Si no veis prodigios y signos, no creéis
- 15 Marzo 2021
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Luisa de Marillac, Santa
Patrona de la Asistencia Social, 15 de marzo
Fundadora, con San Vicente de Paúl,
de la Hijas de la Caridad.
Martirologio Romano: En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl († 1660).
Fecha de canonización: 11 de marzo de 1934 por el Papa Pío XI
Etimológicamente: Luisa = Aquella que es famoso en la guerra, es de origen germánico.
Breve Biografía
Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación.. Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del santo.
Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya para entonces Luisa había conocido a "Monsieur Vicente", quien mostró al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus "Conferencias de Caridad", con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.
A medida que fue conociendo más profundamente a "Mademoiselle Le Gras", San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como "Hijas de la Caridad" y que se ha ganado el respeto de los hombres de la más diversas creencias en todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a "La Caridad" de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.
En 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.
En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso. No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de San Vicente. Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle.
Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.
En el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: "Sed empeñosas en el servicio de los pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo". Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.
Oración
¡Oh gloriosa santa Luisa de Marillac!
esposa fiel, madre modelo.
formadora de catequistas,
maestras y enfermeras,
ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor:
socorro a los pobres,
alivio a los enfermos,
protección a los desamparados,
caridad a los ricos,
conversión a los pecadores,
vitalidad a nuestra Iglesia,
y paz a nuestro pueblo.
Cuida nuestro hogar y cuanto hay en él.
Amén
Los milagros suscitan la fe en Jesús
Santo Evangelio según san Juan 4, 43-54. Lunes IV de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Vivir sabiendo que Tú estás conmigo… vivir sabiendo que no te irás… vivir sabiendo que en ti está mi refugio… vivir contigo, eso es vivir.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 4, 43-54
En aquel tiempo, Jesús salió de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia patria. Cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que él había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían estado allí.
Volvió entonces a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír éste que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: «Si no ven ustedes signos y prodigios, no creen». Pero el funcionario del rey insistió: «Señor, ven antes de que mi muchachito muera». Jesús le contestó: «Vete, tu hijo ya está a sano».
Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano. Él les pregunto a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: «Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre». El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: Tu hijo ya está sano», y creyó con todos los de su casa.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús sabe que necesitamos ver… que necesitamos tocar… necesitamos sentir para, así, aceptar muchas cosas que suceden en nuestra vida. Sabe que necesitamos de su amor, de su presencia y muchas veces nos lo hace experimentar sensiblemente.
Jesús hacía milagros, no para demostrar su poder, sino al contrario… Él era consciente de nuestra necesidad. Lo hacía y lo sigue haciendo para que creamos; para que alcemos la mirada y descubramos el verdadero lugar en el que nuestro corazón necesita descansar.
Sin embargo, llega un momento en donde no vemos; donde ya no pasa nada… todo sigue igual… y, a veces, parece empeorar. Parece que Jesús se va… lo buscamos en donde sabemos que está pero no lo encontramos… ¿Por qué, Señor?…
A veces no basta ver, sentir o tocar para creer pues muchas veces se olvida. Se olvida el primer momento…se olvida la primera mirada, el primer lugar, se olvida lo primero…lo esencial.
Así es el amor… parece irse cuando no se siente, cuando no se ve, cuando no se toca. Si supiera Señor que es ahí cuando se incrementa… cuando se purifica…cuando se hace más real. Es así como me enseñas a amar. Tu silencio es también signo de tu amor… aunque a veces, confieso, me es difícil aceptar.
No me permitas olvidar la primera mirada, el primer lugar… no me permitas olvidar lo esencial. Dame la gracia de saber que siempre estás conmigo y que aunque no te vea, no te sienta… ahí siempre estás.
«¡Tantos cristianos parados! Tenemos tantos detrás que tienen una esperanza débil. Sí creen que existe el Cielo y que todo irá bien. Está bien que lo crean, ¡pero no lo buscan! Cumplen los mandamientos, los preceptos: todo, todo… Pero están parados. El Señor no puede hacer de ellos levadura en su pueblo, porque no caminan. Y esto es un problema: los parados. Después hay otros entre ellos y nosotros, que se equivocan de camino: todos nosotros algunas veces nos hemos equivocado de camino, esto lo sabemos. El problema no es equivocarse de camino; el problema es no regresar cuando uno se da cuenta de haberse equivocado”. El modelo de quien cree y sigue lo que la fe le indica es el funcionario del rey descrito en el Evangelio, que pide a Jesús la curación de un hijo enfermo y no duda un instante en ponerse en camino hacia casa cuando el Maestro le asegura que la ha obtenido».
(Homilía de S.S. Francisco, 31 de marzo de 2014, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicar un momento al final de la jornada para reflexionar en los signos del amor de Dios a lo largo del día y hacer una oración especial de agradecimiento..
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿En qué consiste propiamente el amor a la Patria?
Los deberes hacia la Patria no deben confundirse con los que tenemos hacia la forma de gobierno que la rige
Pregunta:
Querido Padre:
Lamentablemente, la situación actual del país me tiene por demás acongojado; tal vez sea demasiado pesimista, pero no veo muchas salidas «honrosas» a la actual crisis en la dirigencia política, y en el horizonte no me parece que se vislumbren buenas perspectivas. Ante estas tristezas me confundo y ya no sé si con tanta crítica quiero a mi Patria o estoy resentido con ella. Aunque le parezca ridículo, esto me deja perplejo. ¿Estoy obrando o pensando mal? ¿Estoy faltando al amor a la Patria? ¿Peco contra ella si la critico tanto? ¿Debo colaborar con todo lo que postula el gobierno, aunque a veces me parece que eso hunde mi país? ¿O lo hundo yo cuando me pongo en contra?
¿Me podría enviar un par de líneas para aclararme o al menos para levantarme el ánimo? Desde ya le estoy muy agradecido.
Respuesta:
Estimado amigo:
Condición esencial para poder amar algo, es conocerlo. A la Patria mal se la puede amar si no se la conoce; y se amará recortadamente si se tiene una idea recortada de ella. Como ha señalado Guillermo Furlong 1, para muchas personas, niños y adultos, la Patria es un territorio, es un país, es una ciudad natal, es el paisaje donde nacieron o donde pasaron gran parte de su vida. Todo eso es algo de la patria, pero no es toda la Patria. Si patriotismo fuera el apego al suelo donde nacimos y crecimos, las plantas superarían al hombre en patriotismo. La patria se compone de nuestro suelo, nuestro paisaje, del recuerdo de nuestros próceres y de nuestras tradiciones; pero también es algo más.
Ese algo más es al mismo tiempo tradición y unidad. O sea, un doble vínculo simultáneo: con la tradición histórica de las generaciones que nos han precedido y las que vendrán, y un vínculo con todos los hombres del país, nuestros contemporáneos.
Y es todavía un poco más: es la conciencia de que este grupo de personas que, sea por nacimiento o por inmigración o por otras causas, están relacionadas entre sí (pasadas, presentes y futuras) tenemos, según los planes de Dios, una misión, un destino, una empresa colectiva en este mundo y en la historia. Aunque más no sea la empresa de «salvarnos» unos a otros, de educarnos en la fe, de trasmitirnos y hacer perdurar los valores que hemos recibido, de no dejar que nos los roben ni que los perviertan y de preparar el futuro a los futuros hijos de Dios.
De esto surgen los deberes que tenemos hacia la Patria, que no deben confundirse con los que tenemos hacia la forma de gobierno que rige, en alguna circunstancia histórica, el país.
1. Los deberes para con la Patria
Cuatro son las principales virtudes cristianas que se relacionan más o menos de cerca con la patria:
La piedad que nos inspira la veneración a la patria en cuanto principio secundario de nuestro ser, educación y gobierno; por eso se dice que la patria es nuestra madre.
La justicia legal que nos hace considerar su bien como un bien común a todos los ciudadanos, que todos tenemos obligación de fomentar.
La caridad, que nos obliga a amar a nuestros semejantes, empezando (para ser ordenada) a los que estamos ligados por vínculos de sangre, familia, y nacimiento.
La gratitud, por los inmensos bienes que ella nos ha proporcionado y continuamente nos presta.
Todas estas virtudes pueden abreviarse bajo el término «patriotismo», que no es otra cosa que «el amor y la piedad hacia la patria en cuanto tierra de nuestros mayores o antepasados».
El patriotismo se manifiesta principalmente de cuatro modos:
El amor de predilección sobre las demás naciones; perfectamente conciliable con el respeto a todas ellas y la caridad universal, que nos impone el amor al mundo entero.
El respeto y honor hacia su historia, sus tradiciones, sus instituciones, su idioma, sus símbolos (en particular su bandera).
El servicio: como expresión efectiva de nuestro amor y veneración. El servicio de la patria consiste principalmente en el fiel cumplimiento de sus leyes legítimas, especialmente aquellas que son necesarias el crecimiento y engrandecimiento (tributos e impuestos legítimos); y también en el desempeño desinteresado y leal de los cargos públicos que exige el bien común; en el servicio militar, y otras cosas por el estilo, etc.
Finalmente se manifiesta en la defensa contra sus perseguidores y enemigos interiores o exteriores: en tiempos de paz, con la palabra o con la pluma, en tiempo de guerra defendiéndola con las armas y si es necesario dando la vida por ella.
De modo particular, en nuestra patria tenemos el honor (y los deberes graves que se derivan de él) de respetar su origen católico. Lo demostró con lujo de detalles uno de nuestros historiadores más importantes, el Fray Cayetano Bruno (junto a muchos otros), entre otros lugares en los dos tomos de su gran obra titulada sugestivamente: «Argentina nació católica». No debemos ignorar nuestro origen y nuestro destino. Nuestra identidad está ligada a nuestra fe, como lo dejaron bien claro los hombres que hicieron la llamada «revolución de Mayo». En la proclama inicial de la Junta de mayo, fechada en Buenos Aires el 26 de mayo de 1810, y que lleva las firmas de todos los miembros de la Junta, incluida la del Secretario Mariano Moreno (el menos piadoso de todos) dice: «Fijad [en el sentido de «asegurad»], pues, vuestra confianza y aseguraos de nuestras intenciones. [A saber:] un deseo eficaz, un celo activo y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa» 2. Por eso, no respeta a la Patria quien traiciona las intenciones de quienes la fundaron; y estas intenciones, aunque hayan tenido defectos, fueron católicas.
Lamentablemente nuestra verdadera historia no es la que muchas veces nos han contado. Ya Juan Bautista Alberdi acusó a los liberales argentinos de haber desfigurado la historia. Y lo confiesan ellos mismos, como Mitre cuando le escribe a Vicente López: «usted y yo hemos tenido… la misma repulsión por aquellas [figuras históricas] a quienes hemos enterrado históricamente». Y Sarmiento le escribía al general Paz al ofrecerle su libro «Facundo»: «Lo he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritu. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio [propósito] a veces, para ayudar a destruir un gobierno y preparar el camino a otro nuevo» 3. A confesión de parte, relevo de pruebas. Se podrá tergiversar la historia de muchas maneras y se la puede enseñar de manera falsa a nuestros niños y jóvenes, pero los documentos son los documentos.
Al verdadero patriotismo se oponen dos vicios:
Por exceso, el llamado chauvinismo, o patrioterismo, o como lo llamaba el Padre Fray Francisco de Paula Catañeda en torno a los años de 1810: «patriomismo», porque no es patriotismo sino una especie de egoísmo disfrazado de patriotismo. Este vicio, no importa el nombre que se le dé, consiste en ensalzar desordenadamente a la propia patria como si fuera el bien supremo, incluso por encima de la fe, y desprecia los demás países injustamente e incluso con injurias de hecho. Algunas de sus manifestaciones son la xenofobia, la discriminación racial, la idolatrización de los símbolos o elementos patrios.
Por defecto tenemos el internacionalismo de los hombres sin patria que desconocen la suya con el falso argumento de ser ciudadanos del mundo. Su forma más radical y peligrosa, por sus derivaciones filosóficas y sociales, ha sido el «internacionalismo comunista», inspirado en la doctrina de Marx.
2. Deberes para con la forma de gobierno.
Aunque estén muy relacionados, no deben confundirse la patria y la forma de gobierno por la cual aquélla se rige en algún momento de su historia. Por eso los deberes u obligaciones son diversos para con una y con otra. Hay formas de gobierno buenas (monarquía, aristocracia, democracia) y malas (tiranía, oligarquía o plutocracia, demagogia y anarquía); los hombres son libres para opinar (si tienen razones fundadas y mientras no sea solo fruto de sus pasiones) cuál es la mejor para su país, al menos en el momento histórico en que viven. No debemos olvidar que todas las formas de gobierno son accidentales y es muy difícil a veces acertar cuál es la mejor para gobernar un grupo determinado de personas. Por eso decía el Papa Pío XI: «…La Iglesia católica…, con tal de que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultades en avenirse con las distintas instituciones civiles, sean monárquicas o republicanas, aristocráticas o democráticas» 4.
De todos modos, es importante que sepamos cuáles son nuestras obligaciones morales y sus límites. Lo podemos resumir en tres afirmaciones:
1º Debemos respeto al régimen establecido de hecho.
La Sagrada Escritura enseña al respecto que el poder civil y secular es legítimo, pues dice Jesús: Dad al César lo que es del César (Mt 22,16-21); también que toda autoridad viene de Dios, como el mismo Jesucristo dice a Pilato: No tendrías autoridad si no te hubiese sido dada de lo alto (Jn 19,11; cf. Rom 13,1-7; Prov 8,15); que tenemos la obligación de rezar por las autoridades, como dice San Pablo: recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad (1Tim 2,1-2); y debemos obediencia a la autoridad, como enseña San Pablo a Tito: Exhórtales que vivan sumisos a los magistrados y a las autoridades, que les obedezcan y estén prontos para toda obra buena (Tito 3,1).
Y tengamos en cuenta que tanto Nuestro Señor como San Pablo están hablando de autoridades que dejaban mucho que desear: el corrupto Poncio Pilatos y los tiranos emperadores de Roma. Por eso, en líneas generales hay que decir que es deber de todo ciudadano respetar el régimen establecido de hecho, cualquiera que sea su origen.
Y es el Papa León XIII el que dice «cualquiera que sea su origen», es decir, aunque haya nacido ilegítimamente, si así lo exige el bien común: «El criterio supremo del bien común y de la tranquilidad pública impone la aceptación de estos gobiernos, constituidos de hecho, en lugar de los gobiernos anteriores, que de hecho ya no existen… Es necesario una subordinación sincera a los gobiernos constituidos en nombre de este derecho soberano, indiscutible, inalienable, que se llama la razón del bien social» 5. Este respeto no se basa -evidentemente- en la legitimidad de su origen sino en razón del bien común social actual.
Tengamos en cuenta que «respetar» no significa «colaborar activamente» con un régimen que no reúna las condiciones debidas que el bien de la patria exige. Significa únicamente que no se le debe obstaculizar el ejercicio del poder en lo que reclama el bien común.
2º Pero esto sin perjuicio de preferir alguna otra forma de gobierno más conveniente para la patria y hasta procurar su implantación por medios honestos.
Las formas de gobierno, hemos dicho, son accidentales, y la Iglesia concede libertad a sus fieles en materia estrictamente política, con tal que lo que prefieran no atente contra la moral católica ni natural. Por eso, se puede «respetar» y al mismo tiempo preferir otro régimen más conveniente para la Patria, e incluso procurar una forma mejor por medios y procedimientos honestos, si se estima que la implantación de un nuevo régimen es conveniente al bien común de la patria y si la misma es posible y realizable.
3º Pero no se puede obedecer a las leyes intrínsecamente injustas
Las leyes humanas pueden ser injustas por varios motivos.
Cuando su injusticia sólo afecta a nuestros bienes materiales (como tantas veces ocurre), se las puede tolerar, pues es mejor (incluso para el que tiene que sufrir injusticia) una injusticia particular y no los dramas que acarrea la anarquía social. Pero cuando una ley atenta contra la ley de Dios (ya sea la ley revelada o la ley natural), nunca es lícito obedecer. Aquí se cumple lo que enseña San Pedro: es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Act 5,29). Por eso el mismo León XIII dijo: «si las leyes de los Estados están en abierta oposición con el derecho divino, si se ofende con ellas a la Iglesia, o contradicen a los deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia es un deber, y la obediencia un crimen» 6. Juan Pablo II, a su vez ha escrito: «Es precisamente de la obediencia a Dios –dice el Papa– de donde nacen la fuerza y el valor para resistir a las leyes injustas de los hombres. Es la fuerza y el valor de quien está dispuesto incluso a ir a prisión o a morir a espada, en la certeza de que aquí se requiere la paciencia y la fe de los santos (Ap 13,10)» 7.
Y el Catecismo de la Iglesia Católica, nos enseña (n. 2242): «El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21). Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5,29): “Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica” (GS 74,5)».
3. En conclusión
Con los principios anteriores, creo que puede guiarse para el discernimiento, al menos en las cuestiones más generales.
Usted me pide también una palabra de aliento. Creo que puede resumirse en dos verdades. La primera se basa en los orígenes cristianos de nuestros pueblos, al que ya aludí más arriba. Origen implica misión, y misión quiere decir «vocación divina». Señala Santo Tomás que, cuando Dios destina a una persona a una misión, le da todas las gracias que ella necesita para realizarla8 . Consecuentemente, las gracias para cumplir nuestra misión histórica, no han de faltarnos, mientras nos dispongamos para recibirlas con fidelidad.
La segunda verdad, es que, para resucitar un pueblo postrado no hacen falta muchas personas; este tipo de «cosas grandes» es, como la historia lo demuestra, tarea de pocos. Aunque las masas apostaten, huyan cobardemente, o se paralicen ante la catástrofe, basta un par de Atanasios, Franciscos, Ignacios, Leones, o, llegado el caso, un Julio César. Le transcribo una de las más lúcidas expresiones de este pensamiento, que es, precisamente, la de un grande de nuestra patria, Carlos Sacheri: «Lo que interesa no es el número sino la calidad. El combate de la historia es un eterno combate entre dos ínfimas minorías que se pelean a muerte, frente a la imbécil contemplación de las infinitas mayorías (…). Las instituciones viven de muy pocas personas. Ése es el error del socialismo, que no ve la importancia del individuo y siempre va a la cosa estructural, institucional. Todas las instituciones tienen hombres de carne y hueso; y pocos hombres de carne y hueso bastan para animarlas. Eso es muy importante, porque nos alienta, nos debe dar una esperanza real. Para una obra de restauración no hace falta mucha gente, no es necesario que la juventud argentina grite: ¡Viva Cristo Rey!, ojalá llegue el día en que suceda. Pero eso se va a dar el día que haya minorías, mínimas, con pocos recursos,pero con una gran decisión de combate, con una gran esperanza de lucha y con una gran doctrina. Si no tenemos formación, ¿qué vamos a ser? Vamos a ser liberales»9 .
Fórmese, pues, y forme a los que sean su entorno. Y confíe.
_______________________
1 Cf. G. Furlong, Lo que es la Patria, en: La revolución de mayo, Buenos Aires 1960, 9-13.
2 El texto facsimiliar puede verse en la Biblioteca de Mayo, XVIII, junto a la p.16.138. Cf. C. Bruno, La Iglesia en Argentina, Buenos Aires 1993, 373.
3 Cf. A. Rottjer, La masonería en la Argentina y en el mundo, Buenos Aires 1972, 296-297.
4 Pío XI, Enc. Dilectissima nobis (1937), n. 3.
5 León XIII, Carta a los cardenales franceses, 3 de mayo de 1892.
6 León XIII, enc. Sapientiae christianae, 10 de enero de 1890, nn. 9-11.
7 Juan Pablo II, Evangelium vitae, 73.
8 Cf. Suma Teológica, III, 27,5 ad 1.
9 Citado por H. Hernández, “Sacheri. Predicar y morir por la Argentina”, Bs. As. 2007, 45-46.
La Iglesia no está llamada a condenar sino a llevar la salvación de Cristo
En la misa presidida en la Basílica de San Pedro por el 500 aniversario de la evangelización de Filipinas.
No detener la labor de evangelización y llevar siempre la alegría del Evangelio a los demás. Fue la invitación del Papa en su homilía de la misa celebrada esta mañana en la Basílica de San Pedro, con ocasión del 500 aniversario de la evangelización en Filipinas.
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" (Jn 3,16). Francisco parte de las palabras que Jesús dirige a Nicodemo en el Evangelio de San Juan, donde está el corazón del Evangelio, para explicar “el fundamento de nuestra alegría” y precisa que “el contenido del Evangelio no es una idea o una doctrina, sino que es Jesús, el Hijo que el Padre nos ha dado para que tengamos vida”.
“El fundamento de nuestra alegría no es una bella teoría sobre cómo ser feliz, sino que es experimentar el ser acompañados y amados en el camino de la vida”, explica el Papa, deteniéndose a continuación en estos dos aspectos: "amó tanto" y "dio".
En primer lugar, Dios amó tanto, precisa el Papa y recuerda que “siempre nos ha mirado con amor y por amor vino en medio de nosotros en la carne de su Hijo”.
En Él vino a buscarnos en los lugares donde estábamos perdidos; en Él vino a levantarnos de nuestras caídas; en Él lloró nuestras lágrimas y curó nuestras heridas; en Él bendijo nuestras vidas para siempre.
En Jesús, aclara el Papa, "Dios ha pronunciado la palabra definitiva sobre nuestras vidas: tú no estás perdido, eres amado". Puede ocurrir que "la escucha del Evangelio y la práctica de nuestra fe" ya no nos haga captar la grandeza de este amor, y quizás "nos deslizamos hacia una religiosidad seria, triste y cerrada". Esta es la señal, continúa Francisco, "de que debemos detenernos y escuchar de nuevo el anuncio de la buena noticia".
Dios te ama tanto que te da toda su vida. No es un Dios que nos mira indiferente desde lo alto, sino un Padre enamorado que se implica en nuestra historia; no es un Dios que se complace de la muerte del pecador, sino un Padre que se preocupa de que nadie se pierda; no es un Dios que condena, sino un Padre que nos salva con el abrazo bendiciente de su amor.
Refiriéndose a la segunda palabra, Dios "dio" a su Hijo, Francisco subraya que "precisamente porque nos ama tanto, Dios se entrega y nos ofrece su vida". “La fuerza del amor es precisamente ésta: rompe la coraza del egoísmo, quiebra los márgenes de la seguridad humana sobredimensionada, derriba los muros y supera los miedos, para convertirse en don”.
“Quien ama es así, recuerda el Papa, prefiere arriesgarse en el donarse antes que atrofiarse reservándose para sí mismo. Por eso Dios sale de sí mismo: porque ‘ha amado tanto’. Su amor es tan grande que no puede evitar donarse a nosotros”. “En Jesús, levantado en la cruz, Él mismo vino a curarnos del veneno que da la muerte, se hizo pecado para salvarnos del pecado. Dios no nos ama con palabras: nos da a su Hijo para que todo el que lo mire y crea en Él se salve”.
Es hermoso encontrar personas que se aman, que se quieren y comparten su vida; de ellas se puede decir como de Dios: se aman tanto que dan la vida, agrega el Papa y exclama: ¡Esta es la fuente de la alegría! Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo. Y recuerda el reciente viaje en Iraq: “un pueblo martirizado ha exultado de alegría; gracias a Dios, a su misericordia”.
A veces, continúa el Papa, "buscamos la alegría donde no la hay", en "ilusiones que se desvanecen", en "sueños de grandeza de nuestro yo", "en la aparente seguridad de las cosas materiales", o "en el culto a nuestra propia imagen".
Pero la experiencia de la vida nos enseña que la verdadera alegría es sentirse amados gratuitamente, sentirnos acompañados, tener a alguien que comparta nuestros sueños y que, cuando naufragamos, venga a rescatarnos y a llevarnos a puerto seguro.
A continuación, recordando el 500 aniversario de la llegada del anuncio cristiano a Filipinas, cuando "recibieron la alegría del Evangelio", Francisco afirma: "esta alegría se ve en su pueblo, se ve en sus ojos, en sus rostros, en sus cantos y en sus oraciones".
“Quiero darles las gracias por la alegría que aportan al mundo entero y a las comunidades cristianas. Pienso en tantas bellas experiencias en las familias romanas -pero es lo mismo en todo el mundo- donde su presencia discreta y trabajadora se ha convertido también en un testimonio de fe”.
Lo hacen, continúa, "al estilo de María y José", porque "a Dios le gusta llevar la alegría de la fe con un servicio humilde y escondido, valiente y perseverante". “No detengan”, concluye el Pontífice, dirigiéndose a los fieles filipinos, "la obra de evangelización, que no es proselitismo". El anuncio cristiano que han recibido "hay que llevarlo siempre a los demás", ocupándose "de los que están heridos y viven en los márgenes". Como el Dios que se entrega, también la Iglesia "no es enviada a juzgar, sino a acoger; no a imponer, sino a sembrar; no a condenar, sino a llevar a Cristo que es la salvación".
“No tengan miedo de anunciar el Evangelio, de servir y de amar. Y con su alegría podrán conseguir que se diga también de la Iglesia: "¡ha amado tanto al mundo!" Una Iglesia que ama al mundo sin juzgarlo y que se entrega por el mundo es hermosa y atractiva. Que así sea, en Filipinas y en cada lugar de la tierra”.
Consumismo y austeridad de vida
Como virtud cristiana la austeridad de vida es forma y expresión del espíritu de pobreza que debe ser vivida
Consumo y consumismo
1. Desde el momento que el hombre necesita bienes para su subsistencia, salud, educación, vivienda, descanso, etc., hay que concluir que resulta imprescindible la producción y el consumo de los bienes que responden a las necesidades fundamentales de la persona humana. Sería ideal, por consiguiente, que todos los poseyeran según sus necesidades y conforme a la capacidad de cada uno, en orden a su desarrollo integral, de cuerpo y alma.
Por eso, en esa línea, el gran doctor de la lglesia santo Tomás de Aquino, hace siglos, enseñó que un mínimo de bienestar es necesario para practicar la virtud. En los últimos tiempos se ha dicho, en lenguaje más directo, que no se puede hablar de Dios a estómagos vacíos. En conclusión, digamos que hay un consumo de bienes materiales útiles e indispensables ya que se trata de medios necesarios para el bienestar material y espiritual de la persona humana.
2. El consumismo es otra cosa. Con la denominada sociedad industrial aparece la multiplicación y acumulación de bienes, con frecuencia innecesarios y superfluos, cuando no ordenados con frecuencia a la ostentación y obtención de determinado "status". Entonces la persona resulta esclava de las cosas, dominada por ellas. Nada le resulta suficiente, aparece insaciable y enredada en una conjunción, a veces hasta ridícula, de vanidad y codicia, con un asfixiante trasfondo materialista. En definitiva, el paroxismo del tener cosas ahoga al ser de la persona. Los "shopping centers" y los "free-shops" de los grandes aeropuertos podrían ser como los símbolos del consumismo contemporáneo. A veces hasta aparece un aspecto ridículo como es el ofrecido sobre todo por los denominados "nuevos ricos" a quienes el lenguaje popular graficó llamándolos "piojos resucitados".
3. A este consumismo empuja la propaganda que de mil maneras atrapa a la persona y a la familia, cautivas e indefensas frente a las presentaciones y "slogans" de aquélla. Así como desde hace un tiempo se imparten lecciones de "defensa personal", habría que propiciar la enseñanza del arte de "defenderse de la propaganda".
4. Añádase a los artilugios de la propaganda los oscuros manejos de los resortes de los mercados y de la producción que someten a la gente a consumos innecesarios y hasta nocivos a veces. Convengamos en que la influencia sutil y en ocasiones asfixiante de la propaganda es una fuerza tan irracional como poderosa.
II. Austeridad de vida
5. Ella es la actitud fue constituye ante todo una réplica al materialismo que subyace en las bases del consumismo. Adelantemos que, para no entrar en detalles, entendemos "austeridad" y "sobriedad" de vida como términos equivalentes. Ambos llevan implícita la afirmación de que los valores materiales no son la razón de ser de la persona humana ni el objetivo último de su existencia; son expresiones del dominio del hombre sobre las cosas en lugar de ser su esclavo.
6. No se confunda la austeridad de vida con la actitud del avaro que acumula y esconde; el avaro es, por antonomasia, esclavo de lo material. La austeridad de vida se encuadra dentro de los límites de las cosas necesarias y realmente útiles, habida cuenta de las condiciones y circunstancias de vida de una persona o de una familia y su situación en la sociedad.
7. La austeridad de vida es una exigencia ética y una virtud cristiana. Como exigencia ética obliga preferentemente a quienes están al frente de la cosa pública en sus diversos niveles y a los que en el ámbito privado están situados en planos patronales o dirigenciales. Si más no sea porque lo contrario fácilmente suscita envidias, resquemores o desigualdades irritantes, y sospechas de corrupción...
8. Como virtud cristiana la austeridad de vida es forma y expresión del espíritu de pobreza que debe ser vivida aun en los estratos económicamente más elevados de la realidad social. No está de más recordar que dicho espíritu implica humildad y caridad. HUMILDAD porque comienza por reconocer que Dios es el único por sobre todas las cosas, pleno y supremo bien, y que los hombres son administradores de los bienes recibidos, cuya administración debe redundar en bien para los demás, sin dejar de tener especial atención de los más necesitados; por eso implica CARIDAD.
III. Egoísmo y amor
9. Si así se piensan las cosas no hay contradicción entre desarrollo, productividad, consumo y austeridad de vida. Sí hay frente a cualquier concepción o sistema que proclame que el egoísmo individual es el motor del progreso y del bien general. El denominado capitalismo salvaje está en esa línea, y sabemos bien cuántas y cuáles han sido y son sus consecuencias.
En un mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el Papa Juan Pablo II se expresó así: "En los países industrializados la gente está dominada hoy por el ansia frenética de poseer bienes materiales" (y en ciertas capas - añado yo - de la sociedad de países no desarrollados sucede lo mismo). "La sociedad de consumo pone todavía más de relieve la distancia que separa a ricos y pobres, y la afanosa búsqueda de bienestar impide ver las necesidades de los demás...La moderación y sencillez de vida deben llegar a ser los criterios de nuestra vida cristiana..." (NS).
10. Me permito agregar otra cita que viene a cuento; es de un ensayista francés - Patrice de Plunkett - quien acaba de escribir hace poco lo siguiente: "El materialismo marxista ha retrocedido fuera de nuestras miradas. Esta marea muy baja nos descubre una playa desierta... Librada a todos los vientos: es el materialismo occidental. Impulsados solamente por la obsesión del bienestar individual, su nada espiritual es una amenaza... No creemos más en nada, ni en nosotros, ni en nadie... El célebre ’modelo occidental’ impone a los cinco continentes la más alta tecnologia y la ética más baja. De esta manera... las grandes tradiciones morales de la humanidad corren el riesgo de desaparecer asfixiadas por nuestra nada, nuestro vacio... una nación se suicida si se esconde de las grandes fuerzas éticas y religiosas de su historia". Hasta aqui las palabras de Plunkett.
11. Si el crudo liberalismo económico hace dos siglos pudo ser denominado la "revolución del egoismo", hoy parece evidente la necesidad de abandonar la idea de que el egoismo es el pilar básico del orden social. Esa revolución debe ser reemplazada por la "revolución del amor", la cual exige la enseñanza y difusión de una verdadera y válida escala de valores en la sociedad, la austeridad de vida, el espiritu de servicio y de solidaridad frente a toda carencia, sea ésta de naturaleza material, psicológica o espiritual, la reducción del consumo superfluo y frívolo, la idolatría del dinero y del placer, la educación en la cultura del trabajo...Menuda tarea ésta! pero, qué sociedad distinta a la de hoy configuaría una "revolución del amor"!
IV. Conceptos finales
12. Para concretar algo más estas consideraciones me permito dirigir algunas palabras a determinados grupos de creyentes sinceros.
a) A los que tienen abundantes medios materiales les digo que vivan sin ostentación y con austeridad y sobriedad; que contribuyan a disminuir las urgencias de los más necesitados; que no guarden con avaricia sus bienes y ganancias sino que inviertan para el desarrollo y crecimiento de la economía nacional y la multiplicación de puestos de trabajo. Ello revertirá en bien de la sociedad.
b) A quienes tienen lo necesario, me atrevo a pedirles que "hagan, de la necesidad, virtud", es decir que vivan serenamente la austeridad, sin angustias ni ambiciones desmedidas y colaborando solidariamente con los que menos tienen.
c) A quienes han hecho promesa o voto de pobreza evangélica o quieren vivir su espíritu, les digo que lo hagan con gozo de corazón y sintiéndose liberados del peso de las cosas materiales para manifestar más ejemplarmente la existencia y el valor de las cosas espirituales y la supremacía del amor a Dios y al prójimo.
d) A los que nada tienen no es fácil en este orden de cosas decirles una palabra oportuna y útil. Sin embargo me atrevo a expresarles mi deseo de que no caigan en la amargura, el resentimiento o la desesperación, ni se nieguen a ningún esfuerzo solidario para mejorar esperanzadamente su situación.
El Padre sabe lo que te hace falta
Lunes cuarta semana de Cuaresma. ¿Qué es lo que nosotros estamos dándole a Dios en nuestra existencia?
Cuaresma es el tiempo de conversión del corazón. Cuaresma es el tiempo de regreso a Dios. Esto tendría que inquietarnos para ver si efectivamente estamos regresando a Dios no solamente las cosas que Él nos ha dado, sino si nosotros mismos estamos regresando a Dios.
Podríamos decir que cada uno de nosotros es un don de Dios para uno mismo; la vida es un don que Dios nos da. ¿Cómo estamos regresando ese don a Dios? Esta conversión del corazón, ese regresar a Dios, ese volver a poner a Dios en el centro de la vida, ¿cómo lo estoy haciendo? ¿Hasta qué punto puedo decir que realmente nuestro Señor está recibiendo de mí lo que me ha dado?
Cuando nos enfrentamos con nuestra vida, con nuestros dolores, con nuestras caídas, con nuestras miserias, con nuestros triunfos y gozos, podría darnos miedo de que no estuviésemos en la condición de dar al Señor lo que Él espera de nosotros. Miedo de que no estuviésemos en la situación de regresar, con ese corazón convertido, todo lo que el Señor nos ha dado a nosotros.
Jesús en el Evangelio dice: “El Padre sabe lo que les hace falta antes de que se lo pidan”. Dios nuestro Señor sabe perfectamente qué es lo que necesitamos en ese camino de conversión hacia Él. Sabe perfectamente cuáles son los requerimientos interiores que tiene nuestra alma para lograr una verdadera conversión del corazón.
Yo me pregunto si a veces no tendremos miedo de este conocimiento que Dios tiene de nosotros. ¿No tendremos miedo, a veces, de que el Señor puede llegar a conocer lo que necesitamos?
Sin embargo, debemos dejar que el alma se abra a su mirada. En la oración que el Señor nos enseña en el Evangelio y que repetimos en la Misa: “Padre nuestro, que estás en los cielos”, nos llama a confiar plenamente en el Señor, a pedirle que Él sea santificado y que venga a vivir en nosotros su Reino. Es la oración de un corazón que sabe pedir a Dios lo que Él le dé y que se abre perfectamente para que el Señor le diga lo que necesita.
¡Cuántas veces a nosotros nos puede faltar esto! Deberíamos exigirnos que nuestra vida vuelva a Dios con una confianza plena; que se adhiera a Dios sólo y únicamente como el único en quien de veras se puede confiar.
Creo que ésta podría ser una de las principales lecciones de conversión del corazón.
¿Qué es lo que nosotros estamos dándole a Dios en nuestra existencia? ¿Con qué fecundidad estamos dándole a Dios en nuestra vida? Si al examinarnos nos damos cuenta de que nos faltan muchos frutos, si al examinarnos nos damos cuenta de que no tenemos toda la fecundidad que tendríamos que tener, no tengamos miedo, Dios sabe lo que necesitamos, y Dios sabe qué es lo que en cada momento nos va pidiendo. ¿Por qué si Dios lo sabe, no dejarme totalmente en sus manos? ¿Por qué, entonces, si Dios lo sabe, no ponerme totalmente a su servicio en una forma absoluta, plena, delicada?
Precisamente esto es la auténtica conversión del corazón. La conversión del corazón en la Cuaresma no va a ser hacer muchos sacrificios; la conversión del corazón en la Cuaresma es llegar al fondo de nosotros y ahí abrirnos a Dios nuestro Señor y ponernos ante Él con plenitud.
Vamos a pedirle a Dios que sepamos regresarle todo lo que nos ha dado, que sepamos hacer fecundo en nuestro corazón ese don que es nuestra vida cotidiana, ese don que somos nosotros mismos para cada uno de nosotros. Que esa sea nuestra intención, nuestra oración y sobre todo, el camino de conversión del corazón.
Preces
Jesucristo curó al hijo del funcionario real que creyó en su palabra. En el camino cuaresmal le decimos:
R/M Señor, aumenta nuestra fe.
Señor, tú nos prometiste que, cuando dos o más se reúnen en tu nombre para orar, tú estas en medio de ellos:
– haz que la certeza de que siempre nos escuchas nos mueva a la oración.MR/
Tú has prometido permanecer en tu Iglesia hasta el final de los tiempos,
– te pedimos que la certeza de tu compañía avive en nosotros los deseos de conversión.MR/
Tú nos mandaste estar atentos al bien del prójimo, en especial del más necesitado,
– que la certeza de que tú nos esperas en el que sufre nos lleve a ayudarle de corazón.MR/
Tú nos llamas a tomar nuestra cruz de cada día y a seguirte,
– haz que la certeza de que nos has liberado de la esclavitud del pecado nos sostenga en tu seguimiento.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…
Oración
Oh, Dios, que renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos, concede a tu Iglesia la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo.