No a la idolatría del dinero
- 26 Febrero 2017
- 26 Febrero 2017
- 26 Febrero 2017
El Dinero, convertido en ídolo absoluto, es para Jesús el mayor enemigo para construir ese mundo más digno, justo y solidario que quiere Dios. Hace ya veinte siglos que el Profeta de Galilea denunció de manera rotunda que el culto al Dinero será siempre el mayor obstáculo que encontrará la humanidad para progresar hacia una convivencia más humana.
La lógica de Jesús es aplastante: «No podéis servir a Dios y al Dinero». Dios no puede reinar en el mundo y ser Padre de todos sin reclamar justicia para los que son excluidos de una vida digna. Por eso no pueden trabajar por ese mundo más humano querido por Dios los que, dominados por el ansia de acumular riqueza, promueven una economía que excluye a los más débiles y los abandona en el hambre y la miseria.
Es sorprendente lo que está sucediendo con el Papa Francisco. Mientras los medios de comunicación y las redes sociales que circulan por internet nos informan, con toda clase de detalles, de los gestos más pequeños de su personalidad admirable, se oculta de modo vergonzoso su grito más urgente a toda la humanidad: «No a una economía de la exclusión y la iniquidad. Esa economía mata».
Francisco no necesita largas argumentaciones ni profundos análisis para exponer su pensamiento. Sabe resumir su indignación en palabras claras y expresivas que podrían abrir el informativo de cualquier telediario o ser titular de la prensa en cualquier país. Solo algunos ejemplos.
«No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en medio de la calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad».
Vivimos «en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano». Como consecuencia, «mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz».
«La cultura del bienestar nos anestesia, y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un espectáculo que de ninguna manera nos altera».
Cuando le han acusado de comunista, el Papa ha respondido de manera rotunda: «Este mensaje no es marxismo, sino Evangelio puro». Un mensaje que tiene que tener eco permanente en nuestras comunidades cristianas. Lo contrario podría ser signo de lo que dice el papa: «Nos estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros y ya no lloramos ante el drama de los demás».
8 Tiempo ordinario - A
(Mateo 6,24-34)
26 de febrero 2017
VIII Domingo del Tiempo Ordinario. No os agobiéis
(Isaías 49, 14-15; Sal 61; 1 Corintios 4, 1-5; Mateo 6, 24-34)
NO OS AGOBIÉIS. Jesús reitera en el Evangelio que no debemos agobiarnos ni por la vida, ni por el vestido, ni por la comida, pues Dios es providente con quienes confían en Él. Si a los pájaros y a la hierba del campo los trata con tanta generosidad, ¿por qué agobiarnos, si además no podemos añadir ni un minuto a nuestra existencia, más allá de lo que Él nos sostenga?
La confianza en Dios tiene un efecto inmediato y es el descanso del alma, como nos repite el salmista: “Solo en Dios descansa mi alma”. “Descansa en Dios alma mía”. Y la razón de tal abandono nos la ofrece el profeta con un argumento entrañable: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”.
Cuánta paz se experimenta cuando en verdad se da fe a la Palabra que nos asegura: “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”.
Los santos nos han revelado siempre que el secreto de su alegría era la confianza en Dios. El papa Francisco reitera permanentemente este argumento para que no seamos pusilánimes, aun en el caso de tener necesidad del perdón. ‘En verdad les digo: todo será perdonado a los hijos de los hombres - y nosotros sabemos que el Señor perdona todos si nosotros abrimos un poco el corazón. ¡Todo! - los pecados y también todas las blasfemias que dirán - ¡también las blasfemias serán perdonadas! (Francisco, 23 de enero, 2017).
Desde esta certeza del amor, del perdón que Dios ofrece a través de Jesús, se comprende mucho mejor la expresión paulina, que hoy se proclama en la segunda lectura: “Mi juez es el Señor”.
Con frecuencia somos aventureros del futuro y adelantamos acontecimientos que no sabemos si en verdad sucederán. De ahí la sabiduría de vivir el presente, no como una realidad cerrada, en la que quedamos prisioneros por el afán de exprimir el tiempo, sino porque a cada día le sobra su disgusto, y para un creyente, un día pasa a otro día el testigo de la confianza.
Tiempo de gracia y reconversión
La Cuaresma es un tiempo fuerte del calendario cristiano dedicado a preparar las fiestas de la Pascua, la principal celebración de los cristianos, en que celebramos la Resurrección de Jesús.
La Cuaresma es un tiempo de purificación y de ejercitación cristiana y eso exige un esfuerzo. El mismo esfuerzo de quien prepara con cuidado e ilusión una fiesta, una excursión o una competición deportiva.
Los 40 días que dura la Cuaresma vienen del simbolismo de este número: los cuarenta años de la marcha del pueblo de Israel por el desierto, los cuarenta días de Moisés y de Elías en el monte, los cuarenta días de ayuno de Jesús en el desierto, donde supera las tentaciones y se prepara para salir a predicar la Buena Nueva del Reino.
Los 40 días indican que se trata de un tiempo largo que exige trabajo hasta conseguir llegar a la tierra prometida o hasta alcanzar el cambio, la conversión de la escalada hacia la libertad venciendo todos aquellos pecados o vicios que nos impiden alcanzar la libertad plena.
La llamada cuaresmal nos invita a vivir la conversión del corazón; nos invita a acercarnos más plenamente al espíritu evangélico viviendo más el abandono en las manos de Dios, a acercarnos más a la persona de Cristo, el amigo de los hombres, a acercarnos más a todos los hombres, nuestros hermanos.
El Miércoles de Ceniza marca el comienzo de la Cuaresma. La ceniza, en la Biblia, era signo de duelo y de dolor. Progresivamente fue signo de penitencia, de contrición del pecado y, al mismo tiempo, de esperanza en la misericordia de Dios. El gesto de marcar la frente con la ceniza recuerda a los creyentes su propia debilidad pero también la necesidad de convertirse para poder acoger a Jesucristo y su Evangelio con un corazón nuevo.
No se trata de hacer penitencia por hacer penitencia, sino de purificarse para estar más disponible para responder a las llamadas de Dios y de los hermanos.
Hoy en día encontramos a personas que quieren ponerse en forma, salir a correr, hacer deporte, ir al gimnasio, y se autoimponen toda una ascesis en el régimen de alimentación, con la supresión de sustancias nocivas para el cuerpo, todo ello con el objetivo de encontrarse mejor, de dar una buena imagen, de ser más felices. Pues bien, del mismo modo, el tiempo cuaresmal es una invitación a buscar una mejor calidad de vida cristiana a través de una serie de ejercitaciones que nos ayudarán a ponernos en forma integralmente como personas y como cristianos.
La próxima semana indicaré algunas prácticas concretas que podríamos realizar para seguir más plenamente a Cristo, el Hijo de Dios, Nuestro Señor y Salvador.
Queridos hermanos, que Dios os bendiga a todos.
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona
Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; todo lo demás se dará por añadidura
San Mateo 6, 24-34. VIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ayúdame, Jesús, a buscar encargarme de tus asuntos, sabiendo que Tú te encargarás de los míos.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Madre Teresa de Calcuta ha sido una de las santas más emblemáticas de su tiempo. Su fe era tan real y convincente que fue reconocida mundialmente a través del premio nobel de la paz. Su abandono en Dios era tan radical que a sus religiosas les propuso la regla de no conservar ni almacenar alimentos en el centro donde habitaban, pues les repetía constantemente que debían estar sometidas, afectiva y efectivamente a la Divina Providencia.
¿De dónde venía dicha fortaleza? ¿De dónde brotaba dicha confianza? De Dios. De las dos horas diarias que pasaba en oración antes de salir a dar aquello que había en su corazón, Dios y solo Dios.
Ayúdame, Jesús, a no olvidar que primero hay que buscarte a Ti, y todo lo demás, que también es importante, se dará por añadidura.
«En medio de tantas actividades, permanece la pregunta: ¿En dónde se fija mi corazón? Viene a mi memoria esa oración tan bonita de la liturgia: “Ubi vera suntgaudia…”. ¿A dónde apunta, cuál es el tesoro que busca? Porque —dice Jesús— “donde estará tu tesoro, allí está tu corazón”. Tenemos debilidades todos nosotros, también pecados. Pero vayamos a lo profundo, a la raíz: ¿Dónde está la raíz de nuestras debilidades, de nuestros pecados? Es decir: ¿Dónde está el “tesoro” que nos aleja del Señor?
Los tesoros irremplazables del Corazón de Jesús son dos: el Padre y nosotros. Él pasaba sus jornadas entre la oración al Padre y el encuentro con la gente. No la distancia, sino el encuentro.»
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré un autoexamen sobre lo que me impide poner a Dios como el centro de mi vida para luego proponerme uno o dos medios para revertir la situación.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Alejandro de Alejandría, Santo
Patriarca de Alejandría, 26 de febrero
Martirologio Romano: Conmemoración de san Alejandro, obispo, anciano célebre por el celo de su fe, que fue elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro y rechazó la nefasta herejía de su presbítero Arrio, que se había apartado de la comunión de la Iglesia. Junto con trescientos dieciocho Padres participó en el primer Concilio de Nicea, que condenó tal error († 326)
Etimológicamente: Alejandro = Aquel que protege a los hombres. Viene de la lengua griega.
Breve Biografía
San Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación en la historia de la Iglesia a principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio y haber iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. A él cabe también la gloria de haber formado y asociado en el gobierno de la Iglesia alejandrina a San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la ortodoxia católica en las luchas contra el arrianismo.
Nacido Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría se distinguió de un modo especial en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos sobre sus primeras actividades nos han sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir la interesante información de San Atanasio. Así, pues, en general, podemos afirmar que las fuentes son relativamente seguras.
El primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo presenta como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos y en particular para con los pobres. Esta caridad, unida con un espíritu de conciliaci6n, tan conforme con los rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente en medio de las persistentes luchas que tuvo que mantener más tarde contra la herejía; pues, viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el arrianismo, pudiera creerse que era de carácter belicoso, intransigente y acometedor. En realidad, San Alejandro era, por inclinación natural, todo lo contrario; pero poseía juntamente una profunda estima y un claro conocimiento de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasado celo por la gloria de Dios y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente a su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.
De este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas en su primer encuentro con Arrio. Este comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma frente al legítimo obispo Pedro de Alejandría. Por este motivo Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis de Alejandría. Alejandro, pues, se interpuso con todo el peso de su autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro en la sede de Alejandría.
Muerto, pues, prematuramente Aquillas el año 313, sucedióle el mismo Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias que sobre esta elección nos transmiten sus biógrafos. Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil si tenemos presente la conducta observada con él por Alejandro. Mas, por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio había presentado su propia candidatura a Alejandría frente a Alejandro, y que, precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces contra él una verdadera aversión y una marcada enemistad.
Sea de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años las más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Este desarrolló entre tanto una intensa labor apostólica y caritativa en consonancia con sus inclinaciones naturales y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos que hacen resaltar los historiadores en esta etapa de su vida, es su predilección por los cristianos que se retiraban del mundo y se entregaban al servicio de Dios en la soledad. Precisamente en este tiempo comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto de aquellos anacoretas que, siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio y otros maestros de la vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega y consagración a Dios. Estimando, pues, en su justo valor la virtud de algunos entre ellos, púsoles al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos que fue feliz en la elección de estos prelados.
Por otra parte se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas hasta entonces en Alejandría. Al mismo tiempo consiguió mantener la paz y tranquilidad de las iglesias del Egipto, a pesar de la oposición que ofrecieron algunos en la cuestión sobre el día de la celebración de la Pascua y, sobre todo, de las dificultades promovidas por los melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo legítimo. Pero lo más digno de notarse es su intervención en la cuestión ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había procedido Atanasio a bautizar a algunos de sus camaradas, dando origen a la discusión sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en protector y promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor y el paladín de la causa católica.
Pero la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría fue su acertada intervención en todo el asunto de Arrio y del arrianismo, y su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar Arrio una marcada oposición al patriarca Alejandro de Alejandría. Esta se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente en la divinidad del Hijo y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e inmutable, y, por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino pura criatura. La tendencia general era rebajar la significación del Verbo, al que se concebía como inferior y subordinado al Padre. Es lo que se designaba como subordinacianismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el misterio de la Trinidad y de la distinción de personas divinas. Mas, por otra parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban más allá del nivel de pura criatura.
En un principio, Atrio esparció estas ideas con la mayor reserva y solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida en muchos elementos procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo y los dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la mejor manera de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el sabelianismo, procedió ya con menos cuidado y fue conquistando muchos adeptos entre los clérigos y laicos de Alejandría y otras diócesis de Egipto. Bien pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro de la nueva herejía e inmediatamente se hizo cargo de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención. Por esto reconoció inmediatamente como su deber sagrado el parar los pasos a tan destructora doctrina. Para ello tuvo, ante todo, conversaciones privadas con Arrio; dirigióle paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios para convencer a buenas a Arrio de la falsedad de su concepción.
Mas todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces, pues, juzgó San Alejandro necesario proceder con rigor contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona. Así, reunió un sínodo en Alejandría el año, 320, en el que tomaron parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse y dar cuenta de sus nuevas ideas. Presentóse él, en efecto, ante el sínodo, y propuso claramente su concepción, por lo cual fue condenado por unanimidad por toda la asamblea.
Tal fue el primer acto solemne realizado por San Alejandro contra Arrio y su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto y se dirigió a Palestina y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría y presentarse a si mismo como inocente perseguido. Al mismo tiempo propagó con el mayor disimulo sus ideas e hizo notables conquistas, particularmente la de Eusebio de Nicomedia.
Entre tanto, continuaba San Alejandro la iniciada campaña contra el arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal y amigo de conciliación, viendo, la pertinacia del hereje y el gran peligro de su ideología, sintió arder en su interior el fuego del celo por la defensa de la verdad y de la responsabilidad que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión y sin arredrarse por ninguna clase de dificultades. Escribió, pues, entonces algunas cartas, de las que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por un lado lleno de dulzura y suavidad, mas por otro, firme y decidido en defensa de la verdadera fe cristiana.
Por su parte, Arrio y sus adeptos continuaron insistiendo cada vez más en su propaganda. Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea trabajaban en su favor en la corte de Constantino. Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría y hacer retirar el anatema lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su responsabilidad, ponía como condición indispensable la retractación pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso una excelente síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.
Por su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde, en la suposición de que se trataba de cuestiones de palabras y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno a sus puntos de vista en bien de la paz. El gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe y consejero religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San Alejandro y juntamente de procurar la paz entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio había vuelto a Egipto, donde difundía ocultamente sus ideas y por medio de cantos populares y, sobre todo, con el célebre poema Thalia trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.
Llegado, pues, Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca Alejandro y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos. Así se confirmó plenamente en un concilio celebrado por él en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico se podía poner término a tan violenta situación. Vuelto, pues, a Nicomedia, donde se hallaba el emperador Constantino, aconsejóle decididamente esta solución. Lo mismo le propuso el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera génesis del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea el año 325.
No obstante su avanzada edad y los efectos que había producido en su cuerpo tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea acompañado de su secretario, el diácono San Atanasio. Desde un principio fue hecho objeto de los mayores elogios de parte de Constantino y de la mayor parte de los obispos, ya que él era quien había descubierto el virus de aquella herejía y aparecía ante todos como el héroe de la causa por Dios. Como tal tuvo la mayor satisfacción al ver condenada solemnemente la herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la Iglesia y estaba presidido por los legados del Papa.
Vuelto San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo indecible durante el año siguiente en remediar los daños causados por la herejía. Su misión en este mundo podía darse por cumplida. Como pastor, colocado por Dios en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había derrochado en ella los tesoros de su caridad y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había condenado en su diócesis y había conseguido fuera condenada solemnemente por toda la Iglesia en Nicea. Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó cada vez más intensa durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro había desempeñado bien su papel y dejaba tras sí a su sucesor en la misma sede de Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid de la causa católica.
Según todos los indicios, murió San Alejandro el año 326, probablemente el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente su nombre fue pronto incluido en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.
El Papa, hoy, en el Angelus
"La angustia es inútil, porque no va a cambiar el curso de las cosas", sostiene el Papa
Francisco: "Dios no es un ser lejano y anónimo, es nuestro refugio"
"Fiarse de Dios no resuelve mágicamente los problemas, pero permite afrontarlos con valentía"
Jesús Bastante, 26 de febrero de 2017 a las 12:13
Es nuestra defensa del mal, siempre. Dios es, para nosotros, el gran amigo, el aliado, el Padre, aunque no siempre le rendimos cuentas. No siempre le vemos como un amigo, un aliado, o un padre
(Jesús Bastante).- El mensaje puede parecer el más bucólico del Evangelio, pero detrás encierra una gran verdad. Más allá de los lirios del campo, de las fierecillas que no se preocupan, está el desafío. "Fiarse de Dios. No lo olvidéis: fiarse de Dios". Así lo reflejó el Papa en el Angelus de este domingo en una abarrotada plaza de San Pedro.
"Dios provee de alimento a todos los animales, se preocupa de los lirios y las hierbas del campo. Él vela cada día sobre toda nuestra vida, frente a las preocupaciones que nos quitan la serenidad y el equilibrio", señaló Francisco, quien añadió que "la angustia es inútil, porque no va a cambiar el curso de las cosas".
"Jesús nos exhorta con insistencia a no preocuparse del mañana, sobre todo porque Dios es un padre amoroso que no se olvida nunca de sus hijos. Fiarse de Dios no resuelve mágicamente los problemas, pero permite afrontarlos con el ánimo justo, con valentía. Soy valiente porque me fío de mi padre, que cuida de todo y que me hace tanto bien", proclamó Bergoglio.
Y es que, añadió el Papa, "Dios no es un ser lejano y anónimo, es nuestro refugio, quien nos ofrece la serenidad y la paz". Él "es nuestra defensa del mal, siempre. Dios es, para nosotros, el gran amigo, el aliado, el Padre, aunque no siempre le rendimos cuentas. No siempre le vemos como un amigo, un aliado, o un padre. Y preferimos apoyarnos en los bienes inmediatos, que podamos tocar, contingentes, olvidando, y a veces refutando, el bien supremo, el amor paterno de Dios", advirtió.
Por eso, indicó el Papa "es importante sentirlo como padre en esta época de orfandad, en mitad de este mundo huérfano". "No nos alejemos del amor de Dios, cuando nos obsesionamos con las riquezas, manifestado un amor exagerado a esta realidad", alertó. "Jesús nos dice que esta búsqueda ilusoria es motivo de infelicidad, y da a sus discípulos una regla de vida fundamental: 'Buscad ante todo el Reino de Dios'". ¿Y en qué consiste eso? "Se trata de realizar el proyecto que jesús ha anunciado en el Sermón de la Montaña, fiándose de Dios, que nunca nos da de lado".
A cambio, debemos ser "administradores fieles de los bienes que Él nos ha dado". Y, ahí, recordó el Papa, que "no podemos servir a Dios y a la riqueza. O el Señor o los ídolos fascinantes, pero ilusorios", una intención que hemos de renovar continuamente, "porque la tentación de reducir todo al dinero, al placer y al poder es incansable. Son tantas tentaciones...".
"La esperanza cristiana es fiel a la promesa de Dios, está fundada sobre la fidelidad de Dios. Es un padre fiel, un amigo fiel, un aliado fiel, pese a las persecuciones", termino.