“Le metió los dedos en las orejas y le tocó la lengua con saliva”

Ratzinger y Gaenswein, paseando

El ex secretario de Benedicto XVI subraya que "lleva una vida monacal"
Gänswein: "Ratzinger tiene algunos problemas en las piernas, pero su cabeza funciona perfectamente"
"Solo sale cuando el papa Francisco se lo pide. No acepta otras invitaciones"

El papa emérito y su sucesor "son diferentes, a veces muy diferentes. Pero tienen en común "la sustancia, el 'depositum fidei' (el contenido de la fe), que deben anunciar, defender y promover"

 


Dos años después de haber anunciado la decisión histórica de dimitir, el papa emérito Benedicto XVI, de 88 años, lleva una vida monacal, sigue interpretando a Mozart al piano y "su cabeza funciona perfectamente", explicó su secretario particular, Georg Gänswein. En una entrevista publicada el jueves por el diario Il Corriere della Sera, el prelado alemán evoca la retirada del papa emérito alemán en el monasterio Mater Ecclesiae, sobre la colina del Vaticano, informó AFP.

Benedicto XVI "tiene algunos problemas en las piernas", pero "su cabeza funciona perfectamente". En las últimas semanas "ha vuelto a tocar el piano con frecuencia"."Sobre todo Mozart, pero también otras piezas que le vienen a la cabeza, que toca de memoria", explica Gänswein.

El secretario del expapa describe un ritmo de vida "muy metódico": levantarse a las 7H45, "un poco más tarde que antes", misa, breviario, desayuno, oración, lectura, correspondencia, y "a veces, visitas."

El resto del día, lo reparte entre paseos, oración y lectura. Y las noticias del telediario italiano.

Joseph Ratzinger ha elegido "un estilo de vida monacal. Solo sale cuando el papa Francisco se lo pide. No acepta otras invitaciones", afirma. El papa emérito y su sucesor "son diferentes, a veces muy diferentes. Pero tienen en común "la sustancia, el 'depositum fidei' (el contenido de la fe), que deben anunciar, defender y promover", consideró Gänswein.

Evangelio según San Marcos 7,31-37. 

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Abrete". Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos". 

San Efrén (c. 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia 
Sermón sobre “Nuestro Señor”, 10-11

“Le metió los dedos en las orejas y le tocó la lengua con saliva”

La fuerza divina inalcanzable para el hombre, ha descendido, se revistió de un cuerpo tangible para que los pobres lo pudieran tocar, y, tocando la humanidad de Cristo percibieran su divinidad. A través de los dedos de la carne, el sordomudo sintió que le tocaban las orejas y la lengua. A través de los dedos tangibles percibió la divinidad inalcanzable cuando se le soltó la lengua y cuando las puertas cerradas de sus orejas se abrieron. Porque el arquitecto y artesano del cuerpo llegó hasta él, y con una palabra cariñosa abrió, sin dolor, las puertas de sus orejas y de su lengua. Entonces, esta lengua, incapaz de proferir una palabra, prorrumpió en alabanzas de aquel que hizo su lengua fecunda dándole el fruto de una alabanza.

Además, el Señor hizo barro con su saliva y lo extendió sobre los ojos del ciego de nacimiento. (Jn 9,6) para darnos a entender  que le faltaba una cosa, igual que al sordomudo. Una imperfección innata de nuestra condición humana fue suprimida gracias a la levadura que viene del cuerpo perfecto de Cristo... Para completar lo que faltaba a estos cuerpos humanos dio algo de si mismo, igual que se da a comer en la eucaristía. Por este medio hace desaparecer las deficiencias y resucita los muertos, para que pudiéramos reconocer que, gracias a su cuerpo, “donde habita la plenitud de la divinidad” (Col 2,9) los defectos  de nuestra humanidad son colmados por la verdadera vida que nos es dada a los mortales por este cuerpo del Señor donde habita la verdadera vida.

13 de febrero 2015 Viernes V Gn 3, 1-8

Cuando Adán y Eva comen del árbol prohibido, el texto nos dice que: "se les abrieron los ojos», sin embargo, este conocimiento, tal como el Señor Dios lo había dicho, los llevó a la muerte; en el fondo pasaron de la inocencia, a la malicia, porque dieron cuenta de su limitación y quisieran esconderse. Señor, quiero recordar tu mirada; perdona mi malicia.

FIESTA DE SANTA ESCOLÁSTICA. 10 de febrero de 2015
Os 2, 16-17.21-22; Lc 10, 38-42

Seré para ti un esposo bueno, fiel y amoroso y te haré por siempre mi esposa. con estas palabras que hemos escuchado en la primera lectura, el profeta Oseas habla de cómo Dios rehará la unión con su pueblo después de que éste la tranquila con su infidelidad. A pesar del pecado, Dios continúa amando y quiere ganarse el amor de los miembros del pueblo que había elegido. Por expresar este amor, el profeta recurre al vocabulario esponsal que es, en el lenguaje humano, el que expresa con más fuerza la relación de amor, de un amor que supera la falta de correspondencia y se mantiene fiel esperando el regreso de la persona amada. Dios ama entrañablemente, como un esposo enamorado y quiere volver a rehacer la relación que el pueblo –personificado en la esposa- ha roto. Por eso dice que la conducirá el desierto -en lugar idílico donde había vivido el amor primero al momento del éxodo y de la alianza en el Sinaí- y le hablará amorosamente para volverla a seducir. Ya sabemos cuantos altibajos ha tenido la relación del pueblo elegido con Dios. Pero Dios siempre se ha mantenido fiel en el amor. Y ha dado un signo perenne en la cruz de Jesucristo, con los  brazos eternamente abiertos para acoger, para perdonar, para rehacer el amor. Este texto del profeta Oseas nos interpela también a nosotros, miembros del pueblo de Dios, --de la esposa por tanto- porque nos interroga sobre la calidad de nuestro amor a Dios y nos invita a renovarlo y a profundizar nuestra intimidad con él, buscando momentos de desierto, de silencio y de serenidad, para profundizar nuestro diálogo personal con Dios, el Dios que nos revela Jesucristo.

Hoy la liturgia nos proclama este texto profético para evocar la experiencia espiritual de santa Escolástica, la hermana de san Benito. Según explica el Papa san Gregorio Magno, ambos "Habían tenido el espíritu siempre unido en Dios" (Diálogos II, 34, 2). Ella, como su hermano, se consagró "al Dios omnipotente" desde su juventud (cf. ibídem, 33, 2). Miembro como era de pueblo de la nueva alianza por el bautismo, se enamoró de Jesucristo y se fue al desierto de la vida monástica para dar a él totalmente sin anteponer nada a su amor (cf. RB 4, 21). Así aprender a conocer más y más a Dios a través de la interiorización de la Palabra, de la vida litúrgica, de la convivencia fraterna. Así fue conociendo la bondad y la fidelidad amorosa, esponsal, de Jesucristo y creciendo en el amor. Hay, en la narración del papa san Gregorio, un episodio entrañable. Es el último encuentro entre Benedicto y Escolástica. Después de todo un día pasado "en la alabanza a Dios y en santas conversaciones "y de haber compartido" la mesa ", se hace tarde y san Benito quiere volver al monasterio por fidelidad a la normativa monástica que no permitía estar ausente durante la noche. Ella quiere continuar la conversación, tal vez intuyendo que será la última, pero su hermano la contradice firmemente: "con que sales, hermana! No puedo quedarme fuera del monasterio! "Pero ella ruega insistentemente a Dios, y estalla una tormenta que impide la parte de Benito  y hace que puedan pasar "toda la noche velando, y en santos coloquios de vida espiritual "(cf. Diálogos II, 33, 2-4). Y el narrador da la clave teológica del hecho: las normas tienen su importancia, pero el amor gana por encima de la ley porque Dios es amor (1 Jn 4, 8-16); "Fue más poderosa -dice- la que quería más". La experiencia de este amor, que es nuevo cada mañana (cf. Lm 3, 23), hizo de san Benito un padre de monjes lleno de humanidad. Por eso, a la vez de escribir la Regla monástica, no establece un código legal seco sino que crea un espacio monástico que favorece la vida y el amor fraterno, un espacio lleno de humanidad, de bondad y de libertad, en el que la norma está al servicio de la persona. Dios había conducido al desierto del monasterio a Escolástica y Benito, allí les habló amorosamente. Y ellos fueron aprendiendo a corresponder con un amor más intenso, esponsal.

Efectivamente, el monasterio tiene unos espacios de desierto, es decir, de silencio y de soledad, que favorecen la audición y la acogida de la Palabra de Dios en el propio interior así como la alabanza y la intercesión movidas por el amor a Dios ya los hermanos en humanidad. La vida monástica es una manera de corresponder a la alianza de Dios. Esto es vive sobre todo en la liturgia, que, distribuida a lo largo del día, marca y imbuye toda la jornada del monje. Consciente de ser admitido a la presencia de Dios y de la dignidad que ello supone, el monje, a pesar de su fragilidad, procura ser cuidadoso en las celebraciones, tanto en cuanto a la "ars celebrandi" (estilo celebrativo) como sobre todo en la vivencia interior. En este proceso, va descubriendo cada vez más el tesoro de gracia que se encuentra en la liturgia de la Iglesia, el va haciendo vida y se siente empujado a comunicar a los demás para que también la vivan, porque también vayan adentrándose en el misterio de Jesucristo.

Toda la Comunidad Misionera y de Jesús forman una sola asamblea de oración que escucha la Palabra, loa, ora, intercede, acoge los dones de Dios a la presencia espiritual de Santa María. Esto ha tenido y tiene una irradiación notable a nivel de la Iglesia que peregrina, ofreciendo la posibilidad de compartir nuestra oración en PAX o a través de los medios de comunicación y presentando un cierto estilo celebrativo diversificado en sus ministerios. Por ello, a pesar de ser conscientes de que no hemos hecho nada más que lo que teníamos que hacer, agradecemos y valoramos que se nos otorgue el como un reconocimiento a la labor litúrgica hecha por algunos y el conjunto de la Comunidad, y sobre todo como un estímulo y una exigencia a vivir más intensamente la oración de la Iglesia todo poniéndola al alcance del Pueblo de Dios para que encuentre su principal alimento espiritual.

Ahora nos disponemos a entrar en el corazón de la celebración eucarística. El Señor se nos entregará como un esposo enamorado, fiel y compasivo. Acogemos con el corazón abierto como corresponde a la esposa amada, como lo hicieron santa Escolástica y San Benito. Y dejémonos renovar por él para servir en el amor a Dios y los hermanos.

San Gregorio II

San Gregorio II (715-731), considerado por algunos historiadores como el mejor Papa del siglo VIII, fue digno sucesor de Gregorio Magno, a quien se pareció en la alteza de miras que lo guió en todas sus acciones y en la magnitud de empresas en que tuvo que intervenir.

Procedente de una ilustre familia patricia nació en Roma, donde recibió la educación propia de la nobleza en el palacio de Letrán. De este modo se apropió ya desde un principio aquella erudición eclesiástica que luego lo distinguió y tan excelentes servicios prestó a la Iglesia. Algunos autores suponen que fue monje benedictino, pero los bolandistas lo desmienten. En realidad, no aparece como tal en todo el desarrollo de su actividad eclesiástica. Bien pronto entró en servicio directo de la Iglesia, pues el papa Sergio I (687-701) lo puso al frente de la tesorería pontificia y luego lo ordenó de diácono. En medio de todas estas ocupaciones y honores eclesiásticos, distinguióse Gregorio ya desde entonces por la sencillez y humildad de su conducta, así como también por su absoluta fidelidad al servicio de la Iglesia.

Pero Dios lo tenía destinado para altas empresas y para defender a su Iglesia en problemas y momentos difíciles, por lo cual quiso introducirlo pronto en los asuntos más trascendentales que entonces se debatían. El papa Constantino I (708-715), a quien él debía suceder en el solio pontificio, tuvo que hacer un viaje a Oriente, con el objeto de terminar las discusiones que habían surgido después del célebre concilio Quini-Sexto o Trullano II, del año 692. Tomó, pues, consigo como asesor y técnico al diácono Gregorio, y notan los historiadores del tiempo que, gracias a su profundo conocimiento de las cuestiones eclesiásticas, se fueron resolviendo pacíficamente las dificultades que surgieron en la controversia. Por lo demás, la acogida de que fueron objeto el Papa y su acompañante fue realmente tan grandiosa, que en nada presagiaba las turbulencias que debían seguirse poco después.

No mucho después, el 19 de mayo del año 715, a la muerte de Constantino I, Gregorio fue elegido Papa y como tal tuvo que intervenir desde un principio en importantes asuntos de la Iglesia, en todos los cuales aparece siempre su extraordinaria virtud y el esfuerzo constante, puesto en la defensa de los derechos eclesiásticos y pontificios.

Siguiendo el ejemplo de su gran predecesor y modelo, San Gregorio Magno, en primer lugar, afianzó definitivamente el prestigio y posición del Romano Pontífice en Roma y en toda Italia. Ya desde la invasión de los lombardos en Italia hacia el año 570, dos poderes se disputaban la posesión de estos territorios: los lombardos, que poseían el norte con su capital en Pavía, y los bizantinos, que desde Justiniano I (527-565) dominaban el sur y centro de la Península. En medio de estas dos fuerzas se hallaba el Romano Pontífice, quien, territorial y civilmente, era súbdito del emperador bizantino, mas por un conjunto de circunstancias se fue desligando de él e independizando cada vez más. Precisamente en esto consiste el mérito especial de San Gregorio II, en haber sabido aprovechar las circunstancias para aumentar el prestigio del Romano Pontífice. De hecho, ya de antiguo poseían los Papas, en Roma y en sus cercanías, en Sicilia y aun en Oriente, algunas posesiones, fruto de donativos personales de algunos príncipes. Esto los constituía en señores feudales, como tantos otros de su tiempo y formaba lo que se llamó patrimonio de San Pedro. Uno de los grandes méritos de San Gregorio Magno consiste precisamente en haber organizado y valorizado debidamente este patrimonio, de donde se sacaban los recursos económicos para sus grandes empresas.

Pues bien, Gregorio II se propuso desde un principio dar la mayor consistencia posible a la posición en que se encontraba el Romano Pontífice. Uno de sus primeros cuidados fue reparar y consolidar los muros de la Ciudad Eterna, para poderse defender contra las incursiones posibles de los lombardos. Al mismo tiempo restauró algunas iglesias y monasterios. Es célebre, sobre todo, la restauración que realizó del monasterio de Montecasino, derruido por los lombardos ciento cuarenta años antes. Para ello envió el año 718 algunos monjes de Letrán, a cuya cabeza puso al abad Petronax. De este modo surgió de nuevo el gran monasterio de Montecasino, cuna de la Orden benedictina. Gregorio II reconstruyó asimismo otros monasterios junto a San Pablo y a Santa María la Mayor, y, a la muerte de su madre, transformó su propia casa en convento en honor de Santa Agueda.

Esta actividad constructora y renovadora ayudó poderosamente al Papa para aumentar el prestigio de la Iglesia. Pero al mismo tiempo procuró fomentar la vida eclesiástica y la disciplina interior de la Iglesia, para lo cual celebró el 5 de abril del año 721 un sínodo, al que asistieron numerosos obispos y el clero de Roma, a los que se juntaron otros veintiún prelados. Este prestigio romano fue aumentando a medida que los emperadores bizantinos se iban haciendo más impopulares en Italia. En efecto, empeñado León III Isáurico (717-741) desde el principio de su gobierno en reformar la administración del imperio, inició una serie de impuestos y exacciones sobre todas las provincias y en particular sobre Italia, que sus exarcas exigían con la mayor brutalidad. A esto se añadió poco después la violenta campaña contra las imágenes, que quiso extender asimismo a Italia e imponer por la fuerza al Romano Pontífice. El resultado fue un aumento creciente de la antipatía del pueblo italiano hacia el emperador bizantino y, por el contrario, un crecimiento cada día mayor del prestigio del Romano Pontífice.

Todo esto aumentó extraordinariamente cuando, en diversas ocasiones, ante las incursiones de los lombardos, no obstante las reiteradas instancias del Papa, los exarcas bizantinos no acudían en su ayuda y en defensa del pueblo, y entonces el mismo Papa, con los recursos que le proporcionaba su patrimonio, se defendía a sí y al pueblo frente a las violentas acometidas lombardas. De este modo, Gregorio II mejoró notablemente la posición de los Romanos Pontífices, con lo cual se sintió con fuerzas para otras grandes empresas que iba acometiendo.

Efectivamente, el celo por la gloria de Dios y el ansia de extender su reino por todo el mundo, dieron principio a una serie de obras que constituyen una de las principales glorias del pontificado de Gregorio II. La primera es la de la evangelización del centro de Europa, sobre todo de Alemania, y en particular la protección de San Bonifacio, apóstol del gran imperio de los francos. Como San Gregorio Magno tiene el gran mérito de haber enviado a Inglaterra a San Agustín con sus treinta y nueve compañeros, y con ellos la gloria de haber iniciado la gran empresa de la conversión de los anglosajones, de una manera semejante a San Gregorio II le corresponde el extraordinario mérito de haber enviado a San Bonifacio a Alemania, y dado con ello comienzo a la gran obra de completar su evangelización y organización de sus iglesias.

Ya el año 716, segundo de su pontificado, Gregorio II había enviado tres legados a Baviera, con el objeto de erigir allí una provincia eclesiástica y fomentar el movimiento iniciado de conversiones al cristianismo. Al mismo tiempo, sostenía en la parte noroeste de Alemania la obra apostólica de San Wilibrordo. Pero el año 718 compareció en Roma un monje sajón, llamado Winfrido, a quien Gregorio II impuso el nombre de Bonifacio, por el que es conocido en la historia. A él, pues, le confió la gran empresa de completar la evangelización de Alemania. Cuatro años más tarde, después de iniciar su obra en Frisia y Hesse con la conversión de millares de paganos, se presentó de nuevo Bonifacio en Roma. Gregorio II lo consagra obispo y lo colma de facultades espirituales, de reliquias y cartas de recomendación para fomentar la evangelización germana, y durante los años siguientes continúa apoyando con todo su poder la gran obra realizada por Bonifacio en la gran Germania. En realidad, pues, esta obra se debe en buena parte al celo apostólico del papa San Gregorio II.

Roma misma se iba convirtiendo cada vez más en centro a donde afluían los peregrinos de toda la cristiandad, a lo cual contribuía eficazmente el prestigio que iba adquiriendo San Gregorio II. Los católicos anglosajones, cuya conversión y organización había quedado terminada hacia el año 680 por la obra de Teodoro de Tarso, arzobispo de Cantorbery, experimentaban una prosperidad extraordinaria. Sus grandes monasterios, exuberantes de vocaciones y ansiosos de expansión, enviaban ejércitos de misioneros a Europa, como San Wilibrordo y Winfrido o Bonifacio. No contentos con esto, enviaban a Roma embajadas especiales, con el objeto de testimoniar su adhesión al Romano Pontífice. Gregorio II recibió las del abad Ceolfrido, quien le presentó como obsequio el famoso códice Amiatinus, y del rey Ina con su esposa Ethelburga, quienes fundaron en Roma la Schola Anglorum. Asimismo recibió las visitas y homenajes del duque de Baviera y otros príncipes de la cristiandad.

Otro problema muy diverso dio ocasión a Gregorio II a manifestar claramente su ardiente celo por la gloria de Dios y la defensa de los principios cristianos, sin detenerse ante la más horrible persecución y la misma muerte. Nos referimos a la tristemente célebre cuestión iconoclasta, es decir, la horrible persecución de las imágenes y de sus defensores, desencadenada en Oriente desde el año 726 por el emperador León III Isáurico.

Las causas que motivaron esta violenta persecución de las imágenes son muy diversas. Por una parte, la posición del Antiguo Testamento, poco simpatizante con el culto de las imágenes; la aversión de algunas sectas contra este culto; el influjo especial del Islam, que ya en un edicto de 723 no permitía ninguna clase de imágenes en las iglesias cristianas de los territorios sometidos a los mahometanos. Por otra, algunos excesos y abusos ocurridos en la veneración de las imágenes, particularmente fomentadas en la Iglesia griega y promovidas por el monacato oriental; todas estas causas habían ocasionado, hacía ya tiempo, en el seno de la Iglesia griega la formación de un poderoso partido enemigo del culto de las imágenes, cuyo principal sostén era el obispo de Nacoleo de Frigia, Constantino. Este partido consiguió finalmente mover al emperador León III a publicar en 726 el primer decreto iconoclasta. Indudablemente, León III, que trataba de afianzarse definitivamente en el trono, perseguía fines políticos. Por una parte, esperaba con esta conducta, en el exterior, atraerse la simpatía de sus vecinos, los musulmanes, y en el interior, implantar una política de absoluto dominio en lo civil y en lo religioso que deshiciera el predominio del monacato y de la jerarquía eclesiástica, Pero no, se contentó León III con envolver a todo el Oriente en aquella violenta persecución. Mientras ésta se desarrollaba, cada vez con más rigor, en todo el Oriente y aparecían los héroes de la ortodoxia, San Germano de Constantinopla y San Juan Damasceno, el emperador se dirigía al Occidente y exigía en los territorios italianos sometidos a su dominio la admisión y aplicación del edicto iconoclasta. A esta intimación de León III respondió el papa Gregorio II con la entereza de un mártir, sin amedrentarse por el peligro a que con ello se exponía. Ante todo, según refieren algunas crónicas, celebró en Roma un sínodo, en el que se rebatieron todas las razones que oponían los orientales al culto de las imágenes y se probó con toda suficiencia su licitud. Luego, el Papa se dirigió personalmente, por medio de una carta, al emperador bizantino, en la que protestaba contra estas intromisiones en el terreno dogmático. Por otro lado, dirigió el Papa un llamamiento a la cristiandad occidental, para que estuviera alerta frente a los enemigos de Dios, que trataban de levantar cabeza.

Los acontecimientos que siguieron prueban una vez más, por un lado, la santidad, celo y entereza de Gregorio II en defensa de los intereses divinos, y por otra, la ceguera de León III, con lo que fue aumentando cada vez más su impopularidad en Italia, que fue la ocasión de la pérdida de estos territorios para el imperio bizantino. En efecto, ciego de furor por la oposición que encontraba en Italia, amenazó a sus habitantes con las más horribles represalias. Entonces, pues, levantáronse en manifiesta rebelión contra los bizantinos, y aprovechándose del desorden reinante, el rey lombardo Luitprando, en un golpe de mano, se apoderó de Ravena. La situación para el Papa era verdaderamente comprometida. Si se ponía de parte de los revoltosos o de Luitprando, comprometía su porvenir, pues los bizantinos, como los más fuertes, podían luego volver con mas fuerzas y aplastarlos a todos. Por esto, no obstante los atropellos de que había sido víctima de parte de los bizantinos, pidió auxilio a Venecia en favor de Ravena, y gracias a su intercesión, los bizantinos volvieron a recuperarla.

Pero la conducta de los bizantinos acabó de exasperar al pueblo, que amaba sinceramente a los Papas. En lugar de agradecer a Gregorio Il su generosidad para con ellos, el nuevo exarca de Ravena se dirigió a Roma el año 728 con el objeto de apoderarse por la fuerza de la ciudad si no se publicaba en Roma y en toda la Italia bizantina el decreto iconoclasta. El Papa, con heroísmo de mártir, contestó excomulgando al exarca Paulo. Este intentó entonces aplicar por la fuerza el edicto, pero murió en la refriega contra los insurrectos. El nuevo exarca Eutimio fue excomulgado igualmente, pero este no obstante, con el intento de apoderarse de la persona del Papa, intentó unirse con su enemigo Luitprando; pero el Papa se le adelantó, pues, con el único intento de salvar al pueblo romano, acudió personalmente al rey lombardo y se puso a sí y al pueblo en sus manos. Conmovido éste entonces por la actitud humilde y caritativa del Romano Pontífice, se arrojó a sus pies, y entrando luego en Roma junto con el Papa, depositó ante San Pedro su espada y sus insignias reales, y para que todo terminara felizmente, pidió perdón para sí y para el exarca Eutimio, que Gregorio II concedió generosamente.

Todo parecía terminar favorablemente, pero entonces se inició una revuelta más peligrosa en Toscana, que puso en verdadero peligro al exarca bizantino. Dando de nuevo las más elocuentes pruebas de magnanimidad, Gregorio II se constituyó en defensor de los bizantinos, induciendo, a los romanos a prestarle auxilio, con el que se logró dominar a los rebeldes. Pero ni aun con tan repetidos actos de magnanimidad consiguió Gregorio Il desarmar a León Isáurico, quien continuó en su ciega campaña contra las imágenes y contra el Papa, todo lo cual, en último término, fue preparando la ruina de los bizantinos en Italia.

El Liber Pontificalis le atribuye obras importantes de restauración de la basílica de San Pablo extramuros, de Santa Cruz de Jerusalén y de San Pedro de Letrán. Asimismo, testifica que dejó "una suma de doscientos sesenta sueldos de oro para distribuir entre el clero y los monasterios, las diaconías y los mansionarios; otro legado de mil sueldos, para la iluminación del sepulcro de San Pedro"; todo esto, además de las innumerables limosnas y obras de caridad, que constantemente practicaba. Finalmente, consumido por sus trabajos, murió el 11 de febrero del año 731. Durante su vida, y sobre todo durante todo su pontificado, dio las más claras pruebas de virtud cristiana, elevación de espíritu, inflamado amor de Dios y de la Iglesia, fortaleza y constancia frente a las mayores dificultades, magnanimidad y mansedumbre frente a sus enemigos.

 


El reloj Casio del Papa

El libro de J. Martínez Gordo, que el Papa va a leer
"La conversión del papado y la reforma de la curia vaticana. Cambio de rumbo"
"Una batería de propuestas para enderezar la deriva autoritaria del magisterio eclesial"

Redacción, 13 de febrero de 2015 a las 10:49

Es posible el cambio de rumbo en la gobernanza de la Iglesia, algo que, sólo hace dos años, era absolutamente impensable

(Sebastián Gratzia).- Cuentan fuentes dignas de todo crédito que cuando José Beltrán, nuevo director de Vida Nueva en Argentina y portavoz de la Conferencia Episcopal Argentina en los tiempos en que J. Bergoglio la presidía, fue a visitar al papa Francisco, le llevó como regalo el último libro de Jesus Martinez Gordo "La conversión del papado y la reforma de la curia vaticana. Cambio de rumbo" y que el papa, agradeciéndole el obsequio, miró la cubierta del libro, leyó el título y le dijo: ‘Lo leeré'.

Y ¿qué se va a encontrar el papa en este libro de J. Martinez Gordo?

Pues, primero, una explicación actual y detallada, clara y sistemática, del ministerio docente de la Iglesia Católica; en segundo lugar, la historia de la recepción fallida de las propuestas de armonización del magisterio papal con el de la colegialidad de los obispos, aprobada en el Vaticano II; y, en tercer lugar, una batería de propuestas para enderezar la deriva autoritaria del magisterio eclesial, iniciada por Pablo VI y fuertemente reafirmada por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Todo esto expuesto en un lenguaje didáctico y asequible para el lector medio de este tipo de libros, sin perjuicio del rigor teológico que el tema requiere.

En la primera parte del libro, titulada ‘Magisterio y primado', el autor explica qué se debe entender, a la luz del Vaticano II, por apostolicidad, colegialidad y sinodalidad, para, a continuación, explicar en qué consiste el magisterio "auténtico", el "ordinario y universal" de los obispos con el papa, el "ex cathedra" o "ex sese" del sucesor de Pedro, el del pueblo de Dios ("sensus fidei" o "sensus fidelium") y la sorprendente historia de por qué el papa -a pesar de lo aprobado- puede gobernar la Iglesia "según su propio criterio" ("propia discretio") y "como le plazca" ("ad placitum").

En la segunda parte, titulada ‘La recepción fallida', J. Martínez Gordo ofrece una exposición pormenorizada de las principales propuestas que los papas, la curia y los teólogos católicos han efectuado entre 1963 (elección de Pablo VI) y 2013 (renuncia de Benedicto XVI), buscando la armonización entre el magisterio petrino y el de los obispos.

El autor explica breve, pero agudamente, los posicionamientos sobre este tema de importantes teólogos como Hans Urs von Balthasar, Joseph Ratzinger, Avery Dulles, Ladislas Örsy, J. R. Quinn, ... También analiza la repercusión negativa que han tenido en el ejercicio del ministerio docente de la Iglesia Católica la "Nota explicativa previa", añadida extrañamente (al no ser aprobada por los padres conciliares ni estar formalmente ratificada por Pablo VI) al final de la Constitución dogmática "Lumen Gentium" y la redacción restrictiva sobre la colegialidad episcopal del nuevo "Código de derecho canónico" (1983).

Además se detiene a comentar la distinción y las relaciones entre la iglesia local o particular y la universal, objeto de un famoso debate entre W. Kasper y J. Ratzinger y señala las interpretaciones, generalmente limitativas, que sobre estos temas emitió durante los últimos cuarenta años la Congregación para la doctrina de la Fe, pese a los pronunciamientos más aperturistas del Sínodo extraordinario de Obispos en 1985 y de la petición de ayuda de Juan Pablo II para encontrar una forma de ejercicio del primado, que no fuese obstáculo, sino vehículo e impulso para unión entre los cristianos.

A fin de facilitar la armonización del ministerio docente en la Iglesia Católica entre los que tratan de reforzar la enseñanza exclusivamente unipersonal el Papa y los que, al amparo del Concilio Vaticano II, defienden una participación creciente del colegio de obispos y, a su nivel, de todos los bautizados en general, en la gobernanza de la Iglesia, el autor realiza en la III parte del libro una serie de propuestas que marcan sendas por las que enderezar el rumbo en los próximos años.

Señala, en primer lugar, que lo normal en la gobernanza de la Iglesia católica es que ésta sea colegiada y corresponsable y que, si ha de ser unipersonal, lo sea exclusivamente en situaciones excepcionales, por lo que propone un ejercicio del primado normalmente colegial y policéntrico. Señala, a continuación, la importancia de aumentar el protagonismo de los obispos, vicarios y legados de Cristo, y no del papa, para lo que propone a) modificar el actual juramento de fidelidad de éstos al papa y a la curia, b) una regulación menos restrictiva que la actual de los sínodos diocesanos y que c) los Sínodos de los obispos sean normalmente deliberativos y no meramente consultivos.

Subraya, además, el reconocimiento de la capacidad magisterial de las conferencias episcopales. También incide en una modificación en el sistema de elección y nombramiento de los obispos, de modo que ésta se pactada entre los representantes de las respectivas diócesis con la sede primada y finalmente insiste en la necesidad de avanzar hacia una curia vaticana que sea subsidiaria a los obispos con el papa y nunca por encima de ellos.

Propuestas razonables (y algunas de ellas, audaces) en línea con el espíritu de comunión y corresponsabilidad señalado por el Concilio Vaticano II para la Iglesia y en cuya paulatina puesta en marcha el autor se muestra esperanzado, por las perspectivas abiertas en la Iglesia Católica tras la elección del Papa Francisco. En estos momentos -dice J. Martinez Gordo- es posible el cambio de rumbo en la gobernanza de la Iglesia, algo que, sólo hace dos años, era absolutamente impensable.

La fuerza de la fe
Marcos 7, 31-37. Tiempo Ordinario. Acércate a Jesús, te ayudará a saber escuchar y a hablar bien de Él y de los demás.

Oración introductoria
Aunque ni sordo ni mudo, frecuentemente pareciera que lo soy, porque no te escucho, Señor, y no hablo a los demás de la experiencia de tu amor. Inspira esta oración para que de ella saque la fuerza de voluntad y sea siempre un testigo fiel de tu amor.

Petición
Jesús, confío en tu infinito amor, haz mi corazón semejante al tuyo.

Meditación del Papa Francisco
Pensemos en los muchos que Jesús ha querido encontrar, sobre todo, personas afectadas por la enfermedad y la discapacidad, para sanarles y devolverles su dignidad plena. Es muy importante que justo estas personas se conviertan en testigos de una nueva actitud, que podemos llamar cultura del encuentro […]

Aquí están las dos culturas opuestas. La cultura del encuentro y la cultura de la exclusión, la cultura del prejuicio, porque se perjudica y se excluye. La persona enferma y discapacitada, precisamente a partir de su fragilidad, de su límite, puede llegar a ser testigo del encuentro: el encuentro con Jesús, que abre a la vida y a la fe, y el encuentro con los demás, con la comunidad. En efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad. Y ahora miremos a la Virgen. En ella se dio el primer encuentro: el encuentro entre Dios y la humanidad. Pidamos a la Virgen que nos ayude a ir adelante en esta cultura del encuentro. Y nos dirigimos a Ella con el Ave María.» (Discurso de S.S. Francisco, 29 de marzo de 2014).

Reflexión
"Ve y dile que los ciegos ven, los sordos oyen, y que ha llegado la liberación a los cautivos".

Así resume su misión Cristo, porque ha sido enviado a curar a todos los enfermos y a traer la paz a los hombres.

¿Cómo quisiéramos que se nos dijera que todo lo hemos hecho bien? La vanidad y la envidia nos entran cuando vemos que otros son alabados por algo en lo que nosotros tuvimos mucho que ver. Nos enojamos y desearíamos que se nos alabara, por eso nace la competitividad entre los hombres.

Pero si todo es por vanidad, cuando lo obtengas, ¿serás feliz eternamente? Ya decía San Juan Crisóstomo al citar el Qoelet: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Y lo decía con verdad, porque lo único que tiene que importarnos no son las alabanzas, sino el hacer bien las cosas por amor a Dios. Todo lo demás sale sobrando.

Propósito
Que mi manera de actuar y tratar a los demás revele el amor de Dios Padre.

Diálogo con Cristo
Padre Santo, soy sordo cuando no oigo las necesidades de los demás, cuando no busco entender su punto de vista. Soy mudo cuando no pronuncio palabras llenas de beneficincia sino de crítica, por eso confío en que esta meditación, y mi esfuerzo permanente por crecer en mi vida de oración, me ayude a curar esas malas acciones que me apartan de ser un auténtico testigo de tu amor.

El tejido de la vida
El hilo negro se cruza con el hilo blanco... Los dos hilos siguen su trabajo, a veces quisiéramos controlarlos, pero un tejedor divino lleva la trama.

La marcha de la vida nos llena de acontecimientos. Hay momentos en los que todo parece ir mal. Un accidente, una muerte extraña de un familiar, el inicio de un juicio, problemas y discusiones por parte de la herencia, una calumnia lanzada al vuelo por quien antes parecía un amigo, tal vez un secuestro o un crimen. Se asoman, detrás de cualquier esquina, peligros y amenazas, enfermedades y accidentes. Nadie puede sentirse seguro: ni los jóvenes ni los ancianos, ni los “buenos” ni los “malos”, ni los ricos ni los pobres.

A la vez, se suceden momentos de alegría, de éxito, de conquista. Unos esposos ven nacer a un hijo después de años de espera. Un joven deja el vicio de la droga para cuidar su salud y dedicar el dinero a ayudar a los pobres. Una chica consigue un trabajo después de llamar a muchas puertas y superar negativas y cansancios. Un anciano recibe la carta de un hijo que vive lejos y le avisa que acaba de rehacer su matrimonio.

A través de todos los acontecimientos, buenos o malos, se escribe una sinfonía que no acabamos de escuchar del todo, que comprendemos de modo parcial e incompleto. Nos ocurre como al violinista que, en medio de la orquesta, se preocupa sólo de su parte en la partitura; se concentra en que su violín encaje en el conjunto con más o menos armonía (aunque a veces se escape alguna nota discordante).

Cada acontecimiento entra a formar parte de la sinfonía de la vida. O en la composición de un vestido muy complejo. El hilo negro de las tristezas se cruza con el hilo blanco de las alegrías. A veces no nos damos cuenta de que una alegría fue posible gracias a un sacrificio o una renuncia. Esa enfermedad nos hizo más bondadosos y atentos a los otros. Aquella muerte que no comprendimos apartó a un amigo de un posible pecado grave. Esa herida de un soldado permitió el encuentro con una enfermera y el inicio de una familia fecunda, llena de esperanzas.

Los dos hilos siguen su trabajo. A veces quisiéramos controlarlos, pero nos superan. Un tejedor divino lleva la trama. Quizá al final, cuando crucemos la frontera de la muerte, comprenderemos el lugar de cada cosa, veremos que el bien fue la última palabra, que tantos males eran sólo pruebas e invitaciones a caminar con humildad, confianza y amor hacia un encuentro definitivo, hacia la casa donde un Padre bueno nos espera con los brazos abiertos.

Comprenderemos que los dos hilos estaban tan unidos que la alegría de la Pascua no era posible sin pasar antes por el cáliz de la Cruz...

PAXTV.ORG