La fe de tu madre y de tu abuela es la que tenés vos..

DURO Y VIBRANTE MENSAJE DEL PAPA A OBISPOS, SACERDOTES Y CONSAGRADOS DEL PERÚ

"No se vuelvan profesionales de lo sagrado (...), déjense aconsejar por el Pueblo de Dios"

"No caigan en la tentación de una autoridad que se convierte en autoritarismo", advierte

Jesús Bastante, 20 de enero de 2018 a las 22:04

Francisco, durante su discurso a los religiosos peruanos

Hermanos, las divisiones, guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras comunidades, dentro de nuestros presbiterios, en nuestras conferencias episcopales... ¡y cuánto mal nos hace!

"No se vuelvan profesionales de lo sagrado, olvidándose de su pueblo, que fue de donde los sacó el Señor, de detrás del rebaño. No pierdan la memoria ni el respeto por quien les enseñó a rezar". Guante de seda, puño de hierro. Así fue el discurso del Papa Francisco a obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas de Perú, a quienes pidió que "no caigan en la tentación de una autoridad que se convierte en autoritarismo".

"Los que tienen esa misión de ser autoridad, piénselo mucho. En los ejércitos hay bastante ejércitos, no hace falta que se nos metan en la comunidad", clamó el Papa, quien intercaló en su discurso escrito bastantes ejemplos de su propia cosecha. Con claras advertencias: "El pueblo de Dios tiene olfato, y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor, entre el memorioso y el olvidadizo", apuntó.

"No desprecien la oración casera", pidió el Papa, especialmente a los maestros de novicios y rectores de seminarios, reclamando el respeto a la fe de la infancia. "La fe de tu madre y de tu abuela es la que tenés vos.. No desprecien la oración casera, porque es la más fuerte".

Pidió tres cosas el Papa a los religiosos: no olvidar las raíces, recordar la memoria del momento de la llamada, y compartir la alegría recibida. Y también, no caer en la autorreferencialidad ni en el autoritarismo. "Déjense aconsejar por el Pueblo de Dios". También, una advertencia contra "la fragmentación o el aislamiento", que no se dan fuera. "Hermanos, las divisiones, guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras comunidades, dentro de nuestros presbiterios, en nuestras conferencias episcopales... ¡y cuánto mal nos hace! ¡Cuántas veces nos ponemos zancadillas unos a otros!". "Mirar a nuestras raíces, a lo que nos sostiene a lo largo del tiempo, para crecer hacia arriba y dar fruto", porque "sin raíces no hay flores ni fruto",advirtió el Papa, quien lamentó "ver algún obispo, algún cura, alguna monja... marchito. Y mucha más pena me da cuando veo seminaristas marchitos. Esto es muy serio. La Iglesia es buena, es madre, y si ustedes ven que no pueden, por favor, hablen antes de tiempo, antes de que sea tarde, antes sde que se den cuenta de que no tienen raíces y se están marchitando". Y no darse demasiada importancia. "Nuestra fe es memoriosa, sabe reconocer que ni la vida, ni la fe, ni la Iglesia, comenzó con el nacimiento de ninguno de nosotros", recordó. Así lo hizo Juan Bautista, que "tenía claro que no era el Mesías, sino quien lo anunciaba". Y "lleva esto hasta las últimas consecuencias, y Dios lo permite: muerte degollado en un calabozo. Así de sencillo".

"Nosotros, consagrados, no estamos llamados a suplantar al Señor,simplemente se nos pide trabajar con el Señor, codo a codo, pero sin olvidarnos nunca de que no ocupamos su lugar", recordó. "Nos hace bien saber que no somos el Mesías. Nos libra de creernos demasiado importantes". Y, si continúa la tentación, el Papa recomendó "reirse de uno mismo". "La risa nos salva del neopelagianismo autorreferencial y prometeico de los que, en el fondo, solo confían en sus propias fuerzas, y se sienten superiores a los otros. Riían en comunidad, y no de la comunidad", pidió Bergoglio, quien también recetó dos 'pastillas': "Una, rezar; la segunda pastilla... mírate en el espejo (...). Esto no es narcisismo, al contrario. El espejo acá sirve como cura". En segundo término, el encuentro con Jesús, que "cambia la vida, establece un arte y un después". Por eso es tan importante recordar el momento preciso de la llamada. "Cada uno de nosotros conoce el dónde y el cuándo.". "Nuestra vocación es una llamada de amor para amar, para servir, no para sacar tajada para nosotros mismos", insistió. "Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió no fue por ser más numerosos que los demás, pues son el pueblo más pequeño, sino por amor. Eso le dijo a Israel: No te la creas, no sos el pueblo más importante, pero se enamoró de eso... Y qué quiere, tiene mal gusto el Señor, pero ¡¡¡se enamoró de eso!!!".

"No olviden, y mucho menos desprecien, la fe fiel y sencilla de vuestro pueblo", clamó. "No se uelvan profesionales de lo sagrado, olvidándose de su pueblo, de donde los sacó el Señor. No pierdan la memoria ni el respeto por quien les enseñó a rezar".

Finalmente, la alegría contagiosa, pues "la fe en Jesús se contagia, y si hay un obispo, un cura, una monja, un seminarista, un consagrado... que no contagia, es un aséptico de laboratorio. Que salga y se ensucie las manos un poquito".

"La mejor señal de que hemos descubierto al Mesías es la alegría contagiosa", subrayó, insistiendo que "alegría no es para guardarla, sino para transmitirla. En este mundo fragmentado, estamos llamados a ser profetas en comunidad, porque nadie se salva solo".
Para finalizar, el Papa hizo un llamamiento a conservar las raíces, mantener viva la memoria, en la forma de los religiosos ancianos. "Manden a los jóvenes a hablar con los curas viejos, con los obispos viejos, con las monjas viejas. Dicen que las monjas no envejecen porque son eternas... Mándenlos hablar". Porque "los jóvenes caminan rápido, y lo tienen que hacer, pero son los viejos los que conocen el camino".

Palabras del Papa: Queridos hermanos y hermanas:


¡Buenas tardes!
Agradezco las palabras que Mons. José Antonio Eguren Anselmi, Arzobispo de Piura, me ha dirigido en nombre de todos los presentes.


Encontrarme con ustedes, conocerlos, escucharlos y manifestar el amor por el Señor y por la misión que nos regaló es importante. ¡Sé que han realizado un esfuerzo para estar acá, gracias!


Nos recibe este Colegio Seminario, uno de los primeros fundados en América Latina para la formación de tantas generaciones de evangelizadores. Estar aquí y con ustedes es sentir que estamos en una de esas «cunas» que gestaron a tantos misioneros. Y no olvido que esta tierra vio morir, misionando, a santo Toribio de Mogrovejo, patrono del episcopado latinoamericano. Todo nos lleva a mirar hacia nuestras raíces, a lo que nos sostiene a lo largo del tiempo y de la historia para crecer hacia arriba y dar fruto. Nuestras vocaciones tendrán siempre esa doble dimensión: raíces en la tierra y corazón en el cielo. Cuando falta alguna de estas dos, algo comienza a andar mal y nuestra vida poco a poco se marchita (cf. Lc 13,6-9).


Me gusta subrayar que nuestra fe, nuestra vocación es memoriosa, esa dimensión deuteronómica de la vida.

Memoriosa porque sabe reconocer que ni la vida, ni la fe, ni la Iglesia comienzan con el nacimiento de ninguno de nosotros: la memoria mira al pasado para encontrar la savia que ha irrigado durante siglos el corazón de los discípulos, y así reconoce el paso de Dios por la vida de su pueblo. Memoria de la promesa que hizo a nuestros padres y que, cuando sigue viva en medio nuestro, es causa de nuestra alegría y nos hace cantar: «el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3).


Me gustaría compartir con ustedes algunas virtudes de este ser memoriosos.


1. La alegre conciencia de sí


El Evangelio que hemos escuchado lo leemos habitualmente en clave vocacional y así nos detenemos en el encuentro de los discípulos con Jesús. Me gustaría, antes, mirar a Juan el Bautista. Él estaba con dos de sus discípulos y al ver pasar a Jesús les dice: «Ese es el Cordero de Dios» (Jn 1,36); al oír esto dejaron a Juan y siguieron a Jesús (cf. v. 37). Es algo sorprendente, habían estado con Juan, sabían que era un hombre bueno, más aún, el mayor de los nacidos de mujer, como Jesús lo define (cf. Mt 11,11), pero él no era el que tenía que venir. También Juan esperaba a otro más grande que él. Juan tenía claro que él no era el Mesías sino simplemente quien lo anunciaba. Juan era el hombre memorioso de la promesa y de su propia historia.


Juan manifiesta la conciencia del discípulo que sabe que no es ni será nunca el Mesías, sino sólo un invitado a señalar el paso del Señor por la vida de su gente. Nosotros, consagrados, no estamos llamados a suplantar al Señor, ni con nuestras obras, ni con nuestras misiones, ni con el sinfín de actividades que tenemos para hacer. Simplemente se nos pide trabajar con el Señor, codo a codo, pero sin olvidarnos nunca de que no ocupamos su lugar. Esto no nos hace «aflojar» en la tarea evangelizadora, por el contrario, nos empuja y nos exige trabajar recordando que somos discípulos del único Maestro. El discípulo sabe que secunda y siempre secundará al Maestro. Esa es la fuente de nuestra alegría.


¡Nos hace bien saber que no somos el Mesías! Nos libra de creernos demasiado importantes, demasiado ocupados -es típica en algunas regiones escuchar: «No, a esa parroquia no vayas porque el padre siempre está muy ocupado»-. Juan el Bautista sabía que su misión era señalar el camino, iniciar procesos, abrir espacios, anunciar que Otro era el portador del Espíritu de Dios. Ser memoriosos nos libra de la tentación de los mesianismos.
Esta tentación se combate de muchos modos, pero también con la risa. Sí, aprender a reírse de uno mismo nos da la capacidad espiritual de estar delante del Señor con los propios límites, errores y pecados, pero también aciertos, y con la alegría de saber que Él está a nuestro lado. Un lindo test espiritual es preguntarnos por la capacidad que tenemos de reírnos de nosotros mismos. La risa nos salva del neopelagianismo «autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros».[1] ¡Hermanos, rían en comunidad, y no de la comunidad o de los otros! Cuidémonos de esa gente tan pero tan importante que, en la vida, se ha olvidado de sonreír.


2. La hora del llamado


Juan el Evangelista recoge en su Evangelio incluso hasta la hora de aquel momento que cambió su vida: «Eran las cuatro de la tarde» (v. 39). El encuentro con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después. Hace bien recordar siempre esa hora, ese día clave para cada uno de nosotros en el que nos dimos cuenta de que el Señor esperaba algo más. La memoria de esa hora en la que fuimos tocados por su mirada.


Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros orígenes, de nuestras raíces; y al perder estas coordenadas fundamentales dejamos de lado lo más valioso que un consagrado puede tener: la mirada del Señor. Quizá no estás contento con ese lugar donde te encontró el Señor, quizá no se adecua a una situación ideal o que te «hubiese gustado más». Pero fue ahí donde te encontró y te curó las heridas. Cada uno de nosotros conoce el dónde y el cuándo: quizás un tiempo de situaciones complejas, sí; con situaciones dolorosas, sí; pero ahí te encontró el Dios de la Vida para hacerte testigo de su Vida, para hacerte parte de su misión y ser, con Él, caricia de Dios para tantos. Nos hace bien recordar que nuestras vocaciones son una llamada de amor para amar, para servir. ¡Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió, no fue por ser más numerosos que los demás, pues son el pueblo más pequeño, sino por puro amor! (cf. Dt 7,7-8). Amor de entrañas, amor de misericordia que mueve nuestras entrañas para ir a servir a otros al estilo de Jesucristo.


Quisiera detenerme en un aspecto que considero importante. Muchos, a la hora de ingresar al seminario o a la casa de formación, fuimos formados con la fe de nuestras familias y vecinos. Así fue como dimos nuestros primeros pasos, apoyados no pocas veces en las manifestaciones de piedad popular, que en Perú han adquirido las más exquisitas formas y arraigo en el pueblo fiel y sencillo. Vuestro pueblo ha demostrado un enorme cariño a Jesucristo, a la Virgen y a sus santos y beatos en tantas devociones que no me animo a nombrarlas por miedo a dejar alguna de lado. En esos santuarios, «muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar».[2] Inclusive muchas de vuestras vocaciones pueden estar grabadas en esas paredes. Los exhorto a no olvidar, y mucho menos despreciar, la fe fiel y sencilla de vuestro pueblo. Sepan acoger, acompañar y estimular el encuentro con el Señor. No se vuelvan profesionales de lo sagrado olvidándose de su pueblo, de donde los sacó el Señor. No pierdan la memoria y el respeto por quien les enseñó a rezar.


Recordar la hora del llamado, hacer memoria alegre del paso de Jesucristo por nuestra vida, nos ayudará a decir esa hermosa oración de san Francisco Solano, gran predicador y amigo de los pobres, «Mi buen Jesús, mi Redentor y mi amigo. ¿Qué tengo yo que tú no me hayas dado? ¿Qué sé yo que tú no me hayas enseñado?».


De esta forma, el religioso, sacerdote, consagrada, consagrado es una persona memoriosa, alegre y agradecida: trinomio para configurar y tener como «armas» frente a todo «disfraz» vocacional. La conciencia agradecida agranda el corazón y nos estimula al servicio. Sin agradecimiento podemos ser buenos ejecutores de lo sagrado, pero nos faltará la unción del Espíritu para volvernos servidores de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres. El Pueblo fiel de Dios tiene olfato y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor agradecido. Sabe reconocer entre el memorioso y el olvidadizo. El Pueblo de Dios es aguantador, pero reconoce a quien lo sirve y lo cura con el óleo de la alegría y de la gratitud.


3. La alegría contagiosa


Andrés era uno de los discípulos de Juan el Bautista que había seguido a Jesús ese día. Después de haber estado con Él y haber visto dónde vivía, volvió a casa de su hermano Simón Pedro y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41). Esta es la noticia más grande que podía darle, y lo condujo a Jesús. La fe en Jesús se contagia, no puede confinarse ni encerrarse; aquí se encuentra la fecundidad del testimonio: los discípulos recién llamados atraen a su vez a otros mediante su testimonio de fe, del mismo modo que en el pasaje evangélico Jesús nos llama por medio de otros. La misión brota espontánea del encuentro con Cristo. Andrés comienza su apostolado por los más cercanos, por su hermano Simón, casi como algo natural, irradiando alegría. Esta es la mejor señal de que hemos «descubierto» al Mesías. La alegría es una constante en el corazón de los apóstoles, y la vemos en la fuerza con que Andrés confía a su hermano: «¡Lo hemos encontrado!». Pues «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría».[3]


Esta alegría nos abre a los demás, es alegría para transmitirla. En el mundo fragmentado que nos toca vivir, que nos empuja a aislarnos, somos desafiados a ser artífices y profetas de comunidad. Porque nadie se salva solo. Y en esto me gustaría ser claro. La fragmentación o el aislamiento no es algo que se da «fuera» como si fuese sólo un problema del «mundo». Hermanos, las divisiones, guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras comunidades, ¡y cuánto mal nos hacen! Jesús nos envía a ser portadores de comunión, de unidad, pero tantas veces parece que lo hacemos desunidos y, lo que es peor, muchas veces poniéndonos zancadillas.

Se nos pide ser artífices de comunión y de unidad; que no es lo mismo que pensar todos igual, hacer todos lo mismo. Significa valorar los aportes, las diferencias, el regalo de los carismas dentro de la Iglesia sabiendo que cada uno, desde su cualidad, aporta lo propio pero necesita de los demás. Sólo el Señor tiene la plenitud de los dones, sólo Él es el Mesías. Y quiso repartir sus dones de tal forma que todos podamos dar lo nuestro enriqueciéndonos con lo de los demás. Hay que cuidarse de la tentación del «hijo único» que quiere todo para sí, porque no tiene con quién compartir. A aquellos que tengan que ocupar misiones en el servicio de la autoridad les pido, por favor, no se vuelvan autorreferenciales; traten de cuidar a sus hermanos, procuren que estén bien; porque el bien se contagia. No caigamos en la trampa de una autoridad que se vuelva autoritarismo por olvidarse que, ante todo, es una misión de servicio.


Queridos hermanos, nuevamente gracias y que esta memoria deuteronómica nos haga más alegres y agradecidos para ser servidores de unidad en medio de nuestro pueblo.
Que el Señor los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y no se olviden de rezar por mí.


_________________________


[1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94.


[2] Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 260.  [3] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1.



LO QUE LOS INDÍGENAS LE DIJERON AL PAPA EN PUERTO MALDONADO

"Reivindicamos nuestra tierras frente a los foráneos que insisten en quitárnoslas"

Quieren educar a sus hijos, pero sin que esa educación "borre nuestras tradiciones"

Indígena le regala un cuadro al Papa

Monseñor David Martínez de Aguirre puede estar orgulloso de las gentes de su Vicariato

•    Barreto: "Para el Papa los indígenas son los guardianes del Amazonas"
•    Cardenal Hummes: "Tras siglos de abuso, los indígenas tienen que atreverse a soñar"

(Dominicos).- Está ya todo dicho acerca de las palabras que el papa Francisco dirigió a los pueblos indígenas en Puerto Maldonado pero ¿qué le dijeron ellos al Santo Padre? Se han escrito ya muchas crónicas sobre lo que el Papa dijo a los pueblos indígenas con los que se encontró en el Coliseo Madre de Dios, pero hay que decir que ellos también tuvieron oportunidad de hablarle y de eso se trataba lo sucedió ayer: de escuchar sus voces y visibilizar sus ricas culturas.

No hablo solo de palabras, sino de imágenes, de gestos, de vida... El Coliseo de Puerto Maldonado era ayer un precioso mosaico de trajes, plumas, pinturas en las caras y el cuerpo de hombres y mujeres que, orgullosos, sacaron sus mejores galas, aquello que les identifica y distingue como pueblo. Si durante años han sido vejados y aun hoy son motivo de burla por sus costumbres, ayer quisieron mostrarse al mundo tal y como son: fruto de tradiciones ancestrales, fuente de sabiduría y conocimiento de la tierra y el cielo. Ayer, al Papa, en el Coliseo, le quisieron decir que están allí y que forman parte de este mundo y que son también hijos de la Iglesia y que tienen mucho que decir y aportar.

Ese Coliseo multicolor le hablaba al Papa de comunión. El mismo Francisco lo reconocía en su discurso jugando con el nombre de esta región Madre de Dios: "No están huérfanos, tienen Madre y donde hay madre hay hermanos y hay familia". La fe es lo que aunaba a los asistentes al acto, es lo que hace posible la comunión entre las distintas etnias, y su unidad será lo que les haga fuertes frente a los intentos por arrebatarles sus tierras.

También con su alegría hablaron al Papa. O mejor, le cantaron, y le bailaron en un sinfín de coreografías vistosas y músicas llenas de fuerza. ¡Los niños del aeropuerto y de la casa hogar El Principito llevaban semanas ensayando emocionados por estar ante el Papa! Esa alegría habla de un pueblo que, a pesar de los sufrimientos por los que ha pasado a lo largo de su historia, no ha perdido la esperanza en un futuro mejor.

Un día antes de venir el Papa, tuvimos la oportunidad de acudir al río a recibir a los indígenas que venían a ver al Papa. De una de las canoas bajaba un hombre de 99 años que había conocido a los primeros misioneros. La alegría de este hombre, que a duras penas podía caminar, por ver al Papa, es la imagen viva del gozo con el que se han vivido estos días, lo que ha supuesto para estas gentes la llegada del Papa, como signo de esperanza, que ha deseado expresamente visitarles a ellos, en el último rincón de la tierra, durante años los olvidados del mundo.

Pero también hubo palabras. En el Coliseo tuvieron oportunidad de hablar dos jóvenes, hombre y mujer, del pueblo Harakbut. Su mensaje, en primer lugar, fue de agradecimiento a la Iglesia en la persona de los misioneros: "Su llegada, Papa Francisco, hace recordar a los Harakbut al Apagntonë, misionero dominico José Álvarez gracias a quien estamos vivos. El espíritu de nuestros antepasados nos acompaña. Le pedimos que nos defienda". Al escuchar la palabra Apaktone el Coliseo comenzó a aplaudir con fuerza en recuerdo del mítico misionero dominico que está en el corazón y la memoria de todos.

En su discurso reivindicaron sus territorios "frente a los foráneos que nos ven débiles e insisten en quitárnoslos". El pueblo indígena desea también mirar hacia el futuro y para eso quieren educar a sus hijos, pero sin que esa educación "borre nuestras tradiciones y lenguas, no olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral". Y desde este rincón de la Amazonía hacen un llamamiento a toda la humanidad: "Los pueblos de la Amazonía les queremos decir: todos cuidemos y protejamos nuestra tierra para vivir en armonía".
En las intervenciones ante el Papa, las mujeres tuvieron un papel muy importante, siendo dos de ellas las que se dirigieron al Papa en dos momentos distintos y quienes hicieron ofrendas del trabajo artesanal. A ellas hizo referencia el Papa en su discurso en la explanada donde hizo una denuncia de la cultura machista que causa violencia a la mujer.

Y como hay cosas que solo se pueden decir y contar en la cercanía y en la intimidad, el Papa también pudo escuchar a nueve representantes indígenas en el ambiente más familiar del almuerzo en el Centro Pastoral Apaktone. Pero lo que ahí se dijo queda entre el Papa y los indígenas...

Finaliza una visita histórica, que va a marcar un antes y un después en la Iglesia Amazónica que va a tener mucho protagonismo en la Iglesia del futuro. Monseñor David Martínez de Aguirre puede estar orgulloso de las gentes de su Vicariato que, con ilusión y cariño, han hecho posible la organización y buen desarrollo de la visita Papal, demostrando que los cristianos de esta tierra amazónica pueden comenzar a caminar solos y ser sujetos activos de evangelización.

Otro mundo es posible
 
No sabemos con certeza cómo reaccionaron los discípulos del Bautista cuando Herodes Antipas lo encarceló en la fortaleza de Maqueronte. Conocemos la reacción de Jesús. No se quedó en el desierto. Tampoco se refugió entre sus familiares de Nazaret. Comenzó a recorrer las aldeas de Galilea predicando un mensaje original y sorprendente.

El evangelista Marcos lo resume diciendo que «marchó a Galilea proclamando la buena noticia de Dios». Jesús no repite la predicación del Bautista ni habla de su bautismo en el Jordán. Anuncia a Dios como algo nuevo y bueno. Este es su mensaje.

«Se ha cumplido el plazo»

El tiempo de espera que se vive en Israel ha acabado. Ha terminado también el tiempo del Bautista. Con Jesús comienza una era nueva. Dios no quiere dejarnos solos ante nuestros problemas, sufrimientos y desafíos. Quiere construir junto con nosotros un mundo más humano.

«Está llegando el reino de Dios»

Con una audacia desconocida, Jesús sorprende a todos anunciando algo que ningún profeta se había atrevido a declarar: «Ya está aquí Dios, con la fuerza creadora de su justicia, tratando de reinar entre nosotros». Jesús experimenta a Dios como una Presencia buena y amistosa que está buscando abrirse camino entre nosotros para humanizar nuestra vida.

Por eso toda la vida de Jesús es una llamada a la esperanza. Hay alternativa. No es verdad que la historia tenga que discurrir por los caminos de injusticia que le trazan los poderosos de la tierra. Es posible un mundo más justo y fraterno. Podemos modificar la trayectoria de la historia.

«Convertíos»

Ya no es posible vivir como si nada estuviera sucediendo. Dios pide a sus hijos colaboración. Por eso grita Jesús: «Cambiad de manera de pensar y de actuar». Somos las personas las que primero hemos de cambiar. Dios no impone nada por la fuerza, pero está siempre atrayendo nuestras conciencias hacia una vida más humana.

«Creed en esta buena noticia»

Tomadla en serio. Despertad de la indiferencia. Movilizad vuestras energías. Creed que es posible humanizar el mundo. Creed en la fuerza liberadora del Evangelio. Creed que es posible la transformación. Introducid en el mundo la confianza.

¿Qué hemos hecho de este mensaje apasionante de Jesús? ¿Cómo lo hemos podido olvidar? ¿Con qué lo hemos sustituido? ¿En qué nos estamos entreteniendo si lo primero es «buscar el reino de Dios y su justicia»? ¿Cómo podemos vivir tranquilos observando que el proyecto creador de Dios de una tierra llena de paz y de justicia está siendo aniquilado por los hombres?

Domingo 3 – B (Marcos 1,14-20) 21 de enero 2018

LA MÍSTICA DEL TIEMPO ORDINARIO

Las celebraciones recientes de la Navidad y Año Nuevo, nos ha regalado las claves para vivir cada día la belleza de lo doméstico y cotidiano.
Te ofrezco, para este tiempo nuevo, unos auxilios con los que te podrás ayudar en el camino. Con los apoyos de la luz de la fe y de la Palabra afrontamos este tiempo, el más largo del año.

La cotidianidad, la vida laboral, la convivencia humana, las circunstancias adversas, los acontecimientos sociales pueden producir cansancio, desánimo, violencia, rupturas.

EQUIPAMIENTO PARA LA ANDADURA

El auxilio de la misericordia y del perdón sacramental es un recurso amoroso, que permite comenzar de nuevo cada día, sin el peso de la mala memoria.

La Eucaristía es el pan del desierto, el alimento de los hijos de Dios. La Eucaristía es necesidad para los cristianos, quien pueda participar en ella cada día tiene un don especial.

Nunca, y hoy menos, se puede vivir la fe en solitario. Cada uno debe buscar la forma de compartir la fe. Los espacios comunitarios ayudan para mantener la fidelidad.
Recordar lo vivido en los momentos de luz ha sido sabiduría de los que han acertado en el camino.


Saber esperar es una consigna de los santos. “Con la paciencia todo se alcanza”. Dios merece confianza.

La oración es una posibilidad de respirar la fe y de vivir como creyentes, la relación con Jesús amigo. El tiempo ordinario permite valorar el silencio, la soledad, la intimidad, lo permanente, lo doméstico. La vida ordinaria profetiza lo eterno, por ser el tiempo más duradero, y la fe en lo eterno deja saborear cada instante.No son fórmulas, sino deseos. No son recetas, sino indicaciones. No son atavismos, sino propuestas. En todo caso, hay una verdad que acabamos de celebrar: que Dios se ha hecho compañero de camino en el Emmanuel. ¡Feliz Tiempo Ordinario!

Santa Inés Corderita

En Roma, sobre la vía Nomentana, a cerca de dos kilómetros de Puerta Pía, se encuentra el complejo de Santa Inés que incluye los restos de la basílica constantiniana, el mausoleo de Constanza y la basílica honoriana del siglo VII, cuyo nivel se localiza muchos metros por arriba del paso peatonal. Hay que bajar 43 largas escalerillas, divididas en ocho niveles.

En el último nivel de la escalera, sobre la pared izquierda, hay fijada una placa de mármol del 357, que formaba parte del sepulcro de la mártir que mandó arreglar el papa Liberio (352-366). Al centro está representada la pequeña mártir Inés en actitud orante, envuelta en una amplia dalmática, la túnica corta que portaban los romanos. El artista desconocido ha logrado trazar un delicado retrato espiritual de la joven mártir. El rostro redondo y las mejillas rechonchas iluminadas de una sonrisa ligera y serena, mientras la cabeza es coronada de una suave y ondulada cabellera de rizos a cascada.

El papa Dámaso (336-384), gran devoto de los mártires, hizo grabar sobre una placa de mármol versos que narran la historia de la mártir.

¡Oh alma [Inés], digna de que yo te venere, santo decoro del pudor, te pido, oh ilustre Mártir, que seas propicia a las preces de Dámaso!

La santa mártir Inés murió el 21 de enero, durante la última persecución, infligida por el emperador Diocleciano a los cristianos, en un año entre el 303 y el 305 d.C. La Tradición cuenta que Inés era una jovencita cristiana de doce años que quería vivir enteramente por su Jesús, sirviendo a los pobres. La pequeña Inés extraía su fuerza y su coraje de la Eucaristía, que los cristianos celebraban al ponerse el sol reuniéndose secretamente en alguna casa, domus ecclesiae, para celebrar la fractio panis. Como está escrito en los Hechos de los Apóstoles, 2, 42: “Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a la oración”.

Fue inmediatamente notoria por su belleza y pedida por esposa para el hijo del prefecto de la ciudad de Roma, pero al rechazarlo, fue obligada a rendir honores a los dioses. Fue empujada al templo de la Diosa Vesta y obligada a mostrarse desnuda pero ella, corderillo de Dios, se escondió detrás de sus largos cabellos. Nadie osó violarla; le colocaron violentamente la cabeza sobre una piedra y el verdugo con la espada la degolló, como se hace con los corderos cuando están en la carnicería. Sus padres rescataron el cuerpo y le dieron sepultura en un pequeño espacio en la Vía Nomentana.

Sobre la tumba de Inés, rezaba y lloraba Emerenciana, su hermana de leche, quien fue descubierta por una turba de crueles paganos que después de haberla escarnecido, la golpearon a muerte lapidándola. Todavía hoy los cuerpos de Inés y de Emerenciana reposan en paz en una espléndida urna de plata, regalo del papa Pablo V Borguese (1605-1621), bajo el altar mayor de la basílica, sobre la vía Nomentana.

Sobre el mismo altar, cada año, el 21 de enero (día en que la Iglesia recuerda a la Santa), se bendicen dos corderillos, cuya lana se tejerá por las madres benedictinas de Santa Cecilia en Trastevere para hacer los sacros palios.

El palio es una estola de lana blanca con cinco cruces rojas, símbolo del dulce yugo de Cristo, el buen Pastor, que toma sobre sí la oveja perdida y sus llagas; la parte final de los bordes del palio es de color negro para indicar los pasos de las ovejas que los obispos y pastores deben cuidar. El palio es impuesto por el papa en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, el 29 de junio, a los nuevos arzobispos metropolitanos, para recordar la especial comunión que los liga a la sede apostólica. Esta es la tradición de la Iglesia.

Oremos. Dios todopoderoso y eterno, que te has complacido en elegir lo débil a los ojos del mundo para confundir a los que se creían fuertes, concede a quienes estamos celebrando el martirio de Santa Inés imitar la heroica firmeza de su fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de la Consolación, Roma (1471).

"QUE SE PROMUEVA UNA LEGISLACIÓN Y UNA CULTURA DE REPUDIO A TODA FORMA DE VIOLENCIA"

El Papa invita a luchar "contra la plaga del feminicidio" en Latinoamérica

"No hay mayor medicina para curar tantas heridas que un corazón que sepa de misericordia"

Jesús Bastante, 20 de enero de 2018 a las 23:30

El Papa Francisco, contra los feminicidios

María siempre será una Madre mestiza, porque en su corazón encuentran lugar todas las sangres, porque el amor busca todos los medios para amar y ser amado

(J. Bastante/Agencias).- "Mirando a las madres y a las abuelas, quiero invitarlos a luchar contra una plaga que afecta a nuestro continente americano: los numerosos casos de feminicidio". Tras su encuentro con los consagrados, el Papa se dio un último baño de multitudes presidiendo la celebración mariana en honor de la Virgen de la Puerta en la Plaza de Armas de Trujillo, y denunciando "las situaciones de violencia que quedan silenciadas detrás de tantas paredes".
"Los invito a luchar contra esta fuente de sufrimiento pidiendo que se promueva una legislación y una cultura de repudio a toda forma de violencia", insistió Francisco, quien alabó a todas las madres y abuelas de esta Nación que, dijo, "son verdadera fuerza motora de la vida y de las familias del Perú".

"El amor a María nos tiene que ayudar a generar actitudes de reconocimiento y gratitud frente a la mujer, frente a nuestras madres y abuelas que son un bastión en las vidas de nuestras ciudades", agregó el Papa durante un encuentro en el que coronó a la Virgen de la Puerta como "Madre de Misericordia y de la Esperanza".

Otras 30 imágenes y representaciones religiosas de distintas partes del norte peruano estuvieron presentes durante esta celebración mariana. Estas llegaron hasta Trujillo en varias caravanas que tomaron largas semanas de viaje a sus respectivas comunidades de fieles. El Papa mostró su admiración y agradeció la devoción de los peruanos.

"Cada comunidad, cada rinconcito de este suelo viene acompañado por el rostro de un santo, el amor a Jesucristo y a su Madre", expresó el Papa en el encuentro mariano.

"Virgencita que, en los siglos pasados, demostró su amor por los hijos de esta tierra, cuando colocada sobre una puerta los defendió y los protegió de las amenazas que los afligían, suscitando el amor de todos los peruanos hasta nuestros días", mencionó Francisco.

"María siempre será una Madre mestiza, porque en su corazón encuentran lugar todas las sangres, porque el amor busca todos los medios para amar y ser amado", añadió el papa, quien abogó por una auténtica misericordia de manos de la Virgen, "que nos abre el camino a la vida auténtica, a la Vida que no se marchita".

"Ella es la que sabe acompañar a cada uno de sus hijos para que vuelvan a casa. Nos acompaña y lleva hasta la Puerta que da Vida porque Jesús no quiere que nadie se quede afuera, a la intemperie".
Y es que "no hay mayor medicina para curar tantas heridas que un corazón que sepa de misericordia, que un corazón que sepa tener compasión ante el dolor y la desgracia, ante el error y las ganas de levantarse de muchos y que no saben muchas veces cómo hacerlo", culminó.

Palabras de Francisco en la celebración mariana:

Queridos hermanos y hermanas:


Agradezco a Mons. Héctor Miguel sus palabras de bienvenida en nombre de todo el Pueblo de Dios que peregrina en estas tierras.


En esta hermosa e histórica plaza de Trujillo que ha sabido impulsar sueños de libertad para todos los peruanos nos congregamos hoy para encontrarnos con la «Mamita de Otuzco». Sé de los muchos kilómetros que tantos de ustedes han realizado para estar hoy aquí, reunidos bajo la mirada de la Madre. Esta plaza se transforma así en un santuario a cielo abierto en el que todos queremos dejarnos mirar por la Madre, por su maternal y tierna mirada. Madre que conoce el corazón de los norteños peruanos y de tantos otros lugares; ha visto sus lágrimas, sus risas, sus anhelos. En esta plaza se quiere atesorar la memoria de un Pueblo que sabe que María es Madre y no abandona a sus hijos.


La casa se viste de fiesta de manera especial. Nos acompañan las imágenes venidas desde distintos rincones de esta región. Junto a la querida Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco, saludo y doy la bienvenida a la Santísima Cruz de Chalpón de Chiclayo, al Señor Cautivo de Ayabaca, la Virgen de las Mercedes de Paita, el Divino Niño del Milagro de Eten, la Virgen Dolorosa de Cajamarca, la Virgen de la Asunción de Cutervo, la Inmaculada Concepción de Chota, Nuestra Señora de Alta Gracia de Huamachuco, Santo Toribio de Mogrovejo de Tayabamba -Huamachuco-, la Virgen Asunta de Chachapoyas, la Virgen de la Asunción de Usquil, la Virgen del Socorro de Huanchoco, las reliquias de los Mártires Conventuales de Chimbote.


Cada comunidad, cada rinconcito de este suelo viene acompañado por el rostro de un santo, el amor a Jesucristo y a su Madre. Y contemplar que donde haya una comunidad, donde haya vida y corazones latiendo y ansiosos por encontrar motivos para la esperanza, para el canto, para el baile, para una vida digna... allí está el Señor, allí encontramos a su Madre y también el ejemplo de tantos santos que nos ayudan a permanecer alegres en la esperanza.


Con ustedes doy gracias por la delicadeza de nuestro Dios. Él busca la forma de acercarse a cada uno de la manera que pueda recibirlo y así nacen las más distintas advocaciones. Expresan el deseo de nuestro Dios por querer estar cerca de cada corazón porque el idioma del amor de Dios siempre se pronuncia en dialecto, no tiene otra forma de hacerlo, y además resulta esperanzador ver cómo la Madre asume los rasgos de los hijos, la vestimenta, el dialecto de los suyos para hacerlos parte de su bendición. María siempre será una Madre mestiza, porque en su corazón encuentran lugar todas las sangres, porque el amor busca todos los medios para amar y ser amado. Todas estas imágenes nos recuerdan la ternura con que Dios quiere estar cerca de cada poblado, de cada familia, de vos, de mí, de todos.


Sé del amor que le tienen a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco que hoy junto a ustedes, quiero declarar: Virgen de la Puerta, «Madre de Misericordia y de la Esperanza».
Virgencita que, en los siglos pasados, demostró su amor por los hijos de esta tierra, cuando colocada sobre una puerta los defendió y los protegió de las amenazas que los afligían, suscitando el amor de todos los peruanos hasta nuestros días.


Ella nos sigue defendiendo e indicando la Puerta que nos abre el camino a la vida auténtica, a la Vida que no se marchita. Ella es la que sabe acompañar a cada uno de sus hijos para que vuelvan a casa. Nos acompaña y lleva hasta la Puerta que da Vida porque Jesús no quiere que nadie se quede afuera, a la intemperie. Así acompaña «la nostalgia que muchos sienten de volver a la casa del Padre, que está esperando su regreso»[1] y muchas veces no saben cómo volver. Como decía san Bernardo: «Tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de borrascas y de tempestades: mira la Estrella e invoca a María».[2] Ella nos indica el camino a casa, ella nos lleva a Jesús que es la Puerta de la Misericordia.
En el 2015 tuvimos la alegría de celebrar el Jubileo de la Misericordia. Un año en el que invitaba a todos los fieles a pasar por la Puerta de la Misericordia, «a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza».[3]


Y quiero repetir junto a ustedes el mismo deseo que tenía entonces: «¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!»[4]. Cómo deseo que esta tierra que tiene a la Madre de la Misericordia y la Esperanza pueda multiplicar y llevar la bondad y la ternura de Dios a cada rincón. Porque, queridos hermanos, no hay mayor medicina para curar tantas heridas que un corazón que sepa de misericordia, que un corazón que sepa tener compasión ante el dolor y la desgracia, ante el error y las ganas de levantarse de muchos y que no saben muchas veces cómo hacerlo.


La compasión es activa porque «hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros (cf. Os 11,4) para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos».[5] Inclinándonos especialmente ante quienes más sufren. Como María, estar atentos a aquellos que no tienen el vino de la alegría, así sucedió en las bodas de Caná.


Mirando a María, no quisiera finalizar sin invitarlos a que pensemos en todas las madres y abuelas de esta Nación; son verdadera fuerza motora de la vida y de las familias del Perú. ¡Qué sería Perú sin las madres y las abuelas, qué sería nuestra vida sin ellas! El amor a María nos tiene que ayudar a generar actitudes de reconocimiento y gratitud frente a la mujer, frente a nuestras madres y abuelas que son un bastión en las vidas de nuestras ciudades. Casi siempre silenciosas llevan la vida adelante. Es el silencio y la fuerza de la esperanza. Gracias por su testimonio.


Reconocer y agradecer, pero mirando a las madres y a las abuelas, quiero invitarlos a luchar contra una plaga que afecta a nuestro continente americano: los numerosos casos de feminicidio. Y son muchas las situaciones de violencia que quedan silenciadas detrás de tantas paredes. Los invito a luchar contra esta fuente de sufrimiento pidiendo que se promueva una legislación y una cultura de repudio a toda forma de violencia.


Hermanos, la Virgen de la Puerta, Madre de la Misericordia y de la Esperanza, nos muestra el camino y nos señala la mejor defensa contra el mal de la indiferencia y la insensibilidad. Ella nos lleva a su Hijo y así nos invita a promover e irradiar una «cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos».[6]


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[1] Carta ap. Misericordia et misera al concluir el Jubileo extraordinario de la misericordia (20 noviembre 2016), 16.


[2] Hom. II super «Missus est», 17: PL 183, 70-71.


[3] Bula Misericordiae vultus (11 abril 2015), 3.


[4] Ibíd., 5.


[5] Carta ap. Misericordia et misera al concluir el Jubileo extraordinario de la misericordia (20 noviembre 2016), 16.
[6] Ibíd., 20.
 
DESDE EL BALCÓN DE LA NUNCIATURA

Francisco rezó por los enfermos

"Están enfermos y quisieron venir"

Redacción, 21 de enero de 2018 a las 10:04

Franciso dando la bendición

Ante las protestas de la gente, Francisco insistió en que "se está haciendo tarde y tienen que llegar a casa, tienen que dormir, y tienen que dejar dormir a la gente que vive aquí"

El papa Francisco rezó hoy por los enfermos que se acercaron a la Nunciatura Apostólica de Lima a verlo, tras su viaje a la ciudad de Trujillo, en el norte de Perú, donde ofreció una multitudinaria misa. "Muchas gracias por venir a saludarme, antes de entrar saludé a todos los hermanos que están enfermos, ahora todos nosotros vamos a mirarlos y vamos a rezar por ellos", dijo Francisco desde el balcón de la Nunciatura a las personas que se encontraban a la expectativa de su retorno a Lima.

"Están enfermos y quisieron venir", agregó Francisco antes de rezar con todos un Padre Nuestro y un Ave María.

Francisco se acercó a saludar a los niños y ancianos enfermos que lo esperaban, acompañados por monjas y sacerdotes, en los exteriores de la Nunciatura, en el distrito limeño de Jesús María.

Tras el rezo y la bendición a los pacientes, el pontífice les pidió a los cientos de personas reunidas en el lugar que se fueran a casa "pensando en estos enfermos y pidiéndole a la Virgen que esté cerca de ellos".

Ante las protestas de la gente, Francisco insistió en que "se está haciendo tarde y tienen que llegar a casa, tienen que dormir, y tienen que dejar dormir a la gente que vive aquí".

Mañana domingo, en el último día de su visita a Perú, el papa rezará el Angelus en la plaza de armas de Lima, se reunirá con monjas en el templo de las Nazarenas y oficiará una misa en la base aérea de Las Palmas para un millón de personas.

Papa Francisco con los pueblos Amazónicos

¡Cuántos misioneros y misioneras se han comprometido con sus pueblos y han defendido sus culturas!




El Papa Francisco dirigió un extenso y sentido discurso esta mañana en Puerto Maldonado, en el departamento peruano de Madre de Dios, a los pueblos amazónicos en el que pidió respetar y promover a estos grupos étnicos, ante las diversas amenazas que padece la Amazonía.

A continuación, el texto completo del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas: Junto a ustedes me brota el canto de San Francisco: «Alabado seas, mi Señor». Sí, alabado seas por la oportunidad que nos regalas con este encuentro. Gracias Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, señor Héctor, señora Yésica y señora María Luzmila por sus palabras de bienvenida y sus testimonios.

En ustedes quiero agradecer y saludar a todos los habitantes de Amazonia. Veo que han venido de los diferentes pueblos originarios de la Amazonia: Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas, Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá, Manchineris, Kukamas, Kandozi, Quichuas, Huitotos, Shawis, Achuar, Boras, Awajún, Wampís, entre otros.

También veo que nos acompañan pueblos procedentes del Ande que se han venido a la selva y se han hecho amazónicos. He deseado mucho este encuentro, quise empezar por aquí la visita a Perú. Gracias por vuestra presencia y por ayudarnos a ver más de cerca, en vuestros rostros, el reflejo de esta tierra.

Un rostro plural, de una variedad infinita y de una enorme riqueza biológica, cultural, espiritual. Quienes no habitamos estas tierras necesitamos de vuestra sabiduría y conocimiento para poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que encierra esta región, y se hacen eco las palabras del Señor a Moisés: «Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa» (Ex 3,5).

Permítanme una vez más decir: ¡Alabado seas Señor por esta obra maravillosa de tus pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad que estas tierras envuelven! Este canto de alabanza se entrecorta cuando escuchamos y vemos las hondas heridas que llevan consigo la Amazonia y sus pueblos. Y he querido venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas.

Probablemente los pueblos amazónicos originarios nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora. La Amazonia es tierra disputada desde varios frentes: por una parte, el neo-extractivismo y la fuerte presión por grandes intereses económicos que apuntan su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales.

Por otra parte, la amenaza contra sus territorios también viene por la perversión de ciertas políticas que promueven la «conservación» de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano y, en concreto, a ustedes hermanos amazónicos que habitan en ellas.
Sabemos de movimientos que, en nombre de la conservación de la selva, acaparan grandes extensiones de bosques y negocian con ellas generando situaciones de opresión a los pueblos originarios para quienes, de este modo, el territorio y los recursos naturales que hay en ellos se vuelven inaccesibles.

Esta problemática provoca asfixia a sus pueblos y migración de las nuevas generaciones ante la falta de alternativas locales. Hemos de romper con el paradigma histórico que considera la Amazonia como una despensa inagotable de los Estados sin tener en cuenta a sus habitantes.

Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias.
Un diálogo intercultural en el cual ustedes sean los «principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios».[1] El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación.

Como contraparte, es justo reconocer que existen iniciativas esperanzadoras que surgen de vuestras bases y de vuestras organizaciones, y propician que sean los propios pueblos originarios y comunidades los guardianes de los bosques, y que los recursos que genera la conservación de los mismos revierta en beneficio de sus familias, en la mejora de sus condiciones de vida, en la salud y educación de sus comunidades.

Este «buen hacer» va en sintonía con las prácticas del «buen vivir» que descubrimos en la sabiduría de nuestros pueblos. Y permítanme decirles que si, para algunos, ustedes son considerados un obstáculo o un «estorbo», en verdad, ustedes con sus vidas son un grito a la conciencia de un estilo de vida que no logra dimensionar los costes del mismo.

Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común. La defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de la vida. Sabemos del sufrimiento que algunos de ustedes padecen por los derrames de hidrocarburos que amenazan seriamente la vida de sus familias y contaminan su medio natural.

Paralelamente, existe otra devastación de la vida que viene acarreada con esta contaminación ambiental propiciada por la minería ilegal. Me refiero a la trata de personas: la mano de obra esclava o el abuso sexual.

La violencia contra las adolescentes y contra las mujeres es un clamor que llega al cielo. «Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? [...] No nos hagamos los distraídos. Ni miremos para otra parte.  Hay mucha complicidad. ¡La pregunta es para todos!».[2] Cómo no recordar a Santo Toribio cuando constataba con gran pesar en el tercer Concilio Limense, cito: «que no solamente en tiempos pasados se les hayan hecho a estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto exceso, sino también hoy muchos procuran hacer lo mismo…» (Ses. III, c.3), fin de la cita. Por desgracia, después de cinco siglos estas palabras siguen siendo actuales.

Las palabras proféticas de aquellos hombres de fe —como nos lo han recordado Héctor y Yésica—, son el grito de esta gente, que muchas veces está silenciada o se les quita la palabra. Esa profecía debe permanecer en nuestra Iglesia, que nunca dejará de clamar por los descartados y por los que sufren.

De esta preocupación surge la opción primordial por la vida de los más indefensos. Estoy pensando en los pueblos a quienes se refiere como «Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario» (PIAV).

Sabemos que son los más vulnerables de entre los vulnerables. El rezago de épocas pasadas les obligó a aislarse hasta de sus propias etnias, emprendieron una historia de cautiverio en los lugares más inaccesibles del bosque para poder vivir en libertad. Sigan defendiendo a estos hermanos más vulnerables.

Su presencia nos recuerda que no podemos disponer de los bienes comunes al ritmo de la avidez y del consumo. Es necesario que existan límites que nos ayuden a preservarnos de todo intento de destrucción masiva del hábitat que nos constituye.

El reconocimiento de estos pueblos —que nunca pueden ser considerados una minoría, sino auténticos interlocutores— así como de todos los pueblos originarios nos recuerda que no somos los poseedores absolutos de la creación.

Urge asumir el aporte esencial que le brindan a la sociedad toda, no hacer de sus culturas una idealización de un estado natural ni tampoco una especie de museo de un estilo de vida de antaño. Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho que enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura.

Todos los esfuerzos que hagamos por mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos.[3] Son preocupantes las noticias que llegan sobre el avance de algunas enfermedades. Asusta el silencio porque mata. Con el silencio no generamos acciones encaminadas a la prevención, sobre todo de adolescentes y jóvenes, ni tratamos a los enfermos, condenándolos a la exclusión más cruel. Pedimos a los Estados que se implementen políticas de salud intercultural que tengan en cuenta la realidad y cosmovisión de los pueblos, promoviendo profesionales de su propia etnia que sepan enfrentar la enfermedad desde su propia cosmovisión.

Y como lo he expresado en Laudato si’, una vez más es necesario alzar la voz a la presión que organismos internacionales hacen sobre ciertos países para que promuevan políticas de reproducción esterilizantes.

Estas se ceban de una manera más incisiva en las poblaciones aborígenes. Sabemos que se sigue promoviendo en ellas la esterilización de las mujeres, en ocasiones con desconocimiento de ellas mismas.

La cultura de nuestros pueblos es un signo de vida. La Amazonia, además de ser una reserva de la biodiversidad, es también una reserva cultural que debe preservarse ante los nuevos colonialismos.

La familia es, lo dijo una de ustedes, y ha sido siempre la institución social que más ha contribuido a mantener nuestras culturas. En momentos de crisis pasadas, ante los diferentes imperialismos, la familia de los pueblos originarios ha sido la mejor defensa de la vida. Se nos pide un especial cuidado para no dejarnos atrapar por colonialismos ideológicos disfrazados de progreso que poco a poco ingresan dilapidando identidades culturales y estableciendo un pensamiento uniforme, único… y débil. Escuchen a los ancianos, por favor, ellos tienen una sabiduría que les pone en contacto con lo trascendente y les hace descubrir lo esencial de la vida. No nos olvidemos que «la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal».[4] Y la única manera de que las culturas no se pierdan es que se mantengan en dinamismo, en constante movimiento. ¡Qué importante es lo que nos decían Yésica y Héctor: «queremos que nuestros hijos estudien, pero no queremos que la escuela borre nuestras tradiciones, nuestras lenguas, no queremos olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral»! La educación nos ayuda a tender puentes y a generar una cultura del encuentro. La escuela y la educación de los pueblos originarios debe ser una prioridad y compromiso del Estado; compromiso integrador e inculturado que asuma, respete e integre como un bien de toda la nación su sabiduría ancestral, y así nos lo señalaba María Luzmila.

Pido a mis hermanos obispos que, como se viene haciendo incluso en los lugares más alejados de la selva, sigan impulsando espacios de educación intercultural y bilingüe en las escuelas y en los institutos pedagógicos y universidades.[5]

Felicito las iniciativas que desde la Iglesia Amazónica peruana se llevan a cabo para la promoción de los pueblos originarios: escuelas, residencias de estudiantes, centros de investigación y promoción como el Centro Cultural José Pío Aza, el CAAAP, el CETA, novedosos e importantes espacios universitarios interculturales como el NOPOKI, dirigidos expresamente a la formación de los jóvenes de las diversas etnias de nuestra Amazonia.

Felicito también a todos aquellos jóvenes de los pueblos originarios que se esfuerzan por hacer, desde el propio punto de vista, una nueva antropología y trabajan por releer la historia de sus pueblos desde su perspectiva. También felicito a aquellos que, por medio de la pintura, la literatura, la artesanía, la música, muestran al mundo su cosmovisión y su riqueza cultural. Muchos han escrito y hablado sobre ustedes.

Está bien, que ahora sean ustedes mismos quienes se autodefinan y nos muestren su identidad. Necesitamos escucharles. Queridos hermanos de la Amazonia, ¡cuántos misioneros y misioneras se han comprometido con sus pueblos y han defendido sus culturas!
Lo han hecho inspirados en el Evangelio. Cristo también se encarnó en una cultura, la hebrea, y a partir de ella, se nos regaló como novedad a todos los pueblos de manera que cada uno, desde su propia identidad, se sienta autoafirmado en Él. No sucumban a los intentos que hay por desarraigar la fe católica de sus pueblos.[6] Cada cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo.

La Iglesia no es ajena a vuestra problemática y a vuestras vidas, no quiere ser extraña a vuestra forma de vida y organización. Necesitamos que los pueblos originarios moldeen culturalmente las Iglesias locales amazónicas.

Al respecto me dio mucha alegría que uno de los trozos del Laudato si fuera leído por un diácono permanente de vuestra cultura.

Ayuden a sus obispos, misioneros y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esta manera dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena.

Con este espíritu convoqué el Sínodo para la Amazonia en el año 2019, cuya primera reunión como consejo presinodal será aquí, hoy, esta tarde.

Confío en la capacidad de resiliencia de los pueblos y su capacidad de reacción ante los difíciles momentos que les toca vivir.

Así lo han demostrado en los diferentes embates de la historia, con sus aportes, con su visión diferenciada de las relaciones humanas, con el medio ambiente y con la vivencia de la fe. Rezo por ustedes y por su tierra bendecida por Dios, y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias.

Tinkunakama (Quechua: Hasta un próximo encuentro).

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