"El mismo David le llama Señor»

En el Corpus el Papa recuerda a los cristianos perseguidos

Nos disgregamos “cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos para ocupar los primeros puestos, cuando no encontramos la valentía de testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza”. Y así, el Pontífice ha asegurado que la Eucaristía nos permite no disgregarnos, “porque es vínculo de comunión, es cumplimiento de la Alianza, signo viviente del amor de Cristo que se ha humillado e inmolado para que nosotros permaneciéramos unidos”.  Igualmente ha afirmado que participando en la Eucaristía y nutriéndonos de ella, “estamos dentro  de un camino que no admite divisiones”.

Así el santo padre Francisco lo ha explicado este jueves, en la homilía de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, en la misa celebrada en la Basílica de San Juan de Letrán, haciendo referencia el responsorio de la segunda lectura. “Reconoced en el pan al mismo que pendió en la cruz; reconoced en el cáliz la sangre que brotó de su costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo de Cristo; tomad y bebed su sangre. Sois ya miembros de Cristo. Comed el vínculo que os mantiene unidos, no sea que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra redención, no sea que os depreciéis”.  

El Papa se ha preguntado: ¿qué significa hoy, disgregarse y depreciarse?  “Cristo presente en medio de nosotros, en el signo del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere cada laceración, y al mismo tiempo que se convierta en comunión con el pobre, apoyado por el débil, atención fraterna a cuántos les cuesta sostener el peso de la vida cotidiana”, ha explicado Francisco.  

Por otro lado, también ha explicado qué significa “depreciarnos”. De este modo ha indicado que significa “dejarse afectar por las idolatrías de nuestros tiempo: el aparentar, el consumir, el yo en el centro de todo; pero también el ser competitivos, la arrogancia como actitud vencedora, el no admitir nunca de haberse equivocado y de tener necesidad”. Todo esto “nos humilla, nos hace cristianos mediocres, tibios, insípidos”.

En la Última Cena, Jesús dona su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor infinito, ha recordado Francisco. Y con este “estímulo” lleno de gracia, los discípulos tienen todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para extender a todos el reino de Dios. Por eso, el Santo Padre ha señalado que “la luz y la fuerza será para ellos el don que Jesús ha hecho de sí, inmolándose voluntariamente en la cruz”. Y este Pan de vida --ha añadido-- ha llegado hasta nosotros. Este “estupor” de la Iglesia frente a esta realidad, no termina nunca. Y es un “estupor” que alimenta siempre la contemplación, la adoración, la memoria.

En la homilía del día del Corpus, el Obispo de Roma ha recordado que la Sangre de Cristo nos liberará de nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. “Sin nuestro mérito, con humildad sincera, podremos llevar a nuestros hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador”, ha añadido.  Así, la Eucaristía “actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios”.

Finalmente, el Santo Padre ha invitado a que la procesión que se hará al finalizar la eucaristía desde la basílica de San Juan de Letrán hasta la de Santa María la Mayor, “puede expresar nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos ha hecho recorrer a través del desierto de nuestras pobrezas, para hacernos salir de la condición de esclavos, nutriéndonos con su amor mediante el Sacramento de su cuerpo y de su Sangre”.  Además, ha exhortado a los presentes a sentirse durante la procesión, en comunión “con muchos hermanos y hermanas nuestras que no tienen la libertad de expresar su fe en el Señor Jesús”.  Para concluir, ha invitado a “venerar en nuestro corazón a esos hermanos y hermanas a los que se les ha pedido el sacrificio de la vida por fidelidad a Cristo: su sangre, unida al del Señor, sea promesa de paz y de reconciliación para el mundo entero”. Al finalizar la celebración eucarística, es la procesión por la calle en la que participan diversas instituciones, cofradías y movimientos, hasta la Basílica de Santa María La Mayor. Allí el Santo Padre imparte la bendición solemne con el Santísimo Sacramento.

Hacia una Pastoral de la ternura en el camino del seguimiento del Señor
La ternura es sobreabundancia del amor compartido, es el amor que abraza, envuelve, protege y salva

Desde el punto de vista antropológico, la ternura forma parte fundamental del ser humano como oferta y como demanda, es decir, por un lado, está inscrita en lo más profundo de cada ser humano, capaz de ofrecer ternura, pero por otro lado, es una necesidad básica, de la cual la persona no puede prescindir porque no llegaría a vivir su humanidad en toda su plenitud. La ternura es sobreabundancia del amor compartido, por el puro placer-gusto de compartirlo, pero también como respuesta que ofrece cuando se ve desafiado por la fragilidad o el peligro del otro, es el amor que abraza, envuelve, protege y salva. Esta ternura abrazadora, envolvente, protectora y salvífica es la quintaesencia del Dios creador, liberador y salvador, que se ha revelado eternamente a la humanidad, de la cual, los escritos bíblicos dan testimonio. Así pues, sabiendo que Jesús es la plenitud de la revelación que Dios hace de sí mismo al ser humano, es lógico deducir que en Él, la ternura divina se manifiesta en toda su plenitud, y además, que heredó este legado humano-divino de salvación a la comunidad de creyentes, a la Iglesia.

Jesús de Nazareth: Sacramento de la ternura entrañable de Dios

Cuando uno se acerca al Nuevo Testamento puede descubrir que los evangelios son la revelación de a ternura entrañable de Dios para con ser humano. La ternura que se hace epifanía en el corazón palpitante y acogedor de Jesús; un corazón sensible, capaz de ternura solidaria, de compasión, de benevolencia y de amistad gratuita para con todos los seres humanos, pero de manera preferencia) para con los excluidos, Como bien afirma Carlo Rocchetta: “La ternura de Jesús revela cuanto más de humano existe en Dios y cuanto más de divino existe en el hombre”.

A partir del Evangelio de Lucas. González de Cardedal expresa que la encarnación de Jesús en la historia humana es fruto de las entrañas de ternura de Dios. Es ahí en sus entrañas, en su seno -lugar donde el amor hace surgir la vida-, donde se gestó la encarnación de su Hijo: "Jesús es retoño de las entrañas de nuestro Dios", es el vástago de David que visitará al ser humano para iluminar sus tinieblas, trayéndole la ternura de Dios y con ella la misericordia y el perdón (Lc 1,78). En Jesús, Dios ha visitado a su pueblo; toda su vida compartida a través de su mensaje y de los milagros es un signo de la llegada de su Reino, es decir, de la entrañable misericordia que restituye la plenitud humana a los excluidos. Dios se manifiesta en Jesús devolviendo su rostro humano a la sociedad, y la sociedad se transforma y humaniza en la medida en que se acerca al Dios de la ternura que es el mismo Dios del Reino. Así pues, la ternura representa la práctica amorosa y entrañable de Jesús, su empatía y simpatía con por y para el otro. Ella es la envoltura del amor, el clima de atención y efusión afectiva indispensable para que el amor pueda manifestarse, realizarse y experienciarse en toda su profundidad. De ahí que, la entrañable opción por los excluidos de su tiempo -publicanos, prostitutas, endemoniados, enfermos, ciegos, leprosos, pecadores, paganos, extranjeros, mujeres, viudas, niños, pobres, ricos, enemigos, malhechores, traidores, criminales- sea una de las experiencias más significativas y uno de los datos más verificados del actuar histórico de Jesús. Todos ellos son interlocutores de su ternura entrañable.

Siendo fiel a su experiencia de Hijo amado, es decir, entrañado, querido, abrazado acariciado por su Abbá, Jesús hace de la ternura entrañable la razón de su existencia; vive del amor, en el amor y para el amor. No es pues casual que uno de los rasgos más típicos de su actuación sea la compasión: una compasión que se convierte en desvelamiento visible de la ternura divina que es, además, uno de los contenidos fundamentales de su mensaje y la fuerza constitutiva de su misión (DM 3). Un Mesías que asume toda su humanidad para darla y compartirla con todas las gentes. En este sentido Sanders observa que entre los elementos más ciertos de la tradición, destaca la provocativa simpatía de Jesús hacia los pecadores y su solidaridad hacia los excluidos. Todos encontraban en Él sin duda, un horizonte de futuro. Jesús llamaba a los pecadores y, al parecer, frecuentaba sus hogares y su compañía para ofrecerles su amistad mientras eran todavía pecadores´. Refiriéndose a este actuar histórico de Jesús, Rocchetta señala:

La plena humanidad de Jesús lleva históricamente consigo una plena asunción de los sentimientos humanos, en particular de la ternura como acto afectuoso, como vivencia orientada a la «benevolencia» y a la piedad...

Cada vez que los evangelios se refieren a la «compasión» de Jesús remiten a un sentimiento, a un modo de sentir experimentado realmente por él, encarnado en primera persona, a una aproximación suya a los necesitados, con todo lo que esto implica en el plano de la participación y de la disponibilidad al servicio hasta la entrega de la misma vida”. 

En efecto, la manifestación de la ternura entrañable de Jesús puede descubrirse en la relación con toda esa categoría de excluidos, quienes son interlocutores de su ilimitada ternura. Hay en Él una disponibilidad y una predilección para acogerlos y dejarse acoger, para estar con ellos y ofrecerles la salvación. Su ternura es así compasión, es decir,´pasión compartida´, participación profunda no apática sino empática y simpática. Antonio Pago la observa que la dignidad de los últimos es la meta de Jesús, lo que entendió como "Reino de Dios" era la irrupción de su compasión en el mundo, la cual había de dirigir e impulsar todo hacia una vida más digna y más dichosa para todos, empezando por los últimos".

Según algunos autores, en Lucas -el ´Evangelio de la misericordia´ se percibe a un Jesús muy humano, lleno de "ternura solidaria" y "defensor de los derechos humanos". Se descubre en este Evangelio que son muchos los signos con los que Jesús proclama la gratuidad del amor y la fuerza de entrañable ternura; Él se muestra siempre sensible con un trato amistoso, cercano, abierto y comprensible con los grupos social y religiosamente excluidos, principales destinatarios de la salvación. Este trato humano de Jesús se deja ver en la ternura y el dolor compartido con una pobre viuda que va a enterrar a su único hijo (7,11-17); en la acogida cariñosa a la pecadora conocida de todos pero que llora sus pecados (7,3649); al aceptar dialogar con diez leprosos y ofrecerles la seguridad de la curación (17, 11-19); al hospedarse en casa de un jefe de publicanos con la convicción de que también este pecador es hijo de Dios (19,1-10); y hasta en el diálogo esperanzador con el ladrón, compañero de suplicio, para abrirle las puertas del paraíso (23,39-43).

De hecho, todos querían tocarlo porque emanaba de él una fuerza sanativa, su sola presencia transmitía confianza; hacía que las personas se sintieran a gusto, acogidas. En efecto, Jesús fue capaz de manifestar su ternura haciendo el bien y curando toda clase de enfermedades y dolencias, curando a los oprimidos por los demonios precisamente porque el Padre estaba con Él ´."Su misión no era tanto una misión `religiosa´ o ´moral´, cuanto una `misión terapéutica´ encaminada a aliviar el sufrimiento de quienes se ven agobiados por el mal y excluidos de una vida sana".

El Seguimiento de Jesús

La vida del auténtico discípulo es presentada a partir de la parábola del tesoro en el campo (Mt 13, 44) y de la perla (Mt 13,45s), en las cuales Dios es el gran tesoro, la perla preciosa. La expresión "lleno de alegría" manifiesta esa total disponibilidad que embarga a la persona ante el brillo de lo encontrado. Por eso, seguir a Jesús es participar de ese tesoro. La buena nueva de la llegada del Reino proporciona una inmensa alegría, orienta toda la vida a la plenitud de la comunión con Dios y efectúa la entrega mas apasionada a los demás por gratitud a la gratuidad de su amor.

Un amor entrañable e ilimitado como lo describe la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37), quien actúa de una manera concreta con una ternura rebosante, hasta al exceso, la cuál va más allá del simple deber. No sólo cura al herido y lo conduce al albergue, sino que su amor se desborda frente al prójimo herido encargándose de su situación: l° se acerca, llegó junto a él; 2° lo ve, lo mira; 3° se compadece -se le conmueven las entrañas-; 4° lo cura con sus propias manos al vendar sus heridas con aceite y vino; 5° lo echa sobre sus hombros y lo monta en su propia cabalgadura; 6° lo lleva a la posada caminando a su lado varios kilómetros; 7° cuida de él; 8° paga dos días más de hotel (los dos denarios); 9° lo encarga al posadero para que lo cuide; 10° ofrece pagar lo que sea de más por ayudarlo. En esta gama de gestos se percibe una com-participación, una personal atención que manifiesta la originalidad de la ternura evangélica. Su ternura es realmente completa, auténtica, sin intereses o medias tintas: es ternura de don puro, de benevolencia gratuita"´.

Así pues, querer ser discípulo de Jesús, implica reconocerlo en los demás, en los más pequeños: «... cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40), significa esforzarse en favor de una sociedad nueva y diferente. En el samaritano -como destaca Rocchetta- Jesús no presenta únicamente un buen ejemplo de vida sino un modo nuevo de ser y de organizar las relaciones humanas y la vida social; no son sólo los gestos de ayuda pequeña o limosna, sino la expresión de una elección de vida en favor del prójimo y ocupada en la construcción de una convivencia social en la que predomina la ternura y no la dureza de corazón, el respeto de la vida y el amor y no el abuso y el egoísmo. De ahí que no sea exagerado decir que en esta imagen del samaritano se tiene la carta magna de la ternura como respuesta para los discípulos y como forma de actuación concreta del amor evangélico.

Evangelio según San Marcos 12,35-37. 

Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: "¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. Si el mismo David lo llama 'Señor', ¿Cómo puede ser hijo suyo?". La multitud escuchaba a Jesús con agrado. 

Catecismo de la Iglesia Católica § 446-451

"El mismo David le llama Señor»

En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se ha revelado a Moisés, YHWH, es sustituido por el de Kyrios («Señor»). Desde entonces Señor ha sido siempre el nombre habitual para designar la divinidad del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza este sentido fuerte del título «Señor», tanto cuando se refiere al Padre, como también –y esta es la novedad- cuando se refiere a Jesús, reconocido así como Dios. Jesús mismo se atribuye, veladamente, este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del salmo 110; pero también de una manera explícita cuando se dirige a los apóstoles. A lo largo de su vida pública, sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y sobre el pecado demuestran su soberanía divina.

Muy a menudo, en los evangelios, algunas personas se dirigen a Jesús llamándole «Señor». Este título hace patente el respeto y la confianza de los que se acercaban a Jesús y esperaban de él ayuda y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, este título expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, es adoración: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Es entonces cuando adquiere una connotación de amor y de afecto que será característico de la tradición cristiana: «¡Es el Señor!» (Jn 21,7).

Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman, desde el origen, que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre corresponden también a Jesús, ya que él es «de condición divina» (Fl 2,6) y el Padre ha manifestado esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y elevándolo a su gloria. Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia  significa también el reconocimiento de que el hombre no debe someter su libertad personal, de manera absoluta, a ningún poder de la tierra, sino solamente a Dios Padre y a Jesucristo, el Señor: el César no es «el Señor»... También la oración cristiana está marcada por el título «Señor», ya sea en la invitación a la plegaria «el Señor esté con vosotros», ya sea en la conclusión «por Jesucristo nuestro Señor» y aún en el grito lleno de confianza y esperanza: «¡Amén. Ven Señor Jesús!» (Ap 22,20).

5 de junio 2015 Viernes IX Tb 11, 5-17

El relato de hoy lo podríamos titular, por la alegría que se desprende, retrato de la vuelta de un viaje de bodas. Hay una constante, la insistencia que, al llegar a casa, hay que orar; el padre recobra la salud. Y, termina con esta oración: «Os glorifico, Señor Dios de Israel, porque tú, que me voy tomar la salud, me la habéis vuelta, y ya puedo ver nuevamente a mi hijo." ¿Qué querría decir, para ti , glorificar a Dios? Señor, en todas las circunstancias de mi vida, enséñame a orar.

San Bonifacio de Maguncia, obispo y mártir

Memoria de san Bonifacio, obispo y mártir. Monje en Inglaterra con el nombre de Wifrido por el bautismo, al llegar a Roma el papa san Gregorio II lo ordenó obispo y cambió su nombre de pila por el de Bonifacio, enviándolo después a Germania para anunciar la fe de Cristo a aquellos pueblos, donde logró ganar para la religión cristiana a mucha gente. Rigió la sede de Maguncia (Mainz) y, hacia el final de su vida, al visitar a los frisios en Dokkum, consumó su martirio al ser asesinado por unos paganos.

Arzobispo de Máinz, Mártir. Llamado el «Apóstol de Alemania» por haber evangelizado sistemáticamente las grandes regiones centrales, por haber fundado y organizado Iglesias y por haber creado una jerarquía bajo la jurisdicción directa de la Santa Sede.

Sus dones de misionero y reformador generaron importantes frutos. Winfrido (su nombre de bautizo) se trasladó de muy joven a la abadía de Nursling, en la diócesis de Winchester, donde se le nombró director de la escuela. Ahí escribió la primera gramática latina que se haya hecho en Inglaterra. A la edad de 30 años recibió las órdenes sacerdotales y se dedicó al estudio de la Biblia.


En el año 718 el Papa San Gregorio II otorgó a Winfrido un mandato directo para llevar la Palabra de Dios a los herejes en general. El Santo partió inmediatamente con destino a Alemania, cruzó los Alpes, atravesó Baviera y llegó al Hesse. En poco tiempo, pudo enviar a la Santa Sede un informe tan satisfactorio que el Papa hizo venir al misionero con miras a confiarle el obispado. El día de San Andrés del año 722, fue consagrado obispo regional con jurisdicción general sobre Alemania.

Bonifacio regresó a Hesse y como primera medida, se propuso arrancar de raíz las supersticiones paganas que eran el principal obstáculo para la evangelización. En el año 731, el Papa Gregorio III, sucesor de Gregorio II, mandó a San Bonifacio el nombramiento de metropolitano para toda Alemania más allá del Rin, con autoridad para crear obispados donde lo creyera conveniente.

En su tercer viaje a Roma fue nombrado también delegado de la Sede Apostólica. San Bonifacio y su discípulo San Sturmi fundaron en el año de 741 la abadía de Fulda, que con el tiempo se convirtió en el Monte Casino de Alemania.   Años más tarde, cuando el Santo se disponía a realizar una confirmación en masa, en la víspera de Pentecostés, apareció una horda de paganos hostiles que atacó al grupo brutalmente. El cuerpo del Santo fue trasladado al monasterio de Fulda, donde aún reposa.

Oremos

Dios y Señor nuestro, que con tu amor hacia los hombres quisiste que San Bonifacio anunciara a los pueblos la riqueza insondable que es Cristo, concédenos, por su intercesión, crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y vivir siempre según las enseñanzas del Evangelio, fructificando con toda clase de buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

El porqué de la Eucaristía
Existen interrogantes que únicamente encuentran respuesta en un contacto personal con Cristo.

"¿Por qué, Señor, te quedaste en la Eucaristía?"
Te amo, Señor, por tu Eucaristía,
por el gran don de Ti mismo.
Cuando no tenías nada más que ofrecer
nos dejaste tu cuerpo para amarnos hasta el fin,
con una prueba de amor abrumadora,
que hace temblar nuestro corazón
de amor, de gratitud y de respeto..

Llevamos veinte siglos de cristianismo, por todas las latitudes, celebrando lo que Jesús encomendó a sus apóstoles en la noche de la Cena: “Haced esto en conmemoración mía”.

Los nombres de la Eucaristía

Es de tal profundidad y belleza la eucaristía que en el transcurso de los tiempos a este misterio eucarístico se le ha llamado con varios nombres:

1. Fracción del pan, donde se parte, se reparte y se comparte el pan del cielo, como alimento de inmortalidad.

2. Santo Sacrificio de la Misa, donde Cristo se sacrifica y muere para salvarnos y darnos vida a nosotros.

3. Eucaristía, porque es la acción de gracias por antonomasia que ofrece Jesús a su Padre celestial, en nombre nuestro y de toda la Iglesia.

4. Celebración Eucarística, porque celebramos en comunidad esta acción divina.

5. La Santa Misa, porque la eucaristía acaba en envío, en misión, donde nos comprometemos a llevar a los demás esa salvación que hemos recibido.

6. Misterio Eucarístico, porque ante nuestros ojos se realiza el gran misterio de la fe.

Antes de empezar a hablar de este misterio hay que preguntarse el porqué de la eucaristía, por qué quiso Jesús instituir este sacramento admirable, por qué quiso quedarse entre nosotros, con nosotros, para nosotros, en nosotros; qué le movió a hacer este asombroso milagro al que no podemos ni debemos acostumbrarnos. ¡Oh, asombroso misterio de fe!

¿Por qué quiso Jesús hacer presente el sacrificio de la Cruz, como si no hubiera bastado para salvarnos ese Viernes Santo en que nos dio toda su sangre y nos consiguió todas las gracias necesarias para salvarnos?

La respuesta a esta pregunta sólo Jesús la sabe. Nosotros podemos solamente vislumbrar algunas intuiciones y atisbos.

Se quedó por amor excesivo a nosotros, diríamos por locura de amor. No quiso dejarnos solos, por eso se hizo nuestro compañero de camino. Nos vio con hambre espiritual, y Cristo se nos dio bajo la especie de pan que al tiempo que colma y calma, también abre el hambre de Dios, porque estimula el apetito para una vida nueva: la vida de Dios en nosotros. Nos vio tan desalentados, que quiso animarnos, como a Elías: “Levántate y come, porque todavía te queda mucho por caminar” (1 Re 19, 7).

Actitudes ante la Eucaristía
Ante este regalo espléndido del Corazón de Jesús a la humanidad, sólo caben estas actitudes:
1. Agradecimiento profundo.
2. Admiración y asombro constantes.
3. Amor íntimo.
4. Ansias de recibirlo digna y frecuentemente.
5. Adoración continua.
La eucaristía prolonga la encarnación. Es más, la eucaristía es la venida continua de Cristo sobre los altares del mundo. Y la Iglesia viene a ser la cuna en la que María coloca a Jesús todos los días en cada misa y lo entrega a la adoración y contemplación de todos, envuelto ese Jesús en los pañales visibles del pan y del vino, pero que, después de la consagración, se convierten milagrosamente y por la fuerza del Espíritu Santo en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y así la eucaristía llega a ser nuestro alimento de inmortalidad y nuestra fuerza y vigor espiritual. Hace dos mil años lo entregó a la adoración de los pastores y de los reyes de Oriente. Hoy María lo entrega a la Iglesia en cada eucaristía, en cada misa bajo unos pañales sumamente sencillos y humildes: pan y vino. ¡Así es Dios! ¿Pudo ser más asequible, más sencillo?

El valor y la importancia de la Eucaristía
La eucaristía es la más sorprendente invención de Dios. Es una invención en la que se manifiesta la genialidad de una Sabiduría que es simultáneamente locura de Amor. Admiramos la genialidad de muchos inventos humanos, en los que se reflejan cualidades excepcionales de inteligencia y habilidad: fax, correo electrónico, agenda electrónica, pararrayos, radio, televisión, video, etc. Pues mucho más genial es la eucaristía: que todo un Dios esté ahí realmente presente, bajo las especies de pan y vino; pero ya no es pan ni es vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¿No es esto sorprendente y admirable? Pero es posible, porque Dios es omnipotente. Y es genial, porque Dios es Amor. La eucaristía no es simplemente uno de los siete sacramentos. Y aunque no hace sombra ni al bautismo, ni a la confirmación, ni a la confesión, sin embargo, posee una excelencia única, pues no sólo se nos da la gracia sino al Autor de la gracia: Jesucristo. Recibimos a Cristo mismo. ¿No es admirable y grandiosa y genial esta verdad? ¿Cómo no ser sorprendidos por las palabras “esto es Mi cuerpo, esta es Mi sangre”? ¡Qué mayor realismo! ¿Cómo no sorprendernos al saber que es el mismo Creador el que alimenta, como divino pelícano, a sus mismas criaturas humanas con su mismo cuerpo y sangre? ¿Cómo no sorprendernos al ver tal abajamiento y tan gran humildad que nos confunden? Dios, con ropaje de pan y gotas de vino...¡Dios mío! Nos sorprende su amor extremo, amor de locura. Por eso hay que profundizar una y otra vez en el significado que Cristo quiso dar a la eucaristía, ayudados del evangelio y de la doctrina de la Iglesia. Nos sorprende que a pesar de la indiferencia y la frialdad, Él sigue ahí fiel y firme, derramando su amor a todos y a todas horas.

¡Cuánto necesitamos de la eucaristía!
1. Necesitamos la eucaristía para el crecimiento de la comunidad cristiana, pues ella nos nutre continuamente, da fuerzas a los débiles para enfrentar las dificultades, da alegría a quienes están sufriendo, da coraje para ser mártires, engendra vírgenes y forja apóstoles.
2. La eucaristía anima con la embriaguez espiritual, con vistas a un compromiso apostólico a aquellos que pudieran estar tentados de encerrarse en sí mismos. ¡Nos lanza al apostolado!
3. La eucaristía nos transforma, nos diviniza, va sembrando en nosotros el germen de la inmortalidad.
4. Necesitamos la eucaristía porque el camino de la vida es arduo y largo y como Elías, también nosotros sentiremos deseos de desistir, de tirar la toalla, de deprimirnos y bajar los brazos. “Ven, come y camina”.



El Papa, en San Juan de Letrán

"La apariencia, el consumo y la arrogancia envilecen al cristiano"
El papa insta a los cristianos a "protegerse del riesgo de la corrupción"
Invita a ser "el corazón que ama a los necesitados de reconciliacion y de comprensión"

Redacción, 05 de junio de 2015 a las 08:17

Todo esto nos disuelve, nos vuelve cristianos mediocres, tibios, insípidos

El papa Francisco instó ayer a los cristianos a "protegerse del riesgo de la corrupción" y a no dejar que su dignidad se diluya para no envilecerse y ser "mediocres, tibios e insípidos".

Durante la misa oficiada con motivo del Corpus Christi a los pies de la basílica romana de San Juan de Letrán, el pontífice invitó a los presentes a reflexionar sobre la necesidad de no envilecerse y se refirió a algunos casos en los que se corre el riesgo de caer en en ello.

"Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos por ocupar los primeros puestos, cuando no encontramos el coraje para dar testimonio de la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza", afirmó.

El papa definió qué es "envilecerse" en el siglo XXI: "Significa dejarse afectar por la idolatría de nuestro tiempo: la apariencia, el consumo, el yo en el centro de todo, pero también el ser competitivo, la arrogancia como actitud ganadora, el no admitir nunca haber cometido un error o tener una necesidad.

Todo esto nos envilece, nos hace cristianos mediocres, tibios, insípidos". El pontífice argentino aseguró que "Jesús derramó su sangre" para que los cristianos pudieran "ser purificados" de sus pecados.

"Para no envilecernos, le miramos a Él, bebemos de su fuente, para poder protegernos del riesgo de la corrupción", insistió. A su juicio, el buen cristiano es el que lleva a los demás "el amor de Dios", "ayuda a los enfermos en cuerpo y espíritu" y "ama a los necesitados de reconciliación y comprensión".

A la misa siguió una procesión que concluyó en la basílica de Santa María la Mayor, donde el pontífice impartió la bendición. La festividad del Corpus Christi fue instituida por el papa Urbano IV en 1264, tras el llamado "milagro de Bolsena". En 1263 el sacerdote bohemio Pedro de Praga se dirigía hacia Roma cuando se detuvo en la cercana localidad de Bolsena para oficiar misa, pero el cura dudaba de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y pidió a Dios una "señal".

Según la tradición católica, unas gotas de sangre emanaron de forma imprevista de la hostia consagrada y cayeron sobre el corporal (lienzo que se extiende en el altar para poner sobre él la hostia y el cáliz), una tela que se guarda en la catedral de Orvieto, en el centro de Italia.(RD/Agencias)

             

Texto íntegro de la homilía del Papa
En la Última Cena, Jesús dona su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor infinito. Con este "viático" lleno de gracia, los discípulos tienen todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para hacer extensivo a todos el Reino de Dios. Luz y fuerza será para ellos el don que Jesús ha hecho de sí mismo, inmolándose voluntariamente sobre la cruz. Y este Pan de vida ¡ha llegado hasta nosotros! Ante esta realidad el estupor de la Iglesia no cesa jamás. Una maravilla que alimenta siempre la contemplación, la adoración, la memoria. Nos lo demuestra un texto muy bello de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda lectura del Oficio de las Lecturas, que dice así: «Reconozcan en este pan, a aquél que fue crucificado; en el cáliz, la sangre brotada de su costado. Tomen y coman el cuerpo de Cristo, beban su sangre: porque ahora son miembros de Cristo. Para no disgregarse, coman este vínculo de comunión; para no despreciarse, beban el precio de su rescate».

Nos preguntamos: ¿qué significa, hoy, disgregarse y disolverse?

Nosotros nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos por ocupar los primeros lugares, cuando no encontramos el valor para testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza. La Eucaristía nos permite el no disgregarnos, porque es vínculo de comunión, y cumplimiento de la Alianza, señal viva del amor de Cristo que se ha humillado y anonadado para que permanezcamos unidos. Participando a la Eucaristía y nutriéndonos de ella, estamos incluídos en un camino que no admite divisiones. El Cristo presente en medio a nosotros, en la señal del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere toda laceración, y al mismo tiempo que se convierta en comunión con el pobre, apoyo para el débil, atención fraterna con los que fatigan en el llevar el peso de la vida cotidiana.
Y ¿qué significa hoy para nosotros "disolverse", o sea diluir nuestra dignidad cristiana? Significa dejarse corroer por las idolatrías de nuestro tiempo: el aparecer, el consumir, el yo al centro de todo; pero también el ser competitivos, la arrogancia como actitud vencedora, el no tener jamás que admitir el haberse equivocado o el tener necesidades. Todo esto nos disuelve, nos vuelve cristianos mediocres, tibios, insípidos.

Jesús ha derramado su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que fuéramos purificados de todos los pecados: para no disolvernos, mirándolo, saciándonos de su fuente, para ser preservados del riesgo de la corrupción. Y entonces experimentaremos la gracia de una transformación: nosotros siempre seguiremos siendo pobres pecadores, pero la Sangre de Cristo nos librará de nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. Sin mérito nuestro, con sincera humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y de la Magdalena; seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del espíritu; seremos su corazón que ama a los necesitados de reconciliacion y de comprensión. De esta manera la Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios.

Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la alegría no solamente de celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra ciudad. Que la procesión que realizaremos al final de la Misa, pueda expresar nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos ha hecho recorrer a través del desierto de nuestras miserias, para hacernos salir de la condición servil, nutriéndonos de su Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

Dentro de poco, mientras caminaremos a largo de la calles, sintámonos en comunión con tantos de nuestros hermanos y hermanas que no tienen la libertad para expresar su fe en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con ellos, alabemos con ellos, adoremos con ellos. Y veneremos en nuestro corazón a aquellos hermanos y hermanas a los que ha sido requerido el sacrificio de la vida por fidelidad a Cristo: que su sangre, unida a aquella del Señor, sea prenda de paz y de reconciliación para el mundo entero.

La Eucaristía ¿Presencia real de Jesús?

Pregunta:
Hola: La Iglesia Católica está mal porque dice que Cristo está presente en la Eucaristía pero eso no es cierto, solamente es un símbolo. Te aseguro que si yo llevo una hostia consagrada y la examino en un microscopio no voy a ver a Jesucristo. Además, la Biblia dice que hay un solo sacrificio y no muchos. No hacen falta misas...

Respuesta: 
Saludos hermano. Por tu comentario seguramente que no eres católico. Gracias por tu e-mail y respondo a tus comentarios. eucaristía eucaristía eucaristía eucaristía eucaristía eucaristía

1.- Presencia Real de Jesucristo: Cuerpo y Sangre.
Cuando los católicos creemos en algo no es porque a alguien se le haya ocurrido sino porque seguramente tiene una fuerte fundamentación en la Biblia y en la Tradición apostólica. En este caso la «presencia real de Jesucristo» en el Pan y Vino consagrado es un hecho que la Palabra de Dios nos muestra claramente. Leamos lo que Jesucristo dice: «Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.»
Jn 6,48-51

Esas son las palabras de Jesús en todas las Biblias del mundo: el Pan que yo les daré ES MI CARNE. Palabras textuales de Nuestro Señor. Ante este texto bíblico que es tan claro hay muchos hermanos evangélicos y otros que dicen que no es algo real, sino que Jesucristo estaba hablando simbólicamente. Para comprobar que esto no era nada simbólico sino algo real, lo mejor no es dar nuestra opinión, sino dejar que la Biblia hable por sí misma y nos muestre cuál fue la reacción de las personas que estaban alrededor de Jesús cuando dijo esas palabras. Veámoslo en el siguiente punto:

2.- Los tres niveles de fe: judíos, protestantes, católicos.

El primer grupo que encontramos es el de los judíos reaccionando de esta manera:

«Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él».

Jn 6,52-56. Si leyó usted atentamente, notará que la reacción de los judíos es de una gran incredulidad. Era normal, porque al oír las palabras de Jesús las entendieron literalmente como las oyeron. Jesucristo estaba hablando de comer su carne y beber su sangre. Es como el primer nivel de Fe ante las palabras de Jesucristo. Nada de simbólico como hoy en día lo dicen muchos.
Tan real que por eso reaccionaron así. Para que les quedara claro que era algo real, Jesús les repitió a ellos cuatro veces la necesidad de comer su carne y beber su sangre.

El segundo grupo de diferente reacción es el siguiente:

«Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando vean al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?...«El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida.«Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle.

Jn 6,60-66. Qué tremendo es lo que nos dice la Biblia. Muchos de sus discípulos inmediatamente reaccionan diciendo que no, que esas palabras que Jesús había dicho sobre comer su carne y beber su sangre era «muy duras». Claro. Era algo real.

Nota mi querido hermano que este segundo grupo no era de judíos sino de discípulos de Jesús. Es decir, eran creyentes que habían aceptado antes las palabras de Jesús; creyentes que amaban a Dios y reconocían a Jesús como el Mesías; creyentes que ya habían oído antes de las promesas y exigencias del Reino; creyentes... sí, creyentes pero hasta un cierto nivel.

Para esos «discípulos» todo iba bien hasta que oyeron a Jesucristo hablar sobre «comer su carne y beber su sangre». Discípulos, pero a partir de ese momento, nos dice la Biblia en el verso 66, «se volvieron atrás y dejaron de seguirle»
Si es tremenda su reacción de rechazo a esas palabras de Jesús, más tremenda es la reacción de Jesucristo cuando ve que muchos de sus discípulos deciden abandonarlo por esas palabras. Léalo usted en su propia Biblia, en cualquier idioma y en cualquier versión. ¿Sabe qué hizo Jesús?: NADA.

No hizo nada y dejó tranquilamente que se marcharan. Como diciendo: «Si van a estar conmigo acepten mis palabras: "es mi cuerpo y es mi sangre", por más duras que sean, si no aceptan, váyanse» ... y los dejó ir. Sin duda que esos discípulos son muy parecidos a muchos protestantes de hoy en día que aman y siguen a Jesús, pero al llegar a la presencia real, deciden no seguirle hasta ese nivel.

Pasemos rápidamente a ver el tercer grupo que nos muestra otro tipo de reacción y de nivel de Fe:

«Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren marcharse?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Hijo de Dios.» Jn 6,67-69.

Qué maravilloso e increíble es Nuestro Señor Jesucristo. Después de que se le van muchos, voltea, mira a los Apóstoles, que sin deberla ni temerla lo ven y les suelta la pregunta: ¿También ustedes quieren marcharse? Lo hizo así porque Jesús aprovechó la ocasión para definir de una vez por todas quién iba a aceptar realmente sus palabras. Aun corriendo el riesgo de que algunos de sus apóstoles también se le fueran, lo hizo. Sus palabras: «comer mi carne y beber su sangre» eran tan reales e importantes que no se podía «negociar» con ello. Nuestro Señor las pondrá como condición para ser un auténtico discípulo al 100%. Además, hay que resaltar que la reacción de ellos no es en grupo, como los judíos, ni como los que lo abandonaron. No. Aunque Jesús les pregunta a los doce, la respuesta es sólo de uno, representando a los doce: Pedro tomó la palabra y dio un SÍ personal y eclesial: «Tú tienes palabras de vida eterna».
¿Casualidad? No. Pedro, el primer Papa, la cabeza visible de la Iglesia; el pastor que Jesús nos dejaría, acepta las palabras de Jesús tal como son. Igualmente nosotros, católicos con una fe personal y unidos al sucesor de Pedro, tenemos el regalo de llegar al tercer nivel de fe. De ahí en adelante los católicos aceptaremos siempre las palabras de Jesús tal como son: «Comer mi carne, beber mi sangre».

3.- El Mandato de Jesús: Hagan esto en Memoria mía.

Veamos ahora cómo las palabras de Jesús no serían solamente para ese tiempo, sino un mandato para que los Apóstoles y sus sucesores lo hicieran por siempre:
«Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se los dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.»
Lc 22,19
Así que mi estimado hermano, la razón del por qué celebramos en la Iglesia Católica la Eucaristía es porque simplemente se trata de un mandato de Jesús.

4.- Actualizando el único sacrificio de Jesús en la cruz.

Además, cuando celebramos la Misa, no estamos pensando en ofrecer a Jesucristo varias veces repitiendo su sacrificio, como las sectas piensan. No. Lo que nosotros pensamos es en «hacer presente el único e irrepetible sacrificio de Nuestro Señor». Tal como él lo dijo: «Hagan esto en memoria mía». Por eso, años después, el Apóstol Pablo dirá:
«Porque yo recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.»
Asimismo tomó la copa diciendo: «Esta copa es la sangre de la Nueva Alianza. Cuantas veces la beban, hagan esto en memoria mía.»
1 Cor 11,23-25. Más que un simple recuerdo o una repetición, para el Apóstol San Pablo y para nosotros, es un «hacer presente» la alianza que con su sangre selló nuestro Señor.

5.- Tan real, que tiene consecuencias reales.

Si al llegar a este punto todavía hubiera alguien que dude que se está hablando de «cuerpo y sangre» como algo real, veamos cuál es la conclusión del Apóstol en su discurso eucarístico:
«Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien, sin examinar su conciencia come y bebe el Cuerpo, come y bebe su propia condenación».
1 Cor 11,28 Tan real es el «cuerpo y sangre» para el Apóstol Pablo, que recibirlo indignamente es comer su propia condenación. Cuando alguien maltrata una foto de un artista no hay castigo, pero cuando es a la persona real sí que lo hay. Pablo lo está diciendo así, precisamente: como algo real.

6.- Ni con Microscopio, ni con Telescopio.

Un último aspecto que te quiero comentar, es que cuando nos escribiste me decías que si tú llevabas una hostia consagrada a un microscopio no ibas a ver a Jesucristo. Te respondo que si la llevas a un microscopio allí no verás a Jesús, pero si tomas un telescopio y miras al cielo, allí tampoco verás a Dios. Te pareces a uno de los primeros astronautas que fue a la luna y en tono de burla dijo: Fui al cielo y no mire a Dios. Definitivamente olvidaste algo fundamental: A Dios no se le ve con los ojos físicos en el microscopio ni en el telescopio. A Dios se le encuentra con los ojos de la Fe, pues como el Apóstol Pablo dijo: «Nosotros andamos por Fe y no por vista» Rom 8,24-25 y creo que en ese aspecto no andas muy bien que digamos.

Ni modo. Como muchas veces dijo Jesucristo: «Que entienda, el que pueda».

De nuestra parte seguimos unidos al Apóstol Pedro aceptando el «cuerpo y la sangre de Jesucristo» y diciendo a Jesús: «Señor, tú tienes palabra de vida eterna».
Y seguiremos Celebrando la Eucaristía con gozo:
«Hasta que vuelva». .1 Cor 11,28

Dios te bendiga e ilumine tu mente y corazón.

Si eres católico, no olvides que como cristianos que somos, debemos de buscar como renovar nuestra vida en Cristo(Jn 15,1-7) e impulsar nuestro apostolado para traer a mucha gente a los pies de Jesucristo(Mt 28,18-20) y no dejar esa labor a las sectas o iglesias protestantes que no poseen la plenitud de los medios de salvación.

Si eres evangélico, mormón o testigo de Jehová te invito a que conozcas en serio lo que es la fe cristiana(Ef 4,13), la BIblia(2 Tes 2,15) y la Iglesia de Cristo (Ef 5,25). Estudia la historia del cristianismo y ora para que Dios siga actuando en tu vida. Dios te ama y espera en el redil de plenitud que ha dejado: La Iglesia católica (Mt 16,18).

Yo simplemente deseo cumplir la voluntad de Dios en plenitud.(Mt 7,21-23) ¿Y usted...?

Yo creo, Señor; en Ti
que eres la Verdad Suprema.
Creo en todo lo que me has revelado.
Creo en todas las verdades

que cree y espera mi Santa Madre
la Iglesia Católica y Apostólica.
Fe en la que nací por tu gracia,
fe en la que quiero vivir y luchar
fe en la que quiero morir.

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