Se transfiguró delante de ellos
- 28 Febrero 2021
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Román de Condat, Santo
Abad, 28 de febrero
Martirologio Romano: En los montes del Jura, en Francia, sepultura del abad san Román, que, siguiendo los ejemplos de los antiguos cenobitas, primeramente abrazó la vida eremítica y llegó después a ser padre de numerosos monjes († 460).
Breve Biografía
A los treinta y cinco años de edad, san Román se retiró a los bosques del Jura, en la frontera de Francia y Suiza para vivir como ermitaño. Llevó consigo las "Vidas de los Padres del desierto" de Casiano, algunos útiles de trabajo y un poco de semilla y se abrió camino hasta la confluencia del Bienne y el Aliére. En aquellas escarpadas montañas de difícil acceso, encontró la soledad que buscaba. A la sombra de un gigantesco pino, pasaba el día en la oración, la lectura espiritual y el cultivo de la tierra. Al principio, sólo las bestias y uno que otro cazador turbaban su retiro; pero pronto fueron a reunírsele su hermano, Lupicino y uno o dos compañeros más. Después llegaron otros muchos aspirantes a la vida eremítica, entre ellos una hermana de san Román y varias otras mujeres.
Los dos hermanos construyeron los monasterios de Condal y Leuconne, a tres kilómetros de distancia uno del otro y, para las mujeres, erigieron el monasterio de La Baume, donde actualmente se levanta el pueblecito de Saint-Roman-de-la-Roche. Los dos hermanos desempeñaban simultáneamente el cargo de abad, en perfecta armonía, aunque Lupicino tendía a ser más estricto. Este último habitaba generalmente en el monasterio de Leuconne; al enterarse de que los monjes de Condal empezaban a comer un poco mejor, se presentó en el monasterio y les prohibió tal innovación. Aunque el ideal de san Román y san Lupicino era imitar a los anacoretas del oriente, las diferencias de clima les obligaron a modificar ciertas austeridades.
Los galos eran muy dados a los placeres de la mesa; a pesar de ello, jamás probaban los monjes la carne, y sólo comían huevos y leche cuando estaban enfermos. Pasaban gran parte del día en duros trabajos manuales, vestían pieles de animales y usaban suecos. Esto les protegía de la lluvia, pero no del cruel frío del invierno, ni de los ardientes rayos del sol en el verano, reflejados por las rocas.
San Román hizo una peregrinación al actual Saint-Maurice de Valais para visitar el sitio del martirio de la Legión Tebana. En el camino curó a dos leprosos; la fama del milagro llegó antes que él a Ginebra y, al pasar por la ciudad, el obispo, el clero y el pueblo salieron a saludarle. Su muerte ocurrió el año 460. Según su deseo, fue sepultado en la iglesia del convento gobernado por su hermano, Lupicino. Este le sobrevivió cerca de veinte años, y su fiesta se celebra por separado, el 21 de marzo. La biografía latina habla sobre todo, de las austeridades de Lupicino, pero cuenta también grandes maravillas de la bondad de Román para con los monjes y de su espíritu de fe. En una época de hambre, obtuvo con sus oraciones la multiplicación del grano que quedaba en el monasterio. Cuando sus monjes, cediendo a la tentación, empezaban a pensar en abandonar la vida religiosa o la abandonaban realmente, el santo no les trataba con dureza, sino que les alentaba a perseverar en su vocación.
Santo Evangelio según san Marcos 9, 2-10. Domingo II de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, quiero apartarme del ruido, de mis actividades, de todo lo que pueda distraerme para entrar a dialogar contigo. Pero hoy, en particular, quiero hablar poco, más bien quiero guardar silencio para que Tú me puedas hablar. Ayúdame a poder escucharte.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús se llevó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto, y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.
Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado; escúchenlo». En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí que querría decir eso de «resucitar de entre los muertos».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Dios pone en nuestra vida montañas por conquistar.
Ahora nos trasladamos al Monte de la Transfiguración donde vemos y contemplamos a un Cristo glorioso. Palpamos con claridad el resplandor de su divinidad. Qué podemos hacer ante tantas maravillas sino contemplar, contemplar y tan solo contemplar la belleza del Señor.
Estamos en presencia de un Dios revestido de una blancura celestial. Ésta es la causa de tanta claridad que nos permite ver lo que los ojos terrenales no logran percibir. Cuántas veces tenemos la gracia de poder ver la intimidad de Dios que se nos revela sin pedir nada a cambio.
Es aquí donde las palabras sobran y la imaginación estorba… es aquí donde el silencio y la paz toman gran importancia; un silencio en donde Dios habla desde nuestro interior; una paz interior que trasciende toda preocupación o dificultad.
Aquél a quien tantas veces habíamos visto con indiferencia, con rutina o con cansancio, se nos presenta hoy con majestuosidad. ¿Para qué?… La respuesta Dios la responde de forma personal.
La vida sigue y nos damos cuenta que aún tenemos tantos montes que conquistar. A lo lejos vislumbramos el monte Calvario donde presenciaremos a un hombre vestido al rojo vivo. Ponemos nuestros recuerdos en el pasado y llegamos al monte en donde Cristo nos enseñó las leyes del amor. Tantos montes sobre los cuales hemos caminado y otros tantos que Dios nos invita a conquistar. Pero ahora sólo debemos contemplar…
«La ascensión de los discípulos al monte Tabor nos induce a reflexionar sobre la importancia de separarse de las cosas mundanas, para cumplir un camino hacia lo alto y contemplar a Jesús. Se trata de ponernos a la escucha atenta y orante del Cristo, el Hijo amado del Padre, buscando momentos de oración que permiten la acogida dócil y alegre de la Palabra de Dios. En esta ascensión espiritual, en esta separación de las cosas mundanas, estamos llamados a redescubrir el silencio pacificador y regenerador de la meditación del Evangelio, de la lectura de la Biblia, que conduce hacia una meta rica de belleza, de esplendor y de alegría».
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de agosto de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Contemplar a Jesús en la Eucaristía y compartir las luces que he recibido con alguien a quien le pueden ayudar.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Transfiguración, lo que Cristo es
Segundo domingo Cuaresma. ¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica felicidad, que es Cristo?
La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.
Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad.
Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba.
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad.
Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.
Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?
Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.
La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.
Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo- resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.
Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.
Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.
Hacia un "nosotros" cada vez más grande
Tema de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado.
Con el tema «Hacia un “nosotros” cada vez más grande» se celebrará este 2021 la 107ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Tal como informa el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral en el comunicado publicado por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el Papa Francisco ha elegido este título para su tradicional mensaje “inspirándose en su llamamiento, en Fratelli tutti, en que «al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”» (Fratelli tutti, 35). Y este "nosotros" universal debe hacerse realidad en primer lugar dentro de la Iglesia, que está llamada a crear comunión en la diversidad.
El comunicado informa que el mensaje, subdividido en seis subtemas, prestará especial atención al cuidado de la familia común, que, junto con el cuidado de la casa común, tiene como objetivo ese "nosotros" que puede y debe ser cada vez más amplio y acogedor.
Para favorecer una adecuada preparación para la celebración de este día, también este año la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha preparado una campaña de comunicación a través de la cual se elaborarán los seis subtemas propuestos por el Mensaje. Cada mes se propondrán subsidios multimedia, material informativo y reflexiones de teólogos y expertos que contribuirán a profundizar en el tema y los subtemas elegidos por el Santo Padre.
Sentido tradicional y actual. Contenidos de la Celebración Eucarística. Estructura de la Cuaresma.
A mediados del siglo II se fijó un domingo como Pascua anual, aniversario de la Pasión de Cristo. Se relacionó con la Pascua judía, pero sin coincidir en el mismo día, ya que el Papa Víctor (189-198), después de una intensa controversia, fijó la Pascua cristiana en el domingo siguiente al 14 de Nisán, fiesta de la Pascua judía.
I. SÍNTESIS HISTÓRICA
La Cuaresma comenzó, embrionariamente, con un ayuno comunitario de dos días de duración: Viernes y Sábado Santos (días de ayuno), que con el Domingo formaron el “triduo”. Era un ayuno más sacramental que ascético; es decir, tenía un sentido pascual (participación en la muerte y resurrección de Cristo) y escatológico (espera de la vuelta de Cristo Esposo, arrebatado momentáneamente por la muerte).
Poco después la Didascalía habla de una preparación que dura una semana en la que se ayuna, si bien el ayuno tiene ya también un sentido ascético, es decir, de ayuno, abstinencia, sacrificio, mortificación.
A mediados del siglo III, el ayuno se extendió a las tres semanas antecedentes, tiempo que coincidió con la preparación de los catecúmenos para el bautismo en la noche pascual. Era un ayuno de reparación de tres semanas. Se ayunaba todos los días, excepto el sábado y el domingo.
A finales del siglo IV se extendió el triduo primitivo al Jueves, día de reconciliación de penitentes (al que más tarde se añadió la Cena Eucarística), y se contaron cuarenta días de ayuno, que comenzaban el domingo primero de la Cuaresma. Como la reconciliación de penitentes se hacía el Jueves Santo, se determinó, al objeto de que fueran cuarenta días de ayuno, comenzar la Cuaresma el Miércoles de ceniza, ya que los domingos no se consideraban días de ayuno. Así, la preparación pascual se alargó en Roma a seis semanas –también con ayuno diario, excepto los días indicados, es decir, sábados y domingos-, de las que quedaban excluidos el viernes y sábado últimos, pertenecientes al Triduo Sacro
Pero a finales del siglo V, los ayunos tradicionales del miércoles y viernes anteriores a ese domingo primero de cuaresma cobraron tal relieve, que se convirtieron en una preparación al ayuno pascual.
Durante los siglos VI-VII varió el cómputo del ayuno. De este modo, se pasó de una Cuadragésima (cuarenta días: del primer domingo de cuaresma hasta el Jueves Santo, incluido), a una Quinquagésima (cincuenta días, contados desde el domingo anterior al primero de Cuaresma hasta el de Pascua), a una Sexagésima (sesenta días, que retroceden un domingo más y terminan el miércoles de la octava de Pascua) y a una Septuagésima (setenta días, ganando un domingo más y concluyendo el segundo domingo de Pascua). Este periodo tenía carácter ascético y debió introducirse por influjos orientales.
Esta evolución cuantitativa se extendió también a las celebraciones. En efecto, la Cuaresma más antigua en Roma sólo tenía como días litúrgicos los miércoles y los viernes; en ellos, reunida la comunidad, se hacía la “statio” cada día en una iglesia diferente. En tiempos de san León (440-461), se añadieron los lunes. Posteriormente, los martes y los sábados. El jueves vendría a completar la semana, durante el pontificado de Gregorio II (715-731).
Al desaparecer la penitencia pública, se expandió por toda la cristiandad, desde finales del siglo XI, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles como señal de penitencia.
Por tanto, la Cuaresma como preparación de la Pascua cristiana se desarrolló poco a poco, como resultado de un proceso en el que intervinieron tres componentes: la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la Vigilia Pascual, la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad el Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran fiesta de la Pascua.
Como consecuencia de la desaparición del catecumenado (o bautismo de adultos) y del itinerario penitencial (o de la reconciliación pública de los pecadores notorios), la Cuaresma se desvió de su espíritu sacramental y comunitario, llegando a ser sustituida por innumerables devociones y siendo ocasión de “misiones populares” o de predicaciones extraordinarias para el cumplimiento pascual, en las que –dentro de una atmósfera de renuncia y sacrificio- se ponía el énfasis en el ayuno y la abstinencia.
Con la reforma litúrgica, después del Concilio Vaticano II (1960-1965), se ha hecho resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo litúrgico, pero sin perder la orientación del ayuno, la abstinencia y las obras de misericordia.
II. SENTIDO TRADICIONAL DE LA CUARESMA ROMANA
La Cuaresma Romana tradicional tuvo un triple componente: la preparación pascual de la comunidad cristiana, el catecumenado y la penitencia canónica.
1. Primero, la preparación pascual de la comunidad cristiana.
Según san León, la Cuaresma es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo que le dio Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana”.
Se trataba, por tanto, de un tiempo –introducido por imitación de Cristo y de Moisés- en el que la comunidad cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior.
Los variados ejercicios ascéticos que ponía en práctica tenían esta finalidad última y no eran fines en sí mismos.
2. Segundo, el catecumenado.
Según la Tradición Apostólica, el catecumenado comprendía tres años, durante los cuales el grupo de los audientes recibía una profunda formación doctrinal y se iniciaba en la vida cristiana. Unos días antes de la Vigilia Pascual, el grupo de los elegidos para recibir en ella el Bautismo, se sometía a una serie de ritos litúrgicos, entre los que tenía especial solemnidad el del sábado por la mañana. Es el catecumenado simple.
Más tarde, la Iglesia desplazó su preocupación por los audientes a los electi. Estos se inscribían como candidatos al bautismo al principio de la Cuaresma. En ella recibían una preparación minuciosa e inmediata.
Pero a principios del siglo VI desapareció el catecumenado simple, se hicieron raros los bautismos de adultos, y los niños que presentaban para ser bautizados procedían de medios cristianos. Todo ello provocó una reorganización prebautismal.
Al principio había tres escrutinios, que consistían en exorcismos e instrucciones. En la segunda mitad del siglo VI son ya siete. Unos y otros estaban relacionados con la misa. Primitivamente los tres escrutinios se celebraban los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma. Después se desplazaron a otros días de la semana. En esos escrutinios se preguntaba sobre la preparación de los catecúmenos.
Desde esta perspectiva, es fácil comprender que la preparación de los catecúmenos y su organización modelase tanto la liturgia como el espíritu de la Cuaresma. De hecho, los temas relacionados con el bautismo permearon la liturgia cuaresmal. De otra parte, la comunidad cristiana, aunque ayunaba sin olvidar a los penitentes, lo hacía pensando sobre todo en los catecúmenos.
La evolución posterior de la preparación bautismal trajo consigo que los escrutinios se desligasen completamente de la liturgia cuaresmal, provocando una nueva reorganización. Sin embargo, el mayor cambio afectó a la cuaresma misma, que pasó a ser el tiempo en que todos los cristianos se dedicaban a una revisión profunda de su vida cristiana y a prepararse, mediante una auténtica conversión, a celebrar el misterio de la Pascua. Quedó clausurada la perspectiva abierta por la institución penitencial y el catecumenado, con menoscabo de la teología bautismal.
3. Tercero, la penitencia canónica.
La reconciliación de los penitentes sometidos a la penitencia canónica se asoció al Jueves Santo. Por este motivo, los penitentes se inscribían como tales el domingo primero de Cuaresma. A lo largo del período cuaresmal recorrían el último tramo de su itinerario penitencial entregados a severas penitencias corporales y oraciones muy intensas, con las que ultimaban el proceso de su conversión. La comunidad cristiana les acompañaba con sus oraciones y ayunos. Como quiera que los penitentes participaban parcialmente en la liturgia, es lógico que en ésta quedara reflejada la situación de los penitentes.
La imposición de la ceniza es, por ejemplo, uno de esos testimonios penitenciales de la liturgia cuaresmal.
III. SENTIDO DE LA CUARESMA ACTUAL
La Constitución “Sacrosanctum Concilium” (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.
A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las que se entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, y otros medios ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el ayuno y la limosna.
La celebración de la Pascua es, por tanto, la meta a la que tiende toda la Cuaresma, el núcleo en el que se convergen todas las intenciones y el elemento que regula su dinamismo. La Iglesia quiere que durante este tiempo los cristianos tomen más conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer de la Pascua de Cristo centro de su fe y de su esperanza.
No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o meramente ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su misterio; es decir, en la muerte y resurrección del Señor. Esta participación se realiza mediante el bautismo –recibido o actualizado-, la penitencia –como muerte al hombre viejo e incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía –reactualización mistérica de la muerte y resurrección de Cristo-, y por todo lo que contribuye a que estos sacramentos sean mejor participados y vividos.
IV. LOS CONTENIDOS DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
Veamos primero el leccionario, después las oraciones y, finalmente, los prefacios.
1. El leccionario
Es doble: del dominical y el ferial. El dominical tiene tres ciclos: A, B, C; el ferial, en cambio, repite todos los años las mismas lecturas.
En los domingos primero y segundo de todos los ciclos se han conservado las narraciones de las tentaciones y de la transfiguración, si bien se leen según los tres sinópticos. En los domingos siguientes se siguen estas narraciones:
Ciclo A: samaritana (tercer domingo: agua viva), ciego de nacimiento (cuarto domingo: la luz) y la resurrección de Lázaro (quinto domingo: la vida) , con clara resonancia bautismal. No aparecen como hechos pasados sino como realidades presentes. Lo que se prefiguró en el A.T. se actualizó en el N.T. con Cristo.
La primera lectura está muy relacionada con el evangelio, donde aparecen los grandes temas de la historia salvífica: la creación del hombre (primer domingo), la vocación de Abraham (segundo domingo), el agua en el desierto (tercer domingo), la elección y consagración de David (cuarto domingo) y la visión de la resurrección de Daniel (quinto domingo).
La segunda lectura aporta una contribución específica de cara a una pedagogía teológica sobre la conversión y el camino hacia el misterio de la pascua. Supuesta la obra salvífica de Cristo, el paso primero y decisivo que cada hombre ha de dar es elegir entre Cristo y las potencias del mal (primer domingo). Una respuesta positiva la encontramos en la aceptación de Abraham a la propuesta divina de abandonar su patria (segundo domingo). También nosotros hemos recibido esa llamada en y por Jesucristo, que ha muerto por nosotros. Esto ha de provocar la conversión y adhesión a Cristo, temática desarrollada en los últimos domingos.
Ciclo B: la expulsión de los vendedores del templo (tercer domingo), “tanto amó Dios al mundo” (cuarto domingo), “Si el grano de trigo...” (quinto domingo), con clara resonancia pascual: morir para resucitar. Este ciclo ofrece una buena catequesis sacramental. El evangelio del primer domingo relata la tentación de Cristo en el desierto, pero pone el acento en la presencia del reino, que exige una conversión sin dilaciones: la buena noticia se dirige a nosotros (primer domingo). Elegido el camino de la conversión, somos llevados, como Cristo, a la transfiguración (segundo domingo). De este modo entramos en las tres semanas inmediatamente anteriores a la Pascua. El anuncio de la muerte y resurrección es proclamado por el mismo Señor desde el tercer domingo, en el signo del templo, destruido y reconstruido en tres días. El cuarto domingo presenta un tema sacramental: el de la serpiente de bronce, signo de Cristo en la Cruz, que con su muerte y resurrección se convierte en triunfo y vida para quienes creen en Él. Ese Cristo muerto y resucitado marca el punto culminante del misterio pascual: la reconstrucción del hombre y del mundo (quinto domingo).
Las orientaciones de la primera lectura son fundamentales: alianza con Noé, que encuentra su plena realización en Cristo (primer domingo) y alianza con Abraham, que inaugura el verdadero sacrificio, consistente en cumplir, con Cristo, la voluntad del Padre (segundo domingo). El tema de la Alianza continúa en los siguientes domingos. Esta se concreta en el don de la ley, sobre todo en la ley del amor (tercer domingo). Al don divino de la ley debe corresponder el pueblo, aceptando su palabra y cumpliendo su mensaje (cuarto domingo). La alianza ha de ser aceptada sobre todo en el corazón, pues se trata de que el Padre pueda decir “yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (quinto domingo). La teología de estas lecturas es la de la Alianza, que será reiterada y realizada plenamente en el misterio pascual.
La segunda lectura son concreciones morales que se derivan de esta alianza que Dios ha hecho con nosotros: llevar una vida digna, propia de un cristiano.
Ciclo C: Es una llamada a la conversión a Dios. Los domingos primero y segundo presentan también las tentaciones y la transfiguración. Los otros domingos desarrollan el tema de la paciencia y del perdón de Dios: el Señor es paciente y sabe esperar (tercer domingo: “Si no os convertís, todos pereceréis”), aguarda nuestro retorno con los mismos anhelos y actitudes que el padre del hijo pródigo (cuarto domingo) y nos acoge si nos convertimos; basta con que ese arrepentimiento sea sincero y no queramos pecar más (quinto domingo: la mujer adúltera). Todos estos domingos están orientados, por tanto, en la misma dirección: la conversión, la paciencia divina y el perdón, concedido a quienes, sintiéndose culpables, se esfuerzan por cambiar de vida.
La primera y la segunda lectura están muy unidas entre sí en todos los domingos. El Señor, por tanto, nos salva si elevamos a Él nuestro grito (primera lectura del primer domingo), que es el grito de la fe (segunda lectura del primer domingo). Como Él quiere realmente salvarnos, toma la iniciativa de la alianza con los hombres (primera lectura del segundo domingo), la cual realiza en Cristo, y con tal perfección que somos ciudadanos del cielo y aguardamos la transformación de nuestro cuerpo a semejanza del suyo (segunda lectura del segundo domingo). Para realizar la salvación, Dios quiere estar presente en medio de su pueblo y manifestarse a Moisés en la zarza ardiente (primera lectura del tercer domingo). Pero esa presencia es insuficiente: se requiere una respuesta de fe y de fidelidad (segunda lectura del tercer domingo). Llegamos así a un punto importante de la historia de la salvación: el Pueblo de Dios celebra la Pascua en la tierra prometida (primer lectura del cuarto domingo). También el bautizado se encuentra en una tierra prometida: el mundo nuevo, redimido por la muerte y resurrección de Jesucristo, mundo que él debe reconciliar realmente con Dios (segunda lectura del cuarto domingo). Sin embargo, mientras dura su peregrinación en el desierto de este mundo (primera lectura del quinto domingo), el bautizado ha de sentir, con progresiva intensidad, la fuerza de la resurrección de Cristo y entrar en comunión con los sufrimientos de su pasión, reproduciendo en sí mismo la muerte de Cristo, con la esperanza de una resurrección gloriosa (segunda lectura del quinto domingo).
El domingo de Ramos se lee la Pasión del Señor de los tres sinópticos.
Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren, como dijimos, a la historia de la salvación, que es uno de los temas específicos y clásicos de la catequesis cuaresmal. Los textos varían cada año, pero siempre recogen los principales momentos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la Nueva Alianza.
Las lecturas del apóstol han sido seleccionadas con este criterio: que estén relacionadas con las del evangelio y las del A.T. y, en cuanto sea posible, tengan una adecuada conexión con ellas.
En cuanto a las lectura feriales, de los días de semana se han seleccionado de modo que tengan una mutua relación y tratan una serie de temas propios de la catequesis cuaresmal, acomodados al significado espiritual de este tiempo. A partir del lunes de la cuarta semana se lee, en forma semicontinua el evangelio de san Juan, donde aparecen los textos de este evangelio que mejor responden a las peculiaridades de la Cuaresma.
Podemos sintetizar así las lecturas feriales:
El bautismo es una purificación (curación de Naamán, el hijo del centurión, la piscina de Betsaida).
Para que las aguas bautismales sean activas y podamos participar en la resurrección bautismal, se requiere la fe, cuyo modelo es la fe de Abraham.
Pero estamos en camino hacia la pascua: somos salvados en la muerte y resurrección de Cristo. Por eso, el episodio de José, vendido por sus hermanos, la parábola de los viñadores homicidas, las conspiraciones contra el justo y las tentativas de apresar a Jesús –el cordero conducido al matadero-, las agitaciones contra Jesús, la serpiente de bronce y Cristo levantado en la cruz, evocan la pasión inminente del Señor, en la cual radica nuestra liberación.
Junto a esta tipología bautismal (bautismo, fe, pascua) se inserta la penitencial, pues la acción de Dios exige la cooperación del hombre. Unidos con ella están los temas de la conversión, el perdón, el amor al prójimo, y los medios que a ellos conducen: la gracia, la oración, la renuncia personal (humildad, ayuno, limosna, etc.).
2. Las oraciones
La temática de las oraciones cuaresmales es muy rica. Se ha cuidado mucho que reflejen el tema principal de la Pascua, ya que la cuaresma es, sobre todo, una preparación a la misma. Varias oraciones hablan del sentido escatológico de la cuaresma y de la pascua.
Otras oraciones se refieren al bautismo, bien como nuevo nacimiento, bien como sacramento de la fe. Sin embargo, el elemento bautismal es menos rico que en el leccionario.
Tampoco faltan textos relativos al tema del ayuno, contemplado en una perspectiva más amplia que la mera abstención de alimentos, aunque este aspecto también está acentuado. Tanto el ayuno como las otras obras penitenciales tienen que ayudar a la conversión del corazón y a una verdadera renovación espiritual (ayuno, oración, limosna). También hay oraciones referidas a la penitencia, desde un aspecto positivo. Otras hablan de la necesidad de alimentarse de la Palabra de Dios.
Y en las oraciones de poscomunión los temas son los de la purificación del mal, del pecado, de las malas costumbres; y los que se refieren al crecimiento en el bien y en la vida cristiana. Es decir, a los aspectos positivos y negativos de la salvación.
3. Los prefacios.
Son nueve prefacios. El más rico es el primero, que presenta una síntesis completa de la cuaresma: preparación a la celebración de la pascua por medio de la purificación en la alegría del Espíritu, que la convierten por ello en tiempo ascético fuerte –caracterizado por la oración y la caridad-, y en tiempo sacramental, por la actualización y renovación de los sacramentos pascuales, en los que la Pascua nos hace plenamente partícipes.
Los otros tres se refieren a la penitencia del espíritu, a los frutos de la abstinencia y a los frutos del ayuno, respectivamente.
Los prefacios dominicales expresan en su embolismo los temas de las lecturas evangélicas.
V. ESTRUCTURA DE LA CUARESMA
En la Cuaresma actual pueden distinguirse las siguientes partes: miércoles de ceniza, los domingos I-II y III-V, las ferias de las semanas I-V, el domingo VI, las ferias II-IV de la semana santa y la misa crismal. Centremos la atención en el miércoles de ceniza.
Miércoles de ceniza
La ceniza es un signo de penitencia muy fuerte en la Biblia (cf. Jn 3, 6; Jdt 4, 11; Jer 6, 26). Recuerda una antigua tradición del pueblo hebreo, que cuando se sabían en pecado o cuando se querían preparar para una fiesta importante en la que debían estar purificados se cubrían de cenizas y vestían con un saco de tela áspera. De esta forma nos reconocemos pequeños, pecadores y con necesidad de perdón de Dios, sabiendo que del polvo venimos y que al polvo vamos.
Siguiendo esta tradición, en la Iglesia primitiva eran rociados con cenizas los penitentes “públicos” como parte del rito de reconciliación, que recibirían al final de la cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión. Al desaparecer la penitencia “pública” allá en el siglo XI, la Iglesia conservó este gesto penitencial para todos los cristianos, que se reconocían pecadores y dispuestos a emprender el camino de la conversión cuaresmal.
El Pueblo de Dios tiene un particular aprecio por el miércoles de ceniza: sabe que ese día comienza la Cuaresma. Y participando del rito de la ceniza –acompañado del ayuno y la abstinencia- manifiesta el propósito de caminar decididamente hacia la Pascua. Ese recorrido pasa por la conversión y la penitencia, el cambio de vida, de mentalidad, de corazón.
La ceniza está hecha con ramos de olivos y otros árboles, bendecidos el año precedente en el domingo de Ramos, siguiendo una costumbre muy antigua (siglo XII). El domingo de Ramos eran ramas que agitábamos en señal de victoria y triunfo. ¿Y ahora? Esas mismas ramas se han quemado y son ceniza: lo que fue signo de victoria y de vida, ramas de olivo, se ha convertido pronto en ceniza. Así es todo lo creado: polvo, ceniza, nada.
Se bendice con una fórmula que se refiere a la situación pecadora de quienes van a recibirla, a la conversión y al inicio de la Cuaresma; a la vez que pide la gracia necesaria para que los cristianos, siendo fieles a la práctica cuaresmal, se preparan dignamente a la celebración del misterio pascual de Jesucristo.
El rito es muy sencillo: el sacerdote impone la ceniza a cuantos se acercan a recibirla, mientras dice una de estas dos fórmulas: “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” o “Conviértete y cree en el Evangelio”. La primera es la clásica y está inspirada en Gn 3, 19; la segunda es de nueva creación y se inspira en Mc 1, 15. Las dos se complementan, pues mientras la una recuerda la caducidad humana –simbolizada en el polvo y la ceniza-, la otra apunta a la actitud de conversión interior a Cristo y a su evangelio, actitud específica de la Cuaresma.
El simbolismo
La condición débil y caduca del hombre, que marcha inexorablemente hacia la muerte, lo cual provoca pensamientos de honda meditación y humildad, y da a la vida cristiana seriedad en los planteamientos y compromisos. La ceniza es la combustión por el fuego de las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la primera página de la Biblia cuando se nos cuenta que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2, 7). Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3, 19). Por extensión representa la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con respecto al Creador, según las palabras de Abraham: “Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor” (Gn 18, 27). Esto nos lleva a todos a asumir una actitud de humildad (humildad viene de humus, tierra): polvo y ceniza son los hombres (Si 17, 32), “todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y al polvo retornan (Sal 104, 29). Por tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (42, 6) es explícitamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la consagración de una iglesia.
La condición pecadora del hombre y la penitencia interior, la necesidad de conversión, la tristeza por el mal que habita en el corazón humano, la actitud de liberación de cuanto contradice la condición bautismal, y la decisión firme de emprender el camino que conduce a participar en la Muerte y Resurrección de Cristo. Además de caducos (primer significado), somos pecadores. Las lecturas del miércoles de ceniza (Jl 2, 2 Cor 5 y Mt 6) son llamadas apremiantes a la conversión: “Conviértanse de todo corazón...déjense reconciliar con Dios”. Se trata de iniciar un “combate cristiano contra las fuerzas del mal” (colecta). Y todos tenemos experiencia de ese mal. Por eso tienen sentido “estas cenizas que vamos a imponer sobre nuestras cabezas en señal de penitencia” (monición inicial). En la Biblia el gesto simbólico de la ceniza es uno de los más usados, como dijimos, para expresar la actitud de penitencia interior. Las malas noticias (la muerte de Elí, la de Saúl) las traen mensajeros con vestidos rotos y cubierta de polvo la cabeza (cf. 1 S 2, 12; 2 Sa 1, 2); las calamidades se afrontan con el mismo gesto: “Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba (la amenaza contra el pueblo) rasgó sus vestidos, se vistió de saco y ceniza y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos” (Estimado en Cristo, padre 4, 1): “Josué desgarró sus vestidos, se postró rostro en tierra y todos esparacieron polvo sobre sus cabezas y oraban a Yavé” (Jos 7, 6). Israel llora su mal con saco y ceniza, hay duelo, porque viene el saqueador sobre nosotros” (Jr 6, 26). La penitencia se manifiesta así: “retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y las cenizas” (Jb 42, 6). El ejemplo típico es el de Nínive ante la predicación de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno y se vistieron de saco, y el rey se sentó en la ceniza” (Jon 3, 5-6).
La oración (al estilo de Judit 9, 1, o de los hombres de Macabeo en 2 Mac 10, 25), la súplica ardiente al Señor para que venga en nuestro auxilio. Otras veces aparece la ceniza en la Biblia como expresión de una plegaria intensa, con la que se quiere pedir la salvación de Dios. Judit pide la liberación de su pueblo: “rostro en tierra, echó ceniza sobre su cabeza, dejó ver el saco que tenía puesto y clamó al Señor en alta voz” (Jdt 9, 1). Todo el pueblo se postró también ante Dios, “se cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron las manos ante el Señor” (Jdt 4, 11). “Los hombres del Macabeo, en rogativas a Dios, cubrieron de polvo su cabeza y ciñeron de saco su cintura, y pedían a Dios” (2 M 10, 25). Cuando la comunidad cristiana quiere empezar la “subida a Jerusalén”, unida a Cristo, y anhela verse liberada del mal y llena de la vida de la Pascua, es bueno que intensifique su oración con gestos como éste, que es a la vez acto de humildad, de conversión y de súplica ardiente ante el que todo lo puede, incluso llenar de vida nueva nuestra existencia.
La resurrección, dado que las cenizas de este día recuerdan no sólo que el hombre es polvo, sino también que está destinado a participar en el triunfo de Cristo. A través de la renuncia, de la cruz y de la muerte, Dios convierte la ceniza en trigo que cae en la tierra y produce fruto abundante: muriendo con Cristo al pecado, resucitaremos con Él a la nueva vida. Venimos del polvo, es cierto, y nuestro cuerpo mortal tornará al polvo. Pero eso no es toda nuestra historia ni todo nuestro destino. Nuestra ceniza tiene ya el germen de la vida nueva. Es ceniza pascual. Nos recuerda que la vida es cruz, muerte, renuncia, pero a la vez nos asegura que el programa pascual es dejarse alcanzar por la Vida Nueva y gloriosa del Señor Jesús. Como el barro de Adán, por el soplo de Dios, se convirtió en ser viviente, nuestro barro de hoy, por la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús está destinado también a la vida de Pascua. De las cenizas Dios saca vida. Como el grano de trigo que se hunde en la tierra. A través de la cruz, Cristo fue exaltado a la vida definitiva. A través de la cruz, el cristiano es también incorporado a la corriente de la vida pascual de Cristo. Por eso, Pablo nos anuncia que hoy es “un día de gracia y salvación” (segunda lectura).
La Pascua, pues la ceniza del comienzo de la cuaresma se encontrará con el agua purificadora en la Vigilia Pascual: lo que es signo de muerte y destrucción, se trocará en fuente de vida en la Vigilia Pascual, gracias a las aguas regeneradoras del Bautismo. La Cuaresma se convierte, desde su primer momento de ceniza en “sacramento de la Pascua”, en signo pedagógico y eficaz de un éxodo, de un “tránsito” de la muerte a la vida. La ceniza es el símbolo de que participamos en la cruz de Cristo, de que “el hombre es llamado a tomar parte en el dolor de Dios hasta la muerte del Hijo eterno el Viernes Santo” (Juan Pablo II, cuaresma de 1982), para con el pasar a la vida podamos llegar con el corazón limpio a la celebración del misterio pascual de Cristo, y alcanzar la imagen de Cristo resucitado.
Por tanto, el miércoles de ceniza es una llamada a la conversión, como comunidad cristiana y como Iglesia. La Cuaresma es el gran tiempo de preparación a la Pascua. La Iglesia nos invita a aprovechar este “tiempo favorable” y a prepararnos para la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo. Por eso, la Cuaresma debería ser como un “gran retiro espiritual” vivido por toda la Iglesia, porque es un itinerario penitencial, bautismal y pascual. La Cuaresma es también el tiempo propicio para la oración personal y comunitaria, alimentada por la Palabra de Dios y propuesta cotidianamente en la liturgia.
Desde el Miércoles de ceniza, se nos ofrece una serie de medios para llevar a cabo esta purificación y renovación interior: la limosna, la oración, el ayuno, la escucha de la Palabra de Dios, el sacramento de la Reconciliación y la conversión.
CONCLUSIÓN
Comencemos nuestro camino por el desierto con buen ánimo, y así llegaremos a la tierra prometida de la Pascua. Volvamos a la casa del Padre llevando en el corazón la confesión de nuestras culpas, como ese hijo pródigo.
La Cuaresma es tiempo de oración intensa y alabanza prolongada; es tiempo de penitencia y ayuna. Es tiempo de obras de misericordia. Pero todo esto comienza por un profundo cambio de mentalidad y, más radicalmente, por la conversión del corazón.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, para que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal.
Papa Francisco pide oración ante el secuestro de 300 estudiantes en Nigeria
Tras el rezo del Ángelus pide a todos los presentes rezar una avemaría y muestra su cercanía con las familias
Unas 300 estudiantes de la escuela secundaria GGSS Jangebee en el estado de Zamfara, en el noroeste de Nigeria, han sido secuestradas por unos hombres armados la noche del 25 de febrero. Se trata del segundo secuestro realizado en el mes de febrero, tras el perpetrado el 16 de febrero en una escuela secundaria en Kagara, estado de Níger, en el norte de Nigeria, donde al menos 27 estudiantes, un maestro y seis miembros de su familia fueron secuestrados por hombres armados.
Papa Francisco, tras el rezo del Ángelus, se ha mostrado preocupado por la situación y pedía oraciones por estos jóvenes: “Estoy con ellas y con sus familias. Recemos para que puedan regresar pronto a casa y la Virgen les custodie”.
Según explica la agencia Fides: «El hecho de que las autoridades federales y los estados individuales no garanticen la seguridad está aumentando el número de fuerzas de autodefensa promovidas por las comunidades locales».
Su Exc. Mons. Augustine Obiora Akubeze, Arzobispo de la ciudad de Benin y Presidente de la Conferencia Episcopal de Nigeria (CBCN), y por Su Exc. Camillus Raymond Umoh, Obispo de Ikot Ekpene y secretario del CBCN firmaron hace poco tiempo un declaración en la que muestran que “Nigeria está al borde del colapso” y está en peligro de dividirse.
Meditación al Evangelio 28 de febrero de 2021
Una nube impresionante de mariposas monarca se extiende por los campos mazahuas, entre los estados de Michoacán y México. A pocos días de su retorno a tierras canadienses, despliegan sus colores por las inmensas montañas adornadas de oyameles, cedros y pinos. Los indígenas, asombrados por su belleza, las llaman “parákata animécheri”, palomas o mariposas de las almas , quizás porque llegan a sus santuarios en torno a la noche de las ánimas; quizás porque han visto transformarse a las diminutas y escondidas larvas en fuertes mariposas capaces de volar cinco mil kilómetros para su regreso. Sólo las que han dejado atrás su vida de orugas y han soportado pacientemente la oscuridad y el largo silencio del capullo, desarrollan unas alas capaces de resistir el extenuante viaje; sólo las que rompen la protección y seguridad que las resguarda pueden emprender la aventura. Símbolo del cristiano en esta cuaresma de silencio y oscuridad que llevan a transformación y plenitud.
Transfiguración
Colocada en el centro del Evangelio de San Marcos, la transfiguración de Jesús se presenta como una de las escenas más importantes del Nuevo Testamento. Nos hace mirar la meta hacia donde se dirigen los pasos, para no escatimar las dificultades del camino. San Marcos nos ayuda a descubrir, a través del propio descubrimiento de los discípulos, la identidad de Jesús y a la vez el sentido del propio camino. En este descubrimiento no puede faltar la gran clave de interpretación para comprender el misterio de Jesús: su pasión y resurrección. Tras las crisis y las dudas que pueden asaltar a los discípulos al contemplar a un Mesías no triunfal sino entregado, es Dios mismo quien habla para confirmar a Jesús en el camino que ha elegido. Es una nueva revelación parecida a la del Bautismo pero ahora dirigida a los discípulos. No basta conocer y saber que Jesús es el Mesías, el contemplarlo se convierte en una norma de vida: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.
Silencio y Aventura
El camino de la Transfiguración nos explica el camino de la cuaresma: es el tiempo de recogimiento y silencio, de dolor y fortalecimiento, pero no para quedarse ocultos y sobreprotegidos desdeñando el compromiso diario que nos lleva a transformar la realidad. Hay tiempo de descubrimiento del Señor y de nutrirse de sus enseñanzas, pero no para aislarlos irresponsablemente de un mundo que nos exige nuestra participación y nuestro compromiso. El cristiano se tiene que abrir y romper las protecciones para salir a enfrentarse a un mundo de injusticias y sin sentido, donde se lucha en medio de las tinieblas pero buscando, anhelando, un sentido y una orientación para sus esfuerzos. El discípulo tiene el compromiso de romper sus capullos y no vivir entre algodones, inmiscuirse en la vida diaria para transformarla, probar el amargo sabor de la incomprensión pero nunca perder el sentido de su actividad. Hay que arriesgarse para ver la luz, pero no volar sin sentido, a tontas y a locas, sino recordar qué es lo que da orientación a nuestra vida: la muerte y resurrección de Jesús. Así enfrentaremos las actividades diarias y les daremos su justo valor.
Fortalece nuestra esperanza
Cualquiera de nosotros puede verse sumido en un abismo de dudas y desaliento al contemplar tanto el proyecto personal, como la vida de la Iglesia o el desarrollo de la sociedad. Son tiempos de falta de ideales, de tensiones y guerras, de injusticias y corrupción, y ahora de una incomprensible pandemia, que pueden llevarnos a una desilusión y abatimiento. Nos hemos equivocado en esperar resultados fáciles e inmediatos sin tener presente la sabiduría y la paciencia de las contradicciones de la cruz. Y hoy el Señor Jesús también nos llama a nosotros para que lo contemplemos y nos llenemos de esperanza, no en el triunfo fácil, no en la conquista victoriosa, sino en su mismo camino y enseñanza. Hay que darse todo para llegar a su victoria.
Escuchar la Palabra
En medio de dos anuncios de la pasión, san Marcos nos presenta la Transfiguración para confirmar que la cruz es el camino para la glorificación. A Pedro le costaba trabajo aceptar la cruz, pero no le costó ningún trabajo aceptar la Transfiguración hasta el grado de decir: “¡Qué a gusto estamos aquí!” Allí no había sufrimiento y estaba la seguridad que da tener a Moisés y a Elías de su lado, la ley y los profetas. La voz venida del cielo da todo el sentido a este episodio: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Ya no estará la seguridad ni en la ley, ni en los profetas, ni el templo, ni en el sacrificio. El requisito es escuchar a Jesús y guardar su palabra. Así la Transfiguración se convierte en la seguridad del verdadero discípulo: se entrega a Jesús y no rehúye todo el dolor que implica escuchar la palabra porque ha pre-visto la gloria. Más que un episodio aislado en la vida de Jesús es símbolo real de todo el cambio y la transformación que hace de la religión judía y del concepto de Mesías que prevalecía en los tiempos de Jesús. Ahora también nosotros corremos el riesgo de parecernos a Pedro que nos cobijamos con la ley y nuestras costumbres y no nos arriesgamos a escuchar realmente lo que quiere Jesús. Que al contemplar su rostro luminoso estemos también dispuestos a cargar la cruz y hacer su mismo camino. A salir de nuestras seguridades y protecciones para encontrarnos con el hermano.
¿Nos dejamos llevar por nuestras seguridades y no nos arriesgamos a seguir a Jesús en su camino? ¿Cómo escuchamos su Palabra y la hacemos vida en nuestra vida? ¿Cuáles son nuestros miedos que nos impiden salir de nosotros mismos e ir en busca de los demás al estilo de Jesús? ¿A qué nos compromete el contemplar a Jesús Transfigurado?
Padre Bueno, que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria y nos comprometamos en la transformación de nuestro mundo. Amén.
Preces
El Señor se transfiguró ante sus apóstoles y así les mostró un anticipo de su resurrección. Agradecidos, le decimos:
R/M Grandes y maravillosas son tus obras, Señor.
Los discípulos te descubrieron cuando partías el pan:
– haz que vivamos intensamente la Eucaristía de hoy.MR/
Te transfiguraste junto a Elías y Moisés para dar fuerzas a los apóstoles:
– haz que vivamos intensamente esta Cuaresma con la esperanza puesta en la Pascua.MR/
Resucitaste a Lázaro de entre los muertos:
– haz que no olvidemos nunca que somos ciudadanos del cielo.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…
Oración
Oh, Dios, que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; para que, con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo.
El Papa en el Ángelus: bajar al valle para «encender pequeñas luces en el corazón de las personas»
El papa Francisco durante la oración del Ángelus de este domingo 28 de febrero
Ser lámparas del Evangelio es la misión del cristiano. En el camino cuaresmal estamos llamados a “contemplar”, como Pedro, Santiago y Juan, “la anticipación de luz” de Jesús. Pero debemos tener cuidado que esta contemplación no se convierta “en pereza espiritual”. Jesús mismo, tras haberse mostrado, “devuelve al valle” a los discípulos. Y así, también nosotros debemos volver a nuestra vida cotidiana, entre nuestros hermanos y hermanas, para que, iluminados por su luz, “podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes”, ha explica en el Ángelus de hoy el Papa Francisco, explica la agencia de noticias de la Santa Sede Vatican News.
En el segundo domingo de Cuaresma el Papa Francisco reflexionó, antes de rezar el Ángelus, en el Evangelio del día (Mc 9, 2-10) que nos invita a contemplar la transfiguración de Jesús en el monte. Esa “anticipación de luz”, el rostro radiante de Jesús ante los discípulos asustados, a quienes había anunciado que sufriría mucho, sería rechazado y condenado a muerte, es una invitación para recordarnos, especialmente cuando atravesamos una prueba difícil, que el Señor ha resucitado y no permite que la oscuridad tenga la última palabra.
La muerte no es el final de todo
El Papa se centró, en primer lugar, en los sentimientos de los discípulos tras el anuncio de Jesús: “Podemos imaginar lo que debió ocurrir en el corazón de sus amigos, esos amigos íntimos, sus discípulos: la imagen de un Mesías fuerte y triunfante entra en crisis, sus sueños se hacen añicos, y la angustia los asalta al pensar que el Maestro en el que habían creído sería ejecutado como el peor de los malhechores. Y precisamente en ese momento, con esa angustia en el alma, Jesús llama a Pedro, Santiago y Juan y los lleva consigo al monte”.
Posicionándonos en el lugar de la transfiguración, el monte, ese lugar “elevado, donde el cielo y la tierra se tocan”, y donde Moisés y los profetas “vivieron la extraordinaria experiencia del encuentro con Dios”, el Santo Padre señaló que el episodio de la transfiguración ofrece a los discípulos asustados, "la luz de la esperanza", “la luz para atravesar las tinieblas”, pues anticipa que “la muerte no será el fin de todo, porque se abrirá a la gloria de la Resurrección”. “Vivir esta ‘anticipación’ de luz en el corazón de la Cuaresma”, dijo Francisco, es “una invitación para recordarnos, especialmente cuando atravesamos una prueba difícil, que el Señor ha resucitado y no permite que la oscuridad tenga la última palabra”.
La luz del Resucitado
Tras centrarse en los sentimientos de los discípulos, ubicó el Evangelio del día en los sentimientos de los fieles: también nosotros pasamos a veces “por momentos de oscuridad en nuestra vida personal, familiar o social, y tememos que no haya salida”. “Nos sentimos asustados ante grandes enigmas como la enfermedad, el dolor inocente o el misterio de la muerte”. Incluso “en el mismo camino de la fe, a menudo tropezamos cuando nos encontramos con el escándalo de la cruz y las exigencias del Evangelio, que nos pide que gastemos nuestra vida en el servicio y la perdamos en el amor, en lugar de conservarla y defenderla”.
Atención a la “pereza espiritual”
Recordando que “también nosotros estamos llamados a subir al monte, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de su victoria pascual”, el Papa Francisco advirtió que, sin embargo, debemos “guardarnos”, de que esa sensación de “es bueno estarnos aquí”, como exclamó Pedro, no se convierta en “pereza espiritual”. Pues, como hizo con los discípulos, Jesús mismo “nos devuelve al valle”: “No podemos quedarnos en el monte y disfrutar solos de la dicha de este encuentro. Jesús mismo nos devuelve al valle, entre nuestros hermanos y a nuestra vida cotidiana. Debemos guardarnos de la pereza espiritual: estamos bien, con nuestras oraciones y liturgias, y esto nos basta. ¡No! Subir al monte no es olvidar la realidad; rezar nunca es escapar de las dificultades de la vida; la luz de la fe no es para una bella emoción espiritual. No, este no es el mensaje de Jesús”.
Iluminados por la luz de Cristo, llevarla a todas partes
En definitiva, “estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que, iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes”, pues es misión del cristiano “encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza”.
Ayunar del cotilleo
Después de la oración mariana el Sumo Pontífice unió su voz a la de los Obispos de Nigeria, que se pronunciaron por el secuestro de las 317 muchachas en una escuela, el viernes pasado, y llamó a rezar por ellas para que regresen pronto a sus hogares. Además, recordó que hoy es el Día mundial de las Enfermedades Raras, y señaló que “hoy más que nunca”, la red de solidaridad entre los familiares, fomentada por las asociaciones que trabajan en ello, “es más importante que nunca”. Finalmente, en el saludar a todos los fieles y peregrinos, deseó a todos un buen camino cuaresmal, y recomendó un ayuno muy particular, que “no hará pasar hambre”: “Les recomiendo un ayuno, un ayuno que no les hará pasar hambre: ayunen de chismes y murmuraciones. Es una forma especial. En esta Cuaresma no hablaré mal de los demás, no cotillearé.... Y esto lo podemos hacer todos, todos. Este es un buen ayuno. Y no olviden que también les será útil leer cada día un pasaje del Evangelio, llevar el pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, y tomarlo cuando se pueda, cualquier pasaje. Esto abre el corazón al Señor”.