“Pedid, buscad, llamad”
- 26 Febrero 2015
- 26 Febrero 2015
- 26 Febrero 2015
I JUEVES DE CUARESMA (Est 14, 1. 3-5. 12-14; Sal 137; Mt 7, 7-12)
ORACIÓN DE SÚPLICA
Podríamos creer que las personas de oración tienen experiencias especiales en su trato con Dios, y que la oración de súplica es expresión de menor calidad en ese trato. Sin embargo, por los ejemplos que nos presenta la Biblia, hoy en concreto el de la reina Ester -“Líbranos con tu mano; y a mi, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo” (Est 14, 5)-, y la afirmación del salmista: “Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma” (Sal 137)-, no podremos infravalorar esta forma de oración, tan existencial. Jesús, en el Evangelio, avala la oración de súplica con un argumento contundente: “Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!” (Mt 7, 10-11). Desde la enseñanza que hoy nos da la Palabra, no hay pretexto para no orar, pues ¿quién no puede recitar una jaculatoria? No se trata de pronunciar fórmulas mecánicas, y menos expresiones un tanto atávicas, como si tuvieran poder mágico, sino de manifestar la fe y la confianza en la ternura de Dios y en su compasión. Precisamente la maestra de oración, Teresa de Jesús, nos recomienda con su testimonio la oración de súplica y la oración vocal.
SANTA TERESA DE JESÚS. Presento tres ejemplos de oración teresiana, que nos demuestran la posibilidad de orar, por cansados y secos que estemos. Oración vocal: “Yo conozco una persona bien vieja, de harto buena vida, penitente y muy sierva de Dios, y gasta hartas horas, hartos años ha, en oración vocal, y en mental no hay remedio; cuando más puede, poco a poco en las oraciones vocales se va deteniendo” (Camino de Perfección 17, 3). Rezo de letanías: “Por el amor de Dios le pido encarecidamente que se junte a mi hija Catalina (ya que las dos tienen tanta familiaridad con nuestro buen Jesús), al cual han de pedir que nos ayude e ilumine sobre lo que debemos de hacer, y los medios de que hemos de echar mano. Por esto quiero que por quince días se digan en el coro las letanías, y que se añada una hora de oración a la ordinaria” (Cartas 257, a Ana de Jesús, en Beas). Rezo del rosario: “Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo” (Vida 1, 6). “Estando una noche tan mala que quería excusarme de tener oración, tomé un rosario por ocuparme vocalmente, procurando no recoger el entendimiento, aunque en lo exterior estaba recogida en un oratorio. Cuando el Señor quiere, poco aprovechan estas diligencias. Estuve así bien poco, y vínome un arrebatamiento de espíritu con tanto ímpetu que no hubo poder resistir” (Vida 38, 1).
Evangelio según San Mateo 7,7-12.
Jesús dijo a sus discípulos: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Atribuido a San Macario de Egipto (?-390), monje. Homilías espirituales nº 30, 3-4
“Pedid, buscad, llamad”
Esfuérzate por complacer a Dios, espérale interiormente sin cansarte, búscale a la medida de tus pensamientos, violenta tu voluntad y sus decisiones, fuérzalas para que tiendan continuamente hacia él. Y verás como él viene cerca de ti y establece en ti su morada (Jn 14,23)... Y él está allí, observando tus razonamientos, tus pensamientos, tus reflexiones, examinando cómo le buscas: si es con toda tu alma, o bien floja y negligentemente. Y cuando verá que lo buscas con ardor enseguida se te manifestará, se te aparecerá, te concederá su auxilio, te concederá la victoria y te librará de tus enemigos.
En efecto, cuando habrá visto cómo le buscas, cómo pones en él continuamente tu esperanza, entonces verás como te instruye, te enseña la verdadera oración y te da la caridad verdadera que es él mismo. Entonces él lo será todo para ti: paraíso, árbol de la vida, perla preciosa, corona, arquitecto, agricultor, un ser sometido al sufrimiento pero que no queda afectado por él, hombre, Dios, vino, agua viva, oveja, esposo, combatiente, armadura, Cristo “todo en todos” (1C 15,28).
Igual que un niño no puede ni alimentarse ni cuidarse solo, sino que no puede hacer otra cosa que mirar, llorando, a su madre hasta que ésta movida por la compasión se cuida de él, así mismo las almas creyentes lo esperan todo de Cristo y le atribuyen todo lo que es justo. Igual que el sarmiento se seca si se separa de la vid (Jn 15,6), así le pasa a quien quiere ser justo sin Cristo. De la misma manera que “es un ladrón y bandido el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas sino que salta por otra parte” (Jn 10,1), así es el que quiere llegar a ser justo sin aquél que justifica.
San Alejandro de Alejandría, obispo
Conmemoración de san Alejandro, obispo, anciano célebre por el celo de su fe, que fue elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro. Rechazó la nefasta herejía de su presbítero Arrio, que se había apartado de la comunión de la Iglesia, y junto con trescientos dieciocho Padres participó en el primer Concilio de Nicea, que condenó tal error.
San Alejandro, quien sucedió al beato Aquileo en la sede de Alejandría, es famoso sobre todo por haberse opuesto a la herejía de Arrio, un sacerdote alejandrino que empezó a propagar abiertamente sus doctrinas, durante el gobierno de san Alejandro. El obispo era un hombre de vida y doctrina apostólicas, muy caritativo con los pobres, lleno de fe, celo y fervor. Admitía de preferencia a las órdenes sagradas a quienes se habían santificado en la soledad y tuvo gran acierto en la elección de los obispos en todo Egipto. Parecería que el demonio, furioso del desprestigio en que iba cayendo la idolatría, se hubiese esforzado en reparar sus pérdidas, fomentando la herejía del impío Arrio. El heresiarca enseñaba no sólo que Cristo no era Dios, sino que era una simple criatura; que el Verbo había comenzado a existir y que era capaz de pecar. Algunos cristianos se escandalizaron de la paciencia de san Alejandro, cuya bondad natural le llevó a emplear con Arrio, al principio, los métodos más suaves, discutiendo con él sus doctrinas y rogándole que volviese a la ortodoxia. Como su intento fracasó y la doctrina de Arrio empezó a ganar partidarios, el obispo convocó al heresiarca ante una asamblea del clero, la cual le excomulgó al ver su obstinación.
Arrio fue juzgado, además, por otro concilio de Alejandría, que confirmó la sentencia del anterior. San Alejandro escribió una carta al obispo Alejandro de Constantinopla y una encíclica a los demás obispos, en las que exponía la herejía y anunciaba la condenación del heresiarca. Esas dos cartas son las únicas que se conservan, a pesar de que san Alejandro mantuvo una extensa correspondencia sobre el tema.
En 325, los legados papales asistieron al Concilio ecuménico de Nicea, convocado para discutir la cuestión. Arrio se hallaba también presente. Marcelo de Ancira y el diácono san Atanasio, que habían acompañado a san Alejandro, expusieron la falsedad de las nuevas doctrinas y refutaron a fondo a los arrianos. El Concilio condenó enfática e inapelablemente el arrianismo, y el emperador Constantino desterró a Arrio y a algunos de sus partidarios a Iliria. Después de este triunfo de la fe, san Alejandro retornó a Alejandría, donde murió dos años más tarde, dejando como sucesor a san Atanasio
Acta Sanctorum, febrero, vol. III; igualmente DCB., vol. I, pp. 79-82, y Hefele-Leclercq, Conciles, vol. I, pp. 357 ss. y 636, nota.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Grandeza de la humildad
Un día, cuenta San Marcos, Jesús se dirigía a Cafarnaúm con sus discípulos. Al llegar a casa, les preguntó: « ¿De qué hablabais por el camino?». El evangelista apunta: «Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor».
Con la paciencia que requiere toda tarea didáctica, Jesús se sentó y llamando a los doce les dijo «Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos». Y acercó a un niño y lo puso de ejemplo por su sencillez.
De esta y otras formas, Jesucristo enseñó el valor de la humildad, una virtud que lleva a no darse importancia, a no querer destacar y ser el centro de todo, como si fuéramos los más listos. Un comportamiento soberbio, es decir no humilde, provoca en las demás personas una reacción de rechazo.
La experiencia muestra, en cambio, lo agradable que es encontrarse con personas humildes. Y la naturalidad con la que los santos se comportan en este terreno. Santa Teresa, sobre la que este año meditaremos a menudo en el quinto centenario de su nacimiento, se resistió mucho a ser abadesa y cuando le llegaron rumores de que las monjas querían elegirla se puso a escribirles para que no le votaran.
Teresa de Calcuta, nuestra última santa Teresa, fue objeto de atención de los medios, sobre todo después de recibir el Premio Nobel. Convivía con ello sin petulancia, con resignación. Una vez que alguien le preguntó cómo llevaba lo de ser objeto de tantas fotografías, contestó con buen humor: «Considero que es un sacrificio, pero también un bien para la sociedad. He hecho un pacto con Dios. Le he dicho: por cada foto que me hacen, Tú encárgate de sacar un alma del Purgatorio. A este ritmo, creo que vamos a vaciarlo».
¡Claro que a todos nos gusta que nos alaben! No seríamos sinceros si dijéramos otra cosa, pero la virtud está en dirigir a Dios los posibles elogios sabiendo que todo lo que tenemos es don de Dios, y no recrearnos en ellos.
Un colaborador de Juan Pablo II contaba que el día que apareció la revista Time con el Papa en portada declarándolo «Hombre del Año» le llevó la publicación y se la dejó al lado de su mesa de trabajo. El Papa la miró al sentarse, y al poco volvió a mirarla y la volvió del revés. «¿No le gusta?», le preguntó el colaborador. Y Juan Pablo II respondió con picardía: «Quizá demasiado».
Todo el que pide, recibe
Mateo 7, 7-12. Cuaresma. Tú sabes mejor que nadie lo que necesito. Conoces lo que me llevará a ser feliz y lo que me acercará a Ti.
Oración introductoria
Dios mío, hazme comprender que Tú me escuchas siempre, que vas a mi lado y estás dispuesto a ayudarme en cualquier momento. Que nunca olvide cuanto me amas. Gracias por escucharme en cada momento, hazme consciente de la eficacia de la oración en mi vida, y que no olvide que siempre me escuchas.
Petición
Señor, enséñame a pedir lo que necesito para acercarme más a Ti.
Meditación del Papa Francisco
Jesús da un paso adelante y habla del Padre: '¿Qué padre entre vosotros, si un hijo le pide un pez, la dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?... 'Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo!'. Por tanto no sólo el amigo que nos acompaña en el camino de la vida nos ayuda y nos da lo que nosotros pedimos: también el Padre del cielo que nos ama tanto y del cual Jesús ha dicho que se preocupa por dar de comer a los pájaros del campo. Jesús quiere despertar la confianza en la oración y dice:Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y a quien llama se le abre. Esta es la oración: pedir, buscar cómo llamar al corazón de Dios. Y el Padre dará el Espíritu Santo al que se lo pide.
Este es el don, este es el 'extra' de Dios. Dios nunca te da un regalo, una cosa que le pides así, sin envolverlo bien, sin algo más que lo haga más bonito. Y lo que el Señor, el Padre nos da 'aún más' es el Espíritu: el verdadero don del Padre es aquel que la oración no osa esperar. Yo pido esta gracia; pido esto, llama y rezo mucho... Solamente espero que me dé esto. Y Él que es Padre, me da eso y más: el don, el Espíritu Santo. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 9 de octubre de 2014, en Santa Marta).
Reflexión
La eficacia de la oración no radica en la cantidad de peticiones que hacemos, sino que se concentra en la confianza en Dios. Podemos pedir mucho, pero no pedir lo que verdaderamente necesitamos. Dios nos concede aquellas gracias que necesitamos y que nos llevarán a ser felices, pero depende de nosotros el aceptarlas confiados en la gracia divina. Dios como Padre amoroso nunca nos dará algo que nos hará daño, buscará los medios para acercarnos a Él, para hacernos felices.
Propósito
Hoy elevaré una oración a Dios, encomendando la intención de aquella persona con la que trabajo o convivo la mayor parte del día.
Diálogo con Cristo
Jesús, muchas gracias por escucharme. Porque no me impides llamarte en cualquier momento y siempre estás atento a mis necesidades. Tú sabes mejor que nadie lo que necesito en este día. Conoces lo que me llevará a ser feliz y lo que me acercará a Ti. Concédeme que en este día pueda pedir no lo que me conviene, sino lo que más necesito y dame la gracia de hacerlo con una confianza total en ti.
“Cuando un hombre ora, se coloca ante Dios, ante un Tú, un Tú divino, y comprende al mismo tiempo la íntima verdad de su propio yo: Tú divino, yo humano, ser personal creado a imagen de Dios". Juan Pablo II
Encontrarnos con el Señor
Jueves primera semana Cuaresma. Forjemos nuestra alma a través de la oración, sacrificio y purificación interior.
La insistencia con la que Nuestro Señor pide que nos acerquemos a la oración para que se nos dé; que nosotros lleguemos a Él para encontrarlo, es una insistencia que requiere del corazón humano, una grandísima fortaleza interior, una gran tenacidad. Esa tenacidad para que pidamos y se nos dé, se ve muchas veces probada por las circunstancias, por las situaciones en las que nos encontramos. Jesús habla de que pidan y se les dará, pero no nos dice si será pronto o tarde, cuando se nos dará. No nos dice si vamos a encontrar al primer momento en que empezamos a buscar o va a ser una búsqueda larga. No nos dice si la espera va a ser corta o se va a dilatar mucho. Simplemente nos dice que toquemos, que pidamos, que busquemos con la certeza de que vamos a recibir, vamos a encontrar y de que se nos va a abrir. Tener esta certeza, requiere en el alma una gran fortaleza interior, una gran firmeza interior. Una firmeza que Dios N. S. va probando, que poco a poco Él va viendo si es auténtica, si es verdadera. Sin embargo, esto no es solamente una obra de Dios. Es importante el hecho de que Dios quiera que nosotros construyamos esta firmeza interior, pero también a nosotros nos toca actuar. Es obrar de Dios y obra nuestra. La Cuaresma es un período especialmente señalado para indicar esta obra nuestra en la obra de Dios. La obra nuestra en la tenacidad, en la constancia hasta conseguir que Dios N. S. nos abra, nos dé y nos encuentre.
¿Qué hay que hacer para esto? La Cuaresma nos habla de una penitencia que hay que realizar, de una oración en la que tenemos que insistir y de una generosidad particular, en la que tenemos nosotros, poco a poco que ir trabajando.
Para ello es necesaria una muy seria penitencia interior. Una penitencia que no se quede simplemente en el hecho de que no comamos carne o que ayunemos algunos días. Es una penitencia que va mucho más allá de los detalles, de los sacrificios concretos exteriores. Es una penitencia que tiene que abarcar toda nuestra vida, toda nuestra personalidad, porque precisamente es la penitencia la que forja el alma, la que construye el alma. No son las concesiones las que van a hacer de nuestra alma un alma aceptable a Dios, va a ser la penitencia la que va a hacer de nuestra alma, un alma entregada a Dios.
Hemos escuchado en el Libro de Esther, una oración que hace esta mujer a Dios, en la más total de las obscuridades, sabiendo que lo que va a hacer, es jugarse el todo por el todo, porque Esther, va a presentarse ante el rey sin su permiso, y esto estaba penado con la muerte en la corte de los persas. En el fondo, Ester lo que lleva a cabo es una auténtica penitencia del alma, una purificación de su espíritu, de su corazón para ser capaz de enfrentarse a una prueba en la que sabe que está jugándose todo.
¿Cómo es esta penitencia interior? Es una penitencia que tiene que acabar todas nuestras dimensiones, toda nuestra persona, nuestros pensamientos, nuestra inteligencia, nuestros afectos, nuestra voluntad, nuestra libertad. ¿Hasta qué punto nos hemos planteado alguna vez la autentica penitencia del alma, la auténtica exigencia interior de ir probando nuestra alma, para ver si está lista a resistir las pruebas para se fieles a Dios? Cuando llamemos y nadie nos abra; cuando pidamos y nadie nos dé; cuando busquemos y nadie nos permita encontrarlo.
Es un tema que en la Cuaresma se hace particularmente presente, pero que no solamente tendría que ser un tema cuaresmal; tendría que ser un tema de toda nuestra vida. La penitencia del alma, la purificación interior de nuestros sentimientos, de nuestra voluntad de nuestra inteligencia, de nuestros afectos, de nuestra libertad para ponerla totalmente de cara a Dios N. S. La base de la penitencia del alma, es la confianza absoluta en Dios N. S. No se basa simplemente en los actos que nosotros realizamos, de sacrificio o de renuncia interior, se realiza sobre todo, apoyada en la confianza en Dios N. S.
"Si ustedes a pesar de ser malos saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuánta mayor razón, el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quiénes se las pidan". La pregunta que tenemos que hacer es si estamos reconociendo las cosas que Dios nos da como cosas buenas; si tenemos nuestra alma dispuesta a aceptar todo lo que Dios pone en nuestra vida como buenas o por el contrario, somos nosotros los que discernimos si esto es bueno o esto es malo, no dependiendo de Dios, sino dependiendo de nosotros mismos: de cómo nosotros lo recibimos; de cómo a nosotros nos afecta. ¿Qué sucede cuando Dios nos da un pan, un pescado? La parábola de Cristo habla de un padre bueno, dice: "Ningún padre, cuando su hijo le pide un pescado, le da una serpiente y ningún padre cuando su hijo le pide pan le da una piedra". ¿No sentiríamos alguna vez nosotros que Dios nos da piedras antes que pan? ¿O serpientes en vez de pescado? ¿No podríamos dudar nosotros a veces, de lo que Dios nos da o de lo que Dios no nos está dando? Y aquí esta de nuevo la exigencia ineludible de la penitencia interior: "Crea en mi, Señor un corazón puro". Es decir, crea en mi, Señor, un corazón que me permita captar que Tú no me estas dando ni piedras, ni serpientes, sino pan y pescado, que lo que Tú me das es siempre bueno; que lo que Tu me ofreces, es siempre algo para realizarme en mi existencia. Esto tengo que aprenderlo a ver y únicamente se logra a base de la penitencia interior. No hay otro camino.
Que esta Cuaresma nos permita introducirnos un poco en este camino, en búsqueda interior del encuentro con Cristo; en esfuerzo interior por encontrarnos con el Señor, conscientes de que no hay otro camino sino es el de aprender a hacer de nuestra alma, un alma que busca, sabiendo que va a encontrar. Un alma que toca, sabiendo que le van a abrir
Forjemos nuestra alma a través de la oración, del sacrificio y de la purificación interior, para encontrar siempre, en todo lo que Dios nos da, al Padre Bueno que da cosas buenas a quienes se las piden.
El silencio en la liturgia
Hay momentos de silencio. ¿Qué significan esos momentos de silencio? ¿Cuáles son esos momentos?
¿Qué significa el silencio en la liturgia?
Hay momentos de silencio. ¿Qué significan esos momentos de silencio?
El silencio litúrgico no es un silencio de tartamudez; sino un silencio sagrado.
Nos dice san Juan Clímaco en su libro “Escala espiritual”: “el silencio inteligente es madre de la oración, liberación del atado, combustible del fervor, custodio de nuestros pensamientos, atalaya frente al enemigo... amigo de las lágrimas, seguro recuerdo de la muerte, prevención contra la angustia, enemigo de la vida licenciosa, compañero de la paz interior, crecimiento de la sabiduría, mano preparada de la contemplación, secreto camino del cielo “ (Escalón 11–30).
Nos dice el papa Juan Pablo II en su carta apostólica del 4 de diciembre de 2003, con motivo del cuadragésimo aniversario de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia: “Un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio. Resulta necesario para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia. En una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio. No es casualidad que, también más allá del culto cristiano, se difunden prácticas de meditación que dan importancia al recogimiento. ¿por qué no emprender con audacia pedagógica, una educación específica en el silencio dentro de las coordenadas propias de la experiencia cristiana? Debemos tener ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús, ´el cual salió de casa y se fue a un lugar desierto, y allí oraba´(Mc 1, 35). La liturgia, entre sus diversos momentos y signos, no puede descuidar el del silencio” (n. 13).
¿Por qué hay momentos de silencio en la liturgia?
Es necesario el silencio para escuchar la Palabra de Dios, para prepararnos a escuchar esa Palabra. Dios se hizo Palabra en Jesús, y condición para escuchar esa Palabra es el silencio: silencio del corazón, de la mente, de los sentidos, silencio ambiental.
Hay un hermoso pasaje de la Biblia en 1 Sam 3, 10 cuando el joven Samuel en el silencio de la noche le dice a Dios: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Guardamos silencio para escuchar a Dios, preparar el terreno de nuestra alma para que caiga y germine esa semilla de la Palabra de Dios en el corazón durante esa ceremonia o celebración litúrgica (misa, bautismo, celebración penitencial, matrimonio, ordenación, etc); si estamos dispersos y hablando, la semilla se malogra y se pierde.
¿Cuáles son esos momentos de silencio?
Antes de la misa y de cualquier ceremonia litúrgica nos deberíamos preparar con el silencio, para reflexionar y pensar: ¿Qué vamos a hacer?; ¿con quién vamos a encontrarnos?; ¿qué nos pedirá Dios en esta ceremonia?; ¿cómo debemos vivir esta ceremonia?; ¿qué traemos a esta ceremonia?; ¿qué deseamos en esta eucaristía?; ¿qué pensamos dar a Dios?
Por eso urge hacer silencio en la iglesia antes de la misa, o de un bautismo, o de una boda... Hemos entrado en el recinto sagrado y hay que preparar el corazón, que será el terreno preparado donde Dios depositará la semilla fecunda de la salvación.
Silencios en la misa y cuál es su significado
- Antes del “Yo confieso”: es un silencio para ponernos en la presencia del tres veces santo, reconocer nuestra condición de pecadores y pedirle perdón, y de esta manera poder entrar dignos a celebrar y vivir los misterios de pasión, muerte y resurrección de Cristo.
- Antes de la oración colecta: el sacerdote dice: “Oremos”. Es aquí donde el sacerdote, en nombre de Cristo, recoge todas nuestras peticiones y súplicas, traídas a la santa Misa. Antiguamente se usaban también otras fórmulas, dichas por el diácono, para llamar la atención de la asamblea antes de esta oración:
· “Guardad silencio”.
· ”Prestad oídos al Señor”. - En este silencio cada uno concreta sus propias intenciones. Por eso se llama oración colecta, porque colecciona y recoge los votos, intenciones y peticiones de toda la Iglesia orante.
- Después de la lectura del Evangelio, si no hay homilía; si hay homilía, después de la misma. ¿Qué significado tiene ese breve silencio? Dejar que la Palabra de Dios, leída y explicada por el ministro de la Iglesia, vaya penetrando y germinando en nuestra alma. ¡Ojalá se encuentre siempre el alma abierta! ¡Qué pena sería que ese silencio fuera un torbellino de distracciones! Sería dejar meter los pajarracos que nos comerán esa semilla apenas sembrada en las lecturas y en el Evangelio.
- Momento de la elevación de la Hostia consagrada y del Cáliz con la sangre de Cristo en la consagración. Es un silencio de adoración, de gratitud, de admiración ante ese milagro eucarístico. Es un silencio donde nos unimos a ese Cristo que se entrega por nosotros.
- Después de la comunión, viene el gran silencio. Silencio para escuchar a ese Dios que vino a nuestra alma, en forma de pan, silencio para compartir nuestra intimidad con Él. Silencio para ponernos en sus manos. Silencio para unirnos a todos los que han comulgado y encomendar a quienes no han podido comulgar. ¡Aquí está la fuerza de la comunión!
- También se recomienda un brevísimo silencio después de cada petición en la oración de los fieles. Aquí es un silencio impetratorio, donde pedimos por todas las necesidades de la Iglesia, del mundo y de los hombres.
- Es muy aconsejable, después de la misa quedarse unos minutos más en silencio, para poder agradecer a Dios este augusto y admirable sacramento, al que nos ha permitido participar en la santa misa.
En los demás sacramentos también hay momentos de silencio fecundo:
En las ordenaciones sacerdotales: cuando el obispo impone las manos sobre la cabeza de ese diácono que en breve será consagrado sacerdote... Es un silencio sobrecogedor. ¡En ese momento viene el Espíritu Santo y a ese hombre le concede Dios la gracia de ser sacerdote, ministro de Dios, que “obra en nombre de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúa en su persona” , otorgándole el poder de consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y el poder de confesar los pecados, en nombre de Cristo! Lo convierte Dios de simple hombre a ministro de su gracia para la salvación del mundo. - En la unción de los enfermos: es un silencio para pedir a Dios la gracia de la curación espiritual, sin duda, y la corporal, si es la voluntad de Dios.
- En un momento antes de la bendición de los novios: silencio para pedir a Dios la gracia de la fidelidad de los nuevos esposos.
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Eucaristía y silencio: Es condición indispensable para escuchar y encontrarnos con Dios. El encuentro con Dios se da en el silencio del alma.
¡Silencio!: El silencio no es sólo abstenerse de hablar, o de emitir ruidos, abarca concentración y reflexión
Los doce grados del silencio: Es el silencio el que prepara a los santos, el que los comienza, el que los continúa, el que los acaba.
El silencio del amor: El amor profundo necesita silencio.
La virtud del silencio explicada a los hijos: El silencio interno es la puerta a la vida interior y se necesita abrirla diariamente, aunque sólo sea durante un pequeño periodo de tiempo
El arte de guardar silencio