“Dios creó al hombre a su imagen…, los creó varón y mujer.”
- 13 Junio 2014
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Evangelio según San Mateo 5,27-32.
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.
Pablo VI, papa de 1963 a 1978
Discurso del 04/05/1970 a los Equipos de Nuestra Señora
“Dios creó al hombre a su imagen…, los creó varón y mujer.” (Gén 1,27)
Como nos enseña la Santa Escritura, el matrimonio, antes de ser un Sacramento, es una gran realidad terrena: “Dios creó al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gén 1, 27). Es necesario siempre volver a esta primera página de la Biblia, si se quiere comprender lo que es, lo que debe ser una pareja humana, un hogar… La dualidad de sexos ha sido querida por Dios, para que juntos el hombre y la mujer sean imagen de Dios, y como Él, fuente de vida: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y dominadla” (Gén 1, 28). Una lectura atenta de los Profetas, de los libros sapienciales, del Nuevo Testamento, nos muestra la significación de esta realidad fundamental, y nos enseña a no reducirla al deseo físico..., sino a descubrir en ella el carácter complementario de los valores del hombre y de la mujer, la grandeza y las debilidades del amor conyugal, su fecundidad y su apertura al misterio del designio de amor de Dios. Esta enseñanza conserva hoy día todo su valor y nos defiende contra las tentaciones de un erotismo destructor…
El cristiano sabe que el amor humano es bueno por su origen, y si ha sido, como todo lo que existe en el hombre, herido y deformado por el pecado, encuentra en Cristo su salvación y su redención… Muchas parejas han encontrado realmente en su vida conyugal el camino de la santidad, en esta comunidad de vida que es la única que puede fundarse sobre un sacramento. La regeneración bautismal obra del Espíritu Santo (cf. Tit 3, 5), nos convierte en criaturas nuevas (cf. Gal 6, 15), “llamadas a vivir una vida nueva” (Rom 6, 4). Esta gran empresa de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, también él, purificado y renovado, es una realidad nueva, un sacramento de la nueva alianza. Y he aquí que en los umbrales del Nuevo Testamento, como en el dintel del Antiguo, se yergue un matrimonio. Pero, mientras que el de Adán y Eva fue la fuente del mal que se ha desencadenado en el mundo, el de José y María es la cima de donde desciende la santidad por toda la tierra.
San Antonio de Padua
Presbítero y doctor de la Iglesia († 1231) Nació en Lisboa a finales del siglo XII. Primero formó parte de los canónigos regulares de san Agustín, y, poco después de su ordenación sacerdotal, ingresó en la Orden de los frailes Menores, con la intención de dedicarse a propagar la fe cristiana en África.
Sin embargo, fue en Francia y en Italia donde ejerció con gran provecho sus dotes de predicador, convirtiendo a muchos herejes.
Fue el primero que enseñó teología en su Orden. Escribió varios sermones llenos de doctrina y de unción. Murió en Padua el año 1231.
Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que diste a tu pueblo un predicador insigne del Evangelio en San Antonio de Padua, y un intercesor eficaz que lo asistiera en sus dificultades, concédenos, por su intercesión, que seamos fieles a las enseñanzas del Evangelio y que contemos con tu ayuda en todas las adversidades. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Antonio de Padua, Santo
Presbítero y Doctor de la Iglesia, Junio 13
Martirologio Romano: Memoria de san Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Padua descansó en el Señor. († 1231)
Fecha de canonización: 1 de junio de 1232 durante el pontificado de Gregorio IX
San Francisco de Asís, que encontró al joven fraile Antonio con ocasión del Capitulo general inaugurado en Pentecostés de 1221, lo llamaba confidencialmente “mi obispo”. Antonio, cuyo nombre anagráfico es Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, nació en Lisboa hacia el 1195. A Los quince años entró al colegio de Los canónigos regulares de San Agustín, y en sólo nueve meses profundizó tanto el estudio de la Sagrada Escritura que más tarde fue llamado por el Papa Gregorio IX “arca del Testamento”. A la cultura teológica añadió la filosófica y la científica, muy viva por la influencia de la filosofía árabe.
De esta vasta formación cultural dio muestras en los últimos años de vida predicando en la Italia septentrional y en Francia. Aquí recibió el titulo de “guardián del Limosino” por la abundante doctrina en la lucha contra la herejía. En 1946 Pio XII lo declaró doctor de la Iglesia con el apelativo de “Doctor evangelicus”. Cinco franciscanos habían sido martirizados en Marruecos, a donde habían ido a evangelizar a los infieles. Fernando vio los cuerpos, que habían sido llevados a
Portugal en 1220, y resolvió seguir sus huellas: entró al convento de los frailes mendicantes de Coimbra, con el nombre de Antonio Olivares.
Durante el viaje de regreso de Marruecos, en donde no pudo estar sino pocos días a causa de su hidropesía, una tempestad empujó la embarcación hacia Las costas sicilianas. Estuvo algunos meses en Mesina, en el convento franciscano, y el superior de este convento lo llevó a Asís para el Capitulo general. Aquí Antonio conoció a San Francisco de Asís. Lo mandaron a la provincia franciscana de Romaña en donde llevó vida de ermitaño en un convento cerca de Forli. Lo nombraron para el humilde oficio de cocinero y así vivió en la sombra hasta cuando sus superiores, dándose cuenta de sus extraordinarias cualidades de predicador, lo sacaron del yermo y lo enviaron al norte de Italia y a Francia a predicar en donde más se había difundido la herejía de Los albigenses.
Finalmente, Antonio fijó su residencia en el convento de la Arcella, a un kilómetro de Padua. De aquí iba a donde lo llamaban a predicar. En 1231, cuando su predicación tocó la cima de intensidad y se caracterizó por los contenidos sociales, Antonio se agravó y del convento de Camposampiero lo llevaron a Padua sobre un furgón lleno de heno. Murió en Arcella el 13 de junio de 1231. “El Santo” por antonomasia, como lo llaman en Padua, fue canonizado en Pentecostés de 1232, es decir, al año siguiente de su muerte, por la gran popularidad que se había ampliado con el correr de los tiempos.
LA POSTURA CORPORAL EN LA ORACION
Hay ciertos gestos que todos los seres humanos tenemos. Gestos que encontramos en todas las edades, en todas las culturas. Instintivos. Estás alegre y sonríes, o muy alegre y elevas los brazos al cielo, te ríes, "saltas de alegría". Estás asombrado y abres la boca o los ojos. Te asustas y te cubres la boca con las manos o te llevas las manos a la cabeza.
Está demostrado que ciertas posturas corporales modifican los niveles hormonales; esto incide sobre la fisiología y la psicología. Y este descubrimiento ha sido usado por psicólogos y pedagogos para ayudar a las personas a aumentar la seguridad personal, a serenarse, etc. Prueba a ponerte de pié con las manos sobre la cintura durante dos minutos: te sentirás más fuerte. Prueba a alzar los brazos y la mirada: te sentirás triunfante. Siéntate, cruza los brazos, encoge los hombros y agacha la cabeza: te sentirás más débil.
La postura de la Santa Sede y de San Ignacio de Loyola
En la oración habrás adoptado posturas corporales que de inmediato adviertes que te ayudan a rezar mejor. El documento de la Congregación para la doctrina de la fe sobre la oración, entonces encabezada por el Card. Ratzinger dice: "La experiencia humana demuestra que la posición y la actitud del cuerpo no dejan de tener influencia sobre el recogimiento y la disposición del espíritu". (OF 26)
En el libro de ejercicios espirituales, número 76, San Ignacio escribe: "entrar en la contemplación, quándo de rodillas, quándo prostrado en tierra, quándo supino rostro arriba, quándo asentado, quándo en pie, andando siempre a buscar lo que quiero. En dos cosas advertiremos: la primera es, que si hallo lo que quiero de rodillas, no pasaré adelante, y si prostrado, asimismo, etc.; la segunda, en el punto en el qual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante, hasta que me satisfaga."
La frase clave de este párrafo de San Ignacio es: "andando siempre a buscar lo que quiero". Las posturas corporales tienen un valor relativo: he de usarlas en tanto cuanto me ayuden al recogimiento y se conformen y orienten a la finalidad de la oración cristiana. ¿Qué es lo que quiero en la oración? Estar con Dios y sólo con Dios, encontrarme con Él, alabarle, mostrarle afectos de gratitud, confianza, reparar por mis pecados...; aprender de Él, escucharle, pedirle ayuda... Para ello, puesto que es toda la persona la que ora, podemos ayudarnos del cuerpo y expresarnos con el cuerpo.
"Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos. Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el poder posible." Catecismo 2702.
"Esta necesidad responde también a una exigencia divina. Dios busca adoradores en espíritu y en verdad, y, por consiguiente, la oración que brota viva desde las profundidades del alma. También reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a la oración interior, porque esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto al que Dios tiene derecho." Catecismo 2703.
Advertencias sobre las posturas en la oración
Es importante que no construyamos la casa sobre arena sino sobre roca. Sobre la roca de la autenticidad, de la sinceridad en la búsqueda de Dios y no de nosotros mismos. Estamos hablando de posturas que ayudan, que buscan preparar y disponer una actitud del corazón. No de "poses" que sólo alimentan la vanidad. Una vanidad y un orgullo espirituales cuyo riesgo mayor no estaría en el deseo de ser vistos y bien considerados por los demás, sino en la sutil complacencia en la consideración de la propia vida espiritual, de la propia "bondad" en la que el alma poco humilde se recrea.
Existe también la sensualidad espiritual. Alguien podría fomentar entonces gestos que buscarían la satisfacción de la propia sensibilidad más que, de nuevo, la expresión profunda y cálida del amor a Dios.
Dicho esto, recordemos cuánto agradaron a Jesús los gestos de amor. Cómo permitió a Juan recostarse sobre su pecho, a María de Betania ungirle con perfume, a la pecadora lavarle los pies con sus lágrimas. En la Santa Misa tenemos la oportunidad de reproducir espiritual y comunitariamente aquellas mismas experiencias.
¿Cuál es la mejor postura en la oración?
En la oración personal no hay posturas establecidas, cada uno debe ver lo que más le ayude a buscar y obtener lo que quiere. Es importante que al hacer oración en lugares públicos seamos discretos en nuestras posturas para no distraer o incomodar a los demás. Las posturas corporales más comunes en la oración se han incorporado casi todas a la Liturgia de la Iglesia y son las siguientes:
- Sentado: Expresa una actitud de escucha. Siéntate y descansa la espalda en el respaldo, con una postura recta, alerta. Los pies juntos y bien apoyados en el suelo.
- De pie, con los talones juntos y las puntas un poco separadas para dar estabilidad. Esta postura manifiesta respeto y atención; es como decirle a Dios con la postura del cuerpo: "aquí estoy ante ti, presente; habla que tu siervo escucha".
- De rodillas, sobre el piso o en un reclinatorio, indicando humildad y adoración. O arrodillado-sentado sobre un banquillo que se pone encima de las pantorrillas o simplemente sentado sobre los talones un poco abiertos, con las manos descansando sobre el regazo.
- Postrado: Con todo el cuerpo boca abajo y la cabeza sobre las manos. O bien, con el cuerpo en forma de arco y la cabeza descansando sobre las manos colocadas en el suelo.
- Los brazos: Es la postura del orante que encontramos en las catacumbas de Santa Priscila, con los brazos abiertos, en forma de cáliz. Esta postura indica adoración, súplica, receptividad.
- Las manos: Pueden ponerse juntas tocando los labios. Cuando estás sentado, las manos pueden estar sobre los muslos o las rodillas, en reposo; o bien, volteadas hacia arriba, todavía apoyadas sobre las piernas, con el gesto del mendigo, con el gesto de abandono de quien todo necesita recibirlo, pero también a su vez todo lo ofrece, en radical disponibilidad, porque no se posee.
- Los ojos: Con una mirada que corresponda a la imagen que se está contemplando (compasiva si contemplas a Cristo crucificado, de ternura si miras a María con Jesús en sus brazos, de gratitud si contemplas la última cena, etc.) Ayuda mucho al recogimiento tener los ojos cerrados o semi cerrados si se tiene problema de sueño. También puedes mirar al cielo en algunos momentos.
La hora de la prueba
El dolor se ve claro cuando lo vemos en otros, pero incomprensible cuando se adentra en nuestra vida.
El avión que nos transporta por el cielo, la nave que nos lleva por el mar, el coche en la carretera, alguna vez, atraviesa por en medio de la borrasca. Nadie se extraña.
También en el camino del alma. “Muchas son las olas, el pavoroso huracán arrecia”. (San Juan Crisóstomo) Quizás también en nuestra mente están previstas estas contradicciones, pero, cuando llegan, nos encuentran impreparados. Nos sorprenden.
¡Misterio el dolor humano! Claro cuando lo vemos en otros, ciertamente incomprensibles cuando se adentra por nuestros pasillos.....
¿Qué haré en la hora de la prueba” ¿Cómo resolver mi incertidumbre? ¿Cómo hacer luz en la oscuridad y paz en la terrible angustia? ¿Cómo abrazarme a la doliente “voluntad de Dios” y “ofrecerme”?
El momento del dolor es una experiencia cumbre en la vida del hombre. Sus efectos le revelan lo más profundo de sí mismo, el alma parece poder tocarse con la mano; allí aparece más desgarradora que nunca la soledad fundamental de la persona, la sensación de su completa impotencia ante las cosas.
Es imposible enumerar todas las futuras experiencias dolorosas de la vida, porque imposible es enumerar sus posibles tragedias. Pero sea grande o sea pequeña en sí misma la cruz que nos toca llevar, es cierto, siempre, que en cada caso hiere terriblemente las espaldas.
Cuando alguien me lo ha preguntado, le he respondido fácilmente. Le he dicho: “¡Ten confianza en Dios!” Ahora que a mí me sucede: ¡qué poco me dice esto!
Sin embargo, eso es exactamente lo que necesito: echar a andar los recursos de mi fe cristiana.“Efectivamente, el dolor y la muerte pesan sobre el espíritu humano y son un enigma para aquellos que no creen en Dios. Pero en la fe nosotros sabemos que serán superados, que han sido vencidos en la muerte y resurrección de Jesucristo nuestro Redentor”. (Juan Pablo II, Paquistán)
Y si recurro al Evangelio, seguiré encontrando respuestas de fe: “El Padre poda la rama vigorosa para que dé aún más fruto” (Jn 15, 2-3); “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24), etc. Él me hará ver cómo Cristo camina la senda dolorosa del Calvario como necesario tránsito hacia la gloria de la resurrección. “En el plano divino todo dolor es dolor de parto; él contribuye al nacimiento de una nueva humanidad” (Juan Pablo II, abril de 1983). Por todo ello, comprenderé que no nos es dado poseer un don más grande que el dolor, la cruz y la humillación.... pero ahora, en medio de mi tragedia, todo esto me sabe a muy poco, apenas me mueve. ¿Por qué será así?
Mi fe no me arrastra a la esperanza, porque es una débil fe. No es como la de Job, que dice clamando: ¡”Yo sé que mi Señor vive”! (Job 19, 25)....... “Yo sé” es una convicción, no un sentimiento. Es una certeza, no una idea.
“Yo sé” dice San Pablo, al final de su carrera, mientras yace en la cárcel. “Yo sé a quién me he confiado y estoy seguro de que puede guardar mi depósito para aquél día” (2 Tim 1, 12).
“Yo sé” es mucho más que saber, es un haber vivido la experiencia, y haberla profundizado.
Y aquí, en la experiencia dela fe y de las certezas que ello comunica, cada uno de nosotros es diferente; Dios es totalmente una historia personal, y por eso mismo ante las pruebas reaccionamos con diversas reflexiones o motivaciones adecuadas a nuestras propias circunstancias. La verdad es que la fe es tan rica como Dios mismo y tiene para cada uno el resplandor adecuado: toda persona, toda situación humana es iluminada espléndidamente por ella.
En este caso, ha bastado este reflejo: “Sé que me has elegido” para que el panorama todo quede interpretado, quede construido en la paz.
La sensación de mi impotencia radical ha encontrado una respuesta en la fe: admito que no soy nada y que soy débil, pero sólo cuando me falta Dios. ¡Pero “con Él” lo puedo TODO!, porque consigo hacer mía la potencia misma de Dios: lo he vivido anteriormente, en otras ocasiones, ¡y hoy no debo olvidarlo!, sino actualizarlo.
La fe de que Él está conmigo, de que Él no nos ha abandonado – “He aquí que yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)- va haciendo renacer las fuerzas, las energías morales del espíritu. “Sé, Señor, que habiéndome elegido” significa que voy aprendiendo a ver lo que me sucede como “un algo elegido” por Dios, y no obra de la casualidad y la fatalidad; como algo salido de sus manos por elección precisa y clara. Y si viene de las manos de Dios ¿por qué me angustio? “Habiéndome elegido – Tú serás siempre mi fortaleza” indica que, si Él elige, el se compromete con el elegido; no le cargará la cruz y se irá, sino que compartirá el peso y dará Su fuerza.
Respuestas de fe ...... para todas las medidas .... Pero hoy, además, algo muy importante, algo común a cada caso: lo importante no es conocer, sino saber: ¡Creer como si se tuviera una evidencia! Y entonces sí se está preparado para el “ofrecimiento”.