"¿Nos sentimos discípulos de Jesús?"

Discípulos de Jesús

¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?

(José Antonio Pagola).- También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades? ¿Nos esforzamos por conocer cada vez mejor a Jesús o lo tenemos «encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos» de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad? ¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? Quienes se acercan a nuestras comunidades, ¿pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros? ¿Nos sentimos discípulos de Jesús?¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?

¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba él? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús? ¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo mejor de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?

¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Cristo? ¿Creemos en Jesús resucitado, que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza resucitadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?

José Antonio Pagola  21 Tiempo ordinario – A (Mateo 16,13-20)

27 de agosto 2017

Santa Mónica de Tagaste

Santa Mónica, madre de familia

Memoria de santa Mónica, que, aún jovencísima, fue dada en matrimonio a Patricio, con quien tuvo hijos, entre ellos a Agustín, por cuya conversión derramó abundantes lágrimas y oró mucho a Dios, y, anhelante de la vida celestial, abandonó la terrenal en Ostia Tiberina, en Italia, cuando regresaba de África.

Madre de San Agustín, Año 387  Santa Mónica es famosa por haber sido la madre de San Agustín y por haber logrado la conversión de su hijo. Mónica nació en Tagaste(África del Norte ) a unos 100 km de la ciudad de Cartago en el año 332.  

Ella deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad ( como su nombre lo indica ) pero sus padres dispusieron que tenía que esposarse con un hombre llamada Patricio. Este era un buen trabajador, pero terriblemente malgeniado, y además mujeriego, jugador y sin religión , ni gusto por lo espiritual.

La hará sufrir lo que no esta escrito y por treinta años ella tendrá aguantar los tremendos estallidos de ira de su marido que grita por el menor disgusto, pero este jamás se atreverá a levantar la mano contra ella. Tuvieron tres hijos : dos varones y una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor Agustín, la hizo sufrir por docenas de años.  

En aquella región del norte de África, donde las gentes eran sumamente agresivas, las demás esposas le preguntaban a Mónica porque su esposo era uno de los hombres de peor genio en toda la ciudad, pero no la golpeaba nunca a ella, y en cambio los esposos de ellas las golpeaban sin compasión. Mónica les respondió : "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando el grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos y yo no acepto la pelea, pues....no peleamos". Esta fórmula se ha hecho celebre en el mundo y ha servido a millones de mujeres para mantener la paz en la casa.  

Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan grande con los pobres, nunca se oponía a que ella se dedicara a estas buenas obras. y quizás por eso mismo logro su conversión. Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la gracia de que en el año de 371 Patricio se hiciera bautizar, y que lo mismo lo hiciera la suegra, mujer terriblemente colérica que por meterse demasiado en el hogar de su nuera le había amargado harto la vida a la pobre Mónica.Un año después de su bautismo, murió santamente Patricio, dejando a la pobre viuda con el problema de su hijo mayor. 

Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarleaMónica noticias cada vez peores, de que el joven llevaba una vida nada santa. que en una enfermedad, ante el temor a la muerte se había hecho instruir acerca de la religión y propuesto hacerse católico, pero que sanado de la enfermedad había abandonado el propósito de hacerlo.

Y que finalmente, se había hecho socio de una secta llamada de los Maniqueos, que afirmaban que el mundo no lo había hecho Dios, sino el Diablo. Y Mónica que era bondadosa pero no cobarde, ni floja, al volver su hijo a vacaciones y empezar a oírle mil barbaridades contra la verdadera religión, lo hecho sin más de la casa y le cerró las puertas, porque bajo su techo no quería alberga enemigos de Dios.  

Pero sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que vio que ella estaba en bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo y que en ese momento se le acercaba un personaje muy resplandeciente y le decía :"tu hijo volverá contigo " y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narro al muchacho el sueño tenido y el dijo lleno de orgullo que eso significaba que la madre se iba a volver maniqueísta como el. Pero ella le respondió : "En el sueño no me dijeron, mama ira a donde su hijo, sino tu hijo volverá contigo" Esta hábil respuesta impresionó mucho a su hijo, quien mas tarde la consideraba como una inspiración del cielo. Esto sucedió en el año 437.  

Por muchos siglos ha sido muy comentada la bella respuesta que un obispo le dio a Mónica cuando ella le contó que llevaba años y años rezando, ofreciendo sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de Agustín. El obispo le respondió : "Este tranquila, es imposible que se pierda el Hijo de tantas lagrimas". Esta admirable respuesta y lo que había oído en el sueño, la llenaban de consuelo y esperanza, a pesar de que Agustín no daba la menor señal de arrepentimiento.   Y sucedió que en año 387, Agustín al leer unas frases de San Pablo sintió una impresión extraordinaria y se propuso cambiar de vida.

Envió lejos a la mujer con la cual vivía en unión libre, dejo sus vicios y malas costumbres.Se hizo instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo bautizar.  

YO PUEDO MORIR TRANQUILA :  Agustín, ya convertido, dispuso volver con su madre y su hermano, a su tierra, en el África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba es esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, por la noche al ver el cielo estrellado platicando con Agustín acerca de como serán las alegrías que tendremos en el cielo, y ambos se emocionaban comentando y meditando los goces celestiales que nos esperan. En determinado momento exclamo entusiasmada : " ¿ Y a mí que más me puede amarrar a la tierra ? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco después le invadió la fiebre, y en pocos días se agravo y murió.

Lo único que pidió a sus dos hijos es que no dejaran de rezar por el descanso de su alma. Murió en el año 387 a los 55 años de edad.   Miles de madres y de esposas se han encomendado en todos estos siglos a Santa Mónica, para que les ayude a convertir a sus esposos e hijos, y han conseguido conversiones admirables.

Oremos  

Dios de bondad, consolador de los que lloran, tú que, lleno de compasión, acogiste las lágrimas que Santa Mónica derramaba pidiendo la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por la intercesión de ambos, el arrepentimiento sincero de nuestros pecados y la gracia de tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Oh Dios, consuelo de los que lloran, que acogiste piadosamente las lágrimas de santa Mónica impetrando la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por intercesión de madre e hijo, la gracia de llorar nuestros pecados y alcanzar tu misericordia y tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

Confiar en Dios

Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Pero quería la gloria sólo para él, por lo tanto subió sin compañeros.

Empezó su ascensión y, aunque se le fue haciendo tarde y no se preparó para acampar, decidió seguir su ruta decidido a alcanzar la cima. Oscureció. La noche cayó con gran pesadez. Todo era negro, sin ninguna visibilidad; no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a sólo 100 metros de la cima, resbaló y se desplomó por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que pasaban en la misma oscuridad tenía la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.

Seguía cayendo. En esos angustiosos momentos, pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos recuerdos. De repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo partió en dos… ¡Sí! Como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo sujetaba de la cintura.

En esos momentos de quietud, suspendido en el aire, no le quedó más que gritar: «¡Ayúdame, Dios mío!»

De repente una voz grave y profunda le contestó:

«¿Qué quieres que haga, hijo mío?»
«Sálvame, Dios mío.»
«¿Realmente crees que te puedo salvar?»
«Por supuesto, Señor.»
«Entonces corta la cuerda que te sostiene…»

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre reflexionó y se aferró más a la cuerda.

Días más tarde, cuentan que el equipo de rescate encontró colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda… A tan solo dos metros del suelo.

Que historia tan impresionante. Impresionante y reveladora. Confiar en Dios es abandonarse totalmente en sus manos. Pero, aunque eso lo vemos claro, sin embargo, cuando llega el momento queremos tener cierta seguridad de que todo irá bien. Jesús se abandonó en las manos del Padre antes de morir en la Cruz, pero tres días después resucitó y es el Señor de la Vida.

Cuando parece que todo se pone oscuro o nos viene en contra, cuando parece que empezamos a perder la paz os invito a orar con la hermosa oración del Padre Carlos de Foucauld, que empieza diciendo: «Padre, mío, me abandono a Ti, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy las gracias…». Ojalá hagamos nuestra esta invocación y poco a poco el Señor nos invada con su paz y su confianza.

Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona

El Papa Francisco, hoy, en el Angelus

Francisco recuerda que "todos tenemos un puesto y una misión en la Iglesia"
"Hoy, con nosotros, Jesús quiere seguir construyendo su Iglesia, que necesita ser reparada"
"Seamos piedras vivas, todas diversas, en un único edificio de fraternidad y comunión"

Jesús Bastante, 27 de agosto de 2017 a las 12:14

El Evangelio de hoy nos recuerda que Jesús ha querido para su Iglesia un centro visible de comunión en Pedro y en aquellos que le iban a suceder en la misma responsabilidad primacial, que desde los orígenes han sido identificados en los Obispos de Roma

(Jesús Bastante).- "También hoy, con nosotros, hoy, Jesús quiere seguir construyendo su Iglesia, esta casa con cimientos sólidos, donde sin embargo no faltan grietas, y que necesita constantemente ser reparada, como en los tiempos de Francisco de Asís". El Papa Francisco hizo este mediodía un llamamiento a la responsabilidad de todos, "pequeñas piedras", en la construcción de la Iglesia. Cada día.

Haciendo referencia el Evangelio de este domingo, en el que Jesús pregunta a sus discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?", Francisco recordó que, aunque nos sintamos piedras pequeñas, "ninguna piedra pequeña es inútil, aún más, en las manos de Jesús se vuelve preciosa".

"Y todos nosotros nos convertimos en ‘piedras vivas' gracias a su amor, y así tenemos un lugar y una misión en la Iglesia", desde el Obispo de Roma, sucesor de Pedro (piedra) hasta el último de los creyentes.

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra construiré mi Iglesia", dijo Jesús a Simón. "El Evangelio de hoy nos recuerda que Jesús ha querido para su Iglesia un centro visible de comunión en Pedro y en aquellos que le iban a suceder en la misma responsabilidad primacial, que desde los orígenes han sido identificados en los Obispos de Roma, la ciudad donde Pedro y Pablo han dado testimonio de la sangre", subrayó Bergoglio.

Junto a esto, recordó el Papa, "ninguna piedra pequeña es inútil. En las manos de Jesús, la más pequeña piedra es preciosa, porque Él la recoge, la guarda con ternura, la madura con su espíritu y la coloca en el puesto justo donde piensa que puede ser más útil para la construcción de la Iglesia".

Y es que, prosiguió, "cada uno de nosotros es una piedra pequeña, pero en las manos de Jesús hacemos la construcción de la Iglesia". "Que todos nosotros, como pequeños, seamos piedras vivas, porque cuando Jesús nos coge de la mano, y hace suya esa piedra, la hace viva, plena de vida del Espíritu Santo, de su amor", porque "tenemos un puesto y una misión en la Iglesia. Esa, la Iglesia, es comunidad de vida, falta de muchísimas piedras, todas diversas, que forman un único edificio en el signo de la fraternidad y de la comunión".

En sus palabras después del Angelus, el Papa recordó a las víctimas de las inundaciones en Bangladesh, India y Nepal, e instó a acabar con la persecución a la minoría rohinya.

¿Pero ustedes, quién dicen que soy yo?

Papa Francisco en el Ángelus. La piedra fundamental es Cristo; mientras Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad de la Iglesia. 24 julio 2014

Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va 

Queridos hermanos y hermas ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Mt 16, 13-20) es el célebre pasaje, central en el relato de Mateo, en el que Simón, en nombre de los Doce, profesa su fe en Jesús como «el Cristo, el Hijo de Dios vivo»; y Jesús llama «bienaventurado» a Simón por su fe, reconociendo en ella un don, un don especial del Padre, y le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».

Detengámonos un momento precisamente en este punto, sobre el hecho de que Jesús atribuye a Simón este nuevo nombre: “Pedro”, que en la lengua de Jesús suena “Cefas”, una palabra que significa “piedra”. En la Biblia este nombre, este término, “piedra”, está referido a Dios. Jesús lo atribuye a Simón, no por sus cualidades o sus méritos humanos, sino por su fe genuina y firme, que le viene de lo alto.

Jesús siente en su corazón una gran alegría, porque reconoce en Simón la mano del Padre, la acción del Espíritu Santo. Reconoce que Dios Padre ha dado a Simón una fe “fiable”, sobre la cual Él, Jesús, podrá edificar su Iglesia, es decir su comunidad. Es decir, todos nosotros. Todos nosotros.

Jesús tiene el propósito de dar vida a “su” Iglesia, un pueblo fundado ya no en su descendencia, sino en la fe, es decir, en la relación con Él mismo, una relación de amor y de confianza. Nuestra relación con Jesús edifica la Iglesia. Y, por tanto, para iniciar su Iglesia, Jesús tiene necesidad de encontrar en los discípulos una fe sólida, una fe “de confianza”. Esto es lo que Él debe verificar en este punto del camino. Y por eso formula la pregunta.

El Señor tiene en su mente la imagen del construir, la imagen de la comunidad como edificio. He aquí porqué, cuando siente la profesión de fe genuina de Simón, lo llama “piedra”, y manifiesta la intención de construir su Iglesia sobre esta fe.

Hermanos y hermanas, lo que sucedió de modo único en San Pedro, sucede también en cada cristiano que madura una fe sincera en Jesús, el Cristo, el Hijo del Dios vivo.

El Evangelio de hoy también interpela a cada uno de nosotros. ¿Cómo va tu fe? Cada uno responda en su corazón, eh. ¿Cómo va tu fe? ¿Cómo es? ¿Qué encuentra el Señor en nuestros corazones? ¿Un corazón firme como la piedra o un corazón arenoso, es decir, dudoso, difidente, incrédulo? Nos hará bien en la jornada de hoy pensar en esto.

Si el Señor encuentra en nuestro corazón una fe, no digo perfecta, pero sincera, genuina, entonces Él ve también en nosotros piedras vivas con las cuales construir su comunidad. De esta comunidad, la piedra fundamental es Cristo, piedra angular y única. Por su parte, Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad de la Iglesia; pero cada bautizado está llamado a ofrecer a Jesús su propia fe, pobre, pero sincera, para que Él pueda seguir construyendo su Iglesia hoy, en todas partes del mundo.

También en nuestros días «mucha gente» piensa que Jesús es un gran profeta, un maestro de sabiduría, un modelo de justicia… Y también hoy Jesús pregunta a sus discípulos, es decir a nosotros, a todos nosotros: «¿Pero ustedes, quién dicen que soy yo?». ¿Un profeta, un maestro de sabiduría, un modelo de justicia? ¿Qué responderemos nosotros?

Pensemos en esto. Pero sobre todo, oremos a Dios Padre, para que nos dé la respuesta y por intercesión de la Virgen María; pidámosle que nos dé la gracia de responder, con corazón sincero: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».

Ésta es una confesión de fe. Éste es precisamente el Credo. Pero podemos repetirlo tres veces todos juntos: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Todos juntos: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».

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