Navidad cristiana
- 23 Diciembre 2015
- 23 Diciembre 2015
- 23 Diciembre 2015
Navidad cristiana
Navidad es una fiesta específicamente cristiana. Sólo podemos entender su significado a la luz de la fe. Dios se hace niño y nace en Belén. Sólo la fe cristiana y el amor pueden hacernos comprender lo que parece imposible y unir la omnipotencia de Dios con la debilidad de un niño. ¡Esto es la Navidad cristiana!
Esta Navidad del Año Santo de la Misericordia somos invitados a reflexionar sobre las palabras del Papa Francisco: "Jesucristo es el rostro de la misericordia de Dios Padre."
Sin embargo, esto que parece tan difícil de comprender -quizás por la normalidad de una familia y de un nacimiento-, el misterio de Navidad, tiene un encanto especial para una multitud de hombres y mujeres de todo el mundo. Para los países de nuestra Unión Europea, celebrar la Navidad expresa nuestra identidad de raíces cristianas y nos abre a un diálogo auténtico con todos.
En Belén, aquella noche santa, se manifiesta el misterio de la salvación de Dios que viene a estar entre nosotros con humildad y pobreza. Los pastores sencillos y los magos de Oriente le reconocieron y le adoraron, porque sabían que encontrarían al Mesías que acababa de nacer "en pañales, acostado en un pesebre".
San Juan Pablo II afirma que "la encarnación del Hijo de Dios da testimonio de que Dios busca al hombre". Dios hecho niño busca al hombre porque éste se ha alejado de él y se ha escondido como Adán entre los árboles del paraíso terrenal. Buscando al hombre, Dios quiere inducirle a abandonar los caminos del mal, en los que el hombre tiende a adentrarse cada vez más. En definitiva, Dios busca al hombre para darle la dignidad de hijo de Dios. El evangelista Juan lo dice claramente: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!"
Dios nos ha hablado por medio de su Hijo. Ante el niño de Belén nos invita a reflexionar, ya que Navidad abre la nueva historia de la humanidad.
Nuestro mundo está a menudo conmocionado por la angustia y el sufrimiento, por atentados, violencias y guerras. Viviendo el misterio de Navidad podemos reencontrar el sentido de nuestra vida y expresar nuestras aspiraciones de solidaridad y de paz.
En la sencillez del pesebre se ilumina intensamente la grandeza de la dignidad de la naturaleza humana y al mismo tiempo se revela la sublimidad de nuestra vocación divina. Lo dice claramente esta antífona de vísperas: "¡Oh admirable intercambio! El Creador de los hombres se ha querido hacer hombre y ha nacido de una virgen; compartiendo nuestra humanidad, nos ha hecho el don de su divinidad." San Agustín lo afirma brevemente: "Dios se hizo hombre para que el hombre llegara a ser Dios”.
Os deseo a todos una santa Navidad del Año Santo de la Misericordia, una Navidad inspirada en la acogida, el perdón y el amor de Dios que se ha manifestado en el rostro de nuestro Señor Jesucristo.
† Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona
Tres palabras: Hijo, Luz, Paz
En una homilía navideña el Papa Benedicto XVI dijo que tres palabras destacan en la liturgia de estas fechas: Hijo, el Niño recién nacido que nos hace a la vez hijos de Dios; Luz, la que brilla en las tinieblas para iluminar al mundo; y Paz, la que se comunica a los corazones de todos los hombres.
Son innumerables las creaciones artísticas, poéticas y musicales, fruto del espíritu humano, que recogen este amable ambiente navideño ligado a esas bellas palabras. Por citar algunos ejemplos, basta recordar la pintura «La Natividad», de El Greco; el «Cuento de Navidad», de Dickens, con la figura del avaro Scrooge; la canción austríaca «Noche de paz», o la película «Que bello es vivir», protagonizada por James Stewart, tantas veces reproducida desde su realización hace setenta años.
Pero me detengo en un cuento infantil: «La niña de los fósforos», de Hans Christian Andersen. La pobre niña, descalza y sin abrigo en la noche de la ciudad nevada, no vendía la última cajita de fósforos. Como nadie se la compraba, encendió uno, y luego otro, y así todos, y cada vez que prendía uno se le presentaba a la imaginación una escena agradable de un hogar caliente, su abuela querida… hasta que consumió el último y falleció.
La tristeza de un cuento escrito para mover a los niños a la compasión y a la caridad, es también metáfora de la importancia de la luz en nuestras vidas. Por ello la Navidad va unida a la luz, las calles la preparan con bombillas colgadas de lado a lado o en los árboles; los escaparates se iluminan, el Árbol de Navidad está lleno de pequeñas luces…
Es entrañable este ambiente que no debe ser flor de un día, o de unas semanas, en lo que afecta a nuestro interior. Ojalá en nuestros corazones sea siempre Navidad, no por los turrones o por los regalos o las fiestas, sino porque acogemos al Hijo de Dios en nuestra vida y con El acogemos a todas las personas especialmente las más necesitadas.
Deseo a todos que estos días previos preparéis muy bien el día de Navidad, con la familia y sin olvidar estas otras familias que vemos en televisión que padecen los estragos de la guerra y cómo cruzan por el Este de Europa en busca de la luz y la paz que no han encontrado en sus pueblos y ciudades. Que también a ellos les tengamos presentes en nuestras celebraciones.
Evangelio según San Lucas 1,57-66.
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón para la natividad de San Juan Bautista 293,3 (trad. breviario 24/06)
“Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios”
Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y abre su boca.
Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz (Mt 27,51). Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda.
Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: “¿Tú quién eres?” Y él respondió: “Yo soy la voz que grita en el desierto”. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz pasajera, Cristo la palabra eterna desde el principio.
San Juan de Kety
San Juan de Kety, presbítero
San Juan de Kety, presbítero, el cual, siendo sacerdote, se dedicó a la enseñanza durante muchos años en la Academia de Cracovia, después recibió el encargo pastoral de la parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta fe un cúmulo de virtudes, se convirtió para los cooperadores y discípulos en ejemplo de piedad y caridad hacia el prójimo, y después emigró a los gozos celestiales en Cracovia, ciudad de Polonia.
Juan de Kety, llamado también Juan Cancio, nació en la ciudad polaca de Kety (o Kanty). Sus padres eran campesinos de buena posición, que al comprender que su hijo era muy inteligente, le enviaron a estudiar en la Universidad de Cracovia. Juan hizo una brillante carrera y, después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado profesor de la Universidad. Como llevaba una vida muy austera, sus amigos le aconsejaron que mirase por su salud a lo que él respondió, simplemente, que la austeridad no había impedido a los padres del desierto vivir largo tiempo. Se cuenta que un día, mientras comía, vio pasar frente a la puerta de su casa a un mendigo famélico. Juan se levantó al punto y regaló su comida al mendigo; cuando volvió a entrar en su casa, encontró su plato lleno. Según se dice, desde entonces se conmemoró ese suceso en la Universidad, dando todos los días de comer a un pobre; al empezar la comida, el subprefecto de la Universidad decía en voz alta: «Un pobre va a entrar», y el prefecto respondía en latín: «Va a entrar Jesucristo».
El éxito de San Juan como profesor y predicador suscitó la envidia de sus rivales, quienes acabaron por lograr que fuese enviado como párroco a Olkusz. El santo se entregó al trabajo con gran energía; sin embargo, no consiguió ganarse el cariño de sus feligreses, y la responsabilidad de su cargo le abrumaba. A pesar de todo, no cejó en la empresa y, cuando fue llamado a Cracovia, al cabo de varios años, sus fieles le querían ya tanto, que le acompañaron buena parte del camino. El santo se despidió de ellos con estas palabras: «La tristeza no agrada a Dios. Si algún bien os he hecho en estos años, cantad un himno de alegría». San Juan pasó a ocupar en la Universidad de Cracovia la cátedra de Sagrada Escritura, que conservó hasta el fin de su vida. Su reputación llegó a ser tan grande, que durante muchos años se usaba su túnica para investir a los nuevos doctores. Por otra parte, san Juan no limitó su celo a los círculos académicos, sino que visitaba con frecuencia tanto a los pobres como a los ricos.
En una ocasión, los criados de un noble, viendo la túnica desgarrada de San Juan, no quisieron abrirle la puerta, por lo que el santo volvió a su casa a cambiar de túnica. Durante la comida, uno de los invitados le vació encima un plato y san Juan comentó sonriendo: «No importa: mis vestidos merecían ya un poco de comida, puesto que a ellos debo el placer de estar aquí». Los bienes y el dinero del santo estaban a disposición de los pobres de la ciudad, quienes de vez en cuando le dejaban casi en la miseria. San Juan no se cansaba de repetir a sus discípulos: «Combatid el error; pero emplead como armas la paciencia, la bondad y el amor. La violencia os haría mal y dañaría la mejor de las causas». Cuando corrió por la ciudad la noticia de que san Juan, a quien se atribuían ya varios milagros, estaba agonizante, la pena de todos fue enorme. El santo dijo a quienes le rodeaban: «No os preocupéis por la prisión que se derrumba; pensad en el alma que va a salir de ella dentro de unos momentos». Murió la víspera del día de Navidad de 1473, a los ochenta y tres años de edad. En 1767, tuvo lugar su canonización y su fiesta se extendió a toda la Iglesia de Occidente.
Adán de Opatow (Acta Sanctorum, oct., vol. VIII). En Analecta Bollandiana, vol. VIII (1889), pp. 382-388, hay una nota sobre el sitio y la fecha del nacimiento de san Juan. E. Benoit publicó en 1862 una biografía en francés; en polaco existen numerosas biografías.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Dios todopoderoso, concédenos crecer en santidad a ejemplo de san Juan de Kety, tu presbítero, para que, ejerciendo el amor y la misericordia con el prójimo, obtengamos nosotros tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
Benedicto XVI, con el gobierno de Bavaria
Nueva aparición pública de Benedicto XVI
"El árbol de Navidad nos dice que Dios es nuestro amigo"
Agradeció al gobierno de Bavaria la donación del abeto vaticano
Redacción, 23 de diciembre de 2015 a las 11:09
Este es un mensaje que necesitamos ahora mismo, cuando hay tantas amenazas de hostilidad y terror. Necesitamos fortalecer nuestra amistad para llevar luz al mundo
El Papa emérito Benedicto XVI ha aparecido en público para recibir a los representantes del gobierno de Bavaria (Alemania), para agradecer la donación del árbol de Navidad de la Plaza de San Pedro. «Este árbol ilumina no solo la Plaza de San Pedro, sino el mundo entero», afirmó el Papa emérito, quien señaló que «todos lo pueden percibir como un signo de luz, amistad, reconciliación y bondad. Este árbol nos dice que Dios es nuestro amigo, y que por lo tanto somos hermanos los unos de los otros. Este es un mensaje que necesitamos ahora mismo, cuando hay tantas amenazas de hostilidad y terror. Necesitamos fortalecer nuestra amistad para llevar luz al mundo» (RD/AlfayOmega)
Juan es su nombre
Lucas 1, 57-66. Adviento. Isabel concibió a Juan en su seno, mientras Zacarías, en silencio, recobró la fe y confianza en Dios.
Oración introductoria
Mi Dios y Señor, en vísperas de la Noche Buena quiero encontrarme contigo en la oración. Mis debilidades y caídas me apartan de Ti, confío en tu piedad y en tu misericordia. Ven, Señor Jesús, e ilumina esta meditación para prepararme a recibirte en mi pobre y débil corazón.
Petición
Señor, acrecienta mi fe para saberte buscarte y escucharte en mi silencio de esta oración.
Meditación del Papa Francisco
Isabel y su hijo se regocija en el vientre al escuchar las palabras de María. Es todo alegría, la alegría que es fiesta. Los cristianos no estamos tan acostumbrados a hablar de la alegría, del gozo, creo que muchas veces nos gustan más las quejas.
Él que nos da la alegría es el Espíritu Santo. Es el Espíritu el que nos guía. Él es el autor de la alegría, el Creador de la alegría. Y esta alegría en el Espíritu Santo, nos da la verdadera libertad cristiana. Sin alegría, nosotros los cristianos no podemos ser libres, nos convertimos en esclavos de nuestras tristezas.
El gran Pablo VI dijo que no se puede llevar adelante el evangelio con cristianos tristes, desesperanzados, desanimados. No se puede. Esta actitud un poco fúnebre, ¿no? Muchas veces los cristianos tienen un rostro que es más bien para ir a una procesión fúnebre, que para ir a alabar a Dios, ¿no? Y de esta alegría viene la alabanza, esta alabanza de María, esta alabanza que dice Sofonías, la alabanza de Simeón, de Ana: ¡la alabanza de Dios!
El corazón alaba a Dios ¿Y cómo se alaba a Dios? Se alaba saliendo de sí mismos, gratuitamente, como es gratuita la gracia que Él nos da. Usted que está aquí en la misa, ¿alaba a Dios, o solo le pide a Dios y le agradece? ¿Acaso alaba a Dios? Aquello es una cosa nueva, nueva en nuestra vida espiritual. Alabar a Dios, salir de nosotros mismos para alabar; perder el tiempo alabando. (cf S.S. Francisco, 31 de mayo de 2013).
Reflexión
Zacarías está mudo. El ángel lo ha dejado sin poder contar ni una palabra a Isabel de lo que le ha ocurrido. Nueve meses largos de espera en silencio es tiempo suficiente para recobrar la paz y la serenidad. Zacarías había aceptado con dolor este sufrimiento y había aprendido a ser humilde. Por eso su lengua se "desata" en el momento oportuno. Ni él ni nadie lo esperaba. Sucede de improviso, como de improviso llegó aquel día el ángel, pero esta vez el anciano sacerdote supo cómo responder. La gratitud y la alabanza a Dios son sus primeras palabras en un canto de júbilo emocionado.
Isabel concibió a Juan en su seno, mientras Zacarías, en silencio, recobró la fe y confianza en Dios. En ambos se da el milagro. La vida espiritual se construye a base de pequeños o grandes milagros que se dan en esa esfera íntima del alma, que sólo Dios y cada uno conoce. Pero no por ello dejan de ser milagros. Dios toca con su mano nuestras almas más a menudo que nuestros cuerpos... "la mano del Señor estaba con él..." sí, y también con nosotros. Porque Dios quiere engendrar en cada uno de nosotros a un hombre nuevo. Mediante la humildad, el crecimiento de nuestra fe, y de nuestra confianza. Por medio de la donación y la entrega generosa. Porque sin amor no podemos hacer nada meritorio. El hombre nuevo que coopera a la acción de Dios es consciente de su pequeñez, pero aún más de que esa "mano" divina le sostiene.
El anuncio de la Navidad, con su nuevo nacimiento tan cercano ya, nos debe estimular. Quien nace es también como en el caso de Zacarías un hombre nuevo, un hombre tocado por Dios. Salgamos al encuentro de Jesús, preparemos nuestro espíritu, no dejemos que todo se vaya en lo exterior, porque es un tiempo precioso para crecer, para engendrar a Jesús más y más en el corazón. La medida de nuestra felicidad, de nuestra gratitud y alegría, como la de Zacarías, dependerá de habernos dejado a nosotros mismos y haber aceptado el querer de Dios. La oración es el medio para fortalecer estas convicciones, la caridad el instrumento para hacerlas creíbles a los ojos de los demás. sabel y Zacarías demuestran que les importa más cumplir la voluntad de Dios que la opinión de sus parientes.
Y le llamaron Juan, “como Dios manda”.
El miedo al «qué dirán» se llama respeto humano. Y desgraciadamente es un lazo que nos impide despegar hacia la santidad personal. Nos suele suceder con frecuencia.
Es ese respeto humano el que nos impide rezar en un restaurante, delante de todos, antes y después de comer. Es ese sutil temor al «qué va a pensar la gente». Cuando no me atrevo a invitar a mis amigas a rezar el rosario o a misa, quizás tema al «qué dirán».
Cuando no me aparto de los amigos que ven pornografía, puede ser que tema al «qué dirán». Si no defiendo al Papa y a la Iglesia cuando se les critica en la universidad, quizás anide en mí el respeto humano. Cuando no me voy a confesar, quizás sea en el fondo por el respeto humano. Y así podemos ver que este defecto no nos permite ser coherentes, ser hombres y mujeres de una sola cara.
Este evangelio –entre otras cosas– nos invita a vivir sin máscaras. Solemos tener una para andar con la pareja, otra cuando están los niños, otra para las giras de negocios, otra para andar con los amigos.
Hace falta coraje para quitarnos todas nuestras máscaras y mostrar nuestro rostro de católicos en el quehacer de cada día. Y también la gracia de Dios, porque quien vive con sencillez, sin tantos disfraces, se expone a vivir un pequeño martirio, al ser tachados de “beato”, “monja”, “anticuada”, “conservador”, etc. El precio de la coherencia es la critica de los incoherentes. Pero la coherencia y la transparencia de vida es un requisito para poder descubrir a Dios en el niño inocente e indefenso que nacerá mañana bajo la estrella de Belén.
Propósito
Prepararme para la Navidad pidiendo perdón por las veces en que no he sabido obedecer la voluntad de Dios que se manifiesta a través de su Iglesia.
Diálogo con Cristo
Zacarías pudo hablar sólo cuando dijo «sí» al plan de Dios y aceptar que el niño se llamará Juan. Yo también quiero decir «sí» a lo que Tú dispongas, confiando plenamente en que será para mi felicidad presente y futura. Ayúdame a caminar en la Iglesia, con valentía y fidelidad, el camino que me puede llevar a la santidad.
Juan Cancio de Kety, Santo Sacerdote, profesor de la universidad, 23 de diciembre
Sacerdote y Maestro
Martirologio Romano: San Juan de Kety, presbítero, el cual, siendo sacerdote, se dedicó a la enseñanza durante muchos años en la Academia de Cracovia, después recibió el encargo pastoral de la parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta fe un cúmulo de virtudes, se convirtió para los cooperadores y discípulos en ejemplo de piedad y caridad hacia el prójimo, y después emigró a los gozos celestiales en Cracovia, ciudad de Polonia. († 1473)
Etimológicamente: Juan = Dios es misericordia. Viene de la lengua hebrea.
Observación: En el antiguo santoral se lo recordaba el 20 de octubre.
Hagamos un esfuerzo por imaginarnos el ambiente en que se encuadra la figura de este Santo y que es, en verdad, muy diverso del que hemos encontrado al hablar de otros muchos. Porque Polonia, en plena Edad Media, presentaba características profundamente similares. No era sólo su clima, extremado y duro, ni la vecindad, siempre amenazadora de los turcos, ni de la singularidad de su régimen político, fuertemente dominado por una aristocracia que, en su ceguera, habrá de conducir reiteradamente a lo largo de la historia al país hacia su ruina. Es, sobre todo, el carácter abigarrado del elemento humano.
Polonia, sin fronteras naturales, fácilmente accesible a sus vecinos, presentaba entonces, como continúa presentando hoy mismo, una extremada mezcla de razas. Cuando en 1390 nace el que habia de ser San Juan Cancio, su pueblo, Kanty, situado cerca de Auschwitz, al oeste de Cracovia, no pertenecía propiamente a Polonia, sino a Silesia y sólo muchos años después, hacia el fin de la vida del Santo, vol]vería a ser polaco. Pero no demos demasiada importancia a esto, porque todo era mezcla. En las mismas poblaciones inequívocamente polacas, continuaba rigiendo el Derecho germánico, juntamente con el polaco, y no era raro oir hablar alemán. Las mismas costumbres estaban fuertemente impregnadas de orientación teutónica, Lo mismo se diga, y mucho más, de Cracovia, donde habría de transcurrir casi toda la vida del Santo. Ciudad cosmopolita, constituía el más importante mercado del este de Europa. Aún no se había descubierto América, ni la ruta del Cabo de Buena Esperanza permitía traer los productos exóticos desde el Lejano Oriente. Por eso Cracovia era el gran mercado en que se abastecían españoles, italianos, franceses..., y al que concurrían también húngaros, checos, eslovacos e incluso, en los tiempos de paz, los mismos turcos.
En este ambiente va a actuar nuestro Santo. Y lo va a hacer en tiempos de intensa fermentación intelectual. Durante toda su vida ha de sentir frente a si el peso del atractivo que sobre la multitud estudiantil ejercían las nuevas ideas. La Universidad pasaba por un buen momento. Fundada por Casimiro el Grande en 1364, había conseguido en 1397 la Facultad de Teología, y se encontraba al mediar el siglo xv en una etapa de extraordinario florecimiento. Los reyes la habían mimado, y los estudiantes acudían a ella en gran cantidad. Pero... Ios errores de los husitas y taboritas no dejaban de ejercer atractivo y se imponia un trabajo duro para defender la ortodoxia.
Al llegar a la Universidad, Juan ponia fin a una educación que pudiéramos llamar casi campesina. Habia nacido en el seno de una familia patriarcal, y se habia educado cristianísimamente, con una orientación ortodoxa, sólida y segura. Incorporado a la Universidad, después de algunas duras pruebas que él supo sobrellevar con firmeza, se dedicó con tal entusiasmo a los estudios que su figura pronto destacó. En 1417 obtuvo el doctorado en Filosofía, y poco después en Teología. Ordenado de sacerdote, nombrado canónigo de Cracovia, obtuvo una cátedra de teologia en la Universidad, y continuó residiendo en el mismo Colegio Mayor en que había residido mientras fue estudiante. Fuera de su estancia en una parroquia y de sus viajes, no conocerá Juan ninguna otra residencia.
La estampa que nos ha llegado de él a través de los siglos es la de un profesor universitario verdaderamente ejemplar; sin faltar jamás a clase, enteramente al servicio de los estudiantes, consagrando largas horas al estudio, explicando con claridad y humildad, viviendo intensamente la vida universitaria. Sus méritos le llevarán hasta el mismo rectorado y durante muchos siglos la toga morada que él había ostentado mientras fue rector servirá también a quienes le sucedan en el cargo como una consigna de superación y de fidelidad.
No escapó, sin embargo, a las intrigas, no infrecuentes por desgracia en ambientes universitarios. Cuando el claustro hubo de designar algunos de sus miembros para tareas muy delicadas, pudo observarse que prescindían de él. Es posible que su rectitud hiciera de él un profesor incómodo, de los que no transigen, de los que, con su cumplimiento, constituyen una muda reprensión para los demás. Lo cierto es que un buen día la Universidad, correspondiendo a una petición de los feligreses de la parroquia de Olkusz, le designó como párroco de la misma.
La prueba debió de resultarle dura, porque no suele ser fácil que un intelectual se adapte a las tareas pastorales, en directo contacto con las almas. De hecho nos consta, sin embargo, que fue un párroco admirable, y que en los años, que no fueron muchos, que estuvo al frente de su parroquia, esta cambió profundamente. Había estado hasta entonces muy descuidada, faltando la instrucción religiosa, existiendo en ella facciones y partidos que se odiaban a muerte, y pudiéndose encontrar no poca indiferencia en algunos feligreses. Pero el párroco consiguió transformar por completo la parroquia: la caridad, la unión fraternal, el destierro de los vicios, proclamaron la fina calidad del buen pastor. Sin embargo, a éste se le hacía dura aquella vida, que parece que le condujo a sentir fuertes escrúpulos, y la Universidad terminó por darse cuenta del disparate que había hecho. En 1340 volvía a triunfar a su cátedra de teología. Y poco después fue designado como profesor de religión de la familia real de Polonia.
Es curioso que el Santo, que jamas se permitía faltar a clase, hiciera una excepción para emprender por dos veces muy largos viajes. En efecto, primero emprendió una peregrinación hacia Jerusalén, pasando por Roma, ciudad para él amadisima como sede del Papa. Y años después vuelve de nuevo a emprender el camino de Roma, aunque sin condescender con las peticiones de quienes, pasmados por su ciencia, querían que se quedase allí.
En uno de estos viajes le ocurrió el conocido episodio de su encuentro con los ladrones, que demuestra su amor a la verdad. Cuando le hubieron despojado de todo su dinero le preguntaron si tenía más, contestó que no, pero habiendo recordado que le quedaban unos escudos cosidos en el forro de su manto, llamó a los ladrones para entregárselo.
Más hermosa aún es la anécdota ocurrida en el refectorio del Colegio Mayor en que vivía. Iba a sentarse a la mesa cuando vió a la puerta un pobre pidiendo limosna. Los ojos de todos estaban fijos en él. Con toda sencillez se levantó, entregó su comida íntegra al pobre y al volver a su sitio... estaba allí la comida. Desde entonces, durante siglos, en el Colegio Universitario de Cracovia se preparaba siempre una ración para un pobre. "Pauper venit", viene un pobre, exclamaba el rector. "Iesus
Christus venit", Jesucristo viene, contestaban todos los reunidos. Y la comida era entregada al pobre.
Notemos que, no sólo en su época de párroco, sino también en su cargo de profesor de Universidad, San Juan sentía como exigencia de su sacerdocio el trabajo directo con las almas. Con frecuencia se le veía predicando en las iglesias de la ciudad, ordinariamente en latín, lengua entonces muy corriente en Polonia, y a veces en polaco, porque, paradójicamente, en las iglesias de la ciudad se usaba el latín, mientras en la de la Universidad se usaba la lengua nacional.
Inmensamente limosnero, era el paño de lágrimas de todos los estudiantes necesitados de la ciudad. En cierta ocasión, en medio del crudísimo invierno polaco, cruzando la plaza a media noche, encontró a un pobre que temblaba, le entregó su manteo y siguió a cuerpo, muerto de frío, camino de la iglesia para recitar maitines. Casos como éstos, en ocasiones florecidos de milagros, se conservan en gran número en los documentos de la época.
Murió a los ochenta y tres años, en la vigilia de Navidad del año 1473. Pero antes pronunció, ante todo el claustro de la Universidad, reunido en torno a su lecho, una hermosisima alocución, en la que condensó su espiritualidad de sacerdote, de canónigo y de profesor de Universidad santo:
"Confiándoos el cuidado de formar la juventud en la ciencia y en las buenas costumbres, Dios os ha elevado, señores y hermanos mios, lo bastantemente alto para que no dudéis en pisotear, como indigna de vosotros, la gloria que los hombres reciben unos de otros, y cuya búsqueda insensata trae frecuentemente la muerte a nuestras almas. Velad cuidadosamente de la doctrina, conservad el depósito sin alteración y combatid, sin cansaros jamás, toda opinión contraria a la verdad; pero revestíos en este combate de las armas de la paciencia, de la dulzura y de la caridad recordando que la violencia, aparte del daño que hace a nuestras almas, daña las mejores causas. Aunque hubiera estado en el error sobre un punto verdaderamente capital, jamás un violento hubiera conseguido sacarme de él; muchos hombres están sin duda hechos como yo. Tened cuidado de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos."
Su voz se quebró al llegar aquí, sin duda por el esfuerzo que estaba haciendo. Descansó un momento, y continuó después:
"Causa y fin de todo lo que existe, Dios eterno y todopoderoso, que gobiernas y conservas por tu divina providencia todo lo que has creado, recíbeme en tu inefable misericordia, y consiente que por la pasión y los méritos infinitos de tu Hijo, yo me reúna a Ti por toda la eternidad."
Y dicho esto, expiró suavemente.
Toda la ciudad se conmovió. Sus funerales fueron verdaderamente extraordinarios. Pronto empezó el rumor de los milagros obtenidos por su intercesión, que Matías de Miechow primero, y después otros continuadores fueron recogiendo en un curioso diario, en el que se reflejan las costumbres polacas del siglo xv, desde 1475 a 1519. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de Cracovia, en la que sesenta años después se le dió una sepultura más honrosa. Sin embargo, su causa de beatificación se fue retrasando durante muchos años. En 1628 el cura de la iglesia de Santa Ana, Adán Opatavius (Opatowczyk) publicó una vida con un catálogo de milagros, en latín. En 1632 aparecía la traducción polaca. Y en 1680 Inocencio XII le beatificaba. Por fin, el 16 de julio de 1767, Clemente XII le canonizó, cinco años antes de la primera partición de Polonia. Su fiesta fue fijada el 20 de octubre y elevada por Pío VI en 1782 a rito doble.
"Insigne Juan, tú eres la gloria de la nación polaca, el orgullo del clero, el honor de la Universidad, el padre de tu patria".
El pesebre que acogería al Niño Dios
Aquel pesebre, pobre y viejo, no había pensado en su vida que acogería al Niño Dios entre sus pajas. Nosotros, en cambio, sabemos que el Niño Jesús llegará el 24 en la noche.
En las faldas de un monte, por encima de Belén, hay una cueva. Es pequeña y algo tosca, pero acogedora; refresca en los días de calor, y abriga, en los de frío. Durante el año, los animales se resguardan en ella.
Los bueyes y las vacas acuden a pastar allí. Sacian su hambre con las frescas pajas que un mozo deposita a diario en un rústico pesebre, formado por resistentes ramas.
- ¡Vaya existencia la mía! -se decía el pesebre-. ¡¿No se podría haber empleado de mejor modo mi madera?!
El ganado acudía a él por necesidad, porque gusto no lo había. La mayoría de los desayunos, cenas y comidas, terminaban en indigestión. Porque, ¿a quién le gusta escuchar quejas mientras come?
Una noche fría de invierno, entre los aullidos del viento y la respiración profunda de los animales que ahí dormían, llegaron dos personas a la cueva. Venían arropados de arriba abajo. El hombre jalaba con cuidado de su borriquillo, mientras la mujer que lo montaba, soportaba con paciencia los dolores del parto.
- Aquí está bien -dijo el hombre apesadumbrado-. Hemos caminado bastante -suspiró-. Me gustaría ofrecerte algo mejor, María, pero tú sabes que hoy no ha sido un buen día…
- No te aflijas, José -le respondió María, consolándole-. Hágase Su voluntad -y señaló con el dedo al cielo-.
Ambos se establecieron lo mejor que pudieron en la cueva, agradeciendo el calor de los animales.
El pesebre, que jamás dormía, se enterneció al ver la situación de aquella agotada pareja.
Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, María dio a luz a su hijo primogénito. Los gemidos del recién nacido resonaron en la cueva, rompiendo el silencio. Los animales se despertaron agitados en un primer momento; pero después de desperezarse, lo contemplaron con respeto.
José tenía al niño en sus brazos y lo había envuelto en pañales. Su corazón latía con fuerza: estaba nerviosísimo. Cuando por fin tuvo oportunidad de ver al niño, se topó con unos grandes y preciosos ojos grises que lo miraban con curiosidad; entonces, sintió cómo una gran emoción llenaba su alma.
María permanecía recostada sobre unas gruesas cobijas que habían traído de Nazaret, y no le quitaba la vista a su hijo. Con un notable esfuerzo, cambió de postura y le pidió a José que le mostrase al Niño. Cuando él se lo dio, Ella lo cargó durante un largo rato, estrechando al niño contra su corazón.
Cuando María acabó de contemplarlo, se lo entregó a José, quien lo paseó maravillado. Y tras una larga y silenciosa adoración, lo depositó dormido en el pesebre.
Sonó, entonces, un redoblar de pasos, y a acto seguido entraron unos pastores en la cueva.
- En hora buena -exclamaron al ver al Niño. Y les contaron cuanto les había dicho el ángel-.
Cuando llegaron a la señal que les había dado el ángel: “encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, el pesebre estuvo a punto de dar un brinco de asombro, pero recordó que el Niño Jesús aún dormía plácidamente sobre él.
Su nombre había aparecido en los labios de los ángeles. No lo podía creer. Lo ocurrido estaba preestablecido por Dios. Cuando los pastores terminaron su relato, con gran admiración de los padres de Jesús y del mismo pesebre, sacaron sus humildes regalos y se los ofrecieron al Niño de corazón.
Una vez que los pastores se fueron y que el Niño se hubo vuelto a dormir, María y José también se entregaron al descanso, rendidos de cansancio.
Cuando el silencio llenó de nuevo la cueva con su majestad, el pesebre se quedó pensativo. Aún no acababa de entender lo que habían dicho los pastores.
- ¿Cómo es posible que sea Dios? -pensaba para sus adentros-.
Tras mucho repetir: «Tengo entre mis pajas a Dios», comprendió porqué no le pesaba aquel niño.
Aquel pesebre, pobre y viejo, no había pensado en su vida que acogería al Niño Dios entre sus pajas. Sabía que algún día vendría el Mesías -como todo el mundo-, pero jamás habría imaginado que nacería en aquella tosca cueva de aquel remoto poblado, y precisamente en aquella época del año. Y mucho menos que él sería el primer depositario.
Cuando Dios vino al mundo, no pasó inadvertido sólo para los hombres. También llegó de sorpresa para aquel pesebre de Belén. Ningún ángel le anunció que sobre él se recostaría el Hijo de Dios.
Nosotros, en cambio, sabemos que el Niño Jesús llegará el 24 en la noche. Tenemos tiempo para vivir con entusiasmo este Adviento. Regalémosle un corazón amable, quitando cada día una paja de nuestro áspero carácter. Ofrezcámosle el calor de nuestro corazón.
"No hay tiempo que perder"
El precursor
"Cada uno somos convertidos en templos santos"
Redacción, 23 de diciembre de 2015 a las 09:19
Juan Bautista
El mejor regalo que podemos preparar es disponer el recinto interior para hacernos conscientes del don que nos sobrepasa, el Emmanuel, por el que podemos hacernos testigos del Amor que supera toda contingencia
(Ángel Moreno, de Buenafuente).- La Liturgia pone hoy su mirada en Juan Bautista, el último de los profetas, quien va a anunciar la venida del Mesías: "A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le habla hecho una gran misericordia, y la felicitaban". El nacimiento del Bautista obedece a lo anunciado por los profetas: "Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis" La enseñanza del Precursor ya se había orado en los salmos: "El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes".
Mañana es Nochebuena, los cánticos populares invitan a ponerse en camino hacia Belén. "El camino que lleva a Belén..."; "Pastores, a Belén, vamos con alegría"; "Caminando, camina ligero..." No hay tiempo que perder. Es posible que los preparativos de la fiesta familiar, la compra de los regalos para los amigos y el deseo de felicitar a los más cercanos llenen la jornada y no tengamos un poco de respiro para disponernos interiormente. ¡Sería doloroso que nos pasara inadvertido el acontecimiento más transformador de la historia, por el que todo es distinto, y que se prolonga en cada uno de nosotros, si con fe le abrimos la puerta al Señor que desea hacerse presente en nuestro interior! "De pronto entrará en el santuario", que no es otro que el corazón de cada ser humano, por el que cada uno somos convertidos en templos santos, en el más vivo recinto donde quiere habitar Dios. Este año, si cabe con más agradecimiento que en años anteriores, debemos celebrar la venida de la misericordia divina. "Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos".
El mejor regalo que podemos preparar es disponer el recinto interior para hacernos conscientes del don que nos sobrepasa, el Emmanuel, por el que podemos hacernos testigos del Amor que supera toda contingencia.