La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos
- 09 Diciembre 2017
- 09 Diciembre 2017
- 09 Diciembre 2017
Evangelio según San Mateo 9,35-38.10,1.6-8.
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.
"Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente."
San Juan Diego Cuauhtlatoatzi
San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, laico
San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. Hoy es la memoria litúrgica, que evoca la fecha de la primera aparición de la Virgen, la fecha de su muerte es el 30 de mayo.
Este indio pervive vinculado a la advocación de la Virgen de Guadalupe, que se le apareció haciéndole protagonista de una de las grandes escenas, cuajadas de lirismo, que marcan un hito en la historia de las apariciones marianas»
En el entorno de la festividad de la Inmaculada Concepción, entre otros, la Iglesia celebra hoy la existencia de Juan Diego, que pervive para siempre vinculado a María, bajo su advocación de la Virgen de Guadalupe. Este santo indígena encarna en sí mismo una de las hermosísimas historias de amor que conmueven poderosamente. Inocencia y dulzura forman una perfecta simbiosis en su vida que instan ciertamente a perseguir la santidad y permiten comprender qué pudo ver en él la Reina del Cielo, excelso modelo de virtudes, para hacerle objeto de su dilección.
Nació en Cuauhtitlán perteneciente al reino de Texcoco, regido entonces por los aztecas, hacia el año 1474. Debía llevar escrito en su nombre, que significaba «águila que habla», la nobleza de esta majestuosa ave que vuela desafiando a las tempestades, de cara al infinito. Era un indio de la etnia chichimecas, sencillo, lleno de candor, sin doblez alguna, de robusta fe, dócil, humilde, obediente y generoso. Un hombre inocente que, cuando conoció a los franciscanos, recibió el agua del bautismo y se abrazó a la fe para siempre encarnando las enseñanzas que recibía con total fidelidad. Un digno hijo de Dios que no dudaba en recorrer 20 km. todos los sábados y domingos para ir profundizando en la doctrina de la Iglesia y asistir a la Santa Misa. Tuvo la gracia de que su esposa María Lucía compartiera con él su fe, y ambos, enamorados de la castidad, después de ser bautizados hacia 1524 o 1525 determinaron vivir en perfecta continencia. María Lucía murió en 1529, y Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino que residía en Tulpetlac, a 14 km. de la Iglesia de Tlatelolco-Tenochtitlan, lo cual suponía acortar el largo camino que solía recorrer para llegar al templo.
La Madre de Dios se fijó en este virtuoso indígena para encomendarle una misión. Cuatro apariciones sellan la sublime conversación que tuvo lugar entre Ella y Juan Diego, que tenía entonces 57 años, edad avanzada para la época. El sábado 9 de diciembre de 1531 se dirigió a la Iglesia. Caminaba descalzo, como hacían los de su condición social, y se resguardaba del frío con una tilma, una sencilla manta. Cuando bordeaba el Tepeyac, la tierna voz de María llamó su atención dirigiéndose a él en su lengua náuhatl: «¡Juanito, Juan Dieguito!». Ascendió a la cumbre, y Ella le dijo que era «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». Además, le encomendó que rogase al obispo Juan de Zumárraga que erigiese allí mismo una Iglesia. Juan Diego obedeció. Fue en busca del prelado y afrontó pacientemente todas las dificultades que le pusieron para hablar con él, que no fueron pocas. Al transmitirle el hecho sobrenatural y el mensaje recibido, el obispo reaccionó con total incredulidad. Juan Diego volvió al lugar al día siguiente, y expuso a la Virgen lo sucedido, sugiriéndole humildemente la elección de otra persona más notable que él, que se consideraba un pobre «hombrecillo». Pero María insistió. ¡Claro que podía elegir entre muchos otros! Pero tenía que ser él quien transmitiera al obispo su voluntad: «…Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».
El 12 de diciembre, diligentemente, una vez más fue a entrevistarse con el obispo. Éste le rogó que demostrase lo que estaba diciendo. Apenado, Juan Diego regresó a su casa y halló casi moribundo a su tío, quien le pedía que fuese a la capital para traer un sacerdote que le diese la última bendición. Sin detenerse, acudió presto a cumplir con este acto caritativo, saliendo hacia Tlatelolco. Pensó que no era momento para encontrarse con la Virgen y que Ella entendería su apremio; ya le daría cuenta de lo sucedido más tarde. Y así, tras esta brevísima resolución, tomó otro camino. Pero María le abordó en el sendero, y Juan Diego, impresionado y arrepentido, con toda sencillez expresó su angustia y el motivo que le indujo a actuar de ese modo. La Madre le consoló, le animó, y aseguró que su tío sanaría, como así fue. Por lo demás, enterada del empecinamiento del obispo y de su petición, indicó a Juan Diego que subiera a la colina para recoger flores y entregárselas a Ella.
En el lugar señalado no brotaban flores. Pero Juan Diego creyó, obedeció y bajó después con un frondoso ramo que portó en su tilma. La Virgen lo tomó entre sus manos y nuevamente depositó las flores en ella. Era la señal esperada, la respuesta que vencería la resistencia que acompaña a la incredulidad. Más tarde, cuando el candoroso indio logró ser recibido por el obispo, al desplegar la tilma se pudo comprobar que la imagen de la Virgen de Guadalupe había quedado impregnada en ella con bellísimos colores. A la vista del prodigio, el obispo creyó, se arrepintió y cumplió la voluntad de María.
Juan Diego legó sus pertenencias a su tío, y se trasladó a vivir en una humilde casa al lado del templo. Consagró su vida a la oración, a la penitencia y a difundir el milagro entre las gentes. Se ocupaba del mantenimiento de la capilla primigenia dedicada a la Virgen de Guadalupe y de recibir a los numerosos peregrinos que acudían a ella. Murió el 30 de mayo de 1548 con fama de santidad dejando plasmada la aureola de su santidad no sólo en México sino en el mundo entero que sigue aclamando a este «confidente de la dulce Señora del Tepeyac», como lo denominó Juan Pablo II. Fue él precisamente quien confirmó su culto el 6 de mayo de 1990, y lo canonizó el 31 de julio de 2002.
Oremos
Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo de San Juan Diego nos estimule à una vida más perfecta y que cuántos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Oh Dios, que por medio del bienaventurado Juan Diego manifestaste a tu pueblo el amor de la Santísima Virgen María, concédenos, por su intercesión, que, obedientes a las recomendaciones de nuestra Madre de Guadalupe, podamos cumplir siempre tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sobre la venida de Cristo (Sermón que se le atribuye erróneamente)
“Proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad a los enfermos.”
Hermanos, oigo a algunos murmurar contra Dios en nuestros días. Dicen: ‘Señor, los tiempos son duros ¡qué época tan difícil de pasar!... Hombre, tú que no te enmiendas ¿no eres tú mil veces más duro que el tiempo en que vivimos? Tú que te vas detrás del lujo, detrás de todo lo que es vanidad, tú que eres insaciable en tus pasiones, tú que quieres usar mal de lo que deseas, no obtendrás nada...
¡Curémonos, hermanos, corrijámonos! El Señor va a venir. Como no se manifiesta todavía, la gente se burla de él. Con todo, no va a tardar y entonces no será ya tiempo de burlarse. Hermanos ¡corrijámonos! Llegará un tiempo mejor, aunque no para los que se comportan mal. El mundo envejece, vuelve hacia la decrepitud. Y nosotros ¿nos volvemos jóvenes? ¿Qué esperamos, entonces? Hermanos ¡no esperemos otros tiempos mejores sino el tiempo que nos anuncia el evangelio. No será malo porque Cristo viene. Si nos parecen tiempos difíciles de pasar, Cristo viene en nuestra ayuda y nos conforta...
Hermanos, es conveniente que los tiempos sean duros. ¿Por qué? Para que no busquemos la felicidad en este mundo. Es necesario que esta vida sea agitada por las dificultades para que anhelemos la otra. ¿Cómo? ¡Escuchad!... Dios contempla a la humanidad en su miseria, agitada por sus deseos y preocupaciones de este mundo que causan la muerte del alma. Por eso viene el Señor como médico, para traernos el remedio.
Ante el llamado… una respuesta
Santo Evangelio según San Mateo 9,35-10,1.6-8. Sábado I de Adviento.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a descubrir qué pides de mí y dame un corazón generoso para ser dócil a tu voluntad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Si Jesús recorriera nuestras ciudades, pueblos o lugares de habitación, tal como lo hizo en Galilea, ¿qué vería? El Evangelio nos muestra que vio rostros cansados, gente arrutinada y acostumbrada a que su vida fuese igual siempre, vio gente que quizá había escuchado de Dios, pero no se había dado la oportunidad de conocer a Dios.
Jesús hoy quiere mirarnos con compasión y ternura, él desea hacernos las personas más felices, desea ser nuestro pastor.
No obstante, Jesús toma una solución muy concreta; pide a la gente que ore para que haya más obreros en la mies, llama a cada uno de esos hombres y mujeres por su nombre y los envía como sus misioneros.
Es probable que pensemos que pedir obreros para la mies es orar por las vocaciones, y aunque sí debemos pedírselo al Señor, no sólo las personas consagradas reciben un llamado de Dios para ser misioneros. Hoy mismo nosotros podemos ser la persona que Dios tiene en mente para que su alegría llegue a tanta gente arrutinada "como ovejas sin pastor". Esas ovejas son la gente que vemos todos los días... ¿Qué le vamos a responder al Señor que nos llama? El Señor nos ha dado bendiciones a manos llenas… ¡Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis!
Añado una palabra que no quisiera que fuese retórica, por favor: ¡ánimo! No significa paciencia, resígnense. No, no, no significa esto. Sino al contrario, significa: osen, sean valientes, ¡vayan adelante! ¡Sean creativos! ¡Sean artesanos todos los días, artesanos del futuro! Con la fuerza de aquella esperanza que nos da el Señor que jamás defrauda, pero que también necesita de nuestro trabajo. Por esto rezo y los acompaño con todo mi corazón. El Señor los bendiga a todos y que la Virgen los proteja. (Homilía de S.S.
Francisco, 21 de junio de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy intentaré ser misionero con mi ejemplo de vida y oraré por las vocaciones.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La mies es mucha y los obreros pocos
Nuestro primer deber es pedir al "Dueño de la mies" que, en su misericordia,, no cese en llamar a más obreros para esa importante tarea
Por: San Juan Pablo II | Fuente: www.vatican.va
1. "Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Lc 10, 2). Estas palabras de Jesús, dirigidas a los Apóstoles, muestran la solicitud que el buen Pastor tiene siempre por sus ovejas. Lo hace todo para que "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Después de su resurrección, el Señor confiará a sus discípulos la responsabilidad de proseguir su misma misión, para que se anuncie el Evangelio a los hombres de todos los tiempos. Y son muchos los que han respondido y siguen respondiendo con generosidad a su constante invitación: "Sígueme" (Jn 21, 22). Son hombres y mujeres que aceptan poner su existencia totalmente al servicio de su Reino.
Con ocasión de la próxima XLI Jornada mundial de oración por las vocaciones (2 mayo 2004), que se celebra tradicionalmente el IV domingo de Pascua, todos los fieles se unirán en una ferviente oración por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y al servicio misionero. En efecto, nuestro primer deber es pedir al "Dueño de la mies" por los que ya siguen más de cerca a Cristo en la vida sacerdotal y religiosa, y por los que él, en su misericordia, no cesa de llamar para esas importantes tareas eclesiales.
Oremos por las vocaciones
2. En la carta apostólica Novo millennio ineunte recordé que, "a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecta una exigencia generalizada de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de oración" (n. 33). En esta "necesidad de oración" se inserta nuestra petición común al Señor para que "envíe obreros a su mies".
Constato con alegría que en muchas Iglesias particulares se forman cenáculos de oración por las vocaciones. En los seminarios mayores y en las casas de formación de los institutos religiosos y misioneros se celebran encuentros con esa finalidad. Numerosas familias se convierten en pequeños "cenáculos" de oración, ayudando a los jóvenes a responder con valentía y generosidad a la llamada del Maestro divino.
¡Sí! La vocación al servicio exclusivo de Cristo en su Iglesia es don inestimable de la bondad divina, don que es preciso implorar con insistencia, confianza y humildad. El cristiano debe abrirse cada vez más a este don, vigilando para no desaprovechar "el tiempo de la gracia" y el "tiempo de la visita" (cf. Lc 19, 44).
Reviste particular valor la oración unida al sacrificio y al sufrimiento. El sufrimiento, vivido como cumplimiento en la propia carne de lo que falta "a las tribulaciones de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24), se convierte en una forma de intercesión muy eficaz. Muchos enfermos, en todas las partes del mundo, unen sus penas a la cruz de Jesús, para implorar vocaciones santas. También a mí me acompañan espiritualmente en el ministerio petrino que Dios me ha encomendado, y dan a la causa del Evangelio una contribución inestimable, aunque a menudo totalmente escondida.
Oremos por los llamados al sacerdocio y a la vida consagrada
3. Deseo de corazón que se intensifique cada vez más la oración por las vocaciones; una oración que ha de ser adoración del misterio de Dios y acción de gracias por las "maravillas" que él ha hecho y sigue haciendo, a pesar de la debilidad de los hombres; una oración contemplativa, llena de asombro y gratitud por el don de las vocaciones.
La Eucaristía está en el centro de todas las iniciativas de oración. El Sacramento del altar tiene un valor decisivo para el nacimiento de las vocaciones y para su perseverancia, porque en el sacrificio redentor de Cristo los llamados pueden encontrar la fuerza para dedicarse totalmente al anuncio del Evangelio. Conviene que a la celebración eucarística se una la adoración del santísimo Sacramento, prologando así, en cierto modo, el misterio de la santa misa. Contemplar a Cristo, presente real y sustancialmente bajo las especies del pan y el vino, puede suscitar en el corazón de quienes están llamados al sacerdocio o a una misión particular en la Iglesia el mismo entusiasmo que, en el monte de la Transfiguración, impulsó a Pedro a exclamar: "Señor, es bueno estar aquí" (Mt 17, 4; cf. Mc 9, 5; Lc 9, 33). Se trata de un modo privilegiado de contemplar el rostro de Cristo con María y en la escuela de María, a quien, por su actitud interior, puede definirse muy bien como "mujer eucarística" (Ecclesia de Eucharistia, 53).
Quiera Dios que todas las comunidades cristianas se conviertan en "auténticas escuelas de oración", donde se ore para que no falten obreros en el vasto campo de trabajo apostólico. También es necesario que la Iglesia acompañe con constante solicitud espiritual a aquellos que Dios ha llamado y que "siguen al Cordero a dondequiera que vaya" (Ap 14, 4). Me refiero a los sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos, a los eremitas, a las vírgenes consagradas, a los miembros de los institutos seculares, en una palabra, a todos los que han recibido el don de la vocación y llevan "este tesoro en recipientes de barro" (2 Co 4, 7). En el Cuerpo místico de Cristo existe una gran variedad de ministerios y carismas (cf. 1 Co 12, 12), todos destinados a la santificación del pueblo cristiano. En la solicitud recíproca por la santidad, que debe animar a cada miembro de la Iglesia, es indispensable orar para que los "llamados" permanezcan fieles a su vocación y alcancen el grado más elevado posible de perfección evangélica.
La oración de los llamados
4. En la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis subrayé que "una exigencia imprescindible de la caridad pastoral hacia la propia Iglesia particular y hacia su futuro ministerial es la solicitud del sacerdote por dejar a alguien que tome su puesto en el servicio sacerdotal" (n. 74).
Por tanto, sabiendo que Dios llama a los que quiere (cf. Mc 3, 13), cada ministro de Cristo tiene el deber de orar con perseverancia por las vocaciones. Nadie es capaz de comprender mejor que él la urgencia de un relevo generacional que asegure personas generosas y santas para el anuncio del Evangelio y la administración de los sacramentos.
Precisamente desde esta perspectiva es sumamente necesaria "la adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión" (Vita consecrata, 63). De la santidad de los llamados depende la fuerza de su testimonio, capaz de implicar a otras personas, impulsándolas a consagrar su vida a Cristo. Esta es la manera de contrastar la disminución de las vocaciones a la vida consagrada, que amenaza la existencia de muchas obras apostólicas, sobre todo en los países de misión.
Además, la oración de los llamados, sacerdotes y personas consagradas, reviste un valor especial, porque se inserta en la oración sacerdotal de Cristo. En ellos él ruega al Padre para que santifique y mantenga en su amor a los que, aun estando en este mundo, no pertenecen a él (cf. Jn 17, 14-16).
El Espíritu Santo haga que la Iglesia entera sea un pueblo de orantes, que eleven su voz al Padre celestial para implorar vocaciones santas para el sacerdocio y la vida consagrada. Oremos para que aquellos que el Señor ha elegido y llamado sean testigos fieles y gozosos del Evangelio, al que han consagrado su existencia.
5. A ti, Señor, nos dirigimos con confianza.
Hijo de Dios,
enviado por el Padre
a los hombres
de todos los tiempos
y de todas las partes
de la tierra,
te invocamos
por medio de María,
Madre tuya y Madre nuestra:
haz que en la Iglesia
no falten las vocaciones,
sobre todo
las de especial dedicación
a tu Reino.
Jesús, único Salvador del hombre,
te rogamos
por nuestros hermanos y hermanas
que han respondido "sí"
a tu llamada al sacerdocio,
a la vida consagrada y a la misión.
Haz que su existencia
se renueve de día en día,
y se conviertan en Evangelio vivo.
Señor misericordioso y santo,
sigue enviando
nuevos obreros
a la mies de tu Reino.
Ayuda a aquellos que llamas
a seguirte en nuestro tiempo:
haz que, contemplando tu rostro,
respondan con alegría
a la estupenda misión
que les confías
para el bien de tu pueblo
y de todos los hombres.
Tú, que eres Dios,
y vives y reinas
con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amén.
Vaticano, 23 de noviembre de 2003
Mensaje del Santo Padre con ocasión de la XLI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Este es el secreto de la “vida bella” de María, según el Papa Francisco
“La Palabra de Dios”, ese era el secreto de la “vida bella” de la Virgen María, según explicó el Papa Francisco durante el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro del Vaticano este viernes 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción.
El Santo Padre explicó que María no llamaba la atención: “es de familia simple, vivía humildemente en Nazaret, un pueblecito desconocido. No era famosa. Ni siquiera cuando el ángel la visitó nadie lo supo, aquel día no había ningún ‘reportero’”.
“La Virgen tampoco había tenido una vida agitada, pero sí preocupaciones y temores: ‘quedó turbada’, dice el Evangelio, y cuando el ángel se alejó de ella, los problemas aumentaron”.
Sin embargo, el Pontífice observó que en muchas representaciones pictóricas representan a María sentada delante del ángel con un pequeño libro en las manos. “Aquel libro es la Escritura. De esa manera, María estaba dispuesta a escuchar a Dios y a detenerse con Él. La Palabra de Dios era su secreto”.
El Papa señaló que hoy “la Iglesia, hoy, felicita a María llamándola toda bella, toda limpia”. “Hoy contemplamos la belleza de María Inmaculada”.
“El Evangelio, que narra el episodio de la Anunciación, nos ayuda a comprender aquello que celebramos, sobre todo por medio del saludo del ángel”, afirmó. “Él se dirige a María con una palabra, que no es fácil de traducir, que significa ‘colmada de gracia’, ‘creada de la gracia’, ‘llena de gracia’. Antes de llamarla María la llama ‘llena de gracia’, y así revela el nombre nuevo que Dios le ha dado”.
Francisco explicó que la expresión ‘llena de gracia’ significa que “María está rebosante de la presencia de Dios. Que está totalmente habitada por Dios, que no hay lugar en ella para el pecado”.
Se trata de algo extraordinario “porque todo el mundo, desgraciadamente, está contaminado por el mal. Cada uno de nosotros, si nos miramos al interior, podemos ver los lados oscuros. Incluso los más grandes santos eran pecadores, y toda realidad, incluso la más bella, está afectada por el mal: toda, excepto María”.
“Ella –continuó– es el único ‘oasis siempre verde’ de la humanidad, la única que no está contaminada, creada inmaculada para acoger plenamente con su ‘sí’ al Dios que venía al mundo para iniciar una nueva historia”.
El Santo Padre destacó que “cada vez que la reconocemos ‘llena de gracia’ le hacemos el cumplido más grande, el mismo que hace Dios”.
“Un bello cumplido que se le puede hacer a una señora es decirle, con cortesía, que demuestra una edad joven. Cuando le decimos a María ‘llena de gracia’, en un cierto sentido le estamos diciendo también eso, en un nivel más elevado. De hecho, la reconocemos siempre joven, porque no ha sufrido nunca el envejecimiento del pecado”.
“Sólo hay una cosa que envejece de verdad: no la edad, si no el pecado. El pecado envejece, porque agarrota el corazón. Lo cierra, lo hace inerte, lo hace sufrir. Pero la ‘llena de gracia’ está limpia de pecado”, concluyó.
¿Cómo responde la Iglesia Católica a la Teoría científica de Darwin?
¿Qué hemos de pensar sobre esta teoría? Acaso hemos de rechazarla... ¿O tal vez aceptarla?
Pregunta:
¿Cómo responde la Iglesia Católica a la teoría científica de Darwin? M. M.
Respuesta:
Estimada:
Le respondo al tema de la posición de la Iglesia respecto de la evolución con el artículo de E. Wasmann, de la Enciclopedia Católica.
Los católicos y la evolución
Una de las cuestiones más importantes para todo católico educado de hoy es: ¿Qué hemos de pensar sobre la teoría de la evolución? Acaso hemos de rechazarla como sin fundamento o enemiga del cristianismo, o más bien hemos de aceptarla como una teoría establecida del todo compatible con los principios de una concepción cristiana del universo? Debemos distinguir cuidadosamente entre los diferentes significados de las palabras teoría de la evolución para poder dar una respuesta clara y correcta a esta interrogante. Distingamos (1) entre la teoría de la evolución como una hipótesis científica y como una especulación filosófica; (2) entre la teoría de la evolución basada en principios teístas y la basada en fundamentos materialistas y ateístas; (3) entre la teoría de la evolución y el Darwinismo; (4) entre la teoría de la evolución aplicada a los reinos animal y vegetal y aplicada al ser humano.
Hipótesis científica vs especulación filosófica.
Como una hipótesis científica, la teoría de la evolución busca determinar una sucesión histórica de varias especies de plantas y animales en nuestra tierra, y, con la ayuda de la paleontología y otras ciencias, tales como la morfología comparativa, la embriología y la bionomía, con el fin de demostrar que en el transcurso de las diferentes épocas geológicas, estas especies evolucionaron gradualmente desde sus inicios por causas naturales puramente de su desarrollo específico. La teoría de la evolución, entonces, como hipótesis científica, no considera las especies de plantas y animales actuales como formas directamente creadas por Dios, sino como resultado final de una evolución de otras especies existentes en períodos geológicos anteriores. Por lo tanto, es llama la ‘teoría de la evolución’ o ‘la teoría de la descendencia’ ya que implica la descendencia de las presentes especies de otras ya extintas. Esta teoría se opone a la teoría de la constancia que asume la inmutabilidad de las especies orgánicas. La teoría científica de la evolución, entonces, no se involucra con el origen de la vida. Simplemente investiga las relaciones genéticas de especies sistemáticas, géneros y familias y se propone colocarlos de acuerdo a las series de descendencia naturales (árboles genéticos).
¿Qué tan basada en hechos observados está la teoría de la evolución? Se entiende que aún solo es una hipótesis. La formación de nuevas especies se observa directamente solo en unos cuantos casos, y solamente en referencia a las formas que está íntimamente relacionadas; por ejemplo, las especies sistemáticas de género planta Oenothera, y del género escarabajo Dimarda. Sin embargo, no es difícil dar una prueba indirecta de alta probabilidad para la relación genética de muchas especies sistemáticas entre ellas y con formas fósiles, como ocurre en el desarrollo genético del caballo (Equidae), de las amonitas, y de muchos insectos, especialmente de aquéllos que viven como ‘huéspedes’ con hormigas y termitas, y que se ha adaptado de muchas maneras con anfitriones. Al comparar las pruebas científicas de la probabilidad de la teoría de la evolución, encontramos que ellos crecen en número y en peso, conforme es más pequeño el círculo de formas en consideración, pero se vuelven cada vez más débiles si incluimos un mayor número de formas, tales como las comprendidas en una clase o en un sub-reino. De hecho, no existe ninguna evidencia de la descendencia genética común de todas las plantas y animales de un mismo organismo primitivo. Por eso, hay más botánicos y zoólogos que consideran la evolución poligenética (polifilética) como más aceptable que una monogenética (monofilética). En la actualidad, sin embargo, es imposible decidir cuántas series genéticas independientes han de ser aceptadas en los reinos animal y vegetal. He ahí el meollo de la teoría de la evolución como hipótesis científica. Está en perfecta concordancia con el concepto cristiano del universo; pues la Sagrada Escritura no nos dice en qué forma las especies de plantas y de animales existentes en la actualidad fueron creadas originalmente por Dios. Tan temprano como 1877, Knabenbauer afirmó ‘que no hay objeción en lo que concierne la fe, en suponer la descendencia de toda especie animal y vegetal de unos cuantos tipos’ (Stimmen aus Maria Laach, XIII, p. 72).
Ahora bien, pasando a la teoría de la evolución como especulación filosófica, la historia de los reino animal y vegetal en nuestra tierra no es más que una pequeña parte de la historia de todo el planeta. De igual manera, el desarrollo geológico de nuestra tierra no constituye sino una pequeña parte de la historia del sistema solar y del universo. La teoría de la evolución como concepto filosófico considera la historia entera del cosmos como un desarrollo armónico, producido por leyes naturales. Este concepto está en concordancia con la visión cristiana del universo. Dios es el Creador del cielo y de la tierra. Si Dios produjo el universo por un acto creador singular de su Voluntad, entonces su desarrollo natural por medio de leyes implantadas en él por el Creador, es para mayor gloria de su Poder y Sabiduría Divinos. Santo Tomás dice: ‘La potencia de la causa es mayor entre más remotos los efectos a los que se extiende.’ (Summa c. Gent., III, c1xxvi); y Suarez: ‘Dios no interfiere directamente con el orden natural, allí donde las causas secundarias son suficientes para producir el efecto deseado.’ (De opere sex dierum, II, c.x, n.13). A la luz de este principio de la interpretación cristiana de la naturaleza, la historia de los reinos vegetal y animal en nuestro planeta es, por decirlo así, un versículo en un volumen de un millón de páginas en que el desarrollo natural del cosmos está descrito y sobre cuya portada está escrito: ‘En el principio Dios creó el cielo y la tierra.’
Teorías teístas y ateístas de la evolución
La teoría de la evolución citada antes, se basa en un fundamento teísta. A diferencia de esto, existe otra teoría que tiene bases materialistas y ateístas, cuyo primer principio es la negación de un Creador como persona. La teoría ateísta de la evolución es ineficaz para dar cuenta de los primeros inicios del cosmos o de la ley de su evolución ya que no admite ni creador ni legislador. Por otra parte, la ciencia natural ha probado la generación espontánea -es decir el génesis independiente de un ser viviente a partir de materia no viviente-contradice los hechos observados. Por esta razón, la teoría teísta de la evolución postula una intervención por parte del Creador en la producción de los primeros organismos. Cuándo y cómo fueron implantadas las primeras semillas de la vida, no lo sabemos. La teoría cristiana de la evolución también demanda un acto creador para el origen del alma humana, ya que el alma no puede tener su origen en la materia. La teoría ateísta de la evolución, por el contrario, rechaza el supuesto de una alma separada de la materia, y por lo tanto se hunde en un simple y sencillo materialismo.
La teoría de la evolución vs Darwinismo
El Darwinismo y la teoría de la evolución no son de ninguna manera conceptos equivalentes. La teoría de la evolución fue propuesta antes de Charles Darwin, por Lamarck (1809) y Geoffrey de St Hilaire. Darwin en 1859, le dio una nueva forma tratando de explicar el origen de las especies por medio de la selección natural. De acuerdo con esta teoría, la reproducción de nuevas especies depende de la supervivencia del más fuerte en la lucha por la existencia. La teoría de la selección de Darwin es Darwinismo -en el sentido más estricto y preciso de la palabra. Como teoría, es inadecuada científicamente ya que no da razón del origen de atributos adaptados para el propósito, lo cual debe remitirse a las causas originales, interiores de la evolución. Haeckel, junto con otros materialistas, amplió esta teoría de la selección a una idea filosófica del mundo, intentando así explicar toda la evolución del cosmos mediante la supervivencia azarosa del más fuerte. Esta teoría es Darwinismo en el segundo y más amplio sentido de la palabra. Es esa forma ateísta de la teoría de la evolución que fue señalada arriba (en el numeral 2) como insostenible. El tercer significado del término Darwinismo surgió de la aplicación de la teoría de la selección al ser humano, la cual es igualmente imposible de aceptar. En cuarto lugar, el Darwinismo con frecuencia, en el uso popular, representa la teoría de la evolución en general. Este uso de la palabra se basa en una confusión evidente de ideas, y debe, por lo tanto, dejarse de lado.
Evolución humana vs Evolución animal y vegetal
¿Hasta qué punto la teoría de la evolución es aplicable al hombre? Que Dios debió haber hecho uso de causas originales, evolutivas y naturales en la producción del cuerpo del ser humano, es per se no improbable, y fue propuesto por San Agustín (veáse Agustín de Hipona, San, bajo V. Agustinismo en la historia). Las pruebas actuales de que el cuerpo humano desciende de los animales son sin embargo, inadecuadas y especialmente con respecto a la paleontología. Y el alma humana no puede haber derivado, mediante la evolución natural, de seres brutos, ya que es de naturaleza espiritual; por lo cual, hemos de referir su origen a un acto creador de parte de Dios. Para una exposición más profunda, Wasmann, Biología Moderna y la Teoría de la evolución (Freiburg im Br., 1904). De la literatura más antigua, Mivort, Sobre el génesis de las especies (Londres y New York, 1871).
E. WASMANN
Agradecimiento a la iglesia Santa María, Akron, Ohio
Traducido por Delma González Duarte