«Todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella... ha echado todo lo que tenía para vivir»

Evangelio según San Lucas 21,1-4. 

Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir." 

Presentación de santa María Virgen

Memoria de la Presentación de santa María Virgen. Al día siguiente de la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, construida junto al muro del antiguo templo de Jerusalén, se celebra la dedicación que de sí misma hizo a Dios la futura Madre del Señor, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su Concepción Inmaculada.

«Los meses se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de dos años, Joaquín dijo: Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que [Dios] nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda. Y Ana respondió: Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos. Y Joaquín repuso: Esperemos.

Y, cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el Gran Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel.

E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.

Y sus padres salieron del templo llenos de admiración, y glorificando al Omnipotente, porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibía su alimento de manos de un ángel.

Y, cuando llegó a la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron, y dijeron: He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del Señor. ¿Qué medida tomaremos con ella, para que no mancille el santuario? Y dijeron al Gran Sacerdote: Tú, que estás encargado del altar, entra y ruega por María, y hagamos lo que te revele el Señor.

Y el Gran Sacerdote, poniéndose su traje de doce campanillas, entró en el Santo de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos vengan cada cual con una vara, y aquel a quien el Señor envíe un prodigio, de aquel será María la esposa. Y los heraldos salieron, y recorrieron todo el país de Judea, y la trompeta del Señor resonó, y todos los viudos acudieron a su llamada...»

De esta manera cuenta el llamado «Protoevangelio de Santiago» (caps. 7-8) -un escrito cristiano del siglo II, perteneciente al grupo de los llamados «apócrifos»- la «presentación de María en el templo», tradición piadosa en la que se inspira la escena que conmemoramos hoy.

¿Fue presentada María en el Templo de Jerusalén? Seguramente, como todo hijo e hija era presentado a Dios y se ofrecía por él/ella un tributo a Dios, tanto para agradecer el buen nacimiento como para invocar protección sobre el vástago. Ahora bien, en qué consistía en concreto el rito de «presentación», no han quedado testimonios, y desde luego que la presentación de María tal cual la cuenta el «Protoevangelio de Santiago» es legendaria. Sin embargo se hace eco de la fe profunda de la Iglesia ya desde sus primeros instantes: aunque en su familia y en su pueblo no lo hayan visto, María venía siendo «preparada» como nueva Arca de la nueva Alianza desde toda la eternidad; y eso es a lo que la leyenda, en definitiva, apunta: a poner en evidencia que el papel de María en la historia de la salvación no es casual ni azaroso, ni tampoco el fruto de una decisión momentánea. Así como habrá sorprendido a María verse envuelta por el anuncio angélico, así también es cierto que toda su vida era un recto y firme encaminarse hacia una fidelidad plena y absoluta, hacia una completa disposición a quien la había elegido desde toda la eternidad para que se realizara en ella un misterio que recién terminará de comprender -como Iglesia y como figura de la Iglesia que ella misma es- con la luz del Espíritu Santo en Pentecostés. Un hermoso detalle de la escena que me gustaría destacar es que María se alimenta «de manos de un ángel»; no podemos dejar de recordar la expresión del salmo 77: «y el hombre comió pan de ángeles», que aunque se refiere al maná, el cristianismo lo ha entendido desde siempre como figura de la Eucaristía; María sería así la primera en comer del «pan de angeles» que traerá su Hijo.

Por más que, desde luego, todos estos pensamientos sobre María sean muy simbólicos, muy poéticos y muy agradables, no debemos sin embargo olvidar que no tenemos ninguna clase de fuente fidedigna para conocer la prehistoria de Jesús (e incluso muchos aspectos de su historia cotidiana); por ello el nuevo Martirologio quiere dejar bien explícito que el motivo de esta fiesta se relaciona más con una realidad cultual y de la vida concreta cristiana que con leyendas piadosas: es en definitiva la fiesta de la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, de Jerusalén, realizada el 20 de noviembre del año 543. Como fiesta litúrgica no es muy antigua, ni en Occidente ni en Oriente, donde tuvo su origen, quizás hacia el siglo X. En Occidente se celebraba con cierta solemnidad en el siglo XI en Inglaterra, pero después cayó de nuevo en el olvido, y a finales del siglo XIV se volvió a conmemorar en la Iglesia latina, hasta que en 1585 el papa Sixto V la inscribió en el calendario general.

Los Evangelios Apócrifos, edición de Edmundo González Blanco, ed Hispamerica (re.) 1985. Cfr. Butler-Guinea, tomo IV, pág. 394, y su amplia bibliografía.

Meditaciones sobre el Evangelio, 263

«Todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella...
ha echado todo lo que tenía para vivir»

No despreciemos a los pobres, los pequeños...; no son tan sólo nuestros hermanos en Dios, sino que son los que más perfectamente imitan  a Jesús en su vida exterior. Nos representan perfectamente a Jesús, el Obrero de Nazaret. Son los primeros entre los elegidos, los primeros que fueron llamados a acudir a la cuna de Jesús. Fueron la compañía habitual de Jesús desde su nacimiento hasta su muerte; pertenecían a esta clase María y José y los apóstoles... Lejos de menospreciarlos, honrémosles, honremos en ellos las imágenes de Jesús y de sus padres santos; en lugar de desdeñarlos, admirémoslos... Imitémoslos y, puesto que vemos que su condición es la mejor, es la que ha escogido Jesús para sí mismo, para los suyos, la que ha sido llamada la primera a ir a su cuna, la que mostró en actos y palabras..., abracémosla... Seamos obreros pobres como él, como María, José, los apóstoles, los pastores, y si algún día nos llama al apostolado, permanezcamos en esta condición de vida, tan pobres como él mismo quiso serlo, tan pobres como lo fue siempre san Pablo, «su fiel imitador» (cf 1C 11,1). 

No dejemos jamás de ser pobres en todo, hermanos de los pobres, compañeros de los pobres, seamos, como Jesús, los más pobres de entre los pobres, y como él, amemos a los pobres y vivamos rodeados de ello

Opción por los pobres y oprimidos

"Jesucristo, Señor de la Historia"
Redescubrir el sentido auténtico de Cristo Rey
"La fiesta era la respuesta de una Iglesia que se sentía sola y amenazada por la sociedad civil"

Juan Antonio Espinosa, 20 de noviembre de 2016 a las 08:18

La opción de Jesús por los pobres y oprimidos marcó un nuevo rumbo a la Humanidad, en esa marcha de nuestra tierra hacia la libertad y la justicia

(Juan Antonio Espinosa).- La fiesta de Cristo Rey nació en 1925 bajo el pontificado de Pío XI. Era la respuesta de una Iglesia que se sentía sola y amenazada por la sociedad civil. Se trataba de presentar ante el mundo a Cristo como Rey de reyes.

Pero años después fueron muchos los que iniciaron el camino para redescubrir la auténtica figura de Jesús, el Jesús del Evangelio, aquel que dijo:

"He sido enviado para traer la Buena Noticia a los pobres y devolver la luz a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos..."

La opción de Jesús por los pobres y oprimidos marcó un nuevo rumbo a la Humanidad, en esa marcha de nuestra tierra hacia la libertad y la justicia.

De aquí el nombre de "Jesucristo, Señor de la Historia".

Su mensaje se mantiene firme a través de los tiempos. No se llevó el viento sus palabras.

Desde la cruz, la cruz del resucitado, cuya sombra cobija a todos los crucificados y víctimas inocentes de la Historia, Jesús seguirá siendo la Buena Noticia, la gran esperanza para nuestro mundo, el impulso de todos aquellos que luchan por la paz, el amor y la justicia.
A este Jesús celebramos hoy.

Señor del Tiempo Nuevo 
Eres Señor del ayer
y Señor del Tiempo Nuevo.
Seguimos creyendo en Ti
y esperamos tu regreso.

Han pasado dos mi años
como un soplo, como un sueño;
pero queda tu palabra:
no se la ha llevado el viento.
Han pasado mil naciones,
se han hundido mil imperios:
las tinieblas no han podido
con la luz de tu evangelio.

Eres Señor del ayer
y Señor del Tiempo Nuevo.
Seguimos creyendo en Ti
y esperamos tu regreso.

La cizaña de los odios,
el rencor y el desconcierto
arrasaron nuestra tierra
entre guerras y entre duelo.
Mas la luz de la esperanza
sigue viva en nuestro pecho
pues Tú sigues en la cruz
sosteniendo el Universo.

Eres Señor del ayer
y Señor del Tiempo Nuevo.
Seguimos creyendo en Ti
y esperamos tu regreso.

Letra: José Antonio Olivar
Música: Juan Antonio Espinosa

La grabación, junto con 12 canciones más, se encuentra en el CD "Al Señor del Nuevo Siglo" y la partitura en el libro del mismo título.
Ahora puedes escuchar esta canción, interpretada por Joaquín Laría y Coros, pulsando aquí.
También, si lo deseas, te la puedes descargar gratis pulsando aquí.

         
Poner en las manos de Dios esas dos moneditas
Lucas 21, 1-4. Lunes XXXIV. Tiempo ordinario. Ciclo C. La viuda pobre.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, te pido que entres en mi corazón. Te dejo las puertas de mi corazón abiertas. Hoy quiero vivir cumpliendo tu voluntad. «Hágase en mí según tu palabra». Así como dijo María cuando le encomendaste una gran misión, así hoy te renuevo mi total disponibilidad. Estoy aquí delante de Ti, con corazón abierto. Llévame donde Tú quieras. Pongo en tus manos toda mi vida. 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Hoy vemos en el corazón de Jesús la admiración. Podemos adentrarnos en sus sentimientos y contemplar algo realmente conmovedor. Podemos meternos en el Evangelio y contemplar la escena. Esa pobre anciana que deja todo, absolutamente todo al Señor. Imaginemos por un momento que tenemos que dar todo nuestro dinero a una persona pobre ¿Lo haríamos? Es algo muy fuerte. Puede pasar que es difícil pensar en esta situación, pero es una escena muy fuerte. Lo ha dado todo esta pobre viuda.

Y es verdad que tal vez el Señor no nos pide dar todo nuestro dinero, pero nos pide algo más. Nos pide darle nuestra vida. A la virgen María le pidió toda la vida, y su vida fue un continuo renovar ese primer «hágase». Cuando nadie los había recibido en Belén y su hijo tuvo que nacer entre la suciedad de un establo repitió ese sí. Cuando tuvo que salir en medio de la noche hacia Egipto dijo sí. Cuando vivió en la cotidianeidad de Nazaret sin ver ningún milagro repitió su sí.  Cuando escuchó las críticas contra su hijo dijo sí. Y al final, al pie de la cruz, cuando su corazón estaba traspasado por la espada del dolor, al ver a su hijo, dijo sí.

Toda su vida fue un poner en las manos de Dios esas dos moneditas. Fue ponerle toda su vida. En cada momento. Sin mirar atrás, sin querer una recompensa, simple y sencillamente cumpliendo la voluntad de Dios segundo a segundo.

«He aquí la sorprendente grandeza de Dios, un Dios lleno de sorpresas y que ama las sorpresas: nunca perdamos el deseo y la confianza en las sorpresas de Dios. Nos hará bien recordar que somos, siempre y ante todo, hijos suyos: no dueños de la vida, sino hijos del Padre; no adultos autónomos y autosuficientes, sino niños que necesitan ser siempre llevados en brazos, recibir amor y perdón. Dichosa las comunidades cristianas que viven esta genuina sencillez evangélica. Pobres de recursos, pero ricas de Dios. Dichosos los pastores que no se apuntan a la lógica del éxito mundano, sino que siguen la ley del amor: la acogida, la escucha y el servicio.» (Homilía de S.S. Francisco, 1 de octubre de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Jesús, te ofrezco vivir el día de hoy poniendo todo mi esfuerzo y dedicación en lo que tengo qué hacer. Si algo me cuesta lo haré con alegría y si me siento cansado, seré más generoso.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La fe es un don gratuito
A veces se tienen tesoros que no somos capaces de valorar, la fe es un gran tesoro, las dificultades ponen a prueba nuestra fe, y de nada sirve una fe muerta sino viva.


La fe es gratuita y la respuesta también es libre. La fe es un gran tesoro. Tenemos tesoros que no somos capaces de valorar. Es como el que tiene una avioneta arrumbada en un oscuro garaje, llena de polvo y telarañas, que nunca ha usado. La avioneta está ahí sin sospechar lo que es. Cree que es un trasto más del garaje, como la estantería llena de botes o ruedas viejas. Y un día viene alguien y la saca, la limpia, le engrasa el motor, le llena el depósito de gasolina, arranca… y ¡a volar!

¿Os imagináis lo que sentiría la avioneta si fuese capaz de sentir?

Creo que lo más grande no sería la emoción de notar el viento de frente con fuerza o de ver pasar a gran velocidad los bosques, los montes y las colinas desde lo alto…, sino descubrir de repente lo que en realidad era, aquello para lo que fue creada… ¡Para volar!

Existe además la fe religiosa, la fe en Dios, en Jesús. El creyente vive de la fe. Vivir la fe es más importante que hablar de ella, y quien oye hablar de ella sin fe, no descubre nada, es como un ciego al que le explican cómo es la luz. Jesús no hace muchas preguntas a sus oyentes, no les exige admitir verdades, sino que les dice: ¿Creéis que puedo hacer esto? ¿Os fiáis de mí? . ¿Por qué no me creéis? ; etc.

Muchas personas, cuando les preguntamos si creen, nos hablan de una fe apoyada en el ambiente, en la tradición: Siempre se ha hecho asíMi familia ha sido siempre católica…. Y reducen su fe a los sacramentos, que tienen más un tinte social que de expresión de fe. Y sin embargo, sabemos que la auténtica fe cristiana brota de una experiencia de Dios, exige creer en Él y una respuesta personal. No basta con creer lo que otros digan, ni siquiera con creer a los curas.

Queremos que la fe sea un seguro de vida ante el dolor o ante los problemas. Ser creyente supone asumir todos los valores personales, familiares y sociales con su realidad actual y sus expectativas de futuro. Jesús no imponía nada, invitaba a seguirlo. Es verdad que a nadie adulaba o pretendía engañar con falsas promesas. Habla de las exigencias del seguimiento, pero en cualquier caso uno es libre de aceptar. Y quien lo siga tendrá la alegría del que ha encontrado un gran tesoro.

Quien tiene fe, ve a Dios en todos los acontecimientos y en todas partes. La fe no es visión, no es conocimiento ni seguridad. La fe es vivir con la firme convicción de que estamos en manos de Dios, que es a la vez Amor y Poder. La fe es desprendernos de nuestras ansiedades y temores, de nuestras dudas y desesperaciones. La fe es un salto, un impulso, un intento, un no aferrarse a las seguridades. La fe es un don, no se gana a puños. Jesús mandará a sus discípulos a dar testimonio de su fe, a anunciar lo que habían visto, oído y vivido (1 Jn 1, 1-4).

La fe, como la esperanza y el amor, puede crecer o perderse. Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. ¿Cómo crecer en la fe? Respirando el amor y el poder de Dios.

A veces somos víctimas del miedo, de la duda, de la inseguridad… Y a nuestra mente se asoman pensamientos negativos: no soy…, no puedo…, no quiero. Y esto nos debilita la fe, nos roba las fuerzas y nos quita la paz. La fe se conoce, se profundiza, se defiende, se alimenta y se transmite. Se alimenta con la Palabra de Dios, con la oración, con la confesión periódica, con la eucaristía. El cristiano debe defenderla sin miedo, propagarla y testimoniarla.

La fe es un don gratuito que nos ha hecho Dios. Dios nos amó primero (1 Jn 4, 19). Nosotros hemos de acogerla, cultivarla, hacer fructificar esos talentos. La fe es un don que exige una respuesta humana.

A veces esta respuesta resulta difícil, ya que en muchos momentos nos encontramos en situaciones complicadas que no sabemos cómo resolver, o en momentos difíciles de asumir, o en circunstancias duras, y la vida no es fácil: una enfermedad o la muerte de un ser querido… Cuando las cosas van mal, tendemos a hundirnos, a ponernos tristes, y es entonces cuando deberíamos confiar más en Dios, en los momentos de duda, por la noche, cuando estés cansado y desanimado, cuando aparentemente nada tiene sentido y te sientes confuso y frustrado.

Aunque no sepas adónde lleva el camino, dondequiera que estés y sientas lo que sientas, ¡Dios lo sabe! Y no temas, porque Jesús es tu luz y tu fuerza. Yo soy la luz, el que me sigue no andará en tinieblas (Jn 12, 46).

La fe es un tesoro que hemos recibido de Dios, de la Iglesia y de nuestra familia. Y que algunos no han sabido o no han querido conservar y engrandecer. Sin ella no nos salvamos (Mc 16,16). Según san Juan, la fe consiste en creer en Jesucristo (Jn 3, 15);en recibirlo (1, 12); en escucharlo (5, 40), en seguirlo (8, 12); en permanecer en Él (15, 4-5), en su palabra (8, 31), en su amor (15, 9). Y así es como por la fe conocemos a Dios. Creer en El evangelio es condición indispensable para entrar en el Reino (Mc 1, 15).

La fe en Jesús realiza milagros (Mt 13, 58), sana y salva (Mc 5, 34). Por eso sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6), y quien persevera en ella, obtendrá la vida eterna (Mt 10,22). Por supuesto que nadie está obligado a creer, es un acto libre y amoroso que sólo el hombre es capaz de hacer.

Lo que la Escritura nos dice es que Dios nos llama, pero sin coaccionar a nadie. Es la fe la que nos lleva a abandonarnos en las manos de Dios, pues sabemos de quién nos fiamos, Y dejamos nuestra suerte en sus manos, seguros y ciertos de que su bondad y misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida.

Las dificultades ponen a prueba nuestra fe y esperanza. La fe nos da nuevos ojos, para ver con los ojos de la fe a Jesús como lo vieron los discípulos. Guiarse por la fe es confiar en Dios, creer en lo que dice y hace. La fe compromete nuestra vida con lo que creemos.

No sirve una fe muerta, sino viva (St 2,14-26), por las obras y no por la fe se justifica la persona (St 2,24). Y la fe tiene que estar encarnada en el aquí, en nuestra historia. Es una pena ver como en pueblos cristianos se da una gran incoherencia. Para que sea viva necesita alimentarse de la palabra, de la oración y sacramentos y fortificarla en la vida.

El crecimiento de la fe es un proceso, como lo es el amor y la esperanza. 
 
La victoria es el arte de seguir donde los demás paran
Sembrando Esperanza II. Voy a seguir creyendo, aun cuando la gente pierda la esperanza.

La vida es una realidad maravillosa que no deja de sorprendernos. Cuantos más datos nos proporcionan la ciencia y la experiencia humana, mejor podemos comprender que la vida del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es un misterio que desborda el ámbito de lo puramente bioquímico; efectivamente, es algo que va mucho más allá de nuestras expectativas y progresos meramente humanos.

En su constante progreso la ciencia afirma, cada vez con más fuerza, que desde la fecundación tenemos una nueva vida humana, original e irrepetible, con una historia y un destino únicos. ¿Ya sabes cuál es tu historia y cuál es tu destino último?,¿de dónde vienes y a dónde vas? Toda vida tiene que ser acogida, respetada y amada: es compromiso de todos acoger la vida humana como don que se debe respetar, tutelar y promover, mucho más cuando es frágil y necesita atención y cuidados, sea antes del nacimiento, sea durante la misma vida, sea al final de su camino...

Voy a seguir creyendo, aun cuando la gente pierda la esperanza.
Voy a seguir dando amor, aunque otros siembren odio.
Voy a seguir construyendo, aun cuando otros destruyan.
Voy a seguir hablando de Paz, aun en medio de una guerra.
Voy a seguir iluminando, aun en medio de la oscuridad.
Y seguiré sembrando, aunque otros pisen la cosecha.
Y seguiré gritando, aun cuando otros callen.
Y dibujaré sonrisas, en rostros con lágrimas.
Y transmitiré alivio, cuando vea dolor.
Y regalaré motivos de alegría, donde solo haya tristezas.
Invitaré a caminar, al que decidió quedarse.
Y levantaré los brazos, a los que se han rendido.

Porque en medio de la desolación, siempre habrá un niño que nos mirará esperanzado, esperando algo de nosotros; y aun, en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol; y en medio del desierto, crecerá una planta.

Siempre habrá un pájaro que nos cante, un niño que nos sonría y una mariposa que nos brinde su belleza.

Pero... si algún día ves que algún ser querido no sonríe, o calla, sólo acércate y dale un beso, un abrazo, o regálale una sonrisa, con eso será suficiente; seguramente la vida le habrá abofeteado y le sorprendió por un segundo.
Solo un gesto tuyo, hará que vuelva al camino. Nunca lo olvides...
 

Francisco invita a dejar paso a la “fantasía de la misericordia” y dar vida a “iniciativas nuevas”

El Santo Padre propone, en la carta apostólica Misericordia et misera, esforzarse “en concretar la caridad” y “en iluminar con inteligencia la práctica de las obras de misericordia”

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- La misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre. Lo dice el papa Francisco en su carta apostólica Misericordia et misera, que ha escrito el finalizar el Año Santo de la Misericordia. De este modo, además de dar una serie de indicaciones precisas para que lo vivido este Jubileo se “prolongue” en el tiempo, el Santo Padre reflexiona una vez más sobre este don de Dios. Así, el Pontífice recuerda que el perdón es el signo más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida. “No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este imperativo del amor que llega hasta el perdón”, asegura. De este modo, señala que nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios “queda sin el abrazo de su perdón”. Por este motivo, explica el Papa, “ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e inmerecido”. El Santo Padre precisa que se necesitan testigos “de la esperanza” y “de la verdadera alegría para “deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales”. El vacío profundo de muchos –alienta Francisco– puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella. En esta misma línea, el Santo Padre explica que hemos celebrado un Año intenso, “en el que la gracia de la misericordia se nos ha dado en abundancia”. Como un viento impetuoso y saludable, “la bondad y la misericordia se han esparcido por el mundo entero”, asegura el Papa. Ahora, concluido este Jubileo, “es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo, la riqueza de la misericordia divina”, alienta.  Por esta razón, el Papa pide que “no limitemos su acción; no hagamos entristecer al Espíritu, que siempre indica nuevos senderos para recorrer y llevar a todos el Evangelio que salva”.

Además, recuerda que “estamos llamados a celebrar la misericordia”. Por otro lado, el Pontífice pide abrir “el corazón a la confianza de ser amados por Dios”. Su amor –añade– nos precede siempre, nos acompaña y permanece junto a nosotros a pesar de nuestro pecado.

Respecto a la escucha de la Palabra de Dios el Santo Padre recomiendo mucho “la preparación de la homilía y el cuidado de la predicación”. Así, reconoce que será tanto más fructuosa, “cuanto más haya experimentado el sacerdote en sí mismo la bondad misericordiosa del Señor”. Tal y como explica el Papa en este documento, la Biblia es la gran historia que narra las maravillas de la misericordia de Dios. Cada una de sus páginas está impregnada del amor del Padre que desde la creación ha querido imprimir en el universo los signos de su amor. Por eso el Santo Padre manifiesta su vivaz deseo de que la Palabra de Dios se celebre, se conozca y se difunda cada vez más, “para que nos ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia”. A los sacerdotes, renueva la invitación a prepararse con mucho esmero para el ministerio de la Confesión, que es una verdadera misión sacerdotal. Y les pide que sean acogedores con todos; testigos de la ternura paterna, solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal cometido, claros a la hora de presentar los principios morales, disponibles para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de cada uno con paciencia, prudentesen el discernimiento de cada caso concreto y generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios. Asimismo, les recuerda que “nosotros hemos sido los primeros en ser perdonados” y “hemos sido testigos en primera persona de la universalidad del perdón”. No existe ley ni precepto –asegura el Pontífice– que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Todos, reconoce el Papa, tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Por otro lado, también señala que en un momento particular como el nuestro, caracterizado por la crisis de la familia es importante que llegue una palabra de gran consuelo a nuestras familias. “El don del matrimonio es una gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con al amor generoso, fiel y paciente”, reconoce el papa Francisco. La gracia del Sacramento del Matrimonio — indica el Santo Padre– no sólo fortalece a la familia para que sea un lugar privilegiado en el que se viva la misericordia, sino que compromete a la comunidad cristiana, y con ella a toda la acción pastoral, para que se resalte el gran valor propositivo de la familia. En la carta apostólica, el Pontífice subraya que “termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa”  pero “la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par”. Al respecto, reconoce que durante el Año Santo, especialmente en los «viernes de la misericordia», ha podido darse cuenta de cuánto bien hay en el mundo. Existen personas –reconoce el Papa– que encarnan realmente la caridad y que no llevan continuamente la solidaridad a los más pobres e infelices. Es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. Ya que todavía hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, grandes masas de personas siguen emigrando, la enfermedad es una causa permanente de sufrimiento, las cárceles son lugares en los que las condiciones de vida inhumana causan sufrimientos, el analfabetismo está todavía muy extendido, la cultura del individualismo exasperado hace que se pierda el sentido de la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Por eso, el Papa precisa que “las obras de misericordia corporales y espirituales constituyen hasta nuestros días una prueba de la incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social”.

Por todo ello, el Papa pide que nos esforcemos “en concretar la caridad” y “en iluminar con inteligencia la práctica de las obras de misericordia”. Estamos llamados –asegura– a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás. Asimismo, concluye asegurado que “este es el tiempo de la misericordia”. Cada día de nuestra vida está marcado por la presencia de Dios, que guía nuestros pasos con el poder de la gracia que el Espíritu infunde en el corazón para plasmarlo y hacerlo capaz de amar.

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