«Observaban a Jesús... para acusarlo»

Evangelio según San Marcos 3,1-6. 

Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. 
Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. 
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: "Ven y colócate aquí delante". 
Y les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron. 
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada. 
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él. 

San Antonio de Egipto

San Antonio «el grande», abad

Memoria de san Antonio, abad, quien, habiendo perdido a sus padres, distribuyó todos sus bienes entre los pobres, siguiendo la indicación evangélica, y se retiró a la soledad de la región de Tebaida, en Egipto, donde llevó vida ascética. Trabajó para reforzar la acción de la Iglesia, sostuvo a los confesores de la fe durante la persecución desencadenada bajo el emperador Diocleciano, apoyó a san Atanasio contra los arrianos y reunió a tantos discípulos que mereció ser considerado padre de los monjes.

San Antonio nació en una población del alto Egipto, al sur de Menfis, el año 251. Sus padres, que eran cristianos, le guardaron tan celosamente durante sus primeros años, que Antonio creció en una ignorancia absoluta de la literatura y no conocía otra lengua que la propia. A la muerte de sus padres cuando Antonio tenía veinte años, heredó una considerable fortuna y el cuidado de su hermana pequeña. Seis meses después, oyó leer en la iglesia las palabras de Cristo al joven rico: «Ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y poseerás un tesoro en el cielo». Sintiéndose aludido por esas palabras, Antonio volvió a su casa y regaló a sus vecinos lo mejor de sus tierras; el resto lo vendió, y repartió el producto entre los pobres, guardando sólo lo estrictamente necesario para él y su hermana.

Poco después, oyendo en la iglesia el comentario de las palabras de Cristo: «No os preocupéis por el día de mañana»... distribuyó lo poco que había guardado y colocó a su hermana en una casa de vírgenes, que era probablemente el primer monasterio femenino del que se conserve memoria. Por su parte, Antonio se retiró a la soledad, siguiendo el ejemplo de un anciano ermitaño de los alrededores. El trabajo manual, la oración y la lectura constituyeron en adelante su principal ocupación. Su fervor era tan grande que, en cuanto oía hablar de algún virtuoso ermitaño, partía en busca de él para aprovechar su ejemplo y sus consejos. De este modo, Antonio se convirtió pronto en un modelo de humildad, caridad, espíritu de oración y otras virtudes.

El demonio le asaltó con muchas tentaciones, representándole todo el bien que podía haber hecho, si hubiese conservado sus riquezas, y haciéndole sentir todas las dificultades de su condición de ermitaño. Era ésta una tentación común del enemigo, que tiende a hacer que los hombres se sientan descontentos de la vocación a la que Dios les ha llamado. Como el joven novicio resistiera valientemente el asalto, el demonio cambió de táctica y empezó a molestarle noche y día con pensamientos obscenos. Antonio opuso a estos ataques la más severa vigilancia sobre sus sentidos, el ayuno prolongado y la oración. El demonio se le apareció entonces; primero, bajo la forma de una hermosa mujer para seducirle, y después, bajo la forma de un negro para aterrorizarle, hasta que al fin se dio por vencido y le dejó en paz. El santo se alimentaba exclusivamente de pan con un poco de sal, y no bebía más que agua. Nunca comía antes de la caída del sol y, en ciertas épocas, sólo cada tres o cuatro días. Dormía sobre una burda estera o en el suelo. Deseoso de mayor soledad, se retiró a un antiguo cementerio, adonde un amigo le llevaba un poco de pan, de vez en cuando. Dios permitió que el diablo le atacara nuevamente allí en forma visible, y que hiciera toda especie de ruidos para infundirle temor. En una ocasión, el demonio le golpeó tan rudamente, que un amigo encontró a Antonio medio muerto.

Al volver en sí, exclamó: «¿Dónde te has escondido, Señor? ¿Por qué no estabas aquí para ayudarme?» A lo que una voz respondió: «Aquí estaba yo, Antonio, asistiéndote en el combate; y, como has resistido valientemente al enemigo, te protegeré siempre y haré que tu nombre sea famoso en toda la tierra».

Desde que había abandonado el mundo, en el año 272, Antonio vivió en sitios no muy alejados de su pueblo natal, Komán. San Atanasio hace notar que antes de él muchos otros siervos de Dios habían vivido en el retiro cerca de las ciudades, y que algunos llevaban una vida retirada, sin salir de ellas. El nombre con el que se designaba a estos siervos de Dios era el de ascetas, tomado del sustantivo griego que significa práctica o entrenamiento, ya que se entregaban al ejercicio de la mortificación y la oración. En los más antiguos escritos encontramos la mención de estos ascetas, y Orígenes nos cuenta, hacia el año 249, que se abstenían de la carne, como los discípulos de Pitágoras. Eusebio relata que san Pedro de Alejandría practicaba austeridades comparables a las de los ascetas, así como Panfilio, y san Jerónimo aplica la misma expresión a Pierio. San Antonio había llevado esta forma de vida, cerca de Komán, hasta el año 285 más o menos, pero a los treinta y cinco años de edad, pasó a la ribera oriental del Nilo y fijó su morada en la cumbre de un monte. Allí vivió casi veinte años, sin ver apenas ser humano alguno, fuera del hombre que le traía pan cada seis meses.

Para satisfacer los deseos de muchos, hacia el año 305, a los cincuenta y cuatro de su edad, abandonó su celda en la montaña y fundó un monasterio en Fayo. El monasterio consistía originalmente en una serie de celdas aisladas, pero no podemos afirmar con certeza que todas las colonias de ascetas fundadas por san Antonio estaban concebidas en la misma forma. El santo no tenía residencia permanente en ninguna de las colonias, pero las visitaba de cuando en cuando. San Atanasio cuenta que para ir al primer monasterio, san Antonio tenía que atravesar el canal Arsinoítico, que estaba infestado de cocodrilos. Parece que las distracciones que ocasionaron al santo estas fundaciones le produjeron graves escrúpulos, y aun se cuenta que le asaltó la tentación de desesperación y que sólo pudo vencerla a fuerza de insistir en la oración y el trabajo manual. En la época de las fundaciones, san Antonio se alimentaba con seis onzas de pan mojado en agua, añadiendo algunas veces unos cuantos dátiles. Generalmente comía al atardecer. En su ancianidad tomaba además un poco de aceite. Aunque en ciertas épocas sólo comía cada tres o cuatro días, parecía vigoroso y se mostraba siempre alegre. Los visitantes le reconocían entre sus discípulos por la alegría de su rostro, que era un reflejo de la paz de que gozaba su alma. San Antonio exhortaba a sus hermanos a preocuparse lo menos posible por su cuerpo, pero se guardaba bien de confundir la perfección, que consiste en el amor de Dios, con la mortificación. Aconsejaba a sus monjes que pensaran cada mañana que tal vez no vivirían hasta el fin del día, y que ejecutaran cada acción, como si fuera la última de su vida. «El demonio -decía- teme al ayuno, la oración, la humildad y las buenas obras, y queda reducido a la impotencia ante la señal de la cruz». Contaba a los monjes que, en una ocasión en que el demonio se le había aparecido, le había dicho que pidiera cuanto quisiera porque él era el poder de Dios, el tentador desapareció tan pronto como invocó el nombre de Jesús.

Al recrudecerse la persecución de Maximino, el año 311, san Antonio se dirigió a Alejandría para animar a los mártires. Vestido con su túnica de piel de cordero, no tuvo miedo de presentarse ante el gobernador, pero se guardó de provocar presuntuosamente a los jueces y de entregarse ingenuamente, como lo hacían otros. Una vez pasada la persecución, volvió a su monasterio y, poco después fundó otro, llamado Pispir, cerca del Nilo. Sin embargo, vivía generalmente en un monte de difícil acceso, con su discípulo Macario, quien se encargaba de recibir a los visitantes; si Macario encontraba a éstos suficientemente espirituales, san Antonio conversaba con ellos; si no, Macario les daba algunos consejos y san Antonio sólo aparecía para predicarles un corto sermón. El santo tuvo cierta vez una visión en la que toda la tierra se le apareció tan cubierta de serpientes, que parecía imposible dar un paso sobre ella. Ante tal espectáculo, el santo exclamó: «¿Quién podrá escapar, Señor?» Una voz respondió: «La humildad, Antonio».

San Antonio cultivaba un pequeño huerto en la montaña, pero no era éste su único trabajo manual. San Atanasio refiere que su ocupación más ordinaria era la confección de esteras. Se cuenta que en cierta ocasión le asaltó la tentación de abatimiento, al sentirse impotente para la contemplación ininterrumpida, pero la visión de un ángel que tejía esteras y oraba a intervalos regulares, le hizo comprender que debía mezclar el trabajo con la oración. Por lo demás, el mismo ángel le dijo: «Haz lo que me ves hacer y encontrarás la solución». San Atanasio nos dice que el santo no interrumpía la oración mientras trabajaba. San Antonio pasaba gran parte de la noche en contemplación. Algunas veces, cuando el sol del amanecer le llamaba a sus diarias tareas, el santo se quejaba de que, con su luz exterior, le oscurecía la luz interior que brillaba en las sombras de su soledad. Antonio se levantaba siempre a media noche, después de un corto descanso, y hacía oración con los brazos en cruz hasta el amanecer, cuando no hasta las tres de la tarde, según cuenta Paladio en Historia Lausiaca.

El año 339, san Antonio tuvo una visión en la que le fueron revelados, bajo la figura de unas muías que derribaban a coces un altar, los desastres que debía causar dos años más tarde, la persecución arriana en Alejandría. Semejante visión le produjo un horror tan profundo, que no se atrevía a dirigir la palabra a los herejes, más que para exhortarlos a abrazar la verdadera fe, y echó de la montaña a todos los arrianos, llamándoles serpientes venenosas. A petición de los obispos, hacia el año 355, hizo un viaje a Alejandría para refutar a los arrianos. Allí predicó la consustancialidad del Hijo con el Padre, acusando a los arrianos a confundirse con los paganos «que adoran y sirven a la creatura más bien que al Creador», ya que hacían del Hijo de Dios una creatura. Todo el pueblo se reunía para verle y escucharle. Aun los mismos paganos, impresionados por su dignidad, se apretujaban a su alrededor, diciendo: «Queremos ver al hombre de Dios». Antonio convirtió a muchos de ellos y obró algunos milagros. San Atanasio le acompañó a su vuelta hasta las puertas de la ciudad, donde curó a una muchacha poseída de un mal espíritu. Como el gobernador le rogase que permaneciera más tiempo en la ciudad, Antonio respondió: «Como el pez muere fuera del agua, así muere el espíritu del monje fuera de su retiro».

San Jerónimo relata que Antonio visitó en Alejandría al famoso Dídimo, el ciego que dirigía la escuela catequética de dicha ciudad, y que le exhortó a no lamentar demasiado la falta de la vista, que no pasa de ser un bien que el hombre comparte con los insectos, sino por el contrario, regocijarse de poseer la luz interior de la que gozan los apóstoles y que les permite ver a Dios y fomentar su amor. Los filósofos paganos que iban a discutir con él, volvían admirados de su mansedumbre y sabiduría. Como cierto filósofo le preguntase cómo podía pasar su vida en la soledad sin tener ningún libro, Antonio le contestó que la naturaleza era su gran libro y que ése suplía a todos los otros. En otra ocasión, al ver que ciertos filósofos se burlaban de su ignorancia, les preguntó con gran sencillez si había que preferir los libros al sentido común o más bien al contrario, y cuál de estos dos bienes había producido al otro. Los filósofos respondieron: «El sentido común». «Pues bien, -les dijo Antonio-, eso significa que el sentido común basta». A otros cavilosos que le preguntaban por qué creía en Cristo, Antonio les dejó callados, demostrándoles que degradaban la noción de divinidad al atribuirla a las pasiones humanas, que la humillación de la cruz es la gran demostración de la infinita bondad, y que la resurrección de Cristo y los milagros por Él obrados prueban que la ignominia de la Pasión es, en realidad, la mayor de las glorias. San Atanasio anota que Antonio discutió con esos filósofos griegos valiéndose de un intérprete. Un poco más adelante afirma que ningún afligido visitó nunca a Antonio, sin volver lleno de consuelo a su casa, y relata muchos de sus milagros, visiones y revelaciones.

Alrededor del año 337, Constantino el Grande y sus dos hijos, Constancio y Constante, escribieron una carta al santo, encomendándose a sus oraciones. Al ver que sus monjes se sorprendían de ello, san Antonio les dijo: «No os admiréis de que el emperador escriba a un pobre hombre como yo; admiraos más bien de que Dios nos haya escrito a los hombres y nos haya hablado por su Hijo». Antonio decía que ignoraba cómo responder al emperador; pero al fin, importunado por sus discípulos, le escribió una carta que san Atanasio nos ha conservado, en la que le exhorta a no perder de vista el juicio de Dios. San Jerónimo menciona otras siete cartas de Antonio a diversos monasterios. Una de sus máximas favoritas era la de que el conocimiento de nosotros mismos es la base para el conocimiento y el amor de Dios. Los bolandistas copian una carta de san Antonio a san Teodoro, abad de Tabena, en la que el santo cuenta que Dios le ha revelado que tiene misericordia de los verdaderos adoradores de Cristo, a pesar de sus caídas, con tal de que se arrepientan sinceramente. Una regla monástica, que lleva el nombre de san Antonio, nos revela, según toda probabilidad, los principales puntos de su sistema ascético. En todo caso, su ejemplo y consejos han servido de base a todas las reglas monásticas de las épocas subsiguientes. Se cuenta que san Antonio, al observar la sorpresa de sus discípulos ante las multitudes que abrazaban la vida religiosa, les dijo con lágrimas en los ojos que vendría un tiempo en el que los monjes se regocijarían de vivir en las ciudades, en casas ricas y con mesas bien provistas, y que sólo se distinguirían por el vestido, del resto de las gentes; pero que habría aun entre ellos algunos que buscarían sinceramente la perfección.

San Antonio visitó a sus monjes poco antes de su muerte, que predijo exactamente, pero se negó a quedarse para morir entre ellos. San Atanasio deja ver que los cristianos habían empezado a imitar la costumbre pagana de embalsamar los cadáveres, hábito que había condenado frecuentemente como producto de la vanidad y la superstición, por lo que san Antonio ordenó que le sepultaran en la tierra, junto a su celda de la montaña. Volviendo apresuradamente a su retiro en el monte Kolzim, cerca del Mar Rojo, cayó enfermo poco después. Entonces repitió a sus discípulos, Macario y Amatas, la orden de sepultarle allí secretamente, diciendo: «El día de la resurrección recibiré mi cuerpo incorrupto de las mismas manos de Jesucristo». Les mandó igualmente que dieran una de sus túnicas de piel de cordero y el sayal en el que yacía, al obispo Atanasio, como testimonio público de que moría en comunión de fe con el santo prelado; que dieran su otra túnica al obispo Serapión, y que conservaran para ellos su cilicio. «Adiós, hijos míos, Antonio se va y no volverá a estar con vosotros». Diciendo estas palabras, les abrazó, extendió un poco los pies y murió apaciblemente. Su muerte acaeció en el año 356, probablemente el 17 de enero, día en que le conmemoran los martirologios más antiguos. Tenía ciento cinco años. Desde su juventud hasta esa avanzada edad, había mantenido siempre el mismo fervor y austeridad. A pesar de ello, nunca había estado enfermo, conservaba la vista en perfecto estado y no había perdido ningún diente. Sus dos discípulos le enterraron según sus deseos. Parece que en 561, sus restos fueron descubiertos y trasladados a Alejandría, después a Constantinopla, y finalmente a Vienne de Francia. Los bolandistas han editado una narración de muchos milagros obtenidos por su intercesión, especialmente los relacionados con la epidemia conocida con el nombre de «Fuego de san Antonio», que azotó a Europa en el siglo XI, hacia la época de la traslación de sus famosas reliquias a occidente.

Las imágenes representan frecuentemente a san Antonio con una cruz en forma de T, una campanita, un cerdo, y a veces un libro. La cruz parece ser un símbolo de la avanzada edad y de la autoridad abacial del santo, aunque no es imposible que constituya una alusión al constante uso de la señal de la cruz que san Antonio hacía en las tentaciones. El cerdo representaba originalmente al diablo, pero en el siglo XII adquirió un nuevo significado, debido a la popularidad de los Hermanos Hospitalarios de san Antonio, fundados en Clermont en 1096. Por sus obras de caridad se hicieron amar del pueblo, que les autorizó, en muchas partes, a engordar gratuitamente sus cerdos en los bosques. Probablemente, uno o dos cerdos del rebaño llevaban atada una campanita, o tal vez los porqueros anunciaban su llegada tocando una campana. En todo caso, parece cierto que la campanita está relacionada con los miembros de esa orden, y que de allí pasó a ser un atributo de san Antonio. El libro representa sin duda el «libro de la naturaleza», en el que el santo compensaba su falta de lecturas. Algunas imágenes simbolizan en lenguas de fuego la epidemia del «Fuego de san Antonio», contra la que se invocaba especialmente al santo. [Dicha epidemia recibió también el nombre de «fuego sagrado» y de «fuego del infierno». Más tarde se identificó esa enfermedad con la erisipela; pero originalmente parece haber sido un mal mucho más contagioso y virulento, producido por la harina de grano plagado.] La popularidad de san Antonio, que se debe en gran parte a la prevalencia de esa epidemia (ver, por ejemplo, la Vida de san Hugo de Lincoln), fue muy grande en los siglos XII y XIII. Probablemente por asociación con el cerdo, san Antonio empezó a ser invocado como patrón de los animales domésticos y del ganado, y el gremio de los carniceros y otros se pusieron bajo su protección. La liturgia bizantina invoca el nombre de san Antonio en la preparación eucarística, y el rito copto y el armenio le conmemoran en el canon de la misa.

Oremos
Señor, tú que inspiraste a San Antonio Abad el deseo de retirarse al desierto para servirte allí con una vida admirable, haz que, por su intercesión, tengamos la fuerza de renunciar a todo lo que nos separe de ti y sepamos amarte por encima de todo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de la Paz, Roma (1483). Nuestra Señora de Pontmain, Francia (1871)

Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301), monja benedictina Ejercicios, n° 7; SC 127

«Observaban a Jesús... para acusarlo»

A la hora de la oración, ponte en presencia de la paz y del amor: ¡Oh paz de Dios que sobrepasas todo sentimiento! (Fl 4,7), paciente y agradable, dulce y preferible a todo, por donde penetras, reina una seguridad imperturbable. Sólo tú, tienes el poder de frenar la cólera del soberano; adornas el trono del rey con clemencia; iluminas el reino de la gloria con piedad y misericordia.

Por favor, encárgate de mi causa, yo, el culpable y el indigente... Que el acreedor está ya a la puerta... no es prudente hablarle, ya que no tengo con qué pagar mi deuda. ¿Dulce Jesús, mi paz, cuánto tiempo estarás en silencio?... Por favor, ahora, por lo menos, habla por mí, diciendo esta palabra caritativa: " Yo, la rescataré". Tú, tu eres ciertamente el refugio de todos los pobres. No pasas cerca de nadie sin salvarlo. Tú, jamás dejaste irse al que se había refugiado cerca de tuyo, sin que fuera reconciliado...

Por favor, mi amor, mi Jesús, a esta hora del día, fuiste flagelado por mí, coronado de espinas, abrevado lamentablemente por sufrimientos. Eres mi verdadero rey, fuera de ti no conozco otro. Te hiciste el oprobio de los hombres, despreciado y rechazado como un leproso (Is 53,3), hasta en Judea se niegan a reconocerte como su rey (Jn 19,14-15). ¡Por tu gracia, que yo, por lo menos, te reconozca como mi rey! Dios mío, dame esta inocencia, tan tiernamente deseada, mi Jesús, que "pagaste" tan plenamente por mí, «lo que no habías robado " (Sal. 68,5); dámelo para que sea el apoyo de mi alma. Qué la reciba en mi corazón; qué por la amargura de sus dolores y de su Pasión reconforte mi espíritu...

Y tú, paz de Dios, eres el amado lazo que me encadena para siempre a Jesús. Eres el apoyo de mi fuerza..., a fin de que sea "un solo corazón y una sola alma" con Jesús (Hch. 4,32)... Por ti, permaneceré atado para siempre a mi Jesús.

BARROS ASISTE AL ENCUENTRO CON FRANCISCO EN LA SACRISTÍA DE LA CATEDRAL
El Papa, a los obispos: "Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados"

"La Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos"

Jesús Bastante, 16 de enero de 2018 a las 23:15

 El Papa, con los obispos chilenos. Entre ellos, Juan BarrosA. Spadaro

No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie. Y aquí, pedir, pedir al Espíritu Santo el don de soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo

(J. B.).- "Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como 'loros' lo que decimos". Tras su encuentro con la vida religiosa, Francisco habló brevemente a los 34 obispos chilenos. Entre ellos, Juan Barros, cuya presencia ha desatado una cadena de críticas que amenazan con amargar la ruta papal.

Fue muy breve Bergoglio en su intervención, conocedor de que hace apenas un año los obispos chilenos reaizaban la visita Ad Limina, y que allí habían tratado todos los temas. Sí quiso Francisco hacer hincapie en la crítica al clericalismo, que "va apagando el fuego profético de la Iglesia", recordando a los prelados que "la Iglesia no es ni será nunca de una elite de sacerdotes u obispos". Antes de nada, el Papa saludó a Mons. Bernardino Piñera Carvallo, "el obispo más anciano del mundo", que ha vivido "cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. Hermosa memoria viviente".

En su discurso, Bergoglio pidió "estar cerca de nuestros consagrados, de nuestros presbíteros", puesto que "si el pastor anda disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo".

Una paternidad "que no ni paternalismo ni abuso de autoridad", sino "un don a pedir", que se basa en "la conciencia de ser pueblo", frente a la conciencia de orfandad de nuestras sociedades.

"Nos olvidamos de que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos", advirtió Bergoglio, quien añadió que "no podremos sostener nuestra vida, nuestra vocación o ministerio sin esta conciencia de ser Pueblo"

"La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida", criticó el Papa.

Un error que lleva a olvidar que "la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo", lo que "limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro".

Y es que, concluyó el Papa, "el clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados".

Por ello, pidió a los obispos que su misión se dé "en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie".

"Y aquí, pedir, pedir al Espíritu Santo el don de soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo", desde las costumbres a los horarios, pasando por "toda estructura eclesial", para beneficio de todo el pueblo santo de Dios.

Tras su discurso a los obispos, el Papa se dirigió al santuario de San Alberto Hurtado, y cerró el día con un encuentro privado con las comunidades jesuitas.

Palabras del Papa:

Queridos hermanos:

Agradezco las palabras que el Presidente de la Conferencia Episcopal me ha dirigido en nombre de todos ustedes.
En primer lugar, quiero saludar a Mons. Bernardino Piñera Carvallo, que este año cumplirá 60 años de obispo (es el obispo más anciano del mundo, tanto en edad como en años de episcopado), y que ha vivido cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. Hermosa memoria viviente.

Dentro de poco se cumplirá un año de su visita ad limina, ahora me tocó a mí venir a visitarlos y me alegra que este encuentro sea después de haber estado con el «mundo consagrado». Ya que una de nuestras principales tareas consiste precisamente en estar cerca de nuestros consagrados, de nuestros presbíteros. Si el pastor anda disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo. Hermanos, ¡la paternidad del obispo con su presbiterio! Una paternidad que no es ni paternalismo ni abuso de autoridad. Un don a pedir. Estén cerca de sus curas al estilo de san José. Una paternidad que ayuda a crecer y a desarrollar los carismas que el Espíritu ha querido derramar en sus respectivos presbiterios.

Sé que tenemos poco tiempo para este «saludo», pero me gustaría retomar algunos puntos del encuentro que tuvimos en Roma y que puedo resumir en la siguiente frase: la conciencia de ser pueblo.

Uno de los problemas que enfrentan nuestras sociedades hoy en día es el sentimiento de orfandad, es decir, sentir que no pertenecen a nadie. Este sentir «postmoderno» se puede colar en nosotros y en nuestro clero; entonces empezamos a creer que no pertenecemos a nadie, nos olvidamos de que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos. No podremos sostener nuestra vida, nuestra vocación o ministerio sin esta conciencia de ser Pueblo. Olvidarnos de esto -como expresé a la Comisión para América Latina- «acarrea varios riesgos y/o deformaciones en nuestra propia vivencia personal y comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado».[1] La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida.

La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que decimos. «El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados».[2]

Velemos, por favor, contra esta tentación, especialmente en los seminarios y en todo el proceso formativo. Los seminarios deben poner el énfasis en que los futuros sacerdotes sean capaces de servir al santo Pueblo fiel de Dios, reconociendo la diversidad de culturas y renunciando a la tentación de cualquier forma de clericalismo. El sacerdote es ministro de Jesucristo: protagonista que se hace presente en todo el Pueblo de Dios. Los sacerdotes del mañana deben formarse mirando al mañana: su ministerio se desarrollará en un mundo secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros pastores discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en ese escenario concreto y no en nuestros «mundos o estados ideales». Una misión que se da en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie.
Y aquí, pedir, pedir al Espíritu Santo el don de soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización de Chile más que para una autopreservación eclesiástica. No le tengamos miedo a despojarnos de lo que nos aparte del mandato misionero.[3]

Hermanos, encomendémonos a la protección maternal de María, Madre de Chile. Recemos juntos por nuestros presbiterios, por nuestros consagrados; recemos por el santo Pueblo fiel de Dios.
_______________________
[1] Carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (21 marzo 2016).
[2] Ibíd.
[3] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27.

Endurecer el corazón

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo. Cambia mi corazón de piedra, por un corazón de carne capaz de amar.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Del santo Evangelio según san Marcos 3, 1-6

En aquel tiempo, Jesús entró en la sinagoga, donde había un hombre que tenía tullida una mano. Los fariseos estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poder acusarlo. Jesús le dijo al tullido: "Levántate y ponte allí en medio". Después les preguntó: "¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?" Ellos se quedaron callados. Entonces, mirándolos con ira y con tristeza, porque no querían entender, le dijo al hombre: "Extiende tu mano". La extendió, y su mano quedó sana.

Entonces se salieron los fariseos y comenzaron a hacer planes con los del partido de Herodes para matar a Jesús.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Éste es el único pasaje en donde se nos muestra una mirada de Jesús de ira hacia los que estaban a su alrededor (fariseos), entristecido por la ceguera de sus corazones. Jesús también se entristece por nuestra ceguera de corazón.

¿Por qué tenían esta ceguera? ¿Cómo llegamos a cegarnos? Lo único que ciega nuestros corazones, es nuestra soberbia, pues no aceptamos lo que Dios hace en nuestras vidas. Para los fariseos, Cristo les era incomodo, porque pedía cosas que ellos no estaban dispuestos a aceptar. Es así como poco a poco van endureciendo su corazón, cerrándole las puertas y no dejándolo entrar.

La ira de Cristo es de tristeza, pues sabe que ellos tienen todo para ser felices con solo abrir sus corazones; pero no los obliga, los deja en libertad. Nuestro corazón sólo se puede abrir de nuestro lado. Si no somos nosotros quienes lo abrimos, nadie más lo hará.

Esto lo percibimos en nuestra vida: siempre podemos tomar o el bien o el mal, está la realidad humana de la libertad. Dios nos ha hecho libres, la elección es nuestra. Pero el Señor no nos deja solos, nos enseña, nos advierte: estate atento, está el bien y el mal; adorar a Dios, cumplir los mandamientos es el camino del bien; ir a otra parte, el camino de los ídolos, de los falsos dioses -muchos falsos dioses- que hacen equivocar la vida. Y esta es una realidad: la realidad del hombre es que todos nosotros estamos ante el bien y el mal.

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de marzo de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy haré una visita a Cristo Eucaristía pidiéndole la gracia de aceptar en todo momento su voluntad, aunque sea contraria a la mía.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

De corazón de piedra a corazón de carne

Dejaré que Jesús me extirpe ese corazón duro, de piedra, para darme un corazón de carne

Golpes de la vida, traiciones, engaños, o simplemente el paso del tiempo, endurecen corazones, apagan entusiasmos, destruyen alegrías.

A veces por culpa de otros, muchas otras veces por nuestra propia culpa, hemos dejado que el corazón empiece a secarse. Entonces nos hacemos insensibles a las penas del amigo, a las necesidades de familiares, a los problemas de quienes viven cerca o lejos, a los sufrimientos de Jesús en el Calvario.

Caemos en esa dureza que nos lleva a juzgar, a condenar, a mirar con desprecio. Desconfiamos de los demás. Incluso al mirar al cielo, parece que tenemos para Dios más reproches que alabanzas.

Es entonces cuando necesitamos acercarnos al Corazón de Cristo. Un Corazón lleno de amor al Padre y a los hombres. Un Corazón que vino no por los justos, sino por los pecadores. Un Corazón que siente pena profunda al ver a tantos hombres y mujeres perdidos, abandonados, solos, como ovejas que deambulan sin pastor (cf. Mt 9,36).

Ese Corazón me enseñará a ver el mundo con ojos distintos. Quitará de mis ojos escamas de avaricia, y pondrá el brillo de la mirada luminosa de un niño que confía plenamente en su Padre. Quitará de mis arterias rencores que envenenan, y pondrá una sangre limpia y dispuesta a servir a los hermanos. Quitará de mi inteligencia cálculos retorcidos y egoístas, y me dará fuerzas para pensar en grande, con una mente como la del mismo Cristo.

Ese Corazón me invitará a ser manso y humilde (cf. Mt 11,29). Manso ante quienes, tal vez con intenciones buenas (sólo Dios sabe lo que hay dentro de cada uno) me hacen daño, me insultan, me desprecian. Manso ante quienes son vengativos y llenos de odios hacia los demás o hacia mí. Manso ante quienes provocan con violencia y pueden ser vencidos con el bálsamo del perdón y de la acogida benévola.

También me ayudará a ser humilde. Humilde para no desanimarme ante esas faltas que no llego a expulsar de mi alma. Humilde para no envidiar a quien va “delante” y parece vivir rodeado de triunfos, y para no despreciar a quien tal vez ha caído en un pecado que parece más grande que los míos. Humilde para reconocer que todos los dones vienen de Dios, que por mí mismo no puedo dar un solo paso en el camino de la gracia. Humilde para acudir, las veces que haga falta, al sacramento de la confesión, con lágrimas sinceras y con la confianza del hijo que busca a quien vino no para juzgar, sino para salvar (cf. Jn 12,47).

Entonces será posible el milagro: dejaré que Jesús extirpe de mis entrañas ese corazón duro, de piedra, para darme un corazón de carne (cf. Ez 11,19; 36,26); un corazón revestido “de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3,12). Un corazón nuevo, que confía como un niño en el amor constante del Padre, que se deja levantar como oveja rescatada por el Hijo, que se inflama de gratitud y de esperanza en el Espíritu.

Preguntas o comentarios al autor

Fernando Pascual LC

Oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús

Señor Jesucristo, arrodillados a tus pies, consagramos alegremente nuestra familia a tu Divino Corazón.

Sé, hoy y siempre, nuestro Guía,
el Jefe protector de nuestro hogar,
el Rey y Centro de nuestros corazones.

Bendice a nuestra familia, nuestra casa, a nuestros vecinos, parientes y amigos.

Ayúdanos a cumplir fielmente nuestros deberes, y participa de nuestras alegrías y angustias, de nuestras esperanzas y dudas, de nuestro trabajo y de nuestras diversiones.

Danos fuerza, Señor, para que carguemos nuestra cruz de cada día y sepamos ofrecer todos nuestros actos, junto con tu sacrificio, al Padre.

Que la justicia, la fraternidad, el perdón y la misericordia estén presentes en nuestro hogar y en nuestros grupos de amigos de estudio y trabajo.
Queremos ser instrumentos de paz y de vida.

Que nuestro amor a tu Corazón compense,
de alguna manera, la frialdad y la indiferencia, la ingratitud y la falta de amor de quienes no te conocen, te desprecian o rechazan.

Sagrado Corazón de Jesús, tenemos confianza en Ti.

Confianza profunda, ilimitada.
______________________________

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús Una devoción permanente y actual.

Junio, mes del Sagrado Corazón 

Orígen y significado de la fiesta, promesas del Sagrado Corazón.

EL PAPA SE REUNIÓ POR SORPRESA CON VÍCTIMAS DE ABUSOS SEXUALES EN CHILE
Francisco escucha, reza y llora con los abusados del clero chileno

El encuentro, en Nunciatura, en privado: "Sólo el Papa y ellos"

José Manuel Vidal, 17 de enero de 2018 a las 08:40

El Papa y el ojo de la cerradura Bozojc ‏

RELIGIÓN | AMÉRICA

Burke no quiso dar más detalles del grupo por la privacidad de estas personas, ni reveló a qué casos se referían sus historias

El Papa manifiesta su "dolor y su vergüenza" por los abusos sexuales del clero chileno

(José M. Vidal/Agencias).- Primero la teoría y, después, la práctica. Por la mañana, el Papa Francisco pidió solemnemente perdón por el "dolor y la vergüenza" de lso abusos del clero chileno. Y, por la tarde-noche, se reunió en privado con algunas de las víctimas de la plaga de la pederastia. Para escuchar su pena y ofrecerles consuelo.

El Papa Francisco se encontró este martes con un grupo de víctimas de abusos sexuales por parte del clero chileno en la nunciatura de Santiago de Chile, en un momento de pausa de su visita a este país, informó el portavoz vaticano, Greg Burke.

El encuentro fue con un pequeño grupo de víctimas y ha tenido lugar en forma privada después del almuerzo y no había nadie presente, "solo el Papa y ellos. Han podido contar sus sufrimientos al Papa Francisco, que les ha escuchado y ha rezado y llorado con ellos explicó el portavoz.

Burke no quiso dar más detalles del grupo por la privacidad de estas personas, ni reveló a qué casos se referían sus historias.

El portavoz vaticano explicó que las dos palabras en las que se puede resumir la jornada de hoy, la primera oficial de la visita a Chile, fueron paz y perdón.

Recordó que el papa pidió perdón por los abusos de menores durante el discurso a las autoridades en el Palacio de la Moneda y después volvió a tocar el tema en el encuentro con los religiosos.

La llegada de Francisco ha reavivado el escándalo de los curas pederastas y la organización Bishop Accountability publicó esta semana un listado con 80 sacerdotes, clérigos y una monja acusados de abusos sexuales en contra de menores de edad en el país suramericano.

Francisco se reunió en Filadelfia (EEUU), durante su viaje a este país y a Cuba en 2015, con un grupo de víctimas de abusos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia, y también ha mantenido encuentros de este tipo en el Vaticano.

MISA DEL PAPA EN EL PARQUE O'HIGGINS
Gracias, Francisco, por tanta emoción despertada

"Confiamos en que su fuerza expresiva y carismática seguirá alentado la esperanza"

Marco A. Velásquez Uribe, 17 de enero de 2018 a las 09:08

Niños se acercan al Papa durante la misa en el Parque O'Higgins

Esta vez las palabras de un Papa resonaban con una fuerza distinta, porque salían de un palacio de gobierno, con lo que aquel gesto de dolor y de perdón a las víctimas de abusos se expresaba a todo un pueblo

(Marco A. Velásquez).- Chile despertó de madrugada este martes. Muchos lo hicieron a la medianoche, para asegurar un lugar de privilegio en el Parque O'Higgins, donde a las 10:30h el Papa presidiría la Eucaristía. Las puertas del recinto fueron abiertas a las 2 de la madrugada, hora a la que llegó la mayoría de los asistentes.

La capacidad del parque a las 8h estaba a su pleno límite, con la asistencia de cerca de 400.000 entusiastas participantes. El numeroso clero ya estaba instalado en el gigantesco escenario, donde concelebraría con el Papa. Los animadores mantenían un ambiente festivo y de celebración, donde se respiraba expectación y fraternidad. Todo funcionaba a la perfección, destacando el coro, el orden, la seguridad, el aseo y la higiene. También estaban dispuestos los espacios para atender urgencias, extravíos de personas y de objetos.

La escenografía era majestuosa, donde destacaban cuatro rostros queridos de esta tierra: San Alberto Hurtado, Santa Teresa de los Andes y los beatos Laurita Vicuña y el chileno-argentino Ceferino Namuncurá.

Desde el parque se seguía la trayectoria de Francisco en pantallas gigantes. La expectación era máxima a la llegada del Papa al Palacio de Gobierno, La Moneda, donde era recibido por la Presidenta Michelle Bachelet, su gabinete en pleno, los presidentes del Senado, de la Cámara de Diputado y de la Corte Suprema. También estaban los colaboradores de distintos servicios del Estado, sus familias y trabajadores del palacio de gobierno. Estaba también el expresidente, y mandatario recientemente electo, Sebastián Piñera, así como el ex presidente Ricardo Lagos, ambos acompañados de sus esposas.

Los saludos protocolares del Papa eran respondidos con respeto por la asamblea reunida en el parque, hasta que el nombramiento del presidente electo despertó una espontánea ovación que agradeció la mención del próximo presidente.

La multitud seguía con atención y orgullo la significativa acogida que todo el pueblo de Chile, representado en sus autoridades, le brindaba al Papa en el corazón emblemático del poder político de la nación.

En ese lugar, Francisco llamó a los chilenos al amor, a la justicia y a la solidaridad, a construir ese concepto de nación de San Alberto Hurtado, donde nación "es una misión a cumplir". Llamó a escuchar a los parados, a los pueblos originarios, a los migrantes, a los jóvenes, a los ancianos y a los niños.

Fue ahí, cuando, desde La Moneda, se vivió uno de los momentos más emotivos de la mañana. Mientras el Papa pedía escuchar a los niños, hizo un doloroso mea culpa por el flagelo de los abusos contra los menores. En ese contexto dijo: "Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia".

La respuesta de Chile entero, de la multitud del Parque O'Higgins, de los asistentes al Palacio de La Moneda y de todos los rincones del país, fue un conmovedor aplauso lleno de dolor, de respeto y de solidaridad a esas víctimas inocentes que siguen hiriendo el alma de la Iglesia. Esta vez las palabras de un Papa resonaban con una fuerza distinta, porque salían de un palacio de gobierno, con lo que aquel gesto de dolor y de perdón se expresaba a todo un pueblo. Sin duda, hay mucho por avanzar en esta delicada materia.

Finalmente, desde el Palacio de La Moneda abrió la agenda que seguramente desarrollará en los sucesivos encuentros. Así, habló del cuidado de la casa común; del poder económico; del bien común y de la sabiduría de los pueblos originarios.

Desde allí, comenzó a acercarse al Parque O'Higgins, donde la multitud aumentaba la ansiedad y las expectativas por la pronta llegada del Papa. Apenas llegado Francisco al recinto las emociones se encendieron y la euforia acompañó el largo recorrido del Papa en medio de la multitud.

Con el comienzo de la Eucaristía, el ambiente pasó de la euforia al recogimiento.

La solemnidad acompañó cada momento de la Misa, con una liturgia extremadamente rigurosa y calculada. Los cantos de inicio llamaban a la participación, mientras las expectativas estaban puestas en la homilía. El Evangelio de las Bienaventuranzas era propicio para recibir un mensaje de aliento y reconfortante.

El Papa habló de las actitudes de Jesús que lo llevan a las bienaventuranzas, que comienza por ver, para "mirar el rostro de los suyos", de donde brota el corazón compasivo. En ese punto reconoció el tesón de los chilenos para levantarse de tantos "derrumbes." Habló de apostar al futuro, de "sembrar la paz a golpe de proximidad, de vecindad y de trabajar por la justicia". De paso previno contra la resignación, contra los espejismos que prometen una felicidad fácil.

Pero también hizo una dura crítica a quienes tiene una actitud pasiva frente a la realidad, a los profetas de desventuras, contra las actitudes criticonas, contra la "palabrería barata" o contra los que siembran división.

A propósito de esto último, me preguntaba: ¿Acaso el movimiento de Osorno, las críticas de las víctimas de Karadima, la persistente denuncia de la crisis de la Iglesia chilena eran parte de esa crítica pontificia?

Curiosamente me pareció entender que el Papa tenía la visión de una Iglesia chilena en crisis, pero por causa de mensajeros o por profetas de calamidades, más que por causas intrínsecas de la jerarquía.

Y luego vino esa otra fase de la misa, donde la liturgia terminó por languidecer y opacar completamente la celebración eucarística. Claramente se impuso una liturgia ritualista, que apagó la espontaneidad, desconectó a la gente con el Papa y vino el aburrimiento.

Extensos y reiterados silencios parecían promover un recogimiento que se había esfumado. El protagonismo del Papa desapareció, mientras la liturgia se tornó ritual y tediosa. Era más importante la liturgia que quien actuaba "in persona Christi". Fue como si una acartonada liturgia le pusiera una camisa de fuerza al Papa, arrebatándole esa libertad celebrativa y al pueblo, desconectándolo con un misticismo agobiante. Quedó en evidencia un pueblo "aborregado" por una liturgia enajenante.

Y como broche de oro, vino la esperada comunión. En medio de la complejidad que implica alimentar eucarísticamente a una multitud, la rigidez se tornó máxima.

Cientos de ministros de comunión se desplegaron por la amplia geografía del parque y esperaban una señal para iniciar sincronizadamente. La sorpresa vino al momento de comulgar, porque no había autorización para recibir la hostia en la mano. Fue una imposición indebida que dejó al descubierto la infantilización y sometimiento que ha alcanzado la Iglesia de Santiago. En muchos aspectos la celebración parecía transportada a una época pre conciliar.

A ratos me sentí como participando de la misa en una Vicaría Castrense.

Aun así, confiamos en que la fuerza expresiva y carismática de Francisco seguirá alentado la esperanza en esta tierra que tiene una profunda ansia de Dios y de una Iglesia renovada y servicial. Gracias Francisco por tanta emoción y esperanza despertada en una tierra que estaba triste antes de tu llegada.

EL PAPA VUELVE A PEDIR PERDÓN POR "EL GRAVE Y DOLOROSO MAL" DE LOS ABUSOS A MENORES
Francisco: "El pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes. Espera pastores"

"La Tierra Prometida está delante, no atrás. La promesa es de ayer, pero para mañana"

Jesús Bastante, 16 de enero de 2018 a las 22:11

El Papa, con algunas religiosasVatican News

El Papa invitó a "pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado, una Iglesia capaz de ponerse al servicio de su Señor en el hambriento, en el enfermo, el desalojado

(J. Bastante).- Tras el intenso encuentro con las reclusas (y sus hijos), el Papa se dirigió a la catedral de Santiago, para reunirse con el clero, la vida religiosa y consagrada y los seminaristas de todo Chile. Un encuentro que suele convertirse en un diálogo hacia el interior, en el que Francisco escucha los anhelos y las dudas de los pastores. No fue así. Ni mucho menos.

En un denso discurso, el Papa recordó a los religiosos que "no existe el selfie vocacional", volvió a advertir del riesgo de "rumiar la desolación" y denunció de nuevo "el grave y doloroso mal" de los abusos a menores.

Nada más llegar, e intentar alcanzar el altar -Domenico Giani volvió a emplearse con eficiencia para impedir un excesivo 'cariño' hacia el Papa-, Bergoglio rezó unos instantes ante la imagen de la Virgen del Carmen, patrona de Chile.

Tras la bienvenida del cardenal Ezzati, Bergoglio tomó como base el Evangelio en el que Jesús resucitado se presenta ante las redes vacías de sus discípulos, y cómo rehabilita a Pedro con una sola pregunta: "¿Me amas?", bajo tres palabras: Pedro y la primera comunidad abatida; misericordiada y transfigurada.

"Juego con este doble aspecto: uno personal y uno comunitario. Van de la mano, no los podemos separar. Somos llamados individualmente, pero no existe el selfie vocacional. La vocación exige que la foto te la saque otro.¿Y qué le vamos a hacer? Así son las cosas", apuntó, rescatando las risas de sacerdotes, religiosos y seminaristas.

Inmediatamente, el Papa fue al meollo: "El Evangelio no pinta bonitos los acontecimientos, nos presentan la vida como viene, no como tendría que ser. El Evangelio no tiene miedo de mostrarnos los momentos conflictivos". También, el descorcierto y la turbación de los discípulos, que tras la muerte del Maestro "vuelven a su tierra, con las redes vacías".

"No sólo el maestro había sido crucificado, ellos también. Su muerte puso un torbellino de conflictos en el corazón de sus amigos: Pedro lo negó, Judas lo traicionó, el resto huyeron, se marcharon"... En un momento, todo se vino abajo. En ese instante, "existen varias tentaciones (...). La peor de todas es quedarse rumiando la desolación".

No es difícil que eso ocurra en el momento actual de la Iglesia chilena, donde, señaló el Papa, "ha crecido la cizaña del mal y su secuela de escándalo y deserción". "Vivimos un momento de turbulencias. Conozco el dolor que han significado los casos de abusos a menores de edad, y sigo con atención cuánto hacen para superar ese grave y doloroso mal. Dolor por el daño y sufrimeinto de víctimas y familias, que han visto traicionada la confianza en la Iglesia; dolor por las comunidades; y dolor por ustedes, que han vivido el desgaste y la sospecha, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza", admitió el Papa. "Ir vestido de cura en muchos lados se está pagando caro".

Frente a ello, "pidamos a Dios la lucidez de llamar a la realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de escucha lo que él nos está diciendo. Y no rumiar la desolación", en una época en la que "nuestras sociedades están cambiando, y muchas veces no sabemos cómo insertarnos".

"La Tierra Prometida está delante, no atrás. La promesa es de ayer, pero para mañana", recordó Francisco, alertando de la tentación de "recluirnos y aislarnos para defender nuestros planteamientos que terminan siendo monólogos". "Nos olvidamos que el Evangelio es un camino de conversión, pero no sólo de los otros, sino también de nosotros".

En esta hora de la verdad, como en tiempos de Pedro, Jesús viene a misericordear a la comunidad. "Pedro tuvo que someterse a su fragilidad.Pedro falló a quien juró cuidar", recordó el Papa, quien se trasladó, con Jesús, al encuentro con Simón. "La única palabra es una pregunta de amor. ¿me amas? Jesús no va al reproche ni a la condena, lo único que quiere hacer es salvar a Pedro de quedarse masticando la desolación de su pecado".

"¿Qué es lo que fortalece a Pedro, qué nosmantiene a nosotros apóstoles? Fuimos tratados con misericordia. En medio de nuestros pecados, límites, miserias, en medio de nuestras múltiples caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos cogió la mano y nos trató con misericordia" señaló Francisco, quien pidió a los asistentes que repasaran las veces en que Jesús "hizo esto con nosotros".

"No estamos aquí porque seamos mejores que otros. No somos superhéroes que bajan a encontrares con los mortales. Somos hombres y mujeres perdonados. Y esa es la fuente de nuestra alegría. Somos consagrados, pastores al estilo de Jesús herido, muerto y resucitado".

Porque "Jesús no se presenta a los suyos sin sus llagas". "Estamos invitados a no disimular o esconder nuestras llagas", pues "una Iglesia con llagas es capaz de comprender las llagas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas, y buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se cree perfecta, y que pone allí al único que puede sanarlas, y que tiene un nombre: Jesucristo". Una conciencia de tener llagas "que nos libera de volvernos autorreferenciales, creernos superiores a otros por cumplir determinadas normas, o ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado".

"En Jesús nuestras llagas son resucitadas, nos hacen solidarios, nos ayudan a derribar los muros que nos encierran en una actitud elitista para estimularnos a tender puentes y encontrarnos con tntos sedientos del amor misericordioso", añadió, arremetiendcdo contra los ambiciosos planes de evangelización "propios de generales derrotados".

"El pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes. Espera pastores. Hombres y mujeres consagrados, que sepan de compasión, que sepan tender una mano, que sepan detenerse ante el caído y, al igual que Jesús, ayuden a salir de ese círculo d masticar la desolación, que envenena el alma", culminó.

Finalmente, la transfiguración. "Pedro, el que se resistía a dejarse lavar los pies, comenzaba a comprender que la verdadera grandez apasa por ser servidor. Del gesto profético de Jesús a la Iglesia profética que, lavada de su pecado, no tiene miedo de salir a servir a una humanidad herida", aceptando los propios límites y flaquezas. Pues "las heridas pueden ser camino de Resurrección". En este punto, el Papa invitó a "pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado, una Iglesia capaz de ponerse al servicio de su Señor en el hambriento, en el enfermo, el desalojado... un servicio que no es asistencialismo o paternalismo, sino conversión de corazón". "El problema no está en dar de comer al pobre, sino en considerar que el pobre, el desnudo, el preso, el desalojado, tienen la dignidad de sentirse en casa con nosotros, de sentirse familia", concluyó, pidiendo que "renovar la profecía es renovar el compromiso de no esperar un mundo ideal para viir o evangelizar, sino crear condiciones para que cada persona abatida pueda encontrarse con jesús. No se aman las situaciones ni las comunidades, ¡se aman las personas!".

Discurso del Papa:

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra poder compartir este encuentro con ustedes. Me gustó la manera con la que el Card. Ezzati los iba presentando: aquí están... las consagradas, los consagrados, los presbíteros, los diáconos permanentes, los seminaristas. Me vino a la memoria el día de nuestra ordenación o consagración cuando, después de la presentación, decíamos: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». En este encuentro queremos decirle al Señor: «aquí estamos» para renovar nuestro sí. Queremos renovar juntos la respuesta al llamado que un día inquietó nuestro corazón.

Y para ello, creo que nos puede ayudar partir del pasaje del Evangelio que escuchamos y compartir tres momentos de Pedro y de la primera comunidad: Pedro/la comunidad abatida, Pedro/la comunidad misericordiada, y Pedro/la comunidad transfigurada. Juego con este binomio Pedro-comunidad ya que la vivencia de los apóstoles siempre tiene este doble aspecto, uno personal y uno comunitario. Van de la mano y no los podemos separar. Somos, sí, llamados individualmente pero siempre a ser parte de un grupo más grande. No existe la selfie vocacional.

La vocación exige que la foto te la saque otro, ¡qué le vamos a hacer!

1. Pedro abatido
Siempre me gustó el estilo de los Evangelios de no decorar ni endulzar los acontecimientos, ni de pintarlos bonitos. Nos presentan la vida como viene y no como tendría que ser. El Evangelio no tiene miedo de mostrarnos los momentos difíciles, y hasta conflictivos, que pasaron los discípulos.

Recompongamos la escena. Habían matado a Jesús; algunas mujeres decían que estaba vivo (cf. Lc 24,22-24). Si bien habían visto a Jesús Resucitado, el acontecimiento es tan fuerte que los discípulos necesitarán tiempo para comprender lo sucedido. Comprensión que les llegará en Pentecostés, con el envío del Espíritu Santo. La irrupción del Resucitado llevará tiempo para calar en el corazón de los suyos.

Los discípulos vuelven a su tierra. Van a hacer lo que sabían hacer: pescar. No estaban todos, sólo algunos. ¿Divididos, fragmentados? No lo sabemos. Lo que nos dice la Escritura es que los que estaban no pescaron nada. Tienen las redes vacías.

Pero había otro vacío que pesaba inconscientemente sobre ellos: el desconcierto y la turbación por la muerte de su Maestro. Ya no está, fue crucificado. Pero no sólo Él estaba crucificado, sino que ellos también, ya que la muerte de Jesús puso en evidencia un torbellino de conflictos en el corazón de sus amigos. Pedro lo negó, Judas lo traicionó, los demás huyeron y se escondieron. Solo un puñado de mujeres y el discípulo amado se quedaron. El resto, se marchó. En cuestión de días todo se vino abajo. Son las horas del desconcierto y la turbación en la vida del discípulo. En los momentos «en los que la polvareda de las persecuciones, tribulaciones, dudas, etc., es levantada por acontecimientos culturales e históricos, no es fácil atinar con el camino a seguir. Existen varias tentaciones propias de este tiempo: discutir ideas, no darle la debida atención al asunto, fijarse demasiado en los perseguidores... y creo que la peor de todas las tentaciones es quedarse rumiando la desolación».[1] Sí, quedarse rumiando la desolación.

Como nos decía el Card. Ezzati, «la vida presbiteral y consagrada en Chile ha atravesado y atraviesa horas difíciles de turbulencias y desafíos no indiferentes. Junto a la fidelidad de la inmensa mayoría, ha crecido también la cizaña del mal y su secuela de escándalo y deserción».

Momento de turbulencias. Conozco el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad y sigo con atención cuanto hacen para superar ese grave y doloroso mal. Dolor por el daño y sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia. Dolor por el sufrimiento de las comunidades eclesiales, y dolor también por ustedes, hermanos, que además del desgaste por la entrega han vivido el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza. Sé que a veces han sufrido insultos en el metro o caminando por la calle; que ir «vestido de cura» en muchos lados se está «pagando caro». Por eso los invito a que pidamos a Dios nos dé la lucidez de llamar a la realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo.

Me gustaría añadir además otro aspecto importante. Nuestras sociedades están cambiando. El Chile de hoy es muy distinto al que conocí en tiempo de mi juventud, cuando me formaba. Están naciendo nuevas y diversas formas culturales que no se ajustan a los márgenes conocidos. Y tenemos que reconocer que, muchas veces, no sabemos cómo insertarnos en estas nuevas circunstancias. A menudo soñamos con las «cebollas de Egipto» y nos olvidamos que la tierra prometida está delante. Que la promesa es de ayer, pero para mañana. Y podemos caer en la tentación de recluirnos y aislarnos para defender nuestros planteos que terminan siendo no más que buenos monólogos. Podemos tener la tentación de pensar que todo está mal, y en lugar de profesar una «buena nueva», lo único que profesamos es apatía y desilusión. Así cerramos los ojos ante los desafíos pastorales creyendo que el Espíritu no tendría nada que decir. Así nos olvidamos que el Evangelio es un camino de conversión, pero no sólo de «los otros», sino también de nosotros.

Nos guste o no, estamos invitados a enfrentar la realidad así como se nos presenta. La realidad personal, comunitaria y social. Las redes -dicen los discípulos- están vacías, y podemos comprender los sentimientos que esto genera. Vuelven a casa sin grandes aventuras que contar, vuelven a casa con las manos vacías, vuelven a casa abatidos.

¿Qué quedó de esos discípulos fuertes, animados, airosos, que se sentían elegidos y que habían dejado todo para seguir a Jesús? (cf. Mc 1,16-20); ¿qué quedó de esos discípulos seguros de sí, que irían a prisión y hasta darían la vida por su Maestro (cf. Lc 22,33), que para defenderlo querían mandar fuego sobre la tierra (cf. Lc 9,54), por el que desenvainarían la espada y darían batalla? (cf. Lc 22,49-51); ¿qué quedó del Pedro que increpaba a su Maestro acerca de cómo tendría que llevar adelante su vida? (cf. Mc 8,31-33).

2. Pedro misericordiado
Es la hora de la verdad en la vida de la primera comunidad. Es la hora en la que Pedro se confrontó con parte de sí mismo. Con la parte de su verdad que muchas veces no quería ver. Hizo experiencia de su limitación, de su fragilidad, de su ser pecador. Pedro el temperamental, el jefe impulsivo y salvador, con una buena dosis de autosuficiencia y exceso de confianza en sí mismo y en sus posibilidades, tuvo que someterse a su debilidad y pecado. Él era tan pecador como los otros, era tan necesitado como los otros, era tan frágil como los otros. Pedro falló a quien juró cuidar. Hora crucial en la vida de Pedro.

Como discípulos, como Iglesia, nos puede pasar lo mismo: hay momentos en los que nos confrontamos no con nuestras glorias, sino con nuestra debilidad. Horas cruciales en la vida de los discípulos, pero en esa hora es también donde nace el apóstol. Dejemos que el texto nos lleve de la mano.

«Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» (Jn 21,15).

Después de comer, Jesús invita a Pedro a dar un paseo y la única palabra es una pregunta, una pregunta de amor: ¿Me amas? Jesús no va al reproche ni a la condena. Lo único que quiere hacer es salvar a Pedro. Lo quiere salvar del peligro de quedarse encerrado en su pecado, de que quede «masticando» la desolación fruto de su limitación; del peligro de claudicar, por sus limitaciones, de todo lo bueno que había vivido con Jesús. Jesús lo quiere salvar del encierro y del aislamiento. Lo quiere salvar de esa actitud destructiva que es victimizarse o, al contrario, caer en un «da todo lo mismo» y que al final termina aguando cualquier compromiso en el más perjudicial relativismo. Quiere liberarlo de tomar a quien se le opone como si fuese un enemigo, o no aceptar con serenidad las contradicciones o las críticas. Quiere liberarlo de la tristeza y especialmente del mal humor. Con esa pregunta, Jesús invita a Pedro a que escuche su corazón y aprenda a discernir. Ya que «no era de Dios defender la verdad a costa de la caridad, ni la caridad a costa de la verdad, ni el equilibrio a costa de ambas. Jesús quiere evitar que Pedro se vuelva un veraz destructor o un caritativo mentiroso o un perplejo paralizado»,[2] como nos puede pasar en estas situaciones.

Jesús interrogó a Pedro sobre su amor e insistió en él hasta que este pudo darle una respuesta realista: «Sí, Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21,17). Así Jesús lo confirma en la misión. Así lo vuelve definitivamente su apóstol.

¿Qué es lo que fortalece a Pedro como apóstol? ¿Qué nos mantiene a nosotros apóstoles? Una sola cosa: «Fuimos tratados con misericordia» (1 Tm 1,12-16). «En medio de nuestros pecados, límites, miserias; en medio de nuestras múltiples caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericordia. Cada uno de nosotros podría hacer memoria, repasando todas las veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con misericordia».[3] No estamos aquí porque seamos mejores que otros. No somos superhéroes que, desde la altura, bajan a encontrarse con los «mortales». Más bien somos enviados con la conciencia de ser hombres y mujeres perdonados. Y esa es la fuente de nuestra alegría. Somos consagrados, pastores al estilo de Jesús herido, muerto y resucitado. El consagrado es quien encuentra en sus heridas los signos de la Resurrección. Es quien puede ver en las heridas del mundo la fuerza de la Resurrección. Es quien, al estilo de Jesús, no va a encontrar a sus hermanos con el reproche y la condena.

Jesucristo no se presenta a los suyos sin llagas; precisamente desde sus llagas es donde Tomás puede confesar la fe. Estamos invitados a no disimular o esconder nuestras llagas. Una Iglesia con llagas es capaz de comprender las llagas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene nombre: Jesucristo.

La conciencia de tener llagas nos libera; sí, nos libera de volvernos autorreferenciales, de creernos superiores. Nos libera de esa tendencia «prometeica de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado».[4]
En Jesús, nuestras llagas son resucitadas. Nos hacen solidarios; nos ayudan a derribar los muros que nos encierran en una actitud elitista para estimularnos a tender puentes e ir a encontrarnos con tantos sedientos del mismo amor misericordioso que sólo Cristo nos puede brindar. «¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es sudor de nuestra frente».[5] Veo con cierta preocupación que existen comunidades que viven arrastradas más por la desesperación de estar en cartelera, por ocupar espacios, por aparecer y mostrarse, que por remangarse y salir a tocar la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel.

Qué cuestionadora reflexión la de ese santo chileno que advertía: «Serán, pues, métodos falsos todos lo que sean impuestos por uniformidad; todos los que pretendan dirigirnos a Dios haciéndonos olvidar de nuestros hermanos; todos los que nos hagan cerrar los ojos sobre el universo, en lugar de enseñarnos a abrirlos para elevar todo al Creador de todo ser; todos los que nos hagan egoístas y nos replieguen sobre nosotros mismos».[6]

El Pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes, espera pastores, consagrados, que sepan de compasión, que sepan tender una mano, que sepan detenerse ante el caído y, al igual que Jesús, ayuden a salir de ese círculo de «masticar» la desolación que envenena el alma.

Pedro transfigurado

Jesús invita a Pedro a discernir y así comienzan a cobrar fuerza muchos acontecimientos de la vida de Pedro, como el gesto profético del lavatorio de los pies. Pedro, el que se resistía a dejarse lavar los pies, comenzaba a comprender que la verdadera grandeza pasa por hacerse pequeño y servidor.[7]
¡Qué pedagogía la de nuestro Señor! Del gesto profético de Jesús a la Iglesia profética que, lavada de su pecado, no tiene miedo de salir a servir a una humanidad herida.

Pedro experimentó en su carne la herida no sólo del pecado, sino de sus propios límites y flaquezas. Pero descubrió en Jesús que sus heridas pueden ser camino de Resurrección. Conocer a Pedro abatido para conocer a Pedro transfigurado es la invitación a pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado. Una Iglesia capaz de ponerse al servicio de su Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el desnudo, en el enfermo... (cf. Mt 25,35). Un servicio que no se identifica con asistencialismo o paternalismo, sino con conversión de corazón. El problema no está en darle de comer al pobre, vestir al desnudo, acompañar al enfermo, sino en considerar que el pobre, el desnudo, el enfermo, el preso, el desalojado tienen la dignidad para sentarse en nuestras mesas, de sentirse «en casa» entre nosotros, de sentirse familia. Ese es el signo de que el Reino de los Cielos está entre nosotros. Es el signo de una Iglesia que fue herida por su pecado, misericordiada por su Señor, y convertida en profética por vocación.

Renovar la profecía es renovar nuestro compromiso de no esperar un mundo ideal, una comunidad ideal, un discípulo ideal para vivir o para evangelizar, sino crear las condiciones para que cada persona abatida pueda encontrarse con Jesús. No se aman las situaciones ni las comunidades ideales, se aman las personas.
El reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que «Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece... Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual»[8]. Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón.
Cuando comenzaba este encuentro, les decía que veníamos a renovar nuestro sí, con ganas, con pasión. Queremos renovar nuestro sí, pero realista, porque está apoyado en la mirada de Jesús. Los invito a que cuando vuelvan a casa armen en su corazón una especie de testamento espiritual, al estilo del Cardenal Raúl Silva Henríquez. Esa hermosa oración que comienza diciendo:

«La Iglesia que yo amo es la Santa Iglesia de todos los días... la tuya, la mía, la Santa Iglesia de todos los días...
Jesucristo, el Evangelio, el pan, la eucaristía, el Cuerpo de Cristo humilde cada día. Con rostros de pobres y rostros de hombres y mujeres que cantaban, que luchaban, que sufrían. La Santa Iglesia de todos los días».

¿Cómo es la Iglesia que tú amas? ¿Amas a esta Iglesia herida que encuentra vida en las llagas de Jesús?
Gracias por este encuentro, gracias por la oportunidad de renovar el «sí» con ustedes. Que la Virgen del Carmen los cubra con su manto.
Por favor, no se olviden de rezar por mí.

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