Danos hoy nuestro pan de cada día

El Corazón de Dios se estremece ante el sufrimiento

Demos cabida a Dios en nuestra vida para que él nos consuele, nos ayude, nos de paciencia. 


Contemplamos a Cristo siempre en acción, haciendo el bien, de ciudad en ciudad. Un día se dirige a una ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. De repente en la puerta de la ciudad se cruza con un cortejo fúnebre. Se llevaba a enterrar a un muerto, hijo único de una madre viuda, tal vez muy conocida en la ciudad, porque la acompañaba mucha gente. Jesús, al ver aquella escena, se conmueve y dijo a la madre: "No llores". Luego se dirigió al féretro, lo tocó, y dijo: "Joven, a ti te digo: Levántate". El milagro fue espectacular: el joven se incorporó y se puso a hablar. Y Jesús, dice curiosamente el Evangelio, "Se lo dio a su madre". Aquel milagro provocó un gran temor y admiración y frases como "Dios ha visitado a su pueblo" empezaron a ir de boca en boca. Aquel hecho traspasó los límites del pueblo y se extendió por toda la comarca.


En la vida de la mujer, madre, esposa, soltera, viuda, joven o mayor siempre se termina dando una realidad estremecedora que es la aparición del dolor y del sufrimiento. Es una forma de participación en la cruz de Cristo. El dolor por los hijos en sus múltiples formas, el abandono de un marido, la ansiedad por un futuro no resuelto, el rechazo a la propia realidad, en anhelo de tantas cosas bellas no conseguidas, las expectativas no realizadas, la soledad que machaca a corazones generosos en afectos, la impotencia ante el mal constituyen formas innumerables de sufrimiento. Y ante el sufrimiento y el dolor siempre se experimenta la impotencia y la incapacidad. Nunca se está tan solo como ante el dolor.


El mal, el sufrimiento, el dolor han entrado al mundo por el pecado. Dios no ha querido el mal ni quiere el mal para nadie. Es una triste consecuencia, entre otras muchas, de ese pecado que desbarató el plan original de Dios sobre el hombre y la humanidad. Por ello, no echemos la culpa a Dios del sufrimiento, sino combatamos el mal que hay en el ser humano y que es la raíz de tanto dolor en el mundo. Demos cabida a Dios en nuestra vida para que él nos consuele, nos ayude, nos de paciencia. Saquemos del dolor y del sufrimiento la lección que Cristo nos ha dado en la cruz: el dolor es fuente de salvación y de mérito.


No tratemos de racionalizar el sufrimiento y el dolor. Es ya parte de una realidad que es nuestra condición humana. La razón se estrella contra el dolor. Por ello, hay que buscar otros caminos. En lugar de tratar de explicarlo, démosle sentido; en lugar de querer comprenderlo, hágamoslo meritorio; en lugar de exigirle a Dios respuestas, aceptémoslo con humildad. No llena el corazón el conocer por qué una madre ha perdido un hijo o una esposa ha sido abandonada por su marido o una mujer no encuentra quien la quiera. El dolor no se soluciona conociendo las respuestas. El dolor se asume dándole sentido. Eso es lo que el Señor nos enseña desde la Cruz.


 

Abramos también el corazón a la pedagogía del dolor y del sufrimiento. El dolor es liberador: enseña el desprendimiento de las cosas, educa en el deseo del cielo, proclama la cercanía de Dios, demuestra el sentido de la vida humana, proclama la caducidad de nuestras ilusiones. Además el dolor es universal: sea el físico o el moral, se hace presente en la vida de todos los seres humanos: niños y jóvenes, adultos o ancianos. Nadie se libra de su presencia. No nos engañemos ante las apariencias, si bien hay sufrimientos más desgarradores y visibles que otros. Y el dolor es salvador: el sufrimiento vivido con amor salva, acerca a Dios, hace comprender que sólo en Dios se pude encontrar consuelo.


Jesús es Perfecto Dios y Hombre Perfecto. Por eso, ante aquella visión de una mujer viuda que acompaña al cementerio a su joven hijo muerto, "tuvo compasión de ella ", como dice el Evangelio. Dios sabe en la Humanidad de Cristo lo que es sufrir. Y, por ello, cualquier sufrimiento, el sufrimiento más grande y pequeño de uno de sus hijos, le duele a Él. Dios no es insensible ante el sufrimiento humano. No es aquél que se carcajea desde las alturas cuando ve a sus hijos retorcerse de dolor y de angustia.

"Sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda". En pocas frases no se puede concentrar tanto dolor y sufrimiento: -muerto, hijo único-, -madre viuda-. Parece que el mal se ha cebado en aquella familia. Una mujer que fue esposa y ahora es viuda, y una mujer que fue madre y ahora se encuentra sola. ¿Qué más podría haber pasado en aquella mujer? ¿Iba a llenar aquel vacío la presencia de aquella multitud que la acompañaba al cementerio? Después, al volver a casa, se encontraría la soledad y esa soledad la carcomería día tras día. No hay consuelo para tanto dolor.


"Al verla, el Señor tuvo compasión de ella". El Corazón de Dios se estremece ante el sufrimiento, ese sufrimiento que él no ha querido y que ha tenido que terminar aceptando, fruto del pecado querido por el hombre. Y esta historia se repite: en cualquier lugar en donde alguien sufre, allí está Dios doliéndose, consolando, animando. No podemos menos que sentirnos vistos por Dios y amados tiernamente cuando nuestro corazón rezuma cualquier tipo de dolor. Por medio de la humanidad de Cristo, el Corazón de Dios se ha metido en el corazón humano. Nada nuestro le es ajeno. Enseguida por el Corazón de Cristo pasó todo el dolor de aquella madre, lo hizo suyo e hizo lo que pudo para evitarlo.


"Joven, a ti te digo: Levántate". Dios siempre consuela y llena el corazón de paz a pesar del sufrimiento y del dolor. No siempre hace este tipo de milagros que es erradicar el hecho que lo produce. ¿Dónde están, sin embargo, los verdaderos milagros? ¿En quién se cura de una enfermedad o en quien la vive con alegría y paciencia? ¿En quien sale de un problema económico o en quien a través de dicho problema entiende mejor el sentido de la vida? ¿En quien nunca es calumniado o en quien sale robustecido en su humildad? ¿En quien nunca llora o en quien ha convertido sus lágrimas en fuente de fecundidad? Es difícil entender a Dios, ya lo hemos dicho muchas veces. Si recibimos los bienes de las manos de Dios, ¿por qué no recibimos también los males?


Tarde o temprano el sufrimiento llamará a nuestra puerta. Para algunos el dolor y el sufrimiento serán acogidos como algo irremediable, ante lo cual sólo quedará la resignación, y ni siquiera cristiana. Para nosotros, el sufrimiento y el dolor tienen que ser presencia de Cristo Crucificado. Si en mi cruz no está Cristo, todo será inútil y tal vez termine en la desesperación. El sufrimiento para el cristiano tiene que ser escuela, fuente de méritos y camino de salvación. El sufrimiento en nuestra vida se tiene que convertir en una escuela de vida. Si me asomo al sufrimiento con ojos de fe y humildad empezaré a entender que el sufrimiento me enseña muchas cosas: me enseña a vivir desapegado de las cosas materiales, me enseña a valorar más la otra vida, me enseña a cogerme de Dios que es lo único que no falla, me enseña a aceptar una realidad normal y natural de mi existencia terrestre, me enseña a pensar más en el cielo, me enseña lo caduco de todas las cosas. El sufrimiento es una escuela de vida verdadera. Y va en contra de todas esas propuestas de una vida fácil, cómoda, placentera que la sociedad hoy nos propone. El sufrimiento se convierte para el cristiano en fuente de méritos. Cada sufrimiento vivido con paciencia, con fe, con amor se transforma en un caudal de bienes espirituales para el alma. El ser humano se acerca a Dios y a las promesas divinas a través de los méritos por sus obras. El sufrimiento y el dolor, vividos con Cristo y por Cristo, adquieren casi un valor infinito. Si Dios llama a tu puerta con el dolor, ve en él una oportunidad de grandes méritos, permitida por un Padre que te ama y que te quiere.


El sufrimiento es camino de salvación. La cruz de Cristo es el árbol de nuestra salvación. El dolor con Cristo tiene ante el Padre un valor casi infinito que nos sirve para purificar nuestra vida en esa gran deuda que tenemos con Dios como consecuencia de las penas debidas por nuestros pecados. Pero además desde el dolor podemos cooperar con Cristo a salvar al mundo, ofreciendo siempre nuestros sufrimientos, nuestras penas, nuestras angustias, nuestras tristezas por la salvación de este mundo o por la salvación de alguna persona en particular. Cuando sufrimos con fe y humildad estamos colaborando a mejorar este mundo y esta sociedad.
Ante la Cruz de Cristo, en la que sufre y se entrega el Hijo de Dios, no hay mejor actitud que la contemplación y el silencio. Ante esa realidad se intuyen muchas cosas que uno tal vez no sepa explicar. Para nosotros la Cruz de Cristo es el lenguaje más fuerte del amor de Dios a cada uno de nosotros.


Para Dios nuestro sufrimiento, sobre todo la muerte, debería ser el gesto más hermoso de nuestra entrega a él, a su Voluntad. Dios quiera que nunca el sufrimiento y el dolor nos descorazonen, nos aparten de él, susciten en nosotros rebeldía, nos hundan en la tristeza, nos hagan odiar la vida. Al revés, que el sufrimiento y el dolor sirvan para hacer más luminoso nuestro corazón y para ayudarnos a comprender más a todos aquellos que sufren.

Evangelio según San Mateo 6,7-15. 

Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, 
que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago y mártir 
Oración dominical                 

«Vosotros pues, orad así: Padre Nuestro...»

Ante todo, Jesús, el Doctor de la paz y el Maestro de la unidad, no ha querido que la oración sea individual y privada, de suerte que rezando cada uno no rece solo por sí mismo: «Padre mío que estás en los cielos»; ni «dame mi pan». Cada uno no pide que la deuda le sea perdonada a él solo, y no es por él solo por quien pide no caer en la tentación y ser librado del mal. Para nosotros la oración es pública y comunitaria; y cuando oramos, no rogamos por uno solo sino por todo el pueblo; pues nosotros, todo el pueblo, somos uno.
        El Dios de la paz y el Señor de la concordia que ha enseñado la unidad, ha querido que uno solo rece por todos, como en  él mismo  uno solo ha cargado con todos los hombres. Los tres jóvenes hebreos encerrados en el horno ardiente han observado esta ley de la oración  (cf Dn 3,51). Los apóstoles y los discípulos, después de la Ascensión del Señor rezaban de esta manera: «con un mismo corazón todos perseveraban en la oración, con las mujeres, con María la Madre de Jesús y con sus hermanos» (Ac 1,14). Con un mismo corazón perseveraban en la oración; por su fervor y amor mutuo, testimoniaban que Dios que hizo habitar a los hombres iguales en una misma casa, no admite en su morada eterna sino a aquellos en los que la oración se traduce como la unión de las almas (cf Ps. 67,7).
       Hermanos bien amados, cuando llamamos a Dios «Padre» debemos saber y recordar que tenemos que obrar como hijos de Dios, nos alegramos de tener a Dios como Padre, que él se alegre de tenernos por hijo.

San Gregorio Barbarigo, obispo.

En Padua, en el territorio de Venecia, san Gregorio Barbarigo, obispo, que instituyó un seminario para clérigos, enseñó el catecismo a los niños en su propio dialecto, celebró un sínodo, mantuvo coloquios con su clero y abrió muchas escuelas, mostrándose liberal con todos y exigente consigo mismo.

Que San Juan XXIII reparase en su grandeza humana, intelectual y espiritual lo dice todo. Su vasta cultura científica y literaria, así como el conocimiento de la realidad histórica y eclesial de su tiempo, le permitió abordar con rigor áreas diversas. Ser políglota le facilitó holgado acceso a muchas personas. Pero, por encima de estas y otras muchas cualidades que poseía, el «papa bueno» subrayó lo esencial: «cultivó ante todo un espíritu exquisito de santidad auténtica, purísima, que le permitió conservar la inocencia bautismal y crecer año tras año en el ejercicio de las virtudes sacerdotales más altas y edificantes […] una fe que lo puso en guardia contra las sutilezas del quietismo y del galicanismo, una confianza en Dios que le hacía familiar la elevación continuada de su espíritu hacia Jesús, mediante jaculatorias continuas como dardos de amor, una fortaleza impertérrita en circunstancias angustiosas que le hicieron decir con el puño cerrado sobre el pecho: ‘color de púrpura, color de sangre; y que esto os diga que por la justicia y por el buen derecho de Dios yo estoy dispuesto a sacrificar mi vida’. Una caridad inflamada de padre y de pastor desarrollada en las formas más abundantes y variadas de la entrega de un gran corazón de hombre insigne y de sacerdote venerable».

Nació en Venecia el 16 de septiembre de 1625 en el seno de una familia aristocrática de origen dálmata. Fue el primogénito de cuatro hermanos. Su padre Gianfrancesco era senador de la República. Cuando tenía 6 años perdió a su madre, y aquél se ocupó personalmente de que recibiera una esmerada educación espiritual e intelectual. Hizo de Gregorio un hombre competente, sincero, responsable y fiel. Sembró en su corazón la semilla de la fe incluyendo en su catecismo cotidiano la oración y la comunión, prácticas que fueron impregnando su vida. Muy joven ingresó en la carrera diplomática. Fue secretario del embajador de Venecia y junto a él intervino en 1648 en el Tratado de Wetsfalia integrando el equipo de los que pusieron fin a la guerra de los Treinta Años. Su amigo Fabio Chigi, luego pontífice Alejandro VII, le impulsó al sacerdocio. Compartían la oración y también intercambiaban sus impresiones; estudios y afanes elevados eran tema común. Gregorio huía de la farándula. Tenía la oportunidad de ir a teatros, a festivales…, pero elegía la lectura de profundas obras como la del jesuita P. Hayneufe. Chigi le obsequió con un ejemplar de la Introducción a la vida devota de san Francisco de Sales recordándole que en él ambos hallarían la fuente que estimularía su voluntad incendiando su corazón. Culminados sus estudios en Padua, como habían convenido, fue ordenado sacerdote. Dos meses más tarde, el recién aclamado pontífice lo llamó. Puso en sus manos altas misiones, entre otras, ser prelado de la Casa Pontificia. En el transcurso de la epidemia de peste bubónica, que causó la muerte a su madre, estuvo al frente del campo de operaciones establecido en el Trastévere por indicación de Alejandro VII. Sin poder evitar el temor que inicialmente le produjo hallarse entre los leprosos, extrajo de la oración su fortaleza y ejerció una labor admirable. Se desvivió atendiendo a los damnificados y consoló a los que perdían a sus seres queridos, ocupándose incluso de sepultar a los muertos. En 1657 fue designado obispo de Bergamo. Aceptó después de haber oficiado la Santa Misa para dilucidar la voluntad divina al respecto. Al llegar a su nueva sede puso un signo que denotaba su impronta apostólica y honestidad evangélica. Determinó que el dinero destinado a costear su acogida fuese donado íntegramente a los pobres. Él mismo se desprendió de sus bienes y los repartió entre ellos. Sencillo y extraordinariamente cercano compartía con los feligreses su fe y viandas en sus domicilios fueran selectos o humildes. Carlos Borromeo, por su celo reformador, y Francisco de Sales por su dulzura fueron modelos que tuvo en cuenta. «Trabajar bien y sufrir el mal es el pan de cada día de todos los siervos de Dios, pero sobre todo de los obispos», decía. Nuevamente Alejandro VII lo reclamó y tuvo que volver a Roma. A toda costa hubiera querido desembarazarse de la misión que le mantuvo allí un año y regresar a su diócesis. Pero en 1664 el papa lo trasladó a Padua para ser su obispo. Los feligreses de Bergamo se despidieron con aflicción de quien ya glosaban su santidad. También él partía con un sentimiento de dolor por los «escándalos» y debilidades que algunas veces constató, sin saber siempre cómo afrontarlos debidamente.

Aludiendo a los que estaban presos de estas flaquezas, decía: «Estos hermanos son mis angustias, mis males, estas mis lágrimas». En Padua siguió impulsando la formación de los niños y de los jóvenes, recorrió uno por uno todos los recodos de la diócesis, creó imprentas a través de las cuales proporcionaba a la gente lecturas formativas; fue un apóstol incansable del Evangelio. Allí completó la reforma del clero y de los fieles emprendida en Bergamo.

Bajo su égida pastoral los seminaristas y sacerdotes recibieron una preparación excepcional. No escatimó esfuerzos para que tuviesen los mejores medios materiales, con un nuevo seminario, y humanos recurriendo a expertos profesores de otros lugares. Confió a su amigo el gran duque Cósimo III: «El seminario es la única diversión que encuentro entre las espinas del gobierno episcopal».

Fue artífice de instituciones benéficas, escuelas, y centros para el estudio de idiomas. En 1667 el papa lo nombró cardenal. Dos veces pudo haber sido elegido pontífice, y en ambas se negó. Fue un gran promotor de la fe, de la unidad de las iglesias, y fundador de la Congregación de los Oblatos de los Santos Prodóscimo y Antonio, en Padua.

Siempre dijo: «Un obispo no debe saber lo que es el descanso»; dio fehacientes pruebas de ello. Murió el 17 de junio del año 1697 en Padua. Clemente XIV lo beatificó el 6 de junio de 1771. San Juan XXIII lo canonizó el 26 de mayo de 1960.

Oremos

Señor, tú que colocaste a San Gregorio Barbarigo en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Silencio, por favor

Dios no habla en el tumulto de impresiones, ni en la disipación. Cuando el alma está en silencio interior y exterior, cuando el alma está recogida dentro de sí, entonces es cuando Dios habla


“¡Silencio!, por favor”.

Esta indicación que encontramos en hospitales, bibliotecas, centros de culto, debería estar escrito en el interior de cada persona.

El hombre necesita silencio. Lo recordaba Pablo VI en su conocida homilía en Nazaret el 5 de enero de 1964: “Cuánto deseamos aprender la gran lección del silencioque nos ofrece siempre la escuela de Nazaret; cómo deseamos también que se renueve y fortalezca en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para todos nosotros, que estamos aturdidos por tantos ruidos y tumultos, tantas voces de nuestra ruidosa y, en extremo, agitada vida moderna”.

Ambiente anti-silencio

En efecto, el ambiente actual de baraúnda y ajetreo es, sin duda, obstáculo para el cultivo del silencio. La vida del hombre parece haber roto definitivamente los marcos tradicionales de la soledad comunitaria y del recogimiento religioso. Pero si ahondamos un poco con sagacidad o tacto, notaremos enseguida el ingente vacío interior que lleva consigo este modo de vivir. Vemos a los hombres gozar tanto con sus pasatiempos, lujos y riquezas, y quedar con el alma vacía, sin paz.

En el huracán de la vida moderna no está Dios. Hoy todo se realiza de una maneraprecipitada, sin calma, sin serenidad, sin equilibrio, sin silencio. El hombre cree que ha penetrado en el fondo de las cosas porque ha visto, ha viajado, ha oído… pero en realidad no ha penetrado nada; últimamente no ha sabido vivir en un clima de silencio que hiciera fructificar las experiencias tenidas.

El hombre moderno está ganando el mundo pero está perdiendo el alma. El hombre está enfermo, sufre el ruido de las calles, pero sobre todo padece por los ruidos que han penetrado dentro de sí mismo. Hoy, algunos consideran el silencio casi un lujo; a pesar de su inmenso valor, sin embargo, con mucha frecuencia, el ser humano no sabe hacer silencio, y cuando ya lo tiene, no sabe qué hacer con él: o se aburre, o huye de él, como de un estorbo inútil. Necesita el hombre espacios de encuentro consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y, sobre todo, con Dios.

El amante del silencio

En cambio, el hombre en el silencio interior espera, está preparado, habituado a recibir las cosas con provecho; no es un tonel agujereado como el hombre deseoso de exterioridades. En este silencio fácilmente se haya Dios. Es lo que más necesitan los hombres de hoy: buscar a Dios con avidez, con avaricia, con el silencio de la propia interioridad. El mundo actual presentaría otro rostro, si todas las personas supieran observar esta virtud y palpar sus efectos positivos en el enriquecimiento progresivo de la propia interioridad. Pero no todos practican el silencio; más bien son reducidos los grupos de almas amantes del silencio.

Y entre esos grupos debemos encontrarnos nosotros, los hombres y mujeres que buscamos a Dios. Estamos llamados a ser personas amantes del silencio.

Nuestra ruta

Seguiremos este esquema: en los primeros capítulos profundizaremos lo que nos dice la Sagrada Escritura sobre el silencio para definir en los capítulos siguientes en qué consiste esta virtud y cuáles son sus principales enemigos y obstáculos. La mayor parte del libro será dedicado a la pedagogía del silencio, es decir, a cómo alcanzar esta virtud en cada una de las facultades y potencias de la persona. Por último ofreceremos algunas anotaciones sobre los ámbitos del silencio: con los demás, consigo mismo hasta llegar al abandono o silencio con Dios.

Pablo VI, el 15 de noviembre de 1963, decía: “El mensaje divino no se comunica automáticamente, no llega por los caminos de la expresión sensible. Mis ojos no sirven, el mundo externo puede, sí, expresarme un lenguaje superficial, pero de suyo, en su interior, permanece mudo, no transmite la palabra divina. ¿Qué hacer? ¿Nos habla el Señor en el silencio o en el ruido? Respondemos todos: en el silencio. Entonces, ¿por qué no nos ponemos a la escucha en cuanto se percibe un leve susurro de la voz divina junto a nosotros?”

Dos motivos para vivir el silencio

De entre los diversos motivos que nos deben inducir a amar y vivir con plenitud la virtud del silencio, el párrafo leído nos presenta, quizá, los dos más importantes:

Vida interior

En primer lugar, el silencio es indispensable para la vida interior. En el ambiente de silencio, de atención serena, la sensibilidad se agudiza para la luz e inspiraciones del Espíritu Santo y es preparada para el influjo de la gracia. Guardar silencio es sumergirse en el vacío, es una acción y una plenitud. El silencio es el que prepara a los santos, el que los comienza, el que los continúa, el que los acaba y perfecciona.

Nuevamente Pablo VI: “¿Habla Dios al alma agitada o al alma en calma? Sabemos muy bien que, para escucharlo, debemos tener un poco de calma, de tranquilidad… es preciso aislarse un poco de toda preocupación y excitación acuciantes, y estar nosotros mismos, nosotros solos dentro de nosotros. El punto de cita no está fuera, sino en nuestro interior. La vida espiritual exige una verdadera y propia interioridad”.

Lo sabemos muy bien: Dios no habla en el tumulto de impresiones, ni en la disipación. Cuando el alma está en silencio interior y exterior, cuando el alma está recogida dentro de sí, entonces es cuando Dios habla y cuando el alma puede escucharlo. Muchas veces el Espíritu Santo está clamando con gemidos inenarrables, pero el alma no los oye porque se encuentra fuera de sí, atenta a lo que sucede fuera.

El hombre necesita de la vida interior, y por lo tanto del silencio, para vivir en plenitud nuestra relación con Dios. Así mismo, como religiosos que vivimos en una comunidad o seglares en una familia, debemos también esforzarnos por respetar la vida interior de aquellas personas con las que convivimos; más aún, tenemos que facilitársela con nuestro ejemplo, evitando todos los estorbos que pueden menoscabarla.

Compromiso apostólico

Un segundo motivo para cultivar la virtud del silencio se encuentra en nuestro compromiso apostólico y pastoral. En el testimonio y transmisión de la Palabra de Dios debemos ser hombres y mujeres de ponderación en el hablar. Es difícil hablar bien. La ponderación es una cualidad estimada pero exige un esfuerzo y una reflexión constantes. Más que el resultado de un trabajo puramente humano, es el fruto de una interioridad silenciosa y reposada. Pues sólo el ponderado en su espíritu es capaz de pensar antes de hablar, de consultar antes de exponer las propias opiniones. Solo él sabe discernir las circunstancias.

Las palabras, las decisiones del hombre que sabe guardar silencio en toda la amplitud del término, no caen en vacío al ser respaldadas por la ponderación, por la mesura y por la exactitud. Sus palabras no las provoca la improvisación, ni el egoísmo. Las suscita la rectitud y la caridad.

Como hombres y como apóstoles, necesitamos hablar bien, y, para alcanzar esta meta, nos es imprescindible el silencio. Para hablar bien se requiere antes pensar bien, y solo podemos pensar bien en un clima interno de silencio.

En resumen, el silencio es una virtud oculta pero grandiosa, necesaria para la santidad auténtica. Agradecemos esta aportación al P. Juan Carlos Ortega, L.C.
El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y cuando se cite su autor y fuente originales: http://www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.

Recomendamos:

Los doce grados del silencio: Es el silencio el que prepara a los santos, el que los comienza, el que los continúa, el que los acaba.

La importancia del silencio para el encuentro con Jesús, según la Madre Teresa de Calcuta: No podemos entrar inmediatamente en la presencia de Dios sin una experiencia de un silencio interior y exterior

La oración en la vida Cristiana: La oración consiste en elevar el corazón a Dios. Cuando una persona ora, entra en una relación personal con Dios, en una relación de amistad con Dios.

Trascendencia de la Santa Misa en la vida Sacerdotal

Puntos importantes de la carta Ecclesia de Eucharistia que escribió san Juan Pablo II en abril de 2003


Conviene refrescar la trascendencia de la misa en nuestra vocación sacerdotal. A continuación presentamos extractos con puntos importantes de la carta que el Papa, san Juan Pablo II, escribió en abril de 2003.
Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el «programa» que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, « misterio de luz »: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo. Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.



CAPÍTULO I: MISTERIO DE LA FE

La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y « se realiza la obra de nuestra redención ».
El sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía « pan de vida » (Jn 6, 35.48).
La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, « derramada por muchos para perdón de los pecados » (Mt 26, 28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí » (Jn 6, 57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente.
Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como «sello» en el sacramento de la Confirmación.
Cuando nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, la Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz



CAPÍTULO II: LA EUCARISTÍA EDIFICA LA IGLESIA

Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: « Tomad, comed... Bebed de ella todos... » (Mt 26, 26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta al final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: « Haced esto en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío » (1 Co 11, 24-25; cf. Lc 22, 19).
Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva Alianza se convierte en « sacramento » para la humanidad, signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16), para la redención de todos. La misión de la Iglesia continúa la de Cristo: « Como el Padre me envió, también yo os envío » (Jn 20, 21). Por tanto, la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.



CAPÍTULO III: APOSTOLICIDAD DE LA EUCARISTÍA Y DE LA IGLESIA


También los Apóstoles están en el fundamento de la Eucaristía, no porque el Sacramento no se remonte a Cristo mismo, sino porque ha sido confiado a los Apóstoles por Jesús y transmitido por ellos y sus sucesores hasta nosotros.
La Iglesia es apostólica en el sentido de que « sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los Obispos, a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia.
El ministerio de los sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena.
Con ánimo agradecido a Jesucristo, nuestro Señor, reitero que la Eucaristía «es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella».



CAPÍTULO IV: EUCARISTÍA Y COMUNIÓN ECLESIAL



La comunión supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace «partícipes de la naturaleza divina » (2 Pe 1, 4), así como la práctica de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad. Sólo de este modo se obtiene verdadera comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la gracia santificante y en la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el « cuerpo » y con el « corazón »; es decir, hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, « la fe que actúa por la caridad » (Ga 5, 6).
Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma que, para recibir dignamente la Eucaristía, debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal . La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: « En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! »
Toda celebración de la Eucaristía se realiza en unión no sólo con el propio obispo sino también con el Papa, con el orden episcopal, con todo el clero y con el pueblo entero. Toda válida celebración de la Eucaristía expresa esta comunión universal con Pedro y con la Iglesia entera. La misa dominical es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente. Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad.
La aspiración a la meta de la unidad nos impulsa a dirigir la mirada a la Eucaristía, que es el supremo Sacramento de la unidad del Pueblo de Dios, al ser su expresión apropiada y su fuente insuperable. Precisamente porque la unidad de la Iglesia, que la Eucaristía realiza mediante el sacrificio y la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor, exige inderogablemente la completa comunión en los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico, no es posible concelebrar la misma liturgia eucarística hasta que no se restablezca la integridad de dichos vínculos.



CAPÍTULO V: DECORO DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA


Como la mujer de la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de «derrochar», dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía. No menos que aquellos primeros discípulos encargados de preparar la « sala grande », la Iglesia se ha sentido impulsada a lo largo de los siglos y en las diversas culturas a celebrar la Eucaristía en un contexto digno de tan gran Misterio.
Aunque la lógica del «convite» inspire familiaridad, la Iglesia no ha cedido nunca a la tentación de banalizar esta «cordialidad» con su Esposo, olvidando que Él es también su Dios y que el « banquete » sigue siendo siempre, después de todo, un banquete sacrificial, marcado por la sangre derramada en el Gólgota. El banquete eucarístico es verdaderamente un banquete «sagrado», en el que la sencillez de los signos contiene el abismo de la santidad de Dios.
Siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo.



CAPÍTULO VI: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER « EUCARÍSTICA »


María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.
Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía.



CONCLUSIÓN


Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?
La vía que la Iglesia recorre en estos primeros años del tercer milenio es también la de un renovado compromiso ecuménico. Los últimos decenios del segundo milenio, culminados en el Gran Jubileo, nos han llevado en esa dirección, llamando a todos los bautizados a corresponder a la oración de Jesús « ut unum sint » (Jn 17, 11). Es un camino largo, plagado de obstáculos que superan la capacidad humana; pero tenemos la Eucaristía y, ante ella, podemos sentir en lo profundo del corazón, como dirigidas a nosotros, las mismas palabras que oyó el profeta Elías: « Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti » (1 Re 19, 7). El tesoro eucarístico que el Señor ha puesto a nuestra disposición nos alienta hacia la meta de compartirlo plenamente con todos los hermanos con quienes nos une el mismo Bautismo. Sin embargo, para no desperdiciar dicho tesoro se han de respetar las exigencias que se derivan de ser Sacramento de comunión en la fe y en la sucesión apostólica.

 

Laudato Si, la encíclica de Francisco sobre el cuidado de la Creación


La encíclica “verde” del Papa clama contra el calentamiento global y alienta una “revolución”
“La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”
Francisco arremete en “Laudato Si” contra el sistema económico y financiero que ahoga a los más pobres
Jesús Bastante, 18 de junio de 2015 a las 12:00
•    Laudato Si
•    Laudato Si: Una encíclica contundente, profética y desafiante
•    Siete claves como prólogo para entender "Laudato Si"
Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos

(Jesús Bastante).- Y, al fin, vio la luz. "La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería". Es una de las muchas frases impactantes que se recogen en "Laudato Si" (Alabado seas), la nueva encíclica del Papa sobre "el cuidado de la Casa Común". Un auténtico "Cántico a las criaturas" del siglo XXI, en el que el nuevo San Francisco advierte del "gemido de la hermana Tierra", acosada por un brutal cambio climático y la "cultura del descarte", que necesita urgentemente un cambio de rumbo antes de que sea tarde. Un texto que, sin lugar a dudas, marcará un antes y un después para el futuro del planeta y de sus habitantes.

"Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático (...). Si la actual tendencia continúa, este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos", subraya el texto, que está siendo presentado en estos momentos, y en el que Bergoglio arremete contra los poderes políticos y económicos del planeta, que azotados por la corrupción,llevan al mundo y a sus habitantes hacia su autodestrucción, ante la "general indiferencia" del hombre y la mujer de hoy.

"El gemido de la hermana tierra se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo", afirma, rotundo, el Papa, en este texto llamado a marcar un antes y un después en las relaciones del ser humano con el planeta. Y también, un llamamiento a una "valiente revolución cultural" que arremeta contra los poderes políticos y económicos y que abogue por un empoderamiento de la sociedad civil.

"La sociedad debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos", afirma el pontífice, quien se muestra implacable con el sistema que impuso "la salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el sistema entero".

"A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle", incide el pontífice. "Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco".

El documento cuenta con una introducción, seis capítulos y dos oraciones finales. "Laudato Si" arranca con una declaración de intenciones: "Nuestra casa común es también como hermana, con la cual compartimos la existencia". Una hermana, la Tierra, que "clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella", pues "hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla.(...). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra".

¿Cuáles son los ejes que atraviesan la encíclica? El propio Pontífice lo explica: "La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida".

El texto, en el que Francisco se dirige no sólo a los católicos, sino "a cada persona que habita este planeta", incluye las aportaciones de los papas anteriores y del patriarca Bartolomé, "con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena". Y un recuerdo especial para San Francisco de Asís, "un modelo bello que puede motivarnos", y el "ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad (...) Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados (...). En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior".

En la introducción, Francisco ya deja claras sus intenciones: "Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos". Y es que "el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza".

"El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común.(...) Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos", clama Francisco, haciendo "una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta".

"Lamentablemente -prosigue el Papa-, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas". Por ello, "necesitamos una solidaridad universal nueva".

Capítulo 1. Lo que le está pasando a nuestra casa

La contaminación y el cambio climático, que se asocian a la cultura del descarte, son las principales preocupaciones de esta parte del documento. Así, Francisco denuncia cómo "se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos". "La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería (...)Muchas veces se toman medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las personas", incide el Papa.

Unos problemas que "están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura". Frente a ello, es preciso "moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar"

El clima es un bien común, de todos y para todos, pero lo estamos destrozando, afirma el Papa, quien hace una rotunda condena del impacto del cambio climático en el presente y el futuro del planeta, lo que a buen seguro generará duras críticas entre las multinacionales y los sectores ultraconservadores. "Nos encontramos -asegura Francisco- ante un preocupante calentamiento del sistema climático. (...) La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan".

Un cambio climático que "es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad", cuyos impactos "recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo", Con crueles consecuencias que ya estamos observando: "Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna".

"Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil, "sostiene el Papa, quien incide en que "se ha vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos años la emisión de anhídrido carbónico y de otros gases altamente contaminantes sea reducida drásticamente" desarrollando fuentes de energía renovables.

El texto hace especial hincapié en el problema del agua y la pobreza, señalando que "ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza (...). La pobreza del agua social se da especialmente en África, donde grandes sectores de la población no acceden al agua potable segura, o padecen sequías que dificultan la producción de alimentos. En algunos países hay regiones con abundante agua y al mismo tiempo otras que padecen grave escasez". Y cuando se da, su baja calidad "provoca muchas muertes todos los días". "Este mundo -constata el Papa- tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable"

Bergoglio también muestra su preocupación por la falta de preservación de los "pulmones del planeta", como el Amazonas, el Congo, los grandes acuíferos y los glaciares, así como "el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir". Sin embargo, denuncia el Papa, "no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas".

"Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres". Empero, en lugar de "resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva»".

Para Francisco, "culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos, es un modo de no enfrentar los problemas. (...) sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»".

Esta inequidad afecta "a países enteros", y obliga a pensar en "una ética de las relaciones internacionales". Porque "hay una verdadera «deuda ecológica», particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales".

Como siempre, los pobres pagan las consecuencias de los desmanes de los ricos. "La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica", advierte el Papa, quien insiste en que "necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia".

"Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos", subraya el texto, que sin embargo alerta de la "debilidad de la reacción política internacional", que se explicita en "el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente".

"Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas", denuncia el Papa, quien añade que el agotamiento de algunos recursos pueda crear "un escenario favorable para las nuevas guerras".

"La guerra siempre produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en la energía nuclear y en las armas biológicas (...). los diseños políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?". Pese a lo crítico de la situación, y el "gran deterioro de nuestra casa común", Francisco cierra este capítulo con un llamamiento a la esperanza, que "nos invita a reconocer que siempre hay una salida".


Capítulo 2.- El Evangelio de la Creación

Las relaciones entre la fe y la Creación forman la base de este segundo capítulo, en el que el Papa aclara que "ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje". Y es que "las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles".

"No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada", añade Francisco, rompiendo los antiguos esquemas, basados en una mala interpretación de las Escrituras, que daban al ser humano un poder omnímodo. "Hoy -señala- debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas". Así, "mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza".

"La injusticia no es invencible", subraya el texto, que presenta "un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder".

Esto es relevante porque otra visión, la "que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo".

Frente a ello, Francisco rescata el sueño de la "familia universal" de todos los seres del universo. "Especialmente deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta". "Seguimos admitiendo en la práctica -concluye- que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos".

Coherencia: "Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada". Esta indiferencia ante las criaturas acaba "trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos". "El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana»".

"El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros", insiste Francisco.

Capítulo 3.- La raíz humana de la crisis ecológica

Estamos ante una crisis ecológica, señala el Papa, causada por el hombre y su escalada hacia un progreso tecnológico sin límites. "Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo en que lo está haciendo", subraya, recordando "las bombas atómicas (...), el gran despliegue tecnológico ostentado por el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de la matanza de millones de personas".

"Es posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece constantemente» cuando no está «sometido a norma alguna reguladora de la libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la seguridad»", advierte Bergoglio, quien subraya la "mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a «estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite".

El documento es especialmente crítico con el actual sistema económico y financiero. "Las finanzas ahogan a la economía real -señala-. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro ambiental", pensándose, por ejemplo, que "los problemas del hambre y la miseria en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado".

La "cultura ecológica", afirma el Papa, "debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático". Una mirada en el que la gente "toma conciencia de que el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los caminos fundamentales para un futuro feliz".

Junto a ello, se hace urgente "avanzar en una valiente revolución cultural". "Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano".

"Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad -por poner sólo algunos ejemplos-, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado", denuncia Francisco, quien insiste en que "no se puede prescindir de la humanidad" y que "no hay ecología sin una adecuada antropología".

En este sentido, Bergoglio señala que "tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades"

"Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción?", se pregunta el texto. "¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres? Es la misma lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita".

La encíclica también se detiene en defender la dignidad del trabajo como parte de la sana ecología humana. "Más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos»", apunta el Papa, quien insiste en que "ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo".

Y, también, el amor a los animales: "El poder humano tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas».Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso de la integridad de la creación»

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Capítulo 4.- Una ecología integral

El Papa apuesta por una "ecología integral", que no separe la naturaleza del hombre, ni a éste de los distintos "ecosistemas", culturales, económicos y sociales. La política, y los mercados. "Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base para construir una ciudad habitable".

Sobre las ciudades, el Papa pide "incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original. Por eso la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio". Por contra, una "visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad".

Porque "la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas", señala el Papa, quien pone como ejemplo a las comunidades aborígenes.

Junto a los grandes asuntos, también está el día a día, lo que cada uno podemos hacer. Así, Francisco constata con admiración "la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos, y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad". Y tratando de acabar con dicha precariedad, pues "los habitantes de barrios muy precarios, el paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social que se vive en las grandes ciudades puede provocar una sensación de desarraigo que favorece las conductas antisociales y la violencia".

"La falta de viviendas -añade- es grave en muchas partes del mundo, tanto en las zonas rurales como en las grandes ciudades". "No sólo los pobres, sino una gran parte de la sociedad sufre serias dificultades para acceder a una vivienda propia", añade el Papa, quien incide en que "la posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las personas y con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la ecología humana".

Bergoglio también se detiene a abundar en la necesidad de "aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana", y a valorar "el propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. (...) no es sana una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»".

Y, en definitiva, apostar por el bien común, en mitad de una sociedad mundial "donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos". "El principio del bien común -añade- se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres".

Un bien común que tiene mucho que ver con el futuro de la humanidad. "Las crisis económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional".

"¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? (...). Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra", sostiene Francisco, quien denuncia cómo "las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad". "El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones", advierte.

"Nuestra incapacidad para pensar seriamente en las futuras generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses actuales y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo", lamenta Francisco, quien pide que "no imaginemos solamente a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando".

Capítulo 5.- Algunas líneas de orientación y acción

Tras el diagnóstico, algunas propuestas para caminar, que "nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo". En primer lugar, el diálogo en la política internacional, pues "la interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común".
En este punto, cobra importancia la necesidad de acabar con el consumo sin límites. "La tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes (carbón, petróleo o gas) necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora". Mientras no haya un amplio desarrollo de energías renovables, que debería estar ya en marcha, "es legítimo optar por lo menos malo o acudir a soluciones transitorias". No es fácil, pero hay que intentar que "mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades".

Más hechos, menos decisiones. El Papa denuncia cómo "las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces" Los avances han sido mínimos en lo relativo al cambio climático o la diversidad biológica. "La reducción de gases de efecto invernadero requiere honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más contaminantes". Y una mirada hacia los más pobres.

"Los países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el desarrollo social de sus habitantes; aunque deban analizar el nivel escandaloso de consumo de algunos sectores privilegiados de su población, y controlar mejor la corrupción", señala el Papa, para quien "urgen acuerdos internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias locales para intervenir de modo eficaz". "Hacen falta marcos regulatorios globales", constata el Papa.

Al tiempo, "necesitamos una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres", con una diplomacia que sea capaz de "promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más graves que terminan afectando a todos".

En cada país, y "dado que el derecho a veces se muestra insuficiente debido a la corrupción, se requiere una decisión política presionada por la población". "La sociedad -insta Francisco-, a través de organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más riguroso" porque, "si los ciudadanos no controlan al poder político -nacional, regional y municipal-, tampoco es posible un control de los daños ambientales".

"Hay que conceder un lugar preponderante a una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas", y que tengan en el diálogo y la transparencia sus señas de identidad.

Francisco es especialmente duro con el sistema que nos llevó a la mayor crisis económica de los últimos tiempos, y las recetas que se quisieron dar desde dentro. "La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación".

"Hay que pensar también en detener un poco la marcha, en poner algunos límites racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde", proclama Francisco, quien ve "insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana".

Los "sectores económicos", en ocasiones, "ejercen más poder que los mismos Estados. Pero no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual". Por ello, "necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis". Y es que "muchas veces la misma política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas".

Capítulo 6. Educación y espiritualidad ecológica

Para concluir, el Papa ofrece una serie de ideas para "orientar el rumbo", porque "la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos".

Pese a lo que pudiera parecer, "no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan". Son capaces "de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad".

"A cada persona de este mundo -añade el papa- le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle", y que apueste por un "cambio en los estilos de vida", que "podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social", superando "el individualismo" para "desarrollar un estilo de vida alternativo".

En este punto, "la educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias". Pequeños actos que generan actitudes que cambian el mundo.

Para concluir, Francisco habla de la "conversión ecológica", que propone a los cristianos "líneas de espiritualidad ecológica" para "renovar la humanidad". Ello es preciso pues "algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente", mientras "otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes".

Sobriedad, libertad, conciencia, paz son otros de los aspectos abordados en este último tramo de la encíclica, en la que el Papa valora el descanso dominical y el hecho de "detenerse a dar gracias a Dios antes y después de las comidas".

"Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco", apuntala el Papa, reclamando la "fraternidad espiritual", y concluyendo que el camino es importante, y tiene un destino. "Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza".

Oración en la naturaleza


Rezar con la encíclica
Oración por nuestra Tierra
El Papa propone dos oraciones en 'Laudato Si'
Papa Francisco, en Laudato Si, 18 de junio de 2015 a las 12:00
'Tú que rodeas con ternura todo lo que existe, enséñanos a contemplar admirados'

(Papa Francisco, en Laudato Si).- Después de esta prolongada reflexión, gozosa y dramática a la vez, propongo dos oraciones, una que podamos compartir todos quienes creemos en un Dios creador y padre, y otra para que los cristianos sepamos asumir los compromisos con la creación que nos plantea el Evangelio de Jesús.

Oración por nuestra tierra

Padre nuestro que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Padre de los pobres,
ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.

Oración cristiana con la creación

Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas, y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino, comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor, muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando,
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas. Amén.       

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