De ellos es el Reino de los cielos
- 01 Noviembre 2017
- 01 Noviembre 2017
- 01 Noviembre 2017
Evangelio según San Mateo 5,1-12a.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."
Solemnidad de Todos los Santos
Fiesta de todos los Santos
La fiesta de hoy se dedica a lo que san Juan describe como «una gran muchedumbre que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus y lenguas»; los que gozan de Dios, canonizados o no, desconocidos las más de las veces por nosotros, pero individualmente amados y redimidos por Dios, que conoce a cada uno de sus hijos por su nombre y su afán de perfección. Hay quien pone reparos a éste o aquél, reduce el número de las legiones de mártires, supone un origen fabuloso para tal o cual figura venerada. La Iglesia puede permitirse esos lujos, un solo santo en la tierra bastaría para llenar de gozo al universo entero, y hay carretadas. ¡Aquellos veinticuatro carros repletos de huesos de mártires que Bonifacio IV hace trasladar al Panteón del paganismo para fundarlo de nuevo sobre cimientos de santidad! Montones, carretadas de santos, sobreabundancia de cristianos de quienes ni siquiera por aproximación conocemos el número, para los que faltan días en el calendario. Por eso hoy se aglomeran en la gran fiesta común. Los humanamente ilustres, Pedro, Pablo, Agustín, Jerónimo, Francisco, Domingo, Tomás, Ignacio, y los oscuros: el enfermo, el niño, la madre de familia, un oficinista, un albañil, la monjita que nadie recuerda, gente que en vida parecía tan gris, tan irreconocible, tan poco llamativa, la gente vulgar y buena de todos los tiempos y todos los lugares.
Cualquiera que en cualquier momento y situación supo ser fiel sin que a su alrededor se enterara casi nadie, cualquiera sobre quien, al morir, alguien quizá comentó en una frase convencional: Era un santo. Y no sabíamos que se había dicho con tanta propiedad. Cristianos anónimos que a su manera, a escala humana, se parecían a Cristo. La solemnidad de Todos los Santos nació en el siglo Vlll entre los celtas la Iglesia nos propone esta Visión de gloria al comienzo del invierno, para invitarnos a vivir en la esperanza de una primavera, más allá de la muerte. Quiere también que caigamos en la cuenta de nuestra solidaridad con cuantos han pasado al mundo invisible. Festejamos con alegría a los Santos, pues creemos «que gozan de la gloria de la inmortalidad», en donde interceden por nosotros. Cada Santo vive intensamente la visión de Dios y su amor, mas su conjunto forma una ciudad, «la Jerusalén celeste», un Reino abierto a cuantos vivan de acuerdo con las Bienaventuranzas. Son la Iglesia del cielo. La Gloria de los «Santos, nuestros hermanos», procede de Dios, cuya imagen reproduce cada uno de ellos de una manera única. Por consiguiente, al venerarlos, proclamamos a Dios «admirable y solo Santo entre todos los Santos». Todos fueron salvados por Cristo, todos nacieron de su costado abierto. Este es el motivo por el que el lugar por excelencia de comunión con los Santos es la Eucaristía. En ella les santificó el Señor Jesús con la plenitud de su amor»; en ella podemos también nosotros suplicarle con humildad a Dios que nos haga pasar «de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los cielos».
San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia Homilía 14 sobre el Evangelio; PL 76, 1129
“De ellos es el Reino de los cielos”
Jesús dice en el Evangelio: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen, y les doy la vida eterna” (Jn 10,27). Un poco antes había dicho: “Quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (v. 9). Porque se entra por la fe, pero se sale de la fe hacia la visión cara a cara; pasando de la fe a la contemplación, encontrará pastos para un descanso eterno.
Estas son, pues, las ovejas del Señor que tienen acceso a los pastos, porque los que le siguen con simplicidad de corazón reciben como alimento hierva siempre verde. ¿Qué son estos pastos de las ovejas sino los gozos profundos de un paraíso siempre verde? El pasto de los elegidos es el rostro de Dios siempre presente, contemplado en una visión sin sombra alguna; el alma se sacia sin fin de este alimento de vida.
En estos pastos los que han escapado de la red de los deseos de este mundo se ven eternamente satisfechos. Allí canta el coro de los ángeles, allí se reúnen los habitantes del cielo. Allí encuentran una dulce fiesta los que regresan pasadas las penas después de una triste estancia en el extranjero. Allí se encuentra el coro de los profetas de ojos penetrantes, los doce apóstoles como jueces, el victorioso ejército de los innumerables mártires tanto más gozosos cuanto más duramente se han visto afligidos aquí abajo. En este lugar recibe su recompensa la constancia de los confesores de la fe. Allí se encuentran los hombres fieles que los placeres de este mundo no han podido aflojar la fuerza de su alma, las santas mujeres que han vencido al mismo tiempo toda su fragilidad y la de este mundo; allí están los niños que por su manera de vivir han crecido por encima de su edad, los viejos que la edad no ha vuelto débiles aquí abajo y no les ha abandonado la fuerza para obrar. Queridos hermanos, pongámonos a buscar estos pastos donde seremos felices en compañía de tantos santos.
LUCHA ENTRE FIESTAS PARA CONMEMORAR EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS
'Holywins', propuesta de la Iglesia frente al tenebrismo de Halloween
Las raíces de Halloween están vinculadas con la conmemoración celta del Samhain
Aunque la mayoría de la sociedad española cree que Halloween es una fiesta estadounidense que ha "invadido" la cultura española, las tradiciones se celebraban en España antes de que existiera EE.UU. como nación
Halloween (contracción de All Hallows' Eve, que significa "Víspera de Todos los Santos'), también conocido como Noche de Brujas o Día de Brujas, es una fiesta moderna resultado del sincretismo originado por la cristianización de las fiestas del fin de verano de origen celta. Se celebra internacionalmente en la noche del 31 de octubre, sobre todo en países anglosajones como Canadá, Estados Unidos, Irlanda o Reino Unido, y, en menor medida, en otros lugares como España y América Latina. A pesar de ser una fiesta anglosajona, en Australia y Nueva Zelanda no se celebra esta fiesta y costumbre como en los otros países.
Sus raíces están vinculadas con la conmemoración celta del Samhain (en gaélico "Fin de Verano") y la festividad cristiana del Día de Todos los Santos, celebrada por los católicos el 1 de noviembre. Se trata en gran parte de un festejo secular, aunque algunos consideran que posee un trasfondo religioso. Los inmigrantes irlandeses transmitieron versiones de la tradición a América del Norte durante la Gran hambruna irlandesa. «Halloween» es una forma en inglés -ya en desuso - para referirse a los santos, proveniente a su vez del anglosajón «haliga», «halga» que significa «santo», «santificar» o «consagrar». A su vez, «even» o «eve», también en desuso, designa la parte final del día, esto es, la víspera del día siguiente. Es, además, el nombre en inglés que reciben las vigilias de las fiestas litúrgicas del cristianismo.
La palabra «Halloween» es una forma acortada en lengua escocesa de la expresión inglesa Allhallow-even usada como tal por primera vez en el siglo XVI. All Hallows' Even, o también All Hallows' Eve, era el antiguo nombre en inglés de la «víspera de todos los Santos», esto es, la víspera de la fiesta cristiana del 1 de noviembre.
La fiesta en América Latina
Las actividades típicas de Halloween son el famoso truco o trato y las fiestas de disfraces, además de las hogueras, la visita de casas encantadas, las bromas y las historias y películas de miedo o terror. En América Latina se acostumbra a salir por la noche con los niños más pequeños disfrazados a pedir dulces y cantando.
La fiesta en España
Aunque la mayoría de la sociedad española cree que Halloween es una fiesta estadounidense que ha "invadido" la cultura española, lo cierto es que las tradiciones que se celebran en Halloween se celebraban en España antes incluso de que existiera EE.UU. como nación.
En España, debido a su origen celta, hay un número considerable de tradiciones relacionadas con espíritus, particularmente en Galicia, siendo probablemente las más famosas las meigas y la Santa Compaña de Galicia. En Asturias, en el siglo XVIII, los niños llevaban lámparas y pedían comida a las puertas de las casas durante esa noche.
En Castilla, concretamente en la actual Comunidad de Madrid se tienen registros de numerosos municipios como Ambite, Canencia, El Vellón, Estremera, Manzanares el Real, Loeches, Fuentidueña de Tajo en los que se decoraban las casas con calabazas, a las que le hacían agujeros en su interior para simular una cara con ojos, nariz y boca y se introducía una vela o luz dentro de la calabaza, con el objetivo de invocar espíritus protectores y asustar a la gente generando una atmósfera de terror.
En el plano gastronómico es bastante común el consumo de alimentos propios de estas fechas como: los buñuelos de viento, los huesos de santo, panellets, puches (en Getafe), natillas, sopas canas, chocolate con churros, tostones (en Ciudad Real), roscos (en Cuenca), nuhegados (en Albacete)...
El comercio ha sabido sacar partido de la fiesta, originariamente religiosa, tras las viejas tradiciones celtas al tiempo que el mundo radicalmente laico se regocijaba de la substitución de viejas tradiciones cristianas.
¿...y qué es «Holywins»?
Por su parte «Holywins» significa algo así como «la santidad vence» o «los santos ganan», mientras que «Halloween» - contracción de «All Hallows' Eve» - significa en origen víspera de "Todos los Santos" (1 de noviembre). Holywins es una alternativa que nació en París en el año 2002 y cada año miles de niños y jóvenes lo celebran el 31 de octubre. La Iglesia española lo celebra en lugar de Halloween y los niños se disfrazan de santos en lugar de hacerlo de brujas, diablos, muertos o zombis...
Santidad frente al tenebrismo del 31 de octubre
«Holywins» es un juego de palabras que significa «la santidad vence» con el que la iglesia y los obispos quieren recuperar con esta fiesta el verdadero significado del "Día de Todos los Santos" que, a su juicio, está "cada vez más eclipsado por la celebración pagana de Halloween»., Ambas celebraciones se siguen en fechas: 31 de octubre y 2 de noviembre, "día de los "Fieles Difuntos". Por ello, frente a los disfraces de los muertos vivientes que llenan las calles de las ciudades cada 31 de octubre, cada vez son más los lugares que se suman a la celebración para transmitir un mismo mensaje: «Todos estamos llamados a la santidad». Frente a la promoción del tenebrismo de Halloween, la celebración de Todos los Santos propone a éstos como modelos luminosos de espiritualidad, caridad y dedicación a los pobres, enfermos y marginados. Al menos media docena de diócesis españolas, entre las que se encuentran Alcalá de Henares y Getafe (Madrid), Soria, Salamanca, Toledo, Cádiz y Ceuta, celebran este fin de semana. Alcalá de Henares que fue una de las pioneras celebra la fiesta por séptimo año consecutivo con una gran fiesta infantil desde las 17.00 horas y una Eucaristía a las 1930 horas en la Catedral, presidida por el obispo. El arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, explica que aunque «Halloween» significa "víspera de Todos los Santos", es una fiesta que «busca alejarse de la religión, de la fe». Por ello, apunta que la Iglesia quiere devolver a este día su verdadero sentido y celebrar «a todos aquellos que siguieron a Jesucristo» con una «deslumbrante fiesta de Todos los Santos que desborda luz, alegría y esperanza»... «Celebrar la festividad de todos los santos recordando a estas figuras ejemplares que son testigos de fidelidad a Cristo, esperanza y vida».
Fiestas de Todos los Santos (1 de noviembre) y Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre)
Fiesta de Todos los Santos y Día de los Fieles Difuntos - 1 y 2 de noviembre - van seguidas y con una cierta relación como se desprende lo dicho anteriormente. Los países de Iberoamérica conservan las fuertes tradiciones de España y Portugal porque supieron "mestizar" también la tradición cristianas junto a la idiosincrasia indígena precolombina.
En el Día de Todos los Santos (1 de noviembre) no se festeja sólo a los beatos o santos que están en la lista de los canonizados y que la Iglesia celebra en un día especial del año; se celebra también a todos los que no están canonizados pero viven ya en la presencia de Dios (Fieles Difuntos, al día siguiente, 2 de noviembre). Entre ellos pueden estar nuestros parientes o aquellas personas rectas y ejemplares que conocimos. Estos no fueron canonizados, ni se les hizo una pintura o escultura, ni se les rinde culto público y, sin embargo son festejados este día.
En México, las reminiscencias prehispánicas y el sincretismo religioso han dado origen a costumbres muy peculiares y distintas en cada provincia o pueblo, conservando empero la tradicional ofrenda. Los habitantes del actual México realizaban un culto especial a sus difuntos durante el tiempo de cosechas, correspondiente al mes de agosto. Su intención era compartir con los muertos la alegría y los bienes materiales con que los había bendecido la diosa tierra.
En Colombia además de las visitas al cementerio, en lugares como Cartagena de Indias, se celebra el tintililillo, evento en el cual un grupo de chicos va de casa en casa cantando y pidiendo alimentos para hacer la comida tradicional llamada el Sancocho. En el departamento del Atlántico se celebra en esta fecha el día de "los angelitos", en la que los niños salen a pedir dulces durante el día. En Bogotá, se realizan fiestas para niños y adultos donde se reparten dulces mientras los asistentes se encuentran disfrazados.
En España, dentro de la tradición católica, se realiza una visita al cementerio donde yacen los seres queridos ya fallecidos, se reza por ellos y se dejan en recuerdo flores en las tumbas. Es tradicional en ese día comer los típicos dulces de las fiestas que son los llamados "huesos de santo" y los "buñuelos".
Para celebrar este 1º de Noviembre
Por estas fechas en las que en muchos países comienza el frío, las hojas se caen y empieza la obsesión por el pumpkin spice, la festividad más obvia a la vista de todos es la celebración del Halloween…
Este 31 de Octubre nos debe recordar a los Católicos 3 cosas importante:
1. El mal existe
2. La muerte es parte inevitable de nuestra existencia humana
3. Jesús, en la cruz, ya triunfó sobre el punto 1 y el 2.
Sin embargo, algo que nos puede suceder entre tanta calabaza y calavera es que pasemos por alto la fiesta de la cual se originó el famoso “All Hallows’ Eve”: La conmemoración de todos los Santos, fiesta católica que se celebra el dia 1º de Noviembre.
Para que sirva de recordatorio y/o para celebrar junto a la Iglesia Universal esta fecha tan importante, quiero compartir con ustedes mis 5 santos favoritos y por qué estas personas son tan relevantes para mi vida y la tuya:
San Juan Pablo II
Lo que más me gusta de él: su pasión
Lo que me ha enseñado: a no tener miedo de vivir mi fe
SJPII en la cultura popular (¿cómo puedes conocerlo más?): Libro: Los Cinco Amores de San Juan Pablo el Grande por Jason Evert.
Mi frase favorita de él:
“¡No tengáis miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo!”
Santo Tomás Moro
Teólogo, político, humanista y escritor inglés, fue enjuiciado y condenado a muerte por Enrique VIII por su lealtad al Papa de Roma y a la Iglesia.
Lo que más me gusta de él: su valentía
Lo que me ha enseñado: a mantenerme fiel a mis principios no importa el nivel de la prueba
Santo Tomás Moro en la cultura popular (¿cómo puedes conocerlo más?):Película: El Hombre de Dos Reinos, ganadora de 6 Óscar. (7.9/10 en IMDB)
Mi frase favorita de él:
“Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.”
Santa Teresa de Ávila
Fundadora de la Orden de las Carmelitas Descalzas, de las más grandes maestras de la vida espiritual y primera mujer en ser nombrada (junto a Santa Catalina de Siena) Doctora de la Iglesia.
Lo que más me gusta de ella: su determinación
Lo que me ha enseñado: a seguir el camino de Cristo aunque sea camino de cruz
Mi frase favorita de ella:
“La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho”.
San Agustín de Hipona
Doctor de la Iglesia y uno de los más grandes pensadores cristianos del primer milenio.
Lo que más me gusta de él: su historia de conversión y perseverancia
Lo que me ha enseñado: todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro
Mi frase favorita de él:
“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti.”
Santo Tomás de Aquino
Nombrado Doctor Angélico, Doctor Común y Doctor de la Humanidad por la Iglesia Católica. Autor de la Summa Teológica y la Summa contra Gentiles, compendios de la doctrina y de la apología filosófica de la fe católica.
Lo que más me gusta de él: no puedo escoger sólo una… Simplemente que es un #crack.
Lo que me ha enseñado: la fe y la razón no son opuestos sino complemento
Santo Tomás en la cultura popular (¿cómo puedes conocerlo más?): Podcast: Pints with Aquinas por Matt Fradd
Mi frase favorita de él:
“Non nisi te, Domine” (“Nada más que a ti, Señor”)
Confieso que me costó reducir esta lista a 5, pero por algún lado teníamos que comenzar. Si quisieras que alargara la lista o si tú también tienes tus santos favoritos, puedes ponerlos en los comentarios.
Santo Evangelio según San Mateo 5, 1-12. Solemnidad de Todos los Santos.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor por el don de la fe por la que me puedo poner en contacto contigo. Esa virtud me permite encontrarte en todos los momentos de mi día porque estás dentro de mí, en mi alma. Gracias porque puedo confiar en Ti como en ninguna otra persona, seguro de que nunca me defraudarás. Gracias por permitirme amarte, porque mi amor es la respuesta al amor tan grande que me has tenido. Aumenta en mí, Señor, estas tres virtudes.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy celebramos a todos los santos, Señor. Miles de hombres y mujeres que habitan junto a Ti en el cielo. Personas que ya han llegado a la meta y que tal vez no son conocidos en ningún lugar. Esta fiesta tiene mucho que decir a mi vida.
Este día es una invitación a la santidad. Es la vocación de mi vida. Y cuando me pregunto qué es la santidad, puedo acudir a este pasaje y entonces tendré los consejos más valiosos para acoger. Ayúdame, Señor a creer que puedo ser santo, no por mis solas fuerzas, sino por la cooperación con tu gracia. La santidad es el mayor ideal al que puedo tender. Ser santo no es ser perfecto como a veces pienso, ser santo es ser lo que Tú quieres que sea y amarte a Ti y a los demás como Tú me has, y los has, amado.
Pero otro elemento para hablar contigo en esta oración es el de la santidad oculta. Hoy festejamos justamente a todos los que llegaron al cielo, los que son santos. Santos no son sólo aquellos que "llegan a los altares", que canoniza la Iglesia, que presenta como modelos de alguna virtud; santos son todos aquellos que pasaron por este mundo cumpliendo tu Voluntad y, al final, lograron encontrarse contigo y vivir en la eternidad a tu lado. Miles de personas que no conozco sus nombres, sus nacionalidades, sus trabajos, esfuerzos y sacrificios. Santos que se fueron fraguando en el silencio del día a día en la trabajo, en la oración, en la familia, en el apostolado.
Y un tercer aspecto es el de la intercesión. Ellos están ante Ti y, con su intercesión, pueden concederme muchas gracias. No son ellos quienes realizan los milagros o los que conceden los favores. No. Son ellos los que, escuchando mi petición, corren a tu presencia para rogarte me des lo que pido, si tu Voluntad así lo quiere y permite.
Concédeme, Señor, en este día, ilusionarme por la santidad, una santidad oculta que construyo cada día, cada hora, cada minuto. Pongo, por intercesión de los santos, las peticiones más hondas que llevo en mi interior.
Si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta hacia la patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas.
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Procuraré leer una sencilla biografía de un santo desconocido.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Cuáles son las fuentes de la santidad?
No tengáis miedo de ser los santos del Nuevo Milenio: asumir, con determinación, valentía y gozo, el reto a vivir la vocación universal a la santidad que se nos ha sido dada en la gracia bautismal y también a desplegar toda su fuerza transformadora y misionera, llegando a ser la presencia viva de Cristo, presencia tan viva y real que tiene el poder de transformar la historia.
Si Dios es tres veces santo y es la santidad misma, es Él la fuente de la santidad. A Él tenemos que acudir para saciar nuestra sed de santidad. Es Él quien nos hará santos. Pero requiere nuestra colaboración: el ir a Él, el ir a esa Fuente, pues nunca me obligará, y beber de esa agua que Él me ofrece. Y lógicamente, debo corresponder a tanta gracia o don de Dios.
LA DEVOCIÓN AL CREADOR
La contemplación del mundo creado es el fundamento de la religiosidad del hombre (Rm 1, 20; Salmo 18, 2-7; Sab 13, 1.9; Hch 14, 15-17). La creación nos muestra una variedad casi infinita de seres creados; desde el virus que se mide en milimicras, hasta la ballena de treinta metros; desde la fascinante concha nacarada hasta las alucinantes magnitudes de las galaxias que distan de nosotros millones de años-luz. La inmensidad de la creación es un reflejo formidable de la infinitud del Creador.
La contemplación de la creación nos pone enigmas insolubles: ¿Dónde tiene su origen el milagro de la vida? ¿Cómo explicar la perfección y complejidad de sus delicadas funciones? ¿Cómo explicar esos vuelos migratorios de cinco mil kilómetros, de día, de noche, con tormentas, con rumbos infalibles? ¿El vuelo de los murciélagos en la noche? (Leer Job 38, 1-41). ¿Y el hombre?
Ante esto, el hombre no puede menos de enmudecer, doblegándose en la adoración.
La pregunta ante este admirable espectáculo de la creación es ésta: ¿Qué tiene que ver la creación con mi santificación?
Dios me puso todo para que llegue a Él, fuente de la santidad. Me creó para llegar a Él, que es mi fin. Me dotó con todo para el camino: inteligencia y voluntad libre. Gracias a estas capacidades –inteligencia y voluntad- puedo conocer sus signos y alabarle y admirar su poder. El llegar o no llegar es cuestión mía.
San Agustín nos dice que toda la creación canta la presencia de Dios: “Él nos hizo...somos hechura de Dios” (Confesiones 10. 6). San Francisco de Asís descubría al Autor de la creación en todo. Por eso, caminaba con reverencia sobre las piedras, abrazaba con indecible devoción todo...agua, sol, campos, animales.
LA CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA
La Providencia de Dios es el cuidado, el gobierno de Dios sobre el mundo, la ejecución aquí y ahora de su plan eterno. Todo cuanto sucede es providencial. Este gobierno lo lleva a cabo mediante las leyes físicas en las cosas inanimadas, y mediante las leyes morales en el hombre.
El plan que ha puesto en mí Dios es ser santo. Quizá los caminos por donde Él me lleva para ser santo no me gusten o no los entienda. Por ejemplo, la Biblia nos narra el ejemplo de José vendido por sus hermanos: “No sois vosotros los que me habéis traído aquí; es Dios quien me trajo y me ha puesto al frente de toda la tierra de Egipto” (Génesis 45, 8; 39, 1 ss).
Recordemos la trayectoria de Jesús.
Esta Providencia divina tropieza ante el problema del mal: ¿Por qué?, y ante el pecado de los hombres. Respondemos: todo lo que sucede es voluntad de Dios, positiva o permisiva. San Agustín dice: “El pintor sabe dónde poner el color negro para que salga un hermoso cuadro; y, ¿no sabrá Dios dónde poner al pecador para que haya orden en el mundo?”.
¿Qué tiene que ver la Providencia de Dios con la obra de mi santificación? Abandonándome a las manos de Dios llegaré a la santidad. Y esto me dará serenidad y fortaleza.
III. JESUCRISTO[1]
Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Nos ha dado su Iglesia, su vida, su sangre, su doctrina. Él llega a ser modelo para mí.
Toda la gracia que necesitamos para ser santos y llegar a la vida eterna, Dios nos la ofrece por medio de su Hijo Jesucristo, a modo de regalo de amor, totalmente inmerecido por parte nuestra.
Al mismo tiempo, Jesucristo nos da a gustar la gracia sobre todo a través de la vivencia de los sacramentos, la lectura del evangelio, la oración sencilla y humilde y en mil ocasiones durante el día con luces, inspiraciones y sacrificios que le ofrecemos.
La palabra gracia no es un concepto solamente. Es una realidad. Diría más: la gracia es encuentro con Cristo. La gracia es la savia que necesitamos como sarmientos para tener vida espiritual, es decir, la vida de Dios que nos va haciendo santos. Y esa savia la recibimos de Cristo que es la verdadera Vid (cf. Jn 15, 1-8).
Esta gracia que nos perfecciona, nos ayuda, nos ilumina, nos fortalece…no la vemos con los ojos del cuerpo. Es una realidad espiritual, invisible, pero real. Es lo que necesita nuestro organismo espiritual para crecer, alimentarse, al igual que necesitamos la comida para la salud del cuerpo.
No pretendo aquí explicar todo el tratado de la gracia, pues no es el caso, ni los diferentes tipos de gracias. Me llevaría mucho tiempo y muchas explicaciones. Sólo quiero anotar los dos tipos de gracia más importantes:
La gracia santificante que recibimos el día del bautismo, gracias a la cual Dios nos hace justos, al borrar de nosotros el pecado –tanto el original como el actual, si nos bautizamos de adultos-; y por lo mismo, nos hace santos, amigos e hijos adoptivos de Dios, hermanos de Cristo, partícipes de la vida divina, templo de la Trinidad Santísima y herederos de la gloria eterna. Y esta gracia da valor y mérito sobrenatural a nuestros actos, aunque sean pequeños. Y con esta gracia santificante van unidos unos dones sobrenaturales, también regalados por Dios, llamados dones del Espíritu Santo y virtudes teologales y morales, que veremos más adelante. Esta gracia santificante puede ir creciendo, si nosotros la cultivamos mediante la oración y los sacramentos. Y podemos perderla, quebrarla, si pecamos, como explicaremos también después.
La gracia actual: es la gracia de Dios que necesitamos en el día a día para convertirnos continuamente y llegar a la santidad. Por tanto, más que una gracia actual son diversas gracias actuales de Dios con las que nos va iluminando nuestro entendimiento y moviendo nuestra voluntad para realizar actos buenos y meritorios. Dios nos concede estas gracias a través de una lectura, un buen ejemplo de alguien, escuchando una predicación, experimentando una prueba o una enfermedad. Se llaman gracias actuales porque nos son dadas en cada caso para realizar una acción buena. Por eso también se llaman gracias transitorias, porque pasan en un cierto momento del día, incluso cuando menos esperábamos. Si las aprovechamos, creceremos en la santidad. Si no, ¡qué pena!
Estas gracias actuales se distinguen de la gracia santificante, porque ésta es habitual, no transitoria, e inherente en el alma. La gracia actual es absolutamente necesaria para obtener la salvación. Pero ella sola no es suficiente para salvarnos. Para esto es indispensable poseer la gracia santificante. Pero la gracia santificante no se puede obtener, conservar ni recuperar sin las gracias actuales; por eso estas son necesarias para nuestra salvación y para nuestra santificación. De tal modo que, aplicando esto a ejemplos concretos, podemos decir que las gracias actuales son necesarias para tener fe, para querer el bien, para hacer obras meritorias, para vencer las tentaciones, para convertirse y perseverar. Las gracias actuales al pecador le ayudarán a convertirse; al cristiano mediocre, le llevarán a querer una vida más santa; y al hombre adelantado en la virtud le inspirarán una mayor abnegación de sí mismo y una entrega más plena y total.
Cristo nos trajo la gracia santificante con su Pasión, Muerte y Resurrección. Pero ha puesto unos canales por donde él distribuye esta gracia. Y estos canales son los sacramentos. Y cada uno de nosotros recibe esta gracia santificante en la medida en que se acerque a los sacramentos. Aquí se ve la importancia de bautizar rápidamente a los hijos y de recibir los demás sacramentos. Por la gracia santificante participamos de la vida divina en nosotros.
Y a esta gracia santificante se unen las gracias actuales de Dios para poder realizar actos que agraden a Dios, crecer en la santidad, perseverar en el bien y evitar los pecados, incluso los veniales. Dice Leo Trese que la gracia actual “es un impulso transitorio y momentáneo, una descarga de energía espiritual, con que Dios toca al alma para mantenerla en movimiento: algo parecido al golpe que un mecánico da a la rueda con la mano” (La fe explicada, capítulo 9).
Surge una pregunta: quién no haya recibido la gracia santificante, por el bautismo, ¿podrá realizar acciones moralmente buenas? Por supuesto que sí. Puede realizar obras buenas en el orden puramente natural, tales como dar una limosna, amar a los familiares y amigos, sacrificarse por ellos, etc. Estas obras no tienen valor alguno en orden a la vida eterna –porque están desprovistas de la gracia, que es condición indispensable para el mérito sobrenatural-, pero son y pueden llamarse buenas desde el punto de vista puramente humano y natural.
Concluyo este apartado diciendo: Cristo es fuente de santidad, porque nos da su gracia, ganada con su Pasión, Muerte y Resurrección. Y esta gracia de Cristo nos asemeja a Él. ¿No será la santidad un reflejo de Cristo en nosotros?
EL ESPÍRITU SANTO
Es el Autor, Escultor, Artífice de la santidad. Vive en nuestra alma, para deificarnos, espiritualizarnos. Nos mueve internamente a toda obra buena (Rm 8, 14; 1 Cor 12, 6). Nos purifica del pecado (Mt 3, 11; Jn 3, 5-9; Tit 3, 5-7). Él enciende en nosotros la lucidez de la fe (1 Cor 2, 10-10). Él levanta nuestros corazones a la esperanza (Rm 15, 13). Él nos mueve a amar al Padre y a los hermanos como Cristo los amó (Rm 5, 5).
Él llena de gozo y alegría nuestras almas (Rm 14, 17; Gal 5, 22; 1 Tes 1, 6). Él nos da fuerza para testimoniar a Cristo y fecundidad apostólica, pues la evangelización no es sólo en palabras, “sino en poder y en el Espíritu Santo” (Gal 1, 5; Hch 1,8). Él nos concede ser libres del mundo que nos rodea (2 Cor 3, 17). Él viene en ayuda de nuestra debilidad y ora en nosotros con palabras inefables (Rm 8, 15).
Por tanto, la santidad es la vida sobrenatural, que el Espíritu produce y forja en cada uno de nosotros. Todo cristiano es teóforo, es decir, portador de Dios.
¿Cuáles serían nuestros deberes para con el Espíritu Santo? Nos contesta san Pablo: vivir según el Espíritu para ser hombre nuevo (cf. Ef 4, 17-24; 5, 8-21); conocerlo; ser dócil a sus divinas inspiraciones e intimar con Él en lo profundo del alma.
¿Cómo sabemos que tenemos la presencia del Espíritu Santo en nuestra alma? Cuando vivimos con gozo, alegría, modestia, caridad, alegría, bondad, pureza, templanza (cf. Gál 6, 7-9).
El Espíritu Santo es sin duda el artífice de nuestra santidad.
LA IGLESIA[2]
La Iglesia es camino seguro para la santidad, pues su Fundador, Jesucristo, es santo; tiene los medios para ser santos: los sacramentos; goza ya de frutos suculentos de santidad: los santos.
El hombre encuentra a Jesús en la Iglesia. Aquí, Él quiere manifestarse y comunicarse: “Está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica”(Vaticano II, “Sacrosanctum Concilium” 7). Es en la Iglesia católica donde se recibe el auténtico y apostólico testimonio de Jesucristo (cf. Ap 1, 2). Y “únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación” (Vaticano II, “Unitatis redintegratio” 3).
La espiritualidad cristiana sabe bien que Jesucristo santifica siempre a los hombres con la colaboración de la Iglesia, Madre espiritual de los cristianos. Así como Jesús durante su vida en la tierra santificaba por medio de su cuerpo, curando y haciendo milagro, así ahora, santifica por medio de su Cuerpo místico que es la Iglesia.
La misión de la Iglesia es ésta:
Escuchar y predicar la Palabra: porque se están alzando falsos profetas. La Iglesia siempre quiere permanecer fiel a la enseñanza de los apóstoles (cf. Hch 2, 42; Tit 1, 11; 3, 9; 1 Tm 6, 4; 2 Tm 2, 17-18).
Estar con Jesús: formar comunidad de vida (cf. Hch 2, 42). Somos un solo rebaño congregado por el Buen Pastor y por los pastores que le representan. Por tanto, no se puede ser cristiano “por libre”, sin vinculación habitual con los hermanos y con los pastores de la Iglesia. Así se logra la santidad.
Administrar y participar en los sacramentos: “perseveraban en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 41). Este punto lo veremos más ampliamente en el tema de la liturgia, fuente de santidad.
Tenemos que estar orgullosos de ser hijos de la Iglesia, al igual que santa Teresa de Ávila. Amemos profunda y apasionadamente a la Iglesia, como san Bernardo y santa Catalina de Siena, como san Ignacio de Loyola y demás santos.
LA VIRGEN MARÍA[3]
Jesús nos la dejó antes de morir para que nos ayudara en el camino de la santidad. Es uno de los tesoros del cristiano. Desde el cielo ella nos obtiene de su Hijo los dones de la salvación de nuestra alma.
A lo largo de los siglos ha sido llamada e invocada como Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Benedicto XIV dice que la Virgen “es como un río celestial por el que descienden las corrientes de todos los dones de las gracias a los corazones de los mortales” (Bula “Gloriosae Dominae” del 27 del IX de 1748). San Pío X enseña que María, junto a la cruz “mereció ser la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su muerte y con su sangre. La fuente, por tanto, es Jesucristo; pero María, como bien señala san Bernardo, es el acueducto” (Encíclica “Ad diem illum” del 2 del II de 1891).
Pío XI afirma que la Virgen ha sido constituida “administradora y medianera de la gracia” (Encíclica “Miserentissimus Redemptor, del 8 del mayo de 1928). Juan Pablo II destaca “la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades, como en Caná de Galilea...se pone en medio, o sea, hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -más bien “tiene el derecho de”- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres. Su mediación, por tanto, tiene un carácter de intercesión” (Redemptoris Mater 21).
María es no sólo dispensadora de la gracia y santidad, sino también prototipo de cada cristiano, modelo. Su santidad le vino de Dios, quien la llenó de gracia, preservándola del pecado, único enemigo de la santidad. Las perlas de santidad con las que Dios la adornó son: Inmaculada desde el primer instante de su Concepción, Virginidad perpetua, Maternidad divina, Asunción a los cielos y Coronación como Reina de cielos y tierra.
De todo esto concluimos que la devoción a la Virgen es un camino rápido para llegar a la santidad. Así nos lo declara también un gran devoto de la Virgen, san Luis María Grignion de Monfort, en su libro “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen”.
Y, ¿en qué consiste esta devoción a la Virgen?
Amar a la Virgen, como Cristo la amó y la ama.
Admirar su ejemplo, agradeciendo su ayuda y protección.
Acudir a Ella en los momentos difíciles, pues “jamás se ha oído decir que ninguno que haya acudido a tu protección, implorado tu auxilio o pedido tu socorro, haya sido abandonado por ti...” (San Bernardo). “Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó”(Palabras de la Virgen de Guadalupe al indio san Juan Diego).
Imitarla, pues ella es el modelo perfecto del evangelio; es modelo de esposa, madre y virgen. Imitarla sobre todo en su disponibilidad al plan de Dios, en su humildad, en su pureza y en su caridad.
Rezarle esas oraciones que tanto arraigo han tenido en los fieles: Ángelus, Regina Coeli, y sobre todo el santo Rosario.
VII. LA LITURGIA[4]
Otra fuente para nuestra santidad es la participación consciente y fervorosa en la liturgia.
¿Qué es la liturgia?
No tengo que explicar largamente esto, pues ya escribí un libro sobre “Breve compendio de liturgia”.
Haré un resumen.
Significa la participación del Pueblo de Dios en la obra de Dios, en las celebraciones del culto divino, para llegar a la santificación personal y comunitaria. Participación que se canaliza en estas funciones: oración, anuncio del Evangelio, la caridad solidaria y administración y recepción de los sacramentos. Esta participación tiene que ser consciente, activa y fructífera de todos.
¿Dónde está el fundamento de la liturgia?
Hay que buscarlo en la participación de todo bautizado en el sacerdocio de Cristo. Este sacerdocio tiene dos dimensiones: el sacerdocio ministerial o jerárquico, para los que reciben las órdenes sagradas; y el sacerdocio común, del que participan todos los cristianos laicos y religiosos (cfr. Vaticano II, Lumen Gentium 10, b).
Toda nuestra vida tiene que ser una liturgia permanente, es decir, una continua ofrenda a Dios de todo lo que somos y tenemos. Dice san Pablo que “sea que comáis, sea que bebáis, hacedlo todo para gloria de Dios y en acción de gracias” (1 Cor 10, 31). Nuestro apostolado es liturgia y sacrificio. Nuestra predicación es liturgia y sacrificio. Nuestra oración es liturgia. En fin, todo cristiano debe entregar día a día su vida al Señor como “perfume de suavidad, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Flp 4, 18), “como hostia viva, santa, grata a Dios; éste ha de ser vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1).
Diversos modos como Jesucristo, sacerdote celestial, ejercita con la Iglesia su sacerdocio:
Mediante la liturgia de la Palabra: cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es Cristo quien habla (Sacrosanctum Concilium7a). Y la Iglesia, su Esposa, escucha lo que Él le habla hoy al corazón. Nos habla para comunicarnos su Espíritu, porque nos ama. Nadie habla de asuntos íntimos sino con sus amigos. Y la palabra es el medio más apropiado que tenemos para comunicar a quien queremos nuestro espíritu. San Juan de la Cruz nos dice: “El Padre, en darnos como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya -que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (Subida, II, 22, 3). Esta Palabra de Dios constituye el sustento y el vigor de la Iglesia, la firmeza de fe para sus hijos, el alimento del alma, la fuente pura y perenne de la vida espiritual (cfr. Dei Verbum21).
¿Cómo acoger esa Palabra? Con la misma devoción con que recibimos los sacramentos. Hemos de comulgar a Cristo-Palabra, como comulgamos a Cristo-Pan. Debemos escucharla con corazón atento y abierto, como María de Betania (cfr Lucas 10, 39), como Lidia oía a san Pablo (Hch 16,14), con gozo en el espíritu (1 Tes 1,6), con intención de practicarla (St 1, 21; 1 Cor 15,2), aunque hubiera que morir por ella (Ap 1, 9ss; 6, 9; 204); y de hacerla germinar (Mt 13, 23).
Hay una frase de san Ignacio de Antioquía digna de aprenderse: “Me refugio en el Evangelio como en la carne de Cristo” (Filadelfos 5,1). Y san Jerónimo: “Yo considero el Evangelio como el cuerpo de Jesús”. Por eso el sacerdote besa esa Palabra cada vez que lee el evangelio en la misa y lo inciensa en las fiestas. Por eso, el ambón que sostiene esa Palabra tiene que ser firme, digno.
Mediante la oración. Cristo está presente en su Iglesia orante. Será la liturgia de la horas la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre (Sacrosanctum Concilium84[5]); extiende la oración a lo largo del día, para glorificar a Dios y santificar a los hombres.
Mediante los sacramentos: los sacramentos son acciones de Cristo, que los administra a través de hombres, constituidos en órdenes sagradas. Estos sacramentos infunden la gracia a nuestra alma, nos santifican, nos alimentan. Los sacramentos son como el sistema circulatorio de la sangre de la Iglesia, que es la gracia de Cristo, y el corazón de esa gracia sacramental es siempre la Eucaristía (SC 10B; LG 7b). El sacramento más importante es la Eucaristía, porque en él recibimos no sólo la gracia, sino al Autor de la gracia, Jesucristo. La Eucaristía es la actualización del misterio pascual de Jesús, es decir, de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, una vez más por nosotros. La misa es realmente el sacrificio del Calvario que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares, pero de manera incruenta. La Eucaristía es Sacrificio, Festín o Banquete y Presencia real de Cristo. Por ser Sacrificio, merece todo nuestro respeto, agradecimiento, seriedad y arrepentimiento. Por ser Alimento, nos acercamos para alimentarnos. El cristiano que no se alimenta de la Eucaristía, se muere, se queda sin la vida de Cristo. Y por ser Presencia, podemos acudir al sagrario para intimar con Él.
Mediante la vivencia del año litúrgico: el año litúrgico nos pone en contacto con la salvación de Cristo. En cada uno de los períodos Dios nos quiere dar una gracia especial para ser santos.
Mediante los sacramentales: Cristo y la Iglesia, por medio de los sacramentales, extienden la santificación litúrgica a todas las criaturas y condiciones de la existencia humana. Algunos de los sacramentales son: bendiciones, exorcismos (para alejar o expulsar a Satanás del cuerpo o del alma), imposición de manos, señal de la cruz, aspersión con agua bendita, consagración de altares, basílicas, etc.
Es simbólica, pues expresamos con símbolos y signos (agua, óleo, unción, bendición...) realidades divinas, es decir, “lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana puede concebir” (1 Cor 2,9).
Es bella, con una belleza digna, sublime, que aspira a expresar el mundo sobrenatural de la gracia y de la gloria.
Es participativa, donde procuran todos tomar parte (lecturas, cantos, moniciones, ministros, etc.).
Debe ser respetuosa de las normas, es decir, nadie, “aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia” (S.C. 22, 3)[6].
Y dentro de ese respeto, la Iglesia también impulsa la creatividad inteligente (elegir lecturas, preparar moniciones y preces, arreglos florales, cantos, etc).
Además, la liturgia es comunitaria y eclesial, porque la vida cristiana es vida comunitaria, eclesial en torno a los apóstoles y con los hermanos; por tanto, no se puede dar eso de “cristianos no practicantes”.
Es netamente pascual, pues centra a los cristianos en la pasión, muerte y resurrección. La espiritualidad litúrgica, inspirada en la Escritura, Tradición y Magisterio, siempre será ortodoxa, genuina y católica: “Lex orandi, lex credendi”.
Otra nota: la espiritualidad litúrgica es mistérica y sagrada, pues se busca el encuentro con el Invisible.
Es cíclica, pues gira anualmente en torno a los misterios de Cristo, en círculos que ascienden siempre hacia la vida eterna.
Y finalmente, es escatológica, siempre tensa hacia el fin de los tiempos (S.C.2). El Vaticano II pone otras características de la liturgia: consciente, activa, comunitaria, plena, interna y externa (S.C. 11, 14a, 19, 21b).
CONCLUSIÓN: “La liturgia es la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” (S.C.14b). Es verdad que la vida espiritual abarca también otras facetas, por ejemplo, el trabajo, la mortificación, la vida familiar y social, la piedad popular, etc. Pero una espiritualidad, si quiere merecer el calificativo de católica, debe ser muy consciente -en la doctrina y en la práctica- de que “la liturgia es la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. De la liturgia, sobre todo de la eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como fin” (S.C. 10).
La espiritualidad litúrgica es el mejor antídoto contra el pelagianismo y el voluntarismo de aquellos que tratan de santificarse con sus propias fuerzas. También es remedio contra el subjetivismo, ese buscar a Cristo cada uno desde su sentimiento en las modas cambiantes.
[1] Para quien quiera profundizar en el tema de Cristo, he escrito en esta misma editorial CREDO EDICIONES, mi libro titulado: “Jesucristo”.
[2]Para quien quiera profundizar en el tema de la Iglesia, he escrito en esta misma editorial CREDO EDICIONES, mi libro titulado: “Historia de la Iglesia, siglo a siglo”.
[3] Para quien quiera profundizar en el tema de la Virgen Santísima, he escrito en esta misma editorial CREDO EDICIONES, mi libro titulado: “Hijo, aquí tienes a tu madre”
[4] Para quien quiera profundizar en el tema de la Liturgia, he escrito en esta misma editorial CREDO EDICIONES, mi libro titulado: “Breve catequesis y compendio de la Liturgia”.
[5] Cada vez que salgan las siglas S.C. significan Sacrosanctum Concilium, una de las constituciones del concilio Vaticano II
[6] Dice san Juan de la Cruz: “No quieran usar nuevos modos, como si supiesen más que el E.S. y su Iglesia; que, si por esa sencillez no los oyere Dios, crean que no los oirá aunque más invenciones hagan” (Subida III, 44, 3).
SAN JOSÉ, SANTA TERESITA, SAN FRANCISCO E IGNACIO DE LOYOLA, SANTOS DE CABECERA DE BERGOGLIO
¿Cuáles son los santos preferidos del Papa Francisco?
El Pontífice argentino es el Papa que más ha canonizado en la historia de la Iglesia católico
Audiencia, con los santos al fondo
Tengo varios santos amigos, no sé a cuál admiro más, pero soy amigo de Santa Teresita del Niño Jesús, soy amigo de San Ignacio, soy amigo de San Francisco y los admiro a cada cual por alguna cosa
(Jesús Bastante).- Por difícil que pueda parecer -y aunque los datos encierren una verdad a medias-, la estadística establece que Francisco es el Papa que más santos ha canonizado en la historia de la Iglesia. Con Faustino Míguez, son 885 los inscritos en el libro de la santidad en estos cuatro años, casi el doble que Juan Pablo II.
Bien es cierto que la práctica totalidad -815- lo fueron en una ceremonia conjunta, la de los mártires de Otranto, que tuvo lugar el 12 de mayo de 2013 (dos meses después de su elección), y cuya santidad había sido decidida por su antecesor, Benedicto XVI.
No es Francisco un Papa de santos y capillitas, aunque sí que tiene devoción, y mucha, por la Virgen María (especialmente, en sus advocaciones como Desatanudos, Aparecida y Fátima). Pero Bergoglio también tiene 'sus' santos. En el Día de Todos los Santos, nos preguntamos ¿cuáles son?
San José, el padre protector
El Papa Francisco tiene una gran devoción por San José. No en vano, decidió iniciar su pontificado el día 19 de marzo, y dedicar su Papado al padre de Jesús, el santo custodio por naturaleza. Y es san José quien aparece en ese deseo de "custodia de la creación" que se vio reflejada en dos de los grandes documentos de este pontificado: Evangelii Gaudium y Laudato Si.
En su primera homilía como Papa, Bergoglio recalcaba que "incluso el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su fuente luminosa en la Cruz; debe ver el servicio humilde, concreto, rico de fe, de San José y, como él, debe abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, sobre todo a los más pobres, a los más débiles, a los más pequeños... ¡Solo quien sirve con amor sabe custodiar!". Una reivindicación del santo más olvidado (excepto en el Belén), y a cuyo cuidado Francisco quiso consagrar, además de su pontificado, todo el Estado de la Ciudad del Vaticano en julio de 2013.
Una muestra gráfica de esta devoción por San José está a pocos metros de su cama. Justo enfrente de la habitación 201 de la Casa Santa Marta, donde reside el Papa, hay una estatua del carpintero a cuyos pies Francisco deja papelitos con peticiones de gracias escritas por él mismo. Cuando los papelitos se vuelven demasiados, porque "el Santo Padre hace trabajar mucho a San José", la estatua se levanta un poquito... confesó recientemente el Pontífice.
"Yo quisiera también decirles una cosa muy personal. Yo quiero mucho a san José. Porque es un hombre fuerte y de silencio. Y tengo en mi escritorio tengo una imagen de san José durmiendo. Y durmiendo cuida a la Iglesia. Sí, puede hacerlo. Nosotros no. Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y lo pongo debajo de san José para que lo sueñe. Esto significa para que rece por ese problema", apuntaba el Papa, quien añadía que "al igual que san José, una vez que hemos oído la voz de Dios, debemos despertar, levantarnos y actuar, en familia hay que levantarse y actuar. La fe no nos aleja del mundo, sino que nos introduce más profundamente en él. Es muy importante".
Francisco, el santo de Asís
Junto a San José, otros tres santos son especiales para el Papa. San Francisco de Asís, por el que tomó el nombre; San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús; y Santa Teresita del Niño Jesús. Así lo confesaba el Papa durante un encuentro con un grupo de niños en el Aula Pablo VI, con ocasión de la publicación del libro "El amor antes del mundo. El Papa Francisco escribe a los niños", editado por los jesuitas de EE.UU.
"¿Qué santo usted admira más?", preguntó uno de los niños presentes, y el Papa respondió: "Tengo varios santos amigos, no sé a cuál admiro más, pero soy amigo de Santa Teresita del Niño Jesús, soy amigo de San Ignacio, soy amigo de San Francisco y los admiro a cada cual por alguna cosa. Pero yo diría que son los tres, quizás, que más me llegan al corazón".
La elección del nombre de Francisco no fue una casualidad. El cariño que el primer Papa jesuita de la historia tiene respecto al santo de Asís viene de lejos. Prueba de ello han sido sus visitas a la Porciúncula, y la primera encíclica "verde", Laudato Si, que coloca a la "hermana Tierra" en el centro de la vida humana. San Francisco es, sin lugar a dudas, el santo que más llegó a parecerse a Jesús, y eso también pretende Bergoglio: acercarse al Evangelio, y llevar a la Iglesia a seguir, lo más fielmente posible, el mensaje de Jesús de Nazaret. Además, hay que recordar el famoso "No te olvides de los pobres", que le espetó el cardenal Hummes nada más ser elegido Papa. Inmediatamente, Bergoglio recordó al 'poverello' de Asís, y de ahí vino el nombre.
Ignacio de Loyola, el santo de las periferias
En cuanto a San Ignacio de Loyola, la identificación es directa. Jorge Bergoglio es hijo de Ignacio en cuanto jesuita, y el espíritu de la Compañía de Jesúsmarca indefectiblemente su pontificado, y su amor por las periferias, el riesgo y "el lío".
Además, el Papa tiene un marcada espiritualidad de los ejercicios espirituales y, a diferencia de lo que algunos puedan creer, necesita de momentos de profunda reflexión y silencio, al modo de lo que enseñaba el fundador de la Compañía.
Ambos personajes se parecen en ser hombres de oración, enamorados de Jesucristo, apasionados por el Evangelio, de profundo discernimiento espiritual y con un amor a la Iglesia que contagia. Hombres que han escrito, tanto san Ignacio como el Para Francisco, la historia de su vida con la pasión de una sangre entregada por Jesucristo en su día a día.
Santa Teresa de Lisieux y la rosa blanca
En cuanto a la santa de Lisieux, la intensa devoción del Papa viene de lejos. Así, en 'El jesuita', la biografía del Papa escrita por Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, Bergoglio apuntaba que "cuando tengo un problema, le pido a la santa, no que lo resuelva, sino que lo tome en sus manos y me ayude a asumirlo y, como señal, recibo casi siempre una rosa blanca".
De hecho, en su viaje a Río de Janeiro en julio de 2013, Francisco pportaba, en su ya famosa maleta negra, un libro de Santa Teresa de Lisieux y suele rezar la siguiente oración: "Florecita de Jesús, pídele hoy a Dios que me alcance la gracia que yo ahora pongo con confianza en tus manos". Además, en uno de los estantes de la biblioteca tiene un cuenco lleno de rosas blancas, símbolo de esta Santa.