Sus ojos estaban ciegos y no eran capaces de reconocerlo
- 19 Abril 2017
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Evangelio según San Lucas 24,13-35.
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron". Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?". En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia Homilía 23 sobre el Evangelio
«Sus ojos estaban ciegos y no eran capaces de reconocerlo»
Acabáis de escucharlo, amados hermanos: dos discípulos de Jesús iban por el camino y aunque no creían en él, hablaban sin embargo de él. El Señor se les apareció sin presentárseles bajo una forma que pudieran reconocerle. Así es que el Señor llevó a cabo en lo exterior, a los ojos del cuerpo, lo que en ellos se realizaba en el interior, a los ojos del corazón. En el interior de sí mismos, los discípulos amaban y dudaban al mismo tiempo; en lo exterior el Señor se les hizo presente sin manifestarles que era él. A los que hablaban de él, les ofreció su presencia; pero a los que dudaban de él, les escondió su familiar aspecto que les hubiera permitido reconocerlo. Intercambió algunas palabras con ellos, les reprochó su lentitud en comprender, les explicó los misterios de la Santa Escritura que se referían a él. Y sin embargo, para el corazón de los discípulos, por su falta de fe, seguía siendo un extraño; hizo, pues, ademán de ir más lejos... La Verdad, siendo simple, nada hizo con doblez, sino que simplemente se manifestó a los discípulos en su cuerpo de la misma manera que estaba en su espíritu.
A través de esta prueba el Señor quería ver si los que todavía no le amaban como Dios, al menos, eran capaces de amarle como viajero. La Verdad caminaba con ellos; ellos no podían, pues, permanecer extraños al amor: le ofrecieron hospitalidad como se hace con un viajero. Porque, por otra parte, nosotros decimos que le ofrecieron hospitalidad siendo así que está escrito: «Lo apremiaron». Este ejemplo nos muestra bien a las claras que no sólo debemos ofrecer hospitalidad a los viandantes, sino que debemos hacerlo de manera apremiante.
Los discípulos, pues, ponen la mesa y ofrecen algo para comer; y Dios, a quien no habían reconocido durante la explicación de las Escrituras Santas, le reconocieron al partir el pan. No es, pues, escuchando los mandamientos de Dios que han sido iluminados sino poniéndolos en práctica.
San León IX
Papa (1002-1054) Bruno de Egisheim-Dagsburg nació en Alsacia el año 1002 y fue hijo de los condes de aquella comarca. Al bautizarlo le impusieron el nombre de Bruno. Estaba emparentado con los emperadores alemanes. Llamado al lado del Obispo Hermann de Toul trabajó con todas sus fuerzas por la reforma de las costumbres especialmente entre los clérigos.
Se entregó a la vez a cuidar de los más pobres y necesitados. Muerto el obispo Hermann fue elegido por el pueblo y por el clero para sucederle como obispo de Toul. Se entregó de lleno a la misión y no se arredraba ante dificultad alguna. Fue con el ejemplo de su vida, sobre todo, el arma con que más trabajó para atajar tanto mal como se había ido introduciendo entre el clero. Muy activo y enérgico, peregrinó por media Europa para corregir vigorosamente los peores abusos (sobre todo la simonía y el concubinato de los clérigos), defendiendo la supremacía pontificia, impulsando la reforma de Cluny, sentando las bases de lo que será el derecho canónico, oponiéndose a herejías y llamando a su lado como canciller al gran Hildebrando.
Los Papas Clemente II y Dámaso II apenas pudieron hacer nada con la reforma que quisieron introducir porque sus pontificados fueron efímeros. Los reyes en esta época tenían un influjo casi totalitario en la designación de los Papas. Así Enrique III el Negro en diciembre de 1048 convocó la Dieta de Worms y propuso a Bruno de Toul como candidato a sucesor de la silla de San Pedro y fue gustosamente aceptado por todos. San Hugo de Cluny, el arzobispo Halinard de Lyon, San Pedro Damián y sobre todo el futuro Papa Gregorio VII, el gran Hildebrando.
León IX hizo comprender a todo el mundo que el Papa era quien gobernaba y no sólo presidía. Dictó leyes muy importantes y las hizo cumplir, especialmente a los príncipes y clérigos, sobre estos dos puntos que tanta necesidad tenían de una tajante reforma. Una trayectoria ejemplar de padre que defiende la pureza de la fe y de las costumbres, y la independencia de la Iglesia, interviniendo en la política mundial para poner paz con un talento de bondad evangélica que desarmaba a sus mismos enemigos. En este misterioso nudo de lo humano y lo trascendente que es siempre la Iglesia y su cabeza visible parece como si desde nuestra perspectiva los esfuerzos más admirables y los éxitos clamorosos tuviesen que estar siempre empañados por la imprudencia, el fracaso y el error, como si todo gobierno, incluso el de los sucesores de Pedro, llevara un estigma de grave imperfección.
Tan santo pontífice, con grandes dotes para serlo, vio iniciarse la polémica con el patriarca de Constantinopla que conduciría después de su muerte al cisma de Oriente, y su desafortunada guerra defensiva contra los normandos en el sur de Italia concluyó con una derrota y con el cautiverio del propio León. Murió el 1054 y fue muy llorado por los romanos. Hay un epitafio en su sepulcro que reza así: Roma vencedora está dolorida al quedar viuda de León IX, segura de que, entre muchos, no tendrá un padre como él.
Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que San León IX, papa, presidiera a todo tu pueblo y lo iluminara con su ejemplo y sus palabras, por su intercesión protege a los pastores de la Iglesia y a sus rebaños y hazlos progresar por el camino de la salvación eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Lyon, Francia (16439.
5 formas de orar. La oración es tratar de amor con quien nos ama
“La oración es tratar de amor con quien nos ama” (Sta. Teresa), es buscar Aquel que nos busca. Cuando Jesús le dice a Pedro: “Simón, ¿tú duermes?, ¿no has podido velar conmigo una hora?” (Mc 14,37), podemos confirmar que Cristo nos busca, toca la puerta de nuestro corazón y espera que hablemos con Él. Son palabras que son “suaves en su sonido, pero penetran como el pinchazo de un aguijón” (Sto. Tomás Moro). ¿Cómo es posible que Pedro, su apóstol, su gran amigo, el primer Papa se haya dormido ante el dolor y sufrimiento de Cristo horas antes de la Pasión? Jesús no busca nada para Él, sólo piensa en el bien de Pedro y le aconseja: “vigilad y orad para que no caigáis en la tentación”.
Cada uno de nosotros nos podemos identificar con Pedro. ¿Quién de nosotros no ha ofendido a Cristo? Escuchemos a Jesús diciéndonos esas mismas palabras: vigilad y orad. Nos dice que recemos constantemente. No sólo presenta la oración como utilidad, sino como algo necesario para nuestra vida. Y cabe preguntarnos: ¿cómo es nuestra oración?, ¿la tengo realmente como algo necesario, como prioridad en mi día a día?
Los beneficios de la oración son muchos. Nos une más a Dios, nos ayuda a conocerlo y por lo tanto, a amarle más. Nos ayuda a escucharle y ver cuál es la voluntad de Él para nosotros. Cuando hablo de voluntad de Dios no sólo me refiero a lo que Él quiere que seamos, sino lo que Dios quiere que hagamos en cada momento.La oración es tomar decisiones con Dios. Es como cuando nos acercamos a un amigo para pedirle consejos al no saber cómo reaccionar o qué decidir frente a un problema o acontecimiento. ¿Qué quiere Dios de mí?, ¿qué quiere de esto?, ¿cómo quiere que reaccione?, ¿qué quiere que haga?
La oración nos ayuda también a desapegarnos de las cosas materiales y enfocar nuestra mirada en lo sobrenatural (lo único necesario para la felicidad). Nos ayuda también a pensar, actuar y amar más a como Dios piensa, actúa y ama. Todo esto lo vemos reflejado en María, nuestra madre. Ella acepta ser madre de Dios en oración y es capaz de ponerse en sus manos: “hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1). Cuando dice esto no tiene un futuro claro, no sabe qué va a pasar, ni cómo acontecerá todo lo que el ángel le ha anunciado, pero ella, mujer de oración, confía en Dios y se lanza con gran confianza a un sí de amor y dispuesta a cumplir lo que Dios le pide.
En la oración cristiana encontramos 5 formas de hacer oración.
Está la oración de Bendición, que es pedir a Dios que nos llene de gracias. Toda bendición procede de Dios. Un padre de familia puede trazar la señal de la cruz en la frente de su hijo. Dios ve ese gesto y bendice. Pero el sacerdote, gracias a su ministerio, bendice expresamente en nombre de Jesús.
Otra forma de oración es la Adoración, es reconocer humildemente al Todopoderoso. Cuando adoramos a Dios nos damos cuenta de su poder, grandeza y santidad.
También tenemos la oración de Petición, con la cual le rogamos a Dios las cosas que necesitamos. Sabemos que Él lo sabe todo, pero de igual forma Él quiere que le pidamos con insistencia, con fe y estando abiertos a lo que Dios vea mejor para nosotros. Por ejemplo, Dios veía y sabía cómo su pueblo Israel sufría en el desierto, pero no actuó antes de haber escuchado el grito de su pueblo. Grito que significa oración, petición, aclamación a Dios.
Otro tipo de oración de petición es el de la intercesión. Rezar por los demás. Acordémonos todos los días de ganar gracias y pedir por los que nos rodean. Cuando vemos un accidente, por ejemplo, ¿suelo rezar por la pronta recuperación del afectado? Cuando veo a un mendigo pidiendo limosna, ¿rezo por él? Cuando veo a alguien que ofende a Cristo, ¿rezo? ¿O me contento con juzgarlo internamente?
Otra oración es el de Acción de gracias. Como diría san Pablo: ¿tienes algo que no hayas recibido? Todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios. Podemos pensar que hay cosas que las tenemos gracias a nuestro esfuerzo, está claro, pero ¿quién nos dio la voluntad para esforzarnos?, ¿quién nos dio los pies, las manos, la inteligencia, para conseguir lo deseado? Agradecer a Dios significa amar y ser humildes al darnos cuenta que somos su criatura.
Y por último, esta la oración de Alabanza. Sabemos que Dios no necesita aplausos, pero nosotros sí necesitamos reconocerle como Dios. Debemos demostrar nuestra alegría de ser hijos de Dios.
Invitémonos en este periodo de Pascua a reforzar nuestra oración con Dios, nuestro diálogo con Él. Aprendamos a saber “perder tiempo con Dios”, a reservar tiempo para la oración cada día. Cuesta creerlo al inicio y sólo se confirma cuando se realiza, pero cuando uno es capaz de ir a Adoración 30 minutos cada día, a pesar del trabajo que uno tenga, de lo agobiado que uno esté por intentar sacar los pendientes, Dios no deja de bendecir. Vamos a la oración a pedir a Dios su bendición, a adorarle, a pedirle lo que necesitamos, a pedir por los demás, a darle gracias y a alabarle. Cuando uno es capaz de dejar tiempo para eso cada día vivimos mucho más tranquilos, más serenos y sin duda, nos irá mejor.
El cumpleaños de Benedicto XVI
¡Feliz cumpleaños Benedicto XVI!
En el monasterio Mater Ecclesiae acompañado por su hermano y ex alumnos
El papa Benedicto XVI cumplió este 16 de abril en coincidencia con el domingo de Pascua, 90 años. La celebración fue postergada debido a la Pascua para el 17, una fiesta sobria, en familia y con evocaciones de Baviera, su tierra natal. El papa emérito recibió a una delegación llegada desde el länd de Alemania donde nació el 16 de abril de 1927. Las fotos del ‘Osservatore Romano lo muestran con buena salud, de buen humor, con la compañía de su hermano Georg de 93 años, incluso brindado con una jara de cerveza típica junto a los demás invitados.
El papa Francisco le visitó personalmente el 12 de abril en el monasterio Mater Ecclesiae, en donde el papa emérito reside, para saludarlo con motivo de su cumpleaños pero también de la Pascua.
Son muchos los mensajes de felicitaciones que le llegaron desde todo el mundo, entre ellos de la Conferencia Episcopal italiana que le agradeció su obra “que sigue interrogando y volviendo fecunda a toda la Iglesia”.
Mons. Georg Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia, persona muy allegada a Benedetto XVI, señaló a los micrófonos de Radio Vaticano que la vida en el monasterio Mater Ecclesiae es muy ordenada, “no es un misterio para nadie que el papa Benedicto ame el orden. El día está bien estructurado, de manera clara y esto ayuda a vivirlo bien”.
El arzobispo alemán recuerda que “una de las afirmaciones del papa Benedicto XVI, al final de su pontificado fue que no se habría retirado ‘a la vida privada’, o sea para hacer lo que le gustara, sino que ‘habría subido al monte’, una imagen que invoca a Moisés, o sea que se habría retirado para rezar de acuerdo a sus fuerzas y capacidad, por su sucesor, por la Iglesia y por el mundo”.
Señala que actualmente “su vida es un conjunto de oración, estudio, visitas, música escuchada, la misa, realiza paseos, meditaciones, reposo y la preparación para el encuentro con el Señor. Veo que Benedicto vive muy serenamente esta decisión que ha tomado”.
En una entrevista a la red informativa Ewtn el Prefecto de la Casa Pontificia señaló que el papa emérito “Predica siempre de manera improvisada” y que “tiene un cuaderno con los apuntes para sus homilías”.
El padre Federico Lombardi, portavoz emérito de la Santa Sede, subrayó del papa emérito, su “lucidez de mente y de memoria, de diálogo con las personas que encuentra y con sus visitadores”. Reconoció que “las fuerzas naturalmente son las de una persona de 90 años y por lo tanto existe la fragilidad consecuente”, pero “perfectamente en grado de realizar cada actividad de relaciones con lo demás, viviendo con discreción en la casa este tiempo de retiro, de vida reservada, de oración y de reflexión”.
Concluyó señalando la importancia de su presencia espiritual y deseó que su “mensaje de alegría y paz en la preparación del encuentro con Dios, sea recibido por la comunidad de la Iglesia como una riqueza”.
Angelo Scelzo, ex vicedirector de la Oficina de Prensa de la Santa Sede –indica al diario Avvenire— que el monasterio Mater Eccesiae dentro de las murallas del Vaticano recuerda la pequeña iglesia de Pentling, pueblo cercano Ratisbona, en donde el cardenal Ratizinger pasaba sus vacaciones. Allí cada domingo se desempeñaba como párroco, celebraba misa y predicaba la homilía. Ahora, las 7:30 el papa emérito celebra cotidianamente en la pequeña comunidad del monasterio, revela Scelzo, y precisa que no realiza homilías largas sino pequeños pensamientos, como enPentling.
Réal Tremblay, sacerdote redentorista canadiense alumno del papa emérito señala por su parte, que el profesor Joseph Ratzinger “es un ‘unicum’ en la historia de la Iglesia del mil novecientos, por su ‘cursos studiorum‘, ya que fue perito en el Concilio Vaticano II y trabajó al lado de pensadores como De Lubac, Rahner, Congar y otros, volviéndose cardenal y papa y con un curriculum universitario único en su género”.
Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída
San Lucas 24,13-35. Miércoles de la Octava de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, Tú conoces mi vida, sabes mejor que yo de mis debilidades; ayúdame a perseverar en el camino hacia la santidad y que este momento de intimidad contigo, me renueve el amor que siento por Ti.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Aparentemente somos nosotros quienes buscamos estar con el Señor, somos nosotros quienes le pedimos que se quede junto a nosotros porque comienza el atardecer de nuestra vida. ¡Pero no!, en realidad es Él quien sale al encuentro, es Él quien se cruza en la rivera de nuestras vidas.
Con esta consciencia descubrimos que el Señor siempre está a la puerta y llama; pero el abrirle la puerta es una decisión que sólo nosotros podemos tomar. Él conoce las necesidades de nuestro corazón, Él sabe lo que realmente necesitamos y quiere llenar nuestras carencias de cariño y amor. Pero también es un caballero y respeta nuestra libertad. Dios pone siempre el noventa y nueve punto nueve por ciento en nuestras vidas pero espera que nosotros respondamos a ese uno por ciento.
No temas a Dios, no te avergüences frente a Él que te conoce mejor que tú mismo.
Ayúdame, Madre Santísima, a descubrir la felicidad plena que sólo se puede encontrar en Dios y en el cumplimiento de su voluntad, aunque aparentemente parezca algo doloroso.
El amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Es un amor fiel que no traiciona, a pesar de nuestras contradicciones. Es un amor fecundo que genera y va más allá de nuestra pereza. En efecto, de este amor todos somos testigos. El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida: "Si no tengo amor, no soy nada", dice san Pablo. Cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida. Verdaderamente deberíamos decir con toda nuestra fuerza: soy amado, luego existo.
(Catequesis de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Estaré atento para escuchar cuando Jesús me hable y trataré de cumplir lo que me pida.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Jesús resucitó, está partiendo el pan para ti
Junto a nosotros, es El, que camina en nuestro mismo camino y siempre junto a nosotros.
Por el camino de Emaús dos de los seguidores de Cristo regresan a su pueblo. Emaús es una pequeña aldea de Judea, dista unos once o doce kilómetros de Jerusalén. Está atardeciendo. Van llenos de amargura y decepción. Saben que Cristo, el Maestro ha muerto. Han oído algo que han dicho unas mujeres de su Comunidad pero no quieren prestar oídos; piensan: si hubiera resucitado lo hubiéramos visto.
María Magdalena con su amor vivo y esperanzado lo ha visto ya, ellos tendrán que "calentar el corazón" como nos dice San Lucas.
Mientras ellos van conversando de todo lo sucedido, un caminante se les ha unido y les va hablando con voz cálida y persuasiva: -" Oh, insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas ¿no era preciso que Cristo padeciera eso y entrara así en la gloria?. Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó todo lo que había sobre él en todas las escrituras" ( Lucas 24, 25-27).
Lo oían y estaban embelesados pero no lo reconocían. Como nos dice Evely: -" Jesús no se impone, aunque se proponga siempre así mismo. El nos deja libres. ¡Nada resulta tan fácil como obrar cual si no lo hubiésemos encontrado, como si no lo hubiésemos oído, como si no lo hubiésemos reconocido!". No queremos saber que camina en nuestro mismo camino y siempre junto a nosotros. No vaya a se que sus palabras y su mirada nos haga sus prisioneros.
Pero hay veces que es una enfermedad, un accidente, una pena, un momento especial en nuestras vidas que hacen que lo veamos, que la venda caiga de nuestros ojos, y ahí está, frente a nosotros, junto a nosotros, es El, "sus manos están partiendo el pan" y la gracia se hace viva en nuestros corazones.
Y los apóstoles que están cenando con el caminante, al reconocerlo se levantan, corren y regresan a Jerusalén. No guardan para sí su alegría, tienen que comunicarla y repartirla. Así nosotros, si el compañero de nuestro diario vivir es Jesús, no podemos esconder ni guardar para nosotros solos esa gran verdad, hemos de proclamarla para que todos los hombres estemos conscientes de esa maravillosa compañía.
El sabe lo testarudos que somos lo difícil que le es al hombre creer en lo que no ve. Más aún, en lo que no palpa. Y cuando se vuelve a aparecer al resto de los apóstoles adivina sus pensamientos y les dice:- " ¿ Por qué os turbáis y por qué sube a vuestro corazón esos pensamientos?. Ved mis manos y mis pies. Si soy yo. Palpadme y ved, los espíritus no tienen carne y huesos como veis que tengo yo" ( Lc, 24, 38-43).Y les va mostrando sus manos donde están sus heridas aún abiertas. Abre su túnica y ven su carne rota por larga y profunda herida, allí donde late el corazón. No hay misterios ni fantasías. Es El, y con una sonrisa tierna les dice:-" ¿Tenéis algo de comer?.
Tomás no estaba con ellos en ese grandioso momento. Sobre esto Evely nos comenta:-" Tomás es un auténtico hombre moderno, un existencialista que no cree mas que en lo que toca, un hombre que vive sin ilusiones, un pesimista audaz que quiere enfrentarse con el mal, pero que no se atreve a creer en el bien. Para él lo peor es siempre lo más seguro". Y cuando Jesús le dice:-" Tomás trae tu dedo y mételo en las llagas de mis manos, trae tu mano y métela en mi costado"(Jn 2O,27). Tomás toca, palpa y deslumbrado y aplastado, cae de rodillas y dice :-" Señor mío y Dios mío". Y Jesús responde ante esta bellísima oración:-" Tomás porque has visto has creído, dichosos los que han creído sin ver".
No nos empeñemos en "tocar y ver". Amémosle, que es mucho más sólido nuestro amor que nuestras manos. La humildad y profundidad de nuestra fe hará que haya una llama ardiente en nuestro corazón porque sabemos, porque creemos que Cristo es el compañero fiel en todo los instante de nuestra vida.
¿Qué es la conversión?
Es el paso incluso de ese tipo día "con momentos para Dios", con instantes "para la oración"
Dice el Diccionario de la Real Academia que convertir es "hacer que alguien o algo se trasforme en algo distinto de lo que era". Este significado amplio bien se puede aplicar al más específico sentido religioso.
"Convertirse significa cambiar de vida, tomar un rumbo diferente del que se venía siguiendo, como hicieron los ninivitas ante la predicación de Jonás", afirma Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en Lo Inédito sobre los Evangelios. Recordemos. Dios había decretado la destrucción de Nínive -"ciudad entregada a los vicios y con conceptos religiosos desviados" - y mandó a Jonás a profetizar, lo que hizo de mala gana, y hasta con gusto del cumplimiento de los castigos anunciados, pues los ninivitas eran enemigos de los judíos.
Entretanto, "el rey y el pueblo se tomaron en serio su palabra, ‘creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor' (Jon 3, 5). ¿Por qué actuaron así? Porque el Señor les enseñó sus caminos y los instruyó en sus sendas". Los ninivitas, pues, se convirtieron.
"Convertirse significa salir de una situación materialista, naturalista y humana, para adoptar una actitud angélica, sobrenatural y divina; olvidar los problemas banales para ponerse en una nueva perspectiva, no más la del tiempo, sino la de la eternidad, es decir, la del Reino de Dios", puntualiza Mons. Clá.
Es decir, lo humano es el pecado, que tiende al materialismo y al naturalismo, o sea, al olvido de Dios y al olvido del recurso a Dios para enfrentar los problemas de nuestra vida.
Puede ser un ateísmo profeso, explícito, o mucho más comúnmente el ‘ateísmo práctico' que practican en demasía los cristianos. Lo contrario de esto es la actitud de los ángeles que están en el cielo, siempre en presencia de Dios y adorando a Dios, algunos actuando poderosamente aquí en la Tierra o rigiendo el Cosmos, pero siempre con el pensamiento y el corazón vuelto hacia el Creador, viviendo de su gracia y de sus dones. Es a asumir esa posición de espíritu a la que el autor llama conversión.
Quiere decir, el cambio de vida, el cambio de comportamiento, en la focalización de Mons. João Clá, es la consecuencia de un cambio de mentalidad, del paso de una mentalidad naturalista y mundana, a una mentalidad sobrenatural y con los ojos puestos en la eternidad.
Es el paso de una mentalidad de ‘super-yo' egoísta, cerrada sobre sí, ensimismada y tendiente a la satisfacción sólo de los propios caprichos, a una mentalidad abierta a Dios, sabedora de lo dependientes que somos de él, contenta con esta dependencia y fortalecedora de esta dependencia. Una nueva mentalidad que a todo momento se reporta al Creador, y de Él implora la fuerza para la faena de todos los días.
Es el paso incluso de ese tipo día "con momentos para Dios", con instantes "para la oración", a pasar todo el día casi que en una contemplación constante del Creador y sus misterios, a un día en que se piensa comúnmente en Dios, en su Palabra, en la Virgen, y se vive en función de ellos.
Lo que ocurrió en Nínive fue un milagro de la gracia. Cambiar el egoísmo, cambiar la mente es algo muy complicado, pues es una construcción que se ha ido desarrollando con el paso de los años, especialmente con las justificaciones tontas que hemos ido haciendo de nuestra vida de pecado. Pero justamente cuando la solución es el milagro, pues ahí está el Hacedor de los milagros para que nos haga el nuestro. Pidámoslo, para que con nuestra conversión tengamos el destino feliz de Nínive y no el trágico final que se le había anunciado.
Derecho a ser feliz
Creer que los seres humanos alcanzamos la felicidad acumulando dinero o coleccionando mujeres (u hombres) como si fueran trofeos de caza es un grave error antropológico
"Yo tengo derecho a ser feliz" me decía ayer un amigo al anunciarme su propósito de abandonar a su mujer y a sus hijas para formar una nueva familia con otra mujer. Me impresionaba que una persona adulta e inteligente estuviera decidida a echar por la borda quince años de vida familiar arguyendo que la felicidad es un derecho como los de la Declaración universal de derechos humanos.
No es fácil aclararse sobre a qué llamamos felicidad. Algunos creen que es un estado de ánimo, y pretenden encontrarla en la euforia de la borrachera o de la droga o en los libros de autoayuda. Para otros, es la satisfacción de todos los deseos y, como están insatisfechos, se sienten casi siempre tristes. De hecho, lo que está más en boga es la identificación de la felicidad con el sentirse querido, con el estar enamorado. Quizá por ese motivo vuelan por los aires tantos vínculos matrimoniales, esclerotizados por la erosión del tiempo, el aburrimiento mutuo o el desamor infiel.
Ya Aristóteles, hace más de dos mil trescientos años, advirtió que la felicidad no era algo que pudiera buscarse directamente, esto es, algo que se lograra simplemente porque uno se lo propusiera como objetivo. Como todos hemos podido comprobar en alguna ocasión, quienes ponen como primer objetivo de su vida la consecución de la felicidad son de ordinario unos desgraciados. La felicidad es más bien como un regalo colateral del que sólo disfrutan quienes ponen el centro de su vida fuera de sí. En contraste, los egoístas, los que sólo piensan en sí mismos y en su satisfacción personal, son siempre unos infelices, pues hasta los placeres más sencillos se les escapan como el humo.
Me gusta pensar que, en vez de un derecho, la felicidad es un deber. Los seres humanos hemos de poner todos los medios a nuestro alcance para hacer felices a los demás; al empeñar nuestra vida en esa tarea seremos nosotros también felices, aunque quizá sólo nos demos cuenta de ello muy de tarde en tarde. Viene a mi memoria un programa religioso para jóvenes en la televisión española de los sesenta que tenía como lema: "Siempre alegres para hacer felices a los demás". ¡Cuánta sabiduría antropológica encerrada en una fórmula tan sencilla!
Creer que los seres humanos alcanzamos la felicidad acumulando dinero o coleccionando mujeres (u hombres) como si fueran trofeos de caza es un grave error antropológico. El secreto más oculto de la cultura contemporánea es que los seres humanos sólo somos verdaderamente felices dándonos a los demás. Sabemos mucho de tecnología, de economía, del calentamiento global, pero la imagen que sistemáticamente se refleja en los medios de comunicación muestra que sabemos bien poco de lo que realmente hace feliz al ser humano.
La felicidad no está en la huida con la persona amada a una paradisíaca playa de una maravillosa isla del Caribe, abandonando las obligaciones cotidianas que, por supuesto, en ocasiones pueden hacerse muy pesadas. La felicidad no puede basarse en la injusticia, en el olvido de los compromisos personales, familiares y laborales, tal como hacen algunos de los personajes de Paul Auster que cada diez años huyen para comenzar una nueva vida desde cero. La felicidad —respondí a mi amigo con afecto— no es un derecho, sino que es más bien resultado del cumplimiento —gustoso o dificultoso— del deber y aparece siempre en nuestras vidas como un regalo del todo inmerecido, como un premio a la entrega personal a los demás, en primer lugar, al cónyuge y a los hijos.