Los expulsarán de las asambleas. E incluso llegará la hora en que todo el que los mate pensará que da culto a Dios
- 07 Mayo 2018
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Evangelio según San Juan 15,26-27.16,1-4a.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Les he dicho esto para que no se escandalicen.
Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios.
Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho.»
Rosa Venerini, Santa
Virgen y Fundadora, 7 de mayo
Fundadora de las Pías Maestras Venerini
Martirologio Romano: En Roma, santa Rosa Venerini, virgen, que nació en Viterbo y fundó las Maestras Pías, con las cuales abrió en Italia las primeras escuelas para la educación de las niñas († 1728).
Etimológicamente: Rosa = Aquella que es bella y dulce como una rosa, es de origen latino.
Fecha de beatificación: 4 de mayo de 1952, durante el pontificado de Pío XII
Fecha de canonización: 15 de octubre de 2006, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Breve Biografía
Rosa VENERINI nació en Viterbo en el día 9 de febrero de 1656.
Su padre, Goffredo, originario de Castelleone di Suasa (Ancona), después de haber conseguido el título en medicina en Roma, se trasladó para Viterbo y ejerció brillantemente la profesión de médico en el Hospital Grande.
De su matrimonio con Marzia Zampichetti, miembro de una antigua familia viterbense, nacieron cuatro hijos: Domingo, María Magdalena, Rosa y Horacio.
Rosa, por naturaleza, era dotada de inteligencia y de sensibilidad humana fuera del común. La educación recibida en la familia le permitió desarrollar los numerosos talentos de mente y de corazón y de formarse bajo principios cristianos sólidos.
A la edad de siete años, según su primer biógrafo, Padre Jerónimo Andreucci S.I., hizo voto de consagrar a Dios su vida. Durante la primera fase de su juventud, vivió el conflicto entre las seducciones del mundo y la promesa hecha a Dios. Superó tal conflicto con oraciones y muchos sacrificios.
A los 20 años, Rosa se interrogaba sobre su porvenir. En aquel tiempo la mujer podía escoger apenas entre las dos orientaciones de vida: el casamiento o el convento. Rosa estimaba las dos opciones, pero se sentía atraída para realizar otro proyecto para el bien de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo. Tendrá que pasar mucho tiempo dedicado a los sacrificios y a la búsqueda, para ser impulsada interiormente por intuiciones proféticas, que le llevarán a una solución innovadora.
En otoño del 1676, de acuerdo con su padre, Rosa entró en el Monasterio Dominico de Santa Catalina en Viterbo con la perspectiva de realizar su voto. Junto a su tía Ana Cecilia aprendió a escuchar Dios en el silencio y en la meditación. Se quedó en el Monasterio pocos meses porque la muerte prematura de su padre la obligó a regresar para acompañar en el sufrimiento a su madre.
En los años siguientes Rosa vivió acontecimientos trágicos en su familia: el hermano Domingo falleció con apenas 27 años de edad, enseguida, muere también su madre quien no aguantó el dolor. Su hermana María Magdalena contrajo matrimonio.
Permanecían en casa solamente Horacio y Rosa que a esta altura tenía 24 años. Impulsada por el deseo de hacer algo grande para Dios, en mayo de 1684 la Santa comenzó reunir en su casa a las niñas y mujeres de la vecindad para rezar el Rosario. El modo de orar de las jóvenes y de sus madres, y sobre todo las charlas que precedían y seguían a la oración, abrieron la mente y el corazón de Rosa frente a la triste realidad: la mujer pobre era esclava de la pobreza cultural, moral y espiritual. Entendió, entonces, que el Señor la llamaba a una misión más alta que, gradualmente, la llenaba de la urgencia de dedicarse a la instrucción y formación cristiana de las jóvenes, no con encuentros periódicos, sino con una Escuela entendida en el sentido total de la palabra.
En el día 30 de agosto del 1685, con la aprobación del Obispo de Viterbo, Cardenal Urbano Sacchetti y la colaboración de dos compañeras, Gerolama Coluzzelli y Porzia Bacci, Rosa dejó la casa paterna para dar inicio a su primera escuela, proyectada según un designio original que había madurado en la oración y en la búsqueda de la Voluntad de Dios. El primero objetivo de la Fundadora era lo de ofrecer a las niñas de la población pobre una formación cristiana completa y de prepararlas para la vida civil. Sin grandes pretensiones, Rosa había abierto la primera «Escuela Pública femenina en Italia». El origen era humilde, pero de grandeza profética: la promoción humana y la elevación espiritual de la mujer eran una realidad que no tardaría en recibir el reconocimiento de las autoridades religiosas y civiles.
El crecimiento de la Obra.
En el comienzo no fue fácil: Las tres primeras Maestras tuvieron que afrontar las resistencias del Clero que sentía como exclusividad suya enseñar el catecismo; pero la resistencia más fuerte venía de los intelectuales que se sentían escandalizados al ver la osadía de una mujer, de la alta burguesía viterbense, que tomaba con seriedad y amor la educación de las niñas de la baja clase social. Rosa enfrentó todo por amor a Dios, y con firmeza que era la caracterizaba, prosiguió el camino que había iniciado, teniendo ahora más que nunca, la certeza de estar dentro de un verdadero Proyecto de Dios.
Los resultados le dieron razón: ¡los propios Párrocos constataron el bien qué estas Escuelas Pías surtieron entre las niñas y sus madres!. La valía de aquella iniciativa fue reconocida y la fama sobrepasó los confines de la Diócesis. El Cardenal Marcos Antonio Barbarigo, Obispo de Montefiascone, comprendió la genialidad del proyecto viterbense e invitó a la Santa a su diócesis. La Fundadora, siempre lista, contestó a la invitación: de 1692 a 1694 Rosa abrió una decena de escuelas en Montefiascone y en las Ciudades situadas alrededor del lago de Bolsena. El Cardenal suministraba los medios materiales y Rosa concienciaba las familias, preparaba las maestras y organizaba la Escuela. Cuando tuvo que tornar a Viterbo, para cuidar de la estabilidad de su primera obra, Rosa confió las Escuelas y las Maestras a la dirección de una joven, Lucia Filippini, cuyas calidades, de mente, de corazón y de espíritu, ya había percibido antes.
Después de las Escuelas de Viterbo y Montefiascone, fueron abiertas otras en la región de Lazio. Rosa llegó a Roma en el año 1706, pero la primera experiencia romana fue para ella un fracaso total. Esto le marcó hondamente y la forzó a esperar un período largo de seis años antes de reconquistar la confianza de las autoridades. En el día 8 de diciembre del 1713, con ayuda del Abad Degli Atti, gran amigo de la familia Venerini, Rosa pudo abrir su Escuela en el centro de Roma, a los pies del Capitolio. El 24 de octubre de 1716 recibió a visita del Papa Clemente XI, que acompañado por ocho Cardenales, quiso asistir a las clases. Maravillado y lleno de complacencia, al fin de la mañana, se dirigió a la fundadora con estas palabras: «¡Señora Rosa, usted hace lo que nosotros no podemos hacer!. Le agradecemos mucho porque, estas escuelas, ¡santificarán Roma!». Desde aquel momento, Gobernadores y Cardenales pidieron las escuelas para sus territorios. El trabajo de la Fundadora se volvió intenso, lleno de peregrinaciones y de cansancio para la formación de nuevas comunidades. Fue, también, motivo de mucha alegría y de sacrificios. Donde surgía una escuela, luego se notaba un radical cambio positivo, de la juventud.
Rosa Venerini murió santamente en la casa de San Marcos en Roma, en la noche del 7 de mayo de 1728. Había abierto más de 40 Escuelas. Su cuerpo fue sepultado en la Iglesia de Jesús (Roma) que ella tanto amaba. En el año 1952, por ocasión de la Beatificación, sus restos mortales fueron trasladados en la Capilla de la Casa General, en Roma.
La Espiritualidad
Durante toda su vida, Rosa siempre se movió adentro del océano de la Voluntad de Dios. Decía: «me siento tan apegada a la Voluntad de Dios, que no me importa ni la muerte ni la vida, quiero lo que Él quiere, quiero servirle lo cuanto Él quiere ser servido por mí y nada más! ». Después de un primera contacto con los Padres Dominicos del Santuario «Madonna della Quercia» en los alrededores de Viterbo, siguió la dirección espiritual del P. Ignacio Martinelli, y acogió fielmente la espiritualidad austera y equilibrada de San Ignacio de Loyola creada para la dirección de los Jesuitas.
Las crisis de la adolescentes, las perplejidades de la juventud, la busca de nuevos caminos, la fundación de las Escuelas y de las Comunidades, las relaciones con la Iglesia y con el mundo, todo era orientado al Querer Divino. La oración era el aire que respiraba durante toda su jornada.
Rosa no imponía a sí misma ni a sus hijas largas oraciones pero recomendaba qué la vida de las Maestras, en el ejercicio del ministerio educativo, ¡fuese un continuado hablar con Dios, de Dios, para Dios!. La íntima comunión con el Señor era mantenida por la oración mental que la Santa consideraba «alimento esencial del alma». En la meditación, Rosa escuchaba al Maestro que enseñaba caminando por las carreteras de Palestina, pero, de manera particular, desde lo alto de la Cruz.
Con lo mirada fija en Jesús Crucificado, Rosa sentía cada vez más fuerte dentro de sí la pasión para la salvación de las criaturas humanas. Por eso, vivía cada día la Eucaristía de manera mística: en su imaginación, la Santa veía el mundo como un gran círculo; se colocaba en el centro y contemplaba Jesús, Víctima inmaculada, que en todo rincón de la tierra se ofrecía al Padre a través del Sacrificio Eucarístico. Llamaba a este modo de elevarse a Dios "el Círculo Máximo". Con oración incesante, participaba espiritualmente de todas las Santas Misas que eran celebradas en toda parte del mundo: unía los dolores, el cansancio, las alegrías de su vida a los sufrimientos de Jesucristo, preocupándose que la Preciosa Sangre de Jesús no fuese derramado en vano.
El Carisma
Podemos sintetizar el carisma de Rosa Venerini en pocas palabras. Vivió consumada por dos grandes pasiones: la pasión por Dios y la pasión por la salvación de las criaturas humanas. Cuando comprendió que las niñas y las mujeres de su tiempo tenían necesidad de ser educadas e instruidas sobre las verdades de la Fe y de la Moral, no escatimó tiempo, trabajo, luchas, dificultades de todo tipo al fin de contestar al llamado de Dios. Era consciente de que el anuncio de la Buena Nueva sólo podía ser acogido, si antes, las personas fuesen liberadas de las tiniebla de la ignorancia y del error. Además, había intuido que la formación profesional podía conseguir para la mujer una promoción humana y un reconocimiento en la sociedad. Este proyecto requería una Comunidad Educadora, sin pretensiones. Rosa, con gran anticipación histórica, ofreció a la Iglesia el estilo de la Comunidad Religiosa Apostólica.
Rosa no ejerció su misión educativa sólo en la escuela, sino usó todas las oportunidades que tuvo para anunciar el Amor de Dios: confortaba y curaba a los enfermos, reanimaba a los desesperanzados, consolaba a los afligidos, invitaba a los pecadores a la vida nueva, exhortaba a la fidelidad a las personas consagradas, auxiliaba a los pobres, combatía toda forma de esclavitud moral. Educar para salvar se volvió el lema que impulsa a las Pías Maestras Venerini a continuar la Obra del Señor de acuerdo a los deseos de su Fundadora y a irradiar por el mundo el Carisma de la Santa Madre: liberar a la criatura humana de la ignorancia y del mal para que el Proyecto de Dios, que cada persona posee, se vuelva visible.
Es ésta a magnifica herencia que Rosa Venerini dejó a sus hijas; doquiera que estén: en Italia, como en los otros Países, las Pías Maestras buscan vivir y transmitir el deseo apostólico de la Madre, privilegiando a los más pobres. La Congregación, después de haber dado su contribución en favor de los italianos emigrados a los E.U.A., desde 1909, y en Suiza de 1971 al año 1985, expandió su actividad apostólica en otros Países: en India, en Brasil, en los Camerún, en Romania, en Chile, en Venezuela, en la Albania y en Nigeria.
San Juan Pablo II (1920-2005), papa Carta apostólica « Salvifici Doloris» (© Copyright - Libreria Editrice Vaticana)
«Los expulsarán de las asambleas.
E incluso llegará la hora en que todo el que los mate pensará que da culto a Dios.»
El Evangelio del sufrimiento habla ante todo, en diversos puntos, del sufrimiento «por Cristo», «a causa de Cristo», y esto lo hace con las palabras mismas de Cristo, o bien con las palabras de sus Apóstoles. El Maestro no esconde a sus discípulos y seguidores la perspectiva de tal sufrimiento; al contrario lo revela con toda franqueza, indicando contemporáneamente las fuerzas sobrenaturales que les acompañarán en medio de las persecuciones y tribulaciones « por su nombre ». Estas serán en conjunto como una verificación especial de la semejanza a Cristo y de la unión con Él. «Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí primero que a vosotros... pero porque no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece... No es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán... Pero todas estas cosas las harán con vosotros por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado» (Jn 15:18-21).
«Esto os lo he dicho para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad: yo he vencido al mundo» (Jn 16:33). Este primer capítulo del Evangelio del sufrimiento, que habla de las persecuciones, o sea de las tribulaciones por causa de Cristo, contiene en sí una llamada especial al valor y a la fortaleza, sostenida por la elocuencia de la resurrección. Cristo ha vencido definitivamente al mundo con su resurrección; sin embargo, gracias a su relación con la pasión y la muerte, ha vencido al mismo tiempo este mundo con su sufrimiento. Sí, el sufrimiento ha sido incluido de modo singular en aquella victoria sobre el mundo, que se ha manifestado en la resurrección. Cristo conserva en su cuerpo resucitado las señales de las heridas de la cruz en sus manos, en sus pies y en el costado. A través de la resurrección manifiesta la fuerza victoriosa del sufrimiento, y quiere infundir la convicción de esta fuerza en el corazón de los que escogió como sus Apóstoles y de todos aquellos que continuamente elige y envía. El apóstol Pablo dirá: «Y todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones» (2 Tim. 3, 12).
Santo Evangelio según San Juan 15,26 - 16,4. Lunes VI de Pascua.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Te pido, Señor y Dios mío, que envíes tu Santo Espíritu, a nuestros corazones, los ilumines y nos des la gracia de poder escuchar tu voz y poder seguir tus santas inspiraciones.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús nos anticipa algo que pasa muy frecuentemente en el mundo de hoy. Una persecución, pero de forma silenciosa. El relativismo actual y la secularización nos llevan, poco a poco, a creer que lo verdaderamente importante ya no lo es; nuestra fe juega en un segundo plano y para nosotros eso no es coherente con el Evangelio.
Hoy la liturgia nos ofrece este Evangelio de reconforto y, de cierto modo, nos alivia y nos da mucha fuerza para el camino que nos queda por recorrer, porque sabemos que no estamos solos, que la fuerza que viene de lo alto nos anima y nos impulsa a dar todo y que nunca vamos a quedar desamparados.
Cuando lleguen los momentos de prueba, pidamos a Dios que nos dé la gracia de permanecer en Él, que con la fuerza de la fe y el brío de la esperanza sepamos ver más allá, que todo no acaba aquí, que nuestra meta es el cielo, y que para la santidad se requiere la valentía del apóstol de Cristo que quiere instaurar su reino en medio del mundo.
Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es "el primero y el más grande evangelizador". En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu.
(Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 12)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy a buscar una imagen de María o de nuestro Señor de camino a mi trabajo, colegio o universidad, para poner atención a mi alrededor y poder ofrecer ese momento por todas las almas.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El Espíritu Santo, don grandísimo de Dios
Jesús, con todo el poder que tiene como Dios, nos manda el Espíritu Santo, para que tome posesión de nuestros corazones
Cuando hablamos del Espíritu Santo en nuestros mensajes parece que se anima el Programa. Ese día estamos pensando en Dios más que nunca. Y esto a lo mejor es lo que nos va a pasar hoy...
Un himno de la Liturgia se dirige al Espíritu Santo y le dice:Eres el regalo grande del Dios altísimo. Tan grande, que Dios echó el resto con el Espíritu Santo y se quedó sin nada más que darnos.
Parece mentira cómo hace Dios las cosas. Todas las hace en grande, como Dios que es. En Él no cabe hacer nada pequeño. Y así es cómo se nos ha dado Dios desde el principio. Ha ido escalonando las cosas que daba, y al fin se ha quedado sin nada más.
¿Y el Cielo?, preguntarán algunos. Sí, Dios a estas horas nos ha dado ya también el Cielo. Porque incluso el Cielo ya lo llevamos dentro. Lo único que falta es que se rompa el velo de la carne mortal para que podamos disfrutar en gloria lo que ya poseemos en gracia.
Las Tres Divinas Personas se nos han dado las tres, cada una a su manera, y se han dado del todo en forma asombrosa.
Aunque, cuando se nos daba una Persona, se nos daban las otras por igual, cada una según es en el seno de la Santísima Trinidad.
El primero que se nos dio fue el Padre con la creación. Toda la obra inmensa que contemplan nuestros ojos salió de sus manos amorosas y la puso en las manos nuestras para que la disfrutemos a placer. Nos creó en inocencia y nos dio su gracia, de modo que desde el principio éramos hijos suyos.
Se nos daba después el Hijo en la obra de la Redención. Cuando cometimos la culpa y perdimos la gracia, Dios manda su Hijo al mundo para que nos salve, y ya sabemos cómo se nos dio Jesús. Desde la cuna de Belén y desde Nazaret hasta el Calvario, y a través de todos los caminos de Galilea, ¡hay que ver cómo se entregaba Jesús! Y cuando había de marchar de este mundo, se las ingenió para irse y quedarse a la vez. Porque, si no, ¿qué otra cosa es la Eucaristía?... Y, ya en el Cielo, nos va a hacer junto con el Padre el regalo de los regalos.
Finalmente, le tocaba el turno al Espíritu Santo.
Sentado a la derecha del Padre, Jesús, con todo el poder que tiene como Dios, nos manda el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, para que tome posesión de nuestros corazones, derrame en nosotros el Amor increado de Dios, nos llene de su santidad, nos colme con todos sus dones, produzca en nosotros todos los frutos del Cielo, y sea la prenda de nuestra vida eterna.
Así Dios, el Dios Uno en las Tres divinas Personas de la Santísima Trinidad, siendo infinitamente rico, se queda sin nada más que darnos...
El Espíritu Santo es el resto, el colmo, el regalo grande del Dios altísimo, que ya no puede inventar nada mayor para poderlo regalar.
Son muchas las personas que en nuestros días, volviendo a la devoción que la Iglesia de los primeros siglos tuvo al Espíritu Santo, nos han dado una verdadera lección de felicidad. ¡Hay que ver cómo disfrutan del Espíritu Santo en sus asambleas! Parecen tener la feliz enfermedad de un Felipe de Neri, el Santo más simpático que llenó la Roma del siglo dieciséis.
Se preparaba para celebrar la fiesta de Pentecostés, porque era muy devoto del Espíritu Santo, cuando se sintió de repente abrasado por un fuego devorador.
- ¡Que no puedo más! ¡Que no puedo más!...
Los que le rodeaban empezaron a buscar agua fría, le aplicaban al pecho paños mojados, y nada... El corazón palpitaba como un tambor. Hasta las costillas se levantaban como para estallar.
Felipe no podía aguantar el gozo inexplicable que le invadía:
- ¡Basta! ¡Que no puedo con tanta felicidad!...
Aquel fenómeno místico no se lo explicaba nadie, porque aquel calor le duraba como duraban las llagas a San Francisco de Asís o al Padre Pío...
Llegaba el invierno y tenía que descubrirse la ropa del pecho para que el calor del amor no se sintiera tan intenso. Y como nadie sabía de qué procedía, el Santo, como hacía con todas sus cosas, lo tomaba a risa delante de los demás. Caminaba así descubierto en pleno invierno por las calles de Roma, por mucho frío que hiciese, y se les reía a los jóvenes:
- ¡Vamos! A vuestra edad, ¿y no aguantáis el poco frío que hace?
Los médicos, que tampoco entendían nada, le daban medicinas equivocadas y no conseguían nada tampoco. Ni disminuían las palpitaciones, ni se arreglaban las costillas. El Santo seguía riéndose:
- Pido a Dios que estos médicos puedan entender mi enfermedad...
Pues, bien. Eso que ni los jóvenes ni los médicos entendían, es lo que hace en nosotros el Espíritu Santo que se nos ha dado. Así estalla su amor en el corazón. Dios lo quiso manifestar externamente en Felipe Neri para que nosotros entendiéramos la realidad mística y profunda que llevamos dentro.
El Espíritu Santo es el Huésped de nuestras almas y el que santifica nuestros cuerpos. El Espíritu Santo es el que ilustra nuestras mentes para que entendamos la verdad y penetremos en las intimidades de Dios. El Espíritu Santo es quien nos empuja hacia Dios con la oración que suscita en nosotros.
El Espíritu Santo, don grandísimo de Dios, lo último que le quedaba a Dios... Eso, eso es lo que Dios nos ha dado...
Sumergirse en el amor; VI Domingo de Pascua
Es el primero, principal y único mandamiento. ¿Cómo lo estamos cumpliendo? ¿Nos distinguimos los cristianos por saber amar?
Lecturas:
Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35, 44-48: “El don del Espíritu también se ha derramado sobre los paganos”.
Salmo 97: “El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad. Aleluya”.
I San Juan 4, 7-10: “Dios es amor”.
San Juan 15, 9-17: “Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.
Vero, esa joven atada a una silla de ruedas por la poliomielitis infantil, me narra una historia de dolor y abandono, no conoció a sus padres y ha crecido en un orfanatorio. Después ha estudiado y poco a poco va saliendo adelante. Al narrar esta serie de desventuras, lo hace con una sonrisa y no pierde el buen humor. Tiene esperanzas y va buscando trabajos para sentirse realizada, aunque sus dolores a veces se lo impiden. Le pregunté: “¿Cómo le haces para nunca perder tu sonrisa y estar siempre contenta?”. Sin perder la sonrisa responde rápidamente: “Es que estoy segura de que Jesús me ama. Lo puedo sentir y es lo que me sostiene”. Y se aleja sonriendo y tratando de ayudar a quienes como ella siguen atadas a una silla pero están liberadas por el amor de Jesús.
El pasaje de la vid, reflexionado el domingo pasado, sigue resonando en mi corazón y hoy Jesús me ofrece más elementos de esta comparación. Cada palabra nos ayuda a confrontar la vida diaria y mostrar nuestro crecimiento espiritual. Pero traigo como clavada en mi mente la expresión de Jesús: “Permanezcan en mí”, que se repite como un estribillo. Mentalmente contemplo las ramas de una vid y me imagino toda la vida y dinamismo que llevan por dentro. Exteriormente parecen impasibles e inmóviles; pero en su interior ¡cuánta vida tienen! Cómo reciben la savia que brota de la raíz, se alimentan de ella y la hacen circular para generar nueva vida. La raíz a su vez también recibe energía desde las ramas y las hojas. Un incesante movimiento desde el tronco hasta la última ramita y viceversa. Y parece que no pasa nada, no hay escándalo, no hay ruido, pero sí una actividad que da mucha vida. Es el ejemplo más bello para el verdadero discípulo de Jesús: recibir su vida, fortalecerse, llenarse de ella y siempre continuar transmitiéndola. Frente a los hermanos se adopta una bella actitud: dar y recibir como lo hacemos de parte Jesús. ¿Cómo es mi permanecer con Jesús? ¿Un estático y cómodo situarme en la Iglesia, en la sociedad y en la comunidad? ¿Recibo y doy vida?
Aunque esta idea ya bastaría para un fuerte compromiso, Jesús amplía mucho más nuestro horizonte y nos lanza en una nueva perspectiva: el amor. Pero, ¿qué es el amor? En días de devaluación de muchas cosas, hay una que sobresale por su gran caída y confusión: el amor. Está tan devaluado que a cualquier cosa se le llama amor, aunque no tenga nada que ver con un verdadero amor: al sexo, al compañerismo, a la atracción, a la necesidad, etc. Jesús nos enseña lo que es el verdadero amor: “dar la vida por sus amigos”. No es solamente el sentirse a gusto, que en un momento pasa; no es la atracción, que puede convertirse en hastío; no es la necesidad de alguien o el miedo a la soledad. Es buscar la felicidad del otro.
Jesús se pone como modelo de amor: “ámense como yo los he amado” y nos ha amado cuando aún no lo conocíamos, cuando vivíamos en pecado; y nos ha amado a pesar de nuestras traiciones e infidelidades. No es el amor condicionado de padres y novios: “Si de veras me quieres, tienes que hacer mi capricho…” o “Si no haces lo que yo digo, ya no te quiero…” No, es amar a la otra persona y buscar su felicidad. Si de verdad amáramos, no se terminarían tantas amistades por un simple enojo; no se dividirían las familias porque los hijos se sienten solos o sus padres no saben cómo acercarse a ellos; no se divorciarían tan fácil las parejas tan sólo porque no es el otro como ellos esperaban. El verdadero amor va mucho más allá y Jesús nos enseña todo el valor que tiene. Es el primero, principal y único mandamiento. ¿Cómo lo estamos cumpliendo? ¿Nos distinguimos los cristianos por saber amar?
Las palabras de Jesús son una fuerte inspiración y presentan no sólo su programa de vida y una motivación para cada uno de nosotros, sino nos explican toda su actividad, su abajamiento, su cruz y su resurrección: “Como el Padre me ama, así los amo yo”. Nos revelan el secreto y motivo último que ha impulsado y guiado toda su vida. Un gran circuito que comienza con el amor del Padre, que continúa con el mismo Jesús, nos abraza a nosotros con su amor, nos impulsa a amarnos los unos a los otros y nuevamente al ámbito amoroso del Padre.
Es mandamiento, es cierto, pero mucho más que mandamiento es experiencia de sentirse amado y no poder ahogar dentro de nosotros mismos esa fuerza que inspira y da el mismo Jesús. Muy lejos de los amores egoístas e interesados en que nos movemos ordinariamente los humanos. Debemos sumergirnos en este gran amor, que no crea servidores, que no esclaviza, que libera y da vida.
Dos últimas características de este amor de Jesús: nos lleva a una alegría plena y nos ha elegido gratuitamente. Quizás los cristianos hemos pensado muy poco en la alegría de Jesús, pero es una de las señales de su presencia en nosotros. La alegría es la sonrisa de Dios en nuestras vidas. Es muy triste que se identifique a cristianos con rostros marchitos, personas aburridas y aguafiestas. El cristiano debe tener la mayor alegría en su corazón al reconocerse amado por Jesús. Pero este amor, no es en base a los propios méritos, Jesús nos lo otorga gratuitamente y Él nos ha elegido a nosotros. Somos sus preferidos. Por eso la extensión de ese amor debería nacer espontánea: el amor a los hermanos. Y no el amor color de rosa, sino el amor del compromiso y de la entrega, el amor fiel. Es bellísimo este pasaje y ojalá, más que estudiarlo, en este día lo viviéramos en presencia de Jesús. Lo dialogáramos en íntimo coloquio con Él. Abriéramos nuestro corazón y nos dejáramos amar.
Dios, Padre nuestro, que en Jesús de Nazaret, nuestro hermano, nos has manifestado tu amor, gratuito y universal, concédenos experimentar este gran amor y hacerlo vida a favor de nuestros hermanos. Amén.
7 poderosas razones del por qué los católicos somos devotos a María
La verdadera devoción a María, no se queda en Ella, sino nos conduce hacia Dios
Luego de haber realizado más de setenta mil exorcismos, el padre Gabrielle Amorth, fundador y presidente honorario de la Asociación Internacional de Exorcistas, exorcista oficial en Roma, afirma que el demonio le tiene odio feroz a la Virgen María.
El obispo de Nigeria declaró que Jesucristo le dejó ver que el rezo del Santo Rosario es un instrumento poderosísimo para terminar con la violencia de Boko Haram, un grupo islámico radical y sanguinario que se ha dedicado a perseguir, secuestrar, torturar, aterrorizar y asesinar miles y miles de cristianos de ése y otros países.
Scott Hahn, ex presbiteriano convertido al catolicismo, prolífico autor y actual profesor de teología en una universidad católica en EUA, cuenta que empezar a rezar el Rosario marcó una gran diferencia en su vida y lo ayudó en su conversión.
Tres testimonios muy distintos y una misma conclusión: A la Virgen María Dios le ha concedido un poder muy especial, capaz de vencer al demonio y de convertir los corazones. Los católicos lo sabemos y por ello nos acogemos confiados a su guía y protección. Pero hay muchas personas que no lo saben, y lamentablemente se pierden de su maternal intercesión.
Por eso, y aprovechando que vamos a iniciar el mes de mayo, mes tradicionalmente mariano, vale la pena recordar al menos siete razones de nuestra devoción a María.
1.- María es Madre de Jesucristo.
Lo dice en la Biblia (ver Mt 1,16.18;2,11; Lc 1, 42-43).
2.- María vive en el cielo, al lado de su Hijo.
Los católicos creemos que fue asunta al cielo en cuerpo y alma, pero para quienes no aceptan lo que no está en la Biblia (aunque la propia Biblia no pide eso), hay un argumento bíblico: Jesús afirma que “para Dios todos viven, porque no es un Dios de muertos sino de vivos” (Lc 20,38), así que María está viva y en el cielo.
3.- María nos comprende y nos ayuda.
Como ser humano, como mujer, nos comprende perfectamente. Y los Evangelios la muestran siempre atenta a las necesidades de los demás y siempre dispuesta a ayudar: por ej: en cuanto se entera de que su anciana prima está embarazada, va presurosa a apoyarla (ver Lc 1, 36.39-40), y en cuanto se da cuenta de que en cierta boda faltaba el vino, avisó a Jesús (ver Jn 2,3).
4.- María es nuestra Madre.
Desde la cruz, Jesús encomendó a María al discípulo amado (ver 19, 25-27), y en él, a todos nosotros.
5.- María intercede por nosotros.
No acudimos a Ella como si fuera diosa, nuestra devoción no es idolatría. Le pedimos, como en el Avemaría que ‘ruegue por nosotros’, a ¿quién? a Dios.
En revelaciones y apariciones como la de la Virgen de Guadalupe, María nos ha declarado su amor maternal y ofrecido su intercesión. En la Biblia dice que “hay un solo mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús” (1 Tim 2,5), pero ello no quita que María pueda interceder por nosotros ante su Hijo, al igual que tú o yo podemos orar por otros, como pide la Biblia (ver St 5, 16; 1Tim 2,1)
6.- María obtiene de Jesús cuanto le pide.
En el Antiguo Testamento vemos que la mujer más poderosa de un reino no era la esposa del rey (solían tener muchas), sino su madre (ver, por ej: 1Re 1). En el Evangelio vemos que también María, Madre del Rey, tiene el poder de obtener de su Hijo lo que le pide. En la boda de Caná, Jesús acepta intervenir, sólo porque Su Madre se lo pidió (ver Jn 2,6-11).
Hay quien dice que Jesús no tenía consideración a María porque en dos ocasiones la llamó ‘mujer’ en lugar de ‘mamá’, a lo que cabe responder que, como judío, Jesús sin duda cumplió el mandamiento de honrar al padre y a la madre (ver Ex 20,12). Llamar a María ‘mujer’ no era señal de desprecio, todo lo contrario, era encumbrarla a una posición universal, expresar que Ella es la nueva Eva, y que si por una mujer, Eva, nos vino el pecado y la muerte, por otra ‘mujer’, María, nos viene la redención, por medio de su Hijo.
7.- María nos lleva hacia Dios.
La verdadera devoción a María, no se queda en Ella, sino nos conduce hacia Dios. María no quiere nada para sí, Ella nos presenta a Jesús y siempre nos pide: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Acercarnos a Ella es acercarnos a Él, amarla para amarlo a Él.
Mariología, todo acerca de María
Dogma Mariano. María Madre de Dios: María concibió y dio a luz a la segunda persona de la Trinidad, según la naturaleza humana que El asumió.
¿María es intercesora o sólo Cristo lo es?: El pasaje de las bodas de Caná pone de relieve el papel cooperador de María en la misión del Señor Jesús.
Dogma Mariano. Inmaculada Concepción: Una gracia especial de Dios, donde ella fue preservada de todo pecado desde su concepción.
¿Podemos decir que María siempre fue virgen?
Citas Evangélicas acerca de María
Rechaza la mediocridad, esfuérzate por la santidad
Solo existe una tristeza, la de no ser santo
“La santidad es el rostro más bello de la Iglesia”, dice el papa Francisco en su nueva exhortación apostólica, Gaudete et Exsultate ¡Qué cierto es! Piensa por ejemplo cómo la madre Teresa atrajo a su ministerio gente de todo el mundo por su santo amor por los enfermos y moribundos.
El documento del Santo Padre significa “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual”. El mundo necesita santos y esta exhortación apostólica alienta a cada persona a responder a esa necesidad.
Comienza por insistir que ser santo “no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así”.
El papa Francisco describe la santidad sencilla y posible. “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”, explica.
La llamada del Santo Padre debería sonar familiar para nosotros en la Arquidiócesis de Denver, ya que nos recuerda el reto que San Juan Pablo II dio a los jóvenes en Denver -y en reuniones subsecuentes- durante la Jornada Mundial de la Juventud hace 25 años.
Su mensaje a la juventud el Papa ejemplificaba este reto. “Queridos jóvenes, la Iglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad”.
En Gaudete et Exsultate, el Papa Francisco también trae a casa el impacto único y divinamente planeado de los santos. “Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio”. escribió
La santidad también es sencilla, explica el Papa. “El designio del Padre es Cristo, y nosotros en él. En último término, es Cristo amando en nosotros, porque «la santidad no es sino la caridad plenamente vivida»”.
Y cuando nuestros corazones están llenos de caridad, vemos al mundo y a los demás con diferentes ojos. Somos capaces de ver la santidad alcanzable para los grandes pecadores, para los débiles y vulnerables; no está reservada para “los justos” solamente, como creían los Fariseos en tiempos de Jesús.
El Papa Francisco también enfatiza con razón que nuestra caridad no se puede aplicar de manera selectiva. Por ejemplo, insta a los creyentes a defender consistentemente la vida humana, señalando que la dignidad humana de un no nacido y un refugiado es la misma.
Mi compañero obispo y amigo, el obispo de Lincoln monseñor James Conley, hace una excelente observación en su columna publicada el pasado 13 de abril que puedo también afirmar de mis décadas de actividad provida.
El escribió. “Raramente, o nunca, me he encontrado con católicos que solo toman en serio las vidas de los no nacidos. Cuando me encuentro con gente provida en este país, me doy cuenta de que también son las personas que dirigen las despensas de alimentos de la parroquia, ofreciendo sándwiches a los indigentes incluso mientras oran en clínicas de aborto, adoptan niños y cuidan de sus vecinos. En mi experiencia, el compromiso de proteger la dignidad de los no nacidos se extiende al resto de nuestras vidas…” Esta es exactamente la clase de consistencia a la que el papa Francisco alienta en Gaudete et Exsultate.
La exhortación del papa Francisco también contiene otras facetas, como el hecho de examinarnos a la luz de las Bienaventuranzas como el camino a la santidad, y una sección sobre la oración como el combustible indispensable que llena nuestros corazones con amor por Cristo y por los demás.
Hay mucho de qué decir de la Gaudete et Exsultate, que es una carta escrita a la Iglesia con amor y destinada a ayudarnos a crecer en santidad. Rezo para que cada católico tome de corazón el desafío de llegar a ser santo, confiando en la gracia de Dios para alcanzar lo que de otra manera es imposible.
Concluyo citado a uno de los teólogos favoritos del papa Fráncico, León Bloy: “Solo existe una tristeza, la de no ser santo”.
Un par de razones por las que ver Avengers: Infinity War vale la pena
Un comentario libre de spoilers
Rompió records en el mundo. Es la película más taquillera en la historia del cine y recién estrenó hace unos días en todo el mundo. "Avengers: Infinity War" es todo lo que uno podría esperar de una película de superhéroes. Acción, actos heróicos y la duda real de si ganan o no la pelea.
Para hacer un comentario libre de spoilers, me limito a explicar el contexto de la película. Algunos años atrás, se terminó la pelea entre Iron Man (Robert Downey Jr.) y Capitán América (Chris Evans). Thor (Chris Hemsworth) y Hulk (Mark Ruffalo) siguen juntos después de haber vencido a Hera (Cate Blanchett) y los guardianes de la galaxia rondan por el espacio viendo qué pueden hacer ahora.
La película reúne a casi todos los grandes héroes del universo cinematográfico de Marvel y los combina de manera tal que la lucha contra Thanos (Josh Brolin) sea lo más emocionante posible.
Hay en todo el film dos cosas que me llamaron la atención y me hicieron reflexionar sobre la situación actual en el mundo. Claramente no es una película apostólica, pero hay dos elementos del film que me parecieron bien para traer a un plano cristiano.
Todas las vidas valen por igual
Sería un spoiler menor decir que Thanos quiere liquidar a la mitad de la población de cada planeta en el universo para restaurar el equilibrio en el cosmos. Los Vengadores, como cualquier persona en su sano juicio, se oponen a esta filosofía, sosteniendo que todas las vidas valen por igual y que el genocidio de miles de millones es realmente algo muy malo.
Hoy en día, en este contexto histórico, la línea moral en este tema no está tan clara como en la película. No estoy diciendo que haya gente que piensa a rajatabla como el villano de la película, pero sí que se aproxima a su visión. En una sesión informativa con los diputados argentinos, un abogado abortista salió a decir: «Nosotros [sin aclarar quienes son “ellos”] valoramos mucho a quienes puedan planear y llevar adelante un plan de vida. Por lo tanto, hablar de vida no es demasiado. No es lo mismo vidas de algunos entes en el mundo que otros entes en el mundo». Cuando escuché esto se me hizo un nudo en el estómago. Estaba viendo por Internet como un compatriota hablaba como un perfecto nazi delante de los legisladores de mi patria. Inconcebible.
Lo increíble es que, en la película, los buenos luchan por la vida. Obvio que en ninguna parte se habla del aborto o la eutanasia. Pero es loco ver que pelean por todas las vidas, sin conocer quienes son cada uno de los habitantes en la tierra.
No intercambiamos una vida por otra
No voy a decir quienes dicen esta frase en la película, pero se dice dos veces y las dos me dejaron con una sonrisa en la cara. Una frase similar a esa sería «Salvemos las dos vidas». Otra vez, devolviéndole el valor humano que tiene la vida. Lo espectacular es que todo viene de los héroes, es decir, de las figuras ficticia del bien en la película. Ellos representan lo que está bien, lo bueno, lo que vale. Ojalá el mundo se contagie de esa frase y la empiece a digerir como propia.