El misterio de la viña de Dios

Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del 15 de marzo de 2017

¿Cómo hacer que nuestro amor y nuestra caridad no sea hipócrita?

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Como bien sabemos, el gran mandamiento que nos ha dejado el Señor Jesús es aquel de amar: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y amar al prójimo como a nosotros mismos (Cfr. Mt 22,37-39). Es decir, estamos llamados al amor, a la caridad y esta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia; y a esa está relacionada también la alegría de la esperanza cristiana. Quien ama tiene la alegría de la esperanza, de llegar a encontrar el gran amor que es el Señor.

El apóstol Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos que hemos apenas escuchado, nos pone en guardia: existe el riesgo que nuestra caridad sea hipócrita, que nuestro amor sea hipócrita. Entonces nos debemos preguntar: ¿Cuándo sucede esto, esta hipocresía? Y ¿Cómo podemos estar seguros de que nuestro amor sea sincero, que nuestra caridad sea auténtica? ¿De no aparentar de hacer caridad o que nuestro amor no sea una telenovela? Amor sincero, fuerte.

La hipocresía puede introducirse por todas partes, también en nuestro modo de amar. Esto se verifica cuando nuestro amor es un amor interesado, motivado por intereses personales; y cuantos amores interesados existen… cuando los servicios caritativos en los cuales parece que nos donamos son realizados para mostrarnos a nosotros mismos o para sentirnos satisfechos: “pero, qué bueno que soy”, ¿no?: esto es hipocresía; o aún más, cuando buscamos cosas que tienen “visibilidad” para hacer alarde de nuestra inteligencia o de nuestras capacidades.

Detrás de todo esto existe una idea falsa, engañosa, la de decir que si amamos es porque nosotros somos buenos; como si la caridad fuera una creación del hombre, un producto de nuestro corazón. La caridad, en cambio, es sobre todo una gracia, un regalo; poder amar es un don de Dios, y debemos pedirlo. Y Él lo da gustoso, si nosotros se lo pedimos.

La caridad es una gracia: no consiste en el hacer ver lo que nosotros somos, sino en aquello que el Señor nos dona y que nosotros libremente acogemos; y no se puede expresar en el encuentro con los demás si antes no es generada en el encuentro con el rostro humilde y misericordioso de Jesús.

Pablo nos invita a reconocer que somos pecadores, y que también nuestro modo de amar está marcado por el pecado. Al mismo tiempo, pero, se hace mensajero de un anuncio nuevo, un anuncio de esperanza: el Señor abre ante nosotros una vía de liberación, una vía de salvación. Es la posibilidad de vivir también nosotros el gran mandamiento del amor, de convertirnos en instrumentos de la caridad de Dios.

Y esto sucede cuando nos dejamos sanar y renovar el corazón por Cristo resucitado. El Señor resucitado que vive entre nosotros, que vive con nosotros es capaz de sanar nuestro corazón: lo hace, si nosotros lo pedimos. Es Él quien nos permite, a pesar de nuestra pequeñez y pobreza, experimentar la compasión del Padre y celebrar las maravillas de su amor.
Y entonces se entiende que todo aquello que podemos vivir y hacer por los hermanos no es otra cosa que la respuesta a lo que Dios ha hecho y continúa a hacer por nosotros.

Es más, es Dios mismo que, habitando en nuestro corazón y en nuestra vida, continúa a hacerse cercano y a servir a todos aquellos que encontramos cada día en nuestro camino, empezando por los últimos y los más necesitados en los cuales Él en primer lugar se reconoce.

Entonces el Apóstol Pablo con estas palabras no quiere reprocharnos, sino mejor dicho animarnos y reavivar en nosotros la esperanza. De hecho, todos tenemos la experiencia de no vivir a plenitud o como deberíamos el mandamiento del amor. Pero también esta es una gracia, porque nos hace comprender que por nosotros mismos no somos capaces de amar verdaderamente: tenemos necesidad de que el Señor renueve continuamente este don en nuestro corazón, a través de la experiencia de su infinita misericordia.

Entonces sí volveremos a apreciar las cosas pequeñas, las cosas sencillas, ordinarias; volveremos a apreciar todas estas cosas pequeñas de todos los días y seremos capaces de amar a los demás como los ama Dios, queriendo su bien, es decir, que sean santos, amigos de Dios; y estaremos contentos por la posibilidad de hacernos cercanos a quien es pobre y humilde, como Jesús hace con cada uno de nosotros cuando nos alejamos de Él, de inclinarnos a los pies de los hermanos, como Él, Buen Samaritano, hace con cada uno de nosotros, con su compasión y su perdón.

Queridos hermanos, lo que el Apóstol Pablo nos ha recordado es el secreto para estar –cito sus palabras– es el secreto para estar “alegres en la esperanza” (Rom 12,12): alegres en la esperanza. La alegría de la esperanza, para que sepamos que en toda circunstancia, incluso en las más adversa, y también a través de nuestros fracasos, el amor de Dios no disminuye. Y entonces, con el corazón visitado y habitado por su gracia y por su fidelidad, vivamos en la gozosa esperanza de intercambiar con los hermanos, en lo poco que podamos, lo mucho que recibimos cada día de Él. Gracias”.

Evangelio según San Mateo 21,33-43.45-46. 

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. 

El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». 

Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.» Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.» Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta. 

San Patricio Bretaña

Obispo (c. 385-461)  "Yo era como una piedra en una profunda mina; y aquel que es poderoso vino, y en su misericordia, me levantó y me puso sobre una pared."

Nacido en Bretaña hacia el año 385, fue llevado cautivo muy joven a Irlanda, y obligado a desempeñar el oficio de pastor de ovejas.  
Conseguida la libertad fue sacerdote y obispo de su nueva patria a la que dedicó el resto de su vida mostrando unas dotes extraordinarias como evangelizador y ocupándose de la organización eclesiástica de Irlanda de la que es patrono.  Murió en el año 461.

Oremos  
Dios todopoderoso, que para dar a conocer tu nombre a los pueblos de Irlanda escogiste al obispo San Patricio, haz que, por su intercesión y sus méritos, los cristianos descubran el sentido misional de la fe y anuncien a los hombres las maravillas de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de  Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Irlanda (1697). El Oficio de  Nuestra Señora es instituído por el Papa Urbano II (1905)

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia Sermón 30 sobre el Cantar de los Cantares

El misterio de la viña de Dios

Hermanos, si reconocemos que la Iglesia es la viña del Señor, nos damos cuenta que no es una prerrogativa pequeña haber extendido sus límites a toda la tierra... 

A través de esta imagen veo a los primeros creyentes de los cuales se dice que «todos pensaban y sentían lo mismo» (Hch 4,32)... Porque la persecución no la ha tan brutalmente desenraizado que no haya podido ser replantada en otros lugares y alquilada a otros viñadores, los cuales, llegada la estación propicia, han hecho que diera fruto. No ha perecido sino que ha cambiado de suelo; mejor así pues ha ganado en fuerza tanto como en extensión, como la bendita viña del Señor. Hermanos, levantad los ojos y veréis «que su sombra cubre las montañas y sus pámpanos los cedros de Dios, que ha extendido sus sarmientos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río» (cf sl 79, 11-12). 

No es sorprendente: es el edificio de Dios, el campo de Dios (1C 3,9). Es él quien la fecunda, la propaga, la corta y la poda para que dé más fruto. No va él a despreocuparse de una viña que su mano derecha plantó (Sl 79,15); no va a abandonar una viña en la que los pámpanos son los apóstoles, la cepa es Jesucristo, y el Padre es el viñador (Jn 15,1-5). Plantada en la fe, hunde sus raíces en la caridad; trabajada por la obediencia, fertilizada por las lágrimas de arrepentimiento, regada con la palabra de los predicadores, rebosa un vino que inspira el gozo y no la mala conducta, vino de muy dulce sabor, que en verdad rejuvenece el corazón del hombre (Sl 103,15)... ¡Hija de Sión, consuélate contemplando este gran misterio, no llores más! ¡Abre tu corazón para acoger a todas las naciones de la tierra!

Justo aun entre injustos
San Mateo 21, 33-43.45-46. II Viernes de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios, creador mío, Tú eres la única fuente del amor, de la esperanza, de la caridad. Quiero poner en tus manos mi corazón, mi persona, para que en ella florezcan estas virtudes.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Dios constantemente envía criados a este mundo. Ahora bien, ¿los profetas fueron profetas porque Dios los predispuso a esta vocación?, ¿o fueron profetas porque lo lograron por propia voluntad? La respuesta son ambas. Misterio que se palpa en la experiencia del cristiano. Ni con el simple querer se alcanzaría el ser profeta, ni con la simple gracia me tornaría profeta. Gracia y libertad. Libertad y gracia.

El primer criado fiel que fue asesinado por los labradores murió libremente. Y, aunque esto es una parábola, Señor, cuánto es realidad también en este mundo, que hasta podría decir, que yo conozco el nombre de los criados.

No existe nada más doloroso que hacer el bien en medio de injusticias. Siendo justo sin triunfar en esta vida, mientras otros «triunfan» sin ser justos. Es difícil, pero es así, Señor. O quizá he acaso perdido el sentido moral de mi vida. Quizá he olvidado que el bien que yo obro no es menor aunque se encuentre en medio de males. Que el mal que yo obro no es menor aunque se encuentre en medio de bienes. Lo mismo el mal entre males o el bien entre bienes. Que mi obrar es uno y uno solo delante de Dios. ¿Quién murió en una cruz sin haberla merecido?, ¿cuál era su motivación?

Quizá la consciencia de lo que significa ser persona, individuo, autor de mis actos, criatura libre, responsable ha desaparecido en mí. Porque así fuesen mil criados justos los que hubiesen muerto a manos de los labradores, no habrían dejado de ser justos. Ni las muertes suyas habrían dejado de ser una injusticia. Ni siquiera cuando el silencio de la corrupción no hablase más de aquel delito cometido. El bien habrá permanecido bien. El mal habrá permanecido mal.

Vivir de cara a Ti, Señor, ése es mi deseo. No de cara a los hombres, no a mi entorno, no a la opinión pública. Pues, aunque es verdad que debo considerar todo esto y mucho más, no son ellos los que rigen mi actuar. No son ellos mi fuente, tampoco mi fin, son personas como yo, que están llamadas a ir a Ti. Sólo existe una verdad, sólo un camino para hacer el bien -y ése eres Tú, Señor.

Soy un criado, fui llamado, fui creado para custodiar tu viña, para proclamar tu nombre. Pero eso no sucederá sin que yo acoja con mi libertad esta sublime vocación.

¿Seré capaz? Sólo hay una respuesta: libertad y gracia; gracia y libertad. Confío en Ti. Confías en mí.

El Señor planta una viña, la rodea de una cerca, cava un lagar y edifica una torre. Esto el Señor lo ha hecho siempre con tanto amor y con tanta ternura. Él recuerda siempre a este pueblo cuando le era fiel, cuando lo seguía en el desierto, cuando buscaba su rostro. Pero después la situación se volvió al revés y el pueblo se adueñó de este don de Dios. Nosotros somos nosotros, somos libres. Ese pueblo no piensa, no recuerda que fueron las manos, el corazón de Dios quien lo hizo, y así se convierte en un pueblo sin memoria, un pueblo sin profecía, un pueblo sin esperanza. Es, por lo tanto, a los dirigentes de este pueblo a quienes Jesús se dirige con esta parábola: un pueblo sin memoria ha perdido la memoria del don, del regalo; y atribuye a sí mismo lo que es: Nosotros podemos.

(Homilía de S.S. Francisco, 30 de mayo de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy es el día para cambiar aquello que sé que debo cambiar, aunque vaya a ser difícil por el entorno en que me encuentro. Pongo en tus manos este propósito, Señor.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Voluntad y libertad orientadas a Dios
Viernes segunda semana Cuaresma. Que la Cuaresma sea un camino de conversión y orientación de nuestra voluntad hacia Dios.


"Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron"

En estas palabras con las cuales Jesucristo cierra la acción de los viñadores sobre el hijo y, sobre todo, lo que el dueño de la viña había proyectado respecto a este terreno, también está encerrando qué es lo que sucede en los corazones de los viñadores.

Los viñadores homicidas no solamente es una parábola de la crueldad de los hombres para con Dios y para lo que el Señor nos va pidiendo a todos nosotros, sino que también es un reclamo al corazón del hombre, a nuestra libertad y a nuestra voluntad para que también nos preguntemos si en nosotros puede haber esta misma intención de homicidio.

Nos podría sonar como algo extraño, algo lejano, algo apartado de nosotros, pero tenemos que cuestionarnos con mucha claridad para ver si efectivamente esta voluntad de no darle a Dios lo que de Dios es, es algo alejado de nosotros, o si por el contrario, es voluntad nuestra el dar siempre a Dios lo que de Dios es.

Todo el problema de estos viñadores homicidas no nace de una crueldad con respecto a los enviados; porque los viñadores homicidas son conscientes de que los enviados no son sino una parte del contrato que se había hecho con el dueño de la viña. El problema de los viñadores homicidas es que quieren quedarse con la herencia. Una voluntad torcida, una voluntad totalmente pervertida es la que va a hacer que los viñadores se conviertan de arrendatarios en homicidas.

Que no nos suene muy lejano esto, que no nos suene muy apartado de nosotros, que por el contrario, sea para nosotros una pregunta: ¿En qué nos va convirtiendo nuestra voluntad?, ¿qué es lo que va haciendo de nosotros?, ¿qué es lo que va realizando en nuestra vida? Ése es el punto más importante, el punto más serio en el cual nuestra existencia puede torcerse o encaminarse hacia Dios nuestro Señor.

¿Nuestra voluntad y nuestra libertad hacia dónde y hacia qué están orientadas? ¿Hacia dónde estamos orientando nuestra voluntad? ¿Hacia lo que Dios quiere, hacia el ser capaces de dar los frutos que Dios nos está pidiendo? ¿O estamos orientando nuestra voluntad hacia el quedarnos injustamente con la herencia? Es una disyuntiva que se nos presenta todos los días y que va forjando nuestra personalidad, porque de esa disyuntiva va a acabar dependiendo el que nosotros vivamos de una forma coherente o incoherente con lo que Dios nuestro Señor nos va pidiendo.

Cuántas veces —y de esto somos generalmente muy conscientes—, Dios nuestro Señor pide ciertos cambios de comportamiento en nuestra alma, que son los frutos. Cuántas veces, Dios nuestro Señor pide que le devolvamos en la medida en la que Él nos ha dado.

Y si Dios fue el que hizo todo: Él es el que cavó, rodeó la cerca, construyó la torre y plantó la viña, a nosotros nos toca simplemente trabajar la viña del Señor. Si a Dios no le regresamos lo que nos dio, estamos como esos viñadores: quedándonos o queriéndonos quedar con la herencia. Lo cual, a la hora de la hora, no es sino un deseo en sí mismo frustrado, vano e inútil.

Está en nuestra voluntad el decidirnos por dar a Dios lo que es de Dios o quedarnos nosotros con lo que es de Dios. Para eso tenemos que estar revisando constantemente nuestra voluntad; revisando si nuestras obras, nuestras reacciones, nuestros deseos, son auténticamente cristianos, o si por el contrario, son simplemente manifestaciones de un deseo que quizá no está todavía orientado a Dios nuestro Señor.

Los viñadores habían trabajado no para el dueño de la viña, sino para ellos mismos. A los viñadores no les importaba el fruto del dueño de la viña, les importaba el fruto para ellos. Nuestra vida, ¿para qué trabaja?

Cuando se nos presentan cuestionamientos, preguntas, inquietudes, ¿a quién le damos los frutos? ¿A Dios? ¿O se los damos a nuestro egoísmo, a nuestro afán de autonomía o a nuestro afán de manejar las cosas como a nosotros nos gusta manejarlas?

Ciertamente que nos damos cuenta de que no está bien. No es que nuestra inteligencia se ciegue, pero nuestra voluntad pasa por alto todo esto. Como la voluntad de los viñadores pasó por alto el hecho de que el hijo era el dueño de la herencia. Esa frase tan llena de cinismo: “Venid, éste es el heredero.

Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia”, encierra muchas veces el mecanismo de nuestra voluntad que, iluminada por la inteligencia, descubre perfectamente a quién le pertenecen las cosas, de quién es la vida, de quién es el tiempo, de quién son nuestras cualidades. Descubre perfectamente que determinada reacción no es todo lo cristiana que debría ser; descubre perfectamente que determinado comportamiento no está respondiendo adecuadamente a lo que Dios le pide, pero usa este mismo mecanismo: “Éste es el heredero. Vamos a matarlo y a quedarnos con la herencia”.

Esto es pavoroso cuando aparece en el alma, porque indica la absoluta perversión de la voluntad. Cómo nos puede extrañar después, que en nuestra vida haya comportamientos negativos, comportamientos que difieren de la voluntad de Dios, cuando ese mecanismo está funcionando con una relativa frecuencia en nosotros; cuando nuestra voluntad no ha sido capaz de purificarse para ser capaz de romper, de quebrar ese mecanismo en nuestra alma; cuando cada vez que vemos al heredero lo queremos matar para quedarnos con la herencia.

Tenemos que ser muy inteligentes para descubrir en nuestra voluntad que ese mecanismo está funcionando. Pero tenemos que ser también muy firmes y constantes en nuestra purificación personal para ir eliminando, una y otra vez, ese mecanismo de nuestra voluntad. Mecanismo que nos lleva siempre, y de una manera ineludible, a la más tremenda de las desgracias, que es perdernos a nosotros mismos.

“Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores”. Para lo que tú existes como viñador es para trabajar el viñedo. Y Dios quitará el viñedo a esos viñadores. ¡Qué tremendo es correr en vano! ¡Qué tremendo es vivir en vano! ¡Qué tremendo es ver pasar los días, pasar los años, ver cómo el calendario va corriendo por nuestra vida y no haber todavía dejado de correr en vano!

Ojalá que esta Cuaresma sea para nosotros un momento de particular iluminación por parte del Espíritu Santo para que, efectivamente, descubramos dónde y en qué estamos corriendo en vano, dónde y en qué nuestra voluntad todavía no es capaz de superar el mecanismo de viñador homicida. ¿Por qué, cuando vemos perfectamente quién es el heredero, en nuestro interior todavía aparece el interés por arrebatarle la herencia y quedarnos nosotros con ella? Como cristianos, como miembros de la Iglesia no podemos seguir jugando con el Dueño de la viña.

¡Qué importante es que nos iluminemos para poder iluminar; que nos aclaremos para poder aclarar; que nos purifiquemos para poder purificar! Hagamos de esta Cuaresma un camino de conversión y de orientación de nuestra voluntad hacia Dios nuestro Señor para que Él y solamente Él, sea el que se lleve los frutos de nuestra viña.

Ser indiferente acaba por corrompernos 
Homilia del Papa Francisco en la casa de Sta. Martha.

Del camino del pecado se puede volver atrás, pero cuando se transforma en corrupción es muy difícil.

Del camino del pecado se puede volver atrás, pero cuando se transforma en corrupción es muy difícil. Y nos puede suceder cuando nos cerramos ignorando a los sin techo, a los pobres o a quienes están en dificultad.

Lo indicó este jueves el papa Francisco en la misa en Santa Marta, inspirándose en el Evangelio del día, con la parábola de Lázaro y el rico que vestía púrpura y lino.

El rico “sabía quien era ese pobre: lo sabía. Porque cuando habla con el padre Abraham, dice: ‘Envíame a Lázaro’. Pero a él no le importaba de la miseria de Lázaro ya que él era feliz”. Es que el pecado a un cierto momento se transforma en corrupción, “y este no era un pecador sino un corrupto”.

E interrogó “¿Qué sentimos en el corazón cuando vamos por la calle y vemos a los mendigos, a los niños solos que piden limosna…?”. ¿Es normal esto…?Alguien se justifica: “No, pero estos son de esa etnia que roba…”. Y Francisco pide estar atentos si en nuestro corazón resuena normal decir: “la vida es así… yo como y bebo, pero para quitarme un poco de remordimiento doy una limosna y sigo adelante”, porque ese camino “no va bien”.

Lo mismo cuando escuchamos que una bomba cayó en un hospital y hubieron tantos muertos. “¿Digo una oración y sigo como si nada fuera? ¿Me entra en el corazón o hago como el rico con Lázaro? “Por esto –concluyó el Papa– Señor escruta en mi corazón. Mira si mi camino es equivocado, y si estoy en ese camino resbaloso del pecado a la corrupción, del cual no se puede volver hacia atrás”. Te pido, “hazme entender en que camino estoy”.

¿Los países pobres necesitan aborto legal?
Obianuju Ekeocha, activista pro-vida, destruye este argumento

Un video con la valiente denuncia contra la colonización ideológica pro aborto en África de Obianuju Ekeocha, fundadora y Presidenta de Culture of Life Africa, se ha viralizado en las redes sociales en las últimas semanas.

El video fue grabado originalmente durante la conferencia "Mejores prácticas para el cuidado de la salud materna", organizada el 17 de marzo de 2016 por la Misión de la Santa Sede ante las Naciones Unidas.

En los últimos días el video ha sido ampliamente difundido en redes sociales, luego de que fuera publicado en la página de Facebook de la organización provida estadounidense Live Action.

Obianuju Ekeocha señaló que es de la tribu Igo, en Nigeria, donde no existe una palabra para presentar el aborto como algo que beneficie a la mujer.

“La mayoría de lenguas nativas africanas ni siquiera tienen una forma de decir aborto para que signifique algo bueno”, señaló.

La líder provida africana calificó de “neo-colonización” el que “gente del mundo occidental venga a África y trate de darnos este tipo de lenguaje que nunca podríamos traducir a nuestras lenguas nativas”.

Obianuju Ekeocha subrayó que “culturalmente la mayoría de comunidades africanas realmente creen por tradición, por estándares culturales, que el aborto es un ataque directo contra la vida humana”.

“Para que cualquiera sea capaz de convencer a cualquier mujer en África que el aborto es en realidad una cosa buena o puede ser una cosa buena, primero tienes que decirle que lo que sus padres y sus abuelos y sus ancestros le enseñaron está de hecho mal, le vas a tener que decir que ellos siempre estuvieron equivocados. Y eso, señora, es colonización”, finalizó.

La adoración eucarística: Historia (2)
El siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo era «in cristallo» de ahí irán tomando forma las custodias

–Esta vez nos cuenta cosas que yo no conocía.–Le hará mucho bien conocerlas.

Centralidad de la Eucaristía
Desde el principio del cristianismo, a la luz de la fe, se entiende la Eucaristía como la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia: como el memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo Salvador, como el sacrificio de la Nueva Alianza, como la cena que anticipa y prepara el banquete celestial, como el signo y la causa de la unidad de la Iglesia, como la actualización perenne del Misterio pascual, como el Pan de vida eterna y el Cáliz de salvación. Normalmente, la Misa al principio se celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se generaliza la Misa diaria.

La devoción antigua a la Eucaristía lleva en ciertos tiempos y lugares a celebrarla en un solo día varias veces. San León III (+816) celebra con frecuencia siete y aún nueve en un mismo día. Varios Concilios moderan y prohiben estas prácticas excesivas. Alejandro II (+1073) prescribe una Misa diaria: «muy feliz ha de considerarse el que pueda celebrar dignamente una sola Misa» cada día.

Reserva de la Eucaristía
En los siglos primeros la conservación de las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión de los enfermos, presos y ausentes. Las persecuciones y la falta de templos hacían impensable un culto más formal de adoración eucarística. Al cesar las persecuciones, la reserva de la Eucaristía va tomando formas externas cada vez más solemnes.

Las Constituciones apostólicas –hacia el 380– disponen ya que, después de distribuir la comunión, las especies sean llevadas a un sacrarium. El sínodo de Verdún, del siglo VI, manda guardar la Eucaristía «en un lugar eminente y honesto, y si los recursos lo permiten, debe tener una lámpara permanentemente encendida». Las píxides de la antigüedad eran cajitas preciosas para guardar el pan eucarístico. León IV (+855) dispone que «solamente se pongan en el altar las reliquias, los cuatro evangelios y la píxide con el Cuerpo del Señor para el viático de los enfermos».

Estos signos expresan la veneración cristiana antigua al cuerpo eucarístico del Salvador y su fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía. Sin embargo, la reserva eucarística tiene entonces como fin exclusivo la comunión de enfermos y ausentes; pero no todavía el culto a la Presencia real.

La adoración eucarística dentro de la Misa
Ha de advertirse en todo caso que ya por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los fieles, dentro de la misma Misa, signos claros de adoración, que aparecen prescritos en las antiguas liturgias. Especialmente antes de la comunión –Sancta santis, lo santo para los santos–, los fieles realizan inclinaciones y postraciones:

«San Agustín decía: “nadie coma de este cuerpo, si primero no lo adora”, añadiendo que no sólo no pecamos adorándolo, sino que pecamos no adorándolo» (Pío XII, 1947, Mediator Dei 162).

Por otra parte, la elevación de la hostia, y más tarde del cáliz, después de la consagración, suscita también la adoración interior y exterior de los fieles. Hacia el 1210 la prescribe el obispo de París, antes de esa fecha es practicada entre los cistercienses, y a fines del siglo XIII es común en todo el Occidente. En 1906, San Pío X, «el papa de la Eucaristía», concede indulgencias a quien mire piadosamente la hostia elevada, diciendo «Señor mío y Dios mío». Aún perdura esta devoción preciosa en algunas Iglesias de América hispana: en la consagración se oye un rumor suave que sale de la asamblea cristiana: «Señor mío y Dios mío».

Primeras manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa
La adoración de Cristo en la misma celebración de la Misa es vivida desde el principio. Pero la adoración de la Presencia real fuera de la Misa se va configurando como devoción propia a partir del siglo IX, con ocasión de las controversias eucarísticas. Por esos años, al simbolismo de un Ratramno, se opone con fuerza el realismo de un Pascasio Radberto, que acentúa la presencia real de Cristo en la Eucaristía, aunque no siempre en términos exactos.

Conflictos teológicos análogos se producen en el siglo XI. La Iglesia reacciona con prontitud y fuerza contra el simbolismo eucarístico de Berengario de Tours (+1088). Su doctrina es impugnada por teólogos como Anselmo de Laón (+1117) o Guillermo de Champeaux (+1121), y es inmediatamente condenada por un buen número de Sínodos (Roma, Vercelli, París, Tours), y sobre todo por los Concilios Romanos de 1059 y de 1079 (retractaciones de Berengario: Denz 690 y 700). Merece la pena conocer cómo era la admirable retractatio hecha en 1079 por un hereje, vuelto a la fe católica [quiera Dios que retractaciones semejantes se exijan hoy a tantos autores católicos caídos en herejía]:

«Yo, Berengario, creo de corazón y confieso de boca que el pan y el vino que se ponen en el altar, por el misterio de la sagrada oración y por las palabras de nuestro Redentor, se convierten substancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo, nuestro Señor; y que después de la consagración son el verdadero cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y que ofrecido por la salvación del mundo, estuvo pendiente de la cruz y está sentado a la derecha del Padre; y la verdadera sangre de Cristo, que se derramó de su costado, no sólo por el signo y virtud del sacramento, sino en la propiedad de la naturaleza y verdad de la sustancia, como en este breve se contiene y yo he leído y vosotros entendéis. Así lo creo y en adelante no enseñaré contra esta fe. Así Dios me ayude y estos santos Evangelios de Dios» (ib. 700). Ésa es la fe católica: en el Sacramento está presente totus Christus, en alma y cuerpo, como hombre y como Dios.

Estas enérgicas afirmaciones de la fe van acrecentando más y más en el pueblo la devoción a la Presencia real de nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Veamos algunos ejemplos.

A fines del siglo IX, la Regula solitarium establece que los ascetas reclusos, que viven en lugar anexo a un templo, estén siempre por su devoción a la Eucaristía en la presencia de Cristo. En el siglo XI, Lanfranco, arzobispo de Canterbury, establece una procesión con el Santísimo en el domingo de Ramos. En ese mismo siglo, durante las controversias con Berengario, en los monasterios benedictinos de Bec y de Cluny existe la costumbre de hacer genuflexión ante el Santísimo Sacramento y de incensarlo. En el siglo XII, la Regla de los reclusos prescribe: «orientando vuestro pensamiento hacia la sagrada Eucaristía, que se conserva en el altar mayor, y vueltos hacia ella, adoradla diciendo de rodillas: “¡salve, origen de nuestra creación!, ¡salve, precio de nuestra redención!, ¡salve, viático de nuestra peregrinación!, ¡salve, premio esperado y deseado!”».

En todo caso, conviene recordar que «la devoción individual de ir a orar ante el sagrario tiene un precedente histórico en el monumento del Jueves Santo a partir del siglo XI, aunque ya el Sacramentario Gelasiano habla de la reserva eucarística en este día… El monumento del Jueves Santo está en la prehistoria de la práctica de ir a orar individualmente ante el sagrario, devoción que empieza a generalizarse a principos del siglo XIII» (A. Olivar, El desarrollo del culto eucarístico fuera de la Misa, «Phase» 1983, 192).

Desprecio de la Eucaristía en el siglo XIII
Por esos tiempos, sin embargo, no todos participan de la devoción eucarística, y también se dan casos horribles de desafección a la Presencia real. Veamos, a modo de ejemplo, la infinita distancia que en esto se produce entre cátaros y franciscanos. Cayetano Esser, franciscano, describe así el mundo de los primeros:

«En aquellos tiempos, el ataque más fuerte contra el Sacramento del Altar venía de parte de los cátaros [muy numerosos en la zona de Asís]. Empecinados en su dualismo doctrinal, rechazaban precisamente la Eucaristía porque en ella está siempre en íntimo contacto el mundo de lo divino, de lo espiritual, con el mundo de lo material, que, al ser tenido por ellos como materia nefanda, debía ser despreciado. Por oportunismo, conservaban un cierto rito de la fracción del pan, meramente conmemorativo. Para ellos, el sacrificio mismo de Cristo no tenía ningún sentido.

«Otros herejes declaraban hasta malvado este sacramento católico. Y se había extendido un movimiento de opinión que rehusaba la Eucaristía, juzgando impuro todo lo que es material y proclamando que los “verdaderos cristianos” deben vivir del “alimento celestial”. «Teniendo en cuenta este ambiente, se comprenderá por qué, precisamente en este tiempo, la adoración de la sagrada hostia, como reconocimiento de la presencia real, venía a ser la señal distintiva más destacada de los auténticos verdaderos cristianos. El culto de adoración de la Eucaristía, que en adelante irá tomando formas múltiples, tiene aquí una de sus raíces más profundas. Por el mismo motivo, el problema de la presencia real vino a colocarse en el primer plano de las discusiones teológicas, y ejerció también una gran influencia en la elaboración del rito de la Misa. «Por otra parte, las decisiones del Concilio de Letrán [IV: 1215] nos descubren los abusos de que tuvo que ocuparse entonces la Iglesia. El llamado Anónimo de Perusa es a este respecto de una claridad espantosa: sacerdotes que no renovaban al tiempo debido las hostias consagradas, de forma que se las comían los gusanos; o que dejaban a propósito caer a tierra el cuerpo y la sangre del Señor, o metían el Sacramento en cualquier cuarto, y hasta lo dejaban colgado en un árbol del jardin; al visitar a los enfermos, se dejaban allí la píxide y se iban a la taberna; daban la comunión a los pecadores públicos y se la negaban a gentes de buena fama; celebraban la santa Misa llevando una vida de escándalo público», etc. (Temi spirituali, Biblioteca Francescana, Milán 1967, 281-282; cf. D. Elcid, Clara de Asís, BAC pop. 31, Madrid 1986, 193-195).

Gran devoción a la Eucaristía en el siglo XIII

Frente a tales degradaciones, precisamente, se producen en esta época grandes avances de la devoción eucarística. Entre otros muchos, podemos considerar el testimonio impresionante de san Francisco de Asís (1182-1226). Poco antes de morir, en su Testamento, pide a todos sus hermanos que participen siempre de la inmensa veneración que él profesa hacia la Eucaristía y los sacerdotes:

«Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos» (10-11; cf. Admoniciones 1: El Cuerpo del Señor).

Esta devoción eucarística, tan fuerte en el mundo franciscano, marca también una huella muy profunda, que dura hasta nuestros días, en la espiritualidad de las clarisas. En la Vida de santa Clara (+1253), escrita muy pronto por el franciscano Tomás de Celano (hacia 1255), se refiere un precioso milagro eucarístico. La iconografía tradicional representa a Santa Clara de Asís con una custodia en la mano, porque asediada la ciudad de Asís por un ejército invasor de sarracenos, fueron estos ahuyentados del convento de San Damián por la Santa con la custodia:

«Ésta, impávido el corazón, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos». De la misma cajita le asegura la voz del Señor: “yo siempre os defenderé”, y los enemigos, llenos de pánico, se dispersan» (Legenda santæ Claræ 21).

Santa Juliana de Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi

El profundo sentimiento cristocéntrico, tan característico de esta fase de la Edad Media, no puede menos de orientar el corazón de los fieles hacia el Cristo glorioso, oculto y manifiesto, velado y revelado en la Eucaristía, donde está realmente presente. Así lo hemos comprobado en franciscanos y clarisas. Es ahora, efectivamente, hacia el 1200, cuando, por obra del Espíritu Santo, la devoción al Cristo de la Eucaristía va a desarrollarse en el pueblo cristiano con nuevos impulsos decisivos.

A partir del año 1208, el Señor se aparece a santa Juliana (1193-1258), primera abadesa agustina de Mont-Cornillon, junto a Lieja. Esta religiosa es una enamorada de la Eucaristía, que, incluso físicamente, encuentra en el pan del cielo su único alimento. El Señor inspira a santa Juliana la institución de una fiesta litúrgica en honor del Santísimo Sacramento. Por ella los fieles se fortalecen en el amor a Jesucristo, expían los pecados y desprecios que se cometen con frecuencia contra la Eucaristía, y al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica las agresiones sacrílegas cometidas contra el Sacramento por cátaros, valdenses, petrobrusianos, seguidores de Amaury de Bène, y tantos otros.

Bajo el influjo de estas visiones, el obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, instituye en 1246 la fiesta del Corpus. Hugo de Saint-Cher, dominico, cardenal legado para Alemania, extiende la fiesta a todo el territorio de su legación. Y poco después, en 1264, el papa Urbano IV, antiguo arcediano de Lieja, que tiene en gran estima a la santa abadesa Juliana, extiende esta solemnidad litúrgica a toda la Iglesia latina mediante la bula Transiturus (Denz 846-847). Esta carta magna del culto eucarístico es un himno a la presencia de Cristo en el Sacramento y al amor inmenso que le lleva a hacerse nuestro pan espiritual.

Es de notar que en esta Bula romana se indican ya los fines del culto eucarístico que más adelante serán señalados por Trento, por la Mediator Dei de Pío XII o por los documentos pontificios más recientes: 1) la reparación, «para confundir la maldad e insensatez de los herejes»; 2) la alabanza, «para que clero y pueblo, alegrándose juntos, alcen cantos de alabanza»; 3) el servicio, «al servicio de Cristo»; 4) la adoración y contemplación, «adorar, venerar, dar culto, glorificar, amar y abrazar el Sacramento excelentísimo»; 5) la anticipación del cielo, «para que, pasado el curso de esta vida, se les conceda como premio».

La nueva devoción, sin embargo, ya en la misma Lieja, halla al principio no pocas oposiciones. El cabildo catedralicio, por ejemplo, estima que ya basta la Misa diaria para honrar el cuerpo eucarístico de Cristo. De hecho, por un serie de factores adversos, la bula de 1264 permanece durante cincuenta años como letra muerta. Prevalece, sin embargo, la voluntad del Señor, y la fiesta del Corpus va siendo aceptada en muchos lugares: Venecia, 1295; Wurtzburgo, 1298; Amiens, 1306; la orden del Carmen, 1306; etc. Los títulos que recibe en los libros litúrgicos son significativos: dies o festivitas eucharistiæfestivitas Sacramentifestum, diessollemnitas corporis o de corpore domini nostri Iesu Christifestum Corporis ChristiCorpus ChristiCorpus… En Francia, Fête-Dieu.

El concilio de Vienne (1314), finalmente, renueva la bula de Urbano IV. Y ya para 1324 el Corpus Christi es celebrado en todo el mundo cristiano hasta el día de hoy. «El Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad completa… Él me glorificará» (Jn 16,13-14).

Celebración del Corpus y exposiciones del Santísimo

La celebración del Corpus implica ya en el siglo XIII una procesión solemne, una exposición ambulante del Santísimo. Y de ella van derivando otras procesiones con Eucaristía, por ejemplo, para bendecir los campos, para realizar determinadas rogativas, etc.

«Esta presencia palpable, visible, de Dios, esta inmediatez de su presencia, objeto singular de adoración, produjo un impacto muy notable en la mentalidad cristiana occidental e introdujo nuevas formas de piedad, exigiendo rituales nuevos y creando la literatura piadosa correspondiente. En el siglo XIV se practicaba ya la exposición solemne y se bendecía con el Santísimo. Es el tiempo en que se crearon los altares y las capillas del santísimo Sacramento» (Olivar 196).

Las exposiciones mayores se van implantando en el siglo XV, y siempre la patria de ellas «es la Europa central. Alemania, Escandinavia y los Países Bajos fueron los centros de difusión de las prácticas eucarísticas, en general» (Id. 197). Al principio, colocado sobre el altar el Sacramento, es adorado en silencio. Poco a poco va desarrollándose un ritual de estas adoraciones, con cantos propios, como el Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine, muy popular, en el que bellamente se une la devoción eucarística con la mariana.

La exposición del Santísimo recibe una acogida popular tan entusiasta que ya hacia 1500 muchas iglesias la practican todos los domingos, normalmente después del rezo de las vísperas –tradición que hoy perdura, por ejemplo, en los monasterios benedictinos de la congregación de Solesmes–. La costumbre, y también la mayoría de los rituales, prescribe arrodillarse en la presencia del Santísimo expuesto.

En los comienzos, el Santísimo se mantiene velado tanto en las procesiones como en las exposiciones eucarísticas. Pero la costumbre y la disciplina de la Iglesia van disponiendo ya en el siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo «in cristallo» o «in pixide cristalina». De ahí irán tomando forma las custodias, tal como hoy las conocemos. 

PAXTV.ORG