Está entre nosotros
- 10 Septiembre 2017
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Aunque las palabras de Jesús, recogidas por Mateo, son de gran importancia para la vida de las comunidades cristianas, pocas veces atraen la atención de comentaristas y predicadores. Esta es la promesa de Jesús: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
Jesús no está pensando en celebraciones masivas, como las de la plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo sean dos o tres, allí está él en medio de ellos. No es necesario que esté presente la jerarquía; no hace falta que sean muchos los reunidos.
Lo importante es que "estén reunidos", no dispersos ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que se reúnan "en su nombre"; que escuchen su llamada, que vivan identificados con su proyecto del reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo.
Esta presencia viva y real de Jesús es la que ha de animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de sus seguidores. Es Jesús quien ha de alentar su oración, sus celebraciones, proyectos y actividades. Esta presencia es el "secreto" de toda comunidad cristiana viva.
Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.
Hemos de reavivar la conciencia de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.
El futuro de la fe cristiana entre nosotros dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el Papa Francisco en el Vaticano. Tampoco podemos poner nuestra esperanza en el puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza es Jesucristo.
Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan decisivo como volver con radicalidad a Jesucristo.
23 Tiempo ordinario – A
(Mateo 18,15-20)
10 de septiembre 2017
XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ez 33,7-9; Sal 94; Rom 13, 8-10; Mt 18, 15-20
CORRECCIÓN FRATERNA
TEXTO EVANGÉLICO
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.”
TEXTO PROFÉTICO
“Si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta y no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida”.
TEXTO APOSTÓLICO
“Ninguna corrección resulta agradable en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella” (Hbr 12, 11).
TEXTO PATRÍSTICO
“Pero, ¿cómo podríamos corregir a nuestros hermanos nosotros, que descuidamos incluso nuestra propia vida? Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles” (San Gregorio Magno).
TEXTO MÍSTICO
“Lo que Jesús censura no son los trabajos de Marta. A trabajos como ésos se sometió humildemente su divina Madre durante toda su vida, pues tenía que preparar la comida de la Sagrada Familia. Lo único que Jesús quisiera corregir es la inquietud de su ardiente anfitriona.” (Santa Teresa del Niño Jesús, Historia de un Alma, Final del manuscrito C).
CONSIDERACIÓN
Es muy importante, para que la corrección surja algún efecto, verse uno a sí mismo. No suceda lo que denuncia el Evangelio, que no vemos la viga que llevamos en nuestros ojos y corregimos la paja del ojo ajeno.
Para que la corrección sea provechosa debe ser ungida con amor. Un principio acreditado es callar por amor y hablar por amor. Si callas por resentimiento, y si hablas por impaciencia, aunque digas verdad, dañas más que edificas.
Jesús, al tiempo de enseñar el deber de corregir, lo hace en el marco del perdón mutuo.
Domingo XXIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 18, 15-20) – 10 de septiembre de 2017
Había una señora a la que le tenían mucha envidia. Casi todos los días, cuando salía a la puerta de su casa para barrer, encontraba estiércol que las vecinas le dejaban en señal de desprecio. La señora no protestaba nunca. Hasta que un buen día, sabiendo que sus vecinas eran las que le dejaban porquerías delante de su puerta todas las noches, decidió colocar un arreglo floral delante de la puerta de cada una de ellas. En cada uno de los arreglos, las vecinas encontraron un letrero que decía: “Cada uno da de lo que tiene”.
El Evangelio propone, en distintos momentos, formas diferentes de responder a las ofensas y daños que los otros nos hacen. La más conocida es la invitación de Jesús que dice: “Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra. Si alguien te demanda y te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa. Si te obligan a llevar carga una milla, llévala dos” (Mateo 5, 39-41). En otro momento, cuando Jesús respondió a una de las preguntas del interrogatorio del sumo sacerdote, “uno de los guardianes del templo le dio una bofetada, diciéndole: ¿Así contestas al sumo sacerdote?” Esta vez Jesús no ofreció la otra mejilla... Sencillamente le preguntó al agresor: “Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?” (Juan 18, 22-23). Otras veces Jesús sencillamente guardó silencio ante la agresión y la violencia que otros ejercieron contra él, como queda patente en todo el proceso de la Pasión.
Este domingo el Evangelio nos presenta otra alternativa para responder al mal que los otros nos pueden causar: “Si tu hermano te hace algo malo, habla con él a solas y hazle reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a una o dos personas más, para que toda acusación se base en el testimonio de dos o tres testigos. Si tampoco les hace caso a ellos, díselo a la congregación; y si tampoco hace caso a la congregación, entonces habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.
Se trata de todo un plan de acción ante las agresiones que podemos sufrir. La invitación es a conversar con el que nos hace daño y tratar de ayudarlo a caer en la cuenta de su error; si no hiciera caso a nuestro reclamo, Jesús invita a buscar a otros que apoyen nuestra solicitud de cambio... Y si esto tampoco tuviera efecto positivo, pues habría que comentarlo con toda la comunidad. Pero queda aún una última alternativa: “habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.
A simple vista, esto podría significar desprecio, rechazo total, renuncia a buscar su transformación; sin embargo, el modo como Jesús trató a los ‘paganos’ y a los ‘publicanos’, hace pensar que la invitación es a tener con ellos una paciencia aún mayor y una delicadeza extrema. ¿Cuál es nuestra actitud ante las ofensas o daños que recibimos de los demás? ¿De verdad nos hemos dejado impregnar por las actitudes de Jesús? Tal vez la creatividad de la señora de la historia con la que comenzamos pueda ayudarnos a buscar alternativas más evangélicas ante el dolor que los otros nos pueden causar.
Condición de la corrección: el amor
Santo Evangelio según San Mateo 18,15-20. Domingo XXIII de tiempo ordinario. Ciclo A.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, te agradezco por este nuevo día de vida que me concedes, gracias por todos los dones espirituales y materiales que me das. Gracias, incluso, por aquellas gracias que me han pasado desapercibidas en mi vida. Gracias por tu presencia y tu acción en mi día a día. Ayúdame a creer en Ti con más firmeza, a esperar con más confianza y a amarte con más pasión. Te renuevo mi deseo de seguirte y de jamás abandonarte.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Las correcciones son un tema que desde niños no nos agradan. Muchas veces en la vida he tenido que escuchar las correcciones de mis padres, de mis maestros, de mis entrenadores, de mis jefes de trabajo, de mi pareja, incluso de mis amigos. Hasta las de mi propia conciencia. Escuchar que otro me tenga que corregir no es lo más agradable, pero sí es bastante saludable. Poniendo una imagen a esto, es como los vegetales para ciertos niños: desagradables, pero saludables.
Como sabías esto, en este pasaje lanzas la invitación a aceptar las correcciones y ayudarnos unos a otros a crecer en el camino de la vida cristiana. Sabes bien que nadie es buen juez de su propia causa y, por ello, los demás pueden ser de gran ayuda en el camino de la santidad. Corregir y ser corregido requiere de humildad, de respeto, de comprensión, pero sobre todo de amor.
Sin amor es mejor no corregir, porque hace mal a los dos. Es como comer un vegetal en mal estado. Ya no es saludable y menos aún agradable al gusto. En el caso de mis padres puedo descubrir un verdadero ejemplo de corrección cristiana: una corrección hecha por amor, porque se busca el beneficio del otro; que no es vengativa; que no busca quedar bien sino de verdad ayudar; servir, iluminar, guiar. Ayúdame, Señor, a saber escuchar las correcciones de mis hermanos, a agradecerlas y ponerlas en práctica. Que sepa discernir cuando pueda ayudar a otro con una corrección, pero siempre motivada de la pureza de intención, de la humildad, del cariño, del amor.
El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías: esas precipitadas de quien juzga, las que no tienen salida propia del que cierra todas las puertas, las de sentido único de quien critica a los demás. El Espíritu en cambio nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y del perdón recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que "ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están". Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad.
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de junio de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Recibiré con humildad las correcciones que pueda recibir este día y procuraré hacer con delicadeza las que tenga que hacer.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La “corrección fraterna” o la búsqueda del bien del prójimo
La búsqueda del bien espiritual del otro es más importante que procurar el bien corporal
Uno de los actos positivos en beneficio del prójimo que nace de la virtud teologal de la Caridad, es la corrección fraterna, de la que expresamente hace referencia el texto de Mateo 18,15:”Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.
Por pecado entendemos -en este caso de la corrección fraterna-, toda acción externa y por lo tanto visible, por la que el prójimo rompe su relación con Dios o con sus hermanos, de una manera consciente –con conocimiento- y con consentimiento -o sea, con voluntad libre-.
Digo acción externa visible, porque aunque es pecado también el apartarse de Dios o del prójimo a través del pensamiento o de los pecados llamados internos, al no ser estos percibidos por los demás, no pueden ser objeto de la caritativa admonición.
Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (II-II) cuestión 33 se plantea lo relativo a la misma en forma de ocho preguntas o artículos.
El primer artículo o pregunta se refiere directamente a la congruencia de esta peculiar forma de obrar en relación con el prójimo, y la formula preguntándose “si la corrección es acto de Caridad”.
El planteo tiene su razón de ser ya que la advertencia caritativa al que peca o vive en estado habitual de pecado, es en cierta forma remedio que debe emplearse frente al pecado del prójimo.
Al respecto, como suele hacer en su enseñanza, Santo Tomás distingue entre el pecado que es nocivo a la persona concreta que peca, y el pecado personal que perjudica al otro o al bien común.
De esta distinción se deduce que nos encontramos ante una doble tarea caritativa.
La primera que versa sobre el pecado del prójimo, apunta a buscar el bien de la persona, y en este sentido es un acto propio de la caridad ya que se pretende el bien espiritual de la persona, el cual está por encima del bien material que pudiéramos realizar en beneficio de alguien.
Buscar el bien espiritual de la persona, como en este caso, a través de la advertencia por su pecado, es un ejemplo claro del verdadero amor para con el hermano, ya que se busca apartarlo de aquello que es nocivo para su alma y que por lo tanto no sólo lo obstaculiza en su relación actual con Dios, sino también pone en riesgo la salvación eterna.
Podríamos afirmar por lo tanto que la corrección fraterna conforme al evangelio, descansa en una visión sobrenatural de la vida.
Justamente porque creemos que estamos llamados a la amistad con Dios ya en este mundo, como después de la muerte, es que se ha de buscar apartar al otro de todo lo que le hace daño e impide vivir en comunión con Dios.
La búsqueda por lo tanto del bien espiritual del otro es más importante que procurar el bien corporal, como por ejemplo aliviar a alguien de su enfermedad. Y esto es así porque la salud corporal en definitiva es para este mundo, y por lo tanto limitada al tiempo y a la propia realidad de la persona, mientras que el bien espiritual no sólo atañe a nuestra vida terrena sino a la eterna después de la muerte.
Este intentar el bien espiritual de la persona a través de su apartamiento del pecado supone además que estamos convencidos que el bien supremo para el ser humano es Dios mismo.
Indudablemente nadie buscaría el bien espiritual de otra persona si no estuviera seguro de su suprema importancia, cual es la vinculación estrecha con el Creador.
La corrección fraterna como obra positiva de la caridad permite, además, que avancemos más y más en una mirada purificada acerca de la vida y el ser del hombre.
En efecto, supongamos que tenemos en nuestra familia o en el núcleo de amistades alguien que ha caído en el vicio de la droga.
Inmediatamente tenemos en cuenta el bien corporal y mental de la persona, lo cual es loable, y tratamos de apartarla de ese vicio.
Pero si nos quedáramos en ese único plano, no buscaríamos más que el bien natural, cuando hay que apuntar también y sobre todo, desde una mirada de fe y de caridad sobrenatural, a desarraigarla de lo que perjudica su bien espiritual –ya que la aparta del bien divino- para encauzarla nuevamente en su noble caminar como hijo de Dios que se orienta al encuentro definitivo con su Creador.
Al concebir así nuestra tarea de apartar al otro de su desordenada opción de vida, procuramos en definitiva el bien global del ser humano en su aspecto natural como persona y en su conexión con el destino eterno sobrenatural para el que fue creado.
Al respecto dice Santo Tomás que el “remover el mal de uno es de la misma naturaleza que procurar su bien”.
En una cultura como la nuestra tan atada a los bienes pasajeros o a concebir la vida solamente en procurar “bienes” temporales, que a la postre son pasajeros, se hace cada vez más necesario aprender a contemplar cada circunstancia de la vida desde una perspectiva de fe sobrenatural que ilumine el obrar de la caridad fraterna por la que estamos llamados a continuar el designio de Dios hacia el hombre, procurando la salvación de todos y de cada uno.
Y salvar al otro, significa en gran medida ayudarlo a su apartamiento del mal para que descubra la profundidad del llamado hacia el bien que late en lo más profundo del corazón.
Cada uno de nosotros, pues, está por lo tanto llamado a descubrir en las circunstancias tan cambiantes de la vida, los mejores modos de ayudar a su prójimo.
Si por la corrección fraterna, logramos que alguien que se apresta a realizar un aborto no lo haga, no sólo habremos ganado para Dios a un hermano, sino que habremos impedido la realización del mal a otro, como es el quitar la vida al inocente.
Si por la corrección fraterna apartamos a una persona de su decisión de vivir “en pareja” en la tan común “unión de hecho”, lograríamos su permanencia en la relación con Dios, y la ayudaríamos a valorar en todo su significado el matrimonio cristiano, en el que por el pacto de amor entre un varón y una mujer, se prolongaría en la sociedad la unión entre Cristo y la Iglesia, como enseña el Apóstol San Pablo.
Es tan necesaria y obligatoria esta forma peculiar de vivir la caridad, que el profeta Ezequiel nos hace culpables por la omisión del acto virtuoso al afirmar que si “tú no hablas poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre” (Ezequiel 33,8).
Diferente es la consecuencia para el que corrige si habiendo advertido no es escuchado por quien ha de cambiar de conducta, ya que habrá salvado su vida (cf. Ezequiel 33,9).
La segunda tarea del acto de corregir contempla el pecado personal del prójimo en cuanto redunda en detrimento de los demás, que se sienten lesionados o escandalizados, y también como perjuicio al bien común, cuya justicia queda alterada por el pecado.
Y así dice el Aquinate: “La otra corrección remedia el pecado del delincuente en cuanto revierte en perjuicio de los demás y, sobre todo, en perjuicio del bien común. Este tipo de corrección es acto de justicia, cuyo cometido es conservar la equidad de unos con otros”.
Indudablemente se perfecciona de esta manera el acto de la corrección fraterna en cuanto que de conseguirse la conversión del que peca, se da pie a la congrua reparación del daño provocado a terceros.
Y así por ejemplo, -para continuar con la referencia hecha anteriormente respecto del que se droga- o según el caso, del que se alcoholiza -, de lograrse su redención, se obtiene la tranquilidad vulnerada en el seno de una familia concreta.
Como se puede observar es mucho lo que puede realizar el cristiano en beneficio de sus hermanos, ya sea en relación con el individuo concreto, ya respecto a aquellos que de alguna manera se ven perjudicados por el desvío de un particular.
Se ha de advertir por lo demás, que la corrección fraterna incluye otras reflexiones a tener en cuenta, como es el modo, el cuándo oportuno y la obligación de realizarla, dejando para otra oportunidad su consideración.
Una atención especial merece lo que refiere a la corrección fraterna institucional. Esta corresponde, como veremos, a la denuncia profética acorde con la misión de la Iglesia como Institución, con el ánimo de buscar un cambio social que redunde en beneficio de todos sus fieles.
Nicolás de Tolentino, Santo
Presbítero. 10 de septiembre
Martirologio Romano: En Tolentino, del Piceno, san Nicolás, presbítero, religioso de la Orden de Ermitaños de San Agustín, el cual, fraile de rigurosa penitencia y oración asidua, severo consigo y comprensivo con los demás, se autoimponía muchas veces la penitencia de otros († 1305).
Fecha de canonización: 1 de febrero de 1447 por el Papa Eugenio IV
Breve Biografía
Infancia
Este santo recibió su sobrenombre del pueblo en que residió la mayor parte de su vida, y en el que también murió. Nicolás nació en San Angelo, pueblo que queda cerca de Fermo, en la Marca de Ancona, hacia el año 1245. Sus padres fueron pobres en el mundo, pero ricos en virtud. Se cree que Nicolás fue fruto de sus oraciones y de una devota peregrinación que hicieron al santuario de San Nicolás de Bari en el que su madre, que estaba avanzada en años, le había rogado a Dios que le regalara un hijo que se entregara con fidelidad al servicio divino. En su bautismo, Nicolás recibió el nombre de su patrón, y por sus excelentes disposiciones, desde su infancia se veía que había sido dotado con una participación extraordinaria de la divina gracia.
Cuando era niño pasaba muchas horas en oración, aplicando su mente a Dios de manera maravillosa. Así mismo, solía escuchar la divina palabra con gran entusiasmo, y con una modestia tal, que dejaba encantados a cuantos lo veían. Se distinguió por un tierno amor a los pobres, y llevaba a su casa a los que se encontraba, para compartir con ellos lo que tenía para su propia subsistencia. Era un niño de excepcional piedad.
Desde su infancia se decidió a renunciar a todo lo superfluo, así como practicar grandes mortificaciones, y, desde temprana edad, adoptó el hábito de ayunar tres días a la semana, miércoles, viernes y sábados. Cuando creció añadió también los lunes. Durante esos cuatro días solo comía una vez por día, a base de pan y agua.
El joven estudiante
Su mayor deleite se hallaba en leer buenos libros, en practicar sus devociones y en las conversaciones piadosas. Su corazón le perteneció siempre a la Iglesia. Sus padres no escatimaron en nada que tuvieran al alcance para mejorar sus geniales aptitudes.
Siendo aún un joven estudiante, Nicolás fue escogido para el cargo de canónigo en la iglesia de Nuestro Salvador. Esta ocupación iba en extremo de acuerdo con su inclinación de ocuparse en el servicio a Dios. No obstante, el santo aspiraba a un estado que le permitiera consagrar directamente todo su tiempo y sus pensamientos a Dios, sin interrupciones ni distracciones.
Un sueño hecho realidad
Con estos deseos de entregarse por entero a Dios, escuchó en cierta ocasión un sermón, de un fraile o ermitaño de la orden de San Agustín, sobre la vanidad del mundo, el cual lo hizo decidirse a renunciar al mundo de manera absoluta e ingresar en la orden de aquel santo predicador. Esto lo hizo sin pérdida de tiempo, entrando como religioso en el convento del pequeño pueblo de Tolentino.
Nicolás hizo su noviciado bajo la dirección del mismo predicador e hizo su profesión religiosa antes de haber cumplido los 18 años de edad. Lo enviaron a varios conventos de su orden en Recanati, Macerata y otros. En todos tuvo mucho éxito en su misión. En 1271 fue ordenado sacerdote por el obispo de Osimo en el convento de Cingole.
Su vida sacerdotal
Su aspecto en el altar era angelical. Las personas devotas se esmeraban por asistir a su Misa todos los días, pues notaban que era un sacrificio ofrecido por las manos de un santo. Nicolás parecía disfrutar de una especie de anticipación de los deleites del cielo, debido a las comunicaciones secretas que se suscitaban entre su alma tan pura y Dios en la contemplación, en particular cuando acababa de estar en el altar o en el confesionario.
Su ardor en el apostolado y en la oración
Durante los últimos treinta años de su vida, Nicolás vivió en Tolentino y su celo por la salvación de las almas produjo abundantes frutos. Predicaba en las calles casi todos los días y sus sermones iban acompañados de grandiosas conversiones. Solía administrar los sacramentos en los ancianatos, hospitales y prisiones; pasaba largas horas en el confesionario. Sus exhortaciones, ya fueran mientras confesaba o cuando daba el catecismo, llegaban siempre al corazón y dejando huellas que perduraban para siempre en quienes lo oían.
También, con el poder del Señor, realizó innumerables milagros, en los que les pedía a los recipientes: "No digan nada sobre esto. Denle las gracias a Dios, no a mí." Los fieles estaban impresionados de ver sus poderes de persuasión y su espiritualidad tan elevada por lo que tenían gran confianza en su intercesión para aliviar los sufrimientos de las almas en el purgatorio. Esta confianza se confirmó muchos años después de su muerte cuando fue nombrado el "Patrón de las Santas Almas".
El tiempo en que podía retirarse de sus obras de caridad, lo dedicaba a la oración y a la contemplación. Nicolás de Tolentino fue favorecido con visiones y realizó varias sanaciones milagrosas.
Pruebas
Nuestro Señor, por su gran amor a Nicolás, quiso conducir al santo a la cumbre de la perfección, y para ello, lo llevó a ejercer la virtud de distintos modos. Nicolás padeció por mucho tiempo de dolores de estómago, así como malos humores.
Los Panes Milagrosos
Hacia los últimos años de su vida, cuando estaba pasando por una enfermedad prolongada, sus superiores le ordenaron que tomara alimentos más fuertes que las pequeñas raciones que acostumbraba ingerir, pero sin éxito, ya que, a pesar de que el santo obedeció, su salud continuó igual. Una noche se le apareció la Virgen María, le dio instrucciones de que pidiera un trozo de pan, lo mojara en agua y luego se lo comiera, prometiéndole que se curaría por su obediencia. Como gesto de gratitud por su inmediata recuperación, Nicolás comenzó a bendecir trozos de pan similares y a distribuirlos entre los enfermos. Esta práctica produjo favores numerosos y grandes sanaciones.
En conmemoración de estos milagros, el santuario del santo conserva una distribución mundial de los "Panes de San Nicolás" que son bendecidos y continúan concediendo favores y gracias.
Última enfermedad
La última enfermedad del santo duró un año, al cabo de la cual murió el 10 de septiembre de 1305. Su fiesta litúrgica se conmemora el mismo día. Nicolás fue enterrado en la iglesia de su convento en Tolentino, en una capilla en la que solía celebrar la Santa Misa.
Su veneración
En el cuarentavo año después de su muerte, su cuerpo incorrupto fue expuesto a los fieles. Durante esta exhibición los brazos del santo fueron removidos, y así se inició una serie de extraordinarios derramamientos de sangre que fueron presenciados y documentados.
El santuario no tiene pruebas documentadas respecto a la identidad del individuo que le amputó los brazos al santo, aunque la leyenda se ha apropiado del reporte de que un monje alemán, Teodoro, fue quien lo hizo; pretendiendo llevárselos como reliquias a su país natal. Sin embargo, sí se sabe con certeza que un flujo de sangre fue la señal del hecho y fue lo que provocó su captura. Un siglo después, durante el reconocimiento de las reliquias, encontraron los huesos del santo, pero los brazos amputados se hallaban completamente intactos y empapados en sangre. Estos fueron colocados en hermosas cajas de plata, cada uno se componía de un antebrazo y una mano.
En el correr de los siglos
Nicolás de Tolentino fue canonizado por el Papa Eugenio IV, en el año 1446. Hacia finales del mismo siglo XV, hubo un derramamiento de sangre fresca de los brazos, evento que se repitió 20 veces; el más célebre ocurrió en 1699, cuando el flujo empezó el 29 de mayo y continuó hasta el 1ro. de septiembre. El monasterio agustino y los archivos del obispo de Camerino (Macerata) poseen muchos documentos en referencia a estos sangramientos.
Dentro de la Basílica conocida como el Santuario S. Nicolás Da Tolentino, en la Capilla de los Santos Brazos, del siglo XVI, se encuentran reliquias de la sangre que salió de los brazos del santo. En un cofre ubicado encima del altar de plata, se halla un cáliz de plata del siglo XV, que contiene su sangre. Una urna del siglo XVII, hecha de piedras preciosas, tiene en exhibición, detrás de un panel de vidrio, el lino manchado de sangre que se cree que fue la tela que usaron para detener el flujo que hubo en el momento de la amputación.
Los huesos del santo, con excepción de los brazos, estuvieron escondidos debajo de la basílica hasta su redescubrimiento en 1926, fecha en que los identificaron formalmente y los pusieron en una figura simulada, cubierta con un hábito Agustino. Los brazos incorruptos, todavía en sus cubiertas o cajas de plata del siglo XV, se hallan en su posición normal al pie de la figura. Las reliquias se pueden apreciar en un relicario bendecido por el Papa Pío XI.
Inmediatamente después de su muerte, se formó una comisión para coleccionar pruebas sobre sus heroicas virtudes y sus milagros, pero intervino el suceso del traslado de los Papas a Aviñón, y la canonización no se decretó hasta 1446 por el papa Eugenio IV.
Francisco en Medellín
"Todos estamos llamados por Dios"
“El odio no tiene la última palabra”
La herramienta del Papa: "El amor es más fuerte que la muerte y la violencia"
Francisco Murillo Ortiz, 10 de septiembre de 2017 a las 10:04
La naturaleza humana debe garantizar la paz y la concordia. Somos seres sociales que hemos logrado nuestros progresos gracias a la acción conjunta de los diversos grupos humanos, ubicados en las distintas épocas y múltiples rincones del mundo
(J. Francisco Murillo Ortiz).- Hoy es el penúltimo día de la visita de Su Santidad el Papa Francisco a Colombia, las enormes movilizaciones que se han generado por su presencia en nuestro país dan muestras claras del aprecio y la cantidad de seguidores que tiene el mensaje del Sumo Pontífice, ese mensaje que sustentado en el Evangelio, ratifica la vigencia del mensaje de Jesús, pero además, nos indica también, que ha venido a hablar claro, de manera precisa y concreta, que permite un pleno entendimiento de quien lo escucha y que hemos encontrado en sus palabras un llamado adecuado y acorde con la realidad que vivimos.
El carisma de Francisco ha generado positivas reacciones de la gran mayoría del pueblo colombiano, el respeto de muchos líderes del mundo, acogida de los medios de comunicación y atención por parte de autoridades de todos los rincones del planeta, que encuentran en sus propuestas contundencia y fundamento.
Da tristeza, al menos, encontrar (afortunadamente son unas minorías que se esconden generalmente en la distancia o en el anonimato de las redes sociales o los comentarios oscuros de internet) posturas que denigran de lo propuesto por esta Papa en torno al mirar a los ojos de los pobres, a buscar la reconciliación, construir la paz o los demás aspectos que son el eje de lo que Jesús nos enseña en el Evangelio.
El Papa lo ha dicho hoy en Medellín: todos estamos llamados por Dios, los buenos y los malos, los sanos y los enfermos; por eso aceptamos la disidencia. Solo que sí sería bueno que dieran la cara, que mostraran sus argumentos. No solo que dejen frases sueltas, sin fundamento por lo cortas para llamar al odio, para refutar a quienes se han vinculado con la paz, solicitando la venganza como herramienta. Ojalá que la reflexión en el rincón en el que se encuentran producto de su inconformismo con lo que ha planteado el Papa, les permita replantear y poner los argumentos como sustento fundamental de sus propuestas.
Indigna que un periodista con nada de tino, se exprese de este país que se ha desbordado en un recibimiento caluroso a este líder de la cristiandad, con palabras que hoy día ya no resuenan en los oídos del mundo. Seguramente ese señor está totalmente desactualizado y solo quiere llamar la atención. Pero así es muy fácil, recurriendo a una historia que se ha rebasado y además con un titular que más le vale a la prensa amarillista, que será el último recurso que tiene para hacerse mencionar, (no vamos a nombrarlo, pues creemos que no merece hacerle más publicidad).
Ante las desafortunadas voces disonantes y desafortunadas, no porque se presenten sino por la falta de sustentación, el Papa hoy ha realizado nuevamente llamados de fondo: “ El odio no tiene la última palabra, el amor es más fuerte que la muerte y la violencia”. Sí, la naturaleza humana debe garantizar la paz y la concordia, somos seres sociales, que hemos logrado nuestros progresos, gracias a la acción conjunta de los diversos grupos humanos ubicados en las distintas épocas y múltiples rincones del mundo. Nuestra humanidad se sustenta en los acuerdos que hacemos entre nosotros, acuerdos que se consolidan gracias a unos principios que históricamente los hemos ubicado en la ética, es decir una búsqueda constante y sólida del bien, de eso que responde a nuestra naturaleza.
Ahora bien, el Pontífice apuntala su anterior afirmación explicándonos que el perdón, ese gran don de la humanidad, solo es posible con la ayuda y la presencia de Dios. Que solo así se puede restaurar la paz, la concordia y la reconciliación. La historia de los pueblos ha estado signada entre otros aspectos por las guerras y conflictos de diversa naturaleza, pero nos hemos mantenido gracias a que se ha llegado al acuerdo, al diálogo, al perdón, a la grandeza de asumir al otro como distinto pero no como mi enemigo.
El Papa, en la homilía de este día, hace énfasis en tres palabras: lo esencial para identificar el valor real. Por lo tanto, no quedarnos en aquello que está solo en la superficie, en lo pasajero. La renovación, que nos exige dejar comodidades, que nos permite zarandearnos con el fundamento en la fe y en la esperanza y, por último, el involucrarnos para crecer con coraje evangélico de manera que nos comprometamos con aquello que es lo esencial para la vida, con la dignidad y con la ayuda a todos los que lo requieren.
Para los religiosos, el mensaje también fue muy claro y contundente. De una parte ratifica el Papa su confianza en las vocaciones sólidas y realmente seguidoras del evangelio, no cree que la escasez sea un argumento que debamos mantener como excusa, debemos consolidar es la confianza en lograrlas.
Señala de manera muy gráfica que : “El diablo entra por el bolsillo”, como es su costumbre no se adorna para decir o hacer el llamado, no da rodeos, el dinero no es buen consejero, pues nos vamos acomodando y buscamos los privilegios y esto nos aleja de la esencia del mensaje de Cristo.
Por último, retomamos su convocatoria a la vida intensamente unida con Jesús mediante la oración, como una herramienta que nos consolida en la libertad y nos distancia de manera prudente de los aspectos mundanos que no nos llevan por los caminos del Señor. Este llamado se articula perfectamente con la importancia de interpretar la realidad con los ojos de Dios, dejarnos impregnar, en nuestras miradas, de lo que señala el Señor como una opción para entender la vida.