Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado

El Papa, reunido con los cardenales

El Consistorio reflexiona sobre el papel de laicos y mujeres en cargos de responsabilidad
Los cardenales abogan por la descentralización del poder y la simplificación de la Curia
Todos están de acuerdo en la reagrupación de los 12 Pontificios Consejos en dos más pequeños
El Papa "permanece sentado en el centro delante del hemiciclo" con "actitud de escucha"

Obispos y cardenales, con el Papa en el Sínodo

La descentralización del poder de la Curia y la simplificación de organismos vaticanos, son dos ideas que convencen a la mayoría de cardenales reunidos en el consistorio convocado por el Papa Francisco este jueves y viernes. Los purpurados escucharon y valoraron este jueves las propuestas que el G-9 vaticano, el consejo de nueve cardenales que asesora al Pontífice en la reforma de la Curia y el gobierno de la Iglesia, está perfilando y para lo que también se han reunido desde el lunes hasta el miércoles.

En esta segunda jornada, los purpurados han evaluado la relación que existe entre Curia Romana y las Iglesias locales y han convenido en su mayoría la necesidad de tender hacia un proceso de descentralización. El portavoz del Vaticano, el jesuita Federico Lombardi, ha especificado que esta descentralización se basa en el principio de "subsidiariedad", que se traduce en la práctica en una limitación de la intervención de la Curia Romana a favor de una mayor participación de las diócesis y las Conferencias Episcopales de todos los países. En este sentido, ha precisado que no ha habido "en absoluto un clima reivindicativo o agresivo" contra una "Curia Romana centralista" sino que más bien la actitud es "positiva" y que se pretende discernir "qué es lo mejor para el Gobierno de la Iglesia".

Por otro lado, Lombardi ha subrayado que el proceso de simplificación y reagrupación de los 12 Pontificios Consejos en dos más pequeños, asuntos que se estudió en la jornada de este jueves, es algo en lo que todos están de acuerdo.

Así, ha explicado que en una de las intervenciones un cardenal ha manifestado que el reato ahora es reflexionar sobre las competencias de los dicasterios y las de las Iglesias locales, qué hacen mejor las Conferencias Episcopales y diócesis y qué hace mejor la Curia Romana por el sentido de universalidad.

Así, por ejemplo, ha destacado que la labor de la Curia es importante sobre todo en regiones en las que la Iglesia es débil y se tiene que sentir protegida por la experiencia de la Santa Sede. Otro de los temas de los que han discutido los cardenales es sobre la coordinación de la Curia Romana y el sentido de "comunión no solo de tipo funcional".

Se ha hablado también de la relación de la Curia con los organismos internacionales, delpapel de los laicos y en particular de las mujeres, y de la necesidad de que haya un personal cualificado, competente y que represente la variedad de la Iglesia en los dicasterios.

Por otro lado, Lombardi ha aclarado que durante las sesiones de trabajo el Papa "permanece sentado en el centro delante del hemiciclo" con "actitud de escucha" y que a su izquierda está el cardenal decano el colegio cardenalicio, Angelo Sodano, mientras que a su derecha se sientan las personas que intervienen en cada reunión. Lombardi ha contado en total 40 intervenciones en un "clima sereno y constructivo" de los 164 cardenales que estaban presentes. Esta mañana el cardenal australiano George Pell ha explicado a todos los cardenales presentes en el Aula Nueva del Sínodo el trabajo de la Secretaría de la Economía. Esta tarde está previsto que el arzobispo de Boston EEUU, el cardenal Sean O'Malley presente los trabajos de la reciente Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para la tutela de menores.


Evangelio según San Marcos 8,1-10. 


En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos". Los discípulos le preguntaron: "¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?". El les dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes?". Ellos respondieron: "Siete". Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran. Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado. Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.

San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia 
Comentario al evangelio de Lucas, VI, 73-88

«Si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino»

Señor Jesús, sé muy bien que no quieres dejar en ayunas a esas gentes aquí conmigo, sino alimentarles con el pan que les distribuyas; así, fortificados con tu alimento, no temerán desfallecer de hambre. Sé muy bien que tampoco a nosotros nos quieres enviar en ayunas... Tú lo has dicho: no quieres que desfallezcan por el camino, es decir, que desfallezcan a lo largo del camino de esta vida, antes de llegar al término de la ruta, antes de llegar al Padre y comprender que tú vienes del Padre...

El Señor tiene compasión, a fin de que nadie desfallezca por el camino... Igual que hace llover sobre justos e injustos (Mt 5,45), nutre tanto a los justos como a los injustos. ¿No es, acaso, gracias a la fuerza del alimento recibido que el profeta Elías, desfallecido en el camino, pudo caminar cuarenta días? (1R 19,8). Este alimento se lo dio un ángel; pero a vosotros es el mismo Cristo quien os alimenta. Si conserváis el alimento así recibido, seréis capaces de caminar no cuarenta días y cuarenta noches..., sino durante cuarenta años, desde la salida de vuestros confines de Egipto hasta vuestra llegada a la tierra de la abundancia, la tierra que mana leche y miel (Ex 3,8)...

Cristo comparte los víveres, y quiere, sin duda alguna, dar a todos. No rechaza a nadie sino que provee a todos. Sin embargo, cuando parte los panes y los da a sus discípulos, si no tendéis la mano para recibir vuestro alimento, vais a desfallecer durante el camino... Este pan que parte Jesús, es el misterio de la palabra de Dios: cuando se distribuye, aumenta. Tan sólo con unas pocas palabras Jesús ha dado a todos los pueblos un alimento superabundante. Nos ha dado sus palabras como panes, y mientras los saboreamos, se multiplican más en nuestra boca... Mientras las multitudes comen, siguen aumentando los pedazos de pan de tal manera que, los restos, al final, son muchos más que los panes compartidos.

14 de febrero 2015 Sábado Sts Cirilo y Metodio, patronos de Europa Ac 13, 46-49

El texto de los Actos de los Apóstoles que hoy se nos propone reflexionar, cuenta el momento en que Pablo y Bernabé deciden anunciar la Buena Nueva a los que no son judíos, y nos dice: "Cuando oyeron esto los que no son judíos, se n 'alegraron y alababan la palabra de Señor. »el monje Cirilo y el obispo Metodio tuvieron la misma actitud que Pablo y Bernabé. Quizás ahora también nos toca hacer lo mismo a nosotros. Mira quién tienes a tu alrededor que necesita escuchar la Buena Nueva de tus labios.

Fiesta de los Santos:Cirilo, monje, y Metodio, obispo, patronos de Europa

Santos Cirilo y Metodio, misioneros

Fiesta de san Cirilo, monje, y san Metodio, obispo, hermanos nacidos en Tesalónica, que enviados a Moravia por el obispo Focio de Constantinopla para predicar la fe cristiana, allí crearon signos propios para traducir del griego a la lengua eslava los libros sagrados. En un posterior viaje a Roma, Cirilo, que antes se llamaba Constantino, enfermó, y habiendo profesado como monje, descansó en el Señor en este día. Metodio, constituido obispo de Sirmium por el papa Adriano II, evangelizó la región de Panonia, y en todas las dificultades que soportó fue siempre ayudado por los Pontífices Romanos; recibió finalmente el premio celestial por sus trabajos en Velherad, en Moravia, el día seis de abril.

Se venera a estos dos hermanos originarios de Tesalónica como apóstoles de los eslavos del sur y padres de la literatura eslava. Cirilo, el más joven de los dos, recibió en el bautismo el nombre de Constantino y tomó el de Cirilo poco antes de su muerte, junto con el hábito de monje. Fue enviado a Constantinopla muy joven. Allí hizo sus estudios, bajo la dirección de León el Gramático y de Focio. Aunque era más versado en las ciencias profanas que en la teología, fue ordenado diácono. Probablemente, no recibió sino hasta más tarde el sacerdocio. Sucedió a Focio en su sede, y la fama de su sabiduría le ganó el título de «el filósofo». Durante algún tiempo se retiró a un monasterio, pero, el año 861, el emperador Miguel III le envió en una embajada religioso-política ante el gobernador de los kázaros, que habitaban la región entre el Dniéper y el Volga. El santo desempeñó con éxito su misión, aunque sin duda se ha exagerado mucho el número de los que convirtió a la fe. Metodio, el hermano mayor de Cirilo, había sido gobernador de una de las colonias eslavas en la provincia de Opsikion y, después, había tomado el hábito de monje. Acompañó a su hermano en la embajada ante el gobernador de los kázaros y, a su vuelta a Grecia, fue elegido abad de un importante monasterio. El año 862, llegó a Constantinopla un embajador de Rostislavo, príncipe de Moravia, para obtener que el emperador enviase misioneros capaces de evangelizar a los eslavos en su propio idioma. Rostislavo deseaba, por otra parte, congraciarse con Bizancio para defenderse de sus poderosos vecinos, los germanos. El emperador de Oriente vio en ello la ocasión de contrarrestar la influencia del emperador de Occidente en aquellas regiones, en las que ya se habían introducido los misioneros germanos. La empresa sonreía, por lo demás, a Focio, patriarca de Constantinopla, quien escogió para la tarea a san Cirilo y san Metodio, cuya cultura y conocimiento del eslavo los hacían capaces de crear un alfabeto escrito de la lengua del país. Probablemente, los sucesores de san Cirilo inventaron, sirviéndose de las mayúsculas griegas, el alfabeto «cirílico», del que se derivan los caracteres actuales del ruso, del serbio y del búlgaro. Antiguamente se atribuía por error a san Jerónimo la creación del alfabeto «glagolítico» en que están escritos los libros litúrgicos eslavo-románicos de ciertas regiones católicas de Yugoslavia; pero dicho alfabeto fue probablemente inventado por el mismo san Cirilo, a quien, según la leyenda, Dios lo reveló directamente. Como tantos otros aspectos de la historia de san Cirilo y san Metodio, la cuestión de los alfabetos es muy oscura. La lengua sudeslava de san Cirilo y san Metodio es, hasta la fecha, el idioma litúrgico de los rusos, de los ucranios, de los serbios y de los búlgaros, tanto católicos como ortodoxos.

Los dos hermanos partieron de Constantinopla con varios compañeros el año 863. En la corte de Rostislavo fueron muy bien recibidos y emprendieron inmediatamente la tarea. Pero la posición de los misioneros era muy difícil. El empleo del idioma de la región en la predicación y la liturgia los hacía muy populares entre los habitantes; pero el clero germánico se oponía a ello, sostenido por el emperador Luis el Germánico, quien obligó a Rostislavo a prestarle juramento de fidelidad. Los misioneros bizantinos, que habían traducido al eslavo algunas perícopas de la Escritura y los himnos litúrgicos, prosiguieron con éxito la evangelización. Pero uno de los grandes obstáculos era la falta de un obispo que ordenase nuevos sacerdotes, puesto que el prelado germánico de Passau se negó a hacerlo. Entonces, san Cirilo decidió ir a Constantinopla a pedir ayuda. Llegó a Venecia acompañado por su hermano, pero había escogido el peor momento: Focio acababa de ser excomulgado y la Santa Sede miraba con desconfianza a todo el Oriente. Los misioneros fueron mal acogidos en Venecia, donde se les consideraba como protegidos del emperador de Oriente y se criticaba el empleo que hacían del eslavo en la liturgia. Según una de las fuentes, el papa san Nicolás I los llamó a Roma. En todo caso, es cierto que los misioneros fueron a la Ciudad Eterna, llevando las pretendidas reliquias de san Clemente Papa, que san Cirilo había recobrado a su paso por Crimea. El papa san Nicolás había muerto mientras tanto; pero Adriano II, su sucesor, acogió calurosamente a los portadores de un regalo tan precioso. Después de juzgar la causa de los misioneros, Adriano II determinó conferir a Cirilo y Metodio el episcopado, aprobó la ordenación sacerdotal de los eslavos convertidos, y alabó el empleo de la lengua eslava en la liturgia. No parece que san Cirilo haya sido realmente consagrado, ya que murió cuando se hallaba en Roma, el 14 de febrero del 869. Según la versión italiana de la leyenda, después de la muerte de san Cirilo, san Metodio dijo a Adriano II: «El último deseo de nuestra madre, cuando dejamos la casa paterna para ir a evangelizar el país en que hemos trabajado hasta ahora, con la gracia de Dios, fue que, al morir uno de nosotros dos, el otro se encargase de transportar su cadáver para darle sepultura en nuestro monasterio. Así pues, os ruego que me ayudéis en esta empresa». El papa estaba dispuesto a ayudar a san Metodio, pero sus consejeros le dijeron: «No conviene que dejemos salir de la ciudad el cuerpo de un hombre tan distinguido, que enriqueció nuestra ciudad con tan extraordinarias reliquias, que ganó al cristianismo naciones tan remotas y que murió entre nosotros». El papa concedió la razón a sus consejeros, y san Cirilo fue sepultado en la iglesia de San Clemente, donde se habían depositado las reliquias que él había llevado a Roma.

San Metodio se encargó de llevar adelante la empresa de evangelización. Después de recibir la consagración episcopal, volvió a su antigua misión, llevando consigo un documento en que la Santa Sede le recomendaba como hombre de «doctrina y ortodoxia perfectas». Kosel, príncipe de Panonia, pidió que se restableciese la antigua arquidiócesis de Sirmiun (actualmente Mitrovic, en Serbia); san Metodio fue nombrado arzobispo, y sus diócesis sufragáneas se extendían hasta las fronteras de Bulgaria. A pesar del apoyo y la aprobación del Sumo Pontífice, el clero germánico no cesó de poner obstáculos a la evangelización. Por otra parte, la situación política de Moravia había cambiado, ya que Svatopluk, sobrino de Rostislavo, se había aliado con Carlomán de Baviera y había expulsado a su tío. El año 870, san Metodio compareció ante un sínodo de obispos germánicos y fue encarcelado en una celda húmeda. El papa Juan VIII no consiguió que le pusiesen en libertad sino hasta dos años más tarde y juzgó prudente retirar el permiso de predicar en eslavo (que era, según la llamaba el Pontífice, «una lengua bárbara»). Sin embargo, Juan VIII tuvo cuidado de recordar a los germanos que Panonia y todas las sedes del Ilírico dependían desde antiguo de la Santa Sede.

San Metodio continuó la evangelización durante los años siguientes. Pero Svatopluk se convirtió en enemigo suyo, porque el santo le echó en cara la vida licenciosa que llevaba. Así pues, el arzobispo fue acusado ante la Santa Sede, en 878, de seguir con las celebraciones litúrgicas en la lengua eslava y de omitir, heréticamente, la mención del Hijo en el Credo. (Advirtamos que en aquella época las palabras "y del Hijo" (Filioque) no se habían introducido todavía en todas partes y, ciertamente, no en Roma). Juan VIII convocó a Metodio a la Ciudad Eterna. Metodio consiguió probar su ortodoxia y convencer al Pontífice sobre la necesidad de emplear la lengua eslava. Aunque con ciertas reservas, Juan VIII aprobó nuevamente el empleo de dicha lengua, «porque Dios, que creó los tres principales idiomas -el hebreo, el griego y el latín-, también había creado otros para su honor y gloria». Desgraciadamente, accediendo a los deseos de Svatopluk, el Papa nombró también para la sede de Nitra, que era sufragánea de Sirmiun, a un sacerdote germánico llamado Wiching, que era enemigo acérrimo de san Metodio. Ese prelado, que era muy poco escrupuloso, llegó a falsificar documentos pontificios para perseguir a san Metodio. Después de la muerte del santo, Wiching obtuvo la sede de Sirmiun, desterró a los principales partidarios de su predecesor y anuló la mayor parte de su obra.

Según la versión de Panonia, san Metodio terminó en los cuatro últimos años de su vida la traducción de la Biblia al eslavo (excepto los libros de los Macabeos) y tradujo también una colección de leyes civiles y eclesiásticas bizantinas, llamada el «Nomokanon» (es decir: compilación de leyes). Esto parece indicar que las circunstancias impedían al santo consagrarse enteramente a los asuntos misionales y episcopales, es decir, que estaba perdiendo la batalla contra la tendencia germánica. San Metodio murió probablemente en Stare Mesto (Velehrad, en la República Checa) el 6 de abril del 884, consumido por el trabajo apostólico y la oposición de los que no estaban de acuerdo con sus métodos de evangelización. La liturgia de sus funerales se celebró en griego, en eslavo y en latín. «Las gentes acudieron con antorchas encendidas. Todo el pueblo se hallaba presente: hombres y mujeres, grandes y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos, viudas y huérfanos, ciudadanos y forasteros, sanos y enfermos. Porque Metodio se había hecho todo a todos para ganar a todos para el cielo».

La fiesta de los santos Cirilo y Metodio, que se había celebrado desde antiguo en la región donde trabajaron, fue extendida a toda la Iglesia de Occidente por el Papa León XIII en 1880. Por tratarse de dos orientales que trabajaron en estrecha colaboración con la Santa Sede, se los considera como patronos especiales de la unidad de la Iglesia y de las obras que se dedican a promover la unión con las Iglesias eslavas disidentes. Los católicos checos, eslavos y croatas, así como los servios y búlgaros ortodoxos, les profesan especial devoción. Los nombres de los dos santos aparecen en la preparación de la misa bizantina de rito eslavo. Juan Pablo II, con la carta apostólica «Egregiae virtutis», del 31 de diciembre de 1980, los proclamó -junto con san Benito de Nursia- patronos de Europa, y presentó sus figuras de evangelizadores por medio de la encíclica «Slavorum apostoli», de 1985.

 

El Papa coloca la birreta a Ricardo Blázquez

"Tampoco las dignidades eclesiásticas estamos inmunes a la tentación de la envidia y el orgullo"
Francisco, a los cardenales: "Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad"
Ricardo Blázquez y otros 19 prelados recibieron la birreta cardenalicia de manos del Papa
El Papa creará 20 nuevos cardenales el próximo sábado, entre ellos, Ricardo Blázquez
El que está llamado al servicio del Gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que pudiera ser ventajosa para él o para la Iglesia

(Jesús Bastante).- Reforma en continuidad. Nada se rompe. El Papa emérito, Benedicto XVI, revestido de blanco, aguardaba en primera fila, junto al colegio cardenalicio, la entrada de su sucesor, Francisco, cuyo primer gesto antes de alcanzar el baldaquino de Bernini fue dirigirse hacia Ratzinger yestrecharle entre sus brazos.

Por segunda vez, el Papa nombraba cardenales. Por segunda vez, Benedicto XVI estaba allí, acompañándole, en una de sus escasas presencia públicas, y siempre a petición de Bergoglio.

En nombre de los nuevos cardenales,Dominique Mamberti, arrancó la ceremonia, repitiendo el juramento, y recordando a monseñor Pimiento, que por razones de salud ha pedido recibir la birreta en Colombia. "El Señor ha querido renovar aquella elección que en un momento hicimos cada uno de nosotros.La púrpura misma nos recuerda ante todo que el Señor nos pide compartir su amor por todos los hombres", señaló el neocardenal.

En su breve alocución posterior a la lectura de la Carta de San Pablo, Francisco señaló que "la curia cardenalicia no es una distinción honorífica. El propio término 'cardenal', que remite a la palabra 'cardo', no es algo que nos haga pensar en una condecoración, sino en un punto de apoyo, un eje esencial para la comunidad".

Francisco señaló los nuevos cardenales la importancia de la caridad. "En la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, tiene que ejercitarse en la caridad y tiene como fin la caridad". En primer lugar, desde Roma, y después en toda iglesia particular.

"San Pablo nos dice que la caridad es magnánima y benevolente. Cuanto más crece la caridad, tanto más hay que ensanchar el corazón", indicó Francisco, quien apuntó que "la magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes"

"Saber amar con gestos de bondad: la benevolencia es la intención firme y constante d querer el bien siempre y para todos, incluso para los que no nos aman", reclamó Francisco, quien recordó que la caridad «no tiene envidia; no presume; no se engríe».

"Esto es realmente un milagro de la caridad, porque los seres humanos -todos, y en todas las etapas de la vida- tendemos a la envidia y al orgullo a causa de nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación".

Al tiempo, llamó a no buscar "el propio interés", y a no irritarse. "Al pastor que vive en contracto con la gente no le faltan ocasiones para enfadarse", subrayó, invitando a los nuevos cardenales a evitar "el peligro de reaccionar impulsivamente, de hacer cosas que no están bien, y nos libera del peligro mortal de la ira acumulada, que te hace llevar cuentas del mal recibido. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia"

"Se puede entender un enfado momentáneo, no es así con el rencor. Que Dios nos proteja y nos libre del rencor", remachó Bergoglio, quien prosiguiendo con la carta de Pablo señaló que "la caridad no se alegra de la injusticia sino que goza de la verdad". "El que está llamado al servicio del Gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que pudiera ser ventajosa para él o para la Iglesia".

"Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad", reclamó el Papa a los nuevos cardenales, insistiendo en la necesidad de ser "personas capaces de perdonar siempre, de dar siempre confianza, capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios, ysaben soportar con paciencia toda situación, todo hermano y hermana en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de nuestros pecados".


"Queridos hermanos, todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu. Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos", concluyó Francisco.

Texto completo de la alocución del Papa:

Queridos hermanos cardenales


El cardenalato ciertamente es una dignidad, pero no una distinción honorífica. Ya el mismo nombre de «cardenal», que remite a la palabra latina «cardo - quicio», nos lleva a pensar, no en algo accesorio o decorativo, como una condecoración, sino en un perno, un punto de apoyo y un eje esencial para la vida de la comunidad. Sois «quicios» y estáis incardinados en la Iglesia de Roma, que «preside toda la comunidad de la caridad» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 13; cf. Ign. Ant., Ad Rom., Prólogo).

En la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar: al igual que ella preside en la caridad, toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad.

Por eso creo que el «himno a la caridad», de la primera carta de san Pablo a los Corintios, puede servir de pauta para esta celebración y para vuestro ministerio, especialmente para los que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio. Será bueno que todos, yo en primer lugar y vosotros conmigo, nos dejemos guiar por las palabras inspiradas del apóstol Pablo, en particular aquellas con las que describe las características de la caridad. Que María nuestra Madre nos ayude en esta escucha. Ella dio al mundo a Aquel que es «el camino más excelente» (cf. 1 Co 12,31): Jesús, caridad encarnada; que nos ayude a acoger esta Palabra y a seguir siempre este camino. Que nos ayude con su actitud humilde y tierna de madre, porque la caridad, don de Dios, crece donde hay humildad y ternura.

En primer lugar, san Pablo nos dice que la caridad es «magnánima» y «benevolente». Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo. La magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes, porque «non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est». Saber amar con gestos de bondad. La benevolencia es la intención firme y constante de querer el bien, siempre y para todos, incluso para los que no nos aman.

A continuación, el apóstol dice que la caridad «no tiene envidia; no presume; no se engríe». Esto es realmente un milagro de la caridad, porque los seres humanos -todos, y en todas las etapas de la vida- tendemos a la envidia y al orgullo a causa de nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación. Pero precisamente por eso, queridos hermanos, puede resaltar todavía más en nosotros la fuerza divina de la caridad, que transforma el corazón, de modo que ya no eres tú el que vive, sino que Cristo vive en ti. Y Jesús es todo amor.

Además, la caridad «no es mal educada ni egoísta». Estos dos rasgos revelan que quien vive en la caridad está des-centrado de sí mismo. El que está auto-centrado carece de respeto, y muchas veces ni siquiera lo advierte, porque el «respeto» es la capacidad de tener en cuenta al otro, su dignidad, su condición, sus necesidades. El que está auto-centrado busca inevitablemente su propio interés, y cree que esto es normal, casi un deber. Este «interés» puede estar cubierto de nobles apariencias, pero en el fondo se trata siempre de «interés personal». En cambio, la caridad te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo. Entonces sí, serás una persona respetuosa y preocupada por el bien de los demás.

La caridad, dice Pablo, «no se irrita; no lleva cuentas del mal». Al pastor que vive en contacto con la gente no le faltan ocasiones para enojarse. Y tal vez entre nosotros, hermanos sacerdotes, que tenemos menos disculpa, el peligro de enojarnos sea mayor. También de esto es la caridad, y sólo ella, la que nos libra. Nos libra del peligro de reaccionar impulsivamente, de decir y hacer cosas que no están bien; y sobre todo nos libra del peligro mortal de la ira acumulada, «alimentada» dentro de ti, que te hace llevar cuentas del mal recibido. No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia. Aunque es posible entender un enfado momentáneo que pasa rápido, no así el rencor. Que Dios nos proteja y libre de ello.

La caridad, añade el Apóstol, «no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad». El que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la Iglesia. Al mismo tiempo, «goza con la verdad»: ¡Qué hermosa es esta expresión! El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra plenamente en la Palabra y en la Carne de Jesucristo. Él es la fuente inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad.

Por último, la caridad «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites». Aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral. El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados.

Queridos hermanos, todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu. Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos. Incardinados en la Iglesia que preside en la caridad, dóciles al Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5,5). Que así sea.
 
Valentín, Santo

Presbítero y Mártir, 14 de febrero 



Patrono de los Enamorados

Mártir en Roma a finales del siglo III. Entre el pueblo, el día de San Valentín está considerado como «día de la suerte», sobre todo en Alemania; y en Francia, Bélgica, Inglaterra y especialmente América, como «día de los enamorados», en que éstos se hacen promesas, felicitaciones y regalos. Esta costumbre y aquella supersticiosa idea, obedecen a diversos orígenes folklóricos y también al prestigio popular del Santo como milagrero. — Fiesta: 14 de febrero.


El árbol maravilloso del Cristianismo necesita siempre del riego fertilizante de la sangre de los mártires. Árbol que brotó de las ondas de un manantial divino en la cima del Calvario, sus primeros brotes adquirieron vigor y frescura en las rojas oleadas que alzaron las persecuciones de los primeros siglos de la Iglesia.


En sus tiempos primitivos, como en el siglo XX, en que vivimos, el cristianismo sigue vigorizándose con la sangre de sus héroes. Nunca han faltado ni jamás faltarán en la Iglesia de Cristo estos testigos de fe, que llegan hasta la generosa entrega de la vida.


La mayor parte de noticias que de San Valentín romano han llegado hasta nosotros proceden de unas actas apócrifas; por esta causa se hace difícil conocer con exactitud su vida e incluso distinguir entre los hechos que realmente le pertenecen y los de las vidas de otros varios santos que llevan su mismo nombre y que la iglesia desde muchos siglos venera también como mártires. Reseñaremos los que se le atribuyen unánimemente.


Con todo, lo importante en la historia de San Valentín, como en la vida de cuantos cristianos han sido elevados por la Iglesia al honor de los altares, es que seamos capaces de captar la lección que nos traen y que es, en definitiva, el fin principal que la ha movido a darles culto.


San Valentín es para nosotros una ciertísima lección de vida cristiana, llevada hasta el heroísmo, hasta la más plena identificación con Cristo: el martirio.


Situémonos a finales del siglo III. Es la era de los mártires. Por todo el Imperio romano corre el huracán de la persecución.


Valentín, presbítero romano, residía en la capital del Imperio, reinando Claudio II. Su virtud y sabiduría le habían granjeado la veneración de los cristianos y de los mismos paganos. Por su gran caridad se había hecho merecedor del nombre de padre de los pobres.

No podía ser desconocida de la corte imperial la influencia que ejercía en todos los ambientes romanos, y quiso el mismo emperador conocerlo personalmente. Valentín, en aquella entrevista, no dejaría de interceder en favor de su fe católica y contra el estado de persecución en que a menudo se encontraba sumida la Iglesia.


El soberano, que estaba interesado en granjearse la amistad y la colaboración del inteligente sacerdote cristiano, escuchó con agrado sus razones. Por eso intentó disuadirle del que él creía exagerado fanatismo; a lo que replicó Valentín evangélicamente: «Si conocierais, señor, el don de Dios, y quién es Aquel a quien yo adoro, os tendríais por feliz en reconocer a tan soberano dueño, y abjurando del culto de los falsos dioses adoraríais conmigo al solo Dios verdadero».


Asistieron a la entrevista, un letrado del emperador y Calfurnio, prefecto de la ciudad, quienes protestaron enérgicamente de las atrevidas palabras dirigidas contra los dioses romanos, calificándolas de blasfemas. Temeroso Claudio II de que el prefecto levantara al pueblo y se produjeran tumultos, ordenó que Valentín fuese juzgado con arreglo a las leyes.


Interrogado por Asterio, teniente del prefecto, Valentín continuó haciendo profesión de su fe, afirmando que es Jesucristo «la única luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo».


El juez, que tenía una hija ciega, al oír estas palabras, pretendiendo confundirle, le desafió: «Pues si es cierto que Cristo es la luz verdadera, te ofrezco ocasión de que lo pruebes; devuelve en su nombre la luz a los ojos de mi hija, que desde hace dos años están sumidos en las tinieblas, y entonces yo seré también cristiano».


Valentín hizo llamar a la joven a su presencia, y elevando a Dios su corazón lleno de fe, hizo sobre sus ojos la señal de la cruz, exclamando: «Tú que eres, Señor, la luz verdadera, no se la niegues a ésta tu sierva».



Al pronunciar estas palabras, la muchacha recobró milagrosamente la vista. Asterio y su esposa, conmovidos, se arrojaron a los pies del Santo, pidiéndole el Bautismo, que recibieron, juntamente con todos los suyos, después de instruidos en la fe católica.


El emperador se admiró del prodigio realizado y de la conversión obrada en la familia de Asterio; y aunque deseara salvar de la muerte al presbítero romano, tuvo miedo de aparecer, ante el pueblo, sospechoso de cristianismo. Y San Valentín, después de ser encarcelado, cargado de cadenas, y apaleado con varas nudosas hasta quebrantarle los huesos, uniose íntima y definitivamente con Cristo, a través de la tortura de su degollación.


¿Por qué el folklore se ha venido aliando tan intensamente y en tantos países con la festividad de San Valentín romano? Y reduciendo la cuestión: ¿Por qué se atribuye a San Valentín el patronazgo sobre el amor humano, atribución que es, evidentemente, el origen y la explicación de todas las restantes manifestaciones de la devoción o de la simpatía popular al Santo?
Aparte la posible trasposición de algún hecho, tradición o leyenda, de otros Valentines al mártir de Roma, que explicaría ciertas expansiones, dicha atribución puede ser debida a dos motivos, separadamente considerables o perfectamente conjuntables:


1º Nuestro San Valentín fue martirizado en la Via Flaminia hacia el año 270, seguramente en los inicios de la primavera, cuando en la naturaleza se anticipa el júbilo expectativo de la fecundidad y de la pujanza. En los siglos antiguos y medievales, empiezan a venir a Roma numerosos peregrinos, entrando por la Puerta Flaminia, que se llamó Puerta de San Valentín, porque allí, en recuerdo de su martirio, el Papa Julio I, en el siglo IV, mandó construir en su honor una basílica.


Esos romeros coincidían con los días del aniversario del Santo; y de retorno a sus países, se llevarían de él o de su templo alguna reliquia o memoria. Ahora bien: no es cosa rara en la primitiva Iglesia el empeño de cristianizar fiestas o costumbres de matiz pagano, y en primavera no faltaban en la Roma gentílica festejos dedicados al amor y a sus divinidades. Fácilmente se inclinaría a los fieles a invocar a San Valentín —mártir primaveral— como protector del amor honesto. La invocación brotaría en Roma y sería transportada por los romeros a sus tierras y naciones, principalmente por los que cruzaban la Puerta Flaminia, norte arriba de Europa.


2º motivo: Hemos hecho notar el prestigio de que gozaba el Santo como sacerdote. ¡En cuántas familias sería efectiva su influencia, cuántos enlaces matrimoniales habría bendecido! Positivamente, no faltan noticias biográficas tradicionales que así lo afirman.


En las Catacumbas y en casas de cristianos, no sumarían cantidad exigua los que habían sido asistidos por su presencia presbiteral al unirse, por el Santo Sacramento que los hizo esposos. Es natural que, después de su martirio, se le adjudicase la advocación de Patrón de los hogares y del amor conyugal.


Trábense estas consideraciones, y quedarán perfectamente señalados los orígenes de la devoción típica y del costumbrario en homenaje al Santo.


Lo cierto es que éste se conserva floreciente en los países del Norte europeo y americano.

Cosa curiosa: ya en el siglo XVII, ciertos protestantes lo censuraban como de cuño papista y, al mismo tiempo, pagano. Le reconocía cierto matiz pagano, San Francisco de Sales. Pero, saturado como siempre de buen juicio y de exquisita prudencia, lo que hace él es aconsejar a los jóvenes prometidos que imiten las virtudes de San Valentín. Esto es lo que hay que desear, principalmente; rogando al excelso presbítero mártir que alcance del Señor, a la juventud cristiana que al matrimonio camina, el don del puro amor, santificador de la vida familiar.

Con María, caminando la Cuaresma...


“Convertios, y creed en el Evangelio”... repetirá una y otra vez, el sacerdote en la imposición de las cenizas.”Convertios”.

- Pero ¿No se supone, Madre querida, que ya estamos convertidos? Digo, estamos aquí, en misa, creemos en tu Hijo, ¿Por qué nos dice esto?.
Miro tu imagen, tu conocida y querida imagen, Señora de Luján, y te pido disculpas por mi ignorancia, pero mi amor a tu Hijo necesita respuestas....


- Hija querida, puedes preguntarme todo, todo lo que no comprendas, porque cada pregunta tuya, cada búsqueda de la verdad es una caricia a mi corazón entristecido.

Y nada me hace más feliz que contestarte, mostrarte los caminos a mi Hijo, tomarte de la mano y llevarte a Él, pues muchas veces veo que no te atreves a caminar sola.. 
Es cierto, María, muchas veces me quedo atrapada en mis miedos, mis dudas, mis ignorancias, pero me consuela saber que puedo extender mi mano en la plenísima seguridad de que siempre hallare la tuya.


-Para aclarar tu duda te digo que ese “Convertios” que tanto te descoloca es como una puerta para comenzar a caminar tu cuaresma...

- ¿Mi Cuaresma, Señora?
- Sí, tu Cuaresma... como te hable un día de tu propio camino hacia la Navidad, debo hablarte ahora de tu propio camino de Cuaresma.... 


- Explícame, Señora
 Me quedo mirando tu imagen fijamente, me abrazas el alma y me llevas de la mano a los lejanos parajes de Tierra Santa...
“Era invierno” (Jn 10,22). El viento helado cala hasta los huesos, caminamos entre la gente y te sigo, sin saber adónde. De repente nos encontramos frente a las escalinatas del Templo de Jerusalén. Allí “Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver como la gente echaba dinero para el tesoro”(Mc 12,41) Nos vamos acercando lentamente, yo temo de que alguien advierta mi presencia...
- No temas, nadie puede verte, solo Jesús y yo...

-Recuerdo muchas veces en que creí que nadie podía verme, y siento vergüenza por todos mis pecados escondidos....


- Señora ¿qué hacemos aquí?.
- Quiero que comiences a caminar tu cuaresma, y que la vivas tan plenamente como te sea posible. 
- Supongo que eso será muy bueno para mí.


- No sólo para ti . Verás, si todo el dolor de esta cuaresma de tu vida, lo depositas en mi corazón, si vives tu tristeza, tu angustia y tu soledad como un compartir la tristeza y soledad de mi Hijo, entonces, querida mía, no sólo será beneficioso para tu alma, sino que yo lo multiplicaré para otras almas.... 



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