“Para que el mundo se salve por él”

Mirar con fe al crucificado

La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?

Más de uno se preguntará cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

Son sin duda preguntas muy razonables que necesitan una respuesta clarificadora. Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.

No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.

Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo.

En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

En ese rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable a la Humanidad.

Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.

LA CRUZ DE CRISTO

Cristo sin la cruz es invento, creación esteticista, bisección contraria a la fe, manipulación de la revelación. Cristo sin la cruz es proyección hedonista, argumento para compatibilizar la instalación en la comodidad, en la inercia y apatía.

La cruz sin Cristo
La cruz sin Cristo es adversidad y mala suerte; se la tiene por desgracia, motivo de desesperanza y hasta de desesperación, causa tristeza, y cabe que hasta provoque agravio comparativo, al ver la suerte de los otros. La cruz sin Cristo es áspera, dura, se hace insoportable, se estima injusta. Al verla, se debe huir o evadirse; en lo posible, hay que librarse de ella. La cruz sin Cristo, la ven como escándalo los que se creen religiosos, porque la interpretan como fruto de algún desorden personal. También los que se creen doctos la juzgan como necedad y hasta como padecimiento de algún estado enfermizo de aquellos a los que les da por sacrificarse.

La Cruz con Cristo
La Cruz, con Cristo, es posibilidad de amor, gesto solidario, ocasión propicia para abandonarse a Dios, oportunidad para conocer la fuerza en la debilidad, el poder de la gracia, la paradoja de la providencia. La Cruz, con Cristo, es verdad recia, puerta para el conocimiento propio, iniciación y aprendizaje en el proceso de maduración personal, escuela de sentimientos entrañables, don de sabiduría, posibilidad de comunión con los más débiles, título noble, experiencia sagrada. La Cruz, con Cristo, es profecía de gloria, anticipo de luz, unción sagrada, privilegio de configuración con Jesucristo, destello de amor divino, tangibilidad del misterio, contemplación de la cara visible de Dios.

Abrazo a la Cruz con Cristo
Abrazar la Cruz es abrazar a Cristo, compadecerse de los que sufren es manifestación del amor divino, compartir la suerte de los dolientes hace parecerse a quien se despojó de su rango y se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Abrazar la Cruz es testimonio de fe, porque se profesa de la forma más noble a Dios; de esperanza, porque se funda en la Palabra divina; y de amor, porque nadie tiene amor más grande que el que da su vida por los hermanos. Abrazar la Cruz, adorarla, besarla, es desposorio, entrega del propio cuerpo en oblación corredentora. “En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2, 19-20).
“Tu Cruz adoramos, Señor, y tu santa Resurrección alabamos y glorificamos, por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.

Evangelio según San Juan 3,13-17. 

Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» 

Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa

Poesía “Signum Crucis”, 16/11/1937.    

“Para que el mundo se salve por él”

Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa. Poesía “Signum Crucis”, 16/11/1937. “Para que el mundo se salve por él”

[…] Hecho hombre por amor a los hombres, regaló la plenitud de su vida humana  a las almas que escogió. Él, que formó cada corazón humano, quiere un día manifestar el sentido secreto del ser de cada uno con un nombre nuevo que sólo comprende el que lo recibe (Ap 2,17).  Se unió a cada uno de los elegidos de una manera misteriosa y única. Sacando fuerzas la plenitud de su vida humana, nos regaló la cruz. ¿Qué es la cruz? El signo del mayor oprobio. El que entra en contacto con ella es rechazado por los hombres. Los que un día Lo aclamaron se vuelven contra Él con pavor y no Le conocen de nada. Les es entregado sin defensa a sus enemigos. Sobre tierra no le quedan nada más que los sufrimientos, los tormentos y la muerte. ¿Qué es la cruz? El signo que señala el cielo. Muy por encima del polvo y las brumas de aquí abajo se eleva alta, hasta la luz más pura. Abandona pues lo que los hombres pueden coger, abre las manos, estréchate contra la cruz: ella te lleva entonces hasta la luz eterna. Levanta la mirada hacia la cruz: Ella extiende sus travesaños a manera de un hombre que abre los brazos para acoger al mundo entero. Venid todos, vosotros que penáis bajo el peso de la carga (Mt 11,28) y también los que gritáis, sobre la cruz con Él. Ella es la imagen de Dios que, crucificado, se quedó lívida. Ella se eleva de la tierra hasta el cielo, como El que subió al cielo y quiso  llevarnos allí a todos juntos con Él. Abrazando solamente la cruz, lo posees a Él, el Camino, la Verdad, la Vida (Jn 14,6). Si llevas tu cruz, es ella quien te llevará, será tu gloria.

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

FIesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que al día siguiente de la dedicación de la basílica de la Resurrección, erigida sobre el Sepulcro de Cristo, es ensalzada y venerada como trofeo pascual de su victoria y signo que aparecerá en el cielo, anunciando a todos la segunda Venida.

La fiesta del 14 de septiembre como «fiesta de la santa Cruz» es muy antigua, se remonta al siglo IV, y está muy bien atestiguada, como veremos; sin embargo, a lo largo del tiempo ha habido en torno a ella tradiciones diversas que se han entremezclado y producido desplazamientos en cuanto al sentido de lo que se festeja en la fecha. Hasta hace algunas décadas había una fiesta el 3 de mayo, suprimida por SS Juan XXIII en 1960, llamada «Inventio Santae Crucis», es decir, «descubrimiento de la Santa Cruz», que rememoraba el momento en que se encontró la auténtica cruz de Jesús (la Vera Cruz) y se expuso a la veneración del pueblo cristiano. Sin embargo, como mostrará más tarde este artículo, en realidad esa fiesta, propia de la Igelsia de Occidente, era un desdoblamiento de la de septiembre, que evocaba, entre otros aspectos, la «inventio». Por ese motivo la fiesta de septiembre había quedado, en Occidente, para celebrar un acontecimiento posterior: la recuperación en el 614 del relicario con los fragmentos de la Vera Cruz por el emperador Heraclio de manos de los persas.

Parece ser, sin embargo, que la fiesta original tampoco conmemoraba el 14 de septiembre la «inventio» propiamente dicha, sino que era una fiesta de la Santa Cruz que, nacida en relación a las dedicaciones de las basílicas de Tierra Santa que en la actualidad se celebran el día 13 de septiembre, conmemoraba a la santa cruz como tal, no en relación a tal o cual acontecimiento histórico. Como sea, cualquiera puede ver por la redacción del actual elogio del Martirologio Romano, que se ha querido despojar esta fiesta de su relación directa con la «inventio», y más bien la Iglesia propone celebrar en esta fecha el signo de la Cruz no sólo aparecido en al historia hace 2000 años, sino también como señal para todos los pueblos que presidirá escatológicamente la vuelta de Jesús en la gloria y majestad de su Reino.

En este artículo se han recuperado frangmentos de los correspondientes del Butler-Guinea que antes estaban en el 14 de septiembre cuando evocaba la recuperación del 614, y del 3 de mayo como fiesta de la «inventio». Aunque ninguno de los dos artículos corresponde ya al sentido de la fiesta actual, contienen material histórico de primer orden, y que ayudará a penetrar en la densidad de la celebración que realizamos nosotros.

La fiesta del 14 de septiembre conmemoraba originalmente la solemne dedicación, que tuvo lugar el año 335, de las iglesias que santa Elena indujo a Constantino a construir en el sitio del Santo Sepulcro. Por lo demás, no podemos asegurar que la dedicación se haya celebrado, precisamente, el 14 de septiembre. Es cierto que el acontecimiento tuvo lugar en septiembre; pero, dado que cincuenta años después, en tiempos de la peregrina Eteria, la conmemoración anual duraba una semana, no hay razón para preferir un día determinado a otro. Eteria dice lo siguiente: «Así pues, la dedicación de esas santas iglesias se celebra muy solemnemente, sobre todo, porque la Cruz del Señor fue descubierta el mismo día. Por eso precisamente, las susodichas santas iglesias fueron consagradas el día del descubrimiento de la Santa Cruz para que la celebración de ambos acontecimientos tuviese lugar en la misma fecha». De aquí parece deducirse que en Jerusalén se celebraba en septiembre el descubrimiento de la Cruz; de hecho, un peregrino llamado Teodosio lo afirmaba así, en el año 530.

Por lo que se refiere a los hechos históricos del descubrimiento de la Cruz, que son los que aquí interesan, debemos confesar que carecemos de noticias de la época. El «Peregrino de Burdeos» no habla de la Cruz el año 333. El historiador Eusebio de Cesarea, contemporáneo de los hechos, de quien podríamos esperar abundantes detalles, no menciona el descubrimiento, aunque parece no ignorar que había tres santuarios en el sitio del Santo Sepulcro. Así pues, cuando afirma que Constantino «adornó un santuario consagrado al emblema de salvación», podemos suponer que se refiere a la capilla «Gólgota», en la que, según Eteria, se conservaban las reliquias de la Cruz. San Cirilo, obispo de Jerusalén, en las instrucciones catequéticas que dio en el año 346, en el sitio en que fue crucificado el Salvador, menciona varias veces el madero de la Cruz, «que fue cortado en minúsculos fragmentos, en este sitio, que fueron distribuidos por todo el mundo». Además, en su carta a Constancio, afirma expresamente que «el madero salvador de la Cruz fue descubierto en Jerusalén, en tiempos de Constantino».

En ninguno de estos documentos se habla de santa Elena, que murió el año 330. Tal vez el primero que relaciona a la santa con el descubrimiento de la Cruz sea san Ambrosio, en el sermón «De Obitu Theodosii», que predicó el año 395; pero, por la misma época y un poco más tarde, encontramos ya numerosos testigos, como san Juan Crisóstomo, Rufino, Paulino de Nola, Casiodoro y los historiadores de la Iglesia, Sócrates, Sozomeno y Teodoreto. San Jerónimo, que vivíá en Jerusalén, se hacía eco de la tradición, al relacionar a santa Elena con el descubrimiento de la Cruz. Desgraciadamente, los testigos no están de acuerdo sobre los detalles. San Ambrosio y san Juan Crisóstomo nos informan que las excavaciones comenzaron por iniciativa de santa Elena y dieron por resultado el descubrimiento de tres cruces; los mismos autores añaden que la Cruz del Señor, que estaba entre las otras dos, fue identificada gracias al letrero que había en ella. Por otra parte, Rufino, a quien sigue Sócrates, dice que santa Elena ordenó que se hiciesen excavaciones en un sitio determinado por divina inspiración y que ahí, se encontraron tres cruces y una inscripción. Como era imposible saber a cuál de las cruces pertenecía la inscripción, Macario, el obispo de Jerusalén, ordenó que llevasen al sitio del descubrimiento a una mujer agonizante. La mujer tocó las tres cruces y quedó curada al contacto de la tercera, con lo cual se pudo identificar la Cruz del Salvador. En otros documentos de la misma época aparecen versiones diferentes sobre la curación de la mujer, el descubrimiento de la Cruz y la disposición de los clavos, etc. En conjunto, queda la impresión de que aquellos autores, que escribieron más de sesenta años después de los hechos y se preocupaban, sobre todo, por los detalles edificantes, se dejaron influenciar por ciertos documentos apócrifos que, sin duda, estaban ya en circulación.

El más notable de dichos documentos es el tratado «De inventione crucis dominicae», del que el decreto pseudogelasiano (c. 550) dice que se debe desconfiar. No cabe duda de que ese pequeño tratado alcanzó gran divulgación. El autor de la primera redacción del Liber Pontificalis (c. 532) debió manejarlo, pues lo cita al hablar del papa Eusebio. También debieron conocerlo los revisores del Hieronymianum, en Auxerre, en el siglo VII. Aparte de los numerosos anacronismos del tratado, lo esencial es lo siguiente: El emperador Constantino se hallaba en grave peligro de ser derrotado por las hordas de bárbaros del Danubio. Entonces, presenció la aparición de una cruz muy brillante, con una inscripción que decía: «Con este signo vencerás» («in hoc signo vinces»). La victoria le favoreció, en efecto. Constantino, después de ser instruido y bautizado por el papa Eusebio en Roma, movido por el agradecimiento, envió a su madre santa Elena a Jerusalén para buscar las reliquias de la Cruz. Los habitantes no supieron responder a las preguntas de la santa; pero, finalmente, recurrió a las amenazas y consiguió que un sabio judío, llamado Judas, le revelase lo que sabía. Las excavaciones, muy profundas, dieron por resultado el descubrimiento de tres cruces. Se identificó la verdadera Cruz, porque resucitó a un muerto.

Judas se convirtió al presenciar el milagro. El obispo de Jerusalén murió precisamente entonces, y santa Elena eligió al recién convertido Judas, a quien en adelante se llamó Ciríaco, para suceder al obispo. El papa Eusebio acudió a Jerusalén para consagrarle y, poco después, una luz muy brillante indicó el sitio en que se hallaban los clavos. Santa Elena, después de hacer generosos regalos a los Santos Lugares y a los pobres de Jerusalén, exhaló el último suspiro, no sin haber encargado a los fieles que celebrasen anualmente una fiesta, el 3 de mayo («quinto Nonas Maii»), día del descubrimiento de la Cruz. Parece que Sozomeno (lib. u, c. i) conocía ya, antes del año 450, la leyenda del judío que reveló el sitio en que estaba enterrada la Cruz. Dicho autor no califica a esa leyenda como pura invención, pero la desecha como poco probable.

Otra leyenda apócrifa aunque menos directamente relacionada con el descubrimiento de la Cruz, aparece como una digresión, en el documento sirio llamado «La doctrina de Addai». Ahí se cuenta que, menos de diez años después de la Ascensión del Señor, Protónica, la esposa del emperador Claudio César, fue a Tierra Santa, obligó a los judíos a que confesaran dónde habían escondido las cruces y reconoció la del Salvador por el milagro que obró en su propia hija. Algunos autores pretenden que en esta leyenda se basa la del descubrimiento de la Cruz por santa Elena, en tiempos de Constantino. Mons. Duchesne opinaba que «La Doctrina de Addai» era anterior al «De inventione crucis dominicae», pero hay argumentos muy fuertes en favor de la opinión contraria. Dado el carácter tan poco satisfactorio de los documentos, la teoría más probable es la de que se descubrió la Santa Cruz con la inscripción, en el curso de las excavaciones que se llevaron a cabo para construir la basílica constantiniana del Calvario. El descubrimiento, al que siguió sin duda un período de vacilaciones y de investigación, sobre la autenticidad de la cruz, dio probablemente origen a una serie de rumores y conjeturas, que tomaron forma en el tratado «De inventione crucis dominicae». Es posible que la participación de santa Elena en el suceso, se redujese simplemente a lo que dice Eteria: «Constantino, movido por su madre ("sub praesentia matris suae"), embelleció la iglesia con oro, mosaicos y mármoles preciosos». La victoria se atribuye siempre a un soberano, aunque sean los generales y los soldados quienes ganan las batallas. Lo cierto es que, a partir de mediados del siglo IV, las pretendidas reliquias de la Cruz se esparcieron por todo el mundo, como lo afirma repetidas veces san Cirilo y lo prueban algunas inscripciones fechadas en Africa y otras regiones. Todavía más convincente es el hecho de que, a fines del mismo siglo, los peregrinos de Jerusalén veneraban con intensa devoción el palo mayor de la Cruz. Eteria, que presenció la ceremonia, dejó escrita una descripción de ella. En la vida de san Porfirio de Gaza, escrita unos doce años más tarde, tenemos otro testimonio de la veneración que se profesaba a la santa reliquia y, casi dos siglos después el peregrino conocido con el nombre, incorrecto, de Antonino de Piacenza, nos dice: «adoramos y besamos» el madero de la Cruz y tocamos la inscripción.

En cuanto a los hechos del 614, la tradición cuenta que, después de que el emperador Heraclio recuperó las reliquias de la Vera Cruz de manos de los persas, que se las habían llevado quince años antes, el propio emperador quiso cargar una cruz, como había hecho Cristo, a través de la ciudad, con toda la pompa posible. Pero, tan pronto como el emperador, con el madero al hombro, trató de entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó como paralizado incapaz de dar un paso. El patriarca Zacarías, que iba a su lado, le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargado con la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces, el emperador se despojó de su manto de púrpura, se quitó la corona y, con simples vestiduras, descalzo, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo, hasta dejar la cruz en el sitio donde antes se veneraba la verdadera. Los fragmentos de ésta se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas y, cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre todos veneraron las reliquias con mucho fervor. Los escritores más antiguos siempre se refieren a esta porción de la cruz en plural y la llaman «trozos de madera de la verdadera cruz». Por aquel entonces, la ceremonia revistió gran solemnidad: se hicieron acciones de gracias y las reliquias se sacaron para que los fieles pudiesen besarlas y, se afirma, que en aquella ocasión, muchos enfermos quedaron sanos. Las referencias, antiguas pero muy fundamentales, que trae el Butler-Guinea, son: Dom Leclercq en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. VI, cc. 3131-3139; Acta Sanctorum, mayo, vol. I; Duchesne, Liber Pontificalis, vol. I, pp. CVII-CIX y pp. 75, 167, 378; Kellner Heortology (1908), pp. 333-341; J. Straubinger, Die Kreuzauffindungslegende (1912) ; A. Halusa, Das Kreuzesholz in Geschichte und Legende (1926); H. Thurston en The Month, mayo de 1930, pp. 420-429. Posiblemente la celebraciónd e mayo comenzó en la Galia. El Félire de Oengus y la mayoría de los manuscritos del Hieronymianum hacen mención de la fiesta; pero el manuscrito Epternach asigna como la fecha el 7 de mayo. Según parece, esta última fecha se relaciona con la fiesta que se celebraba en Jerusalén y Armenia en memoria de la cruz de fuego que apareció en el cielo el 7 de mayo del año 351, como lo cuenta san Cirilo en una carta al emperador Constancio. Muy probablemente la fecha del 3 de mayo proviene del tratado apócrifo De inventione crucis dominicae. La más antigua mención de la celebración de la Santa Cruz en occidente parece ser la del leccionario de Silos (c. 650), donde se lee: «Dies sanctae crucis».
Cuadro:-Piero della Francesca: «Descubrimeinto y prueba de la Santa Cruz», hacia 1460, en la Chiesa San Francesco, en Arezzo.

LA EXALTACIÓN DE LA CRUZ

Hoy se hace un paréntesis en el camino de los domingos ordinarios, para celebrar la exaltación de la Santa Cruz. Esta fiesta indica la centralidad de un signo que es símbolo de todo un misterio: el amor misericordioso del Padre que para salvar al hombre permite el sacrificio del Hijo en la cruz.

En el calendario de la Iglesia es de las fiestas más venerables y antiguas, pues comienza a celebrarse en el año 335, en que se dedican dos iglesias en Jerusalén, erigidas en los lugares de la Muerte y de la Resurrección de Cristo: la basílica del Martyrium y la rotonda de la Anastasis. Tras la crucifixión de Cristo la cruz cambia de sentido y simboliza el triunfo sobre la muerte y, en sentido más lato, el triunfo sobre las cosas mundanas. No es de extrañar que durante 2.000 años haya sido el inconfundible signo cristiano, con importante influjo en la vida y en el pensamiento: las iglesias se construyen normalmente siguiendo un plan cruciforme; la cruz es la figura más común de la heráldica; la señal de la cruz forma parte del ritual cristiano y de la vida corriente de las gentes. Es paradójico que la cruz nos resulte tan familiar, que no despierte preguntas, que no sea crítica radical a todo triunfalismo fácil. Reivindicar el valor perenne de la cruz no es defender una ascética dolorista, que exalta el sufrimiento por el sufrimiento. La proliferación de cruces en todas partes, en iglesias, casas y campos, no debe significar una dulcificación de su mensaje. Porque una cosa son las cruces que adornan nuestros cuellos o condecoran nuestros pechos y otra cosa es la cruz desnuda y atroz de Cristo. Creer en el crucificado significa apostar por la vida, no ser causa de muerte para nadie, aliviar con esperanza pascual el dolor de los hermanos, liberar de sufrimientos al que camina a nuestro lado. Al trazar devotamente el triple signo de la cruz, debemos pensar que signamos nuestras frentes para mejorar los pensamientos, nuestros labios para que no pronuncien palabras que martiricen, nuestro corazón para que de él no broten nunca deseos de venganza y odio

Comprender la Palabra
La primera lectura tomada del libro de los Números se enmarca en el contexto narrativo que podría denominarse “del Sinaí a Moab” (Nm 10,11-21,35). Dios quiere llevar a su pueblo a la libertad, pero el pueblo no entiende la forma y el proyecto de Dios. La confianza, requerida y solicitada una y otra vez, fracasa frente a la dura realidad. El relato revela una situación a la vez descarnada y dura y, por otra, la promesa de Dios manifestada en signos convincentes que garantizan su presencia y su actuación. El Dios bondadoso y poderoso se hace presente en la historia de los hombres con fidelidad y eficacia. La historia de la salvación es un proyecto que debe encarnarse en la historia de los hombres, contando con ellos y su realidad. Dios no se aleja de los hombres, al contrario, se hace más presente que nunca aunque de forma misteriosa. Y respeta de tal modo la libertad del hombre que es, en definitiva éste, el responsable de las situaciones gravísimas por las que ha pasado y pasa la humanidad.

La segunda lectura tomada de la Carta de Pablo a los Filipenses es un himno que el apóstol ha tomado de la liturgia cristiana primitiva con algunas adicciones que introdujo él. El texto trata de dar respuesta a las dificultades por las que pasa la comunidad para realizar su programa de fraternidad, de mutuo y generoso servicio, y su tarea de evangelización en medio del mundo hostil en que se encuentra comprometida.

Nuestro mundo necesita un encuentro con el mensaje de la Cruz, aunque en un primer instante pueda producir rechazo. Sólo ahí (iluminada por la Resurrección y por el Espíritu) encuentra el hombre actual su sentido y la respuesta a sus interrogantes. La Cruz está presente en la vida diaria de todos, por tanto es necesario contemplarla como la expresión del amor de un Dios, fiel, santo y misericordioso que no defrauda en sus promesas.

El texto del evangelio de san Juan se centra en describir que con Jesús todo comienza de nuevo por el agua y el Espíritu. La posibilidad de este nuevo nacimiento se producirá cuando Cristo sea elevado sobre la tierra; y la causa activa es el amor de Dios enviando a su Hijo al mundo. Es necesario nacer de nuevo o de lo alto para entrar en el Reino de Dios, para conseguir la salvación. La fuerza regeneradora para conseguirla está en la Cruz de Jesús. El acontecimiento de la Cruz es presentado como la realización plena de aquella figura. La Cruz es el lugar donde Dios ofrece a la humanidad la salvación definitiva. Pero es necesaria la aportación del hombre: creer en que en el aparente escándalo de la Cruz, Dios está ofreciendo al mundo la verdadera salvación.

Según le dice Jesús a Nicodemo las condiciones para entrar en la vida eterna son: escuchar y a acoger la Palabra de Jesús, nuevo y definitivo Moisés y renacer del agua y del Espíritu. Esto sólo es posible cuando el hombre descubre por la fe en el exaltado (como la serpiente de bronce en el desierto que era signo salvador para cuantos la miraban) al propio Jesús como Hijo del Hombre. El origen y la raíz profunda que hace posible todo este proceso es el amor incondicional y gratuito de Dios enviando a su Único Hijo como Salvador y no como Juez. Aceptar la oferta de este amor de ambos por todos es entrar en el camino de la vida eterna que ya comienza en este mundo. Y este amor es universal, sin fronteras: se ofrece a todo el mundo, a todos los hombres. El Dios que se mueve sólo por amor enviando a su Hijo quiere que todos se salven y nadie perezca. ¡He ahí la singularidad de nuestra fe cristiana!.

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Hasta que en 1960 se publica el Código de Rúbricas, el Calendario litúrgico celebraba dos fiestas en honor de la Santa Cruz. La primera el día 3 de mayo, la Invención (Hallazgo) de la Santa Cruz, y la segunda el 14 de septiembre, la Exaltación de la Santa Cruz. Ambas se remontan a la liturgia jerosolimitana en torno a la Basílica constantiniana del Martyrium (el lugar de la Cruz) dedicada el año 335. No obstante se desconoce la fecha exacta. Egeria menciona el día de la Dedicación de la Basílica y de la Anástasis (Santo Sepulcro) relacionándolo con el hallazgo de la Cruz y con la antigua fiesta judía de las Encenias, pero tampoco da una fecha. A partir del siglo VII la fiesta del 14 de septiembre se extiende a las Iglesias de Oriente y Occidente, estando presente en los Calendarios litúrgicos, al menos, como conmemoración.

La celebración litúrgica de este día nos transporta al Calvario para abrazarnos a la Cruz o mejor para dejarnos abrazar por ella, de modo que imprima su marca en nosotros, pues la Cruz es el signo y la señal del cristiano. La Cruz nos identifica como discípulos del Crucificado, resucitado por el poder de Dios. La Exaltación de la Santa Cruz, al ponernos en el centro de la memoria y contemplación el significado redentor de este árbol de vida, nos invita a la alabanza y a la adoración, los dos ejes de la liturgia de esta fiesta.

La gloria de la Cruz del Señor, pon de manifiesto el amor del Padre, la obediencia filial de Jesucristo y la vida en el Espíritu, anunciada ya en el signo de la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto (cf. Jn 3,13-17; Núm 21,4-9 y Flp 2,6-11). Así mismo la Cruz de Cristo es presentada como antítesis del árbol de Paraíso (cf. Prefacio de la Exaltación de la Cruz).

La gloria de la Cruz del Señor, pon de manifiesto el amor del Padre, la obediencia filial de Jesucristo y la vida en el Espíritu, anunciada ya en el signo de la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto (cf. Jn 3,13-17; Núm 21,4-9 y Flp 2,6-11). Así mismo la Cruz de Cristo es presentada como antítesis del árbol de Paraíso (cf. Prefacio de la Exaltación de la Cruz.

El Papa, en la ventana del ángelus

Recuerda a los "hermanos perseguidos y asesinados por su fidelidad a Cristo"
El Papa vuelve a clamar: "¿Cuándo aprenderemos la lección de la guerra?"
Francisco pide que "la violencia ceda el paso al diálogo" en la República centroafricana

José Manuel Vidal, 14 de septiembre de 2014 a las 12:20

El odio y el mal sólo son derrotados por el diálogo. La guerra sólo hace aumentar el mal y la muerte

 (José M. Vidal).- Tras haber casado por la mañana a 20 parejas en una emotiva ceremonia en San Pedro, el Papa rezó el ángelus. En él, recordó a los "hermanos perseguidos y asesinados por su fidelidad a Cristo", pidió que cese la violencia en Centroafrica y volvió a clamar contra las guerras, que "sólo aumentan el dolor, el odio y la muerte".

Algunas frases de la alocución del Papa
"Dios amó tanto al mundo que le envió a su Hijo"
"La cruz de Jesús expresa la fuerte negativa del mal y la omnipotencia de la misericordia de Dios"
"La cruz es su victoria"
"Fiel hasta el final al diseño del amor del Padre"
"De esa cruz surge la misericordia del Padre"
"Por su cruz es vencido el Maligno y restituida la esperanza"
"Por medio de la cruz nos fue restituida la esperanza"
"Su cruz es nuestra única y verdadera esperanza"
"Por eso, los cristianos bendecimos con el signo de la cruz"
"Signo del amor inmenso de Dios y camino hacia la Resurrección"
"Ésa es nuestra esperanza"
"Pensemos en nuestro hermanos que son perseguidos y asesinados por su fidelidad a Cristo"
"Allí donde la libertad religiosa no es garantizada o plenamente realizada"

Saludos después del ángelus

Mañana en la República Centroafricana comienza la misión de la ONU, para proteger a la población civil.

"Oración de la Iglesia y pido el esfuerzo de la comunidad internacional para que ayude a los centroafricanos. Que la violencia ceda el paso al diálogo"

"Mientras les aseguro el compromiso y la oración de la Iglesia católica, animo el esfuerzo de la Comunidad Internacional, que sale en ayuda de los Centroafricanos de buena voluntad.

Que lo antes posible la violencia ceda el paso al diálogo; que los despliegues opuestos dejen de lado los intereses particulares y se preocupen para que cada ciudadano, perteneciente a cualquier etnia y religión, pueda colaborar para la construcción del bien común"

"Que el Señor acompañe este trabajo por la paz"

Recuerda que ayer estuvo en Redipuglia.

"Recé por los muertos de la Gran Guerra. Los números son terribles. Se habla de cerca de 8 millones de jóvenes soldados caídos y de cerca de 7 millones de civiles"

"La guerra es una locura, de la que la humanidad no aprendió la lección. Después hubo una segunda guerra mundial y las que hoy están en curso. ¡Cuándo aprenderemos esa lección"

"El odio y el mal sólo son derrotados por el diálogo. La guerra sólo hace aumentar el mal y la muerte"

Saluda a los amigos de Santa Teresita de Colombia y a otros muchos presentes en la Plaza.

El Papa en el ángelus: por la Cruz de Cristo se ha restituido la esperanza

Al finalizar la santa misa con el rito del matrimonio celebrada en el Basílica Vaticana, el santo padre Francisco se ha asomado, como cada domingo, a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

el 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Una persona no cristiana podría preguntarse, ¿por qué "exaltar" la cruz? Podemos responder que nosotros no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces: exaltamos la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo el amor de Dios por la humanidad. Es esto lo que nos recuerda el Evangelio de Juan en la liturgia de hoy: "Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su Hijo primogénito". El Padre ha "dado" al Hijo para salvarnos, y esto ha llevado a Jesús a la muerte, y una muerte de cruz. ¿Por qué? ¿Por qué ha sido necesaria la Cruz? Por la gravedad del mal que nos tenía esclavos. La Cruz de Jesús expresa las dos cosas: toda la fuerza negativa del mal, y toda la mansa omnipotencia de la misericordia de Dios. La Cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad marca su victoria. En el Calvario, los que se burlaban de él decían: "Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz".

Pero la verdad era lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús estaba allí, en la cruz, fiel hasta el final en el diseño de amor del Padre. Y precisamente por esto Dios ha "exaltado" a Jesús, concediéndole un reinado universal. Por tanto, ¿qué vemos cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde Jesús ha sido clavado? Contemplamos el signo del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De esa Cruz viene la misericordia del Padre que abraza al mundo entero. Por medio de la Cruz de Cristo fue vencido el maligno, fue vencida la muerte, nos ha donado la vida, restituido la esperanza. Esto es importante, por medio de la Cruz de Cristo se ha restituido la esperanza ¡La Cruz de Jesús es nuestra única y verdadera esperanza! Por esto la Iglesia "exalta" la santa Cruz, y por eso los cristianos bendecimos con el signo de la cruz. Es decir, nosotros no exaltamos la cruz, sino la Cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios, signo de nuestra salvación y camino hacia la Resurrección. Y esta es nuestra esperanza.

Mientras contemplamos y celebramos la santa Cruz, pensamos con conmoción en muchos de nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y asesinados por su fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa todavía no es garantizada o plenamente realizada. Sucede también en países y ambientes que en principio se tutela la libertad y los derechos humanos, pero donde concretamente los creyentes, y especialmente los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones. Por eso hoy les recordamos y rezamos por ellos. En el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Virgen María. Es la Virgen Dolorosa, que mañana celebramos en la liturgia. A Ella confío el presente y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos siempre descubrir y acoger el mensaje de amor y de salvación de la Cruz de Jesús. Le confío en particular a las parejas de esposos que he tenido la alegría de unir en matrimonio esta mañana, en la Basílica de San Pedro.

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