Ahora dejo el mundo y voy al Padre

Evangelio según San Juan 16,23b-28. 


Aquél día no me harán más preguntas. Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. 
Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta. 
Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. 
Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, 
ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. 
Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre".

Santo Domingo de la Calzada
 
Pertenece a una de las épocas que han contribuido a realzar la Ruta Jacobea. Él mismo forma parte de ella con su persona y quehacer. Dejó su impronta en una de las etapas de este Camino, incansablemente recorrido durante siglos por numerosos peregrinos que acuden a orar ante la tumba del Apóstol Santiago. Fue contemporáneo de los santos Domingo de Silos y Juan de Ortega, testigos de su virtud. Sus padres, Ximeno García y Orodulce lo acogieron con gozo cuando vino al mundo en Vitoria de Rioja, Burgos, España hacia el año 1019. No podían ni imaginar la trascendencia que su retoño iba a tener, pero el impacto de su existencia bendecida con numerosos milagros se ha mantenido viva hasta el día de hoy. Eran dueños de distintas posesiones que pusieron a merced de los demás. Y seguramente la relevancia de lo que vivió en un hogar marcado por el desprendimiento debió insuflar en Domingo una pronta aspiración por la vida religiosa. Desde luego, su etapa de formación durante cuatro años junto a los monjes benedictinos de Nuestra Señora de Valvanera en Logroño, donde llegó hacia 1031, suscitó claro anhelo de formar parte de la comunidad. Allí se había impregnado de la riqueza amasada por estos humildes seguidores de Cristo, curtidos en la oración, en el trabajo y el estudio, conocedores de la ciencia, expertos miniaturistas, artífices de joyas únicas, incunables que continúan poniendo de relieve la fecundidad de la vida monástica y el esplendor de una época que aún perdura. Con ese gran acervo patrimonial tuvo que partir Domingo sin lograr el propósito de convivir junto a los monjes el resto de sus días. Quizá el abad no quiso ensombrecer el futuro de sus padres que habían depositado sus esperanzas en el heredero y menos, siendo que su padre ya había fallecido, incrementar el pesar de Orodulce.

Pero Domingo lo intentó de nuevo acudiendo al monasterio de San Millán de la Cogolla, otro de los bastiones espirituales y culturales colindantes. Tampoco allí tuvieron éxito sus pesquisas. Se ve que Dios había elegido para él la vida eremítica, la soledad, la fecunda vía purgante del silencio, al menos durante un tiempo, ya que sus planes iban más allá. Y se retiró a la Ayuela o Fayuela, un pequeño monte rodeado de encinas cercano al enclave de lo que se conoce como Domingo de la Calzada, para dar gloria al Altísimo. Su morada fue una ermita derruida en torno a la cual cultivó la fértil tierra para abastecerse de lo preciso sin depender de la limosna. Era digno heredero de la genuina tradición eremítica y vivió como tal hasta el año 1039. Se sitúa esa fecha como la del inicio de su colaboración con el obispo de Ostia, Gregorio, que se había traslado a la localidad de Calahorra con un legado papal a efecto de ayudar a la gente a deshacerse de una insidiosa plaga de langosta que invadía sus campos. Fue él quién le ordenó sacerdote. Ambos construyeron un puente de madera para atravesar el río Oja pensando, sobre todo, en paliar las dificultades de acceso que hallaban los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela.

El prelado falleció en 1044 y Domingo siguió trabajando de manera incansable en solitario. Cuando el río varió su cauce y el puente primitivo dejó de ser viable, inició la compleja tarea de sustituirlo por uno de piedra. Destinó sus bienes a esta importante construcción amén de practicar la limosna para contribuir a los cuantiosos gastos que conllevaban materiales y mano de obra. A finales de 1046 culminó esta obra de ingeniería, un espléndido puente con 24 ojos sobre el río Oja, que facilitaba el constante trasiego de romeros. Aún existe en la actualidad. Pero su aportación a la Ruta Jacobea no había hecho más que comenzar. Después la incrementó con nuevas infraestructuras: albergues, una ermita que puso bajo advocación de Santa María, un hospital para auxilio de los peregrinos... Y la creación de calzadas. Junto a Juan de Ortega varió el primitivo acceso romano desplazándolo hacia el sur en bien de los caminantes y así consolidó el tránsito por Nájera y Redecilla del Camino. Por esta acción, la localidad se conoce como Santo Domingo «de la Calzada». Contó con el apoyo de nobles y del monarca Alfonso VI de Castilla. Éste supo valorar la importancia del Camino de Santiago (Itinerario Cultural Europeo desde 1998), a todos los niveles. Contribuía al progreso y, además, fue decisivo para implantar el castellano en ese privilegiado entorno. Domingo atrajo allí el patrimonio cultural que acompaña a esta vía, porque la huella de la Ruta se aprecia en el esplendoroso románico que la circunda y en otras artes que florecieron a su paso junto a la arquitectura: música, pintura, escultura, etc. así como otros bienes inmateriales, costumbres, lenguas, pensamiento...

Se le atribuyen incontables milagros. Uno de los más populares puede que sea el acaecido en el siglo XIV en un mesón. Habría sido protagonizado por un matrimonio que transitaba hacia Santiago de Compostela junto a su hijo. Prendada de él la hija del posadero, y viendo que no era correspondida, fraguó su venganza introduciendo en el zurrón del muchacho un objeto de plata. Luego lo denunció, un delito por el que fue condenado a morir ahorcado. Pero no perdió la vida, como constataron sus padres al día siguiente. El joven explicó que la debía a Domingo que le libró del asfixiante cordel. El corregidor fue informado del suceso por los felices progenitores del muchacho. En ese momento tenía frente a sí un plato con un gallo y una gallina asados y se disponía a dar cuenta de las viandas. Así que no se le ocurrió otra comparación que la de las aves respondiendo escéptico al matrimonio que su hijo estaba tan vivo como ellas. Y al momento cacarearon testificando así la autenticidad del milagro. De ahí el dicho:«Santo Domingo de la Calzada donde cantó la gallina después de asada». Domingo murió el 12 de mayo de 1109. Aunque no existe constancia de su fecha de canonización, en el Martirologio de 1584 ya aparecía inscrito como santo.

San Juan María Vianney (1786-1859), presbítero, cura de Ars
Catequesis sobre la oración

«Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo concederá»
          

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo.

        

En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.

        

Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y creedme, que el tiempo se me hacía corto.

        

Hay personas que se sumergen totalmente en la oración como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con del mismo modo que hablamos entre nosotros.

        

Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la Iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: "Sólo dos palabras, para deshacerme de ti..." Muchas veces pienso que cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.

Maternidad de Dios

Santo Evangelio según San Juan 16, 23-28. Sábado VI de Pascua.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, vengo a encontrarme contigo al inicio del día, para escuchar lo que quieres de mí. Enséñame a creerte y a seguirte para experimentar tu Palabra que salva.

Señor quiero encontrarte. Solo dame la paciencia para esperar tu gracia, sabiduría para verte en donde me muestres tu bondad, entendimiento para comprender lo que me quieres enseñar y fortaleza para vencer con tus fuerzas. Ayúdame a discernir dónde está tu voluntad, estar abierto a lo que me pidas y que nunca tenga miedo de hacer tu Voluntad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Una verdadera madre no sabe ignorar las necesidades de sus hijos.

Cada uno de nosotros podrá hacer una inmensa lista de peticiones, pero lo importante no es sólo el hecho de hacer la lista sino la actitud con la que se hace.

La actitud deberá estar llena de confianza como la de un niño que levanta su pequeña voz hacia su madre. Esto se hace con sencillez y espontaneidad manteniendo una verdadera relación entre la persona que habla y la que escucha.

La esperanza jugará un papel importante para saber esperar lo que se pide en el momento justo. Se trata de recordar el tesoro de la filiación adoptiva que hemos recibido de Dios. Puede ser que Él sepa exactamente lo que nos hace falta, pero el hecho de pedírselo provoca en nosotros el recuerdo de que nos ama sin medidas. La confianza que surge en nosotros se convierte y transforma en una seguridad. Así, podremos ser conscientes de que Dios no se atreve a poner medidas en su generosidad.

Imaginemos el gozo que tiene una madre ante la oportunidad de dar a su hijo lo que le pide y que al dárselo se cree en el niño la conciencia de que es amado infinitamente.

Pero por mucho que la madre dé a su hijo, el hijo nunca sabrá cuánto se le ama.

La Iglesia es madre y nos recibe a todos como madre: María madre, la Iglesia madre, una maternidad que se expresa en las actitudes de humildad, de acogida, de comprensión, de bondad, de perdón y de ternura. Donde hay maternidad y vida hay vida, alegría, paz, se crece en paz. Cuando falta esta maternidad solamente queda la rigidez, esa disciplina, y no se sabe sonreír.
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de septiembre de 2015, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy pediré por mi madre.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 
¿Cómo pasar de rezos que cansan a la oración que se disfruta?

Ten paciencia, la transformación se da poco a poco. Lo más importante es cultivar el deseo de estar a Su lado, de crecer en tu amistad personal Él. 



He conocido a muchas personas que pasan de la formalidad de los rezos al gusto por la oración.



¿Cuándo se da el cambio? Normalmente el cambio se da cuando se corrige o mejora el propio concepto de oración, cuando se adoptan las actitudes adecuadas y se recibe una gracia de Dios. ¿Cuál es el concepto correcto? y ¿cuáles son las actitudes apropiadas? El siguiente elenco puede iluminar.



Para cada punto hay dos alternativas. Repásalo con calma, preguntándote qué se ajusta más a tu modo de pensar, tu modo de actuar o tu actitud de hecho en el día a día de tu vida de oración.



1. ¿Recitación o encuentro?



a) Mi oración consiste en rezos, en pronunciar oraciones escritas como si fueran fórmulas mágicas que "funcionan" por sí mismas. Muchas veces las recito de modo impersonal, sin darme cuenta de lo que hago y de lo que digo. Veo la vida de oración sobre todo como un quehacer, como actos o actividades piadosas.



b) Mi oración es un encuentro de amistad con Dios. Creo que es lo más personal de mi vida y abarca toda mi existencia. Mi oración es mi relación viva con Dios, que se concreta en algunos momentos dedicados exclusivamente a Él y que procuro prolongar a lo largo de toda la jornada, sabiendo que Dios me está mirando y cuidando siempre.



Benedicto XVI lo explicaba así en su audiencia general del 1º de agosto de este año:"La relación con Dios es esencial en nuestra vida. Sin la relación con Dios falta la relación fundamental, y la relación con Dios se realiza hablando con Dios, en la oración personal cotidiana y con la participación en los sacramentos; así esta relación puede crecer en nosotros, puede crecer en nosotros la presencia divina que orienta nuestro camino, lo ilumina y lo hace seguro y sereno, incluso en medio de dificultades y peligros".



2. ¿Formalidades o corazón?



a) Pongo más atención en cumplir la formalidad del rito, en la materialidad de las fórmulas que pronuncio, que en la actitud con que lo hago.



b) Centro mi atención en poner todo el corazón cuando dialogo con Dios.



Jesucristo también "dijo" sus oraciones, rezaba con los Salmos, pero no se quedaba en el rito y la letra, sino que se dirigía a su Padre con todo su corazón de Hijo de manera íntima y afectuosa: le llamaba Abbá, Padre querido.



"Eso hizo Jesús. Incluso en el momento más dramático de su vida terrena, nunca perdió la confianza en el Padre y siempre lo invocó con la intimidad del Hijo amado. En Getsemaní, cuando siente la angustia de la muerte, su oración es: «¡Abba, Padre! Tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» (Mc 14,36). (...) Tal vez el hombre de hoy no percibe la belleza, la grandeza y el consuelo profundo que se contienen en la palabra «padre» con la que podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque hoy a menudo no está suficientemente presente la figura paterna, y con frecuencia incluso no es suficientemente positiva en la vida diaria. (...) Es precisamente el amor de Jesús, el Hijo unigénito —que llega hasta el don de sí mismo en la cruz— el que revela la verdadera naturaleza del Padre: Él es el Amor, y también nosotros, en nuestra oración de hijos, entramos en este circuito de amor, amor de Dios que purifica nuestros deseos, nuestras actitudes marcadas por la cerrazón, por la autosuficiencia, por el egoísmo típicos del hombre viejo". (Benedicto XVI, 23 de mayo de 2012)



3. ¿Apariencias o verdad?



a) Sobre todo cuido las apariencias exteriores del cumplimiento de mis compromisos espirituales (el hacer). Voy a la oración sólo porque "tengo que cumplir" mis compromisos espirituales y me limito a lo que es obligación estricta. Rezar me resulta fastidioso y digo "tengo que rezar".



b) Sobre todo cuido la autenticidad profunda de mi encuentro personal con Dios (el ser). Me acerco a Dios con humildad, mi relación con Él es de respeto y confianza. Me presento con toda naturalidad como hijo, criatura, pecador y peregrino, ante su Padre, Creador, Salvador y Guía. Voy a la oración con gusto, "porque quiero" estar con Jesús y digo "quiero orar".



4. ¿Técnicamente correcto o diálogo familiar?



a) En mi oración me preocupo mucho de aplicar correctamente el método establecido y de cumplir lo que está prescrito. "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí." (Mc 7)



b) Mi oración es un diálogo familiar, espontáneo, en un clima de profunda libertad interior, íntimo y lleno de afecto, sobre la base de un método que he venido madurando y personalizando.




5. ¿Palabras y palabras o silencio y escucha?



a) Hablo demasiado en la oración.



b) En mi oración prevalecen el silencio y la escucha.




6. ¿Rutina o frescura?



a) Voy a la oración de manera rutinaria.



b) Procuro afrontar mis espacios de oración de manera siempre fresca.




7. ¿Cronómetro o tiempo de calidad?



a) Me preocupo mucho de medir los tiempos en la oración.



b) Procuro que el tiempo que dedico a Dios sea tiempo de calidad.




8. ¿Mucho pensar o mucha fe?


a) Leo mucho en la meditación, pienso mucho, hago muchos razonamientos, "hago teología".


b) Lo que más me interesa es Él, Su Palabra, descubrir y disfrutar Su presencia en la Eucaristía y en mi propio corazón en un clima de fe y amor.




9. ¿Dispersión o atención?


a)Mi tiempo de oración se me va en distracciones, estoy disperso, pensando en otras cosas.


b) Mi oración es atención amorosa a la presencia de Dios en mi corazón y en toda la creación y los acontecimientos de mi vida.

"San Ireneo dijo una vez que en la Encarnación el Espíritu Santo se acostumbró a estar en el hombre. En la oración debemos acostumbrarnos a estar con Dios." (Benedicto XVI, audiencia del 20 de junio de 2012)


10. ¿Un peso que soportar o fuente de paz?



a) Cuando termino de rezar experimento liberación porque ya cumplí. Si en lo que piensas y haces prevalece lo que está escrito en el inciso a) de los 10 puntos, es comprensible que la oración te resulte cansada y fastidiosa. Lo más seguro es que después de un tiempo termines por abandonarla.



b) Cuando termino de rezar experimento la paz que produce el encuentro personal de amor con Dios. Si lo que piensas y haces es lo que está en el inciso b) seguramente disfrutas mucho tu vida de oración. No deja de ser exigente y costosa, pero cada día le tomas más gusto y sientes el deseo y la necesidad de rezar.



Volvemos a la pregunta inicial: ¿Cómo pasar de los rezos que cansan a la oración que se disfruta? Si te identificas con algunas afirmaciones del inciso a) sugiero que tomes una por una y te propongas hacer tuya la afirmación correspondiente del inciso b).



Ten paciencia, la transformación se da paulatinamente. Y lo más importante: Cultiva el deseo de estar a Su lado, de crecer en tu amistad personal con Dios y pídele todos los días: "Señor, enséñame a orar, dame la gracia de amarte cada día más y mejor.

"

En el primer párrafo nos preguntábamos también ¿Cuándo se da el cambio? Y respondíamos: Normalmente el cambio se da cuando se corrige o mejora el propio concepto de oración, cuando se adoptan las actitudes adecuadas y se recibe una gracia de Dios. Orar es una gracia que Dios nos quiere conceder. Y en nuestra relación con Él, Él da el primer paso. Esta certeza ha de llenarnos de confianza y alentar nuestra perseverancia en la oración cotidiana.



"En la Carta a los Gálatas, de hecho, el Apóstol afirma que el Espíritu clama en nosotros «¡Abba, Padre!»; en la Carta a los Romanos dice que somos nosotros quienes clamamos «¡Abba, Padre!». Y san Pablo quiere darnos a entender que la oración cristiana nunca es, nunca se realiza en sentido único desde nosotros a Dios, no es sólo una «acción nuestra», sino que es expresión de una relación recíproca en la que Dios actúa primero: es el Espíritu Santo quien clama en nosotros, y nosotros podemos clamar porque el impulso viene del Espíritu Santo. Nosotros no podríamos orar si no estuviera inscrito en la profundidad de nuestro corazón el deseo de Dios, el ser hijos de Dios. Desde que existe, el homo sapiens siempre está en busca de Dios, trata de hablar con Dios, porque Dios se ha inscrito a sí mismo en nuestro corazón. Así pues, la primera iniciativa viene de Dios y, con el Bautismo, Dios actúa de nuevo en nosotros, el Espíritu Santo actúa en nosotros; es el primer iniciador de la oración, para que nosotros podamos realmente hablar con Dios y decir «Abba» a Dios". (Benedicto XVI, 23 de mayo de 2012).


7 claves para rezar el rosario y fortalecer el matrimonio

Todas estas claves han demostrado ser útiles consejos para dar al Rosario un lugar regular en la vida matrimonial


Las primeras 3 claves son tomadas de los consejos del Padre Cole, seguidas por algunas que he adquirido a través del ensayo y error personal y escuchando lo que hacen otras familias.
Todas estas claves han demostrado ser útiles consejos para dar al Rosario un lugar regular en la vida familiar.

1.- Haz una pausa y reflexiona después de cada misterio.

En cada decena menciona el misterio y luego haz una pausa para reflexionar sobre ese misterio, recordando meditar en ese momento de la vida de Cristo (tal vez incluso desde la perspectiva de María), luego de esto continúa con el Padre Nuestro y Ave María.

2.- Ofrece cada decena por una intención específica.

Que uno de los miembros de la familia mencione una intención por la cual le gustaría ofrecer esa decena. Puede hacerlo una sola persona en todo el rosario o pueden turnarse para que participen todos.

3.- Divide el Rosario.

El sacerdote dominico, el Padre Cole, recomienda que la gente considere rezar una decena del Rosario en diferentes momentos a lo largo del día, lo que permite más tiempo para centrarse en cada uno de los misterios.
Se recomienda esto como una alternativa mucho mejor que hacer apurado todo el rosario sin meditarlo por el simple hecho de orar todo de una vez.
En familia pueden aplicar esto en distintos momentos del día y concluir juntos en la noche rezando el último misterio.

4.- Escoge un tiempo establecido.

En nuestra familia, por lo general rezamos una decena del Rosario después de la cena, ya que en ese momento estamos todos reunidos.

Advertencia: Si están demasiado cerca de la hora de acostarse, te encontrarás con que todos estarán somnolientos, es importante también establecer un lugar y una rutina que evite las distracciones o quedarse dormidos durante la oración.

5.- Intercambien los roles.

Tal vez papá dirige el primer misterio y reza la primera parte de las oraciones y el resto de la familia las completa, luego lo puede hacer mamá y también se les puede dar a los niños la oportunidad de dirigir los misterios para que vayan aprendiendo y sintiéndose familiarizados y cómodos con el Rosario.

6.- Pidan la intercesión de los santos.

Cada miembro de la familia puede pedir la intercesión de su santo favorito antes o después del rosario o en cada decena.

7.- Establezcan un clima de oración.

Creen una atmósfera sagrada alrededor del lugar en donde ustedes oran en familia. Tal vez pueden tener cercana una imagen o ícono de Jesús y de la Santísima Virgen y también encender velas. Es un lindo detalle colocar flores en el lugar de oración.

"Muchos en el mundo han perdido el sentido de la contemplación, pero si se recupera, la oración podría reforzar considerablemente los individuos y las familias... Si el rosario se hace correctamente, realmente puede fortalecer un matrimonio. Debido a que en el matrimonio [y en la familia], tendrás que enfrentar pruebas y dificultades, necesitas paciencia y amabilidad, y éstas son gracias que el Rosario nos ofrece cuando lo rezamos "- Padre Basil Cole, O.P.

Imelda Lambertini, Beata

Virgen, 12 de mayo



Patrona de los niños
que van a recibir la Primera Comunión

Martirologio Romano: En Bolonia, de la Emilia, beata Imelda Lambertini, virgen, aceptada desde muy pequeña como monja en la Orden de Predicadores y que, siendo aún joven, después de haber recibido de modo admirable la Eucaristía, entregó inmediatamente su espíritu (†1333).



Etimológicamente: Imelda = Aquella que lucha hasta el último aliento, es de origen germánico.

Breve Biografía

La tradición dice que la Beata Imelda Lambertini, hija del Conde Egano Lambertini de Boloña y Castora Galuzzi, fue una niña devota y piadosa que entró en la vida religiosa a la edad de nueve años.



Su mayor deseo era recibir la Sagrada Comunión, pero era demasiado joven. Finalmente, en la Vigilia de la Ascensión, arrodillada en oración, una hostia apareció por encima de su cabeza. El capellán se la dio. Un rato más tarde, cuando la priora fue a comprobarlo, estaba muerta - arrodillada aún ante el altar. Era el 12 de mayo de 1333.
Independientemente de lo que realmente sucediera (o no sucediera) con la Beata Imelda, una cosa está clara: Imelda estaba dispuesta a aguardar pacientemente a que sus plegarias fueran respondidas.


Cuando oramos, a menudo deseamos una respuesta inmediata. Queremos que Dios diga sí o no, y que lo diga en el momento. Si no podemos obtener una respuesta inmediata, queremos algún signo de que Dios ha escuchado nuestra petición y al menos está considerando seriamente el asunto. Demasiado a menudo sin embargo, lanzamos nuestras plegarias en dirección al cielo, sin estar nunca seguros de que hayan sido realmente recibidas.
Nuestras principales dificultades con la oración tienen lugar porque las respuestas no suelen venir del modo que esperamos. Miramos fijamente en una dirección, mientras la respuesta viene de la otra. Toma, por ejemplo, el caso de la Beata Imelda. Oraba para recibir la Comunión, no para que apareciese una hostia milagrosa. ¡Y Fijaos lo que recibió!


Cuando oramos, necesitamos mantener nuestros ojos y corazones abiertos para observar la respuesta. Siempre vendrá, pero casi nunca del modo en que la esperamos.
En el año 1826 S.S. León XII confirmó su culto.



El Papa San Pío X la nombró patrona de los niños que van a recibir la primera comunión.


¿Es lícito dar calmantes a un enfermo dejándolo inconsciente?

¿Está bien aumentar la dosis de las drogas que recibe para calmarla y mantener esta medicación hasta que Dios la llame?



Pregunta:

Estimado Padre: Nuestra anciana madre está enferma desde hace años, y ha entrado ya en una etapa que los médicos consideran terminal. Sus dolores son realmente enormes y los calmantes que le suministran hace sólo un mínimo efecto; ella no está consciente la mayor parte del tiempo desde hace meses. A nosotros nos causa mucha pena verla sufrir tanto, y los médicos que la atienden nos han sugerido que habría que aumentar la dosis de las drogas que recibe para calmarla y mantener esta medicación hasta que Dios la llame, pero esto la llevaría a perder definitivamente la conciencia y nosotros, sus hijos, estamos perplejos. ¿Es lícito hacer esto? Algunos de mis hermanos dicen que no ven problema; pero yo no estoy seguro. ¿Me podría orientar para tomar una decisión correcta?

Respuesta:

Estimada:

El problema del uso de analgésicos que adormecen la conciencia y la licitud de su uso ya le fue planteada al Papa Pío XII a fines de los años ’50. El dilema se plantea porque, como usted dice, por un lado se produce la mitigación del dolor, pero esto sucede en muchos casos a costa de la duración de la vida, que con ello se abrevia [1].

1.    El dolor y los méritos para la vida eterna

El Papa sentó en aquella oportunidad una respuesta sumamente equilibrada de gran actualidad. Es cierto que los sufrimientos y dolores son un gran motivo de mérito y que los dolores de la enfermedad terminal son los últimos que se pueden ofrecer en esta vida para alcanzar la vida eterna. Pero también es cierto que “el crecimiento en el amor de Dios y en el abandono en su voluntad no procede de los sufrimientos mismos que se aceptan, sino de la intención voluntaria, sostenida por la gracia; esta intención, en muchos moribundos, puede afianzarse y hacerse más viva si se atenúan sus sufrimientos, porque éstos agravan el estado de debilidad y agotamiento físico, estorban el impulso del alma y minan las fuerzas morales, en vez de sostenerlas”.

Por este motivo a veces “la supresión del dolor procura una distensión orgánica y psíquica, facilita la oración y hace posible una entrega de sí más generosa”.

De aquí que “si algunos moribundos consienten en sufrir como medio de expiación, fuente de méritos para progresar en el amor de Dios y el abandono a su voluntad, que no se les imponga la anestesia; ayúdeseles más bien a seguir su propio camino”. Pero “en el caso contrario, no sería oportuno sugerir a los moribundos las consideraciones ascéticas antes enunciadas, y convendrá recordar que en lugar de contribuir a la expiación y al mérito, puede el dolor dar también ocasión a nuevas faltas”.

2.    La supresión del conocimiento cuando no hay motivos clínicos graves

¿Es lícito suprimir la conciencia de un moribundo no para evitarle el dolor sino para que no sufra psicológicamente conociendo la gravedad de su estado? Sobre esto hay que decir, con el mismo Pontífice: “Puesto que el Señor quiso sufrir la muerte con plena conciencia, el cristiano desea imitarle también en esto. La Iglesia, por otra parte, da a los sacerdotes y a los fieles   una serie de oraciones para ayudar a los moribundos a salir de este mundo y entrar en la eternidad. Si esas oraciones conservan su valor y su sentido, aun cuando se digan a un enfermo inconsciente, en cambio normalmente suministran luz, consolación y fuerza a quien puede tomar parte en ellas. De esta manera la Iglesia da a entender que, sin razones graves, no hay que privar de conocimiento al moribundo. Cuando la naturaleza lo hace, los hombres lo deben aceptar; pero no lo han de hacer de propia iniciativa, a no ser que haya para ello serios motivos”.

Añadía Pío XII que tal suele ser el deseo de los mismos interesados: “cuando tienen fe, anhelan la presencia de los suyos, de un amigo, de un sacerdote, para que les ayude a bien morir. Quieren conservar la posibilidad de adoptar sus últimas disposiciones, de decir una oración postrera, una última palabra a los asistentes. Impedírselo repugna al sentimiento cristiano y aun simplemente humano. La anestesia empleada al acercarse la muerte con el único fin de evitar al enfermo un final consciente, sería no ya una conquista notable de la terapéutica moderna, sino una práctica verdaderamente deplorable”.

3.    La supresión de la conciencia cuando hay motivos graves

¿Qué ocurre cuando hay, en cambio, una indicación clínica seria (por ejemplo, dolores violentos, estados morbosos de depresión y de angustia)?

En estos casos “el moribundo no puede permitir, y menos aún pedir al médico, que le procuren la inconsciencia si de ese modo se incapacita para cumplir deberes morales graves, por ejemplo, arreglar asuntos importantes, hacer su testamento, confesarse”.

Pero añadía el Papa: “Para juzgar sobre esta licitud habrá que preguntarse también si la narcosis será relativamente breve (por una noche o por algunas horas) o prolongada (con o sin interrupciones) y considerar si el uso de las facultades superiores volverá en ciertos momentos, durante algunos minutos siquiera o durante algunas horas, de modo que dé al moribundo la posibilidad de hacer lo que su deber le impone (por ejemplo, reconciliarse con Dios). Por lo demás, un médico concienzudo, aun cuando no sea cristiano, jamás cederá a las presiones de quien quisiere, contra la voluntad del moribundo, hacerle perder su lucidez para impedirle que tome ciertas decisiones”.

“Cuando, a pesar de las obligaciones que le incumben, el moribundo pide la narcosis, para la cual hay motivos serios, un médico consciente de su deber no se prestará a ello, sobre todo si es cristiano, sin invitarle antes, bien por sí mismo, o mejor aun, por intermedio de otro, a cumplir previamente sus obligaciones. Si el enfermo se niega obstinadamente a ello y persiste en pedir el narcótico, el médico se lo puede dar sin hacerse culpable de cooperación formal a la falta cometida. Esta, en efecto, no depende de la narcosis, sino de la voluntad inmoral del paciente; se le dé o no la analgesia, su comportamiento será idéntico; no cumplirá su deber. Queda, sí, la posibilidad de arrepentimiento, pero no hay ninguna probabilidad seria de ello y ¿quién sabe si no se endurecerá aun más en el mal? Pero si el moribundo ha cumplido todos sus deberes y recibido los últimos sacramentos, si las indicaciones médicas claras sugieren la anestesia, si en la fijación de las dosis no se pasa de la cantidad permitida, si se mide cuidadosamente su intensidad y duración y el enfermo está conforme, entonces no hay nada que objetar: la anestesia es moralmente lícita”.

4.    Cuando la anestesia acorta la duración de la vida

¿Habría que renunciar al narcótico si su acción acortase la duración de la vida?

Es claro que “toda forma de eutanasia directa, o sea, de administración de narcótico con el fin de provocar o acelerar la muerte, es ilícita, porque entonces se pretende disponer directamente de la vida. Uno de los principios fundamentales de la moral natural y cristiana es que el hombre no es dueño y propietario de su cuerpo y de su existencia, sino únicamente usufructuario. Se arroga un derecho de disposición directa cuantas veces uno pretende abreviar la vida como fin o como medio”.

Distinto es el caso en que “se trata únicamente de evitar al paciente dolores insoportables; por ejemplo, en casos de cáncer inoperable o de enfermedad incurable”. En estos casos “si entre la narcosis y el acortamiento de la vida no existe nexo alguno causal directo, puesto por la voluntad de los interesados o por la naturaleza de las cosas (como sería el caso, si la supresión del dolor no se pudiese obtener sino mediante el acortamiento de la vida), y si, por el contrario, la administración de narcóticos produjese por sí misma dos efectos distintos, por una parte el alivio de los dolores y por otra la abreviación de la vida, entonces es lícita; habría aún que ver si entre esos dos efectos existe una proporción razonable y si las ventajas del uno compensan los inconvenientes del otro. Importa también, ante todo, preguntarse si el estado actual de la ciencia no permite obtener el mismo resultado empleando otros medios, y luego no traspasar en el uso del narcótico los límites de lo prácticamente necesario”.

5.    Conclusión

Por tanto, en resumen, a su pregunta debo responder que: si no hay otros medios y si, dadas las circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales, es lícito darle los calmantes que requiera la gravedad del enfermo, aunque esto conlleve, indirectamente la pérdida de su conciencia.
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[1] Pío XII, Respuestas a tres preguntas religiosas y morales concernientes a la analgesia, formuladas durante el IX Congreso Nacional de la Sociedad Italiana de anestesiología (24/2/1957). Esta es la pregunta y respuesta 3ª. Decía el Papa, precisando la perspectiva de la cuestión: “Que los moribundos tengan más que otros la obligación moral natural o cristiana de aceptar el dolor o de rechazar su mitigación, esto no depende ni de la naturaleza de las cosas ni de las fuentes de la revelación. Mas como, según el espíritu del Evangelio, el sufrimiento contribuye a la expiación de los pecados personales y a la adquisición de más abundantes méritos, aquellos cuya vida está en peligro tienen por cierto un motivo especial para aceptarlo, porque, con la muerte ya cercana, esta posibilidad de obtener nuevos méritos corre el riesgo de desaparecer bien pronto. Pero este motivo interesa directamente al enfermo, no al médico que practica la analgesia, suponiendo que el enfermo consienta en ella o aun la haya pedido expresamente. Sería evidentemente ilícito practicar la anestesia contra la voluntad expresa del moribundo (cuando él es sui iuris)”.

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