¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?

Evangelio según San Marcos 4,35-41. 


Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". 
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. 
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. 
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. 
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. 
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". 
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

Santa Ángela Meríci

Santa Ángela Merici, virgen y fundadora

Santa Angela Merici, virgen, que vistió primero el hábito de la Tercera Orden Regular de San Francisco y reunió a varias jóvenes para instruirlas en obras de caridad. Más tarde, instituyó una orden de mujeres llamada de Santa Úrsula, con la finalidad de vivir una vida de perfección en el mundo y enseñar los caminos del Señor a las adolescentes. Murió en Brescia, ciudad de Lombardia.

La fundadora de las Ursulinas, primera congregación femenina dedicada a la enseñanza, nació el 21 de marzo de 1470 o de 1474, en el pueblecito de Desenzano, a orillas del Lago de Garda, en Lombardía. Los padres de la santa, más piadosos que ricos, la educaron cristianamente. Ambos murieron cuando Ángela tenía diez años y dejaron a sus dos hijas y a su hijo al cuidado de un tío acomodado que vivía en Saló. Cuando Ángela tenía trece años, murió su hermana mayor, lo cual constituyó un rudo golpe; a la pena de verse separada de quien era para ella como una segunda madre, se añadía la incertidumbre acerca de su suerte eterna, ya que su hermana, una buena mujer, piadosa y de sólidos principios, no había podido recibir los últimos sacramentos. Ángela tuvo, por entonces, la primera de sus numerosas visiones, y en ella le fue revelado que su hermana se había salvado. Llena de gratitud, Ángela se consagró, con mayor ahinco que antes, al servicio de Dios y, poco después, tomó el hábito de terciaria franciscana. Llevaba una vida extremadamente austera. A imitación de san Francisco, no quería poseer nada, ni siquiera una cama y se alimentaba exclusivamente de pan, agua y algunas verduras. Ángela volvió a Desenzano después de la muerte de su tío, hacia los veintidós años de edad. En sus visitas a los vecinos, quedó sorprendida por la total ignorancia de los niños, a quienes sus padres no podían o no querían enseñar ni siquiera lo más elemental del catecismo. Poco a poco se sintió llamada a remediar ese estado de cosas y habló de ello con algunas amigas. La mayoría de ellas eran terciarias franciscanas o jóvenes de la clase social de Ángela, con poco dinero y menos influencia, pero dispuestas a seguir generosamente a la santa.

Ángela era de baja estatura, pero tenía todas las cualidades de un jefe y no carecía de belleza y encanto. Encabezadas por Ángela, las buenas mujeres empezaron a reunir a las niñas de la vecindad y a educarlas sistemáticamente. La obra, que había tenido comienzos tan humildes, prosperó rápidamente, y se invitó a Ángela a fundar, en Brescia, una escuela semejante. La santa aceptó y recibió cordial hospitalidad en la casa de un noble matrimonio al que había consolado en un momento de tribulación. Por medio de sus huéspedes, entró en contacto con las principales familias de Brescia y se convirtió en la inspiradora de un devoto círculo de hombres y mujeres. De cuando en cuando, hacía una peregrinación a algún santuario. Se hallaba en Mántua, a donde había ido para visitar la tumba de la beata Osanna, cuando aprovechó la oportunidad que se le ofreció para acompañar a Tierra Santa a una joven pariente. Antonio de Romanis, un mercader ya anciano, sufragó los gastos de Ángela. En Creta, la santa sufrió un ataque de ceguera. Sus compañeros le propusieron volver a Italia, pero ella se negó a hacerlo y visitó los Santos Lugares de Palestina con tanta devoción, como si los viese con los ojos del cuerpo. En el viaje de vuelta, cuando se hallaba orando exactamente en el mismo sitio en que había sido atacada por la enfermedad, recobró la vista.

El Año Santo de 1525, Ángela fue a Roma para ganar la indulgencia del jubileo y tuvo el privilegio de obtener una audiencia privada con el Papa. Clemente VII hubiese querido que se quedara en Roma a dirigir una congregación de religiosas hospitalarias, pero la santa declinó respetuosamente el honor, por humildad y por fidelidad a su verdadera vocación. Volvió, pues, a Brescia. Sin embargo, tuvo que abandonar pronto la ciudad, porque, cuando las tropas de Carlos V estaban a punto de tomarla, pareció conveniente evacuar el mayor número posible de civiles. Ángela se trasladó a Cremona con algunas de sus amigas y allí permaneció, hasta que se firmó la paz. Los habitantes de Brescia la recibieron jubilosamente a su regreso, pues admiraban su caridad, su don de profecía y su santidad. Se cuenta que, poco después, mientras asistía a la misa, fue arrebatada en éxtasis y estuvo largo tiempo suspendida en el aire, a la vista de numerosos testigos.

Algunos años antes, en Desenzano, santa Ángela había tenido una visión de un grupo de doncellas que subían al cielo por una escala luminosa y había oído una voz que le decía: «Ten buen ánimo, Ángela, porque antes de morir vas a fundar una compañía de doncellas como las que acabas de ver». Ahora había llegado el tiempo del cumplimiento de esa profecía. Según parece, hacia el año 1533 la santa empezó a formar a varias jóvenes selectas en una especie de noviciado informal. Doce de esas jóvenes se fueron a vivir con ella en una casa de las cercanías de la iglesia de Santa Afra, pero la mayor parte siguió en la casa de sus padres o de sus parientes. Dos años después, veintiocho jóvenes se consagraron al servicio de Dios. Ángela las puso bajo la protección de santa Ursula, la patrona de las universidades medievales, a la que el pueblo veneraba como guía del sexo femenino. Por ello, las hijas de santa Ángela han conservado hasta nuestros días el nombre de «Ursulinas». El 25 de noviembre de 1535 fue la fecha oficial de la fundación de la Orden de las Ursulinas. Sin embargo, en la época de la fundadora, se trataba más bien de una asociación piadosa, ya que sus miembros no llevaban hábito (aunque se les recomendaban los vestidos negros), no hacían votos y no vivían en comunidad. Las Ursulinas se reunían para la enseñanza y la oración, ejecutaban trabajos que se les encomendaban y procuraban llevar vida de perfección en la casa paterna. La idea de una orden femenina de enseñanza era tan nueva, que hacía falta tiempo para que la cristiandad se acostumbrase a ella.

Sin embargo, pese a los cambios y modificaciones que han sufrido, las Ursulinas conservan, hasta el día de hoy, la finalidad para la que fueron creadas: la educación de las niñas, sobre todo de las niñas pobres. En las primeras elecciones, santa Ángela fue nombrada superiora y ejerció ese cargo durante los cinco últimos años de su vida. A principios de enero de 1540, cayó enferma y murió el 27 del mismo mes. En 1544, una bula de Paulo III confirmó la Compañía de Santa Ursula y la reconoció como congregación. La fundadora fue canonizada en 1807.

M. Mónica, Ángela Merici and Her Teaching Idea (1927). El P. Cozzano, secretario de la santa, nos dejó un manuscrito que contiene las reglas, el «testamento» y los consejos de la sierva de Dios. Un notario llamado G. B. Nazari escribió en 1560, la primera biografía de santa Ángela; puede verse en el apéndice de la obra de Giuditta Bertolotti, Storia di S. Ángela Merici (1923). La primera biografía que se publicó fue, probablemente, la de Ottavio Gondi (1600) que está plagada de datos legendarios. La biografía de Carlo Doneda, compuesta con miras a la canonización, vio la luz en 1768 y es un poco más fidedigna que la anterior. Ver la obra de Postel (1878), en dos volúmenes.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Oremos 


Señor, Padre misericordioso, que en la virgen santa Ángela de Meríci has querido darnos un modelo de amor y prudencia, haz que, iluminados por su ejemplo y ayudados por su intercesión, seamos siempre fieles al Evangelio y demos testimonio de él ante los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. 

Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de la Vida, Provence, Francia. La imagen constantemente restituye la vida a niños que han muerto sin el Bautismo.

San Juan María Vianney (1786-1859), presbítero, cura de Ars 

Pensamientos escogidos del Cura de Ars (Trad. ©Evangelizo.org)

Del buen uso de las tentaciones

Así como el buen soldado no tiene miedo de combatir, así mismo el buen cristiano no le teme a la tentación [...] ¡La tentación más grande es no tener ninguna! 
Se puede casi decir que estamos felices de tener tentaciones: es el momento de la cosecha espiritual en la que acumulamos para el cielo [...]. Si estuviésemos bien penetrados de la Santa Presencia de Dios, nos resultaría fácil resistirle al enemigo. Con este pensamiento: ¡Dios te ve! no pecaríamos jamás. 

      

Había una santa que se quejaba ante nuestro Señor después de la tentación y le decía: « ¿Dónde estabas, pues, mi querido Jesús, durante esta horrible tormenta?». Nuestro Señor le respondió: «estaba en medio de tu corazón…»

¿Qué lugar ocupa Cristo en tu barca?

Santo Evangelio según San Marcos 4, 35-41. Sábado III de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, te invito en estos momentos a que subas a mi barca y tomes el timón de mi vida para afrontar las tempestades que se me presenten ¡Mi alma está sedienta de ti! (Sal 42)

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Quién no se ha sentido alguna vez con el agua al cuello? Cuando nos encontramos en una situación límite queremos ayuda urgentemente, ahí es cuando nos acordamos de Jesús. Sin embargo, puede suceder que por más que oramos parece que Dios no nos escucha, que se ha olvidado de nosotros, que está dormido.

En el Evangelio que meditamos hoy, ¿será posible que verdaderamente Jesús se encuentre dormido en medio de la tempestad, el viento huracanado, los gritos de terror de sus amigos? Si Jesús hubiera querido jugar una broma, le salió muy mal, nadie le hubiera creído que estaba dormido.

Al inicio de nuestra vida sólo tenemos una certeza, que algún día vamos a morir. Ése es el momento crucial donde el Señor nos dice como a sus apóstoles ¡Vayan a la otra orilla! ¡Vayan al cielo! Pero en medio de este gran viaje a través de las aguas de la vida, la forma más segura de llegar a buen puerto es decirle a Jesús que se suba a nuestra barca.

Hoy si te encuentras sumido al borde de una tempestad y piensas que el Señor está ausente, recuerda por un instante, ¿a qué rincón de tu barca lo mandaste?

Jesús no merece estar en una esquina en la popa de nuestra barca, porque Él, además de ser el mejor capitán, puede tener el poder absoluto sobre tu tormenta. ¿Quieres ir a despertar al Señor?

¿Creemos que el Señor es fiel? ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos transforma? ¿Cómo vivimos el amor firme del Señor, que se pone como barrera segura contra las olas del orgullo y de las falsas novedades? El Espíritu Santo nos ayude a ser siempre conscientes de este amor ‘rocoso’, que nos vuelve estables y fuertes en los pequeños y grandes sufrimientos, nos hace capaces de no cerrarnos ante las dificultades, de afrontar la vida con valentía y mirar al futuro con esperanza.
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de julio de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Sólo por hoy intentaré darle a Cristo el lugar que se merece en mi vida haciendo algún acto de caridad con el prójimo, sonriéndole a las personas con las que me encuentre y, si me es posible, recibirle también en la Eucaristía o arrodillarme unos minutos ante Él en el sagrario.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén


En medio de la tormenta, la sensatez

¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos aflige?

Cómo no recordar las palabras tan sabias de Santa Teresa:



Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta.



Aunque no alcanzamos a comprender todas las cosas, y nuestro corazón se llena de dolor, dejamos que su infinita Providencia y Misericordia nos guíen.



Es sensato agradecer el bien de las personas que nos han acompañado en la vida y que nos han llevado a Dios. San Pablo, en un momento de inspiración, aconsejó a los Corintios:



Y si no, hermanos, tengan en cuenta quienes han sido llamados, pues no hay entre ustedes muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Al contrario, Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha elegido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para aniquilar a quienes creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir ante Dios... (1 Cor 1,26-ss).



¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos aflige?, ¿cómo librarnos del remolino que nos quiere engullir, en sus falaces críticas, cavilaciones,conjeturas a medias? Todos opinan, todos dicen, todos ahora se convierten en expertos moralistas y jueces implacables. Es la hora de la sensatez, decir poco y hacer mucho por el bien de la humanidad y que cada uno nos preocupemos en ser coherentes con lo que somos y profesamos ser, maravillosa lección para aprender, no sea que el día de mañana, cuando nos toque a nosotros presentarnos frente el Sumo Juez, no quedemos bien parados. Hoy les invito a todos mis lectores a elevar a Dios nuestra oración pidiendo la sensatez. Creo que traerá paz y sosiego a nuestra alma:



SEÑOR, Ayúdame a decir la verdad, delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.

Si me das fortuna, no me quites la felicidad;

Si me das fuerza, no me quites la razón;

Si me das éxito, no me quites la humildad;

Si me das humildad, no me quites la dignidad.

Ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla.

No me dejes inculpar de traición a los demás, por no pensar como yo.

Enséñame a querer a la gente como a mí mismo, y a juzgarme como a los demás.

No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.

Más bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.

Enséñame a seguir amando a pesar del sufrimiento.

Enséñame a confiar a pesar de las decepciones.

Enséñame que perdonar es lo más importante del fuerte, y que la venganza es la señal primitiva del débil.

Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza.

Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso.

Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme.

Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar.

Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mí. Amén.

 
Andrea Bocelli nos regala una reflexión

La hermosa reflexión de Andrea Bocelli tras visitar el lugar donde Jesús fue bautizado 



A través de su cuenta de Facebook el famoso tenor italiano Andrea Bocelli escribió una reflexión sobre lo importante que fue rezar, como católico, en la peregrinación que realizó este 18 de septiembre a Al-Maghtas, lugar en el río Jordán donde según la tradición se bautizó Jesús.

“El milagro se encuentra en cada expresión de vida (y la naturaleza es eso); el prodigio que nos hace regresar a Aquel quien lo creó está en cada gota de agua”.

“Pero como cristiano, católico practicante, cuando estaba en Jordania sentí la necesidad de expresar mi devoción, orando en el lugar donde nuestro Señor Jesús fue bautizado: en Betania, donde el aire está lleno de santidad y el agua fluye con espiritualidad y oración, preservando el recuerdo de un encuentro antiguo pero relevante que ha cambiado la historia de la humanidad y del mundo”, escribió el tenor este miércoles 20 de septiembre.

Durante su visita, el encargado de negocios de la Nunciatura Apostólica en Jordania, P. Mauro Lalli, condujo al artista ciego hasta la orilla del río.

Luego tomó un poco de agua y la derramó en las manos de Bocelli.

Después ambos hicieron la señal de la cruz y rezaron un Avemaría. Cuando terminaron, el P. Lalli bendijo al cantante de 58 años y a todos los que lo acompañaban.

Antídoto contra la desesperanza

Mientras haya un poco de confianza será posible ese gesto de buena voluntad que nos lleva a Dios

La desesperación es uno de los peligros más grandes en la vida moral y espiritual. Cuando uno llega a pensar que no tiene remedio, que no puede mejorar, que su vida consiste solamente en una serie de errores y de culpas sin fin, que es imposible rectificar, que ni siquiera Dios es capaz de perdonar los propios pecados, entonces hemos caído en el pecado de la desesperanza.

En uno de sus escritos, santo Tomás de Aquino se plantea la pregunta: ¿es la desesperación el pecado más grande? (cf. Suma de teología, II-II, q. 20, a. 3). Para responder, santo Tomás recuerda que los pecados más grandes son aquellos que van contra las virtudes teologales, especialmente contra la virtud de la caridad. En otras palabras, el pecado más grave es el pecado contra el amor a Dios y contra el amor al prójimo.



Es también muy grave, sigue santo Tomás, el pecado de incredulidad: rechazar la fe, no reconocer que Dios ha hablado en Jesucristo. Entonces, ¿es menos grave el pecado de la desesperanza?



Santo Tomás, sin embargo, ofrece una reflexión ulterior: hay algo especial en el pecado de desesperación, pues nos toca en lo más profundo del corazón, en ese núcleo interior de donde nacen nuestros deseos y nuestras acciones. Es decir, nos paraliza, nos impide trabajar por mejorarnos, nos aparta de la misericordia, ahoga la posibilidad de una conversión: por eso la desesperación sería un pecado gravísimo; quizá, subjetivamente, sea el peor de los pecados por las terribles consecuencias que produce.



El que se desespera abandona la lucha, da vía libre a los vicios (piensa que nunca podrá corregirse), se aparta de las buenas obras y del camino de la virtud, se hunde en el abismo de esa tristeza que paraliza nuestras energías más profundas.



Darnos cuenta del peligro que se esconde en el pecado de la desesperación es ya mucho: el primer paso para poder cambiar. Pero no basta, pues a veces vemos cómo este pecado nos domina poco a poco, y precisamente por su fuerza paralizante no somos capaces de reaccionar. Por eso conviene poner el antídoto más fuerte y más decisivo para que no nos domine: la confianza que nace al descubrir el Amor y la misericordia de Dios.



En el Evangelio vemos cómo Cristo trata a los pecadores, incluso a los peores. No condena, no reprocha, no rechaza. Come con ellos, les habla con respeto (sin condescender con sus pecados). Su mirada debería llegar hasta lo más hondo del alma, removería las aguas del corazón, haría descubrir que existe un Dios que aleja de nosotros el pecado, que limpia lo más sucio del alma, que perdona y que permite recuperar la dignidad del hijo.



Por eso Pedro, después de negar al Maestro, no desesperó. Lloró, sí, su cobardía, su miseria. Pero supone ver en los ojos de Jesús algo que había visto mil veces cuando observaba cómo trataba el Maestro con otras personas: con el gran regalo del perdón.



A veces somos muy duros con nosotros mismos, no alcanzamos a perdonarnos nuestras faltas. Faltas, por desgracia, en ocasiones muy graves, que nos duelen, que nos humillan, que nos llevan poco a poco a la desesperanza. En esos momentos deberíamos abrir la Biblia y leer con calma las parábolas de la misericordia de san Lucas (cap. 15), o los Salmos del perdón (como el Salmo 51). O ese pasaje tan bello de la primera carta del apóstol san Juan: “En esto conoceremos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en el caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1Jn 3,19-20).



Sólo bajo la mirada de Dios nuestro corazón puede recuperar la paz, puede reiniciar el camino con esa fuerza irresistible que viene de lo Alto. La mayor seguridad que podemos recibir en esta vida es la que nace del sentirnos perdonados y amados. A pesar de lo que haya podido ocurrir. Mientras haya un poco de confianza, mientras la esperanza guíe nuestros pasos, será posible ese gesto de buena voluntad que nos lleva a Dios. Entonces Él descenderá de nuevo para abrazarnos, para iniciar una fiesta interminable, porque regresa al hogar un hijo muy amado...


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