«Heme aquí, vengo a hacer tu voluntad»
- 26 Diciembre 2015
- 26 Diciembre 2015
- 30 Noviembre -0001
Evangelio según San Mateo 10,17-22.
Jesús dijo a sus apóstoles: Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.
Fiesta de san Esteban, protomártir
San Esteban, el Protomártir, diácono y mártir
Fiesta de san Esteban, protomártir, varón lleno de fe y de Espiritu Santo, que fue el primero de los siete diáconos que los apóstoles eligieron como cooperadores de su ministerio, y también fue el primero de los discípulos del Señor que en Jerusalén derramó su sangre, dando testimonio de Cristo Jesús al afirmar que veía al Señor sentado en la gloria a la derecha del Padre, al ser lapidado mientras oraba por los perseguidores.
La Biblia es tan consecuentemente «antibiografista» que de ninguno de sus personajes -incluido Jesús- nos cuenta ni un trazo que no sea estrictamente en función de lo que va a relatar sobre él, y así nos quedamos habitualmente con el deseo de saber un poco más: edad, procedencia, etc. San Esteban no podía ser una excepción, y a pesar de la enorme importancia que tuvieron los hechos relacionados con él en la primera Iglesia, apenas si se nos presenta en Hechos 6,5 y ya quedamos abocados a la situación de su martirio y las consecuencias para la comunidad cristiana.
Su nombre, Stephanos, es griego (significa «Corona»), y también están relacionadas con «los griegos» las funciones que cumplirá, tanto él como sus seis compañeros diáconos. El relato dirá que en la Iglesia «los helenistas» se quejaron contra «los hebreos» (Hech 6,1); lamentablemente, ya no tenemos forma de saber a qué se referían con exactitud las dos categorías, pero, aunque hay otras, la hipótesis más plausible sigue siendo la habitual: «los hebreos» designaría a los judeo-cristianos «tradicionales», típicamente de Jerusalén (aunque Pablo es «hebreo, hijo de hebreos», Flp 3,5, y no es de Jerusalén), caracterizados metonímicamente porque sabían hebreo (quizás leían la Biblia en hebreo normalmente, o rezaban las oraciones en hebreo, o hablaban mayoritariamente arameo, que para quien no conociera la diferencia le podía sonar como hebreo); mientras que los «helenistas» serían judeo-cristianos de habla griega, no gentiles ni procedentes de la gentilidad, a lo sumo judíos de la diáspora.
Los siete nombres, el de Esteban y los demás, son todos griegos. Cuando comienza el pasaje da la impresión de que tan solo se va a dividir la comunidad en dos, al menos a los efectos administrativos, pero lo que en realidad ocurre es algo bien distinto: por un lado estos «siete hombres de buena fama» no se dedican sólo al «servicio de la mesa» sino que tienen funciones de predicación como «los Doce», que las vemos claramente en Esteban y Felipe (el diácono); por el otro, hay un reacomodamiento en el conjunto de las «funciones jerárquicas», y estos «diakonoi» (es decir, servidores) no serán un parche ni un añadido para sufragar las necesidades de un sector de la comunidad, sino que de a poco tendrán relación con toda la Iglesia.
Lo cierto es que acto seguido, inmediatamente después de la escena de la elección, vemos a Esteban en plena acción apostólica: hace milagros, polemiza, predica. No tarda en aparecer la acusación: «le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido». (Hech 6,14); sólo en parte se trata de una calumnia, porque efectivamente la predicación de Esteban era abiertamente antitemplo, como tenemos ocasión de leerlo por nosotros mismos en Hechos 7,2-53; la calumnia no está en el hecho de que él predicara contra el templo, sino en que él pretendiera la abolición de la religión tradicional: la primitiva Iglesia se sentía en completa continuidad con el judaísmo y de ninguna manera podía aceptar la acusación de pretender «cambiar de raíz» la fe judía; aunque unas décadas después, ya en la generación de san Lucas, no en la de san Esteban, ese panorama se había modificado, y la Iglesia tomado más conciencia de su autonomía y originalidad respecto de la fe judía.
Naturalmente, la predicación de Esteban no fue registrada por taquígrafos, sino que sobre la base de testimonios orales Lucas recibió el contenido, y dio -al igual que en los demás casos de discursos que hay en gran variedad en Hechos- forma literaria a esa predicación, de modo que quedara no sólo como recuerdo de lo predicado por Esteban, sino como modelo de predicación para toda la Iglesia. Es un discurso, entonces, que vale la pena leer con minuciosidad, porque nos muestra no sólo un conjunto de ideas propias de los comienzos de la fe, sino un modo concreto de cómo la Iglesia desarrolló su forma de recibir lo que llamamos el Antiguo Testamento (y que para ese momento eran simplemente «Las Escrituras»); el discurso de Esteban sólo secundariamente tiene un valor «arqueológico», para que sepamos «lo que dijo», lo principal es su valor como modelo de acercamiento al Antiguo Testamento: enseña a «leer» la historia -los hechos que ocurren en la historia, en este caso, la historia del pueblo de Israel- como anticipo, como siempre encaminada hacia la revelación del reinado de Dios.
Y sobreviene la lapidación -castigo de la blasfemia, y ejemplo para los demás- que, al igual que el discurso es modelo de recepción del AT, es modelo de martirio cristiano, con todos aquellos elementos que no faltarán en la «Passio» de los mártires, tal como se nos recopilarán luego en las historias martiriales hasta nuestros días: la valentía e intrepidez que provienen, no de sí mismo sino del Espíritu Santo, la presencia de Cristo (visión, voz, consuelo, ángeles, etc), en el momento de la tortura, y sobre todo un elemento fundamental que hace del mártir el imitador perfecto de Jesús: el perdón a los verdugos. Y como todo martirio, da mucho fruto, e incluso lo da inmediatamente: ya en Hechos 11,19 se nos dirá que «los que se habían dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre y Antioquía...» Todo es ocasión para el crecimiento de la Iglesia.
La cuestión de las reliquias merece un tratamiento propio, ya que el 3 de diciembre del 415, unos 350 años después de la lapidación, un sacerdote de Gámala de Palestina encontró las reliquias de Esteban, junto con las de Nicodemo, Gamaliel (el rabino, que la leyenda supone que se convirtió y murió mártir), y Abib, hijo de Nicodemo. Acorde con las costumbres de la hagiografía antigua, no bastó con que el sacerdote «encontrara» (si es que es cierto) las reliquias, sino que en torno a ese hecho se fue tejiendo una leyenda, que pudo haberla iniciado él mismo. Supuestamente, al mismo tiempo Luciano y un monje, Migesio, tuvieron un sueño, o quizás una visión, en el que se le aparecía Gamaliel, vestido litúrgicamente, se presentaba comno el maestro de san Pablo, y reprochaba que él y sus compañeros, Esteban, Nicodemo y Abib, hubieran sido enterrados sin honores. Les indicaba el lugar de las reliquias y les instaba a que fueran descubiertas y veneradas. Con el acuerdo del obispo de Jerusalén se procede a la excavación y descubrimiento de las venerandas reliquias, que son trasladadas solemnemente el 26 de diciembre a la iglesia de Sión, en Jerusalén; otra parte queda con el sacerdote Luciano, que a su vez reparte entre sus conocidos.
Ocurre entonces una primera dispersión, pero en el siglo XIII, los cruzados traen esas reliquias a Occidente, y a partir de allí la dispersión es total: un brazo de Esteban en Roma, en San Ivo alla Sapienza, otro brazo de Esteban en San Luis de los Franceses, y otros brazo de Esteban (!) en Santa Cecilia; el cráneo en San Pablo extramuros, y muchos más fragmentos en Venecia, Constantinopla, Nápoles, Besançon, Ancona, Ravena, etc. Llegaron a ser tan famosas, y tan detallada la leyenda del descubrimiento, que tuvieron una fiesta litúrgica propia; efectivamente, además de celebrarse el 26 de diciembre al mártir, el 3 de agosto se celebraba la «Inventio Sancti Stephani» («inventio» en latín significa descubrimiento), aunque se pierde en la noche de los datos el motivo por el cual se celebraba el 3 de agosto en vez del 3 de diciembre, que hubiera sido más lógico. Esta fiesta fue suprimida por un breve de SS Juan XXIII en 1960, poco antes de que la atinada reforma litúrgica del Concilio Vaticano II barriera con muchos otros abusos en las celebraciones de los santos.
La celebración de Esteban el día 26 de diciembre es antiquísima. El protomártir forma parte de los «comites Christi», es decir los «escoltas de Cristo», que se celebran junto con la Natividad: Juan (identificado tradicionalmente con el Discípulo Amado del cuarto evangelio), los santos inocentes, y el propio Esteban.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa
Meditación para el 6 de enero 1941
«Heme aquí, vengo a hacer tu voluntad» (Heb 10,7)
Nos arrodillamos una vez más ante el pesebre... Muy cerca del Salvador recién nacido, encontramos a San Estebán. ¿Qué es lo que le ha valido este lugar de honor a aquel que ha sido el primero en dar testimonio del Crucificado con su sangre? Con su ardor juvenil ha llevado a cabo eso que el Señor ha declarado al entrar en el mundo: «Me has dado un cuerpo. Heme aquí, vengo a hacer tu voluntad» (Heb 10,5-7). Ha practicado la perfecta obediencia que hunde sus raíces en el amor y se exterioriza en el amor. Ha seguido los pasos del Señor en lo que, según la naturaleza, es, posiblemente, lo más difícil para el corazón humano, tanto que llega a parecer imposible: igual que el Salvador, ha observado el mandamiento del amor a los enemigos. El Niño en el pesebre, que ha venido para hacer la voluntad dl Padre hasta a muerte en cruz (Flp 2,8), en espíritu ve delante de él a todos los que le seguirán por este camino. Ama a este joven al que esperará para colocarlo, un día, el primero cerca de su Padre, con una palma en la mano. Su pequeña mano nos le señala ya como modelo, como si nos dijera: «Mirad el oro que espero de vosotros».
Seréis odiados y atacados por causa de mi nombre
Mateo 10, 17-22. Fiesta San Esteban. Tendremos muchas dificultades, nos perseguirán... pero el que persevere hasta el fin, se salvará.
Oración introductoria
Comienzo esta oración lleno de esperanza y confianza porque contemplando al Niño de Belén, percibo el gran amor que me tienes. Pongo todo mi ser a tu disposición, ilumina mi oración para saber corresponder a tanto amor.
Petición
Jesús, dame la gracia de la perseverancia final, convénceme que la cruz es el único camino para llegar a ti y que todos los demás caminos son ilusorios.
Meditación del Papa Francisco
Hoy la liturgia recuerda el testimonio de san Esteban. Elegido por los Apóstoles, junto con otros seis, para la diaconía de la caridad -es decir, para asistir a los pobres, los huérfanos, las viudas- en la comunidad de Jerusalén, se convirtió en el primer mártir de la Iglesia. Con su martirio, Esteban honra la venida al mundo del Rey de reyes, da testimonio de Él, ofreciéndole el don de su propia vida al servicio de los más necesitados. Y así nos muestra cómo vivir plenamente el misterio de la Navidad. […]
Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente -pero bello, ¡bellísimo!- y el que lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y a las mujeres de buena voluntad. Como cantaban los ángeles el día de Navidad: ¡paz, paz! Esta paz donada por Dios es capaz de serenar la conciencia de todos los que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final. (Homilía de S.S. Francisco, 26 de diciembre de 2014).
Reflexión
La historia está llena de creadores de muy diversas doctrinas. Hombres que van llenando los corazones ajenos de promesas. Y así, los conquistan con la promesa de satisfacer un largo elenco de derechos: derecho a esto, a aquello, y a lo de más allá... Son los demagogos.
El profeta, sin embargo, no habla de derechos sino de obligaciones. No enseña en nombre propio sino de Aquel que le ha enviado, Dios mismo. Por eso, no puede dejar de anunciar el mensaje que le ha sido confiado, aunque ello muchas veces le acarree la incomprensión, la prisión o la misma muerte.
Los cristianos por el Bautismo somos también profetas. Somos portadores del Evangelio de Jesucristo en medio del mundo que nos ha tocado vivir. En el hoy de nuestra historia, con sus luces y con sus sombras.
Jesucristo no nos engaña, ni llena nuestro corazón de falsas promesas... "Os entregarán a los tribunales, seréis llevados ante gobernadores y reyes, seréis odiados por causa de mi nombre". Una misión difícil pero no por ello menos cierta del triunfo final de Cristo. Tendremos muchas dificultades, nos perseguirán... "pero el que persevere hasta el fin se salvará".
Propósito
Hacer un sacrificio o renuncia para crecer en la virtud que más necesito y encomendar a la Virgen a cuantos son discriminados, perseguidos y asesinados por dar testimonio de Cristo.
Diálogo con Cristo
Señor, nunca permitas que me separe de Ti o que te sea infiel. Quiero perseverar en mi fe católica hasta el último suspiro de mi vida y morir como fiel hijo de tu Iglesia. Por intercesión de san Esteban, te pido me concedas la gracia de una muerte santa.
En el clima de la alegría navideña.. ¿el martirio de San Esteban?
En la óptica de la fe, la fiesta de san Esteban está en plena sintonía con el significado profundo de la Navidad.
Por: SS Papa Francisco | Fuente: Catholic.net
Duante la octava de Navidad, en la alegría de la Navidad se inserta la fiesta de san Esteban, el primer martir de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos lo presenta como "un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo", elegido con otros seis para dar servicio a las viudas y a los pobres en la primera comunidad de Jerusalén. Y nos cuenta su martirio, cuando después de un fogoso discurso que suscitó la ira de los miembros del Sanedrín, fue arrastrado afuera de las murallas de la ciudad y lapidado.
Esteban murió como Jesús, pidiendo perdón por sus asesinos. En el clima de la alegría navideña, esta conmemoración podría parecer fuera de contexto. De hecho la Navidad es la fiesta de la vida y nos infunde sentimientos de serenidad y de paz. ¿Por qué entonces turbar su encanto con el recuerdo de una violencia tan atroz?
En realidad en la óptica de la fe, la fiesta de san Esteban está en plena sintonía con el significado profundo de la Navidad. En el martirio, de hecho, el amor derrota a la violencia, la vida a la muerte. La Iglesia ve en el sacrificio de los martires su "nacimiento al cielo".
Celebramos por lo tanto hoy la "navidad" de Esteban, que en profundidad se desprende de la Navidad de Cristo. ¡Jesús transforma la muerte de quienes lo aman en aurora de vida nueva! En el martirio de Esteban se reproduce la misma lucha entre el bien y el mal, entre el odio y el perdón, entre la mansedumbre y la violencia, que tuvo su culminación en la cruz de Cristo. La memoria del primer mártir acaba así con una falsa imagen de la Navidad: ¡una imagen de fábula y duzurosa, que en el evangelio no existe! La liturgia nos trae el sentido auténtico de la Encarnación, relacionando Belén al Calvario y recordándonos que la salvación divina implica que la lucha al pecado, pasa por la puerta estrecha de la cruz.
Este es el camino que Jesús ha indicado claramente a sus discípulos: "Serán todos odiados a causa de mi nombre. Pero quién habrá perseverado hasta el final será salvado". Por eso hoy rezamos de manera particular por los cristianos que sufren discriminación a causa del testimonio que dan de Cristo y del evangelio.
Estamos cerca de estos hermanos y hermanas que como san Esteban, son acusados injustamente y objeto de violencias de varios tipos. Estoy seguro que, lamentablemente, son más numerosos hoy que en los primeros tiempos de la Iglesia y que son tantos. Esto sucede especialmente en los lugares en donde la libertad religiosa no está todavía garantizada o no está plenamente realizada. Sucede también en países y ambientes que en sus papeles tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde de hecho los creyentes, especialmente los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones. A un cristiano esto no lo maravilla, porque Jesús lo ha anunciado como ocasión propicia para dar testimonio. Entretanto en el plano civil, la injusticia va denunciada y eliminada. Que María Reina de los Mártires nos ayude a vivir este tiempo de Navidad con aquel ardor de fe y de amor que refulge en san Esteban y en todos los mártires de la Iglesia.
Fue hombre; no se disfrazó de hombre
Se hizo hombre, es decir, tomó al hombre perfecto, alma, cuerpo e inteligencia y todo cuanto el hombre es, excepto el pecado
Por: José Luis Martín Descalzo
Pienso que éste es un fragmento evangélico «muy para nuestros días». Y entiendo mal cómo se habla tan poco de él en los púlpitos. ¿Tal vez porque, si a los no creyentes les resulta difícil o imposible aceptar que Cristo sea Dios, a los creyentes les resulta... molesto reconocer que Cristo fuera plenamente hombre?
Sí, eso debe de ser. Hay muchos cristianos que piensan que hacen un servicio a Cristo pensando que fue «más» Dios que hombre, que se «vistió» de hombre. pero no lo fue del todo. Cristo -parecen pensar- habría bajado al mundo como los obispos y los ministros que bajan un día a la mina y se fotografían -¡tan guapos!- a la salida, con traje y casco de mineros. Obispos y ministros saben que esa fotografía no les "hace» mineros; que luego volverán a sus palacios y despachos. ¿Y de qué nos hubiera servido a los hombres un Dios «disfrazado» de hombre, «camuflado» de hombre, fotografiado -por unas horas- de hombre?
Cuesta a muchos aceptar la «total» humanidad de Cristo. Si un predicador se atreve a pintarle cansado, sucio, polvoriento o comiendo sardinas, ilustres damas hablan «del mal gusto» cuando no ven herejía en el predicador. Pero no pensaban lo mismo los evangelistas autores de las genealogías. Y no piensa lo mismo la iglesia, tan celosa en defender la divinidad de Cristo como su humanidad. Nada ha cuidado con tanto celo la Esposa como la verdad de la carne del Esposo, se ha escrito con justicia.
Menos en el pecado -que no es parte sustancial de la naturaleza humana- se hizo en todo a semejanza nuestra (/Flp/02/07) dirá san Pablo. Una de las más antiguas fórmulas cristianas de fe -el Símbolo de Epifanio- escribirá: Bajó y se encarnó, es decir, fue perfectamente engendrado; se hizo hombre, es decir, tomó al hombre perfecto, alma, cuerpo e inteligencia y todo cuanto el hombre es, excepto el pecado. El símbolo del concilio de Toledo, en el año 400, recordará que el cuerpo de Cristo no era un cuerpo imaginario, sino sólido y verdadero. Y tuvo hambre y sed, sintió el dolor y lloró y sufrió todas las demás calamidades del cuerpo. No por ser el nacimiento maravilloso -dirá poco después el papa san León Magno- fue en su naturaleza distinto de nosotros. Seis siglos más tarde se obligará a los valdenses -con la amenaza de excomunión, de no hacerlo- a firmar que Cristo fue nacido de la Virgen María con carne verdadera por su nacimiento; comió y bebió, durmió y, cansado del camino, descansó, padeció con verdadero sufrimiento de su carne, murió con muerte verdadera de su cuerpo v resucitó con verdadera resurrección de su carne. El concilio de Lyon recordará que Cristo no fue «hijo adoptivo» de la humanidad, sino Dios verdadero y hombre verdadero, propio y perfecto en una y otra naturaleza, no adoptivo ni fantástico. Y el concilio de Florencia recordará el anatema contra quienes afirman que Cristo nada tomó de la Virgen María, sino que asumió un cuerpo celeste y pasó por el seno de la Virgen, como el agua fluye y corre por un acueducto.
Fue literalmente nuestro hermano, entró en esta pobre humanidad que nosotros formamos, porque en verdad el Cristo de nuestra tierra es tierra. Dios también, pero tierra también como nosotros.
Ahora entiendo por qué se me llenan de lágrimas los ojos cuando pienso que si alguien hiciera un inmenso, inmenso, inmenso árbol genealógico de la humanidad entera, en una de esas verdaderas ramas estaría el nombre de Cristo, nuestro Dios.
Y en otras, muy distantes pero parte del mismo árbol, estarían nuestros sucios y honradísimos nombres.