Miren mis manos y mis pies: soy yo

Testigos

Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de «testigos» capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia: «Vosotros sois mis testigos».

No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad.

Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: «La paz esté con vosotros... ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?».

Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo ocultamos con nuestros protagonismos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad... estamos pecando contra el Resucitado. Así no es posible una Iglesia de testigos.

Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: «Soy yo en persona». El mismo al que han conocido y amado por los caminos de Galilea.

Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él hemos de recorrer el relato de los evangelios; descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.

A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: «Vosotros sois testigos de estas cosas». No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo, sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con su vida, no solo con palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos.

Un trozo de pescado; III Domingo de Pascua 15 de abril 2018

Me gusta imaginar a Cristo en medio de nosotros y contarle que estamos sumidos en la angustia y en la desesperanza ¿Qué nos contestaría Jesús?

Lecturas:

Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19: “Ustedes dieron muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos”.

Salmo 4: “En ti, Señor, confío. Aleluya”.

I San Juan 2, 1-5: “Cristo es la víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero”

San Lucas 24, 35-48: Está escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos”

Me llega un mensaje electrónico de una persona que me refiere que hace ya algunos años, viniendo de Guatemala, pasó por Chiapas en busca de llegar a los Estados Unidos. Narra una serie de “desgracias” que lo pusieron enfermo, golpeado y perdiendo la fe. “Me encontraba sin dinero, con hambre, mucha hambre, pero sobre todo decepcionado y golpeado por dentro y por fuera. En mi pueblo, siempre tenía mi maíz y nunca había sufrido verdadera hambre, ni me había sentido tan humillado, sin dinero y perdido. Pensaba en lo peor. En una de las comunidades de Chiapas una familia, que recuerdo con cariño, me ofreció un taco, me sentó a su pobre mesa y con su plática me devolvió la esperanza. Con ellos estuve dos noches. Gracias a ellos ahora trabajo y les envío algo a mi esposa y mis hijos. Recuerdo sus nombres pero no sé ni sus apellidos ni su comunidad. Deles las gracias a todos los que hacen algo por los migrantes porque un taco puede quitar algo más que el hambre. Puede devolver la esperanza”.

San Lucas nos presenta hoy otra escena de Cristo resucitado. Los Apóstoles comienzan apenas a asimilar que Cristo ha resucitado y se quedan asombrados ante los relatos de los discípulos de Emaús que les cuentan cómo lo han reconocido al partir el pan. Ellos les explican que no acaban de comprender cómo podían tener tanta desilusión y tanto temor hasta abandonar la comunidad y todos los sueños del Reino, para regresar a sus vidas ordinarias. Sin embargo un pan partido y compartido les ha devuelto la esperanza y los ha hecho regresar en la oscuridad pero con el corazón iluminado. En esas están, cuando nuevamente se presenta Jesús con el saludo que más ofrece después de la resurrección: “La paz esté con ustedes”. Y tiene razón Jesús porque su crucifixión y su muerte les han hecho perder la paz. Les han traído miedo y confusión. No pueden entenderlo porque no conciben un Mesías en la cruz. Por eso los saluda una y otra vez con la misma expresión, buscando que recobren la paz. Pero tanto es su temor que ahora creen ver un fantasma.

Hoy nosotros también hemos perdido la paz, a pesar de que sabemos que Cristo ha resucitado. Necesitamos experimentar su presencia en medio de nosotros, abrir nuestro corazón a sus palabras y recobrar la verdadera paz. Me gusta imaginar a Cristo en medio de nosotros y contarle que estamos sumidos en la angustia y en la desesperanza ¿Qué nos contestaría Jesús? Necesitamos que abra nuestras puertas y ventanas y descubra lo que hay en nuestro interior; que penetre su luz a lo más profundo de nuestra oscuridad para iluminarla y disipar nuestros fantasmas. Escuchar cómo pronuncia con seguridad y confianza aquellas palabras: “No tengan miedo, no pierdan la paz, que no tiemble su corazón”. A partir de estas palabras los cristianos podemos aprender la lección de no tener miedo, a nada ni a nadie. El miedo paraliza y nos deja impotentes frente a las dificultades y peligros. Por eso Jesús nos invita a recobrar la paz y a vencer los miedos.

Y como si quisiera infundirnos más seguridad, nos presenta también a nosotros, igual que a sus discípulos, las llagas de su cuerpo, de sus manos y de sus pies. Es el mismo que fue crucificado y que ha vencido a la muerte. No, no se trata de que no haya dolor ni heridas, se trata de que a pesar de esos dolores y heridas se pueda triunfar y construir su Reino. Es de carne y hueso, no es un Mesías angelical que ofreciera solamente aleluyas y alegrías, presenta las huellas que ha dejado su entrega y por eso sabemos que el miedo y el dolor se pueden vencer. A veces nuestras vidas se llenan de fantasmas que nos atan y empequeñecen, que nos impiden vivir con alegría y en libertad. Jesús desenmascara esos fantasmas actuales con su presencia liberadora. Por su resurrección también nosotros somos capaces de vencer. Hoy nos invita a ser sus testigos y a llevar esta verdadera paz a nuestros ambientes y a nuestro corazón.

Ante la duda y dificultades que presentan sus discípulos para creer, Jesús recurre al símbolo de la comida para demostrarles que no es ningún fantasma. Si Cristo comparte el trozo de pescado asado, busca mucho más que saciar su hambre; quiere hacer comprender a sus discípulos la misión de un Mesías que comparte la vida a plenitud con todos los hombres, en sus más básicas necesidades: el hambre, el miedo y la inseguridad. La comida, la mesa, el pan o la tortilla compartida, forman parte substancial de todas las culturas para mostrar la comunión y la verdadera fraternidad. El comer supone algo más que satisfacer una necesidad biológica. Comer juntos, compartir la abundancia o pobreza de alimentos, donde hay sitio para todos, es símbolo y figura del reino. Por eso Cristo comparte con sus discípulos y con nosotros un trozo de comida, Él que es el verdadero alimento que da vida.

Aquí surgen muchas preguntas a nuestra forma de vivir la fe. La primera sería si hemos superado los miedos para enfrentarnos a las injusticias sabiendo que Cristo está de nuestra parte, o si preferimos cobardemente dejar que siga reinando la maldad y la mentira, mientras nos agachamos murmurando y renegando pero sin atrevernos a luchar por una vida más justa. También debemos cuestionarnos si nuestras Eucaristías significan y crean espacios para compartir, para construir fraternidad, donde todos puedan sentarse a la mesa de la vida, sin marginados que tengan que esperar a ver si caen migajas de nuestra mesa para poder saciar su hambre. ¿Cómo somos testigos de Jesús en nuestros tiempos?

Padre, tú que nos has renovado en el espíritu al devolvernos la dignidad de hijos tuyos, concédenos que, superando nuestros miedos y sintiendo la presencia de Cristo Resucitado, construyamos la verdadera paz como testigos de tu Hijo Jesús. Amén.

RECUERDA A ALFIE EVANS Y A LOS ENFERMOS ASISTIDOS, EN "SITUACIONES DELICADAS Y COMPLEJAS"
El Papa insta a los políticos a que "prevalezcan la justicia y la paz" en Siria
Reza por los tres periodistas ecuatorianos asesinados en la frontera con Colombia

José Manuel Vidal, 15 de abril de 2018 a las 12:32

Papa, en la ventana

El cuerpo no es un obstáculo o una prisión del alma...Tenemos que tener una idea positiva de nuestro cuerpo

(José M. Vidal).- Un nuevo 'no' a la guerra del Papa desde su cátedra de la ventana del Vaticano. Francisco aprovechó el regina coeli, para pedir a los políticos que "prevalezcan la justicia y la paz" en Siria, recordó a los tres periodistas ecuatorianos asesinados en la frontera con Colombia y rezó por Alfie Evans, el niño en cuidados asistidos, y otras personas que, como él, están en situaciones "delicadas, dolorosas y complejas".

Algunas frases de la catequesis papal

"El Evangelio nos introduce en el Cenáculo, donde Jesús se manifiesta a los apóstoles, con el saludo: la paz con vosotros"m"Se trata de la paz interior y de la que se establece entre la relación entre las personas" "El realismo de la Resurrección: Jesús no es un fantasma" "Presencia real, con su cuerpo resucitado" "La realidad de la resurrección es para los discípulos algo inconcebible" "Para convencerles, les hace ver las llagas" "Era tanta la alegría que los discípulos tenían dentro: no, no puede ser así...Tanta alegría no es posible" "Jesús come con ellos, para convencerlos" "El cuerpo no es un obstáculo o una prisión del alma" "Tenemos que tener una idea positiva de nuestro cuerpo" "El pecado no es provocado por el cuerpo, sino por nuestra debilidad moral" "El cuerpo es un don estupendo de Dios" "Somos llamados a tener gran respeto y cuidado de nuestro cuerpo y del de los demás"

"Cuaquier ofensa o herida al cuerpo de nuestro prójimo es un ultraje al cuerpo de Cristo"

"Cuando prevalece la prepotencia y el materialismo, el Evangelio nos llama a ser personas capaces de mirar en profundidad"

Algunas frases del saludo del Papa

Recuerda al nuevo beato de Madagascar, Luciano Botsovatona.

"Estoy profundamente turbado por la actual situación munidal, en la que, a pesar de los instrumentosa disposición d la comunidadinternacional, no se consigue acordar una acción común en favor de la paz en Siria y en otras parts del mundo".

"Mientras rezo incesantemente por la paz e invito a todas las personas de buena voluntad a hacer lo mismo, llamo de nuevo a otodos los responsables políticos, para que prevalezcan la justicia y la paz"

"Con dolor he recibido la noticia del asesinato de tres personas en la frontera de Ecuador y Colombia. Rezo por ellos y sus familiares y me siento vecino al querido pueblo ecuatoriano"

"Confío a vuestra oración a personas como Vincent Lambert en Francia o el pequeño Alfie Evans, en inglaterra, y otros países, que viven, a veces durante mucho tiempo, en situación de grave enfermedad, asistidos médicamente en sus necesidades primarias. Son situaciones delicadas, muy dolorosas y complejas. Recemos para que todo enfermo sea siempre respetado en su dignidad y cuidado de forma adapatada a su condición...Con gran respeto por la vida"

Damián de Molokai, Santo
José de Veuster  Sacerdote, 15 de abril

Apóstol de los leprosos

Martirologio Romano: En Kalawao, de la isla de Molokay, en Oceanía, San Damián de Veuster, presbítero de la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, quien, entregado a la asistencia de los leprosos, terminó él mismo contagiado de esta enfermedad ( 1889).

Etimológicamente: Damián = Aquel que doma su cuerpo, es de origen griego.

Fecha de canonización: 11 de Octubre de 2009 por el Papa Benedicto XVI.

Breve Biografía

El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica.

De pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras manuales, casitas como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir un día a lejanas tierras a misionar.

De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: "Este muchacho tiene energías para emprender trabajos muy grandes".

Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su hermanita a vivir como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la oración. El susto de la familia fue grande cuando notó su desaparición. Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y los devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño le espera en el futuro?

De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.
A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero los compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que tenía de hablar y de comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las simpatías de sus compañeros.

Religioso. A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la comunidad de los sagrados Corazones. Su hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas (el tal hermano perdió la fe más tarde).

Una gracia pedida y concedida. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó, y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo que más deseaba.

Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo: "yo nunca me confieso. soy mal católico, pero le digo que con usted si me confesaría". Damián le respondió: "Todavía no soy sacerdote pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados". Años mas tarde esto se cumplirá de manera formidable.

Empieza su misión. Poco después de llegar a Honolulú, fue ordenado sacerdote y enviado a una pequeña isla de Hawai. las Primeras noches las pasó debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos los habitantes de la isla eran protestantes.

Con la ayuda de unos pocos campesinos católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí empezó a celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las gentes, que los protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo.

Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y acabando con muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes y reemplazándolas por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la curación de numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables: eran los leprosos.

Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno de dolor sin esperanza. Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni ayudas. Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones.

Enterrado vivo. Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y allá se fue.

En 1873 llego a la isla de los leprosos. Antes de partir había dicho : "Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo".

Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque no había habitación preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban desesperados.

Trabajo y distracción. El Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los enfermos mas abandonados, y él mismo los atendía como abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio agradable para vivir.

Pidiendo al extranjero. Empezó a escribir al extranjero, especialmente a Alemania, y de allá le llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban alimentos en las costas, los cuales el misionero repartía de manera equitativa. Y también le enviaban medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres. Hasta los protestantes se conmovían con sus cartas y le enviaban donativos para sus leprosos.

Confesión a larga distancia. Pero como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió al Padre Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al acercarse un barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió a una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión, y recibió la absolución de sus faltas.

Haciendo de todo. Como esas gentes no tenían casi dedos, ni manos, el Padre Damián les hacía él mismo el ataúd a los muertos, les cavaba la sepultura y fabricaba luego como un buen carpintero la cruz para sus tumbas. Preparaba sanas diversiones para alejar el aburrimiento, y cuando llegaban los huracanes y destruían los pobres ranchos, él en persona iba a ayudar a reconstruirlos.

Leproso para siempre. El santo para no demostrar desprecio a sus queridos leprosos, aceptaba fumar en la pipa que ellos habían usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos en todas las acciones del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Y vino a saberlo de manera inesperada.

La señal fatal. Un día metió el pie en un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dió cuenta de que estaba leproso. Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y exclamó: "Señor. por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo".

La enfermedad se fue extendiendo prontamente por su cuerpo. Los enfermos comentaban: "Qué elegante era el Padre Damián cuando llegó a vivir con nosotros, y que deforme lo ha puesto la enfermedad". Pero él añadía: "No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se va volviendo hermosa y agradable a Dios".

Sorpresa final. Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo.

Y el 15 de abril de 1889 "el leproso voluntario", el Apóstol de los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio tan merecido por su admirable caridad.

En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros obtenidos por la intercesión de este gran misionero, lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre los enfermos de lepra.

Es real!

Santo Evangelio según San Lucas 24, 35-48. Domingo III de Pascua. Ciclo B.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, abre nuestro entendimiento y explícanos las Escrituras. Haz que nuestro corazón arda mientras nos hablas.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Qué haríamos si en este mismo instante viéramos a Jesús delante de nosotros? Imaginémonos escuchar unos pasos cerca y, al levantar la cabeza, nos encontramos con el rostro que tanto ansiamos ver… Ésta fue la experiencia de los apóstoles en el cenáculo.

En esta oración tenemos a Cristo junto a nosotros. ¡Realmente! Hoy nos dirige las mismas palabras del Evangelio: "No teman, soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Soy yo en persona". No le vemos, porque quiere que le conozcamos por la fe: "¡Dichosos los que creen sin haber visto!" (Jn 20, 29)

Cristo trae la paz, pero antes tuvo que pasar por la cruz. Y, precisamente, gracias a la cruz lo tenemos más cerca que nunca. Porque la cruz que Él tomó era la nuestra, ese peso y ese sufrimiento que sentimos cada día; el trabajo y las pruebas de hoy mismo, esto es lo que Cristo lleva en sus llagas. Cada vez que tocamos nuestra cruz tocamos a Cristo. ¡Así de real es su compañía!

Más aún, Cristo está dentro de nosotros, y dentro de cada hermano y hermana a nuestro lado. La presencia de Jesús es tan real como la cara del prójimo, porque si alguien"no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Jn4, 20). Y nos pide encontrarlo ahí, en el amor auténtico hacia los demás y en la predicación de su Evangelio por medio de nuestro estilo de vida… Así de real tiene que ser nuestro amor a Él.

"A Dios no lo ha visto nadie jamás; pero si nos amamos unos a otros, Dios está entre nosotros y su amor ha llegado a su plenitud en nosotros". (1 Jn 4, 12)

Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz. Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz.

(Homilía de S.S. Francisco, 29 de abril de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy buscaré amar con palabras y comentarios positivos hacia los demás.

 Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

TERCER DOMINGO DE PASCUA
(Act 3, 13-15; Sal 4; 1Jn 2, 1-5ª; Lc 24, 35-48)

EMAÚS
Sorprende que los diferentes relatos de Pascua, en los distintos evangelios, estén construidos sobre preguntas directas del Resucitado a los discípulos. Con ello cabe descubrir que Jesús no se impone, sino que deja a los suyos hacer un proceso que la misma pregunta posibilita al tener que contestarla.

Cuando uno responde a una cuestión, quizá descubre en la misma contestación algo que guardaba dentro y que no había formulado, y al pronunciar el pensamiento, se hace consciente de aquello que guardaba en su interior y quizá no había percibido.

Jesús sale al paso de los dos discípulos de Emaús y en vez de sobresaltarlos con la evidencia de su aparición, entabla un diálogo con ellos. Ante la pregunta «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?», les da la oportunidad de relatar su experiencia de pertenencia al Nazareno.

Los discípulos conversaban acerca de los acontecimientos recientes. Jesús, al ver cómo le devuelven la respuesta hecha a su vez pregunta: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?», les dice: «¿Qué?»

Ese “¿qué?”, los impulsa a contar lo vivido con Jesús, y a retornar así, al recordar y narrar los acontecimientos, al sentimiento afectivo, y no solo a la nostalgia. Momento en que el Maestro hace que comprendan lo sucedido y el sentido de los hechos: “¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?”

Las preguntas del Resucitado siguen devolviendo a los apóstoles la certeza de la presencia viva de Aquel al que habían seguido. “¿Por qué os alarmáis?”, “¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón?” “¿Tenéis ahí algo de comer?”

A veces en nuestras conversaciones, incluso sobre temas importantes, somos demasiado contundentes y asertivos, y no dejamos lugar a la duda, o al proceso de asimilación, con lo que en vez de producir apertura, provocamos rechazo o bloqueo.

El papa san Juan Pablo II, en su última visita a Madrid, afirmó: “La fe no se impone, se propone”. Jesucristo pasa por la vida de los suyos de manera discreta, hasta el extremo de que en un primer momento no lo reconocen. Y suscita la adhesión creyente.

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