El Hijo del hombre es señor del sábado
- 09 Septiembre 2017
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Francisco, durante su homilía de hoy
Francisco aboga por "la verdad, la bondad y la reconciliación" entre los colombianos
"¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona!"
El Papa invita a "vencer la tentación de la venganza, sin esperar que lo hagan los otros”
Jesús Bastante, 08 de septiembre de 2017 a las 17:42
El Papa presenta a los nuevos beatos como "expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor”.
(Jesús Bastante).- Una beatificación siempre es una fiesta. En este caso, también una reivindicación: la del grito de los humildes, de los perseguidos, de los asesinados, de los olvidados y excluidos. Y de la esperanza en un futuro mejor. Así lo subrayó el Papa en Villavicencio: "¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona!"
La fiesta de monseñor Jaramillo y de Pedro María Ramírez, mártires de la violencia en Colombia, pero también la de las minorías. Así lo quiso demostrar el Papa, dejándose acompañar por la guardia indígena, formada por tribus venidas de diferentes partes del país. Y dejándoles un lugar preferencial en el altar, a la que Francisco llegó después de envolverse en un collar de semillas y un sombrero 'vueltiao', símbolo de Colombia.
La misa de beatificación mostró, además, todo el colorido y la diversidad del país latinoamericano, con zampoñas, guitarras y alegría, mucha alegría. Villavicencio lo necesita, después de décadas marcada por la violencia. La histórica carta de Timochenko pidiendo perdón por las muertes en nombre de las FARC marcó el destino de una jornada en las que las ansias de reconciliación, demostradas por los dos nuevos beatos, vencieron el pulso al miedo.
Las lecturas fueron leídas en castellano y en varias lenguas indígenas. Tras el Evangelio, Francisco reivindicó la "rica diversidad de las poblaciones indígenas", y defendió la "casa común de toda la humanidad que es la creación". Recordando el pasaje del Evangelio (genealogía de Jesús), el Papa afirmó cómo "por la sangre de Jesús corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, de vida que camina".
"Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la tentación de espiritualismos evasivos, a no abstraernos de las coordenadas históricas concretas que nos toca vivir", señaló el Papa, quien añadió que "también integra en nuestra historia de salvación aquellas páginas más oscuras o tristes, los momentos de desolación y abandono comparables con el destierro".
Una genealogía en la que faltan mujeres. Y es que existen, denunció Francisco, "comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas". Incluso allí "es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia".
Igual que en el texto evangélico, "Colombia es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte". El Evangelio hecho vida en Colombia. "¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad!".
¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles son los caminos de reconciliación?, se preguntó el Papa, volviendo a los tres personajes de la Sagrada Familia, para contestar. "Como María, decir sí a la historia completa, no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesucristo, hacernos cargo, asumir, abrazar esa historia, porque ahí están ustedes, todos los colombianos, ahí está lo que somos y lo que Dios puede hacer con nosotros si decimos sí a la verdad, a la bondad, a la reconciliación".
Y esto sólo es posible "si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado, violencia y desencuentro", añadió Bergoglio. Frente a ello, "la reconciliación, que no es una palabra abstracta". "Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto", apuntó, señalando que "cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz".
Ése es el camino para Colombia, recalcó Francisco: "Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona!", clamó, arrancando la ovación de medio millón de fieles.
"Esto no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos. No es legitimar las injusticias personales o estructurales. El recurso a la reconciliación no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia", advirtió. Más allá, "la reconciliación se concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer la esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso".
"En este entorno maravilloso, nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación; que el sí incluya también a nuestra naturaleza" apuntó el Papa, citando una canción de Juanes. "Los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra", para denunciar que "la violencia (...) también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes".
Texto completo de la Homilia del Papa en Villavicencio:
«Reconciliarse en Dios, con los Colombianos y con la creación»
¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, es el nuevo amanecer que ha anunciado la alegría a todo el mundo, porque de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios! (cf. Antífona del Benedictus). La festividad del nacimiento de María proyecta su luz sobre nosotros, así como se irradia la mansa luz del amanecer sobre la extensa llanura colombiana, bellísimo paisaje del que Villavicencio es su puerta, como también en la rica diversidad de sus pueblos indígenas.
María es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la cercanía del día. Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa, tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie podrá romper.
María ha sabido ser transparencia de la luz de Dios y ha reflejado los destellos de esa luz en su casa, la que compartió con José y Jesús, y también en su pueblo, su nación y en esa casa común a toda la humanidad que es la creación.
En el Evangelio hemos escuchado la genealogía de Jesús (cf. Mt 1,1-17), que no es una simple lista de nombres, sino historia viva, historia de un pueblo con el que Dios ha caminado y, al hacerse uno de nosotros, nos ha querido anunciar que por su sangre corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, de vida que camina. Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la tentación de espiritualismos evasivos, a no abstraernos de las coordenadas históricas concretas que nos toca vivir. También integra en nuestra historia de salvación aquellas páginas más oscuras o tristes, los momentos de desolación y abandono comparables con el destierro.
La mención de las mujeres -ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las grandes mujeres del Antiguo Testamento- nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento. En comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia.
Y en medio de eso, Jesús, María y José. María con su generoso sí permitió que Dios se hiciera cargo de esa historia. José, hombre justo, no dejó que el orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esta luz. Por la forma en que está narrado, nosotros sabemos antes que José lo que ha sucedido con María, y él toma decisiones mostrando su calidad humana antes de ser ayudado por el ángel y llegar a comprender todo lo que sucedía a su alrededor. La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda por cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio.
Este pueblo de Colombia es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte. ¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad! ¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles son los caminos de reconciliación? Como María, decir sí a la historia completa, no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesucristo, hacernos cargo, asumir, abrazar esa historia, porque ahí están ustedes, todos los colombianos, ahí está lo que somos y lo que Dios puede hacer con nosotros si decimos sí a la verdad, a la bondad, a la reconciliación. Y esto sólo es posible si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado, violencia y desencuentro.
La reconciliación no es una palabra abstracta; si eso fuera así, sólo traería esterilidad, más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz. Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona! Esto no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos. No es legitimar las injusticias personales o estructurales. El recurso a la reconciliación no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia. Más bien, como ha enseñado san Juan Pablo II: «Es un encuentro entre hermanos dispuestos a superar la tentación del egoísmo y a renunciar a los intentos de pseudo justicia; es fruto de sentimientos fuertes, nobles y generosos, que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto de cada individuo y de los valores propios de cada sociedad civil» (Carta a los obispos de El Salvador, 6 agosto 1982). La reconciliación, por tanto, se concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer la esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso.
El texto evangélico que hemos escuchado culmina llamando a Jesús el Emmanuel, el Dios con nosotros. Así es como comienza, y así es como termina Mateo su Evangelio: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos» (28,21). Esa promesa se cumple también en Colombia: Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca, y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, mártir de Armero, son signo de ello, expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor.
En este entorno maravilloso, nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación; que el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento. Un compatriota de ustedes lo canta con belleza: «Los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra» (Juanes, Minas piedras). La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes (cf. Carta enc. Laudato si', 2). Nos toca decir sí como María y cantar con ella las «maravillas del Señor», porque como lo ha prometido a nuestros padres, auxilia a todos los pueblos y a cada pueblo, auxilia a Colombia que hoy quiere reconciliarse y a su descendencia para siempre.
Evangelio según San Lucas 6,1-5.
Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían.
Algunos fariseos les dijeron: "¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?".
Jesús les respondió: "¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?".
Después les dijo: "El hijo del hombre es dueño del sábado".
San Pedro Claver, religioso presbítero
San Pedro Claver, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, que en Nueva Cartagena, ciudad de Colombia, durante más de cuarenta años consumió su vida con admirable abnegación y eximia caridad para con los esclavos negros, y bautizó con su propia mano a casi trescientos mil de ellos.
Nació en Verdú, España, el 26 de Junio de 1580. Murió en Cartagena, Colombia, el 8 de Septiembre de 1654. Pedro Claver y Juana Corberó, campesinos catalanes, tuvieron seis hijos, pero solo sobrevivieron Juan, el mayor, y los dos mas pequeños, Pedro e Isabel. El padre apenas podía firmar su nombre, pero era un hombre trabajador y buen cristiano. La infancia de Pedro quedó oculta para la historia como la de tantos santos, incluso la de Nuestro Señor. Trabajaba en el campo con su familia. Pedro se graduó de la Universidad de Barcelona. A los 19 años decide ser Jesuita e ingresa en Tarragona. Mientras estudiaba filosofía en Mallorca en 1605 se encuentra con San Alonso Rodriguez, portero del colegio. Fue providencial. San Alonso recibió por inspiración de Dios conocimiento de la futura misión del joven Pedro y desde entonces no paró de animarlo a ir a evangelizar lo territorios españoles en América. Pedro creyó en esta inspiración y con gran fe y el beneplácito de sus superiores se embarcó hacia la Nueva Granada en 1610.
Debía estudiar su teología en Santa Fe de Bogotá. Allí estuvo dos años, uno en Tunja y luego es enviado a Cartagena, en lo que hoy es la costa de Colombia. En Cartagena es ordenado sacerdote el 20 de Marzo de 1616. Al llegar a América, Pedro encontró la terrible injusticia de la esclavitud institucionalizada que había comenzado ya desde el segundo viaje de Colón el 12 de Enero de 1510, cuando el rey mandó a emplear negros como esclavos.
Se trata de una tragedia que envolvió a unos 14 millones de infelices seres humanos. Un millón de ellos pasaron por Cartagena. Los esclavos venían en su mayoría de Guinea, del Congo y de Angola. Los jefes de algunas tribus de esas tierras vendían a sus súbditos y sus prisioneros. En América los usaban en todo tipo de trabajo forzado: agricultura, minas, construcción. Cartagena por ser lugar estratégico en la ruta de las flotas españolas se convirtió en el principal centro del comercio de esclavos en el Nuevo Mundo. Mil esclavos desembarcaban cada mes. Aunque se murieran la mitad en la trayectoria marítima, el negocio dejaba grandes ganancias.
Por eso, las repetidas censuras del papa no lograron parar este vergonzoso mercado humano. Pedro no podía cambiar el sistema. Pero si había mucho que se podía hacer con la gracia de Dios. Pero hacía falta tener mucha fe y mucho amor. Pedro supo dar la talla. En la escuela del gran misionero, el padre Alfonso Sandoval, Pedro escribió: "Ego Petrus Claver, etiopum semper servus" (yo Pedro Claver, de los negros esclavo para siempre". Así fue.
San Pedro no se limitó a quejarse de las injusticias o a lamentarse de los tiempos en que vivía. Supo ser santo en aquella situación y dejarse usar por Jesucristo plenamente para su obra de misericordia.
En Cartagena durante cuarenta años de intensa labor misionera se convirtió en apóstol de los esclavos negros. Entre tantos cristianos acomodados a los tiempos, el supo ser luz y sal, supo hacer constar para la historia lo que es posible para Dios en un alma que tiene fe.
A pesar de su timidez la cual tubo que vencer, se convirtió en un organizador ingenioso y valiente. Cada mes cuando se anunciaba la llegada del barco esclavista, el padre Claver salía a visitarlos llevándoles comida. Los negros se encontraban abarrotados en la parte inferior del barco en condiciones inhumanas. Llegaban en muy malas condiciones, víctimas de la brutalidad del trato, la mala alimentación, del sufrimiento y del miedo. Claver atendía a cada uno y los cuidaba con exquisita amabilidad. Así les hacia ver que el era su defensor y padre.
Los esclavos hablaban diferentes dialectos y era difícil comunicarse con ellos. Para hacer frente a esta dificultad, el padre Claver organizó un grupo de intérpretes de varias nacionalidades, los instruyó haciéndolos catequistas. Mientras los esclavos estaban retenidos en Cartagena en espera de ser comprados y llevados a diversos lugares, el padre Claver los instruía y los bautizaba. Los reunía, se preocupaba por sus necesidades y los defendía de sus opresores. Esta labor de amor le causó grandes pruebas. Los esclavistas no eran sus únicos enemigos. El santo fue acusado de ser indiscreto por su celo por los esclavos y de haber profanado los Sacramentos al dárselos a criaturas que a penas tienen alma. Las mujeres de sociedad de Cartagena rehusaban entrar en las iglesias donde el padre Claver reunía a sus negros. Sus superiores con frecuencia se dejaron llevar por las presiones que exigían se corrigiesen los excesos del padre Claver.
Este sin embargo pudo continuar su obra entre muchas humillaciones y obstáculos. Hacia además penitencias rigurosas. Carecía de la comprensión y el apoyo de los hombres pero tenia una fuerza dada por Dios. Muchos, aun entre los que se sentían molestos con la caridad del padre Claver, sabían que hacia la obra de Dios siendo un gran profeta del amor evangélico que no tiene fronteras ni color. Era conocido en toda Nueva Granada por sus milagros. Llegó a catequizar y bautizar a mas de 300,000 negros. En la mañana del 9 de Septiembre de 1654, después de haber contemplado a Jesús y a la Santísima Virgen, con gran paz se fue al cielo. Beatificado el 16 de Julio de 1850 por Pío IX. Canonizado el 15 de Enero de 1888 por León XIII junto con Alfonso Rodriguez. El 7 de Julio de 1896 fue proclamado patrón especial de todas las misiones católicas entre los negros. El papa Juan Pablo II rezó ante los restos mortales de San Pedro Claver en la Iglesia de los Jesuitas en Cartagena el 6 de Julio de 1986
Oremos
Oh Dios, que, con el fin de llevar el Evangelio a los esclavos negros, has dotado a San Pedro Claver de admirable amor y paciencia, concédenos, por su intercesión y ejemplo, que, superadas todas las discriminaciones raciales, amemos a todos los hombres con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Santa María de la Cabeza, laica
En Castilla la Nueva, región de España, santa María de la Cabeza, esposa de san Isidro labrador, con quien llevó vida humilde y hacendosa.
Esta santa mujer fue esposa de san Isidro Labrador. María Toribia, llamada de la Cabeza, llevó una vida humilde y laboriosa. Los nombres de Caraquiz, cerca de Uceda, en la diócesis de Toledo, y el de Torrelaguna, aparecen en su leyenda. Le gustaba ir a la ermita de Santa María para hacer el aseo y orar. La calumniaron ante su marido, quien la vio cruzar sobre su capa el Jarama (crecido afluente del Tajo), lo que se consideró un juicio de Dios que probaba su inocencia. Sobrevivió a san Isidro y fue enterrada en la ermitaE que con tanto amor visitaba. Esta ermita fue atendida por los templarios hasta 1311; después, se hicieron cargo de ella los menores enclaustrados hasta 1511. Fue probablemente en tiempo de los menores enclaustrados (después los sucedieron los menores observantes), cuando la cabeza de María fue colocada sobre el altar mayor del oratorio. Esta reliquia se tiene por eficaz contra los dolores de cabeza. En 1511, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros renovó el relicario que guardaba la cabeza. Procesiones y cofradías atestiguaron la veneración pública hacia la santa. Inocencio XII aprobó su culto en 1697. Se trasladaron sus reliquias a Madrid para unirlas a las de su esposo.
Benedicto XIV (P. Lambertini), De servorum Dei beatificatione, vol. II, 1767, p. 117; vol. v, p. 186. Acta Sanctorum, 15 de mayo, vol. III, pp. 550-557.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Elredo de Rieval (1110-1167), monje cisterciense El Espejo de la caridad, I, 19.29; PL 195, 522-530
«El Hijo del hombre es señor del sábado»
Cada uno de os días de la creación es grande, pero ninguno puede compararse al séptimo; porque no es la creación de uno u otro elemento natural que se propone a nuestra contemplación, sino el descanso del mismo Dios y la perfección de todas las criaturas. Porque leemos: «Y concluyó Dios para el día séptimo todo el trabajo que había hecho; y descansó el día séptimo de todo el trabajo que había hecho» (Gn 2,2). ¡Grande es este día, insondable su reposo, magnífico este sábado! ¡Ah, si tú lo pudieras comprender! Este día no viene marcado por el recorrido del sol visible, no comienza cuando éste se levanta, ni se acaba cuando se pone; no tiene ni mañana ni atardecer (cf Gn 1,5)...
Escuchemos al que nos invita al descanso: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Es la preparación del sábado. En cuanto al mismo sábado escuchemos además: «Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso» (v 29). Éste es el reposo, la quietud, el verdadero sábado.
Porque este yugo no pesa sino que une; esta carga tiene alas, no peso. Este yugo es la caridad, la carga es el amor fraterno. Aquí es donde se encuentra el descanso, donde se celebra el sábado, donde uno se libera de la esclavitud... Y si, por casualidad, nuestra debilidad deja escapar alguna falta, la fiesta de este sábado no se interrumpe, porque «la caridad cubre una multitud de pecados» (1P 4,8).
Santo Evangelio según San Lucas 6, 1-5. Sábado XXII del tiempo ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, al final de esta semana vengo a tus pies para presentarte mis éxitos y fracasos, mis alegrías y tristezas. Muchas veces no recibiré la respuesta que esperaba de las personas pues ellas, como yo, llevamos nuestras propias cruces. Pero nadie puede navegar solo, pues naufragaríamos con facilidad. Pero Tú vas ahí, siempre cercano, como un Padre que en silencio ve a su hijo y está dispuesto a consolar, a compartir una pena, a celebrar o a simplemente dar ánimo en el silencio.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Somos hijos de Dios y Dios es nuestro Padre. A veces podemos pensar como los judíos que criticaban a Jesús. Y podemos ser perfectos observantes de los mandamientos, como ellos. Vamos a Misa los domingos, somos generosos en la limosna, ayudamos a los pobres que están fuera de la iglesia… En fin, hacemos muchas cosas, pero lo llevamos como una carga. Queremos ser santos y pensamos que tenemos que cumplir una serie de requisitos. Terminamos viviendo la fe con formalidad y perfección pero sin amor y esto, ¿por qué?
La fe no es cumplir, la fe es amar. Dios es Padre y nosotros somos sus hijos. Todo lo que nos rodea, un hermoso paisaje, un atardecer, una rica comida, la maravilla del universo… es regalo de ese Padre para que lo disfrutemos. Jesús nos enseña a ser hijos, a no vivir de fachada sino a vivir con el corazón.
Esto no quiere decir que dejemos de cumplir, que dejemos de ir a Misa los domingos o de cumplir los mandamientos. Esto quiere decir que vamos a Misa para agradecer a Dios tantos regalos; y cumplimos los mandamientos porque sabemos y confiamos, como buenos hijos, que el Padre sólo puede querer nuestro bien.
La fe no ha de ser un peso agobiante que nos amarga la vida, ha de ser una cruz que cargamos con alegría porque comprendemos el sentido que tiene y confiamos en el Padre. Lo más hermoso de ser hijo es que tu Padre no te va a quitar el resfriado que tomaste después de estar jugando en la lluvia, pero te va hacer disfrutar de cada momento. Dios no quita las dificultades sino que ayuda a dar sentido a cada momento de nuestra vida.
La palabra "hipócrita" Jesús la repite muchas veces a los rígidos, a aquellos que tienen una actitud de rigidez al cumplir la ley, que no tienen la libertad del hijo: sienten que la ley se debe hacer así y son esclavos de la ley. Pero la ley no ha sido hecha para hacernos esclavos, sino para hacernos libres, para hacernos hijo. San Pablo predicó mucho sobre esto; y Jesús, con pocas predicaciones, pero con muchas obras, nos ha hecho comprender esta realidad.
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de octubre de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Mañana voy a ir a Misa con la mayor ilusión para agradecer a Dios Padre tantos regalos que he recibido esta semana, y para pedirle que me acompañe la próxima.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El peligro del formalismo y legalismo
Jesús nos manifestó, por su actitud, la libertad cristiana frente a la letra de la ley.
Reflexión
1. En el Evangelio, Jesús se enfrenta de nuevo con los fariseos. Para gran escándalo de ellos, Él se presenta como dueño del sábado. Así nos manifiesta que lo importante no es la ley, sino el espíritu de la ley; que lo decisivo no es el cumplimiento al pie de la letra, sino el amor al Legislador.
2. En el Antiguo Testamento vemos los preceptos de la ley respecto al sábado. De ahí se llegó a un minucioso catálogo de acciones lícitas y prohibidas para este día sagrado. Arrancar espigas, lo que hicieron los apóstoles caía bajo la prohibición de cosechar en sábado. Curar una mano paralizada era practicar la medicina en sábado, cosa igualmente prohibida.
Los fariseos habían inventado un código de prácticas y prohibiciones tan ingenioso que bastaba con respetarlo para estar en regla con Dios. No interesaba ya que el corazón estuviera endurecido, ni la fe apagada: lo único importante eran los gestos y ritos. Entendemos bien que así la fidelidad a la letra hizo olvidar el espíritu de la ley.
3. Jesús, en cambio, nos manifestó, por su actitud, la libertad cristiana frente a la letra de la ley. Él nos descubre, más allá de ello, la intención de Dios en la institución del sábado. “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”.
El día del descanso libera al hombre de su carga diaria. Es un regalo de Dios para alegría del hombre. Y, además, debe hacerlo libre para Dios. Pero ser libre para Dios significa mucho más que el observar preceptos y ritos.
No está libre para Dios quien por tantos ritos no ve ya al hombre, su hermano. Por eso, hacer el bien - como lo hizo Jesús en el Evangelio de hoy - no rompe el descanso del sábado. El amor el prójimo no admite descanso.
4. Ahora la pregunta es: ¿Qué quiere decirnos Cristo a nosotros por medio de este Evangelio de hoy?
Me parece que Él quiere nuestra atención sobre un peligro inherente del cristianismo: el peligro del formalismo y del legalismo. Es el peligro de toda religión: realizar fiestas y ritos, pero sin cambiar en nada la vida de cada día, sin cambiar en nada la actitud frente a Dios y a los demás.
5. Así es como el cristianismo muere. El mayor enemigo de la Iglesia no es el odio, ni la persecución. Al contrario, estas adversidades son un estímulo y una ocasión para renovarnos. Tampoco lo es el pecado, porque todo pecado puede convertirse en una falta bendita, gracias al arrepentimiento y el perdón.
El mayor enemigo del cristianismo es la rutina. Ella se insinúa sin que nos demos cuenta. Es ella la que reseca el corazón y corrompe los mejores anhelos. La rutina nos hace rezar sin respeto, nos hace asistir a misa sin gozo, sin acción de gracias y sin provecho. Nos hace venir a la Iglesia con el corazón cerrado y nos obliga a marcharnos tal como hemos llegado.
6. Sin embargo, creemos que estamos asegurando nuestra salvación yendo a misa todos los domingos. Pero de nada nos servirá el haber asistido a misa, si al salir no ha cambiado nada en nuestro corazón, en nuestra conducta, en nuestras costumbres.
¿Para qué comulgar con el Cuerpo de Cristo y encontrarse en Él con todos sus miembros, nuestros hermanos, si al salir quedamos guardando rencor contra uno de ellos, si no nos amamos un poco más que antes, si no nos sentimos más cerca unos de otros?
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
10 razones contundentes que demuestran que los católicos no somos aburridos
Ser católico es sinónimo de alegría y celebración
Antes de comenzar a desarrollar cualquier idea tenemos que dejar en claro que nadie pretende tener fe como un pasatiempo o una distracción. Muchos creen que las cosas de la fe son aburridas y pasadas de moda. Un típico ejemplo de esto es escuchar a otros decir: “la Misa es aburrida” e inmediatamente la pregunta que cae de cajón es: ¿quién dijo que la misa es para entretenerse?, para eso está el cine.
No obstante, fe y vida van de la mano innegablemente y en la vida de las personas pasar momentos agradables (incluso de carácter espiritual) es algo necesario. Es más, el tiempo de ocio, de descanso y el tiempo libre son fundamentales para una buena salud mental y espiritual, sino corremos el riesgo de volvernos unos amargados.
En este sentido para los católicos hay dos formas de mirarnos: desde afuera y desde dentro. Muchos de los que están fuera nos ven como personas aburridas, estancadas en el tiempo, con prácticas medievales. Por otra parte, nosotros mismos (los que tenemos fe) vivimos nuestro catolicismo como si fuera algo aburrido y lleno de restricciones; miramos las cosas que podríamos hacer en “el mundo” con cierta nostalgia, como si fuera algo que nos hubieran quitado.
Ser católico es sinónimo de alegría y celebración. Esa alegría se ve reflejada en las cosas que hacemos, y en lo bien que la pasamos. Y cuando hablamos de pasarla bien no nos referimos a aquello que nos vende el mundo. Creer que solo eso es diversión, nos hace dudar de nuestras opciones de fe y la alegría que encontramos en ellas.
Por todo esto hemos querido hacer una galería para comprender mejor por qué los católicos estamos bien lejos de ser aburridos; es más, estamos llamados a no serlo
1. Nuestra alegría no es circunstancial
Y eso es un gran alivio, pues si dependiera de lo entretenido, de lo festivo y de lo divertidas que son las cosas que hacemos, entonces estaríamos perdidos y sumidos en una constante frustración. Nuestra alegría está puesta en que somos amados, somos queridos por Dios y esta es mucho más importante que nuestras debilidades.
2. Estamos llamados a ser auténticos
Somos amados por Dios, como somos, con nuestras debilidades y con nuestras virtudes. Ser quienes realmente somos nos da una libertad inmensa que nos llena de alegría y que nos permite enfrentar la vida de forma mucho más confiada y feliz.
3. ¡La cuenta ya está pagada!
Imagina que estás comiendo y festejando en un bar muy costoso, de pronto se acerca el mesero y te dice que la cuenta está pagada, que no debes nada, que alguien ya pagó por ti. Vivimos en la alegría de que nuestra cuenta ya fue cancelada por Jesús, no para aprovecharnos y seguir pidiendo cosas, sino para para tener la tranquilidad de que a pesar de lo que hayamos hecho, hay alguien que murió en la cruz por amor a nosotros y que esto nos da la certeza de que no hay ninguna deuda que pagar.
4. La comunidad sostiene nuestras fragilidades
Vivimos en comunidad con personas que creen lo mismo y tienen las mismas esperanzas que nosotros.
Son ellos quienes nos sostienen en nuestras fragilidades, celebran junto a nosotros las alegrías y nos acompañan en nuestras vidas llenándolas de amor.
5. Estamos llamados a ser como niños
Ser como niños no es lo mismo que comportarse infantil o inmaduramente. Significa actuar con libertad, dejar la vergüenza, los prejuicios y los miedos de lado, y actuar desde el amor buscando la felicidad.
6. Vivimos con la alegría de ser hijos de Dios
Nada más tranquilizador que saber que nos espera una habitación, que el Padre nos tiene reservado un lugar para el final de nuestros días y que ese Padre es el creador de todo. Eso, sin lugar a dudas, nos da una alegría que es imposible de medir.
7. Buscamos actividades que enriquezcan nuestro interior
Esta alegría que brota de nuestros corazones la podemos vivir porque hemos atendido a lo que hay dentro de ellos, procurando alimentar nuestras almas con lo único capaz de saciarlas: el amor de Dios.
8. Necesitamos siempre llevar la buena nueva
Si alguien llega con una buena noticia es bien recibido. Cuando compartimos el Evangelio, siempre es una buena noticia, es esperanzador, consolador, llena de paz a las almas y comunica vida. Ver los rostros iluminados de esperanza es nuestra felicidad.
9. Nos reconocemos infinitamente amados
Comprendemos que nuestra vida y nuestra existencia es deseada por Dios, no somos una casualidad y todo nuestro ser es amado. Esta certeza nos da una nueva forma de ver la vida, pues ella tiene un sentido: alguien nos cuida y quiere lo mejor para nosotros.
10. Tenemos margen de error y podemos volver a intentar
No es una invitación a equivocarse voluntariamente, pero saberse perdonado, saber que quien nos juzga es el Dios de la Misericordia y del Amor, nos permite enfrentar el error y la fragilidad con la esperanza. Ser hijps amados de Dios no lo perderemos, aunque seamos indignos de ello, pues somos perdonados y aceptados continuamente en el corazón de Dios, aun cuando no hacemos las cosas del todo bien.
¿Qué puedes hacer para inyectar alegría y diversión a tu apostolado? Y si en tu diócesis se está realizando algo grande, que nos ayude a contarle al mundo que es un mito eso de que el católico es aburrido, no dudes es escribirnos
Como bonus, les dejamos estos dos videos que resumen como es que, viviendo nuestra fe y la alegría que esta nos provoca, podemos llegar a hacer cosas grandes.
Lifeteen Summer Camp
Lifeteen es un programa para pastoral juvenil que existe en Estados Unidos y en algunos otros países y que se ha implementando en cientos de parroquias. Lifeteen organiza un campamento de verano, con una producción de película, en donde miles de jóvenes de distintas partes de Estados Unidos asisten durante toda la temporada de verano, una experiencia que marcará sus vidas y sus corazones para siempre, en donde Jesús Eucaristía y vivir la pureza son el centro de todo.
Como tantos otros 'cristos humanos'
El Papa samaritano ante el Cristo mutilado de Boyacá
"Francisco no quiere ni curas trabucaires ni teólogos de la liberación con el fusil en bandolera"
José Manuel Vidal, 09 de septiembre de 2017 a las 09:24
El árbol de la paz de Colombia, que promete cobijar bajo sus ramas a un país que huye de más de 100 años de violencia y soledad
(José M. Vidal).- "Siempre con las víctimas". Es la consigna del Papa Francisco, para él y para su Iglesia, en cualquier situación o lugar. Siempre con todas las víctimas, ya sean las de la lacra de la pederastia clerical, las de las guerras, las del hambre, las del maltrato de género, las de cualquier tipo de violencia o las de la exclusión, la marginación, la pobreza y la inequidad.
La bella Colombia está sembrada de victimas de todos esos tipos de escarnios y violencias personales o sistémicas. Azotada por una guerra de más de 50 años, sus 300.000 muertos y sus seis millones de desplazados claman al cielo, a la conciencia de la Humanidad y a la del Papa samaritano.
La bella Colombia, con las heridas todavía sangrantes del conflicto, busca, apoyándose en el bastón del Papa, dar el "primer paso" de un proceso de cauterización, que la conduzca al mar en calma de la paz y la justicia. Porque, como dice el himno de la visita, Francisco "nos trae luz, nos trae paz, nos trae palabras de verdad".
En Villavicencio, capital de una de las zonas más azotadas por la violencia fratricida, el Papa-profeta, aprovecha para clamar a los cielos y a las conciencias de todos los colombianos que el sueño de la paz es posible, pero que sólo lo conseguirá, si disipan "las tinieblas" de la "sed de venganza" y salen "del pantano de la violencia y del rencor". Si van dando pasos, lentos pero seguros, en ese proceso recién iniciado (y por ende, todavía tambaleante) de tejer la reconciliación, único camino para alcanzar la meta soñada de la paz.
Francisco escenifica su pasión por las victimas y su esperanza en la reconciliación ante un Cristo mutilado. Un Cristo al que la metralla de la guerra le segó brazos y piernas. Caído, sin miembros y ensangrentado. Como tantos otros 'cristos humanos'.
La figura religiosa quedó desmembrada por un artefacto explosivo lanzado por guerrilleros de las FARC contra una iglesia donde se refugiaba una comunidad negra en medio de un combate con los paramilitares en 2002: 79 personas murieron.
A los pies del Cristo mutilado, el Papa de la misericordia abre su corazón y escucha los llantos y los gritos de dolor de negros, indígenas, campesinos, ex guerrilleros y agentes estatales. Caín contra Abel a lo bestia y durante décadas. Porque, como dijo Francisco, citando a Juanes: "Los árboles están llorando / son testigos de tantos/ años de violencia./ El mar está marrón / mezcla de sangre con la tierra".
En tres actos, como el misterio de amor de la Trinidad, el Papa clamó por la reconciliación. En el primero, en el parque Catama, Francisco beatificó y, por lo tanto, puso como ejemplo de víctimas, al obispo Jesús Emilio Jaramillo y al sacerdote Pedro María Ramírez. Al cura lo mataron los liberales en 1948 y al obispo, los guerrilleros del frente Domingo Laín (uno de los curas de los 'elenos') del ELN en Arauca, en 1989.
Un crimen que le duele especialmente al Papa. Porque la víctima fue un obispo, pero también, y quizás sobre todo, porque el frente victimario llevaba el nombre de Domingo Laín, un sacerdote español que estuvo en las filas del ELN hasta que murió en combate en 1974.
Domingo Laín y, sobre todo, Camilo Torres, que murió en su primer combate tras empuñar el fusil también con el ELN, o Manuel Pérez, otro cura zaragozano, que fue el máximo dirigente de esta guerrilla durante años, representan la paradójica relación que ha tenido la Iglesia con la violencia armada.
Francisco no quiere ni curas trabucaires ni teólogos de la liberación con el fusil en bandolera. Por eso, el Papa de la no-violencia, quiso mostrar otro camino y aterrizar la palabra reconciliación, para proclamar que tiene que ser concreta, justa y completa. Concreta, porque "basta una persona buena para que haya esperanza y cada uno de nosotros puede ser esa persona".
Reconciliación justa, porque hay que "combinar justicia con bondad". Y completa, porque tiene que incluir la naturaleza, la casa común. Sólo esta reconciliación "permite construir el futuro y hacer crecer la esperanza".
En el segundo acto de reparación y reconciliación, en el parque Las Malocas, el Papa contempló esa especie de gesto heroico, en el que unas 2.000 víctimas se reconciliaron físicamente con sus victimarios. Ante las palabras proféticas de Francisco: "No tengan miedo de arriesgar juntos".
El tercer acto, una acción de gracias ante la Cruz de la Reconciliación del Parque de los Fundadores. Allí, como símbolo de esperanza, Francisco plantó un árbol. El árbol de la paz de Colombia, que promete cobijar bajo sus ramas a un país que huye de más de 100 años de violencia y soledad.
Oración del Papa ante el Cristo mutilado
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos recuerdas tu pasión y muerte;
junto con tus brazos y pies
te han arrancado a tus hijos
que buscaron refugio en ti.
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos miras con ternura
y en tu rostro hay serenidad;
palpita también tu corazón
para acogernos en tu amor.
Oh Cristo negro de Bojayá,
haz que nos comprometamos
a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro
del hermano necesitado;
tus brazos para abrazar
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar
al que llora en soledad.
Haz que seamos testigos
de tu amor y de tu infinita misericordia.