoso que soplaba". ¡Otra imagen! Como el viento que mandó Dios sobre el Mar Rojo para secarlo y hacer pasar a los israelitas por en medio del mar, liberándolos de la esclavitud del faraón y de Egipto (Ex 14, 21-31); o como ese viento que el mismo Dios hizo soplar sobre un montón de huesos áridos para traerlos a la vida, según nos refiere el profeta Ezequiel (Ez 37, 1-14). El mismo Cristo en el Evangelio de hoy usa también la imagen del viento para hablarnos del Espíritu Santo: "Jesús sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo". La misma palabra espíritu significa, etimológicamente, viento: procede del latín, spíritus (del verbo spiro, es decir soplar). El vocablo hebreo, ruah, tiene el mismo significado. Y la palabra latina que se usaba para decir alma era ánima, que a su vez viene del griego ánemos, viento.
El libro del Génesis nos narra que, cuando Dios creó al hombre modelándolo del barro, "le sopló en las narices y así se convirtió en un ser vivo" (Gén 2,7). Por eso también Cristo, como el Padre, sopla su Espíritu sobre sus apóstoles para transmitirles la vida. Sin el aliento vital nada existe. Así como el cuerpo sin el alma es un cadáver, el hombre sin el Espíritu Santo está muerto y se corrompe. Por eso, en la profesión de fe, decimos que "creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y Dador de vida". ¿Y cómo nos comunica esa vida? Cristo lo dice a continuación: "a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados..." Es la vida de la gracia santificante, que producen los sacramentos: el bautismo, la confesión, la Eucaristía y los otros cuatro. Él es el Espíritu Santificador, que da vida, alienta todo y "anima" todo. Es esto lo que Cristo nos quiere significar con esta imagen del viento.
En la Sagrada Escritura se nos habla del Espíritu Santo a través de muchas otras imágenes, dada nuestra pobre inteligencia humana, incapaz de abarcar y de penetrar en el misterio infinito de Dios. En la primera lectura misma que acabamos de referir, se nos dice que descendió "como lenguas de fuego" que se posaban sobre cada uno de los discípulos.
La imagen del fuego es también riquísima a lo largo de toda la Biblia. Es el símbolo de la luz, del calor, de la energía cósmica, de la fuerza. El Espíritu Santo es todo eso: el fuego de la fe, del amor, de la fuerza y de la vida.
Pero, además de las mil representaciones, el Espíritu Santo es, sobre todo, DIOS. Es Persona divina, como el Padre y el Hijo. Es el Dios-Amor en Persona, que une al Padre y al Hijo en la intimidad de su vida divina por el vínculo del amor, que es Él mismo. Vive dentro de nosotros, como el mismo Cristo nos aseguró: "Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a hacer en él nuestra morada" (Jn 14,23).
Podemos decir que una persona que amamos vive dentro de nosotros por el amor. Y si esto es posible en el amor humano, con mucha mayor razón lo es para Dios. El Espíritu Santo y la Trinidad Santísima viven dentro de nosotros por el amor, la fe, la vida de gracia, los sacramentos y las virtudes cristianas. El "dulce Huésped del alma" es otro de sus nombres; y san Pablo nos recuerda: "¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu Santo habita dentro de ustedes?" (I Cor 3,16).
Podríamos decir tantísimas cosas del Espíritu Santo y nunca acabaríamos. Pero lo más importante no es saber mucho, sino dejar que Él viva realmente dentro de nosotros. Y esto será posible sólo si le dejamos cabida en nuestro corazón a través de la gracia santificante: donde reina el pecado no hay vida. Es imposible que convivan juntos el día y la noche, o la vida y la muerte. Dios vivirá en nosotros en la medida en que desterremos el pecado y los vicios para que Él verdaderamente sea el único Señor de nuestra existencia. ¿Por qué no comienzas ya desde este mismo momento?
Los regalos de Dios
Las Tres Divinas Personas se nos han dado las tres, cada una a su manera, y se han dado del todo en forma asombrosa.
Cuando hablamos del Espíritu Santo en nuestros mensajes parece que se anima el Programa. Ese día estamos pensando en Dios más que nunca. Y esto a lo mejor es lo que nos va a pasar hoy...
Un himno de la Liturgia se dirige al Espíritu Santo y le dice: Eres el regalo grande del Dios altísimo. Tan grande, que Dios echó el resto con el Espíritu Santo y se quedó sin nada más que darnos.
Parece mentira cómo hace Dios las cosas. Todas las hace en grande, como Dios que es. En Él no cabe hacer nada pequeño. Y así es cómo se nos ha dado Dios desde el principio. Ha ido escalonando las cosas que daba, y al fin se ha quedado sin nada más.
¿Y el Cielo?, preguntarán algunos. Sí, Dios a estas horas nos ha dado ya también el Cielo. Porque incluso el Cielo ya lo llevamos dentro. Lo único que falta es que se rompa el velo de la carne mortal para que podamos disfrutar en gloria lo que ya poseemos en gracia.
Las Tres Divinas Personas se nos han dado las tres, cada una a su manera, y se han dado del todo en forma asombrosa. Aunque, cuando se nos daba una Persona, se nos daban las otras por igual, cada una según es en el seno de la Santísima Trinidad.
El primero que se nos dio fue el Padre con la creación. Toda la obra inmensa que contemplan nuestros ojos salió de sus manos amorosas y la puso en las manos nuestras para que la disfrutemos a placer. Nos creó en inocencia y nos dio su gracia, de modo que desde el principio éramos hijos suyos.
Se nos daba después el Hijo en la obra de la Redención. Cuando cometimos la culpa y perdimos la gracia, Dios manda su Hijo al mundo para que nos salve, y ya sabemos cómo se nos dio Jesús. Desde la cuna de Belén y desde Nazaret hasta el Calvario, y a través de todos los caminos de Galilea, ¡hay que ver cómo se entregaba Jesús! Y cuando había de marchar de este mundo, se las ingenió para irse y quedarse a la vez. Porque, si no, ¿qué otra cosa es la Eucaristía?... Y, ya en el Cielo, nos va a hacer junto con el Padre el regalo de los regalos.
Finalmente, le tocaba el turno al Espíritu Santo.
Sentado a la derecha del Padre, Jesús, con todo el poder que tiene como Dios, nos manda el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, para que tome posesión de nuestros corazones, derrame en nosotros el Amor increado de Dios, nos llene de su santidad, nos colme con todos sus dones, produzca en nosotros todos los frutos del Cielo, y sea la prenda de nuestra vida eterna.
Así Dios, el Dios Uno en las Tres divinas Personas de la Santísima Trinidad, siendo infinitamente rico, se queda sin nada más que darnos...
El Espíritu Santo es el resto, el colmo, el regalo grande del Dios altísimo, que ya no puede inventar nada mayor para poderlo regalar.
Son muchas las personas que en nuestros días, volviendo a la devoción que la Iglesia de los primeros siglos tuvo al Espíritu Santo, nos han dado una verdadera lección de felicidad. ¡Hay que ver cómo disfrutan del Espíritu Santo en sus asambleas! Parecen tener la feliz enfermedad de un Felipe de Neri, el Santo más simpático que llenó la Roma del siglo dieciséis.
Se preparaba para celebrar la fiesta de Pentecostés, porque era muy devoto del Espíritu Santo, cuando se sintió de repente abrasado por un fuego devorador.
- ¡Que no puedo más! ¡Que no puedo más!...
Los que le rodeaban empezaron a buscar agua fría, le aplicaban al pecho paños mojados, y nada... El corazón palpitaba como un tambor.
Hasta las costillas se levantaban como para estallar.
Felipe no podía aguantar el gozo inexplicable que le invadía:
- ¡Basta! ¡Que no puedo con tanta felicidad!...
Aquel fenómeno místico no se lo explicaba nadie, porque aquel calor le duraba como duraban las llagas a San Francisco de Asís o al Padre Pío...
Llegaba el invierno y tenía que descubrirse la ropa del pecho para que el calor del amor no se sintiera tan intenso. Y como nadie sabía de qué procedía, el Santo, como hacía con todas sus cosas, lo tomaba a risa delante de los demás. Caminaba así descubierto en pleno invierno por las calles de Roma, por mucho frío que hiciese, y se les reía a los jóvenes:
- ¡Vamos! A vuestra edad, ¿y no aguantáis el poco frío que hace?
Los médicos, que tampoco entendían nada, le daban medicinas equivocadas y no conseguían nada tampoco. Ni disminuían las palpitaciones, ni se arreglaban las costillas. El Santo seguía riéndose:
- Pido a Dios que estos médicos puedan entender mi enfermedad...
Pues, bien. Eso que ni los jóvenes ni los médicos entendían, es lo que hace en nosotros el Espíritu Santo que se nos ha dado. Así estalla su amor en el corazón. Dios lo quiso manifestar externamente en Felipe Neri para que nosotros entendiéramos la realidad mística y profunda que llevamos dentro.
El Espíritu Santo es el Huésped de nuestras almas y el que santifica nuestros cuerpos. El Espíritu Santo es el que ilustra nuestras mentes para que entendamos la verdad y penetremos en las intimidades de Dios. El Espíritu Santo es quien nos empuja hacia Dios con la oración que suscita en nosotros.
El Espíritu Santo, don grandísimo de Dios, lo último que le quedaba a Dios... Eso, eso es lo que Dios nos ha dado...