El que cree en mi aunque haya muerto, vivirá
- 02 Noviembre 2017
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Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Jesús dijo a sus discípulos:
"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
Conmemoración de todos los fieles difuntos
Muramos con Cristo, y viviremos con él
Del libro de san Ambrosio, obispo, sobre la muerte de su hermano Sátiro
Libro 2,40. 41. 132. 133
Vemos que la muerte es una ganancia, y la vida un sufrimiento. Por esto, dice san Pablo: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Cristo, a través de la muerte corporal, se nos convierte en espíritu de vida. Por tanto, muramos con él, y viviremos con él.
En cierto modo, debemos irnos acostumbrando y disponiendo a morir, por este esfuerzo cotidiano, que consiste en ir separando el alma de las concupiscencias del cuerpo, que es como irla sacando fuera del mismo para colocarla en un lugar elevado, donde no puedan alcanzarla ni pegarse a ella los deseos terrenales, lo cual viene a ser como una imagen de la muerte, que nos evitará el castigo de la muerte. Porque la ley de la carne está en oposición a la ley del espíritu e induce a ésta a la ley del error. ¿Qué remedio hay para esto? ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias.
Tenemos un médico, sigamos sus remedios. Nuestro remedio es la gracia de Cristo, y el cuerpo presa de la muerte es nuestro propio cuerpo. Por lo tanto, emigremos del cuerpo, para no vivir lejos del Señor; aunque vivimos en el cuerpo, no sigamos las tendencias del cuerpo ni obremos en contra del orden natural, antes busquemos con preferencia los dones de la gracia.
¿Qué más diremos? Con la muerte de uno solo fue redimido el mundo. Cristo hubiese podido evitar la muerte, si así lo hubiese querido; mas no la rehuyó como algo inútil, sino que la consideró como el mejor modo de salvarnos. Y, así, su muerte es la vida de todos.
¿Qué más podremos decir de su muerte, si el ejemplo de Cristo nos demuestra que ella sola consiguió la inmortalidad y se redimió a sí misma? Por esto, no debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación para todos; no debemos rehuirla, puesto que el Hijo de Dios no la rehuyó ni tuvo en menos el sufrirla.
Hemos recibido el signo sacramental de su muerte, anunciamos y proclamamos su muerte siempre que nos reunimos para ofrecer la eucaristía; su muerte es una victoria, su muerte es sacramento, su muerte es la máxima solemnidad anual que celebra el mundo.
¿Qué más podremos decir de su muerte, si el ejemplo de Cristo nos demuestra que ella sola consiguió la inmortalidad y se redimió a sí misma? Por esto, no debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación para todos; no debemos rehuirla, puesto que el Hijo de Dios no la rehuyó ni tuvo en menos el sufrirla.
Además, la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como remedio. En efecto, la vida del hombre, condenada, por culpa del pecado, a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar fin a estos males, de modo que la muerte resituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia.
Nuestro espíritu aspira a abandonar las sinuosidades de esta vida y los enredos del cuerpo terrenal y llegar a aquella asamblea celestial, a la que sólo llegan los santos, para cantar a Dios aquella alabanza que, como nos dice la Escritura, le cantan al son de la cítara: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! ¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento; y también para contemplar, Jesús, tu boda mística, cuando la esposa en medio de la aclamación de todos, será transportada de la tierra al cielo –a ti acude todo mortal–, libre ya de las ataduras de este mundo y unida al espíritu.
Este deseo expresaba, con especial vehemencia, el salmista, cuando decía: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida y gozar de la dulzura del Señor.
Oración
Escucha, Señor, nuestras súplicas, para que, al confesar la resurrección de Jesucristo, tu Hijo, se afiance también nuestra esperanza de que todos tus hijos resucitarán. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago y mártir Tratado sobre la muerte, PL 4,506s
“El que cree en mi aunque haya muerto, vivirá” (Jn 11,25)
No debemos llorar a nuestros hermanos a quienes el Señor ha llamado para retirarlos de este mundo, porque sabemos que no se han perdido sino que han marchado antes que nosotros: nos han dejado como si fueran unos viajeros o navegantes. Debemos envidiarlos en lugar de llorarlos, y no vestirnos aquí con vestidos oscuros siendo así que ellos, allá arriba, han sido revestidos de vestiduras blancas. No demos a los paganos ocasión de reprocharnos, con razón, si nos lamentamos por aquellos a quienes declaramos vivos junto a Dios, como si estuvieran aniquilados y perdidos. Traicionamos nuestra esperanza y nuestra fe si lo que decimos parece ficción y mentira. No sirve de nada afirmar de palabra su valentía y, con los hechos, destruir la verdad.
Cuando morimos pasamos de la muerte a la inmortalidad; y la vida eterna no se nos puede dar más que saliendo de este mundo. No es esa un punto final sino un paso. Al final de nuestro viaje en el tiempo, llega nuestro paso a la eternidad. ¿Quién no se apresuraría hacia un tan gran bien? ¿Quién no desearía ser cambiado y transformado a imagen de Cristo?
Nuestra patria es el cielo… Allí nos aguardan un gran número de seres queridos, una inmensa multitud de padres, hermanos y de hijos nos desean; teniendo ya segura su salvación, piensan en la nuestra… Apresurémonos para llegar a ellos, deseemos ardientemente estar ya pronto junto a ellos y pronto junto a Cristo.
Todos los Santos: “La verdadera felicidad es estar con el Señor” (Traducción completa)
Palabras del Papa antes del Angelus, Fiesta de Todos los Santos 2017
(ZENIT – Roma, 1 de noviembre de 2017) “La verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Lo creéis?”: el Papa Francisco ha hecho esta pregunta dos veces antes del ángelus de este 1º de noviembre, fiesta de Todos los Santos, desde la ventana de su despacho del palacio apostólico del Vaticano que da a la plaza San Pedro.
Ha hecho la comparación de la vidriera para decir: “Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en su corazón y que lo han transmitido al mundo, (…). Han luchado para eliminar las manchas y las oscuridades del pecado, para que pudiera pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la vida: hacer pasar la luz de Dios y también es la finalidad de nuestra vida”.
El Papa ha comentado el Evangelio de las bienaventuranzas leído en la misa de hoy: “Los ingredientes para la vida feliz se llaman bienaventuranzas. (…) Las bienaventuranzas (…) no piden gestos brillantes, no son para los superhombres, sino para que viva las pruebas y las fatigas de cada día”.
También ha hablado de los “muchos” santos de todos los días, presentes en el mundo de hoy, El Papa espontáneamente ha invitado a aplaudir.
Esta es nuestra traducción rápida, de trabajo, de las palabras pronunciadas por el Papa Francisco en italiano antes del Angelus.
Discurso del papa Francisco antes del Angelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y buena fiesta!
La solemnidad de Todos los Santos y “nuestra” fiesta: no porque seamos “buenos” sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida.
Los santos no son perfectos modelos, sino personas traspasadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que hacen pasar la luz de diferentes tonalidades de colores. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en sus corazones y que la han transmitido al mundo, cada uno según su “tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado para quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para así poder hacer pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la vida: dejar pasar la luz de Dios y es también la finalidad de nuestra vida.
En efecto, hoy, en el Evangelio, Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros, diciéndonos “felices” (Mt 5, 3). Es la palabra con la cual comienza su predicación, que es “evangelio”, buena nueva, porque es el camino de la felicidad. Quien está con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no consiste en tener algo o ser alguien, no, la verdadera felicidad es la de estar con el Señor y de vivir por amor. ¿Creéis esto?.
La verdadera felicidad no consiste en tener algo o de convertirse en alguien, la verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Creéis esto?. Debemos progresar para creer esto.
Entonces, los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas: son bienaventurados los sencillos, los humildes que dejan lugar a Dios, que saben llorar por los otros y por sus propios errores, permaneciendo ambles, luchan por la justicia, son misericordiosos con todos, mantienen la pureza de corazón, trabajan siempre por la paz y permanecen alegres, no odian, y, cuando sufren, responden al mal con el bien.
Estas son las bienaventuranzas. No piden gestos llamativos, no son para los superhombres, sino para que vivan las pruebas y las fatigas de cada día. Los santos son así: respiran como todo el mundo el aire contaminado del mal que hay en el mundo, pero en el camino, no pierden, no pierden nunca de vista el recorrido de Jesús indicado por las bienaventuranzas, que son como el mapa de la vida cristiana. Hoy, es la fiesta de aquellos que han logrado el objetivo indicado en este mapa: no solamente los santos del calendario, sino tantos hermanos y hermanas “de la puerta de al lado”, que hemos podido encontrar y conocer. Hoy es una fiesta de familia, de tantas personas sencillas, ocultas que, en realidad, ayudan a Dios a hacer avanzar el mundo. Y hay tantos hoy! Hay tantos! Gracias a tantos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a hacer avanzar el mundo, que viven en medio de nosotros: saludemos a todos con grandes aplausos!.
Ante todo, me gustaría decir la primera bienaventuranza, es la de los “pobres de corazón” (Mt 5,3). Qué significa esto? Que no viven para el éxito, el poder ni el dinero. Saben que los que acumulan tesoros para sí no se enriquecen delante de Dios (Cf. Lc 12,21): al contrario, creen que el Señor es el tesoro de la vida, el amor al prójimo la única fuente verdadera de ganancia. A veces estamos descontentos por el hecho de que nos falta algo o estamos preocupados sino estamos considerados como nos gustaría. Recordemos que nuestra dicha no está en esto, sino en el Señor y en su amor: solo con él, amando podemos vivir felices.
Por último, querría citar otra bienaventuranza, que no se encuentra en el Evangelio, sino al final de la Biblia, y que habla del término de la vida: “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” (Ap. 14,13). Mañana, estaremos llamados a acompañar a nuestros difuntos con nuestra oración para que puedan disfrutar del Señor para siempre. Recordemos con gratitud a los que nos son queridos y oremos por ellos.
Que la Madre de Dios, Reina de los Santos y Puerta del Cielo, interceda por nuestro camino de santidad y por aquellos que nos son queridos que nos han precedido y han partido hacia la Patria Celeste.
Veremos a Dios, tal cual es
Reflexión del evangelio de la misa del Miércoles 1º de Noviembre de 2017.
Todos estamos llamados a la Santidad
Todos los Santos
Apocalipsis 7, 2-4. 9-14: “Vi una muchedumbre, tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas”
Salmo 23: “Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor”
I Carta de San Juan: “Veremos a Dios, tal cual es”
San Mateo 5, 1-12: “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”
Hoy se abre como un pórtico a la reflexión que nos ofrecen estos dos días: la fiesta de todos Santos y la Conmemoración de los fieles difuntos. Siempre proclamamos al recitar el Credo: “Creo en la comunión de los santos”, pero quizás le hemos puesto poca atención a esta confesión y hoy tenemos la oportunidad para reflexionar. Normalmente cuando hablamos de santos nos imaginamos esos seres extraordinarios que han cumplido de manera maravillosa su misión en el mundo… pero después en la vida diaria nos encontramos que somos simples mortales luchando contra las inclinaciones, contra nuestros apetitos, y nos descubrimos tan pequeños y tan débiles que pensamos que la santidad no será para nosotros.
Sin embargo las lecturas de este día y toda la propuesta de Jesús son una invitación a la santidad. “Los marcados” y señalados que nos muestra el Apocalipsis son una multitud que aclama y alaba al Señor, y me imagino que nosotros muy bien podemos contar entre ellos a tantas personas que están luchando por una vida más digna y por una justicia para todos. Aparecerán entre esos ciento cuarenta y cuatro mil (número simbólico de plenitud), todos los hombres y mujeres que en la vida diaria con honestidad hacen realidad el evangelio. Y no es que sean santos de segunda o menos importantes que aquellos que son oficialmente reconocidos.
No se trata de santos de segundo orden como en una escala menor de aquellos “grandes santos”, especie de superhéroes, que es difícil imitar. Sino que este día reconocemos a todos esos hombres y mujeres que han tomado en serio la Palabra de Jesús y se han puesto a ser felices en medio de la pobreza, han buscado implantar la justicia y la verdad, han entregado su vida en servicio a los hermanos. Y de estos hay miles que en trabajo callado, desconocido y humilde, hacen presente la santidad de Dios. Si el mundo sigue funcionando es gracias a que estas personas se tornan manos, ojos y corazón de Dios para hacer presente su amor en el mundo. Siguen haciendo el milagro, anónimo, de dar vida.
A esta santidad todos estamos llamados. Con estos santos, todos estamos unidos y se establece una comunión entre quienes buscan hacer hoy presente el amor de Dios y quienes ya lo viven a plenitud en el cielo. Día de todos los santos, es una invitación de Dios a vivir en comunión con Él haciéndolo presente en nuestra vida cotidiana.
Una invitación de Dios a vivir en comunión con Él haciéndolo presente en nuestra vida cotidiana.
Imitar a quien supo ser fiel
Santo Evangelio según San Mateo 25, 31-46. Conmemoración Litúrgica de todos los fieles difuntos.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quiero estar contigo; necesito estar a tu lado; ahora puedo estar un momento en tu presencia. Tú me lo has dado todo. Quiero pasar un tiempo, aquí y ahora, para intentar amarte un poco más.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme'. Los justos le contestarán entonces: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?' Y el rey les dirá: 'Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron'.
Entonces dirá también a los de la izquierda: 'Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron'.
Entonces ellos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?' Y él les replicará: 'Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo'. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy es un día para poner la mirada en el pasado y recordar a aquellos que saciaron el hambre de la esperanza, a los que apagaron la sed de amor y que logran vestir a sus hermanos con actos desinteresados y repletos de amor.
¡Qué luchas tuvieron que superar los "fieles difuntos"! ¿Fieles?¿Por qué? No pensemos que fueron perfectos e inmaculados, sino que supieron levantarse en la caída confiando en la eterna misericordia de Dios, y una vez recuperada la fidelidad, la supieron guardar como un tesoro llevado en vasijas de barro.
¿Difuntos? Claro, han dejado este mundo; pero, atención, no muertos, dado que ahora tienen más vida que cualquier de nosotros. ¿Por qué? Porque ahora gozan de la fuente de la vida, ellos están en una eterna contemplación del autor del amor, del gozo y de la felicidad.
Quién no tiene a quien recordar: un abuelo, un amigo, un hijo… Traigamos a la memoria estos buenos ejemplos y demos gracias. Sobre todo, ahora y en este lugar, esforcémonos por imitar su buen ejemplo, su bendito ejemplo.
Finalmente, pidamos por aquellos que se disputan este hermoso título: "Fieles difuntos". Y que algún día más de alguno diga con san Pablo: "He combatido el buen combate, he concluido carrera, he conservado la fe". (2 Timoteo, 4-7)
Volvemos hoy a casa con esta doble memoria: la memoria del pasado, de nuestros seres queridos que se han marchado; y la memoria del futuro, del camino que nosotros recorreremos. Con la certeza, la seguridad; con esa certeza que salió de los labios de Jesús: "Yo le resucitaré el último día".
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una visita a Jesús Eucaristía recordando y dando gracias por todos los fieles difuntos y, rezaré por todos los vivos para que pueden volver a experimentar la fidelidad.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.Amén.
Venid, benditos de mi Padre
La palabra más bella que pueda Dios decirte es: ‘Venid’ La invitación personal a acercarnos sin temor a Él.
Venid, benditos de mí Padre, a tomar posesión del Reino de los Cielos.
Las palabras más bellas que pueda Dios decir a una criatura son ésas: ‘Venid’: la invitación personal a acercarnos sin temor; venid a mi mesa, venid a mi huerto, entrad en mi amistad.
“Benditos de mí Padre”: Tener la bendición de Dios en la vida es la máxima seguridad, porque esa bendición transforma tu vida entera en una amorosa felicidad.
“A tomar posesión del Reino de los Cielos”: Te daré la mitad de mi Reino, te doy mi Reino, se nos dice aquí; el Reino de Dios, ¡qué grande es, qué hermoso es, qué tuyo es! Aquí tienes la llave, pequeño príncipe del gran Reino. Te sonaba muy exigente el precio, porque te hablaban de cruz y renuncia, y ahora que eres dueño del castillo, ¿qué opinas? ¿Barato, muy caro, inefable? ‘Juego de niños’, dijo uno del precio, cuando se lo mostraron, aunque lo maltrataron como a un mártir, y apostó por ese Reino; nadie se lo pudo arrebatar.
¿Por qué luchas en la vida? ¿Por qué te matas y trabajas y oras? ¡Qué rico eres y qué rico vas a ser, cuando te entreguen las llaves de un Reino eterno! Tienes que saber esperar y luchar y morir por ese Reino.
Tienes que estar en pie de lucha, debes funcionar con metas, estar hecho de urdimbre de guerrero.
Disfruta de la lucha también en las artes de la paz, y pelea por la santidad lo mismo que por ganar almas para Dios.
La vida bien entendida es lucha, aventura apasionante, en la que se debe escalar la alta cima con lo mejor del propio esfuerzo, con todo lo que dé el alma y las uñas y el corazón.
En marcha pues, luchador; ármate de valor y fuego, de hambre de Dios y de cumbres: las cumbres te esperan.
Dios te dice desde arriba: Te espero, te he esperado muchos siglos; aquí te quiero ver, herido, rasguñado, enflaquecido por el esfuerzo, pero entero el corazón, para darte el eterno abrazo de la victoria. En marcha, luchador, te esperan las cumbres.
Has caído en mil batallas y ésa es la brecha abierta en tus murallas, pero hoy es tu fe más grande que todas las derrotas sufridas, y debes surgir de tus cenizas como el Ave Fénix.
¿Puedes? Si crees, puedes, apoyado en el Dios de los ejércitos.
Está visto que para llegar a santo tienes que pelear mil batallas pequeñas y grandes, y admitir en el presupuesto también polvo y derrotas; no será fácil, nunca lo ha sido; por eso solo unos pocos se arriesgan. ¿Quieres ser de esos pocos?, ¿quieres pagar el precio y correr la aventura de Dios, la sagrada aventura de los grandes hombres? Te animan otros que tan pobres como tú, tan miserables como tú, tan nada como tú, supieron llegar. Tú llegarás como ellos.
¿Cómo debe ser tratado un difunto?
El difunto, aunque esté incinerado, no es una posesión, ni un objeto: explicamos cómo debe tratarse
Con el documento Ad resurgendum cum Christo, publicado en agosto de 2016, la Iglesia recordó a los fieles aquello que ha venido enseñando desde hace décadas: que la cremación de lo fallecidos es admisible para los cristianos, pero siempre que las cenizas se traten como a un difunto, es decir, enterrándolas o colocándolas en columbarios [1] en lugar sagrado, lugares que se van a proteger y donde pueden ser visitados y recibir oración.
"Con mis cenizas... ¿hago lo que quiero?"
Se ha generado un cierto debate social, con personas que aunque dicen ser cristianas proclaman: “con mi cenizas -o las de mi difunto- hago lo que quiero, son mías”.
Pero la postura católica es clara: las cenizas del fallecido no son “un objeto”, igual que un cadáver no es “un objeto”, y mucho menos es una propiedad. Ni siquiera basta con decir que son “un recuerdo”, como sí lo sería una foto o un objeto cargado de memorias del pasado. Son mucho más.
ReL habló de ello con Fermín Labarga, director de departamento de Teología Histórica de la Universidad de Navarra y experto en religiosidad popular, iconografía y cofradías.
“Hay gente que habla del difunto como si fuera un objeto, que parece que diga ‘el difunto es mío’. Pero, no: el difunto cristiano es de Dios y de la comunidad cristiana, y no es un objeto ni es una posesión, ni tampoco es un mero recuerdo”, explica Labarga.
“Con un cadáver no es fácil hacer lo que quieras. Y tampoco te lo permiten. La realidad es que las autoridades y la sociedad no te dejan hacer cualquier cosa con los cadáveres de tus seres queridos”.
Al quemar el cadáver, el cuerpo en cenizas se hace más manejable, pero aún así surgen normas civiles. En España hay normativas que impiden tirar cenizas de difuntos en muchos lugares.
El individualismo… y aferrarse al difunto
El duelo no ha sido nunca un tema individual, sino social. En los pueblos, en las familias grandes, se ha vivido siempre comunalmente el proceso de despedirsedel difunto, de aceptar su partida.
Pero una sociedad individualista que esconde la muerte y el duelo puede generar efectos psicológicos perjudiciales en la persona en proceso de duelo.
“No dejar marchar al difunto es un problema psicológico. Todos conocemos esas señoras que acuden a la tumba de su marido, que quieren dormir allí,sobre ella… y la autoridad se lo impide, y se les da tratamiento psicológico. Pasa más en muertes traumáticas, por accidentes, por ejemplo”.
¿Y si esa relación enfermiza pasa ahora en casa, donde quiere guardar la urna con cenizas, donde quizá nadie la vea ni le atienda? Es otra combinación de soledad y cultura individualista.
Los primeros cristianos… y las hermandades hoy
Cuando uno visita lugares como la cripta de Santa Eulalia en Mérida, contempla quelas tumbas de los primeros cristianos hispanos, los del siglo IV y V, se apiñabanintentando estar cerca del sepulcro de la joven mártir.
“Jesús fue enterrado, los mártires fueron enterrados… la tradición cristiana es imitar a Jesús”. Ser enterrados como Él, para resucitar después como Él.
Pero hoy, por razones prácticas y económicas, el enterramiento puede ser difícil. Sin embargo, una solución a la vez práctica y hermosa se ve, por ejemplo, en algunas cofradías y hermandades, sobre todo en Andalucía.
“En Andalucía muchas Hermandades hacen columbarios preciosos para sus hermanos, en la cripta de su iglesia. Los que compartieron su fe como hermanos en vida, comparten después el reposo en la iglesia, unidos tras la muerte. Creo que es una magnífica solución”, propone Labarga. Hay cremación, pero la urna se guarda en un lugar sagrado, de oración, y lleno de significación. Hay comunidad y cercanía sacra entre vivos y muertos.
No es lo mismo cuando un equipo de fútbol presenta sus propios columbarios… en los que probablemente no habrá oración por los difuntos.
Un cementerio, o un columbario, con nichos con muchos difuntos, tienen otra ventaja: ayudan a rezar. Uno visita la tumba de su difunto, ve las de otros y reza no sólo por el suyo, sino por los demás. El cementerio, explica Labarga, “ayuda a hacerte ver que naces y mueres en una comunidad”.
Cuando sólo se incineraban masones y ateos
La norma eclesial prohíbe las exequias a quien, según el texto, “hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana”, es de toda la vida.
“Hay que tener en cuenta que antiguamente, en el siglo XIX por ejemplo, solo encargaban ser incinerados masones o personas activamente hostiles a la fecatólica. Pedían ser quemadas para simbolizar que no creían en la Resurrección. Pero a Dios lo mismo le cuesta resucitar huesos que cenizas y hoy se incineran muchos cristianos por razones prácticas, que sí creen en la Resurrección. Así que esta norma de prohibir las exequias se dará sólo en casos aislados, ultraminoritarios”, explica Labarga.
Un sociedad que esconde la muerte
El documento explica que “la iglesia se opone a ocultar o privatizar el evento de la muerte”.
“Ocultar la muerte es propio de la sociedad actual”, explica Labarga. “Es curioso que hay padres que hoy no dejan al niño ir al cementerio o al funeral del abuelo pero después sí les dejan ir a Halloween con sus brujas. Hace pocas generaciones la muerte estaba muy integrada en la vida y los niños veían la muerte de los abuelos, que no era especialmente traumática –como sí lo es la de un padre de hijos pequeños-.Los niños veían que la vida tiene un final. Hoy los ancianos mueren en hospitales, o en geriátricos, lejos de su familia. La sociedad, además oculta la vejez y la enfermedad”.
Los ritmos de trabajo tampoco ayudan. “Los sacerdotes vemos que cada vez viene menos gente a los funerales. Hay que celebrarlos a las 20.30, después de la jornada laboral, para que parientes y amigos puedan acudir. Además, en las ciudades las funerarias han ido imponiendo la separación entre el funeral y el entierro, con la pérdida simbólica que significa que en el funeral no esté el cadáver”, constata Labarga.
Los pueblos y los marineros
Un caso peculiar es el de los españoles que, viviendo en una ciudad, se sienten más ligados espiritualmente a su pueblo. “Es esa gente que cuando va a su pueblo en verano, o en fiestas, acude a misa allí, pero que en la ciudad no va a misa. Y quiere su funeral y entierro en el pueblo, donde aún se vive el luto de otra manera”.
¿Y los marinos, cuyos cuerpos o cenizas se entregaban al mar? “Es algo que la Iglesia siempre permitió por su excepcionalidad y razones prácticas, igual que permitió las bodas marítimas. Sucedía cuando un cadáver iba a tardar mucho en llegar al hogar. Pero ahora los cadáveres se devuelven pronto”. La realidad es que cuando hay un accidente las familias reclaman insistentemente los cuerpos.
Vender (¿por error?) el cadáver de la abuela
El texto vaticano es rotundo contra la nueva moda (cara) de hacerse recuerdos o joyas con el cadáver incinerado del difunto y recuerda que, pasada la primera generación, con esos objetos, e incluso con las urnas, puede suceder de todo.
“¿Qué pasará con esa joya? ¿La venderán tus herederos, venderán el cadáver de tu abuela, quizá sin saberlo?”, plantea Labarga. Y si las cenizas o joyas son meras propiedades, ¿tendremos juicios por su propiedad en divorcios, o entre hermanos que se pelean, partes de herencia a dividir?
Labarga insiste en que la mera moral natural ya pide tratar con respeto a cualquier cadáver humano, pero un cadáver de bautizado es algo aún más especial: ¡ha sido templo del Espíritu Santo!
Una opción pastoral: esperar
¿Y qué hacer con esas personas, a menudo ancianas, que son cristianos piadosos pero se empeñan en tener en casa las urnas con las cenizas de su esposo o parientes fallecidos?
Una opción pastoral podría ser, simplemente, esperar acompañando, dar tiempo a esa persona, y en su momento recordarle que, cuando muera, puede pasar de todo con las urnas, y que es importante ponerlas a buen recaudo en tierra sagrada. Probablemente dará permiso para que se entierren tras su muerte.
Al final, la Iglesia lo que busca es el respeto para los restos humanos, acompañar a los que sufren en el dolor y evitar que se oculte esa realidad misteriosa que es el morir.
[1] Se llama columbario a los nichos destinados a contener las urnas cinerarias.
LA MUERTE, ELEMENTO CLAVE DE LA VIDA HUMANA
Xabier Pikaza: "Oficio de Difuntos: Despierte el alma dormida (renacer muriendo)"
"Al final, no hay una tumba, ni millones... Hay un camino de vida, como el de Jesús desde Jerusalén al mundo"
Fieles Difuntos
Tenemos que morir, no sólo para que vivan otros, abriendo con nuestra muerte un espacio para ellos, sino también para que valoremos la vida como regalo recibido
(Xabier Pikaza).-Las restantes plantas y animales no nacen ni mueren, en sentido estricto, sino que forman parte del continuo de la vida, sin identidad personal. Sólo el hombre nace y vive en sentido estricto sabiendo que muere... Y en ese sentido podemos afirmar con la antropología que el hombre nace a la vida humana por la muerte.
Éste es un elemento clave de la vida humana. Sólo al enfrentarse con la muerte ajena, que es espejo de la suya, ha descubierto el hombres su singularidad, el sentido y tarea de la vida, por sí mismo, por los otros, como muestran los primeros restos propiamente humanos: Enterramientos, monumentos y ritos funerarios.
Los hombres han descubierto y expresado "lo divino" de su vida al enterrar a sus muertos. Así lo han destacado de un modo especial los judíos, el pueblo que más dolorosamente ha protestado contra la muerte, manteniendo vivo el aguijón del recuerdo de sus muertos, en especial de sus víctimas.
Ellos, los judíos, no han querido evadirse de ella, como han hecho otras culturas, sino que , mirando hacia la muerte, cara a cara, han aprendido y han sabido que ella cuestiona todo lo que somos, haciendo que, por otra parte,nos abramos de manera más intensa a la experiencia de los otros, por quienes (con quienes) morimos, como muestra el el gran cementerio-memorial de de la Shoa (Holocausto) en Jerusalén.
Muriendo, dejamos dolor en nuestro entorno. . Pero, si no muriéramos, sería mucho peor...Tenemos que morir, no sólo para que vivan otros, abriendo con nuestra muerte un espacio para ellos, sino también para que valoremos la vida como regalo recibido,que vamos legando a los que vienen, para "ser" así nosotros mismos en ellos.
Sólo por la muerte podemos gozar de verdad (¡dando gracias a la vida, que nos ha dado tanto!) y regalar la vida a nuestros descendientes, para vivir en ellos, compartiendo así el Camino de la Vida, en gratuidad, en esperanza.
Tema desarrollado en Gran Diccionario de la Biblia (Estella 2015). El título evoca las coplas de Jorge Manrique: Recuerde el alma dormida / avive el seso e despierte contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte tan callando...
«Por la muerte, por el miedo a la muerte,
empieza el conocimiento del Todo... Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal». Así comenzaba Rosenzweig su libro más inquietante y luminoso: (La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997 43-44).
En un sentido, ese saber es maldición, como ha visto el relato del "pecado ejemplar" de Adán/Eva, en Gen 2-3: "el día en que comas morirás...". Pero, en otro sentido,ese saber que se muere (que muero) puede y debe convertirse en bendición, como signoculminante del sí a la vida, a la vida de Dios, a la vida de los otros, dando por ellos la Vida que Dios nos ha dado. Por eso, en la muerte, descubre el hombre su sentido, como ser sobre la muerte (como ser para los otros).
Sólo los hombres pueden morir por los demás; sólo los hombres pueden dar de verdad su vida, abrir su cuerpo, para que otros vivan de su mismo cuerpo, como hacen las madres y los enamorados, como hacen todos los hombres y mujeres que saben que la muerte, siendo el máximo dolor, puede ser el más hondo gozo, que consiste en poner la vida propia en la gran Corriente de la Vida.
Sólo porque sabemos que vamos a morir podemos vivir arriesgando la vida, amando de verdad a los otros. Un hombre de este mundo, condenado a no morir, sería el mayor de los monstruos, un ser angustioso y angustiante, aquel judío errante del que cuenta la leyenda que no podía morir nunca, errante en una vida eterna encerrado en su sí mismo.
Una vida para siempre sólo tiene sentido cuando cambien las condiciones de este mundo, como ha querido Jesús, como han querido y quieren millones de personas, que esperan y desean una resurrección. Sólo por la muerte (cuando damos la vida a los otros, como Jesús en la cruz) puede haber resurrección (ascensión al cielo, por citar el símbolo de María Virgen, la madre de Jesús).
Jesús cristiano. Vida en la muerte
Así lo han descubierto los cristianos en la Pascua de Jesús, sabiendo que Jesús ha muerto porque vivía, ha muerto para vivir (para que llegue el Reino), ha muerto para que otros vivan.
Así lo visto la iglesia, descubriendo que todos los creyentes (¡todos los pobres!) mueren y resucitan y suben al cielo con Jesús, a un cielo de carne, de cuerpo y alma. Por eso han podido aplicar esta experiencia a María, madre y hermana de todos, en Jesús... Por eso no hay tumba para Jesús, pues él vive en la vida de los que viven. Su tumba de Jerusalén está vacía.
Ciertamente, como hombres y mujeres del mundo viejo... seguimos recorriendo cementerios. Pero al final de todo no hay cementerio, no hay tumbas de muertos, sino una tumba vacío de muertos, un hueco inmenso de vida.
Sólo aquel que acepta la muerte puede vivir en plenitud
Sólo aquel que acepta la muerte (y que es capaz de morir en amor y por amor) puede vivir en plenitud, vive por siempre (como vemos en María).
El autor judío ya citado, Rosenzweig, supone que muchos filósofos y pensadores religiosos han querido engañar a los hombres con mentiras piadosas, diciendo que son inmortales y añadiendo que la muerte no es más que una apariencia. Pues bien, ese consuelo es mentiroso y se sitúa en la línea de la evasión gnóstica o espiritualista.
Ninguna respuesta compasiva puede aquietar a los hombres, que nacen y mueren, ninguna teoría teórica puede convencerles. Los hombres mueren, ése es su destino; mueren y no son felices... (A. Camus), pero todavía serían más infelices si no pudieran morir.
Los hombres mueren, pero pueden descubrir en la muerte la mano de Dios y ofrecer su mano de amor a todos, como ha hecho Jesús, como ha hecho María, su madre, como hacen millones de creyentes, que no ponen su vida en manos de un Todo abstracto, sino el regazo del Dios Vivo, aunque sea (¡y ha de ser!) en inquietud, como en el caso de Jesús.
Morir en cristiano es dar la vida
En ese contexto se sitúa la respuesta de la fe, cuando afirma que el sentido de la vida está en vivir para los demás... y que de esa forma la misma muerte, sin perder su bravura y dureza y enigma (¡Dios mío, Dios míos! ¿por qué me has abandonado?), se convierte en signo de solidaridad, en vida que se abre (como ha visto de un modo impresionante el evangelio de Juan, al descubrir que del costado muerto de Jesús brota la vida, de manera que la misma muerte es ya resurrección).
Pues bien, la Iglesia ha creído y cree que los muertos han y siguen muriendo como Jesús, dando la vida. Por eso ella celebra hoy la memoria de Todos los Muertos, como memoria de vida Éste es el contenido de la fe, de la fe en la carne resucitado y compartida.
La muerte es asunción
Morimos solos, pero morimos, al mismo tiempo, para todos y con todos, en la gran corriente de la vida de la que pro-venimos, en la que post-vivimos, en Aquel a quien Jesús ha llamado Dios de Vivos (Abraham, Isaac, Jacob...), no de muertos (cf. Mc 12, 37). Morimos en Dios, de manera que nuestra vida (nuestra carne) pueda hacerse vida y carne (cuerpo) para los demás.
Ésta es la fe que los judíos siguen poniendo en manos del Dios en quien esperan, ésta es la fe que los cristianos descubrimos y proclamamos en la resurrección de Jesús quien, al morir por los demás, ha desvelado y realizado por su pascua el gran don de la vida de Dios: se ha hecho "cuerpo mesiánico" para todos.
En esta línea se entiende el dogma de Asunción de María, a quien los cristianos católicos recuerdan como la "primera" de los muertos con Jesús. Así dijo el papa Pío XII el año 1950: «Cumplido el curso de su vida terrestre, ella fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial» (Denzinger-Hünermann 3903).
Este dogma se puede aplicar a miles y millones de cristianos (que creen en la resurrección), pero también a los miles de millones que no creen, pero que viven, quizá sin saber, en el interior de la Vida que es Dios. Esta es una palabra clave del día de Difuntos, de aquellos que viven en Dios por la muerte.
Un curso, una carrera: en cuerpo y alma.
El Papa dice que "transcurrido el curso" de la vida de María, ella ha culminado su "carrera" en Dios. Ha sido una carrera hacia la muerte, en comunión con los demás, a través de Cristo, su hijo, y de todos sus restantes hijos y hermanos (cf. Mc 3, 31-35). Pues bien, cumplido ese curso vital, que había comenzado por el nacimiento, María ha sido asumida (assumpta) a la gloria de Dios, que se identifica con la misma Resurrección y Ascensión mesiánica de su Hijo Jesús, que se expresa y expande en el camino de la Iglesia.
Un tipo de antropología helenista, dominante en la iglesia, ha venido afirmando que el alma de los justos sube al cielo tras la muerte (porque ella es inmortal), pero que el cuerpo tiene que esperar hasta la resurrección del fin de los tiempos. En contra eso, situándose en un camino distinto de experiencia antropológica y de culminación pascual, este dogma afirma que María ha culminado su vida en Dios, por medio de Jesús, en cuerpo y alma, es decir, como carne personal o, mejor dicho, como persona histórica, en comunión con las demás personas que han estado y siguen estando implicadas en su vida.
Este dogma nos sitúa en el centro del misterio cristiano, vinculado a la muerte y resurrección de Jesús, vinculado al "cuerpo y alma" de los hombres y mujeres, de todos los que de un modo o de otro, quizá sin saberlo, están unidos a Jesús.
Este dogma no niega la muerte, no dice que el alma sea inmortal por su naturaleza; no escinde o separa a María del resto de los fieles, como si a ella se le hubiera ofrecido algo que no se da a los otros, como si ella fuera la única que muere y sube (resucita) al acabar el curso de su vida. Al contrario, este dogma abre para todos los creyentes una misma experiencia pascual, asumiendo con Jesús la muerte.
Por eso, al final, no hay una tumba, ni millones de tumba... Hay un camino de vida, como el de Jesús desde Jerusalén al mundo entero