Ahora dejo el mundo y voy al Padre
- 16 Mayo 2015
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Con Jesús, la alegría ha llegado a casa
"Un cristiano sin alegría, que continuamente vive en la tristeza, no es cristiano"
Francisco: "Un cristiano miedoso es una persona que no ha entendido el mensaje de Jesús"
"Cuando la Iglesia no recibe la alegría del Espíritu Santo, la Iglesia se enferma, las comunidades se enferman"
RV, 15 de mayo de 2015 a las 18:02
Hay comunidades miedosas, que van siempre a lo seguro: ‘No, no, no hagamos esto, no, no, esto no se puede, esto no se puede ...'. Parece que en la puerta de entrada hayan escrito ‘prohibido': todo está prohibido, por miedo
Las comunidades miedosas y sin alegría están enfermas, no son comunidades cristianas: lo dijo hoy el Papa Francisco en la Misa en Santa Marta. "Miedo" y "alegría": son las dos palabras de la liturgia del día. "El miedo - afirma el Papa - es una actitud que nos hace daño. Nos debilita, nos empequeñece. También nos paraliza". Una persona que tiene miedo "no hace nada, no sabe qué hacer". Está concentrada en sí misma, para que "no le pase algo malo". Y "el miedo te lleva a un egocentrismo egoísta y te paraliza". "Un cristiano miedoso es una persona que no ha entendido el mensaje de Jesús. "Por esto Jesús dice a Pablo: ‘No tengas miedo. Sigue hablando'. El miedo no es una actitud cristiana. Es la actitud - podemos decir - de un alma encarcelada, sin libertad, que no tiene libertad para mirar adelante, para crear algo, para hacer el bien ... no, siempre: ‘No, pero está este peligro, ese otro, ese otro ...'. Y esto es un vicio. El miedo hace daño". "No hay que tener miedo, hay que pedir la gracia del valor, del valor del Espíritu Santo que nos envía". "Hay comunidades miedosas, que van siempre a lo seguro: ‘No, no, no hagamos esto, no, no, esto no se puede, esto no se puede ...'. Parece que en la puerta de entrada hayan escrito ‘prohibido': todo está prohibido, por miedo. Y entras en esa comunidad y el aire está viciado, porque es una comunidad enferma. El miedo enferma a una comunidad. La falta de valor enferma a una comunidad". El miedo - precisa el Papa - es distinto del "temor de Dios", que "es santo, es el temor de la adoración ante el Señor, y el temor de Dios es una virtud. Pero el temor de Dios no empequeñece, no debilita, paraliza: lleva adelante, hacia la misión que el Señor da". La otra palabra de la liturgia es la "alegría". "Nadie podrá quitaros vuestra alegría", dice Jesús. Y "en los momentos más tristes, en los momentos del dolor" - subraya el Papa - la alegría se convierte en paz. En cambio, la diversión en el momento del dolor se convierte en oscuridad".
"Un cristiano sin alegría no es cristiano. Un cristiano que continuamente vive en la tristeza, no es cristiano. Y un cristiano que, en el momento de las pruebas, de las enfermedades, de las dificultades, pierde la paz, algo le falta".
"La alegría cristiana no es una simple diversión, no es una alegría pasajera; la alegría cristiana es un don, es un don del Espíritu Santo. Es tener el corazón siempre alegre porque el Señor ha vencido, reina, está a la derecha del Padre, me ha mirado y me ha enviado y me ha dado su gracia y me ha hecho hijo del Padre ... Esta es la alegría cristiana. Un cristiano vive en la alegría". "Una comunidad sin alegría- añade el Papa - es una comunidad enferma": quizás sea una "comunidad divertida", pero "enferma de mundanidad. Porque no tiene la alegría de Jesucristo". Así, "cuando la Iglesia tiene miedo y no recibe la alegría del Espíritu Santo, la Iglesia se enferma, las comunidades se enferman". El Papa concluye con esta oración: "Álzanos, Señor, hacia Cristo sentado a la derecha del Padre", "alza nuestro espíritu. Quítanos el miedo y danos la alegría y la paz".
Evangelio según San Juan 16,23b-28.
Aquél día no me harán más preguntas. Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta. Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre".
San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermón de Cuaresma nº5, 5
«Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará»
Cada vez que hablo de la oración, me parece escuchar dentro de vuestro corazón ciertas reflexiones humanas que he escuchado a menudo, incluso en mi propio corazón. Siendo así que nunca cesamos de orar ¿cómo es que tan raramente nos parece experimentar el fruto de la oración? Tenemos la impresión de que salimos de la oración igual que hemos entrado, nadie nos responde una palabra, ni nos da lo que sea, tenemos la sensación de haber trabajado en vano. Pero ¿qué es lo que dice el Señor en el evangelio? «No juzguéis por las apariencias, sino tened un juicio justo» (Jn 7,24) y ¿qué es un juicio justo sino un juicio de fe? Porque «el justo vive de la fe» (Ga 3,11). Sigue, pues, el juicio de la fe más seguro que el de tu experiencia, porque la fe no engaña, mientras que la experiencia puede inducirnos al error. Y ¿cuál es la verdad de la fe sino la que el mismo Hijo de Dios nos promete?: «Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis» (Mc 11, 24). Así pues, hermanos, ¡que ninguno de vosotros tenga en poco su oración! Porque, os lo aseguro, aquel a quien ella se dirige, no la tiene en poca cosa; incluso antes de que ella haya salido de vuestra boca, él la ha escrito en su libro. Sin la menor duda podemos estar seguros de que Dios nos concede lo que pedimos, aunque sea dándonos algo que él sabe ser mucho más ventajosa para nosotros. Porque «nosotros no sabemos pedir como es debido» (Rm 8, 26) pero Dios tiene compasión de nuestra ignorancia y recibe nuestra oración con bondad... Entonces «sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón» (Salmo 36,4).
16 de mayo 2015 Sábado VI Pascua Hch 18, 23-28
El relato nos cuenta el impacto que hacía la predicación de Apolo: «un judío de origen alejandrino, que hablaba muy bien y conocía mucho las escrituras." Señor, que nuestras comunidades haya personas como Apolo que sepan entusiasmó.
San Nimatullah Al – Hardini
El «santo» de Kfifan, sacerdote y monje maronita Nimatullah Al-Hardini («Gracia de Dios «), un hombre de Dios, pastor de almas y profesor de teología, querido también por musulmanes y drusos. Muy atento al mosaico de la comunidad libanesa, no hacía distinción entre musulmanes, drusos o cristianos en su misión, nació en Hardine (al norte de Líbano) en 1808 en una familia de cristianos maronitas con seis hijos. De 1816 a 1822 frecuentó en Houb la escuela del monasterio de San Antonio de la Orden maronita libanesa. A los 20 años entró como seminarista en el Monasterio de San Antonio en Qozhaya y eligió llamarse Nimatullah. Pronunció los votos solemnes el 14 de noviembre de 1830.- Tras concluir sus estudios teológicos, fue ordenado sacerdote en Kfifane el 25 de diciembre de 1833. Nimatullah Al-Hardini fundó en Kifkan y más tarde en Bhersaf la escuela llamada, según la tradición, «Escuela bajo la encina» para instruir gratuitamente a la juventud. Sufrió con su pueblo las dos guerras civiles de 1840 y 1845, que prepararon los sangrientos acontecimientos de 1860, cuanto muchos monasterios fueron incendiadas, muchas iglesias fueron devastadas y numerosos cristianos maronitas masacrados. Aquella etapa fue decisiva en su espiritualidad; la situación civil en Líbano, en general, bajo el régimen Otomano fue tan difícil como la de la Iglesia maronita y la de su Orden. Su lema: «El más inteligente es el que puede salvar su alma», que no cesó de repetir a sus hermanos de comunidad. Pasaba días y noches en adoración eucarística; gran amante de la Virgen, rezaba incesantemente el Rosario. Tenía especial devoción al misterio de la Inmaculada Concepción –dogma que la Iglesia confirmó en 1854--; fundó 16 altares consagrados a la Madre de Dios, uno de los cuales, en el monasterio de Kfifan, fue llamado tras su muerte «Nuestra Señora de Hardini». A los 43 años de edad, fue nombrado por la Santa Sede Asistente General de la Orden durante tres años, por su celo en la observancia irreprensible de las reglas monásticas. Dos veces más se le confió esta tarea.
Sin embargo, por su humildad rechazó ser nombrado Abad General. En el ejercicio de su cargo en la Orden se mantuvo suave en las palabras y en el modo de actuar. Residía con otros asistentes del Padre General en el monasterio de Nuestra Señora de Tamich, la Casa General de la Orden, pero no dejó de acercarse al monasterio de Kfifan para la enseñanza, para su trabajo de encuadernación, realizado en espíritu de pobreza, con especial atención a los manuscritos litúrgicos. Tras diez días de agonía, murió el 14 de diciembre de 1858 a los 50 años de edad con un icono de la Virgen entre sus manos e invocándola: «Oh, María, os confío el alma mía». Sus hermanos de comunidad percibieron una luz resplandeciente en su celda y el perfume que la inundó durante varios días. Su causa de beatificación se presentó en Roma en 1926 junto a la del monje Charbel (canonizado en 1977) y la de Santa Rafqa, monja libanesa maronita canonizada en 2001.-Nimatullah Al-Hardini fue beatificado el 10 de mayo de 1998.
El pueblo de Nimatullah es un pueblo que ha vivido siempre en su historia una Semana Santa continua. Y para vencer la desesperación, ha seguido el camino de la esperanza. La canonización de Nimatullah (hoy 16 mayo 2004) es una carta abierta dirigida al Líbano, que ha sufrido mucho, y a los libaneses, que tienen necesidad de paz, y a la martirizada tierra de Oriente Medio
Oremos
Tú, Señor, que concediste a san Nimatullah Al – Hardini el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
Cuanto pidan al Padre en mi nombre, se les concederá
Juan 16,23-28. Pascua. Dios Padre, que nos amó desde antes de la creación del mundo, piensa en nosotros en cada instante, sin disminuir nunca su amor.
Oración Introductoria
Padre Santo, de tal manera nos amas, que no dudaste en entregar a tu Hijo único, para que muriera por nuestros pecados. Yo también quiero amarte con ese corazón con el que Tú me amas.
Petición
Padre bueno, Tú que conoces el corazón del hombre, porque lo amas, haz que yo también pueda conocer tu amoroso Corazón, durante mis actividades. Concédeme ver tu mano en mi vida.
Meditación del Papa Francisco
La audacia es una gracia. El coraje. San Pablo decía dos grandes actitudes que tiene que tener el cristiano para predicar a Jesucristo. El coraje, el ánimo de ir adelante y el aguante de soportar el peso del trabajo. Ahora es curioso. Esto que se da en la vida apostólica debe darse en la oración también. O sea una oración sin coraje es una oración “chirle”, que no sirve.
Acordémonos de Abrahán cuando, como buen judío, le regatea a Dios. Que si son 45, que si son 40, que si son 30, que si son 20. O sea es “caradura”. Él tiene coraje en la oración.
Acordémonos de Moisés cuando Dios le dice “mira a este pueblo yo no lo aguanto más, lo voy a destruir, pero quédate tranquilo que a vos te voy a hacer líder de otro pueblo mejor”.
“No, no, si borras a este pueblo, me borras a mí también”. ¡Ánimo! En la oración con coraje. Rezar con coraje. “Todo lo que ustedes pidan en mi nombre, si lo piden con fe, y creen que lo tienen, ya lo tienen”. ¿Quién reza así? ¡Somos flojos! El coraje, ¿no? Y después el aguante. Aguantar las contradicciones. Aguantar los fracasos en la vida. Los dolores, las enfermedades, no sé, las situaciones duras de la vida. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 25 de octubre de 2014).
Reflexión
Todos hemos experimentado el amor de nuestros papás. Nos hemos identificado con el amor que nos han tenido desde nuestro nacimiento. Pero Dios Padre, que nos amó desde antes de la creación del mundo y desde antes de que viniéramos al mundo, es un Padre afectuoso, que piensa en nosotros en cada instante, sin disminuir nunca su amor. Nos creó por amor, nos redimió por amor, y nos santifica, porque quiere vernos a su lado.
Propósito
Hoy hablaré del amor de Dios Padre con mis familiares, haciéndoles ver su mano providencial en nuestras vidas.
Diálogo con Cristo
Padre Santo, sé que no puedo amarte de la misma forma con que Tú me has amado, porque has llegado a la donación de tu Hijo Amado, pero quiero agradecerte por el gran don que nos has hecho en tu Hijo único, pues con Él hemos vuelto a ocupar un lugar en tu Divino Corazón. Cualquier cosa que te suceda recíbela como un bien, consciente de que nada pasa sin que Dios lo haya dispuesto. (Epístola de Bernabé, 19)
Con María, recordando la Ascensión
La Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza.
Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde el glorioso Domingo de Pascua.
Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez sus tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento vivido cobra ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar de ser la elegida, la llena de gracia, la saludada por los ángeles y por los creyentes, tú no quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz es inextinguible aún debe terminar la labor por la que había bajado del cielo a habitar en tu purísimo vientre. Por eso te mantienes casi oculta, limitándote a ser una presencia orante en la Iglesia naciente. Así te encuentro en los Evangelios, pero… necesito que me cuentes, Señora, lo que ha sido para ti el día de la Ascensión.
Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro, tu mirada, tu voz serena que me responde al alma. -
El día de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca totalmente imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante treinta años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por quien el mundo debía salvarse.
- ¡Ah, Señora!, en esa sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre, por ello es que tus hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1). Sonríes… Tu mirada se pierde ahora en la lejanía.
- Como te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza… por esos días Jesús se aparecía a sus amigos y les daba, con la fuerza extraordinaria de quien es la Verdad, los últimos consejos, las últimas recomendaciones, y les regalaba al alma, las más hermosas promesas.
Recuerdo claramente el día de su partida… era casi mediodía, el sol brillaba con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de Betania con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora, especialmente cuando les entregó aquella promesa que sería luego manantial de fe y esperanza para tantos hijos de mi alma…” Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”
Yo presentía la partida… y Él sabía que necesitaba abrazarlo… como cuando era pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana angustia. Él lo sabía y vino hasta mí, me miró con ternura infinita y me abrazó fuerte, muy fuerte, y susurró a mis oídos…:
- Gracias Madre, gracias… gracias por tu entrega generosa, por tu confianza sin límites, por tu humildad ejemplar… gracias. Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome:
- Cuídala Juan, cuídala y hónrala… protégela y escúchala. Ella será para ti, y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón. Hónrala Juan, pues haciéndolo… me honras.
- Lo haré, Maestro, lo haré…- contestó Juan desde lo más profundo de su corazón. Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió al cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente.
Los apóstoles se arrodillaron ante Él. Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se llenaban de lágrimas, sentí que me miraba… y su mirada me hablaba…
- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía?
- “Espérame, Madre, enviaré por ti… espérame…”
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se acercaron a ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “ Hombres de Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”( Hch 1,11)
Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron acercando a mí.
- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien sentía que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo detalle. Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la habitación superior de la casa. Nos sentamos todos. Pedro comenzó a recitar, emocionado, la oración que Jesús nos enseñó, al finalizar dijo:
- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que, según la promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo.
Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos… me sentía madre… intensamente madre… y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a cada hijo del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea: “...Hagan todo lo que él les diga”( Jn 2,5)
Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia primera, en una humilde casa de Jerusalén.
Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó…
-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos modelo de virtud, camino seguro hacia Jesús… compañera y amiga . Una vez más y millones de veces te lo diría, gracias, gracias por haber aceptado ser nuestra mamá, gracias por ocuparte de cada detalle relacionado a la salvación de nuestras almas, gracias por enseñarnos como honrarte, porque haciéndolo, honramos a Jesús… gracias por defendernos en el peligro… gracias por ser compañera, compañera, compañera….
Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés.
Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para contarles las maravillas de Pentecostés… háganle sitio… es la mejor decisión que pueden tomar… no lo duden jamás…