El Príncipe de este mundo es echado fuera

EL PAPA PIDE A LOS OBISPOS “SALIR A ANUNCIAR EL EVANGELIO A TODOS, SIN MIEDO Y SIN ASCO”
"Quiero que los obispos trabajen por la unidad, no se queden presos de divisiones que paralizan la misión"
“Eviten cualquier tipo de coqueteo mundano, que nos ata las manos por unas migajas”

Jesús Bastante, 21 de enero de 2018 a las 17:14

Francisco, durante su discurso a los obispos peruanosRD

RELIGIÓN | AMÉRICA

No hay auténtica evangelización que no anuncie y denuncie toda falta contra la vida de nuestros hermanos, especialmente, contra la vida de los más vulnerables

(J. Bastante).- "Un obispo callejero, con suelas gastadas por andar, recorrer, salir al encuentro para anunciar el Evangelio a todos, sin miedo y sin asco, porque el Evangelio es para todo el pueblo". El Papa Francisco rezó ante las reliquias de cinco santos peruanos. Uno de ellos, Santo Toribio de Mogrovejo, le sirvió para poner a los obispos del país delante de su espejo, y para reivindicar el modelo de pastor que busca para la Iglesia.

Un obispo, Toribio, que en pleno siglo XVI, supo ser un pastor de periferias. El mejor ejemplo que debían mirar los obispos del Perú de este siglo XXI, más preocupados por la división que por la unidad. A diferencia de otros discursos, el de hoy fue de leer entre líneas, de entender los caminos trazados por prelados con olor a oveja, y no encerrados en sus palacios, y dejándose "comprar la libertad por unas migajas".

Comenzó el Papa recordando estos "días intensos y gratificantes", donde "pude escuchar en vivo las distintas realidades que conforman nuestras tierras, compartir con el santo pueblo fiel de Dios, que nos hace tanto bien. Gracias por la oportunidad de poder tocar la fe del pueblo que Dios les ha confiado".

Volviendo a Santo Toribio, el Papa habló a los obispos de un cuadro que se conserva en el Vaticano, donde se le representa como un nuevo Moisés, llevando detrás a los santos y a la multitud. "Fue el hombre que quiso llegar a las otras orillas", con continuas visitas pastorales, "tratando de llegar allí donde se les necesitaba, y cuando se le necesitaba".

Un obispo que, "de 22 años de episcopado, 18 los pasó fuera de Lima, recorriendo por tres veces su territorio". Para Francisco, "la única forma de pastorear era estar cerca". Un obispo que "quiso llegar a la otra orilla, no sólo geográfica, sino cultural", promoviendo una evangelización en lengua nativa, con catecismos en quechua y aimara, "e invitó al clero a que conocieran el lenguaje de los suyos". "Pienso en la reforma litúrgica de Pío XII", recordó el Papa, avalando la misa en lengua vernácula.

"A nosotros, como pastores del siglo XXI, también nos toca aprender un lenguaje completamente nuevo, como es el digital", señaló el Papa, para "poder despertar procesos en la vida de una persona, para que la fe arraigue y sea significativa. Y para eso tenemos que hablar su lenguaje".

"Anímense a hablar su lengua, con sus culturas", pidió el Papa a los obispos recordando Puerto Maldonado. En el diálogo posterior (que pese a las dificultades de sonido, pudo escucharse a retazos), reclamó a los prelados "ser audaces con la Amazonía".

Toribio también "quiso llegar a la otra orilla de la caridad", porque "la evangelización no puede quedarse lejos de la realidad". "Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano"

También el obispo Mogrovejo supo denunciar "los abusos y excesos que sufrían la población, y no le tembló el pulso, en 1585, cuando excomulgó al corregidor de Carratango, enfrentándose a todo un sistema de corrupción". En un Perú como el actual, azotado por la corrupción, Francisco clamó por "no tener miedo de denunciar los abusos y excesos que se cometen en su pueblo", pues "la caridad siempre va acompañada de la justicia. No hay auténtica evangelización que no anuncie y denuncie toda falta contra la vida de nuestros hermanos, especialmente, contra la vida de los más vulnerables".

"Es una alerta: eviten cualquier tipo de coqueteo mundano, que nos ata las manos por unas migajas. ¿La libertad?, la del Evangelio", advirtió Francisco.

Y, en definitiva, Santo Toribio quiso "llegar a la otra orilla, la de la humanidad", promoviendo los espacios de comunión y participación, también dentro de la Iglesia, aun reconociendo que "las diferencias existen".

"Es imposible una vida sin conflicto, pero esto nos enseña, si somos hombres y cristianos, a asumirlos en unidad, en diálogo sincero, mirándonos a la cara y cuidándonos de ocultar lo que pasó o quedarnos sin horizontes que no sean de unidad".

"Quiero que los obispos trabajen por la unidad, no se queden presos de divisiones que paralizan la misión a la que hemos llamado", exhortó Francisco. "Sean sacramento de comunión. Ver cómo se amaban. Esa era, es y será la mejor evangelización".

Palabras del Papa a los obispos:

Queridos hermanos en el episcopado:

Gracias por las palabras que me han dirigido el señor Cardenal Arzobispo de Lima, y el Señor Presidente de la Conferencia Episcopal en nombre de todos los presentes. Deseaba estar aquí con ustedes. Mantengo un vivo recuerdo de su visita ad limina del año pasado.

Los días transcurridos entre ustedes han sido muy intensos y gratificantes. Pude escuchar y vivir las distintas realidades que conforman estas tierras y compartir de cerca la fe del santo

Pueblo fiel de Dios, que nos hace tanto bien. Gracias por la oportunidad de poder «tocar» la fe del Pueblo, que Dios les ha confiado.
El lema de este viaje nos habla de unidad y de esperanza. Es un programa arduo, pero a la vez provocador, que nos evoca las proezas de santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de esta Sede y patrono del episcopado latinoamericano, un ejemplo de «constructor de unidad eclesial», como lo definió mi predecesor san Juan Pablo II en su primer Viaje Apostólico a esta tierra.[1]

Es significativo que este santo Obispo sea representado en sus retratos como un «nuevo Moisés». Como saben, se custodia en el Vaticano un cuadro en el que aparece santo Toribio atravesando un río caudaloso, cuyas aguas se abren a su paso como si se tratase del mar Rojo, para que pudiera llegar a la otra orilla donde lo espera un numeroso grupo de nativos. Detrás de santo Toribio hay una gran multitud de personas, que es el pueblo fiel que sigue a su pastor en la tarea de la evangelización.[2] Esta hermosa imagen me «da pie» para centrar en ella mi reflexión con ustedes. Santo Toribio, el hombre que quiso llegar a la otra orilla.

Lo vemos desde el momento en que asume el mandato de venir a estas tierras con la misión de ser padre y pastor. Dejó terreno seguro para adentrarse en un universo totalmente nuevo, desconocido y desafiante. Fue hacia una tierra prometida guiado por la fe como «garantía de los bienes que se esperan» (Hb 11,1). Su fe y su confianza en el Señor lo impulsó, e impulsará a lo largo de toda su vida a llegar a la otra orilla, donde Él lo esperaba en medio de una multitud.

1. Quiso llegar a la otra orilla en busca de los lejanos y dispersos. Para eso tuvo que dejar la comodidad del obispado y recorrer el territorio confiado, en continuas visitas pastorales, tratando de llegar y estar allí donde se lo necesitaba, y ¡cuánto se lo necesitaba! Iba al encuentro de todos por caminos que, al decir de su secretario, eran más para las cabras que para las personas. Tenía que enfrentar los más diversos climas y geografías, «de 22 años de episcopado, 18 los pasó fuera de su ciudad recorriendo por tres veces su territorio».[3] Sabía que esta era la única forma de pastorear: estar cerca proporcionando los auxilios divinos, exhortación que también realizaba continuamente a sus presbíteros. Pero no lo hacía de palabra sino con su testimonio, estando él mismo en la primera línea de la evangelización. Hoy le llamaríamos un Obispo «callejero». Un obispo con suelas gastadas por andar, por recorrer, por salir al encuentro para «anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie».[4] ¡Cómo sabía esto santo Toribio! Sin miedo y sin asco se adentró en nuestro continente para anunciar la buena nueva.

2. Quiso llegar a la otra orilla no sólo geográfica sino cultural. Fue así como promovió por muchos medios una evangelización en la lengua nativa. Con el tercer Concilio Limense, procuró que los catecismos fueran realizados y traducidos en quechua y aymara. Impulsó al clero a que estudiara y conociera el idioma de los suyos para poder administrarles los sacramentos de forma comprensible. Visitando y viviendo con su Pueblo se dio cuenta de que no alcanzaba llegar tan sólo físicamente, sino que era necesario aprender a hablar el lenguaje de los otros, sólo así, llegaría el Evangelio a ser entendido y penetrar en el corazón. ¡Cuánto urge esta visión para nosotros, pastores del siglo XXI!, que nos toca aprender un lenguaje totalmente nuevo como es el digital, por citar un ejemplo. Conocer el lenguaje actual de nuestros jóvenes, de nuestras familias, de los niños... Como bien supo verlo santo Toribio, no alcanza solamente llegar a un lugar y ocupar un territorio, es necesario poder despertar procesos en la vida de las personas para que la fe arraigue y sea
significativa. Y para eso tenemos que hablar su lengua. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades y de nuestros pueblos.[5] La evangelización de la cultura nos pide entrar en el corazón de la cultura misma para que ésta sea iluminada desde adentro por el Evangelio.

3. Quiso llegar a la otra orilla de la caridad. Para nuestro patrono la evangelización no podía darse lejos de la caridad. Porque sabía que la forma más sublime de la evangelización era plasmar en la propia vida la entrega de Jesucristo por amor a cada uno de los hombres. Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano (cf. 1 Jn 3,10). En sus visitas pudo constatar los abusos y los excesos que sufrían las poblaciones originarias, y así no le tembló el pulso, en 1585, cuando excomulgó al corregidor de Cajatambo, enfrentándose a todo un sistema de corrupción y tejido de intereses que «arrastraba la enemistad de muchos», incluyendo al Virrey.[6] Así nos muestra al pastor que sabe que el bien espiritual no puede nunca separarse del justo bien material y tanto más cuando se pone en riesgo la integridad y la dignidad de las personas. Profecía episcopal que no tiene miedo a denunciar los abusos y excesos que se cometen frente a su pueblo. Y de este modo logra recordar al interno de la sociedad y de sus comunidades que la caridad siempre va acompañada de la justicia y Xno hay auténtica evangelización que no anuncie y denuncie toda falta contra la vida de nuestros hermanos, especialmente de los más vulnerables.

4. Quiso llegar a la otra orilla en la formación de sus sacerdotes. Fundó el primer seminario postconciliar en esta zona del mundo, impulsando de esta manera la formación del clero nativo. Entendió que no bastaba llegar a todos lados y hablar la misma lengua, era necesario que la Iglesia pudiera engendrar a sus propios pastores locales y así se convirtiera en madre fecunda. Para ello defendió la ordenación de los mestizos -cuando estaba muy discutida la misma- buscando alentar y estimular a que el clero, si se tenía que diferenciar en algo, era por la santidad de sus pastores y no por la procedencia racial.[7] Y esta formación no se limitaba solamente al estudio en el seminario, sino que proseguía en las continuas visitas que les realizaba. Allí podía ver de primera mano el «estado de sus curas», preocupándose por ellos. Cuenta la leyenda que en las vísperas de Navidad su hermana le regaló una camisa para que la estrenara en las fiestas. Ese día fue a visitar a un cura y al ver la situación en que vivía, se sacó su camisa y se la entregó.[8] Es el pastor que conoce a sus sacerdotes. Busca alcanzarlos, acompañarlos, estimularlos, amonestarlos -le recordó a sus curas que eran pastores y no comerciantes y por lo tanto, habrían de cuidar y defender a los indios como a hijos-.[9] Pero no lo hace desde «el escritorio», y así puede conocer a sus ovejas y ellas reconocen en su voz, la voz del Buen Pastor.

5. Quiso llegar a la otra orilla, la de la unidad. Promovió de manera admirable y profética la formación e integración de espacios de comunión y participación entre los distintos integrantes del Pueblo de Dios. Así lo señaló san Juan Pablo II cuando, en estas tierras, hablándole a los obispos decía: «El tercer Concilio Limense es el resultado de ese esfuerzo, presidido, alentado y dirigido por santo Toribio, y que fructificó en un precioso tesoro de unidad en la fe, de normas pastorales y organizativas a la vez que en válidas inspiraciones para la deseada integración latinoamericana».[10] Bien sabemos, que esta unidad y consenso fue precedida de grandes tensiones y conflictos. No podemos negar las tensiones, las diferencias; es imposible una vida sin conflictos. Estos nos exigen, si somos hombres y cristianos, mirarlos de frente y asumirlos. Pero asumirlos en unidad, en diálogo honesto y sincero, mirándonos a la cara y cuidándonos de caer en tentación, o de ignorar lo que pasó o quedar prisioneros y sin horizontes que ayuden a encontrar caminos que sean de unidad y de vida. Resulta inspirador, en nuestro camino de Conferencia Episcopal, recordar que la unidad siempre prevalecerá sobre el conflicto.[11] Queridos hermanos, trabajen para la unidad, no se queden presos de divisiones que parcializan y reducen la vocación a la que hemos sido llamados: ser sacramento de comunión. No se olviden que lo que atraía de la Iglesia primitiva era cómo se amaban. Esa era, es y será la mejor evangelización.

6. A santo Toribio le llegó el momento de cruzar hacia la orilla definitiva, hacia esa tierra que lo esperaba y que iba degustando en su continuo dejar la orilla. Este nuevo partir, no lo hacía solo. Al igual que el cuadro que les comentaba al inicio, iba al encuentro de los santos seguido de una gran muchedumbre a sus espaldas. Es el pastor que ha sabido cargar «su valija» con rostros y nombres. Ellos eran su pasaporte al cielo. Y fue tan así que no quisiera dejar de lado el acorde final, el momento en que el pastor entregaba su alma a Dios. Lo hizo junto a su pueblo y un aborigen le tocaba la chirimía para que el alma de su pastor se sintiera en paz. Ojalá, hermanos, que cuando tengamos que emprender el último viaje podamos vivir estas cosas. Pidamos al Señor que nos lo conceda.[12]
Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
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[1] Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.
[2] Cf. Milagro de santo Toribio, Pinacoteca vaticana.
[3] Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).
[4] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23.
[5] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.
[6] Cf. Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.
[7] Cf. José Antonio Benito Rodríguez, Santo Toribio de Mogrovejo, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, 178.
[8] Cf. ibíd., 180.
[9] Cf. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.
[10] Juan Pablo II, Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.
[11] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-230.
[12] Cf. Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).

FRANCISCO, A LAS MONJAS DE CLAUSURA: “RECEN POR LA IGLESIA PERUANA, QUE ESTÁ TENTADA DE DESUNIÓN”
"¿Saben lo que es la monja chismosa? ¡Es terrorista!. Monjas terroristas no, sin chismes"
"La Iglesia no las tolera, la Iglesia las necesita (...) Sean faros de unidad, misioneras para los necesitados"

Jesús Bastante, 21 de enero de 2018 a las 15:59

Francisco, con las monjas de clausura del PerúRD

Sean sinvergüenzas, no tengan vergüenza de hacer con la oración que la miseria de los hombres se acerque al poder de Dios

(Jesús Bastante).- Más de medio millar de religiosas contemplativas se encontraron con el Papa ante el santuario del Señor de los Milagros, uno de los más venerados en el Perú. Uno de los pocos lienzos que ha resistido los embates de los terremotos que, 'de a poquito', asolan este país. Tal vez el mejor lugar encontrarse con las monjas de clausura y reivindicar su papel "como faro de la Iglesia".

"La Iglesia no las tolera, la Iglesia las necesita", indicó Francisco a las religiosas, a quienes pidió que "recen mucho por la unidad de esta amada Iglesia peruana, porque está tentada de desunión. A ustedes le encomiendo la unidad: la unidad de la Iglesia, de los agentes pastorales, de los consagrados, del clero y los obispos".

El rezo de la hora tercia fue el primer acto público de una maratoniana jornada con la que concluirá el viaje de Francisco a Chile y Perú. Una semana agotadora e intensa, que el papa quiso iniciar rezando con las religiosas, que normalmente tampoco tienen ocasión de encontrarse, 'encerradas' como están entre sus muros. "Al verlas a ustedes aquí me viene un mal pensamiento: que aprovecharon para salir del convento y dar un paseito", bromeó el Pontífice, quien quiso mandar un abrazo "a mis cuatro carmelos de Buenos Aires".

Ante las contemplativas, el Papa pidió "renovar día a día el gozo de sabernos hijos", a través de la oración, que "es el núcleo de vuestra vida consagrada, es el modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe, y es una oración siempre misionera".

Porque la oración "no rebota en los muros del convento y vuelve para atrás", sino que "logra unirse a los hermanos" por un hilo indivisible: el amor. "El amor lo es todo, abarca todos los tiempos y lugares. El amor es eterno", decía Santa Teresita. "Es un regalo ser misioneras del amor para los más necesitados", apuntó el Papa. "Vuestra vida en clausura logra un alcance misionero y fundamental en la vida en la Iglesia", apuntó el Papa: "rezan e intervienen por muchos hermanos presos, refugiados y perseguidos; por las personas en paro, por los pobres, enfermos, por las víctimas de dependencia...". Son, en definitiva, "como los amigos que llevaron al paralítico ante el Señor para que los sanara... No tenían vergüenza. Eran sin-vergüenzas, pero bien dicho. Sean sinvergüenzas, no tengan vergüenza de hacer con la oración que la miseria de los hombres se acerque al poder de Dios". Gracias a la oración, con la que "acercan al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que no pueden alcanzarlo, para experimentar su misericordia sanadora... por vuestra oración, ustedes curan las llagas de tantos hermanos", agradeció el Papa, reivindicando que "la vida de clausura no encierra ni encoge el corazón, sino que lo ensancha". "¡Ay de la monja que tiene el corazón encogido! Por favor, busque un remedio. No se puede ser monja contemplativa con el corazón encogido. Que vuelva a respirar, que vuelva a ser un corazón grande", pidió. Y es que "las monjas encogidas son monjas que han perdido la fecundidad, que no son madres, se quejan de todo... No sé, amargadas. Siempre están buscando un tiquismiquis para quejarse".

"En el convento no hay lugar para las coleccionistas de las injusticias, sino para las que quieren llevar la cruz fecunda, la del amor, la cruz que da la vida", recordó el Papa, quien animó a seguir adelante para "sentir de un modo nuevo la frustración o desventura de tantos hermanos, víctimas de esta cultura del descarte de nuestro tiempo. Que la intercesión por los necesitados sea la característica de vuestra misión". Y, cuando sea posible, añadió, "ayúdenlos, no solo con la oración, sino también con un servicio concreto. Cuántos conventos de ustedes, sin faltar a la clausura, en algunos momentos de locutorio pueden hacer tanto bien".

Y, especialmente, una oración por la unidad. "¡Cuánto necesitamos de la unidad de la Iglesia! Que todos sean uno. Cuánto necesitamos que los bautizados sean uno, que los consagrados sean uno, que los sacerdotes sean uno, que los obispos sean uno". De ahí la encomienda del Papa a rezar por la unidad de la Iglesia, frente al demonio y sus chismes.

"El demonio es mentiroso, y además es chismoso. Busca dividir, quiere que en la comunidad unas hablen mal de la otras", subrayó Bergoglio, quien fue especialmente duro en este sentido. "¿Saben lo que es la monja chismosa? ¡Es terrorista! Tira la bomba, destruye y se va tranquilo. Monjas terroristas no, sin chismes".

"Esfuércense en la vida fraterna, haciendo que cada monasterio sea un faro que pueda iluminar en medio de la división. Ayuden a profetizar que esto es posible", pidió Francisco. "No dejen de dar el testimonio de la vocación en fidelidad, así la vida se hace anuncio del amor de Dios"

"A veces Jesús termina en el calvario, pues andá vos tras él", clamó. "El mismo Señor dice que es camino, que es luz y que nadie puede ir al padre sino por él".

"Sepan una cosa: la Iglesia no las tolera a ustedes, las necesita", culminó el Papa, pues "con su vida fiel, sean faros, e indiquen a aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia". Y un último pedido: "Recen por la Iglesia, por los pastores, por los consagrados, por las familias, por los que sufren, por los que hacen daño y destruyen tanta gente. Por los que explotan a sus hermanos. Y por favor, siguiendo la lista de pecadores, no se olviden de rezar por mí".

Palabras del papa Francisco

Queridas hermanas de los diversos monasterios de vida contemplativa:

¡Qué bueno es estar aquí, en este Santuario del Señor de los Milagros, tan frecuentado por los peruanos, para pedirle su gracia y para que nos muestre su cercanía y su misericordia! Él, que es «faro que guía, que nos ilumina con su amor divino». Al verlas a ustedes aquí, me da la impresión que aprovecharon la visita para pasear un poco. Gracias Madre Soledad por sus palabras de bienvenida y a todas ustedes que «desde el silencio del claustro caminan siempre a mi lado».

Escuchamos las palabras de san Pablo, recordándonos que hemos recibido el espíritu de adopción filial que nos hace hijos de Dios (cf. Rm 8,15-16). Esas pocas palabras condensan la riqueza de toda vocación cristiana: el gozo de sabernos hijos. Esta es la experiencia que sustenta nuestras vidas, la cual quiere ser siempre una respuesta agradecida a ese amor. ¡Qué importante es renovar día a día este gozo!

Un camino privilegiado que tienen ustedes para renovar esta certeza es la vida de oración, comunitaria y personal. Ella es el núcleo de vuestra vida contemplativa, y es el modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe, y como bien nos decía la Madre Soledad, una oración que es siempre misionera.

La oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las variadas circunstancias en la que estos se encuentran y rezar para que no les falte el amor y la esperanza. Así lo decía santa Teresita del Niño Jesús: «Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase el amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno... en el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor».[1]

¡Ser el amor! Es saber estar al lado del sufrimiento de tantos hermanos y decir con el salmista: «En el peligro grité al Señor, y me escuchó, poniéndome a salvo» (Sal 117,5). Así vuestra vida en clausura logra tener un alcance misionero y universal y «un papel fundamental en la vida de la Iglesia. Rezan e interceden por muchos hermanos y hermanas presos, emigrantes, refugiados y perseguidos; por tantas familias heridas, por las personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por las víctimas de dependencias, por no citar más que algunas situaciones que son cada día más urgentes. Ustedes son como los amigos que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo sanara (cf. Mc 2,1-12). Por la oración, día y noche, acercan al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su misericordia sanadora, mientras que Él los espera para llenarlos de gracias. Por vuestra oración ustedes curan las llagas de tantos hermanos».[2]

Por esto mismo podemos afirmar que la vida de clausura no encierra ni encoge el corazón sino que lo ensancha por el trato con el Señor y lo hace capaz de sentir de un modo nuevo el dolor, el sufrimiento, la frustración, la desventura de tantos hermanos que son víctimas en esta «cultura del descarte» de nuestro tiempo. Que la intercesión por los necesitados sea la característica de vuestra plegaria. Y cuando sea posible ayúdenlos, no sólo con la oración, sino también con el servicio concreto.

La oración de súplica que se hace en sus monasterios sintoniza con el Corazón de Jesús que implora al Padre para que todos seamos uno, así el mundo creerá (cf. Jn 17,21). ¡Cuánto necesitamos de la unidad en la Iglesia! ¡Hoy y siempre! Unidos en la fe. Unidos por la esperanza. Unidos por la caridad. En esa unidad que brota de la comunión con Cristo que nos une al Padre en el Espíritu y, en la Eucaristía, nos une unos con otros en ese gran misterio que es la Iglesia. Les pido, por favor, que recen mucho por la unidad de esta amada Iglesia peruana.

Esfuércense en la vida fraterna, haciendo que cada monasterio sea un faro que pueda iluminar en medio de la desunión y la división. Ayuden a profetizar que esto es posible. Que todo aquel que se acerque a ustedes pueda pregustar la bienaventuranza de la caridad fraterna, tan propia de la vida consagrada y tan necesitada en el mundo de hoy y en nuestras comunidades.
Cuando se vive la vocación en fidelidad, la vida se hace anuncio del amor de Dios. Les pido que no dejen de dar ese testimonio. En esta Iglesia de Nazarenas Carmelitas Descalzas, me permito recordar las palabras de la Maestra de vida espiritual, santa Teresa de Jesús: «Si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino. [...] Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede nadie ir al Padre sino por Él».[3]
Queridas hermanas, la Iglesia las necesita. Sean faros con su vida fiel e indiquen a Aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia.[4]
Recen por la Iglesia, por los pastores, por los consagrados, por las familias, por los que sufren, por los que hacen daño, por los que explotan a sus hermanos. Y no se olviden, por favor, de rezar por mí.
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[1] Manuscritos autobiográficos, Lisieux (1957), 227-229.
[2] Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio 2016), 16.
[3] Libro de las Moradas, VI, cap. 7, n. 6.
[4] Cf. Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio 2016), 6.

Evangelio según San Marcos 3,22-30. 

Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios". 

Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? 

Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. 

Y una familia dividida tampoco puede subsistir. 

Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. 
Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa. 
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. 
Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre". 
Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro". 

Santo Tomás de Aquino (1225-1274), dominico, teólogo, doctor de la Iglesia Suma teológica

El Príncipe de este mundo es echado fuera

Los milagros de Cristo eran para manifestar su divinidad; ahora bien, ésta debía permanecer oculta a los demonios, de no ser así hubiera impedido el misterio de la Pasión: “Si lo hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria” (1C 2,8). Parece, pues, que Cristo no debía hacer milagros sobre los demonios… Sin embargo, el profeta Zacarías había predicho estos prodigios, diciendo: “Quitaré del país al espíritu impuro” (Za 13,2). En efecto, los milagros de Cristo eran pruebas en favor de la fe que él mismo enseñaba. Ahora bien, por el poder de su divinidad ¿no debía él abolir en los hombres que creerían en él el poder de los demonios, según la palabra de san Juan: “Ahora el Príncipe de este mundo es echado fuera?” (Jn 12,31).

Convenía, pues, que en otros milagros, Cristo liberara de los demonios a los hombres que estaban poseídos por él… Por otra parte, escribe san Agustín, “Cristo se dejó conocer por los demonios cuando lo quiso, y lo quiso cuando fue necesario… para ciertos efectos materiales de su poder”. Viendo sus milagros, el demonio llegó a creer, por conjeturas,  que Cristo era el Hijo de Dios: “Los demonios sabían que era el Hijo de Dios” dice san Lucas. Si confesaban que era el Hijo de Dios “era por conjetura más que por certeza real” señala san Beda. En cuanto a los milagros que Cristo realizó expulsando demonios, no los hizo para su utilidad, sino con el fin de que los hombres dieran gloria a Dios. Por eso no dejaba que los demonios hablaran de lo que concierne a su alabanza. San Juan Crisóstomo hace esta observación: “No era conveniente que los demonios se atribuyeran la gloria del papel de los apóstoles, ni que una lengua mentirosa predicara el misterio de Cristo

San Vicente diácono.

Diácono y mártir,(+ 304)

Vicente, el Victorioso, es uno de los tres grandes diáconos que dieron su vida por Cristo. Junto con Lorenzo y Esteban - Corona, Laurel y Victoria - forma el más insigne triunvirato.

Cubierto con la dalmática sagrada, ostenta entre sus manos la palma inmarcesible de los mártires invictos.
Este mártir celebérrimo en toda la Cristiandad, encontró su panegirista en San Agustín, San León Magno y San Ambrosio. Y tuvo su cantor en su compatriota Prudencio, que dedicó el himno V de su Peristephanon al "levita de la tribu sagrada, insigne columna del templo místico".

Vicente descendía de una familia consular de Huesca, y su madre, según algunos, era hermana del mártir San Lorenzo. Estudió la carrera eclesiástica en Zaragoza, al lado del obispo Valero. "Nuestro Vicente", cantará Prudencio, vindicando esta gloria para Zaragoza, la ciudad de España que tuvo más mártires. San Valero, que tenía poca facilidad de expresión, le nombró Arcediano o primer Diácono, para suplirle en la sagrada cátedra.

Estamos a principios del siglo IV, en la décima y más cruel persecución contra la Iglesia, decretada por Diocleciano y aplicada en España por Daciano. Las cárceles, que estaban reservadas antes para los delincuentes comunes, pronto se llenaron de obispos, presbíteros y diáconos, escribe Eusebio de Cesarea. Era la táctica seguida fielmente por Daciano.

Al pasar Daciano por Barcelona, sacrifica a San Cucufate y a la niña Santa Eulalia. Cuando llega a Zaragoza, manda detener al obispo y a su diácono, Valero y Vicente, y trasladarlos a Valencia. Allí se celebró el primer interrogatorio. Vicente responde por los dos, intrépido y con palabra ardiente. Daciano se irrita, manda al destierro a Valero, y Vicente es sometido a la tortura del potro.

Su cuerpo es desgarrado con uñas metálicas.
Mientras lo torturaban, el juez intimaba al mártir a la abjuración. Vicente rechazaba indignado tales ofrecimientos. 
Daciano, desconcertado y humillado ante aquella actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros sagrados. Pero la valentía del mártir es inexpugnable.

Exasperado de nuevo el Prefecto, mandó aplicarle el supremo tormento, colocarlo sobre un lecho de hierro incandescente. Nada puede quebrantar la fortaleza del mártir que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre el tormento sin quejarse y bromeando entre las llamas.

Lo arrojan entonces a un calabozo siniestro, oscuro y fétido "un lugar más negro que las mismas tinieblas", dice Prudencio. Hasta el carcelero, conmovido, se convierte y confiesa a Cristo.
Daciano manda curar al mártir para someterlo de nuevo a los tormentos. Los cristianos se aprestan a curarlo. Pero apenas colocado en mullido lecho, queda defraudado el tirano, pues el espíritu vencedor de Vicente vuela al paraíso.

Era el mes de enero del 304. Ordena Daciano mutilar el cuerpo y arrojarlo al mar. Pero más piadosas las olas, lo devuelven a tierra para proclamar ante el mundo el triunfo de Vicente el Invicto. Su culto se extendió mucho por toda la cristiandad.

Oremos
Señor Dios, fuente y origen de todos los dones, infunde en nuestros corazones el fuego de tu Espíritu, para que nos sintamos llenos de aquella misma fuerza de amor que hizo a San Vicente invencible en medio de sus tormentos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.                                                                               

Calendario Mariano: Vísperas de los Esponsales de Nuestra Señora con San José.

"HOY EL SEÑOR TE INVITA A CAMINAR CON ÉL TU CIUDAD", CLAMA ANTE UN MILLÓN DE FIELES
Apoteosis final del Papa en Perú: "No tengan miedo de hacer de esta historia una historia de salvación"
"Jesús ha llegado hasta Lima como un renovado antídoto ante la globalización de la indiferencia"

Jesús Bastante, 21 de enero de 2018 a las 22:58

El Papa se despide de LimaAgencias

RELIGIÓN | AMÉRICA

¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos?

(Jesús Bastante).- Apoteosis final de Francisco en Perú. Más de un millón de personas se dieron cita en la misa celebrada en la Base aérea Las Palmas, en una emocionante cita que demostró cómo, a diferencia de lo acaecido en Chile, donde se vieron varios claros, todo el país se volcó con la visita papal. Y Francisco correspondió con una llamada al compromiso: "Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, tu ciudad. Te invita a que seas su discípulo misionero".

"¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos?", se preguntó, tomando como base el Evangelio en el que Jesús comienza su predicación en la ciudad. Y los apóstoles, dejando las redes, le siguieron.

"Un Dios en movimiento. El Señor se pone en camino, va a Nínive, a Galilea, a Lima, a Trujillo, a Puerto Maldonado...", subrayó el Papa, y se mezcla "en la vida cotidiana, entre tus anhelos y desvelos, en la intimidad del hogar y en el ruido ensordecedor de nuestras calles. Es allí, en medio de los caminos polvorientos de la Historia, donde el Señor viene a tu encuentro".

En las ciudades, "donde las situaciones de dolor e injusticia, pueden generar la tentación de huir, escondernos. Y razones no nos faltan", constató el Papa, quien admitió que en las ciudades "existen muchos 'no-ciudadanos', ciudadanos a medias, o los sobrantes urbanos, que están al borde de nuestros caminos, que van a vivir a las márgenes de nuestras ciudades sin condiciones necesarias para una vida digna".

"Muchas veces entre estos sobrantes se encuentran rostros de niños y adolescentes. Se encuentra el rostro del futuro", lamentó Francisco, que constató cómo, al ver estas situaciones, se puede provocar "el síndrome de Jonás: un espacio de huida y desconfianza, para la indiferencia, que nos transforma en anónimos y sordos para los demás, seres impersonales de corazón cauterizado, y con esta actitud lastimamos el alma de este pueblo noble".

Citando a Benedicto XVI, Bergoglio insistió en que "una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado, es una sociedad cruel e inhumana ". Y, frente a esto, Jesús, que camina, empezando "a sembrar el inicio de la mayor esperanza. El reino de Dios está cerca, Dios está entre nosotros".

También entre los centenares de miles de fieles que llenaron la última misa del Papa en Perú. "Ha llegado hasta Lima para comprometerse como un renovado antídoto ante la globalización de la indiferencia. Ante este amor no se puede permanecer indiferente".

"Vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad: el amor al prójimo" esa es la clave, y lo hace "suscitando la ternura y el amor de misericordia, la compasión y abriendo los ojos" "Jesús nos invita a generar nuevos lazos, nuevas alianzas portadoras de eternidad", apeló.

"Jesús camina a la ciudad. Lo hace con sus discípulos, y comienza a ver y escuchar a los que habían sucumbido por el pecado de la indiferencia o el pecado de la corrupción", en unas "situaciones que asfixiaban la esperanza de su pueblo". Pero, aún así, Jesús "invita a sus discípulos a caminar la ciudad,les enseña a mirar lo que hasta ahora pasaban por alto, les señala nuevas urgencias".

"Conviértanse, el Reino de los cielos es encontrar a Dios que se implica", subrayó. "No tengan miedo de hacer de esta historia una historia de salvación". Porque hoy, como entonces, "Jesús sigue caminando por nuestras calles, golpeando puertas, corazones, para volver a encender la esperanza y los anhelos", y que "la degradación sea superada por la fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad, y la violencia callada con las armas de la paz".

"Jesús sigue caminando y nos invita a involucrarnos como fermento allá donde estemos, en ese rinconcito de todos los días", añadió, abogando por un Reino de los cielos, que se encuentra "allí donde no tengamos miedo de generar espacios" para que los ciegos vean o los sordos oigan. Porque "Dios no se cansa ni se cansará de caminar para llegar a cada uno de sus hijos", pero hacen falta profetas y testigos.

"Hoy el Señor te invita a caminar con él la ciudad. Te invita a caminar con él tu ciudad. Te invita a que sea discípulo misionero, y así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando en los distintos rincones de nuestra vida", terminó el Papa, y sonó a compromiso.

Homilía del Papa:

«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícales el mensaje que te digo» (Jon 3,2). Con estas palabras, el Señor se dirigía a Jonás poniéndolo en movimiento hacia esa gran ciudad que estaba a punto de ser destruida por sus muchos males. También vemos a Jesús en el Evangelio de camino hacia Galilea para predicar su buena noticia (cf. Mc 1,14). Ambas lecturas nos revelan a Dios en movimiento de cara a las ciudades de ayer y de hoy. El Señor se pone en camino: va a Nínive, a Galilea... a Lima, a Trujillo, a Puerto Maldonado... aquí viene el Señor. Se pone en movimiento para entrar en nuestra historia personal, concreta. Lo hemos celebrado hace poco: es el Emmanuel, el Dios que quiere estar siempre con nosotros. Sí, aquí en Lima, o en donde estés viviendo, en la vida cotidiana del trabajo rutinario, en la educación esperanzadora de los hijos, entre tus anhelos y desvelos; en la intimidad del hogar y en el ruido ensordecedor de nuestras calles. Es allí, en medio de los caminos polvorientos de la historia, donde el Señor viene a tu encuentro.

Algunas veces nos puede pasar lo mismo que a Jonás. Nuestras ciudades, con las situaciones de dolor e injusticia que a diario se repiten, nos pueden generar la tentación de huir, de escondernos, de zafar. Y razones, ni a Jonás ni a nosotros nos faltan. Mirando la ciudad podríamos comenzar a constatar que existen «ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar -y eso nos alegra-, el problema está en que son muchísimos los "no ciudadanos", "los ciudadanos a medias" o los "sobrantes urbanos"»[1] que están al borde de nuestros caminos, que van a vivir a las márgenes de nuestras ciudades sin condiciones necesarias para llevar una vida digna y duele constatar que muchas veces entre estos «sobrantes humanos» se encuentran rostros de tantos niños y adolescentes. Se encuentra el rostro del futuro.

Y al ver estas cosas en nuestras ciudades, en nuestros barrios -que podrían ser un espacio de encuentro y solidaridad, de alegría- se termina provocando lo que podemos llamar el síndrome de Jonás: un espacio de huida y desconfianza (cf. Jon 1,3). Un espacio para la indiferencia, que nos transforma en anónimos y sordos ante los demás, nos convierte en seres impersonales de corazón cauterizado y, con esta actitud, lastimamos el alma del pueblo. Como nos lo señalaba Benedicto XVI, «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. [...] Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana».[2]

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. A diferencia de Jonás, Jesús, frente a un acontecimiento doloroso e injusto como fue el arresto de Juan, entra en la ciudad, entra en Galilea y comienza desde ese pequeño pueblo a sembrar lo que sería el inicio de la mayor esperanza: El Reino de Dios está cerca, Dios está entre nosotros. Y el Evangelio mismo nos muestra la alegría y el efecto en cadena que esto produce: comenzó con Simón y Andrés, después Santiago y Juan (cf. Mc 1,14-20) y, desde esos días, pasando por santa Rosa de Lima, santo Toribio, san Martín de Porres, san Juan Macías, san Francisco Solano, ha llegado hasta nosotros anunciado por esa nube de testigos que han creído en Él. Ha llegado hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado antídoto contra la globalización de la indiferencia. Porque ante ese Amor, no se puede permanecer indiferentes.

Jesús invitó a sus discípulos a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad: el amor a Dios y al prójimo; y lo hace de la única manera que lo puede hacer, a la manera divina: suscitando la ternura y el amor de misericordia, suscitando la compasión y abriendo sus ojos para que aprendan a mirar la realidad a la manera divina. Los invita a generar nuevos lazos, nuevas alianzas portadoras de eternidad.

Jesús camina la ciudad con sus discípulos y comienza a ver, a escuchar, a prestar atención a aquellos que habían sucumbido bajo el manto de la indiferencia, lapidados por el grave pecado de la corrupción. Comienza a develar muchas situaciones que asfixiaban la esperanza de su pueblo suscitando una nueva esperanza. Llama a sus discípulos y los invita a ir con Él, los invita a caminar la ciudad, pero les cambia el ritmo, les enseña a mirar lo que hasta ahora pasaban por alto, les señala
nuevas urgencias. Conviértanse, les dice, el Reino de los Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se mezcla vitalmente con su pueblo, se implica e implica a otros a no tener miedo de hacer de esta historia, una historia de salvación (cf. Mc 1,15.21 y ss.).

Jesús sigue caminando por nuestras calles, sigue al igual que ayer golpeando puertas, golpeando corazones para volver a encender la esperanza y los anhelos: que la degradación sea superada por la fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad y la violencia callada con las armas de la paz. Jesús sigue invitando y quiere ungirnos con su Espíritu para que también nosotros salgamos a ungir con esa unción, capaz de sanar la esperanza herida y renovar nuestra mirada.

Jesús sigue caminando y despierta la esperanza que nos libra de conexiones vacías y de análisis impersonales e invita a involucrarnos como fermento allí donde estemos, donde nos toque vivir, en ese rinconcito de todos los días. El Reino de los cielos está entre ustedes -nos dice- está allí donde nos animemos a tener un poco de ternura y compasión, donde no tengamos miedo a generar espacios para que los ciegos vean, los paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y los sordos oigan (cf. Lc 7,22) y así todos aquellos que dábamos por perdidos gocen de la Resurrección. Dios no se cansa ni se cansará de caminar para llegar a sus hijos. ¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos?

Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, tu ciudad. Te invita a que seas su discípulo misionero, y así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando en los distintos rincones de nuestra vida: ¡Alégrate, el Señor está contigo!
________________________
[1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.
[2] Carta enc. Spe salvi, 38.

EL PAPA SE DESPIDE DE PERÚ TRAS UN VIAJE QUE TAMBIÉN LO LLEVÓ A PERÚ
Francisco ya vuela hacia Roma: "Esta visita dejará una huella en mi corazón"
"Perú es tierra de esperanza; chicas y chicos, por favor, no se desarraiguen"

El Papa Francisco se despide de PerúAgencias

Hermanos peruanos, tienen tantos motivos para esperar, lo vi, lo 'toqué' en estos días. Por favor, cuiden la esperanza, que no se la roben. No hay mejor manera de cuidar la esperanza que permanecer unidos

(Jesús Bastante).- "Esta visita dejará una huella en mi corazón". El Papa Francisco ya vuela hacia Roma, después de una semana de visita a Chile y Perú. Dos países distintos, dos viajes muy diferentes. Tras la apoteosis de la misa final, Bergoglio subió al avión de Latam que, tras 13 horas de vuelo, lo devolverá a la Ciudad Eterna. En la despedida, le acompañaron el presidente Kuczynsi y su esposa, con los que bromeó sobre la políticos y los eclesiásticos del país. "Agradezco a todos los que han hecho posible este viaje, que fueron muchos y muchos anónimos", se despidió el Papa, "Me ha hecho bien encontrarme con ustedes". "Comenzaba mi peregrinación entre ustedes diciendo que Perú es tierra de esperanza. Tierra de esperanza por la biodiversidad que la compone, y con la belleza de una geografía capaz de ayudarnos a descubrir la presencia de Dios", añadió el Papa, quien recordó que "los jóvenes no son el futuro, sino el presente de Perú".

"Chicas y chicos, por favor, no se desarraiguen. Abuelos y ancianos, no dejen de transmitir a las jóvenes generaciones las raíces de su pueblo y la sabiduría del camino para llegar al cielo. A todos los invito a no tener miedo a ser los santos del siglo XXI", prosiguió.

"Hermanos peruanos, tienen tantos motivos para esperar, lo vi, lo 'toqué' en estos días. Por favor, cuiden la esperanza, que no se la roben.  No hay mejor manera de cuidar la esperanza que permanecer unidos, para que todos estos motivos que la sostienen, crezcan cada día más", culminó. "Los llevo en el corazón, que Dios los bendiga".

La fuente del poder.

Santo Evangelio según San Marcos 3, 22-30

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración introductoria (para ponerme en presencia de Dios)

Ilumíname, Espíritu Santo, para escuchar lo que quieres de mí y envía tu unción para tomar consciencia sobre mi condición de hijo de Dios. Ayúdame a reconstruir el Reino de Cristo en mi corazón.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy nos enfrentamos a uno de esos evangelios que pueden parecer un poco extraños a primera vista y a lo mejor hasta un poco «secos» para orar, pero no por eso debemos dejarlo pasar por alto. Jesús hoy nos quiere hacer una gran revelación, la fuente del poder de Dios.

Normalmente vemos que los objetos sagrados para la Eucaristía se manejan con mucho cuidado y reverencia porque están destinados exclusivamente a custodiar el Cuerpo y la Sangre de Cristo. También es posible observar en muchos lugares cuánto cuidan su templo porque es lugar de encuentro con el Señor. ¡Cuánto más sagrado no serás tú que eres creado a imagen del mismísimo Dios y eres templo del Espíritu Santo! (1 Cor 6:19)

Jesús nos dice que un reino dividido no puede vencer. Por un lado, somos la creación más sagrada de Dios, por otro, somos creaturas llenas de debilidad. ¿Cómo venceremos?

Evidentemente no lo podemos hacer por nosotros mismos, pero sí lo podemos hacer con el poder de Dios. Esa fuente es el Espíritu Santo que lava nuestras manchas, riega el corazón en sequía, es fuego que purifica y repele lejos los enemigos del alma, como dice un antiguo himno de la Iglesia Veni Creator Spiritus.

Hoy, si sientes que Dios te está llamando a reconstruir el reino de tu corazón y a tener una mayor amistad con Él, no le cierres la puerta de tu corazón al mayor poder que puedes tener en tu vida, la fuerza del Espíritu Santo que hace nuevas todas las cosas.

Estamos llamados a ser los colaboradores de Dios en una empresa tan fundamental y única como es testimoniar con nuestra vida la fuerza de la gracia que transforma y el poder del Espíritu que renueva. Dejemos que el Señor nos libere de toda tentación que aleja de lo que es esencial en nuestra misión, y redescubramos la belleza de profesar la fe en el Señor Jesús.
(Homilía de S.S. Francisco, 22 de febrero de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Dedicaré en esta semana un tiempo un poco más prolongado a la oración para crecer en amor en mi relación con Cristo y que Él tome el Reino de mi corazón.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Jesús, ¿loco y endemoniado?

¿No son los familiares los primeros en buscar desalentar e impedir que sigan por ese camino difícil y peligroso?

Marcos 3, 20-35
En aquel tiempo volvió Jesús con sus discípulos a casa y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: Está fuera de sí.

En aquel tiempo unos letrados de Jerusalén decían: Está poseído por Beelzebul y por el príncipe de los demonios expulsa los demonios. El, los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno. Es que decían: Está poseído por un espíritu inmundo.

En aquel tiempo llegaron la madre de Jesús y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada a su alrededor le dijo: ¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. El les responde: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Reflexión
El Evangelista Marcos nos habla hoy de Cristo incomprendido por los demás. Incomprendido por sus parientes que lo consideran un exaltado, un loco. Incomprendido igualmente por los conductores del pueblo que lo acusan de ser un endemoniado. Con ello se manifiesta claramente la incapacidad de los hombres de entender el misterio de Cristo desde la base del “orden establecido”.

Marcos empieza señalando la conmoción que produce Jesús entre la gente. No bien vuelve a su casa, se juntan en grandes cantidades para escucharlo y lograr la curación de sus males. Ni para comer le dejan tiempo.

Esta situación no es del agrado de sus parientes. Es demasiado comprometedora. Jesús no sólo llama la atención por sus milagros, sino también por su doctrina que desborda los márgenes de lo tradicional. Su conducta provoca el escándalo. No respeta las tradiciones y prescripciones de la ley. Es amigo de los pecadores y come en casa de ellos. Entre los que le siguen se encuentran también los exaltados que anhelan el cambio social y político: buscan en Él al líder capaz de enfrentar a los sacerdotes y poderosos del pueblo.

Todo esto molesta a los parientes. Con los parientes uno está bien mientras piensa como ellos. Pero no bien uno sale de sus tradiciones o del orden establecido por ellos, corre el riesgo de ser víctima de su incomprensión y hasta de su persecución.

Las relaciones personales eran sumamente estrictas en la familia judía de entonces. En ella todos los miembros eran más dependientes unos de otros y debían seguir las disposiciones del patriarca de la misma. Por ejemplo, el trabajo y la profesión no los elegía el individuo, sino que eran predeterminados por el clan familiar.

Y a Jesús se le ocurre buscar amigos y discípulos en vez de parientes. En sus ojos, Jesús rompe el orden familiar, desatiende sagradas tradiciones y disposiciones. Se lanza a una vida rara de predicador ambulante, se rodea de exaltados y se enfrenta a los sacerdotes y poderosos del pueblo.

Entonces vienen los parientes para llevárselo, porque realmente lo creen loco. Y de una u otra forma han convencido también a María para que los acompañara, pensando tal vez que les ayudaría a persuadir a su hijo.

Pero no sólo sus parientes no lo comprenden. Están también los jefes del pueblo, sus enemigos de siempre, que lo acusan de endemoniado. Dicen que sólo en virtud de sus relaciones con el diablo realiza las curaciones y las expulsiones de demonios.

Jesús les responde con sabiduría y hasta con ironía: si Satanás echa a Satanás, entonces está dividido y, por lo tanto, su reino está amenazado. No habría, pues, por qué preocuparse de ello.

Pasando al contraataque, Jesús acusa duramente a sus enemigos. Ellos hablan mal, es decir, blasfeman contra el Espíritu Santo. Existe en ellos una mala voluntad manifiesta: quieren cerrar los ojos a la luz. Por eso, Jesús distingue dos clases de pecados:

  • El primer tipo son los pecados o blasfemias que se cometen por ignorancia o equivocación: todos ellos serán perdonados.
  • El otro tipo son los pecados contra el Espíritu Santo, que se presentan disfrazados como virtudes. Como en nuestro caso, en que los escribas llaman obra del demonio una obra que es evidentemente buena. Es una blasfemia que se oculta bajo el celo aparente por la gloria de Dios.

El trocar así totalmente la verdad, no deja lugar al arrepentimiento y al reconocimiento de la culpa, sino se empecina en el pecado. Es por eso que no puede ser perdonado.

Todo esto es un fuerte ataque contra el fariseismo, una tentación siempre presente también en nuestra Iglesia. Cuántas veces nosotros mismos disfrazamos nuestras fallas, nuestras mentiras y cobardías, nuestras injusticias u omisiones con el manto de absurdas e inexistentes virtudes.

Y lo mismo con respecto a lo que dice el Evangelio de los parientes de Jesús. ¿No consideramos locos muchas veces a los que luchan valientemente por más justicia, los que desenmascaran la mentira, los que defienden a los más pobres y sufridos?

¿No son los familiares los primeros en buscar desalentar e impedir que sigan por ese camino difícil y peligroso? ¿No somos, muchas veces, nosotros los que damos esos consejos prudentes de no meterse en problemas y líos, ya que de todos modos no va a cambiar nada?

Es por eso que Cristo sigue buscando discípulos y seguidores más que parientes. Y es por eso que proclama la gran novedad del parentesco evangélico con Él. Es el parentesco por la fe, superior a los lazos de la carne y de la sangre. Un corazón abierto al querer divino, es lo que crea el verdadero parentesco con Jesús: “El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Queridos hermanos, allí tenemos a María, su Madre según la carne, pero mucho más todavía su Madre por haber cumplido siempre y con perfección única la voluntad del Padre. Sigamos su ejemplo, para formar parte de la verdadera familia del Señor, para pertenecerle a Jesús para siempre.

¡Qué así sea!

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Martirio de San Fructuoso, obispo, y de Augurio y Eulogio, diáconos (año 259 d.C.)

21 de enero, en Tarraco (hoy Tarragona), ciudad de la Hispania Citerior (hoy España), pasión de estos santos mártires

En Tarragona, año 259

Siendo emperadores Valeriano y Galieno, y Emiliano yBaso cónsules, el diecisiete de las calendas de febrero (el 16 de ene-ro), un domingo, fueron prendidos Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio, diáconos. Cuando el obispo Fructuoso estaba ya acostado, se dirigieron a su casa un pelotón de soldados de los llamados beneficiarios, cuyos nombres son: AurelioFestucio,ElioPolencioDonato y Máximo. Cuando el obispo oyó sus pisadas, se levantó apresuradamente y salió a su encuentro en chinelas. Los soldados le dijeron:

- Ven con nosotros, pues el presidente te manda llamar junto con tus diáconos.

Respondióles el obispo Fructuoso:

- Vamos, pues; o si me lo permitís, me calzaré antes. Replicaron los soldados:

- Cálzate tranquilamente.

Apenas llegaron, los metieron en la cárcel. Allí, Fructuoso, cierto y alegre de la corona del Señor a que era llamado, oraba sin interrupción. La comunidad de hermanos estaba también con él, asistiéndole y rogándole que se acordara de ellos.

Otro día bautizó en la cárcel a un hermano nuestro, por nombre Rogaciano.

En la cárcel pasaron seis días, y el viernes, el doce de las calendas de febrero (21 de enero), fueron llevados ante el tribunal y se celebró el juicio.

El presidente Emiliano dijo:

- Que pasen Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio. Los oficiales del tribunal contestaron:

- Aquí están.

El presidente Emiliano dijo al obispo Fructuoso:

- ¿Te has enterado de lo que han mandado los emperadores?

FRUCTUOSO — Ignoro qué hayan mandado; pero, en todo caso, yo soy cristiano.

EMILIANO — Han mandado que se adore a los dioses.

FRUCTUOSO— Yo adoro a un solo Dios, el que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto en ellos se contiene.

EMILIANO — ¿Es que no sabes que hay dioses?

FRUCTUOSO — No lo sé.

EMILIANO — Pues pronto lo vas a saber.

El obispo Fructuoso recogió su mirada en el Señor y se puso a orar dentro de sí.

El presidente Emiliano concluyó:

— ¿Quiénes son obedecidos, quiénes temidos, quiénes adorados, si no se da culto a los dioses ni se adoran las estatuas de los emperadores?

El presidente Emiliano se volvió al diácono Augurio y le dijo: - No hagas caso de las palabras de Fructuoso.

Augurio, diácono repuso:

- Yo doy culto al Dios omnipotente.

El presidente Emiliano dijo al diácono Eulogio:

- ¿También tú adoras a Fructuoso?

Eulogio, diácono, dijo:

- Yo no adoro a Fructuoso, sino que adoro al mismo a quien adora Fructuoso.

El presidente Emiliano dijo al obispo Fructuoso:

- ¿Eres obispo?

FRUCTUOSO — Lo soy.

EMILIANO — Pues has terminado de serlo.

Y dio sentencia de que fueran quemados vivos.

Cuando el obispo Fructuoso, acompañado de sus diáconos, era conducido al anfiteatro, el pueblo se condolía del obispo Fructuoso, pues se había captado el cariño, no sólo de parte de los hermanos, sino hasta de los gentiles. En efecto, él era tal como el Espíritu Santo declaró debe ser el obispo por boca de aquel vaso de elección, el bienaventurado Pablo, doctor de las naciones. De ahí que los hermanos que sabían caminaba su obispo a tan grande gloria, más bien se alegraban que se dolían.

De camino, muchos, movidos de fraterna caridad, ofrecían a los mártires que tomaran un vaso de una mixtura expresamente preparada; mas el obispo lo rechazó, diciendo:

- Todavía no es hora de romper el ayuno. Era, en efecto, la hora cuarta del día; es decir, las diez de la mañana. Por cierto que ya el miércoles, en la cárcel, habían solemnemente celebrado la estación. Y ahora, el viernes, se apresuraba, alegre y seguro, a romper el ayuno con los mártires y profetas en el paraíso, que el Señor tiene preparado para los que le aman.

Llegados que fueron al anfiteatro, acercósele al obispo un lector suyo, por nombre Augustal, y, entre lágrimas, le suplicó le permitiera descalzarle. El bienaventurado mártir contestó:

- Déjalo, hijo; yo me descalzaré por mí mismo, pues me siento fuerte y me inunda la alegría por la certeza de la promesa del Señor.

Apenas se hubo descalzado, un camarada de milicia, hermano nuestro, por nombreFélix, se le acercó también y, tomándole la mano derecha, le rogó que se acordara de él. El santo varón Fructuoso, con clara voz que todos oyeron, le contestó:

- Yo tengo que acordarme de la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente.

Puesto, pues, en el centro del anfiteatro, como se llegara ya el momento, digamos más bien de alcanzar la corona inmarcesible que de sufrir la pena, a pesar de que le estaban observando los soldados beneficiarios de la guardia del pretorio, cuyos nombres antes recordamos, el obispo Fructuoso, por aviso juntamente e inspiración del Espíritu Santo, dijo de manera que lo pudieron oír nuestros hermanos:

- No os ha de faltar pastor ni es posible falte la caridad y promesa del Señor, aquí lo mismo que en lo por venir. Esto que estáis viendo, no es sino sufrimiento de un momento.

Habiendo así consolado a los hermanos, entraron en su salvación, dignos y dichosos en su mismo martirio, pues merecieron sentir, según la promesa, el fruto de las Santas Escrituras. Y, en efecto, fueron semejantes a Ananías, Azarías y Misael, a fin de que también en ellos se pudiera contemplar una imagen de la Trinidad divina. Y fue así que, puestos los tres en medio de la hoguera, no les faltó la asistencia del Padre ni la ayuda del Hijo ni la compañía del Espíritu Santo, que andaba en medio del fuego.

Apenas las llamas quemaron los lazos con que les habían atado las manos, acordándose ellos de la oración divina y de su ordinaria costumbre, llenos de gozo, dobladas las rodillas, seguros de la resurrección, puestos en la figura del trofeo del Señor, estuvieron suplicando al Señor hasta el momento en que juntos exhalaron sus almas.

Después de esto, no faltaron los acostumbrados prodigios del Señor, y dos de nuestros hermanos, Babilán y Migdonio, que pertenecían a la casa del presidente Emiliano, vieron cómo se abría el cielo y mostraron a la propia hija de Emiliano cómo subían coronados al cielo Fructuoso y sus diáconos, cuando aún estaban clavadas en tierra las estacas a que los habían atado. Llamaron también a Emiliano diciéndole:

—Ven y ve a los que hoy condenaste, cómo son restituidos a su cielo y a su esperanza.
Acudió, efectivamente, Emiliano, pero no fue digno de verlos.

Los hermanos, por su parte, abandonados como ovejas sin pastor, se sentían angustiados, no porque hicieran duelo de Fructuoso, sino porque le echaban de menos, recordando la fe y combate de cada uno de los mártires.

Venida la noche, se apresuraron a volver al anfiteatro, llevando vino consigo para apagar los huesos medio encendidos. Después de esto, reuniendo las cenizas de los mártires, cada cual tomaba para sí lo que podía haber a las manos […]

¡Oh bienaventurados mártires, que fueron probados por el fuego, como oro precioso, vestidos de la loriga de la fe y del yelmo de la salvación; que fueron coronados con diadema y corona inmarcesible, porque pisotearon la cabeza del diablo! ¡Oh bienaventurados mártires, que merecieron morada digna en el cielo, de pie a la derecha de Cristo, bendiciendo a Dios Padre omnipotente y a nuestro Señor Jesucristo, hijo suyo!

Recibió el Señor a sus mártires en paz por su buena confesión, a quien es honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

(BAC 75, 788-794) 

DESDE EL BALCÓN DE LA NUNCIATURA
Francisco rezó por los enfermos
"Están enfermos y quisieron venir"

Redacción, 21 de enero de 2018 a las 10:04


Franciso dando la bendición

Ante las protestas de la gente, Francisco insistió en que "se está haciendo tarde y tienen que llegar a casa, tienen que dormir, y tienen que dejar dormir a la gente que vive aquí"

El papa Francisco rezó hoy por los enfermos que se acercaron a la Nunciatura Apostólica de Lima a verlo, tras su viaje a la ciudad de Trujillo, en el norte de Perú, donde ofreció una multitudinaria misa.

"Muchas gracias por venir a saludarme, antes de entrar saludé a todos los hermanos que están enfermos, ahora todos nosotros vamos a mirarlos y vamos a rezar por ellos", dijo Francisco desde el balcón de la Nunciaturaa las personas que se encontraban a la expectativa de su retorno a Lima.

"Están enfermos y quisieron venir", agregó Francisco antes de rezar con todos un Padre Nuestro y un Ave María.

Francisco se acercó a saludar a los niños y ancianos enfermos que lo esperaban, acompañados por monjas y sacerdotes, en los exteriores de la Nunciatura, en el distrito limeño de Jesús María.

Tras el rezo y la bendición a los pacientes, el pontífice les pidió a los cientos de personas reunidas en el lugar que se fueran a casa "pensando en estos enfermos y pidiéndole a la Virgen que esté cerca de ellos".

Ante las protestas de la gente, Francisco insistió en que "se está haciendo tarde y tienen que llegar a casa, tienen que dormir, y tienen que dejar dormir a la gente que vive aquí".

Mañana domingo, en el último día de su visita a Perú, el papa rezará el Angelus en la plaza de armas de Lima, se reunirá con monjas en el templo de las Nazarenas y oficiará una misa en la base aérea de Las Palmas para un millón de personas.

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