Pablo iba de camino, cerca de Damasco; de repente, una luz que venía de cielo le envolvió con su claridad
- 25 Enero 2018
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Audiencia General – 24 enero 2018 (Texto completo)
“No hay que esconder los conflictos debajo de la cama”
24 ENERO 2018 REDACCION AUDIENCIA GENERAL
El Papa Francisco En La Audiencia General, 24 De Enero De 2018 © Vatican Media
(ZENIT – 24 enero 2018).- “No hay que esconder los conflictos debajo de la cama” ha recomendado el Papa Francisco. “Los conflictos que salen a la luz, se enfrentan y se resuelven con el diálogo. Pensad en los pequeños conflictos que hay seguramente en vuestra casa: no hay que esconderlos, sino enfrentarlos”.
El Santo Padre ha compartido con los fieles en la Audiencia General, este miércoles 24 de enero de 2018, su experiencia en Chile y en Perú, viaje que realizó del 15 al 21 de enero de 2018, “dos pueblos buenos, buenos…”, ha señalado.
“Mi paz os doy” fue el lema de la visita a Chile, que cobró actualidad y vida –ha explicado Francisco– en el contexto de protesta que precedió su estancia en el país, en varias manifestaciones. “No solamente cada uno de nosotros necesita la paz, también el mundo hoy, en esta tercera guerra mundial a trozos… ¡Por favor, recemos por la paz!”, ha exhortado el Santo Padre.
Degradación ecológico-social y corrupción
El Papa ha asegurado que la corrupción “arruina los corazones”: “Por favor, no a la corrupción. Subrayé que nadie está exento de responsabilidad frente a estas dos plagas y que el compromiso de contrarrestarlas concierne a todos”.
En esta línea, Francisco ha relatado una de las citas más importantes de su 22º viaje apostólico, en Perú: “Hablando a las autoridades políticas y civiles, manifesté mi aprecio por el patrimonio ambiental, cultural y espiritual de ese país y me centré en las dos realidades que más lo amenazan: la degradación ecológico-social y la corrupción”.
Así, el Pontífice ha hablado de los encuentros más significativos de su viaje: En Chile visitó el norte y el sur, conoció a las mujeres, muchas de ellas madres jóvenes, de un centro penitenciario; celebró la Misa en la Araucanía, donde habitan los indios mapuches, y en Iquique, punto de encuentro entre el desierto y el mar; y se reunió con los obispos, a quienes confirmó en el rechazo de cualquier compromiso con el abuso sexual de menores.
Del mismo modo, en Perú, bajo el lema “Unidos por la esperanza”, Francisco se encontró con las autoridades civiles y diplomáticas; con cientos de nativos, representantes de los pueblos de la Amazonía peruana, a los que apoyó en decir “no” a la colonización económica y a la colonización ideológica; así como con la población de Trujillo, que tanto han sufrido con el fenómeno de tormentas conocido como el “Niño Costero”.
RD
Sigue el texto de la catequesis del Papa Francisco, traducida al español por la Oficina de Prensa del Vaticano.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Esta catequesis se desarrolla en dos lugares conectados: vosotros aquí, en la Plaza y un grupo de niños, algo enfermos, que están en el Aula. Ellos os verán y vosotros los veréis; así estamos conectados, Saludemos a los niños que están en el Aula: era mejor que no se resfriasen, y por eso están allí.
Hace dos días regrese del viaje apostólico a Chile y Perú. ¡Un aplauso para Chile y Perú! Dos pueblos buenos, buenos… Doy gracias al Señor porque todo ha salido bien: pude encontrar al Pueblo de Dios en camino por esas tierras, -también a los que no están en camino, están algo parados… pero son buena gente- y alentar el desarrollo social de esos países. Renuevo mi gratitud a las autoridades civiles y a los obispos, que me recibieron con tanto cariño y generosidad; así como a todos los colaboradores y voluntarios. Pensad que en cada uno de los dos países había más de 20.000 voluntarios: 20.000 y algunos más en Chile, 20.000 en Perú. Gente buena, la mayoría jóvenes.
Mi llegada a Chile estuvo precedida por varias manifestaciones de protesta por varios motivos, como habéis leído en los periódicos. Y esto hizo que el lema de mi visita fuera aún más actual y vivo: “Mi paz os doy”. Son las palabras que Jesús dirigió a los discípulos, que repetimos en cada Misa: el don de la paz, que solo Jesús muerto y resucitado puede dar a quienes se confían a él. No solamente cada uno de nosotros necesita la paz, también el mundo hoy, en esta tercera guerra mundial a trozos… ¡Por favor, recemos por la paz!
En el encuentro con las autoridades políticas y civiles del país, alenté el camino de la democracia chilena, como un espacio de encuentro solidario y capaz de incluir la diversidad; para ese fin indiqué como método el camino de la escucha: en particular la escucha de los pobres, de los jóvenes y de los ancianos, de los inmigrantes, y también la escucha de la tierra.
En la primera eucaristía, celebrada por la paz y la justicia, resonaron las Bienaventuranzas, especialmente “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Una bendición para testimoniar con el estilo de la proximidad, de la cercanía, del compartir, reforzando así, con la gracia de Cristo, el tejido de la comunidad eclesial y de toda la sociedad.
En este estilo de proximidad cuentan más los gestos que las palabras, y un gesto importante que pude hacer fue visitar el penitenciario femenino en Santiago: los rostros de esas mujeres, muchas de ellas madres jóvenes, con sus pequeños en brazos, expresaban, a pesar de todo, tanta esperanza. Las animé a exigir, de ellas mismas y de las instituciones, un serio camino de preparación para la reinserción, como un horizonte que da sentido a la pena diaria. No podemos imaginar una cárcel, cualquier cárcel, sin esta dimensión de la reinserción, porque sin esta esperanza de reinserción social la cárcel es una tortura infinita. En cambio, cuando se trabaja para la reinserción –también los condenados a cadena perpetua pueden reinsertarse- mediante el trabajo de la cárcel a la sociedad, se abre un diálogo. Pero siempre una cárcel debe tener esta dimensión de la reinserción, siempre.
Con los sacerdotes y personas consagradas y con los obispos de Chile, viví dos encuentros muy intensos, todavía más fecundos por el sufrimiento compartido de algunas heridas que afligen a la Iglesia en ese país. En particular, confirmé a mis hermanos en el rechazo de cualquier compromiso con el abuso sexual de menores, y al mismo tiempo en la confianza en Dios, que a través de esta dura prueba purifica y renueva a sus ministros.
Las otras dos misas en Chile se celebraron una en el sur y otra en el norte. La del sur, en Araucanía, la tierra donde viven los indios mapuches, transformó en alegría los dramas y las fatigas de este pueblo, lanzando un llamamiento a una paz que sea armonía de la diversidad y al repudio de toda violencia. La del norte, en Iquique, entre el océano y el desierto, fue un himno al encuentro entre los pueblos, que se expresa de manera singular en la religiosidad popular.
Los encuentros con los jóvenes y con la Universidad Católica de Chile respondieron al desafío crucial de ofrecer un sentido grande a la vida de las nuevas generaciones. Dejé la palabra programática de San Alberto Hurtado a los jóvenes: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”. Y en la Universidad propuse un modelo de formación integral, que traduce la identidad católica en la capacidad de participar en la construcción de sociedades unidas y plurales, donde los conflictos no se ocultan sino que se gestionan con el diálogo. Siempre hay conflictos: también en casa, siempre los hay. Pero, tratar mal los conflictos es todavía peor. No hay que esconder los conflictos debajo de la cama: los conflictos que salen a la luz, se enfrentan y se resuelven con el diálogo. Pensad en los pequeños conflictos que hay seguramente en vuestra casa: no hay que esconderlos, sino enfrentarlos. Buscad la ocasión y se habla: el conflicto se resuelve así, con el diálogo.
En Perú, el lema de la visita fue: “Unidos por la esperanza”. Unidos no en una uniformidad estéril, todos iguales: esa no es unión; sino en toda la riqueza de las diferencias que heredamos de la historia y la cultura. Un testimonio emblemático de ello fue el encuentro con los pueblos de la Amazonía peruana, que también puso en marcha el itinerario del Sínodo Pan-Amazónico convocado para octubre de 2019, como también lo atestiguan los momentos vividos con la gente de Puerto Maldonado y con los niños del Hogar “El Principito”. Juntos dijimos “no” a la colonización económica y a la colonización ideológica.
Hablando a las autoridades políticas y civiles de Perú, manifesté mi aprecio por el patrimonio ambiental, cultural y espiritual de ese país y me centré en las dos realidades que más lo amenazan: la degradación ecológico-social y la corrupción. No sé si vosotros habéis oído hablar de corrupción… no lo sé… No existe solamente allí. Aquí también y es más peligrosa que la gripe. Se mezcla y arruina los corazones. La corrupción arruina los corazones. Por favor, no a la corrupción. Subrayé que nadie está exento de responsabilidad frente a estas dos plagas y que el compromiso de contrarrestarlas concierne a todos.
Celebré la primera misa pública en Perú en la orilla del océano, cerca de la ciudad de Trujillo, donde la tormenta llamada “Niño costero” golpeó duramente a la población el año pasado. Por eso la alenté a reaccionar frente a ella, pero también ante otras tormentas como el hampa, la falta de educación, de trabajo y vivienda segura. También en Trujillo también conocí a los sacerdotes y consagrados del norte del Perú, compartiendo con ellos la alegría de la llamada y de la misión, y la responsabilidad de la comunión en la Iglesia. Les exhorté a ser ricos de memoria y fieles a sus raíces. Y entre estas raíces está la devoción popular a la Virgen María. Siempre en Trujillo tuvo lugar la celebración mariana en la que coroné a la Virgen de la Puerta, proclamándola “Madre de la Misericordia y la Esperanza”.
El último día del viaje, el domingo pasado, se desarrolló en Lima, con un fuerte acento espiritual y eclesial. En el santuario más famoso de Perú, donde se venera el cuadro de la Crucifixión llamado “Señor de los Milagros”, encontré a unas 500 religiosas de clausura, de vida contemplativa: un verdadero “pulmón” de fe y oración para la Iglesia y para toda la sociedad. En la catedral recé una oración especial por la intercesión de los santos peruanos, a la que siguió el encuentro con los obispos del país, a quienes propuse la figura ejemplar de San Toribio di Mogrovejo.
Asimismo señalé a los jóvenes peruanos a los santos como hombres y mujeres que no perdieron el tiempo en “maquillar” su propia imagen, sino que siguieron a Cristo, que los miró con esperanza. Como siempre, la palabra de Jesús le da pleno significado a todo y así también el Evangelio de la última celebración eucarística resumió el mensaje de Dios a su pueblo en Chile y Perú: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1:15). ). Así – parecía decir el Señor -: recibiréis la paz que os doy y estaréis unidos en mi esperanza. Este es, más o menos, el resumen de este viaje. Oremos por estas dos naciones hermanas, Chile y Perú, para que el Señor las bendiga.
© Librería Editorial Vaticano
Evangelio según San Marcos 16,15-18.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
La conversión de San Pablo
Por: Joseph Fiesta litúrgica, 25 de enero
Fiesta Litúrgica
Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.
Breve Reseña
No es segura la fecha en que Pablo se convirtió, pero está relacionada con elmartirio de Esteban, cuando los testigos depositaron sus vestiduras a los pies de Saulo (Hch 7, 58; cf. 22, 20) para que las guardara. Este martirio y la subsiguiente persecución de la Iglesia, encaja bien en el cambio de Prefectos Romanos que se produjo en el año 36. Esta fecha corresponde bien a los catorce años que median entre la conversión de Pablo y su visita a Jerusalén con ocasión del “concilio” (Gál 2, 1; año 49). Sin embargo, algunos comentaristas prefieren fechar la conversión el año 33 (cf. J. Finegan, Biblical Chronology, 321).
El mismo Pablo y Lucas en los Hechos de los Apóstoles describen la experiencia vivida en el camino de Damasco y el giro que significó en la vida del Apóstol. Fue unencuentro con el Señor (Kyrios) resucitado, que obligó a Pablo a adoptar un nuevo estilo de vida; fue la experiencia que convirtió al fariseo Pablo en el apóstol Pablo.
Pablo relata el acontecimiento en Gálatas 1, 13-17 desde su propio punto de vistaapologético y polémico. En Hechos (9, 3-19; 22, 6-16; 26, 12-18) hay otros tres relatos: todos subrayan el carácter arrollador e inesperado de esta experiencia, que tuvo lugar en medio de la persecución que Pablo dirigía contra los cristianos.
Si bien hay variantes en cuanto a los detalles en los tres relatos (si los acompañantes quedaron en pie sin poder hablar o si cayeron por tierra; si oyeron o no la voz; asimismo, el hecho de que Jesús hablara a Pablo “en idioma hebreo”, pero citando un proverbio griego…), el mensaje esencial transmitido a Pablo es el mismo.
Los tres relatos están de acuerdo en este punto: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, “¿Quién eres tú, Señor?”, “Yo soy Jesús (de Nazaret), a quien tú persigues”. Las variantes pueden ser debidas a las diferentes fuentes de información utilizadas por Lucas.
Pablo mismo escribió, acerca de esta experiencia, que Dios tuvo a bien revelarle a su Hijo, para que predicara a los gentiles la buena noticia referente a Jesús (Gál 1, 15-16). Fue una experiencia que nunca olvidó, a la que asociaba frecuentemente su misión apostólica. “¿Acaso no soy apóstol? ¿Es que no he visto a Jesús, Nuestro Señor?” (1 Cor 9,1; cf. 15, 8).
Esta revelación de Jesús el Señor en el camino de Damasco habría de ser el factor decisivo que dominara en adelante toda su vida. Por amor a Cristo se hizo “todo para todos” (1 Cor 9, 22). En consecuencia se convirtió en “siervo de Cristo” (Gál 1, 10; Rom 1, 1; etc.), como los grandes siervos de Dios del AT (Moisés: 2 Re 18, 12; Josué: Jue 2, 8; David: Sal 78, 70), y puede que incluso como el mismo Siervo de Yahvé (Is 49, 1; cf. Gál 1, 15).
LA REVELACIÓN DE PABLO
La teología de Pablo se vio influida, sobre todo, por la experiencia que tuvo en el camino de Damasco y por la fe en Cristo resucitado, como Hijo de Dios, que creció a partir de esa experiencia.
Los actuales investigadores del NT son menos propensos que los de las generaciones pasadas a considerar aquella experiencia como una “conversión” explicable de acuerdo con los antecedentes judíos de Pablo o con Rom 7 (entendido como relato biográfico). El mismo Pablo habla de esta experiencia como de una revelación del Hijo que le ha concedido el Padre (Gál 1, 16). En ella “vio a Jesús, el Señor” (1 Cor 9, 1; cf. 1Cor 15, 8; 2 Cor 4, 6; 9, 5).
Aquella revelación del “Señor de la gloria” crucificado (1 Cor 2, 8) fue un acontecimiento que hizo de Pablo, el fariseo, no sólo apóstol, sino también el primer teólogo cristiano.
La única diferencia entre aquella experiencia, en que Jesús se le apareció (1 Cor 15, 8), y la experiencia que tuvieron los testigos oficiales de la Resurrección (Hch 1, 22) consistía en que la de Pablo fue una aparición ocurrida después de Pentecostés. Esta visión le situó en plano de igualdad con los Doce que habían visto al Kyrios.
Más tarde Pablo hablaba, refiriéndose a esta experiencia, del momento en que había sido “tomado” por Cristo Jesús (Flp 3, 12) y una especie de “necesidad” le impulsó a predicar el evangelio (1 Cor 9, 15-18). Él comparó esa experiencia con la creación de la luz por Dios: “Porque el Dios que dijo: “De la tiniebla, brille la luz”, es el que brilló en nuestros corazones para resplandor del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Cor 4-6).
El impulso de la gracia de Dios le urgía a trabajar al servicio de Cristo; no podía “cocear” (dar coces) contra este aguijón (Hch 26, 14). Su respuesta fue la de una fe viva, con la que confesó, juntamente con la primitiva Iglesia, que “Jesús es el Señor”(1 Cor 12, 12; CF. Rom 10, 9; Flp 2, 11). Pero esta experiencia iluminó, en un acto creador, la mente de Pablo y le dio una extraordinaria penetración de lo que él llamó más tarde “el misterio de Cristo” (Ef 3, 4).
San Fulgencio de Ruspe (467-532), obispo en África del Norte Un sermón atribuído, n° 59 Apéndice; PL 65, 929
"Pablo iba de camino, cerca de Damasco; de repente, una luz que venía de cielo le envolvió con su claridad" (Hch. 9,3)
Saulo fue enviado al camino de Damasco para volverse ciego, ya que si se queda ciego, encontrará el verdadero Camino (Jn 14,6)... Pierde la vista corporal, pero su corazón es iluminado, para que la verdadera luz brille a la vez en los ojos de su corazón y en los de su cuerpo... Es enviado a su interior, para buscarse. Erraba en su propia compañía, viajero inconsciente, y no se encontraba porque interiormente había perdido el camino.
Por eso oyó una voz que le decía: " desvía tus pasos del camino de Saulo, para encontrar la fe de Pablo. Quítate la túnica de tu ceguera y revístete del Salvador (Ga 3,27)... Quise manifestar en tu carne la ceguera de tu corazón, con el fin de que puedas ver lo que no veías, y que no seas semejante a «los que tienen ojos y no ven, orejas y no oyen» (Sal. 113,5-6). Que Saulo se vuelva con sus cartas inútiles (Hch. 22,5), para que Pablo escriba sus epístolas tan necesarias. Qué Saulo, el ciego, desaparezca... para que Pablo llegue a ser la luz de los creyentes "...
¿Pablo, quién te transformó así? "¿Quieres saber quién hizo esto? Un hombre llamado Cristo... Ungió mis ojos y me dijo: «ve a la piscina de Siloé, lávate, y recobra la vista». Fui allá, me lavé, y ahora veo (Jn 9,11). ¿Por qué este asombro? El que me creó, me ha recreado; con el poder con que me creó, ahora me ha curado; yo había pecado, pero Él me purificó."
Ven pues, Pablo, y deja allí al viejo Saulo, pronto vas a ver a Pedro... Ananías, toca a Saulo y danos a Pablo; deja bien lejos al perseguidor y envía a misión al predicador: los corderos no le tendrán miedo, las ovejas de Cristo se alegrarán. Toca al lobo que perseguía a Cristo, para que ahora, con Pedro, lleve a apacentar a las ovejas.
Santo Evangelio según San Marcos 16, 15-18, Fiesta de la Conversión de San Pablo.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Hoy me pongo en tu presencia para saber lo que quieres de mí. Es difícil, no puedo ocultar esta realidad, pero confiando en tus manos me esfuerzo y me dispongo, con espíritu abierto, a lo que me quieras transmitir a mí o a los demás, a través de mi humilde persona.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuántos encuentros hemos tenido con un Cristo inesperado. Los apóstoles, después de la pasión, no le esperaban. San Pablo, cegado por sus intereses, tuvo un encuentro imprevisto. Ahora tenemos un encuentro con Cristo, pero ¿qué esperamos de él? Podemos estar en la misma posición de los apóstoles y de san Pablo: no saber lo que voy a recibir, no sabemos qué voy a escuchar, no saber, éste es el temor.
Vigilad y orad que el espíritu de Dios puede pedir y, tras esta petición, podemos entrar en gran confusión. Sepamos acoger la voluntad de Dios. Meditemos con tiempo, con recogimiento todo lo que nos diga Dios a ejemplo de Pablo de Tarso que, tras sentimientos de confusión, temor e incomprensión, se retiró al desierto donde pudo pensar, luego pudo meditar y al final pudo elegir la mejor parte: Servir a Dios.
Veamos que, tras un encuentro con Dios, en el día menos pensado, a la hora menos esperada, llega Dios y habla, grita y aturde. Lo que debemos hacer es claro: seguir escuchándole atentamente en el silencio, y después de entender cuál es su voluntad, dar un "sí" que defina el rumbo de nuestras vidas.
Éste es un ejercicio de todos los días y como ejercicio cuesta seguir respondiendo constantemente. No solo valdrá la pena, sino que, por experiencia de san Pablo, podemos decir que vale la vida. Veamos también a los apóstoles que al oír este "Id y predicar", meditaron este deseo y se atrevieron a dar un "sí" hasta la muerte.
Hagamos el intento: escuchemos, meditemos y respondamos.
Lo primero que pide Jesús es ir, no permanecer en Jerusalén: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación". Es una invitación a salir, ir. El Evangelio es proclamado siempre en camino: nunca sentados, siempre en camino, siempre. Salir, por tanto, parar ir donde Jesús no es conocido y donde Jesús es perseguido o donde Jesús es desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio.
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de abril de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Escuchemos, meditemos y respondamos.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Dios, como a Pablo, te invita a la conversión
Convertirse significa, para cada uno de nosotros, creer que Jesús se ha entregado a sí mismo por mí.
Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
Hoy, 25 de enero, se hace memoria de la "Conversión de san Pablo" (...) En el caso de Pablo, algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana.
La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, “creyó en el Evangelio”. En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.
En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de vivir.
Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor.
Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena hoy (...) El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12).
Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos seguramente.
La Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: "Ut unum sint".
Fragmento de las palabras de SS Benedicto XVI durante el Ángelus, en la Fiesta de la Conversión de San Pablo 25 enero 2009
El verdadero ecumenismo
Es la participación de la verdad ontológica que, en su dimensión trascendente y sobrenatural, se encarna en Jesucristo Dios y hombre verdadero
Para entender el verdadero ecumenismo es necesario integrar la fe y la razón, porque en el catolicismo la gracia no anula la naturaleza sino que la perfecciona. Por eso es fundamental comprender que la pluralidad no tiene sentido sin la unidad de la verdad. Sin unidad, la pluralidad se disuelve en la nada. De modo que hablar de la unidad en la verdad es hablar de ecumenismo verdadero como participación de la verdad ontológica que, en su dimensión trascendente y sobrenatural, se encarna en Jesucristo Dios y hombre verdadero.
Una vez que comprendemos la necesidad de la unidad y la verdad como fundamento de todo ecumenismo, el otro término necesario es el diálogo que no tiene sentido si no hubiera unidad en la verdad, o si el hombre fuera incapaz de alcanzar la verdad del ser. De aquí que el falso ecumenismo se caracterice por la negación de la Verdad. Su esencia es el intento de llegar a un acuerdo a partir de verdades y opiniones parciales que no tienen referencia a la Verdad objetiva y única. Por todo eso es muy importante resaltar que sin verdad objetiva no hay diálogo ni hay ecumenismo sino infinidad de conflictos.
Otro punto importante es que el Cuerpo Místico de Cristo es esencialmente ecuménico, de modo que todo movimiento que tienda a restaurar la plenitud de la unidad de la única Iglesia para que todos sean uno, bajo un solo Pastor, es verdadero ecumenismo. El ecumenismo hace referencia a la humanidad salvada por Cristo, que es la Iglesia verdadera. Por eso el sincretismo que se funda en la opinión equivocada de que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, acaban rechazando la verdadera religión y oponiéndose al ecumenismo.[1]
Si queremos un verdadero ecumenismo es necesario mencionar que la primera premisa para que el ecumenismo sea verdadero es que ninguna religión puede ser verdadera fuera de aquella que se funda en la palabra revelada de Dios, es decir, fuera de la Iglesia Católica, que tiene como única Cabeza a Jesucristo (Mt 16,18; Lc 22, 32; Jn 21, 15-17).[2] Una verdad, una comunidad sobrenaturalmente perfecta. Esta es la razón por la que la Sede Apostólica no debe participar en Congresos en donde se sostenga que la Iglesia está dividida en partes, porque no debe dar autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.[3]
Los falsos ecumenismos buscan transacciones sobre algo imposible que es el hecho de que la Iglesia Católica es la depositaria de la doctrina íntegra y sin errores. Y es que esto es tan sencillo como el principio de contradicción. No pueden formar una comunidad de hombres quienes afirman que la Sagrada Tradición es la fuente genuina de la Revelación y quienes lo niegan.[4] El único modo de unir a los cristianos es procurar su retorno a la única y verdadera Iglesia de Cristo. Porque quien no está unido al Cuerpo místico de Cristo no puede ser miembro suyo por no estar unido con a la Cabeza del mismo Cristo (Ef 5, 30; 1, 22). La Constitución Lumen Gentium, en su número 15 califica la comunión de los disidentes, como cierta comunión imperfecta. Pero eso no contradice que los elementos dispersos en esas comunidades sólo existen juntos en su plenitud en la Iglesia Católica. Por eso el verdadero ecumenismo, debe intentar hacer crecer la comunión parcial existente entre los cristianos, hacia la comunión plena en la verdad y en la caridad.[5] El verdadero ecumenismo consiste en el retorno pleno con miras a alcanzar la plenitud en el tiempo, encaminándonos a la unidad absoluta del Cielo.
El decreto Unitatis redintegratio del Concilio ecuménico Vaticano II, manifiesta la finalidad del Concilio, que fue promover la restauración de la unidad de todos los cristianos en la única Iglesia fundada por Cristo. De modo que la división actual es un escándalo y un obstáculo que impresiona porque es como si Cristo estuviera dividido. Lamentablemente en la única Iglesia verdadera, se han producido escisiones de las que han surgido comunidades que se nutren de la fe en Cristo, pero que a pesar de las divisiones tienen alguna comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia Católica. Y por eso, a pesar de las discrepancias graves en doctrina, disciplina y estructura, los miembros de estas comunidades son reconocidos como hermanos en el Señor[6]. Pero hay que aclarar que los hermanos separados no gozan de la unidad, y que sólo por medio de la Iglesia Católica de Cristo puede conseguirse la plenitud total de los medios salvíficos, porque el Señor entregó todos los bienes del Nuevo Testamento a un solo Colegio apostólico que constituye un solo cuerpo. La caridad, el perdón, la conversión y la santidad son el alma de todo movimiento ecuménico.[7] Nada es tan opuesto al ecumenismo como el irenismo que consiste en el intento de desvirtuar la pureza de la doctrina católica y oscurecer su genuino y verdadero sentido.[8]
Uno de los problemas centrales que enfrenta el ecumenismo, es que en lo que respecta a las comunidades occidentales que discrepan entre sí y con la Iglesia Católica, hay discrepancias esenciales de interpretación de la verdad revelada.[9] Una falta grave de un falso ecumenismo, es ocultar los temas esenciales que podrían dificultar o incluso hacer imposible el diálogo. Eso es muy grave porque denota falta de fe y de ecumenismo, al ir en contra la unidad de la Iglesia. También son muy graves los intentos de acuerdos y compromisos que confunden a todos en lo que se refiere a la verdad única e indefectible de la Iglesia. Eso confunde a los hermanos separados y a los fieles de la Iglesia, lo cual también constituye una falta de fe, de esperanza y de caridad, porque el error debe ser rechazado.[10] Para reintegrar la unidad es indispensable conservar íntegro e intacto el depósito de la fe (Ef 5, 20) para que todos vengan a compartir con nosotros el don de Dios.[11] Por eso San Juan Pablo II nos alerta de ese falso ecumenismo que invade y corrompe, confunde y disuelve.[12] Si hay discordancias en temas esenciales, la verdad exige que se llegue hasta el fondo.[13]
Por otra parte hay que añadir que el problema no se reduce al ecumenismo, es decir, respecto a las iglesias cristianas, sino al diálogo interreligioso que es el diálogo con otras religiones no cristianas. Para enfrentar este reto, es necesario vacunar de una falsa complementación con las otras religiones, ya que absolutamente ninguna religión histórica fuera de la Iglesia Católica, ofrece la verdad completa sobre Dios.
Un ecumenismo que no señala claramente las divergencias esenciales en cuanto a la interpretación de la Verdad revelada, es un falso ecumenismo. Los protestantes son nuestros hermanos por la fe en Jesucristo y por el Bautismo en Cristo, pero lamentablemente están fuera de la unidad orgánica de la Iglesia y por lo mismo no disponen de la plenitud de los medios sobrenaturales de la salvación y están separados de la comunión perfecta.
Además de todo lo anterior, los católicos debemos saber que todos los hombres, de cualquier religión o sin religión, son nuestros hermanos por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, son miembros potenciales del Cuerpo Místico, ya que esperan la predicación de la Palabra de la única Iglesia verdadera que es la Iglesia Católica. De aquí se desprende la importancia de la Evangelización, porque gracias a la evangelización es posible que todos los hombres lleguen al conocimiento y a la plena comunión con la Verdad.
En suma, no hay verdadero ecumenismo ni diálogo sin unidad y sin verdad. Porque sin unidad, la pluralidad se disuelve en la nada. La unidad en la verdad es la esencia del ecumenismo auténtico, por lo que todo “ecumenismo” que pretende ocultar las discrepancias esenciales y realizar acuerdos y compromisos que confunden, constituye una falta grave de fe, esperanza y caridad.
NOTAS:
[1] Cfr. Pío XI. Mortliun animos, n.3.
[2] Cfr. Idem, n.8.
[3] Ibidem.
[4] Cfr. Idem, n.14.
[5] Cfr. Juan Pablo II. Ut unum sint, I, 14.
[6] Cfr. Unitatis redintegratio, I, n.3.
[7] Cfr. Idem, II, n.7 y 8.
[8] Cfr. Idem, II n.9-11.
[9] Cfr. Idem, III, 19.
[10] Cfr. Pacem in Terris, V, n.129 y 130.
[11] Cfr. Pablo VI, Ecclesiam Suam, B. n.53.
[12] Cfr. Juan Pablo II, Ut unum sint.
[13] Cfr. Idem, III, n79.
El arte de amar
3º dia del Seminario: "El destino del Eros: El lugar de la sexualidad en la plenitud humana"
El arte es la perfección del sujeto que le permite al artista obrar con excelencia dentro de sus arte , el artista es aquel que cumple lo que se propone, por tanto cuando hablamos del "arte de amar", hablamos entonces del arte de construir acciones amorosas excelentes.
Para lograr esto hay que tener en cuenta los dinamismos amorosos y procurar que estos esten integrados; existen 4 dinamismos:
1.-Dinamismo Corporal: El cuerpo reacciona a través de la exitación; su intencionalidad es la unión corporea, es decir el placer carnal-
2.- Dinamismo Sentimental: Reacciona a la emoción, es decir al modo de ser de la persona desde su "ser hombre" o su "ser mujer"
3.- Dinamismo Personal: Es un acto de la voluntad, su reacción es a través de la admiración por el otro, por lo que el otro es. Su intención es llevar a la pareja a la comunión, es decir en la aceptación del don del otro surge el gozo, la alegria.
4.- Dinamismo Religiosa: Logra el estupor, es decir es el maravillarse del misterio de la otra persona, la maravilla del saber que el otro es amado por Dios; el otro es asi de bello, porque Dios le ha pensado asi. Su inteción es la comunión comunión con Dios.
Estas dimensiones se dan en la experiencia amorosa pero no estan integradas de manera natural, cuando estos dinamismos se integra, una labor propia de la persona, hacen entonces una excelencia del ser humano, es decir se vuelve una virtud que le da luz a la vida.
Modos de integrar el deseo
Existen 4 modos de integrar el deseo, para esto vamos a agrupar los dinamismos: los dos primeros (la dinamismo corporal y sentimental) los pondremos en el Nivel afectivo, y los dos últimos (dinamismo personal y religioso) en el Nivel Racional.
Ahora bien, como lo mencionabamos anteriormente existen 4 modos de integrar estos dos nivles:
1.- Continente:
La persona tiene la dimensión de la razón y el afecto, tiene claro hacia donde caminar para llegar a la plenitud, sin embargo la razón controla el afecto, es decir todo lo que hace es por "el deber ser". En otras palabras domina la pasión pero no la plasma en el corazón. No esta integrad, aún hay ruptura.
2.- Virtuoso
La persona tiene la dimensión de la razón y el afecto, sabe identificar la plenitud, cuando recibe el impacto del placer se pregunta ¿de que es esté signo? y encuentra la respuesta en la plenitud; entonces ordena sus deseos y los dirige al Telos (plenitud).
En otras palabras, la razón ha plasmado los afectos y los dirige a la plenitud, llenos de significado. Lo aprendido lo ha plasmado en su corazón.
3.- Incontinente
Al igual que los dos anteriores: tiene razón y afecto. Conoce con la Razón la plenitud de la vida, aunque esa razón es intermitente. Sus actos son signo del deseo y después, al bajar a la razón surge la pregunta "Qué extraño placer aquel que cuando nos acordamos de el nos da amargura".
4.- Vicioso
Este tiene razón y afecto , sin embargo no conoce la plenitud de la vida. Sus actos son signo de lo que desea, por tanto no se goza en lo que hace, por que siempre esta a la espectativa de recibir algo más.
Santo Tomás dice: El hombre una sola razón con 2 formas de actuar, la razón teórica y la razón práctica. Para saber cuándo el juicio de estas es verdadero debemos analizar si la razón teórica corresponde con la realidad y si la razón práctica corresponde con el deseo recto.
El deseo siempre media la acción.
CERCANÍA A LO MÁS SENCILLO, POBRE Y MARGINAL
Papa Francisco, ¿potestad o ejemplaridad?
"Jesús no recurrió al poder para imponerse al mal y remediar el sufrimiento del mundo"
Francisco saluda a los fieles desde el papamóvilRV
Nunca invocó Jesús la potestad, sino siempre el amor mutuo, la transparencia, el bien que hacéis...
(J. M. Castillo).- Es cosa bien sabida que el papa Francisco es un hombre discutido. Tiene admiradores y detractores. Gente que le admira y le quiere. Como hay gente que le desprecia y hasta le odia. Además, la impresión más generalizada es que la mayoría de los admiradores se encuentran en las clases populares, mientras que los detractores son, más bien, clérigos de todos los niveles, personas de mentalidad integrista y tradicional, destacando no pocos dirigentes políticos, por más que en los actos públicos tengan que representar el papel que le corresponde. La pregunta lógica, que se plantea ante estas reacciones contrapuestas, en el caso de este papa, es inevitable y lógica: ¿por qué esta admiración y este rechazo?
Por lo general, ocurre que las personas que destacan, sobre todo si esto ocurre en ámbitos de la vida en los que la gente se apasiona y se juega el éxito o el fracaso en problemas de notable interés, inevitablemente se produce (o se provoca) el entusiasmo de grandes muchedumbres o, por el contrario, el rechazo de quienes (por el motivo que sea) se sienten amenazados.
¿Es esto lo que ocurre con el papa Francisco? ¿Por qué las masas populares lo aclaman, al tiempo que los sectores, que manejan el poder y el dinero, lo miran con recelo, no se fían de cómo hace las cosas o abiertamente lo rechazan o desprecian? En definitiva, ¿qué está ocurriendo en la Iglesia con este papa?
Lo más patente, que advierte todo el mundo, es que este papa prescinde de todos los protocolos, solemnidades y distinciones que le alejan de la gente. Le encanta la sencillez, la espontaneidad y todo cuando pueda acercarle a la gente, sobre todo si se trata de personas marginales o marginadas, por el motivo que sea. No se recuerda un papa tan cercano al pueblo sencillo como es el caso de Jorge Mario Bergoglio. Esto nadie lo pone en duda. Aunque también es verdad que este tipo de conductas pontificias no les gustan a no pocos altos cargos de la Curia Romana y, en general, a muchos (quizá demasiados) monseñores del episcopado. Hay, en esos altos puestos de mando clerical, dignísimos señores que quieren mantener distancias en sus relaciones con la gente corriente y vulgar. Y es claro, a quien le gustan los pedestales no le agrada que le vean en zapatillas de andar por casa.
Pero no es esto lo determinante en los sentimientos de afecto o rechazo del papa Francisco. A mi manera de ver, el problema que este papa le ha planteado a la Iglesia (y al mundo) no se reduce a protocolos, tradiciones o simples formas de presencia pública. Ni siquiera la cosa se reduce a que este papa no haya utilizado su "potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente" (CIC, can. 331). Por más cierto que sea, que, en virtud de esta potestad, el papa podría haber cambiado los cargos de la Curia Romana como le hubiera parecido, podría haber modificado la liturgia, como podía haber suprimido el celibato de los sacerdotes o haber decretado que en cada diócesis sea designado el obispo por votación popular, como se hizo en la Iglesia antigua durante siglos, o tantas otras cosas que habrían hecho, de la Iglesia que tenemos, una institución muy distinta.
Sin embargo, el papa Francisco no ha hecho - hasta este momento - nada de esto. La Iglesia sigue estando gestionada como lo estaba en los papados anteriores. Entonces, ¿qué motivos ha dado este papa que haya tantos clérigos indignados con Bergoglio o tantos católicos deseando que su pontificado se acabe cuanto antes?
Lo más claro que yo veo, como respuesta a esta pregunta y a tantas otras preguntas semejantes, es esto: este papa, y cualquier otro papa, si es que quiere influir a fondo para modificar y mejorar esta Iglesia tan desprestigiada en tantos ambientes de este mundo, tiene a su alcance dos medios:
1) echar mano de su "potestad" plena, suprema y universal;
2) anteponer a todo su propia "ejemplaridad" personal, viviendo lo más cercano posible a los que más sufren y se ven peor tratados en este mundo.
¿Cuál de estos dos medios es el que vemos más claramente destacado en el Evangelio? Según los relatos de los cuatro evangelios canónicos (los cuatro que la Iglesia aceptó como auténticos), Jesús no recurrió al poder para imponerse al mal y remediar el sufrimiento del mundo. El argumento al que se refirió siempre fue el ejemplo de vida: que la gente vea "vuestras buenas obras", que "vean los frutos que produce vuestra vida", "si no creéis en mí, creed en mis obras", que "os queráis tanto, que en esto se sepa que sois mis discípulos". Y así sucesivamente. Nunca invocó Jesús la potestad, sino siempre el amor mutuo, la transparencia, el bien que hacéis...
Es más, Jesús nunca anunció su triunfo, su éxito, su dominación. Lo que Jesús les anunció a los apóstoles, que discutían sobre cuál de ellos era el primero, el más importante, es que su vida terminaría en el fracaso, la condena y la muerte. Sencillamente, porque la Religión lo persiguió y no paró hasta que lo mató. Sin embargo, lo que asusta (y da verdadero miedo) es que la Iglesia se ha alejado cada vez más del Evangelio. Y ha terminado convirtiéndose en una Religión, con sus poderes y sus privilegios. Sencillamente, le hemos corregido la página suprema a Jesús.
Max Horkheimer, en las Notas que dejó escritas, en los últimos decenios de su vida (entre 1949 y 1969), dijo esto: "Jesús murió por los hombres, no pudo reservarse avaramente para sí y se hizo de todos los que sufren. Los padres de la Iglesia hicieron de ello una religión, es decir, una doctrina, que incluso para el malo era un consuelo. Desde entonces, el cristianismo tuvo tanto éxito en el mundo que el pensamiento de Jesús ya no tuvo nada que ver con la praxis, y menos aún con los que sufren. Quien lee el evangelio y no ve que Jesús murió "en contra" de sus actuales representantes, ése no sabe leer. Esa teología es el sarcasmo más increíble que jamás le haya sucedido a un pensamiento" (M. Horkheimer, Anhelo de justicia. Teoría crítica y religión, Ed. De Juan José Sánchez, Madrid, Trotta, 2000, 227).
Es evidente que el papa Francisco no ha optado por invocar y hacer uso de su "potestad". Al menos, hasta ahora, no va por ahí su pontificado. El papa Francisco cree en la "ejemplaridad" de su propia vida, en su cercanía a lo más sencillo, pobre y marginal de este mundo. Con razón, nos recuerda Horkheimer la lapidaria frase de Kant: "La praxis ha de ser tal que no se pueda pensar que no existe un más allá" (citado o.c., pg. 19, nota 45).