Hijo de David, ten piedad de mí

Evangelio según San Marcos 10,46-52. 


Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!". Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Animo, levántate! El te llama". Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". El le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia 
Homilías sobre el evangelio, n°2 ; PL 76, 1081


«Gritaba más fuerte»


Que todo hombre que sabe que las tinieblas hacen de él un ciego... grite desde el fondo de su ser: «Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí». Pero escucha también lo que sigue a los gritos del ciego: «los que iban delante lo regañaban para que se callara» (Lc 18,39). ¿Quiénes son estos?

Ellos están ahí para representar los deseos de nuestra condición humana en este mundo, los que nos arrastran a la confusión, los vicios del hombre y el temor, que, con el deseo de impedir nuestro encuentro con Jesús, perturban nuestras mentes mediante la siembra de la tentación y quieren acallar la voz de nuestro corazón en la oración. En efecto, suele ocurrir con frecuencia  que nuestro deseo de volver de nuevo  a Dios... nuestro esfuerzo de alejar nuestros pecados por la oración, se ven frustrados por estos: la vigilancia de nuestro espíritu se relaja al entrar en contacto con ellos, llenan de confusión  nuestro corazón y ahogan el grito de nuestra oración...


¿Qué hizo entonces el ciego para recibir luz a pesar de los obstáculos? «Él gritó más fuerte: Hijo de David, ten compasión de mí!»... ciertamente, cuanto más nos agobie el desorden de nuestros deseos más debemos insistir con nuestra oración... cuanto más nublada esté la voz de nuestro corazón, hay que insistir con más fuerza , hasta dominar el desorden de los pensamientos que nos invaden y llegar a oídos fieles del Señor. Creo, que cada uno se reconocerá en esta imagen: en el momento en que nos esforzamos por desviarlos de nuestro corazón y dirigirlos  a Dios... suelen ser tan inoportunos y nos hacen tanta fuerza que debemos combatirlos.  Pero insistiendo vigorosamente en la oración, haremos que Jesús se pare al pasar. Como dice el Evangelio: "Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran" (v. 40).

28 de mayo 2015 Jueves VIII Sir, 42, 15-26

Hoy somos invitados a mirar toda la creación y admirarnos por su belleza. Por eso insiste: "Que son, de deliciosas, sus obras, aunque en contemplamos sólo una chispa!» Seguro que quien ha estado enamorado, ha descubierto este dimensión de la belleza en las cosas, hasta llegar a las más pequeñas como una chispa. Son los ojos nuevos con que son capaces de observar a los que viven con amor. ¿Por qué no pruebas enamorarte de Dios y descubres sus obras de amor? Verás tu vida, y los que te rodean, y lo que te rodea, muy diferente. Señor, quiero descubrir la fuerza de tu amor.

San Germán Borgoña

San German

Germán, obispo († 576)  Nació Germán en la Borgoña, en Autun, del matrimonio que formaban Eleuterio y Eusebia en el último tercio del siglo V.    No tuvo buena suerte en los primeros años de su vida carente del cariño de los suyos y hasta estuvo con el peligro de morir primero por el intento de aborto por parte de su madre y luego por las manipulaciones de su tía, la madre del primo Estratidio con quien estudiaba en Avalon, que intentó envenenarle por celos.   Con los obispos tuvo suerte. Agripin, el de Autun, lo ordena sacerdote solucionándole las dificultades y venciendo la resistencia de Germán para recibir tan alto ministerio en la Iglesia; luego, Nectario, su sucesor, lo nombra abad del monasterio de san Sinforiano, en los arrabales de la ciudad.    Modelo de abad, con el ejemplo en la vida de oración, la observancia de la disciplina, el espíritu penitente y la caridad. Comienza a manifestarse en Germán el don de milagros, según el relato de Fortunato.  Se había propuesto el santo abad que ningún pobre que se acercara al convento a pedir se fuera sin comida; un día reparte el pan reservado para los monjes porque ya no había más; llegan al convento dos cargas de pan y, al día siguiente, dos carros llenos de comida para las necesidades del monasterio.    

El obispo, celoso por las cosas buenas que se hablan de Germán, lo manda poner en la cárcel sin motivo; las puertas se le abrieron al estilo de lo que pasó al principio de la cristiandad con el apóstol,  Germán no se marchó antes de que el mismo obispo fuera a darle la libertad; con este episodio cambió el obispo celos por admiración.  

El rey Childeberto usa su autoridad en el 554 para que sea nombrado obispo de París a la muerte de Eusebio y, además, lo nombra limosnero mayor. También curó al rey cuando estaba enfermo en el castillo de Celles, cerca de Melun, donde se juntan el Yona y el Sena, con la sola imposición de las manos.  

El buen obispo parisino murió octogenario, el 28 de mayo del 576. Se enterró en la tumba que se había mandado preparar en san Sinfroniano. El abad Lanfrido traslada más tarde sus restos, estando presentes el rey Pipino y su hijo Carlos, a san Vicente que después de la invasión de los normandos se llamó ya san Germán. Hoy reposan allí mismo -y se veneran- en una urna de plata que mandó hacer a los orfebres el abad Guillermo, en el año 1408.


Oremos: Señor, tú que diste a San Germán la abundancia del espíritu de verdad, y de amor para que fuera un buen pastor de tu pueblo, concede a cuantos celebramos hoy su fiesta adelantar en la virtud, imitando sus ejemplos, y sentirnos protegidos con su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Sta. Marta: '¿Escucho el grito de los que necesitan al Señor"'

Hay cristianos que alejan a la gente de Jesús porque piensan solo en su relación con Dios o porque son empresarios o mundanos o rigoristas. Y hay cristianos que escuchan realmente el grito de cuantos necesitan al Señor. Así lo ha asegurado el Santo Padre durante la homilía de Santa Marta.

De este modo, al comentar el Evangelio del ciego Bartimeo que grita a Jesús para ser sanado, mientas los discípulos le regañan para que no lo haga, el Papa ha enumerado tres tipos de cristianos. Hay cristianos que se ocupan solo de su relación con Jesús, una relación “cerrada, egoísta”, y no escuchan el grito de los otros. “Ese grupo de gente, también hoy, no escucha el grito de muchos que necesitan a Jesús. Un grupo de indiferentes: no escuchan, creen que la vida sea su grupito; están contentos; están sordos al clamor de tanta gente que necesita salvación, que necesita la ayuda de Jesús, que necesita de la Iglesia. Esta gente es egoísta, vive para sí misma. Son incapaces de escuchar la voz de Jesús”, ha explicado el Papa.

También ha hablado del grupo de los que escuchan este grito que pide ayuda, pero que lo quieren hacer callar. Como cuando los discípulos alejan a los niños para que no incomoden al Maestro. En este grupo están los “empresarios, que están cerca de Jesús”, están en el templo, parecen “religiosos”, pero “Jesús les expulsa, porque hacían negocios allí, en la casa de Dios”. Son esos que  --ha proseguido-- no quieren escuchar el grito de ayuda, sino que prefieren hacer sus negocios y usando al pueblo de Dios, usando a la Iglesia. Estos ‘empresarios’ alejan a la gente de Jesús. Y en este grupo están los cristianos que no dan testimonio. El Papa lo ha explicado así: “son cristianos de nombre, cristianos de salón, cristianos de recepciones, pero su vida interior no es cristiana, es mundana. Uno que se dice cristiano y vive como un mundano, aleja a los que piden ayuda a gritos a Jesús”.

Están los rigoristas, a quienes Jesús regaña porque que cargan mucho peso sobre los hombros de la gente. Jesús, ha recordado Francisco, les dedica todo el capítulo 23 de san Mateo. “Hipócritas, explotáis a la gente”, les dice Jesús. Y en vez de responder al grito que pide salvación alejan a la gente, ha subrayado el Santo Padre.

Y finalmente está el tercer grupo de cristianos, “los que ayudan a acercarse a Jesús”.  “Está el grupo de cristianos que tienen coherencia entre lo que creen y lo que viven, y ayudan a acercarse a Jesús, a la gente que grita, pidiendo salvación, pidiendo la gracia, pidiendo la salud espiritual por su alma”, ha precisado el Pontífice.

Para concluir, el Santo Padre ha recordado que "nos hará bien hacer un examen de conciencia para entender si somos cristianos que alejan a la gente de Jesús o la acercan, porque escuchamos el grito de muchos que piden ayuda para su salvación.

Celebrar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos llena de alegría


Cristo es el único Salvador del mundo. De un modo personal, profundo, quiere ser, también, mi Salvador.


Nuestro corazón está herido por el pecado, nuestra mente vive dispersa en mil distracciones vanas, nuestra voluntad flaquea entre el bien y el mal, entre el egoísmo y el amor.
¿Quién nos salvará? ¿Quién nos apartará del pecado y de la muerte? Sólo Dios. Por eso necesitamos acercarnos a Él para pedir perdón.
Pero, entonces, "¿quién subirá al monte de Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?" Sólo alguien bueno, sólo alguien santo: "El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura" (Sal 24,3-4).

Sabemos quién es el que tiene las manos limpias, quién es el que tiene un corazón puro, quién puede rezar por nosotros: Jesucristo.
Jesucristo puede presentarse ante el Padre y suplicar por sus hermanos los hombres. Es el verdadero, el único, el "Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec" (Hb 5,10; 6,20). Es el auténtico "mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2,5), como explica el "Catecismo de la Iglesia Católica" (nn. 1544-1545).
Cristo es el único Salvador del mundo. De un modo personal, profundo, quiere ser, también, mi Salvador.
Celebrar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos llena de alegría. El altar recibe la Sangre del Cordero. El Sacerdote que ofrece, que se ofrece como Víctima, es el Hijo de Dios e Hijo de los hombres. El Padre, desde el cielo, mira a su Hijo, el Cordero que quita el pecado del mundo, el Sumo Sacerdote que se compadece de sus hermanos.
El pecado queda borrado, el mal ha sido vencido, porque el Hijo entregó su vida para salvar a los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79).
Podemos, entonces, subir al monte del Señor, acercarnos al altar de Dios, participar en el Banquete, tocar al Salvador.
Como en la Última Cena, Jesús nos dará su Cuerpo y su Sangre. Como a los Apóstoles, lavará nuestros pies, y nos pedirá que le imitemos: "Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). “Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15).
Ese es nuestro Sumo Sacerdote, el Cordero que salva, el Hijo amado del Padre. A Él acudimos, cada día, con confianza: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.
Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna" (Hb 4,15-16).

Jesus, Unico Mediador. ¿Y Su Madre?


El sentido de la presencia de María en la obra de la Salvación.


El sentido de la existencia de Reina del Cielo se vincula al particular rol de la Virgen en el plan de la Salvación. En este escrito intentamos ubicar a la Virgen en el preciso lugar que Dios le ha dado, siguiendo las enseñanzas de San Luis Grignon y tantos otros autores que han escrito sobre la Madre del Verbo a lo largo de los siglos. Resulta sumamente sorprendente ver como Dios desea que la Virgen avance entre nosotros en estos tiempos. Así Ella va haciéndose lugar a fuerza de advocaciones, apariciones, mensajes o lacrimaciones de sus imágenes. Donde María pone su pie, se mueven las multitudes, como si un signo particularmente Mariano cubriera nuestros tiempos. Será que Jesús quiere que Ella se haga, más que nunca, la abogada y mediadora de las Gracias que pedimos a El, su Hijo. Intercesora por definición, María derrite el Corazón de Dios y lo abre a nuestros ruegos. Sin embargo, dicen las Escrituras: “Porque hay Un solo Dios, y también Un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, Hombre también, que se entregó a si mismo como rescate por todos” (1ra Timoteo 2.5-6). ¿Cómo se comprende entonces que la Revelación Pública (la Santa Biblia) habla en un lenguaje tan claro diciendo que Jesús es el Único mediador entre Dios y los hombres, mientras la Virgen toma un rol de mediadora y abogada ante su Hijo?


La clave está en la doble naturaleza de Jesús, que es Dios en su más completa Divinidad, pero también es Hombre, en Su naturaleza humana. Jesús es así el Único que posee una doble naturaleza, Divina y Humana. Un gran misterio de fe, de un Dios que por puro amor quiso hacerse como nosotros, un Hombre. De tal modo, Jesús representa al Único verdadero mediador ante Dios, porque es el único Hombre que también es Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Qué misterio difícil de comprender, ¿verdad? Es que sólo a la luz del amor se entiende cómo Dios se ha abajado hasta nuestra escasa estatura, desde Su Divinidad, para tendernos una mano.


Jesús, Hombre verdadero, es el Único auténtico punto de unión con Dios porque El mismo es también Dios verdadero. Sin embargo, el Señor no quiso dejar las cosas tan sólo allí, alimentado por Su Amor deseó hacer más. Dios dispuso venir al Mundo a través de alguien como nosotros, uno de nosotros, y quiso que esa persona sea perfecta, digna de contener al Verbo Divino como Dios Vivo en su Vientre, Tabernáculo humano, de Carne y Hueso ¡Esa es María!


Pero Ella es también Su Mamá, y en Su Naturaleza Humana, Jesús se derrite ante sus pedidos, como se derrite un Hijo Perfecto ante los pedidos de una Mamá perfecta. Así ocurrió en Caná, cuando “faltando el vino, la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino” (Juan, 2.5). Jesús realizó entonces el primer milagro de Su vida pública, convirtiendo el agua en vino, por la intercesión de Su Mamá. María es así mediadora ante Jesús, porque es Su Madre, y es el mismo Jesús el que la escucha y media ante Dios, que es El mismo en Su Naturaleza Divina.


La Madre del Verbo está indisolublemente unida a su Hijo, y es de éste modo el eslabón dorado que une a cada persona con Dios Hombre, Jesús, para que así lleguen nuestros ruegos a la Santísima Trinidad, al Trono de Dios.

La Santísima Virgen es así mediadora ante ese Jesús que es, Él, verdadero Dios y verdadero Hombre, subsistente en la Persona del Verbo. Al mismo tiempo, siendo mediadora ante su Hijo Jesucristo, el Verbo Encarnado, es mediadora ante la misma Santísima Trinidad. Así, María colabora con nosotros ayudándonos a discernir, así como colabora con Su Hijo mediante su intercesión Materna. Una Sociedad Perfecta, de Madre e Hijo, nos da el camino luminoso para alcanzar las Gracias del Creador.


La Virgen está de este modo totalmente unida a los Planes de su Hijo, trabaja para El, no podría jamás apartarse de Su Palabra, de Su Voluntad. Nunca debemos olvidar que sólo Dios Es. El es el Único que puede decir que Es por Si Mismo. Los demás, incluida la Virgen, son porque Dios los hace ser. Así, María es la perfecta expresión de la Voluntad de Dios hecha criatura, es el medio a través del que fluyen los deseos de Jesús hacia el hombre. Dios quiso que María sea el canal perfecto a través del cual nuestros ruegos llegan a Jesucristo, implorando para que Su Divina Voluntad nos mire y acaricie.


María nunca llevaría a su Hijo una oración nuestra, si es que el pedido no responde al fin supremo de la salvación de las almas. Y Jesús, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, escucha a Su Mamá más que a ninguna otra criatura. María, que nos comprende más que nadie porque al pié de la Cruz fue hecha nuestra Madre, se hace así cercana y accesible a nosotros. Es, de algún modo, como nosotros. Y es por eso que puede enamorarnos con tanta facilidad, porque sólo una Madre puede capturar el amor de sus hijos aunque ellos insistan en volverse rebeldes y mirar hacia otro lugar.


María, Omnipotencia Suplicante, todo ruego, toda oración, como lo vemos en sus manos unidas, la vista elevada al Cielo. Ella pide por nosotros todo el tiempo. Nos escucha, medita en nuestras intenciones y nuestras necesidades, y habla con su Hijo. María, mediadora ante Jesús, el que nació de su Vientre, el que jugaba con Ella en el jardín de la casita de Nazaret, el que la acompañaba al mercado a hacer las compras. Si deseas llegar a Jesús, ¿no deberías quizás buscar la ayuda de Su Mamá?


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