«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»
- 10 Septiembre 2015
- 10 Septiembre 2015
- 10 Septiembre 2015
Evangelio según San Lucas 6,27-38.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los
malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».
San Nicolás de Tolentino, religioso presbítero
En Tolentino, del Piceno, san Nicolás, presbítero, religioso de la Orden de Ermitaños de San Agustín, el cual, fraile de rigurosa penitencia y oración asidua, severo consigo y comprensivo con los demás, se autoimponía muchas veces la penitencia de otros.
Nació en Sant´Angelo in Pontano, Italia, en 1245. Sus padres, que durante años esperaban descendencia, en el transcurso de una peregrinación a Bari prometieron que si lograban ser bendecidos por Dios con ella en el caso de que fuese un varón lo consagrarían a san Nicolás, titular de la ciudad. Y así lo hicieron atribuyéndole la pronta concepción de ese hijo tan deseado. El pequeño Nicolás creció dando muestras de la bondad y amabilidad que, junto a su desprendimiento y sensibilidad por los necesitados, caracterizaría su vida entera. Y es que el sensible y piadoso muchacho solía atender personalmente a los pobres que llegaban a su casa pidiendo ayuda. Los primeros conocimientos se los proporcionó el sacerdote en su localidad natal.
Puede que el ejemplo y educación que recibió de sus padres, junto con la cercana presencia de los ermitaños agustinos, despertara en él una temprana vocación, porque a los 12 años ingresó en el convento como «oblato». Su idea no era recibir únicamente esa formación que completaría con creces la que pudo darle el bondadoso clérigo, sino que albergaba el sueño de ser agustino. A los 15 años inició el noviciado, y en 1261 profesó. En 1269 fue ordenado sacerdote por el obispo san Benito de Cíngoli. Después ejerció su misión pastoral en distintos puntos de la región de Las Marcas durante seis años.
Pero sus superiores seguramente preocupados por su débil salud, viendo que ni siquiera le ayudaba en su restablecimiento la misión que le encomendaron de maestro de novicios que no exigía continuos desplazamientos, en 1275 determinaron enviarle a Tolentino donde permaneció el resto de su vida.
Fue un hombre de gran austeridad; es la característica que se subraya unánimemente cuando se configura su trayectoria espiritual. Su ascetismo, forjado en el fecundo aprendizaje que había tenido previamente en conventos herederos de la genuina tradición eremítica, estaba signado por la mortificación y el ayuno. Aparte de la frugalidad de su comida, y la radicalidad de su pobreza –mantenía un solo hábito que remendaba cuando era preciso, dormía poco y en condiciones no aptas precisamente para el rácano descanso y menos para una persona corpulenta como él: en un saco, con una piedra como almohada y cubriéndose solo con su propio manto–, no desestimaba todo lo que podía ayudarle a conquistar la perfección. Es decir, que estas asperezas penitenciales y las disciplinas físicas que también se aplicaba no sustituían a la donación de sí mismo. Se esforzaba en ofrendarse, como hacía por ejemplo, con su criterio. Así, aunque no le agradaba la carne, cuando el superior le recomendaba su ingesta por el bien de su salud, se doblegaba humildemente. De todos modos, con una lógica que excede a la ofrecida por textos científicos, en lo que a su bienestar concernía solía poner en duda la preeminencia del valor nutricional de la carne frente al de las hortalizas.
No tenía duda de que si Dios quería para él una fortaleza física que estaba lejos de poseer, la ingesta de verduras le habría servido. Se cuenta que, en una ocasión, teniendo en el plato dos sabrosas perdices asadas, Nicolás les ordenó: «Seguid vuestro camino». Y, al parecer, las aves emprendieron instantáneo vuelo.
Al margen de estas anécdotas, tal como se puso de relieve en el proceso de su canonización, fue un hombre obediente y fiel, efectuando lo que se le indicaba con prontitud y alegría; una persona dócil, sensible, entrañable, cercana, disponible, comprensiva, exquisita siempre en su trato que disfrutaba viendo gozar a los demás en el día a día. Era lo que cabía esperar de una persona como él que dedicaba a la oración 15 horas diarias. El resto del tiempo lo repartía en tareas apostólicas, confesión, lectura, meditación, asistencia al refectorio, al rezo del oficio divino…, y algún pequeño momento solaz en el recreo comunitario. ¡La multiplicación del tiempo, como se aprecia frecuentemente en esta sección de ZENIT, es otra gracia que reciben los santos! La continua presencia de Dios en él explica la profunda e incontenible emoción que sentía ante la Eucaristía, hecho que muchas personas pudieron constatar alguna vez, y también los favores extraordinarios que recibió, así como los numerosos milagros que obró. Su apostolado estuvo caracterizado por la dulzura y la amabilidad, rubricado por su admirable caridad. De ella sabían bien cercanos y lejanos, y de forma especial los enfermos y pobres a los que asistía sirviéndose de un bastón cuando ya no tenía fuerzas para deambular por sí mismo, así como los penitentes que se confesaban con él –casi toda la ciudad lo hacía–, y las tantas personas que le acogían con gusto en sus domicilios cuando los visitaba. Ésta era otra de las actividades apostólicas de Nicolás por la que sentía particular debilidad.
En una visión contempló el purgatorio después del fallecimiento de un religioso que hallándose en él, rogó sus oraciones. Sus penitencias y súplicas por él y por otros que purgaban sus penas, fueron escuchadas. De ahí que se le considere abogado de las almas del purgatorio. Su muerte se la anunció una estrella que apareció persistentemente durante varias jornadas, apuntando primeramente a su localidad natal y situándose después en Tolentino, justo encima del convento. Un religioso venerable, al que consultó, descifró su significado: «La estrella es símbolo de tu santidad. En el sitio donde se detiene se abrirá pronto una tumba; es tu tumba, que será bendecida en todo el mundo como manantial de prodigios, gracias y favores celestiales». La estrella le siguió unos días hasta que el 10 de septiembre de 1305, invocando a María por la que tuvo desde niño gran devoción, y contemplando el preciado lignum crucis, falleció. Sus últimas palabras dirigidas a la comunidad habían sido: «Mis amados hermanos; mi conciencia no me reprocha nada; pero no por eso me siento justificado».Eugenio IV lo canonizó el 1 de febrero de 1446.
San Máximo el Confesor (c. 580-662), monje y teólogo
«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»
No te ates a las sospechas o a los hombres que te llevan a escandalizarte de ciertas cosas. Porque los que, de una u otra manera, se escandalizan de las cosas que les ocurren, las hayan o no querido, ignoran el camino de paz que, recorrido con amor, llevan al conocimiento de Dios a los que se sienten atraídos por él.
No ha alcanzado todavía el amor perfecto el que se ve aún afectado por los caracteres de los hombres, el cual, por ejemplo, ama a uno y aborrece al otro, o bien tan pronto ama como detesta al mismo hombre y por las mismas razones.
El amor perfecto no desgarra la única y misma naturaleza de los hombres porque éstos tienen caracteres diferentes, pero teniendo en cuenta su naturaleza, ama a todos con el mismo amor.
Ama a los virtuosos como amigos, y a los malos como enemigos, haciéndoles el bien, soportándolos con paciencia, sufriendo lo que le llega de su parte, no considerando, de ninguna manera, la malicia, sino llegando incluso a sufrir por ellos si la ocasión se presenta. Así, si es posible, hará de ellos unos amigos. Cuando menos será fiel a sí mismo mostrando siempre y a todos sus frutos de la misma forma. Nuestro Señor y Dios, Jesucristo, mostrándonos el amor que nos tiene sufrió por la humanidad entera y a todos por igual dio la esperanza de la resurrección, aunque cada uno, según sus obras, se haga digno de la gloria o del castigo.
El Papa en Santa Marta
"Es importante entender a los demás, no condenarlos", dice el Papa en Santa Marta
Francisco: "Si no sabes perdonar, no eres cristiano"
Bergoglio condena a los que producen armas "que terminan bañadas en la sangre de los inocentes"
Redacción, 10 de septiembre de 2015 a las 12:26
Si tú eres sacerdote y no quieres ser misericordioso, dile a tu obispo que te dé un trabajo administrativo, pero no vayas a un confesionario ¡por favor! Un sacerdote inmisericorde ¡hace tanto daño en el Confesionario! Maltrata a la gente
(RV).- Paz y reconciliación. Papa Francisco ha desarrollado su homilía en la Misa matutina de la Casa Santa Marta partiendo de este binomio. El Pontífice ha condenado a los que producen armas para asesinar en las guerras, pero ha advertido también contra los conflictos internos de las comunidades cristianas. El Papa también ha hecho una nueva exhortación a los sacerdotes a ser misericordiosos como lo es el Señor.
Jesús es el príncipe de la paz porque genera paz en nuestros corazones. Papa Francisco ha partido de las lecturas del día para detenerse en el binomio paz-reconciliación. Y después de esto se ha preguntado si "nosotros agradecemos suficiente" por este don de la paz que hemos recibido en Jesús".La paz, dijo, "ha sido dada, pero no aceptada".
También hoy, todos los días, "en los telediarios, en los periódicos, constató con amargura, vemos que hay guerras, destrucciones, odio, enemistad".
"También hay hombres y mujeres que trabajan mucho, mucho, para fabricar armas que matan, armas que terminan bañadas en la sangre de los inocentes, de tanta gente. ¡Las guerras existen! Existen y también la maldad de preparar la guerra, de hacer armas contra los demás, para matar. La paz salva, la paz te hace vivir, te hace crecer; la guerra te aniquila, te hace descender".
Sin embargo, añadió, la guerra no es solo esta, "también existe en nuestras comunidades cristianas, entre nosotros". Y este, destacó, es el "consejo" que hoy nos da la liturgia: "Haced la paz entre vosotros". El perdón, añadió, es la palabra "clave". "Como el Señor os ha perdonado, haced así también vosotros".
"Si no sabes perdonar, no eres cristiano. Serás un buen hombre, una buena mujer... pero no harás lo que hizo el Señor. Es más, si no perdonas, no puedes recibir la paz del Señor, el perdón del Señor. Y cada día, cuando rezamos el Padrenuestro: ‘Perdona nuestras ofensas, como también perdonamos a los que nos ofenden...' Es una condición. Tratamos de ‘convencer' a Dios para que sea bueno como nosotros somos buenos perdonando, al contrario. Palabras ¿no? Como se cantaba en esa bella canción: ‘Parole, parole, parole' Creo que era Mina la que la cantaba... ¡Palabras! ¡Perdonaos! Como el Señor os ha perdonado, haced así también vosotros".
Necesitamos "paciencia cristiana", retomó. "¡Cuántas mujeres heroicas hay en nuestro pueblo, dijo, que soportan, por el bien de la familia, de los hijos, tanta maldad, tantas injusticias, las soportan y continúan adelante con sus familias". ¡Cuántos hombres heroicos hay en nuestro pueblo cristiano, prosiguió, que soportan levantarse pronto por las mañanas y van a trabajar, muchas veces un trabajo injusto, mal pagado, para volver por la noche con el fin de mantener a la mujer y a los hijos. Estos son los justos".
Pero, advirtió, también están los que "hacen trabajar la lengua y hacen la guerra", porquela "lengua destruye, hace la guerra", Hay "otra palabra clave", que nos da Jesús en el Evangelio: "misericordia". Es importante "entender a los demás, no condenarlos".
"El Señor, el Padre, es tan misericordioso, afirmó, siempre nos perdona, siempre quiere la paz con nosotros". Pero "si tú no eres misericordioso, advirtió el Papa, te arriesgas a que el Señor no sea misericordioso contigo, porque seremos juzgados con la misma medida con la que juzgamos a los demás".
"Si tú eres sacerdote y no quieres ser misericordioso, dile a tu obispo que te dé un trabajo administrativo, pero no vayas a un confesionario ¡por favor! Un sacerdote inmisericorde ¡hace tanto daño en el Confesionario! Maltrata a la gente. ‘No, Padre, yo soy misericordioso, pero soy un poco nervioso'. ‘Es verdad... entonces antes de ir al confesionario vete al médico a que te dé una pastilla para los nervios. Pero sé misericordioso'. Y también entre nosotros: seamos misericordiosos. ‘Este ha hecho eso y lo otro... y yo... ¿qué he hecho yo?'. ‘¡Ese es más pecador que yo!': ¿Quién puede decir esto, que el otro es más pecador que yo? ¡Nadie puede decirlo! Solo el Señor sabe".
Como enseña San Pablo, evidenció el Papa, es necesario "revestirse de ternura, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de magnanimidad". Este, dijo Francisco, "es el estilo cristiano", "el estilo con el que Jesús hizo la paz y la reconciliación". "No es la soberbia, no es la condena, no es hablar mal de los demás". Que el Señor, concluyó, "nos dé a todos nosotros la gracia de soportarnos mutuamente, de perdonar, de ser misericordiosos, como el Señor es misericordioso con nosotros".
Con la medida con que midan, se les medirá
Lucas 6, 27-38. Tiempo Ordinario. Ir sobre el camino de Jesús, que es el amor; ser misericordiosos como el Padre es misericordioso.
Oración introductoria
Gracias, Señor, porque conoces mi debilidad y aún así me llamas a la santidad. Te suplico que mi oración me llene de confianza, no en mi esfuerzo o virtud, sino en tu inmensa misericordia, en tu compasión para conmigo y en tu gracia que hace que todo sea posible.
Petición
Señor, ayúdame a no defraudarte y a corresponderte buscando la perfección en mi amor, hoy más que ayer.
Meditación del Papa
Es darse a sí mismo, dar el corazón, precisamente a los que no nos quieren, que nos hacen mal, a los enemigos. Esta es la novedad del Evangelio. Jesús nos muestra que no hay mérito en amar a quien nos ama, porque eso también lo hacen los pecadores. Los cristianos, sin embargo, estamos llamados a amar a nuestros enemigos. Hacer el bien y prestar sin esperar nada a cambio, sin intereses y la recompensa será grande. El Evangelio es una novedad. Una novedad difícil de llevar adelante. Pero significa ir detrás de Jesús.
Y podríamos decir: '¡Pero, yo... yo no creo que sea capaz de hacerlo!' - 'Si no lo crees, es tu problema, pero el camino cristiano es este. Este es el camino que Jesús nos enseña. '¿Y qué debo esperar?' Ir sobre el camino de Jesús, que es la misericordia; ser misericordiosos como el Padre es misericordioso. Solamente con un corazón misericordioso podremos hacer todo aquello que el Señor nos aconseja. Hasta el final. La vida cristiana no es una vida auto referencial; es una vida que sale de sí misma para darse a los otros. Es un don, es amor, y el amor no vuelve sobre sí mismo, no es egoísta: se da. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 11 de septiembre de 2014, en Santa Marta).
Reflexión
En nuestra sociedad, amamos a los que nos aman; hacemos el bien a quienes nos lo hacen y prestamos a quienes sabemos nos lo van a devolver. Una conducta muy razonada, que no compromete en nada. Pero obrando así, ¿qué es lo que nos distingue de los que no tienen fe?. Al cristiano se le pide un "plus" en su vida: amar al prójimo, hacer el bien y prestar sin esperar recompensa, pues eso es lo que hace Dios con nosotros, que nos ama primero para que nosotros le amemos.
Tenemos que adelantarnos a hacer el bien, para despertar en el corazón de los otros sentimientos de perdón, de entrega, de generosidad, paz y gozo; así nos vamos pareciendo al Padre del cielo y vamos formando en la tierra la familia de los hijos.
Propósito
Transformar los problemas y conflictos del día de hoy en oportunidades para crecer en la confianza en la providencia de Dios.
Diálogo con Cristo
Señor, Dios Todopoderoso, rico en misericordia y perdón, mira nuestra torpeza para amar, nuestra poca generosidad en la entrega y nuestra dificultad a la hora de perdonar. Te pedimos nos concedas un corazón misericordioso que se compadezca de las necesidades de nuestros hermanos.
Presencia viva....plenitud de vida
Estar alertas para conocerte, que no estemos distraídos con una y mil cositas que no tienen valor.
Cuando estoy en tu presencia, Señor, ahí, desde el Sagrario donde me miras y me escuchas... me da gusto recordar pasajes de tu vida y pienso que a ti te gusta... ¿Recordamos?
Ya resucitado te apareces a tus amigos, a los que tanto quisiste, a los que se durmieron cuando les pediste que velasen mientras sudabas sangre y estabas lleno de tristeza...
En la primicia de tu resurrección te apareciste a la mujer pecadora, porque ya arrepentida, te amaba en entrega total,... a tus seguidores en el camino de Emaús que iban decepcionados tras la muerte del Maestro, porque eran pesimistas y en su corazón solo tenían tristeza y desánimo..., al amigo que no creyó lo que le contaron sus compañeros ... y tuvo que meter sus dedos en tus llagas y la mano en tu herida palpitante para creer, e hizo que tu, Jesús, le dijeras: - "Tomás, porque has visto has creído. Dichosos los que creen sin ver"
Y en ese momento nos llamaste dichosos y bienaventurados a todos los que en el tiempo y la distancia creemos en Ti por la fuerza y la gracia de la fe.
Te volviste a aparecer una y otro vez después de tu resurrección...no como un fantasma, no como fue la resurrección de Lázaro, que a pesar del milagro de volver a la vida, quedó sujeto a volver a morir. No como algo irreal e intocable, no, te presentaste con una realidad tangible y transfigurado al mismo tiempo. Tu ya no pertenecías a la Tierra pero vivías en ella.
Eras presencia viva, plenitud de vida.
Y como queriendo demostrar que no eras una aparición, un fantasma o figuración de las mentes de tus discípulos, te sientas con ellos, conversas con sencillez y les pides de comer....
Hubo en tu tercer encuentro, un cuadro bellísimo.
Estaban pescando. No sacaban nada. Todo la noche fatigosa y sin ningún logro.
Al amanecer, la figura de un hombre joven, en la playa, les hace señas.
Se acercan, El les dice: - "Muchachos, teneís algo que comer? " ( Jn 21,5). Estaban malhumorados y te contestaron, que no. Y les dijiste: - "Echad la red a la derecha y hallareís". Así lo habían estado haciendo toda la noche pero obedecieron en silencio, quizá recordando otra ocasión parecida... ¡y las redes se llenaron!
Volvieron a mirar a la orilla buscando al desconocido y te vieron encendiendo la hoguera. Todos los corazones latían fuerte por el mismo pensamiento y Juan fue el que habló :- "Es El, el Señor!
Pedro no pudo contener su carácter vehemente y se arrojó al agua con la túnica arrollada al cuello y cuando llegó a la orilla se la puso y corrió hacia Ti.
Luego se les unieron los demás , felices y seguros. Allí estabas Tu, el resucitado pero asando un pez, como antes, como un viejo y querido amigo, como el Maestro de siempre, sencillo, tierno, bondadoso, con tu mismo estilo de mansedumbre y con la misma forma, tan especial, de partir y repartir el pan. Y Tu, Jesús, te acercas a nosotros así, en mil formas diferentes.
Te vemos en el que nos pide pan, en el que nos pide ayuda. Tenemos que estar alertas para conocerte, que no estemos distraídos con "una y mil cositas que no tienen valor".... y no tengamos que experimentar la tristeza de que LLEGASTE Y PASASTE DE LARGO.
Que tuviste ganas no solo de comer con nosotros sino de ser nuestro alimento.... y tocaste a nuestra puerta y.... ¡no te reconocimos!.
Tu que eres, Señor, presencia viva, plenitud de vida. ¡Ayúdanos, Señor!
10 frases de los Padres de la Iglesia que aumentarán tu amor por la Eucaristía
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Jn 6,5
Se puede decir que el anhelo de algo –un objeto, un alimento o una bebida- capaz de otorgarnos vida eterna, o eterna juventud, está radicado en lo más profundo del corazón del hombre. Esta aspiración ha estado siempre presente; en los poemas más antiguos de la humanidad se pueden encontrar vestigios de ese impulso titánico del hombre por superarse a sí mismo, por superar los límites de su creaturalidad y así alzarse sobre el sufrimiento y la muerte para alcanzar la talla de Dios.
Esos límites que tanto nos inquietan y contra los que nos estrellamos, no hacen que incrementar nuestra rebeldía y nuestro deseo de alcanzar el infinito. Este fue el caso del rey Gilgamesh que, como cuenta el poema épico más antiguo hasta ahora encontrado, al perder a su mejor amigo decía desconsolado: “¿Cómo puedo permanecer silencioso; cómo puedo lograr el reposo? Él está ahora convertido en polvo y yo también moriré y quedaré yerto en la tierra por siempre jamás”.
Todo su ser se rebelaba ante la muerte. Su corazón anhelaba la inmortalidad de los dioses. Así, decidió emprender un viaje para hallar al único hombre al que le había sido concedida tal prerrogativa. Pero luego de lograr su objetivo, el viejo inmortal le comunicó que su deseo era imposible, pues se trataba de un regalo único e irrepetible. Como consuelo en cambio, el viejo eterno le reveló como podía hacerse de una planta que tenía la facultad de rejuvenecer a las personas. El rey entonces partió en pos de ella, sumergiéndose en las profundidades del mar como le había sido indicado. Luego de hallarla y antes de comerla, decidió darse un baño, pero mientras lo hacía una astuta serpiente se acercó y se la robó, cambiando de piel inmediatamente. Gilgamesh lloró desconsolado, acaso aceptando entre sollozos su inexorable destino como creatura: envejecer, sufrir y morir como su querido amigo.
El final de la historia demuestra con gran sensatez cómo al parecer al hombre no le queda otro remedio que aceptar su condición. Sin embargo, nuestro anhelo de trascendencia sigue allí intacto, latiendo e inquietando nuestro dolido corazón.
¿Será todo un juego de ilusiones que debemos suprimir? O por el contrario, ¿Se compadecerá Dios y buscará el modo de satisfacer esa semilla de eternidad que crece y se ramifica capturando en creciente intensidad nuestros sueños y deseos? ¿Nuestra vocación es vivir para siempre como reyes destronados, en una frustración sin resolución o llegará el día en que seremos coronados y sentados a la mesa del Rey de los cielos?
El Cristianismo proclama la buena noticia y nos da una respuesta esperanzadora. Dios sí se ha compadecido. Su misericordia es infinita. El deseo inscrito en nuestro corazón no es expresión de un deseo impotente, cual fruto de una sarcástica maldición o de un sueño irrealizable. El deseo del hombre es más bien la intuición de un evento que ha de cumplirse; de un evento para el que fuimos destinados desde toda la eternidad. Un evento que en realidad ya se cumplió. Es la buena noticia: Dios ha bajado a la tierra, porque el hombre es capaz de Dios. Dios baja, porque nos ama. ¡Baja Dios! No para darnos una planta que rejuvenece o un nuevo alimento que sacie nuestra hambre física, como aquel maná del cielo que solo puede prolongar nuestra vida por algunos años más; baja en vez para dar cumplimiento a lo imposible. Baja para darse a sí mismo como alimento. Para que comiéndolo como dice San Agustín seamos asimilados y transformados en Él, en Dios:
Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en ti como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí.
He aquí la radical novedad. He aquí el evento inverosímil que es digno de ser creído, porque jamás pudo ser imaginado por mente humana. Se advera lo que excede toda pretensión y posibilidad de comprensión. El misterio grande, terrible, hermoso: Dios se ha hecho carne y sangre, para ser inmolado y transformado en alimento de comunión, en bebida de cohesión de las partes dispersas. Dios se ha hecho él mismo lo más pequeño del cosmos, para ser consumido; para asumir y elevar desde dentro todo, desde lo más íntimo. Dios se convierte en alimento al alcance de la mano para elevarnos a la altura de Dios.
Hay un hombre, un fragmento, que es paradójicamente el todo. Lo afirma con una radicalidad y una autoridad, nunca antes vistas:
«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”». (Jn6,51-54).
El Cristianismo proclama la buena noticia y nos da una respuesta esperanzadora. Dios se ha compadecido. Nuestro hambre y sed de eternidad son auténtica expresión de una promesa que se ha cumplido; de una vocación que llegará a su plenitud. Dios baja. Baja Dios. Tenían razón los antiguos en intuir que la inmortalidad es un regalo irrepetible. Sí, solo un hombre es y ha sido capaz de superar la muerte para alcanzar la eternidad. Lo que nunca imaginaron (nunca hubiesen podido) es que aquel hombre al ser también Dios, podía asumirnos en su Cuerpo, haciéndonos uno con Él, participándonos de su resurrección.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.Jn6,56.