La auténtica y riqueza y la auténtica pobreza
- 16 Marzo 2017
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Evangelio según San Lucas 16,19-31.
Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".
San Juan de Brébeuf
Pertenecía a una acomodada familia de terratenientes. En la Normandía oriental, donde nació el 25 de marzo de 1593, imperaba el calvinismo, pero ellos profesaban la fe católica. Cursó estudios de filosofía y teología en la universidad de Caen. A los 21 años entró en una vía de discernimiento vocacional. Se dispuso a ingresar en la Compañía de Jesús, pero asuntos familiares le obligaron a posponer su incorporación hasta 1617. Tenía 24 años. Realizó el noviciado en Rouen donde se le consideró como una vocación tardía. Su dificultad para asimilar las materias se contrarrestó con una formación personalizada. Profesó en 1619 y fue destinado a la docencia. Contrajo la tuberculosis y tuvo que abandonar las aulas. Su estado era tan grave que, ante el riesgo de muerte, el provincial propició su ordenación en 1622. La mejoría fue tal que ese mismo año reanudó con brío las misiones que le encomendaron: ayudante de ecónomo del colegio y después ecónomo titular. Bajo su responsabilidad tenía 600 alumnos. Más tarde, por indicación del provincial de Francia, asumió las misiones de la Nueva Francia. La noticia, tan querida como inesperada, le llenó de alegría. Porque sabiendo que los franciscanos requerían la presencia de jesuitas para atender las fundaciones de Canadá, aún pensando que su ofrecimiento no sería acogido, se prestó para viajar a ese país.
En 1625 partió a la misión de Quebec acompañado de dos religiosos. Unos meses más tarde, después de haberse familiarizado con la lengua de los algonquines, se apresuró a evangelizar a los hurones. Informado de la alta peligrosidad de la zona, no temió por su vida y se estableció en el lugar. Desde allí extendió su radio de acción a otros lugares habitados también por los hurones. Fue una etapa de profunda actividad y esfuerzo que le permitió asimilar sus condiciones de vida y costumbres, acogidas por él como si fuera uno de ellos. Realizó viajes extenuantes por bosques y lagos, soportó inclemencias, plagas, falta de higiene de los indios, y muchos problemas de distinta índole. Otros religiosos no fueron capaces de integrarse y regresaron. Al final se encontró solo, pero se mantuvo firme en su misión. Sus ansias martiriales, vinculadas a su celo apostólico, seguían intactas:«Dios mío, ¡cuánto me duele el que no seas conocido, el que esta región extranjera no se haya aún convertido enteramente a ti, el hecho de que el pecado no haya sido aún exterminado de ella! Sí, Dios mío, si han de caer sobre mí todos los tormentos que han de sufrir, con toda su ferocidad y crueldad, los cautivos en esta región, de buena gana me ofrezco a soportarlos yo solo». En 1629 tuvo que retornar a Francia, momento en el que emitió sus votos perpetuos. Develan irrevocable fidelidad: «Sea yo destrozado antes de violar voluntariamente una disposición de las Constituciones. Nunca descansaré, jamás he de decir: basta».
En 1633 regresó junto a los hurones de Ihonatiria. Fundó la Misión de San José y emprendió otra intensa labor apostólica. Tres años más tarde, los frutos eran visibles. Pudo enviar a 12 jóvenes hurones a Quebec para ser educados en la Misión de Nuestra Señora de los Ángeles. Pero se desencadenaron varias epidemias, que una parte de los hurones achacaron a la presencia de los misioneros, por lo que fueron amenazados y Juan pensó que podría morir. Cuando se desató una de ellas en San José, el único que se mantuvo indemne fue él, que había desafiado a los hechiceros. En 1637 fundó en Ossosané, la capital hurona. Nueva plaga, en este caso de viruela, contribuyó a incrementar la hostilidad. El convencimiento de la gente era que los «sotanas negros» ocasionaban tales desgracias. Juan escribió su voto de martirio que recitaba todos los días en la misa. Parte de la población le quería. Por eso, en febrero de 1638 fue nombrado jefe hurón. Siguió un periodo de altibajos en lo que concierne a las bendiciones apostólicas hasta que en una de sus misiones sufrió una caída y regresó a Quebec. En 1641 fue nombrado superior de Sillery. Hasta allí llegaron evidencias de los atroces martirios contra los hermanos que había enviado a evangelizar. Las huellas de las torturas de los que regresaban con vida eran estremecedoras. Juan, vertiendo sus lágrimas por ellos, siguió incansable, impulsando las misiones. Diez intensos años de entrega entre los indígenas en los que había administrado el bautismo a 50 personas le permitían trasladar con propiedad a sus superiores esta impresión: «Este campo de misión tendrá su fruto más tarde, pero solo mediante una paciencia casi sobrehumana». Volvió con los hurones en 1644. Y cuando llevaba veinte años en la región, encontró la palma del martirio. Sucedió en 1649. Después de fundar en el territorio de los iroqueses, muchos de los cuales le perseguían a él y a la comunidad, un grupo de ellos le apresó en la Misión de San Luís. Los suplicios fueron terribles.
Él oraba: «Jesús, ten misericordia»; mientras, los hurones respondían: «Echon (era el nombre que le daban), ruega por nosotros». Su valentía ante tanta crueldad hizo creer a los feroces verdugos que estaban frente a alguien que excediendo con creces lo humano se hallaba cerca de lo sobrenatural. La tarde del 16 de marzo de 1649 expiró. Pío XI lo canonizó el 29 de junio de 1930 junto a varios misioneros jesuitas. Fueron declarados patronos de la evangelización de América del Norte.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Enarrationes, Salmo 95,3; CCL 39, 1178
La auténtica y riqueza y la auténtica pobreza
Cuando digo que Dios no escucha al rico, no penséis, hermanos míos, que Dios no atiende a los que poseen oro o plata, siervos y terrenos. Si han nacido en este ambiente y ocupan un lugar destacado en la sociedad, que recuerden la palabra de San Pablo: “....que no sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas” (1 Tim 6,17) Aquellos que no sucumben al orgullo son pobres a los ojos de Dios que inclina su oído hacia los pobres y los necesitados (Sal 85,1) Saben que su esperanza no está puesta en el oro o la plata, ni en las cosas que poseen en abundancia. Es suficiente que la riqueza no cause su perdición, y aunque no sirvan para su salvación, que por lo menos no sean un obstáculo para salvarse. .. Cuando un hombre desprecia todo lo que puede alimentar su orgullo es pobre ante Dios y Dios lo escucha porque conoce el tormento de su corazón.
Sin duda, hermanos, el pobre Lázaro cubierto de llagas que estaba tumbado a la puerta del rico, fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Esto es lo que leemos y creemos. En cuanto al rico, vestido de púrpura y lino fino y que banqueteaba espléndidamente cada día, fue arrojado al abismo del infierno. ¿Fue por el mérito de su indigencia por lo que Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán? Y el rico ¿fue arrojado al lugar de los tormentos por causa de su opulencia? Hay que reconocerlo: en el pobre fue la humildad que ha sido premiada, y lo que fue castigado en el rico fue su orgullo.
La cultura de la indiferencia
San Lucas 16, 19-31. II Jueves de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Creo en Ti, Señor. Creo que eres mi Dios y mi todo. Aumenta mi fe para que crea en Ti con más firmeza. Confío en Ti porque eres el amigo que nunca falla. Aumenta mi confianza para que sepa esperarlo todo de Ti. Te amo pero quiero amarte hoy un poco más. Gracias por todos los beneficios que me has dado. Ayúdame en este día y concédeme aquello que sabes más necesito.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Hoy me presentas una parábola para recordarme la caridad. En este tiempo de cuaresma es una virtud que puedo ejercitar de manera especial y por eso, en este Evangelio, me motivas a ello.
El mundo se ha ido encargando cada vez más de cerrar mis horizontes y reducir mis perspectivas. Es un mundo que me centra en mí más que en los demás. Un mundo que, en palabras del Evangelio de hoy, me enfoca en la preocupación de vestirme de púrpura, banquetear diariamente y no mirar al pobre, al mendigo, al necesitado de mi lado.
- vez me he ido acostumbrando a ver esa persona en la calle sin nada que comer y que pasa frío todas las noches. Me he arrutinado y no me conmueve el enfermo que, cerca de casa, mendiga una ayuda material e incluso a veces algo menos: un saludo o una sonrisa. Ya no me asombra escuchar en el noticiero o leer en el periódico los muertos por la guerra, los accidentados en un lugar o los que han debido huir de su casa a causa de la violencia. Es lo más normal, y luego los deportes, los anuncios publicitarios o la telenovela me hacen olvidar que mis hermanos, los hombres, padecen necesidad. Es lo que el Papa Francisco llama la cultura de la indiferencia.
Pero no hay que ir demasiado lejos. A veces me preocupo, Señor, por hacer actos de caridad y servicio con los de fuera de casa. Sin embargo, no descubro al Lázaro que está bajo mi mismo techo, el familiar que necesita de mi apoyo, de mi ayuda, de mi consejo o incluso menos, necesita de mi mirada, de mi comprensión, de mi perdón, de una sonrisa de mis labios, de una caricia.
Dame la gracia, Señor, de vivir la caridad en mi hogar. Concédeme un sexto sentido que me ayude a percibir las necesidades de los que viven en mi casa y salir a su encuentro. Y no ser tampoco indiferente al dolor de los demás. Ayúdame a ayudarlos por lo menos con una oración.
En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de diciembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy les diré a los que viven conmigo que los quiero y los estimo mucho.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Dios nos juzgará por el corazón
Jueves segunda semana Cuaresma. La auténtica Cuaresma es la purificación del corazón.
El Evangelio nos narra la parábola de Epulón y Lázaro, donde nos damos cuenta de que al morir, Dios los juzga por su corazón. ¿Qué ha hecho Lázaro de bueno para subir al seno de Abraham? Nada. ¿Qué ha hecho Epulón de malo para no subir al seno de Abraham? Nada. Podríamos pensar que la diferencia está en que uno es muy pobre y el otro rico, pero no es el motivo por el cual Cristo los juzga. Cristo los juzga por el corazón. La diferencia está en ser una persona de corazón abierto o de corazón cerrado a Dios nuestro Señor.
Quizá a nosotros en Cuaresma se nos podría nublar un poco la vista y estemos juzgando nuestra vida por nuestro exterior y, entonces, estaremos viviendo una Cuaresma simplemente exterior, olvidándonos de que la auténtica Cuaresma es la purificación del corazón. El profeta dice: “El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo podrá entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a cada uno según sus acciones, según el fruto de sus obras.”
Es Dios quien sondea el corazón, a nosotros nos toca, si queremos vivir de cara a Dios nuestro Señor, vivir con un corazón listo a ser sondeado por Él. El primer gesto de purificación que en nuestra Cuaresma tenemos que buscar es la purificación de nuestro corazón, la purificación de nuestra voluntad, la purificación de nuestra libertad.
Purificar el corazón, purificar la voluntad y purificar la libertad es atreverse a tocar una fibra muy interior, porque es la fibra en la cual nosotros reposamos sobre nosotros mismos. Cada uno de nosotros, en última instancia, reposa sobre su propia voluntad: la voluntad de querer algo o la voluntad de rechazarlo. Cada uno de nosotros en la vida acepta o rechaza las cosas por su corazón, por su voluntad. El profeta es muy claro: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón”. Son palabras muy duras, sobre todo en cuanto a las consecuencias: “Será como cardo plantado en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable”.
Si nuestro corazón no aprende a purificarse, si nuestra voluntad no aprende a actuar bien, si nuestro interior no opta en una forma decidida, firme y exigente por Dios nuestro Señor, se puede ir produciendo, poco a poco, una especie como de desertificación de nuestra vida, un avanzar del desierto en nuestro corazón. Si nuestro corazón no está apoyándose en todo momento en Dios nuestro Señor y nuestra voluntad no está purificándose para ser capaz de encontrarse con Él, sino que por el contrario, nuestra voluntad está confiando en el hombre, es decir, confiando simplemente en esa veleta de acontecimientos que constantemente nos suceden, querrá decir que nuestra vida acabará plantada en medio de una estepa, tierra salobre e inhabitable.
¿No podría ser, el verse plantadas así, el destino de muchos corazones, de muchas vidas? Y cuando empezamos a preguntarnos el por qué, en el fondo, acabamos encontrando siempre una misma respuesta: No supieron poner su libertad totalmente en Dios nuestro Señor. Y aquí no importa si les faltó poco o les faltó mucho, aquí lo que importa es que les faltó.
En el Evangelio, no importa si el rico fue poco injusto o muy injusto, lo importante es que no llegó a estar del otro lado. Su libertad no se puso del lado que tenía que ponerse, su voluntad no se orientó hacia donde tenía que orientarse. Nos puede dar miedo pensar siquiera en la posibilidad de orientar nuestra voluntad. Nos puede dar miedo el intentar tocar nuestro corazón para empezar a preguntarle: ¿Estás verdaderamente orientado a Dios? ¿En quién confías? ¿Auténticamente tu confianza está puesta en el Señor?
De nada nos servirá después, la súplica del rico: “Padre Abraham, ten piedad de mí”, porque nuestra libertad necesita ser ahora purificada.
Es importantísimo que esta Cuaresma se convierta para nosotros en un momento de reflexión sobre hacia dónde está orientada nuestra voluntad, qué estamos haciendo con nuestra vida, qué ha elegido nuestra libertad, qué caminos tiene, qué opciones ha tomado. De poco nos serviría pensar que nuestra libertad y nuestra voluntad están orientada hacia Dios nuestro Señor, si en el fondo, nosotros mismos no hemos sido capaces de purificarnos, de tal manera que, auténticamente se orienten hacia Dios.
“El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar ¿Quién lo puede entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón”. Atrevámonos a ponernos en Dios nuestro Señor. Atrevámonos a ponernos en Él como el único que va a ser capaz de decirnos si auténticamente nuestra voluntad y nuestra libertad están orientadas de tal forma que, en esta vida nos abramos a Dios, y en la futura nos encontremos con Él.
Atrevámonos a permitirle a Dios tocar los recursos, los resortes interiores de nuestra libertad.
Cuántas veces podríamos juzgar que estamos haciendo bien, y realmente podría ser que estuviésemos viviendo engañados, traicionados por lo más interior de nosotros mismos, que es nuestro corazón, “la cosa más traicionera y difícil de curar”. ¿Me atrevo yo a permitir que ese médico del alma que es Dios, entre a mi corazón, toque y cuestione mi libertad y toque y fortalezca mi voluntad?
Creo que éste sería un buen camino de Cuaresma: el ir purificando nuestra voluntad y nuestra libertad de tal manera que, en el encuentro con la Pascua de nuestro Señor, lleguemos a decir que nuestro corazón, siendo débil como es, tiene una certeza y tiene una garantía: el estar apoyado sólo y únicamente en Dios nuestro Señor. Porque así, “será árbol plantado junto al agua que hunde en las corrientes sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en el año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.
En nuestras manos está el hacer de nuestra libertad y de nuestra voluntad un camino de esterilidad, apoyado en nosotros; o un camino de fecundidad, apoyado en Dios.
Fidelidad
La fidelidad es la alegría de compartir con alguien la propia vida.
Vivir la fidelidad se traduce en la alegría de compartir con alguien la propia vida, procurando la felicidad y la mejora personal de la pareja.
La fidelidad es un valor fundamental. Ya hemos escrito antes del valor de la lealtad que se aplica muy directamente con amigos, amistades, familiares y compañeros de trabajo. Sin embargo la fidelidad como valor se aplica más directamente a las relaciones de pareja entre novios y entre esposos, y hoy hemos querido profundizar en este tema, porque no es necesario sufrir la infidelidad de la pareja para entender que este es un valor fundamental.
El egoísmo y el placer impiden tener una relación sana.
Alcanzar el verdadero y único amor es la aspiración más noble del hombre, sin embargo, el egoísmo y el placer se han convertido en dos gigantes que impiden tener una relación sana, estable y de beneficio para las personas. Hacer conciencia y robustecer el valor de la fidelidad, es una necesidad que nos apremia en beneficio de nosotros mismos, la familia y la sociedad entera.
La fidelidad es el íntimo compromiso que asumimos de cultivar, proteger y enriquecer la relación con otra persona y a ella misma, por respeto a su dignidad e integridad, lo cual garantiza una relación estable en un ambiente de seguridad y confianza que favorece al desarrollo integral y armónico de las personas.
La fidelidad es anterior a la relación misma
Por extraño que pueda parecer, la fidelidad es anterior a la relación misma; debemos conocer y descubrir realmente lo que buscamos y estamos dispuestos a dar en una relación. La rectitud de intención nos ayudará a superar el egoísmo y hacer a un lado los intereses poco correctos.
Así, una relación está destinada al fracaso por desvirtuar el propósito de la misma: Esto sucede con quien busca un joven apuesto o una chica hermosa para satisfacer la propia vanidad o la búsqueda de placer; peor aún si se pretende a través de esa relación, alcanzar una mejor posición social y un interés económico. Poco futuro tiene esa pareja cuando alguna de las partes no ha entendido que debe haber disposición para compartir, comprender y colaborar al perfeccionamiento personal del otro.
Podemos afirmar que el egoísmo es el mayor peligro para cualquier relación. Aunque no siempre aparece a primera vista, podemos observar que algunas personas se dejan llevar por todo lo que es novedoso: ropa, autos, aparatos…; con el consecuente cumplimiento de sus caprichos, buscando el placer en la comida, la bebida, el sexo y la diversión.
Estas personas están en constante peligro de faltar a la fidelidad en cualquier momento, porque su vida está orientada a la novedad, al cambio y a la búsqueda de nuevas experiencias y satisfacciones. Ser fiel cuesta trabajo porque no existe la disposición a dar y a darse. ¿Cómo esperar que una relación no sea aburrida al poco tiempo? ¿Cómo pretender que se eviten nuevas experiencias? Vencer al egoísmo, al placer y a la comodidad con una conducta sobria, garantiza nuestro crecimiento personal, y por ende, el de cualquier relación.
La fidelidad no es exclusiva del matrimonio.
Es indispensable en el noviazgo porque no hay otra forma de aprender a cultivar una relación y hacer que prospere. No está mal que los jóvenes conozcan a distintas personas antes de decidir con quien sacar adelante su proyecto de vida, pero debe hacerse bien, sin engaños, procurando conocer realmente a la persona, dando lo mejor de sí mismos, teniendo rectitud de intención en sus intereses, eso es noble, correcto y sobre todo, leal.
También debemos ser cautelosos en nuestros afectos y tratar con delicadeza y respeto a las personas del sexo opuesto, máxime si ya tenemos otra relación o un compromiso con alguna persona en particular. Una cosa es la cortesía y el trato amable, otra muy diferente los halagos, las excesivas atenciones y la comunicación de sentimientos e inquietudes personales; estos intercambios hacen crecer un afecto que va más allá de la amistad y de la convivencia profesional porque se involucra a la persona en nuestra vida, en nuestra intimidad y siempre tendrá la misma consecuencia: faltar a la fidelidad. Por eso, es necesario ser muy cuidadosos con nuestro trato en la oficina, la escuela, con los familiares y en todos los lugares que frecuentamos.
La fidelidad no es atadura, por el contrario, es la libre expresión de nuestras aspiraciones, nos colma de alegría e ilumina cotidianamente a las personas. Una buena relación posee una serie de características que la hacen especial y favorecen a la vivencia de la fidelidad, pero deben cuidarse para que no sean el producto de la emoción inicial:
- Existe el interés por estar al lado de la persona, se procuran detalles de cariño y momentos agradables. Constantemente se hace un esfuerzo por congeniar y limar las asperezas, procurando que las discusiones sean mínimas para lograr la paz y la concordia lo más pronto posible.
- Se da poca importancia a las fallas y errores de la pareja, hacemos todo lo posible por ayudar a que las supere con comprensión y cariño.
- Somos cada vez más felices en la medida que se "avanza" en el conocimiento de la persona y en la forma en la que corresponde a nuestra ayuda.
- Compartimos alegrías, tristezas, triunfos, fracasos, planes… todo.
- Por el respeto que merece nuestra pareja, cuidamos el trato con personas del sexo opuesto, con naturalidad, cortesía y delicadeza; que a final de cuentas, es el respeto que tenemos por nosotros mismos
La fidelidad no es sólo la emoción y el gusto de estar con la pareja, es la lucha por olvidarnos de pensar únicamente en nuestro beneficio; es encontrar en los defectos y cualidades de ambos la oportunidad de ser mejores y así llevar una vida feliz.
Sin lugar a dudas, cuando somos fieles podemos decir que nuestra persona se perfecciona por la unión de dos voluntades orientadas a un fin común: la felicidad del otro. Cuando este interés es auténtico, la fidelidad es una consecuencia lógica, gratificante y enriquecedora.
Vivir la fidelidad se traduce en la alegría de compartir con alguien la propia vida, procurando la felicidad y la mejora personal de la pareja, generando estabilidad y confianza perdurables, teniendo como resultado el amor verdadero.
El antídoto contra el bullying
¿Queremos erradicar el bullying en la familia y en la sociedad?
Hay padres que se conforman con llevar el pan a casa, sin participar en la formación de los hijos. Ser papás no solo es proporcionar a los hijos todos los medios económicos, tenerlos en escuelas de prestigio y que sean expertos en idiomas y cibernética. Cuando los conocimientos se reducen a sólo "saber"; no es Saber vivir
La principal responsabilidad de papá y mamá es la formación de buenos seres humanos…es la urgente necesidad de nuestro mundo. Papá y mamá debemos hablar menos y dar más ejemplo y congruencia.
Lo importante es formar verdaderos seres humanos con la capacidad de diferenciar el bien y el mal (las bondades y los perjuicios), que conozcan y estén convencidos de lo que correcto y lo que incorrecto.
¿Cómo debemos formar los valores en nuestros hijos?
Por la importancia, es necesario enfatizar en el ejemplo y la congruencia.
La forma en que papá y mamá conviven, comparten, colaboran entre ellos, la ayuda a los demás, la tolerancia, comprensión, respeto, responsabilidad, amor y verdadera libertad, así es como están formando a cada uno de los hijos, esto es definitivo. No es necesario conocer a los padres, conociendo a los hijos se conocen a papá y mamá. "El árbol se conoce por sus frutos" Mt. 12, 33 – 37)Lo que necesita la familia y la sociedad en el mundo entero, es el compromiso de papá y mamá, porque este problema está afectando y continuará afectando a muchas personas en todo el orbe, incluyéndonos a nosotros como personas y a nuestra familia. No hay explosivo de efectos tan dañinos y destructores como los malos ejemplos de quienes deberían ser para los demás modelos del buen comportamiento. P.Elieser Salesman Para que nuestros hijos aprendan a ser honestos es necesario que los papás practiquen la verdad y sean congruentes. Para formar a los hijos en la responsabilidad, los primeros responsables deberán ser papá y mamá.
Los padres son los responsables de prevenir a los hijos contra la drogadicción explicando y convenciendo de las consecuencias.
Con mutuo diálogo, comunicación, confianza y respeto mutuo, es necesario que en pareja, papá y mamá, se preparen para no evadir el reto de formar a los hijos en la sexualidad y de prevenirlos en cuanto a los daños físicos y psicológicos, protegiéndolos con verdadera responsabilidad.
Para prevenir y arrancar de raíz el bullying en niños, adolescentes, jóvenes y adultos, es importante el compromiso y ejemplo de mamá y papá, además con verdadero conocimiento y convicción enseñar que los problemas y diferencias no se resuelven a golpes, con violencia; y evitar vivir en medio de un ambiente de gritos, discusiones absurdas e insultos mutuos y faltas de respeto.
Para esto será necesario aprender a controlar las emociones e impulsos, reconocer los propios errores y con humildad aceptar las propias limitaciones y debilidades, aprender a pedir disculpas. Porque el reconocer los errores no será nunca un acto de humillación sino de madurez y crecimiento.
Es necesario emprender en familia un compromiso permanente contra la violencia: No a los gritos, no a las agresiones físicas y verbales, no a las faltas de respeto a la pareja y a los hijos, disposición a colaborar en todo lo necesario para hacer de casa un lugar habitable en todos los aspectos. Aprender todos los integrantes de la familia a ser responsables, tolerantes pensando en los demás, siendo amables y agradecidos en todo momento. Lo que se les da a hijos ellos lo comparten con los demás.
La vida se debe vivir por convicción nacida de una correcta formación. La formación en los valores no es: Imposiciones, costumbres, tradición o herencia sino la consecuencia de un buen ejemplo. A los padres de familia nos hace falta ser convincentes.
S. S. Juan Pablo II nos decía: "El mundo se resiste a creer palabras que no van acompañadas de un testimonio de vida". El tiempo y nuestros hijos nos demandan convertirnos en un modelo a seguir y sobre todo a ser congruentes.
La mejor formación es el amor y ejemplo
Lo que se aprende en familia perdurará por siempre. Nadie aprende tanto en diez años de universidad como lo hace durante los diez primeros años de su vida en el hogar. De allí que sean precisamente los familiares quienes tengan que ocuparse desde un inicio de la formación del niño. Catecismo católico explicado, P. Gaspar Astete y P. Eliécer Salesman)
El Papa Pío XII afirmó: "Los niños tienen malos oídos para escuchar, pero muy buenos ojos para observar". Nuestros hijos nos pueden objetar: "No puedo oír lo bueno que dices porque veo lo malo que haces". Esto sería terrible porque nadie da lo que no tiene; si quieres enseñar a tus hijos a ser amables no puedes hacerlo odiando.
Reflexionemos un poco: "Uno puede especializarse en aritmética y conocer toda la geografía de memoria y no por eso ser una mejor persona" (Catecismo católico explicado, P. Gaspar Astete y P. Eliécer Salesman).
Lo más difícil es formar con el ejemplo, pero es lo que verdaderamente forma.
Cuando nuestros hijos hayan aprendido y comprendido a vivir en un continuo servicio a los demás, que la ayuda será siempre lo más importante la mejor demostración de amor a los demás y el antídoto contra la soledad, el vacío existencial, la frustración y el conflicto personal y familiar; así aprenderán de sus padres: la obediencia, el respeto, la libertad y la responsabilidad. Papá y mamá tenemos la responsabilidad de formar a los hijos en una auténtica libertad, que se logra a través la entrega sincera de uno mismo, y se tener presente siempre el respeto al prójimo, el sentido de la justicia, la imprescindible convivencia afectuosa y continuo dialogo, Entonces podremos estar seguros de haber arrancado de raíz el bullying de nuestra vida, de nuestra familia y de la sociedad.
¿Cuaresma domesticada?
Atrevámonos a vivir una Cuaresma diferente, que nos saque de nuestra zona de confort
“Ya llegó la Cuaresma, qué lata lo de no comer carne, pero bueno, no importa, es cosa de procurar pasar para el viernes el día en que de por sí comemos pescado en casa, y ¡qué atracones de mariscos me esperan!”; “ya llegó la Cuaresma, aprovecho para vaciar mi clóset de lo que ya no sirve, a ver a quién se lo dono”; “ya llegó la Cuaresma, no voy a ver tele, pero no importa porque de todos modos no hay nada bueno que ver, y me queda la pantalla de mi teléfono, de mi compu, de mi tablet”; “ya llegó la Cuaresma, no comeré golosinas, aprovecho para hacer dieta, a ver si bajo unos kilitos que me sobran”; “ya llegó la Cuaresma, tenemos tiempo para ir pensando a qué playa vamos en Semana Santa”.
Estas y otras frases que la gente suele decir cuando llega la Cuaresma, expresan una triste realidad: que no estamos aprovechando este período de cuarenta días para vivir una verdadera conversión, un cambio que reoriente nuestros pasos hacia Dios, sino que nos disponemos a vivir una Cuaresma cuidadosamente ‘domesticada’ para que no se salga de los estrechos límites que le hemos impuesto y no nos moleste o incomode más allá de lo estrictamente necesario.
Iniciamos la Cuaresma con aprensión, sus cuarenta días nos parecen ¡eternos!, y cuando llega su final (siempre más pronto de lo que imaginamos), nos sentimos aliviados de ya no tener que ‘mortificarnos’, pero la verdad es que no nos mortificamos mucho, y tarde se nos hace para retomar los hábitos que dejamos en pausa el Miércoles de Ceniza. ¿Qué sucede año con año? Que dejamos pasar los días de este ‘tiempo fuerte’ que la Iglesia dispuso para nuestro crecimiento espiritual, y seguimos siendo los mismos de antes, ni crecemos ni cambiamos realmente en nada.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Sólo hay un remedio: atrevernos a dejar que nuestra Cuaresma se escape del limitado confinamiento en que acostumbramos encerrarla, y le permitamos que nos rete a ir más allá, a hacer lo que nunca antes hemos hecho.
Atrevámonos a vivir una Cuaresma diferente, que nos saque de nuestra ‘zona de confort’, que nos haga experimentar lo que se siente depender no de nuestros recursos, sino de la Providencia Divina, de la misericordia de Dios.
El Papa Francisco pide que la Iglesia salga a la periferia, que no se quede encerrada en sí misma. Pues bien, eso de la periferia cabría aplicarlo también para nuestro modo de vivir la Cuaresma. Ojalá nos animemos a vivirla en la periferia de nuestra seguridad, en la periferia de nuestra rutina, en la periferia de lo que hacemos siempre, y hagamos ahora algo más, algo que nos desinstale, nos ‘desapoltrone’, nos inquiete, nos mueva el tapete y nos permita tomarnos más firmemente de la mano de Dios y ver más de cerca los ojos de nuestros hermanos.
Atrevámonos a preguntarle al Señor cómo quiere que vivamos esta Cuaresma, y aceptemos si nos propone algo tal vez muy diferente a lo que acostumbramos, algo que nos haga decir: ‘jamás imaginé que haría esto’. Y así, por ejemplo, con relación a la oración, tal vez deberemos intentar una manera o lugar o frecuencia distintos para orar; con respecto a la limosna no habremos de conformarnos con dar dinero ni lo que nos sobra, sino ofrecernos como voluntarios en algún centro donde haya quien nos necesite, o vayamos de misiones; en lo que toca a la abstinencia, que no sólo nos privemos de algo sino vayamos a compartirlo con los demás.
Este año no nos resignemos a que otra vez la Cuaresma llegue y se vaya sin pena ni gloria, sino disfrutemos cada día y diario hagamos algo que nos permita convertirla en bien aprovechada oportunidad para vivir y compartir nuestra fe, esperanza y caridad.