¡Sean testigos!
- 14 Mayo 2018
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Evangelio según San Juan 15,9-17.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»
Este es mi mandamiento: Amense los unos a los otros, como yo los he amado.
No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.
Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al
Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»
San Matías Apóstol
Apóstol (s. I) Los Apóstoles, guiados por el Espíritu Santo, eligieron a Matías de entre los testigos de la Resurrección del Señor y después de la Ascensión, para ocupar el puesto de Judas y completar el número de los Doce.
Predicó el Evangelio en Etiopía y murió mártir. «Matías fue un discípulo del Señor tan constante que lo acompañó durante los tres años de su vida pública, sin separarse nunca de él. Sin embargo, no llegó a pertenecer al grupo más íntimo de los doce apóstoles. Pero después de la traición de Judas Iscariote, Matías fue elegido para ocupar su cargo en el Colegio Apostolicio» ( Luis Palacin op. Cit. P. 24- 25)
Así narran este acontecimiento los Hechos de los Apóstoles: «Uno de aquellos días (después de la Ascensión del Señor) Pedro se puso en pie en medio de los hermanos –el número de los reunidos era de unos ciento veinte- y les dijo: « Hermanos, era preciso que se cumpliera al Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había hablado ya acerca de Judas, el que fue guía de los que prendieron a Jesús. Porque él era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio.
Este, pues, compró un campo con el precio de su iniquidad, y cayendo de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. –Y esto fu conocido por todos los habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó en su lengua Haqueldamá, es decir: « Campo de sangre « -
Pues en el libro de los Salmos está escrito: Quede su majada desierta, y no haya quien habite en ella. Y también: Que otro reciba su cargo. « Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo en el que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección.» (Hech. 1, 15-22).
Así presentaron a dos hombres, José, llamado Barsabás, apodado « El justo « y también a Matías. Enseguida oraron diciendo: « Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido... « (Hech. 1, 24) para trabajar como apóstol.
Después de esto hicieron un sorteo para escoger uno de los dos. El nombre escogido fue el de Matías, que se unió al grupo de los apóstoles. Informaciones posteriores dicen que Matías era probablemente natural de Belén. Que predicó el Evangelio en Palestina, en Asia Menor y que por último, fue apedreado por los judíos.
La madre de Constantino Magno, Santa Elena, trasladó las reliquias de San Matías a Roma. Una parte de estas reliquias es venerada en la antiquísima Iglesia de Treves, en Alemania y otra parte en la Basílica de Santa María Mayor en Roma (P. Joäo Batista Lehmann. Na luz perpétua. 5ª ed., Juiz de Fora. Ed. Lar Católico, 1959, vol. I , p. 166) La fiesta de San Matías nos recuerda la triste apostasía de Judas, a quien Matías sustituyó en el Colegio de los Apóstoles.Fue el amor desordenado al dinero lo que lo llevó a la perdición. Con mucho acierto nos dice San Pablo: « Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo (del demonio) y en muchas codicias insensatas y perniciosas que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición « ( I Tm 6, 9). Que el ejemplo del apóstol San Matías nos estimule a la fidelidad en el seguimiento a Cristo, nuestro Maestro.
Benedicto XVI, papa 2005-2013
Homilía del 14 de mayo (Viaje apostólico a Portugal- © Copyright - Libreria Editrice Vaticana)
¡Sean testigos!
“Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús”, decía Pedro. Hermanos y hermanas míos, hace falta que seáis testigos de la resurrección de Jesús. En efecto, si vosotros no sois sus testigos en vuestros ambientes, ¿quién lo hará por vosotros? El cristiano es, en la Iglesia y con la Iglesia, un misionero de Cristo enviado al mundo. Ésta es la misión apremiante de toda comunidad eclesial: recibir de Dios a Cristo resucitado y ofrecerlo al mundo, para que todas las situaciones de desfallecimiento y muerte se transformen, por el Espíritu, en ocasiones de crecimiento y vida.
Sin imponer nada, proponiendo siempre, como Pedro nos recomienda en una de sus cartas: “Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere” (1 P 3:15). Y todos, al final, nos la piden, incluso los que parece que no lo hacen. Por experiencia personal y común, sabemos bien que es a Jesús a quien todos esperan. De hecho, los anhelos más profundos del mundo y las grandes certezas del Evangelio se unen en la inexcusable misión que nos compete, puesto que “sin Dios el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es. Ante los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: ‘Sin mí no podéis hacer nada’ (Jn 15:5). Y nos anima: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo’ (Mt 28:20)” (Enc. Caritas in veritate, 78).
Sí, estamos llamados a servir a la humanidad de nuestro tiempo, confiando únicamente en Jesús, dejándonos iluminar por su Palabra: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure” (Jn 15:16). ¡Cuánto tiempo perdido, cuánto trabajo postergado, por inadvertencia en este punto! En cuanto al origen y la eficacia de la misión, todo se define a partir de Cristo: la misión la recibimos siempre de Cristo, que nos ha dado a conocer lo que ha oído a su Padre, y el Espíritu Santo nos capacita en la Iglesia para ella. Como la misma Iglesia, que es obra de Cristo y de su Espíritu, se trata de renovar la faz de la tierra partiendo de Dios, siempre y sólo de Dios.
Santo Evangelio según San Juan 15, 9-17. Fiesta de San Matías.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por este rato de oración que me permites tener. Gracias por todos los dones que siempre me concedes. Gracias por tu grande amor y misericordia conmigo. Te pido me enseñes a orar. Dame la gracia de mantenerme siempre unido a Ti. No permitas jamás que nada ni nadie me separe de Ti. Concédeme un celo apostólico ardiente que me impulse a llevarte a los demás para que, encontrándote, lleven a plenitud sus vidas.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A veces creo que la alegría no se encuentra en el cumplimiento de las normas y leyes. Por el contrario, veo en ellas un límite, un enemigo de mi alegría. Sin embargo, en este pasaje me enseñas lo contrario. Me dices que cumpliendo tus mandamientos puedo lograr la felicidad, la alegría que tanto anhelo.
Tú deseas de verdad mi felicidad y por ello me dejaste los mandamientos. Ellos no son normas de cumplir para fastidiar mi vida, para limitar mi libertad. Por el contrario, los mandamientos son los medios y los protectores de la felicidad verdadera, de la alegría perdurable.
Tú, Señor, me quieres ver feliz y has puesto a mi disposición los mejores medios para ello. En específico, el mandamiento del amor es el camino de la felicidad. Dicen que la felicidad viene de dar lo mejor de sí mismo a los demás. Y muchas veces he experimentado esto. Por ejemplo, en las misiones de Semana Santa o al hacer alguna obra de caridad, he experimentado una alegría que no se compara con otras que me proporciona el mundo. El mandamiento del amor es casi como el mandamiento de la felicidad. Tú nos mandas amar, nos mandas ser felices.
Ahí hay algo importante. Tú quieres que seamos felices, no sólo que lo estemos por un momento. El problema está en que, en algunas ocasiones, identifico la alegría, la felicidad con un sentimiento que viene y va. No.
La felicidad no es un sentimiento pasajero, es un estado permanente interior que nada puede arrebatar. Incluso se puede sufrir exteriormente, o no estar sonriente siempre, o sumergido en el problema más profundo, que sin embargo la felicidad se mantiene en el interior, se sufre, pero se sufre distinto cuando se es, y no sólo se está feliz. Y, por el contrario, a veces puedo sonreír, reír y carcajear hasta llorar de la emoción, tenerlo todo y disfrutarlo al máximo, pero interiormente me siento hueco, triste, sin sentido.
Dame la gracia, Señor, de cumplir tus mandamientos sabiendo que en ellos encuentro un camino directo hacia la felicidad para la que me has creado.
El Evangelio es una constante invitación a la alegría. Desde el inicio el Ángel le dice a María: "Alégrate". Alégrense, le dijo a los pastores; alégrate, le dijo a Isabel, mujer anciana y estéril...; alégrate, le hizo sentir Jesús al ladrón, porque hoy estarás conmigo en el paraíso.
El mensaje del Evangelio es fuente de gozo: "Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes, y esa alegría sea plena". Una alegría que se contagia de generación en generación y de la cual somos herederos. Porque somos cristianos.
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy procuraré alegrar un poco a los que me rodean.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
No consideremos descartables a los seres humanos
La mujer de aspecto delicado y como “de buena familia”, está sentada junto a la puerta de una casa, muy desarreglada y demacrada.
Hace tiempo que no consigue trabajo y vive en la calle, porque no puede viajar a la ciudad todos los días desde su casa que ya no sabe cómo está. La calle y el hambre corroen su aspecto delicado, y cuánto más por dentro se irá derrumbando el ánimo por no encontrar trabajo. Con todo esto, su mismo aspecto exterior va cambiando, y este mismo aspecto exterior desarreglado y demacrado por el hambre le impiden conseguir trabajo como en un círculo que se va cerrando sobre su vida. Es cada vez más difícil que la escuchen, que la atiendan, que la entiendan, que no la crean loca.
El amor, la caridad cristiana, no son algo secundario, algo lindo, algo más..., el amor y la caridad cristiana son algo necesario, algo necesario para poder vivir. ¿Qué será de nosotros? ¿Cómo haremos entre nosotros, si no tenemos caridad?
El mínimo de caridad es la solidaridad. Esa solidaridad con la que nos ayudamos unos con otros. ¿Quién puede valerse absolutamente solo en la vida? Qué pasa si no nos ayudamos unos con otros, qué pasa si no tenemos en cuenta el problema, la dificultad del otro... La vida se hace dura, difícil, y vemos cómo algunos pocos viven bien y muchos muchos viven mal, porque nos falta caridad.
El Señor, que nos ha dado el mandamiento del amor, nos dice también que pidamos al Padre, en su nombre, lo que necesitamos. Pidamos que el mismo Señor nos abra y nos ensanche el corazón para ser solidarios y buenos con los demás. “Amaos los unos a los otros”, es el mandamiento de Jesús, y lleva ya 2000 años.
Cuando la tecnología nos permite reciclar todo, no consideremos descartables a los seres humanos.
La Ascensión del Señor
Jesús Ascendió al Cielo con su Padre, después de haber cumplido su misión en la tierra. 8 de mayo de 2016
¡Es el momento en el que Jesús regresó al Cielo con su Padre, después de haber cumplido su misión en la tierra¡
En el Evangelio de San Lucas 24, 50-53 se narra como, después de dar las últimas instrucciones a los Apóstoles, los llevó cerca de Betania y mientras los bendecía, alzando las manos, subió al Cielo. Los Apóstoles lo vieron alejarse hasta que desapareció en una nube.
Con su Ascensión al Cielo, Jesús nos abre las puertas para que podamos seguirle. La Ascensión es para todos los cristianos un símbolo de esperanza, pues sabemos que Cristo está sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros y que un día podremos llegar con Él a gozar de la felicidad eterna. Por esto, celebramos la fiesta con una Misa solemne. Durante la celebración de la Misa, puede haber una procesión solemne, con incienso. El crucifijo se adorna de blanco, se llevan luces y flores.
¿Qué nos enseña la Ascensión?
Debemos luchar por ser perfectos y buenos para poder ir al Cielo con Jesús. Él vivió como todos nosotros su proyecto y lo fue perfeccionando día a día. Su proyecto no terminó con la Muerte, sino que siguió con su Resurrección y su Ascensión.
Con la Ascensión, Jesús alcanza la meta final y es exaltado; se hace Señor y primogénito de sus hermanos. La plenitud sólo se alcanza al final y es un don de Dios.
Jesús ha ascendido al Cielo y nos espera en la meta. Nosotros debemos trabajar para cumplir con nuestra misión en la tierra. Hay que vivir como Él, amar como Él, buscar el Reino de Dios.
Debemos anunciar el Evangelio con la palabra y con la vida.
Meditación sobre la Ascensión del Señor: El cielo es tuyo ¿Subes o te quedas?
La Misa es el acto más importante
En la Misa se hace presente la redención del mundo. Por eso la Misa es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra cada día en la Tierra
Por: P. Jorge Loring | Fuente: Para Salvarte
50.- La Misa es el acto más importante de nuestra Santa Religión, porque es la renovación42 y perpetuación43 del sacrificio de Cristo en la cruz.
1. En la Misa se reactualiza44 el sacrificio que de su propia vida hizo Jesucristo a su Eterno Padre en el calvario, para que por sus méritos infinitos nos perdone a los hombres nuestros pecados, y así podamos entrar en el cielo.
En la Misa se hace presente la redención del mundo45.
Por eso la Misa es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra cada día en la Tierra.
Decía San Bernardo: «el que oye devotamente una Misa en gracia de Dios merece más que si diera de limosna todos sus bienes».
Oír una Misa en vida aprovecha más que las que digan por esa persona después de su muerte. Con cada Misa que oigas aumentas tus grados de gloria en el cielo.
La única diferencia entre el sacrificio de la Misa y el de la cruz está en el modo de ofrecerse46: en la cruz fue cruento (con derramamiento de sangre) y en la Misa es incruento (sin derramamiento de sangre), bajo las apariencias de pan y vino. «Los sacrificios de la Última Cena, el de la Cruz y el del altar, son idénticos»47.
«Todos los fieles que asisten al Sacrificio Eucarístico lo ofrecen también al Padre por medio del sacerdote, quien lo realiza en nombre de todos y para todos hace la Consagración»48.
«No hay sacrificio eucarístico posible sin sacerdote celebrante. (...) El único designado por Cristo para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, mediante la pronunciación de las palabras de la consagración, es el sacerdote»49.
A los hombres nos gusta celebrar los grandes acontecimientos: bautizos, primeras comuniones, bodas, aniversarios, etc. Estas celebraciones suelen consistir en banquetes.
La Eucaristía es un banquete para conmemorar la Última Cena.
Los cristianos nos reunimos para participar, con las debidas disposiciones, en el banquete eucarístico.
2. Hay quienes dicen que no van a Misa porque no sienten nada. Están en un error.
«Las personas no somos animales sentimentales, sino racionales»50.
El cristianismo no es cuestión de emociones, sino de valores.
Los valores están por encima de las emociones y prescinden de ellas.
Una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo, pues su hijo es para ella un valor.
Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena voluntad.
Para que la Misa te sirva basta con que asistas voluntariamente, aunque a veces no tengas ganas de ir.
La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tienes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.
Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. ¿Cómo va a tener sentido si tienen una lamentable ignorancia religiosa?
A nadie puede convencerle lo que no conoce. A quien carece de cultura, tampoco le dice nada un museo.
Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla. Hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder apreciarlas.
Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana, es preferible no ir.
Si la Misa fuera una diversión, sería lógico ir sólo cuando apetece.
Pero las cosas obligatorias hay que hacerlas con ganas y sin ganas.
No todo el mundo va a clase o al trabajo porque le apetece. A veces hay que ir sin ganas, porque tenemos obligación de ir.
Que uno fume o deje de fumar, según las ganas que tenga, pase. Pero el ir a trabajar no puede depender de tener o no ganas.
Lo mismo pasa con la Misa.
Ojalá vayas a Misa de buena gana, porque comprendes que es maravilloso poder mostrar a Dios que le queremos, y participar del acto más sublime de la humanidad como es el sacrificio de Cristo por el cual redime al mundo. `
Otros se excusan diciendo que el sacerdote predica muy mal. Pero a misa vamos a adorar a Dios, no a oír piezas oratorias.
A propósito de esto dice con gracia el P. Martín Descalzo: «Dejar la misa porque el sacerdote predica mal es como no querer tomar el autobús porque el conductor es antipático»51.
Pero además, la asistencia a la Misa dominical es obligatoria, pues es el acto de culto público oficial que la Iglesia ofrece a Dios.
La Misa es un acto colectivo de culto a Dios.
Todos tenemos obligación de dar culto a Dios.
Y no basta el culto individual que cada cual puede darle particularmente.
Todos formamos parte de una comunidad, de una colectividad, del Pueblo de Dios, y tenemos obligación de participar en el culto colectivo a Dios52. No basta el culto privado53.
El acto oficial de la Iglesia para dar culto a Dios colectivamente, es la Santa Misa.
El cumplimiento de las obligaciones no se limita a cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se debe.
El cristianismo es una vida, no un mero culto externo. El culto a Dios es necesario, pero no basta para ser buen cristiano.
La asistencia a Misa es sobre todo un acto de amor de un hijo que va a visitar a su Padre: por eso el motivo de la asistencia a Misa debe ser el amor54.
Muchos cristianos no caen en la cuenta del valor incomparable de la Santa Misa.
Le oí decir a un sacerdote, que hablaba del valor de la Misa, que si a él le ofrecieran un millón de pesetas para que un día no celebrara la Santa Misa, él, sin dudarlo, dejaría el millón, no la Misa.
Al oír esto pensé que yo también haría lo mismo.
Unos días después al decir yo esto en unas conferencias que estaba dando en Écija, el millón me pareció poco, y dije: diez, cincuenta, cien, mil millones, ni por todo el oro del mundo dejaría yo de decir una sola misa.
Repartiendo mil millones de pesetas yo podría hacer mucho bien: pues ayudo más a la humanidad diciendo una Misa; pues los mil millones de pesetas tienen un valor finito, y la Santa Misa es de valor infinito.
«Una sola Misa glorifica más a Dios que lo que le glorifican en el cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos juntos, incluyendo a la Santísima Virgen María, Madre de Dios»55.
La razón es que la Virgen y los Santos son criaturas limitadas, en cambio la Misa, como es el Sacrificio de Cristo-Dios, es de valor infinito
3. Siendo la Santa Misa «reproducción incruenta del sacrificio del calvario, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz»56.
La Misa se celebra por cuatro fines57:
1º Para adorar a Dios dignamente. Todos los hombres estamos obligados a adorar a Dios por ser criaturas suyas. La mejor manera de adorarle es asistir debidamente al Santo Sacrificio de la Misa.
2º Para satisfacer por los pecados nuestros y de todos los cristianos vivos y difuntos58.
3º Para dar gracias a Dios por los beneficios que nos hace: conocidos y desconocidos por nosotros.
4º Para pedir nuevos favores del alma y del cuerpo, espirituales y materiales, personales y sociales.
Para alabar a Dios, para darle gracias por un beneficio, para pedirle un nuevo favor, para expiar nuestros pecados, para aliviar a las almas del purgatorio, etc., etc., lo mejor es oír Misa59.
Por lo tanto, nuestras peticiones, unidas a la Santa Misa tienen mayor eficacia. Pero la aplicación del valor infinito de la Misa depende de nuestra disposición interior.
4. La Misa se ofrece siempre solamente a Dios, pues sólo a Él debemos adoración, pero a veces se dice Misa en honor de la Virgen o de algún santo, para pedir la intercesión de ellos ante Dios60.
Muchos cristianos tienen la costumbre de ofrecer Misas por sus difuntos61. Es ésta muy buena costumbre, pues una Misa ayuda a un difunto mucho más que un ramo de flores sobre su tumba.
Cuando se encargan Misas se suele dar una limosna al sacerdote que la dice para ayudar a su sustento, según quería San Pablo62.
Pero de ninguna manera debe considerarse esta limosna como precio de la Misa, que por ser de valor infinito, no hay en el mundo oro suficiente para pagarla dignamente.
Lo que se da al sacerdote no es el precio de lo que recibimos, sino que le damos un donativo para ayudar a su sustento con ocasión de la ayuda espiritual que él nos ofrece.
5. La Liturgia es la oración pública y oficial de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, ha recalcado la importancia de la Liturgia en la formación de los cristianos de hoy: «la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza»63
Pero primero dice que «la Sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia»64, y después que «la participación en la Sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual»65.
«Por eso, junto a la liturgia y con justa autonomía, han de fomentarse otras expresiones, cultuales o no, como la evangelización, la catequesis, el apostolado, los ejercicios ascéticos, la acción caritativa y social, y la vida de testimonio en el mundo»66.
«La Liturgia en nada se opone, sino al contrario, exige vehementemente un intenso cultivo de la vida espiritual, aun fuera de las acciones litúrgicas, con todos los medios ascéticos acostumbrados y conocidos en la tradición cristiana»67.
Hay que tener cuidado de que «el despliegue que van alcanzando las celebraciones litúrgicas comunitarias no se produzca a base de pisar y expropiar su terreno a la piedad y oración privadas.
Porque en tal caso el auge de las celebraciones litúrgicas ya no estaría de acuerdo ni con la letra ni con el espíritu de la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia»68.
«Hoy padecemos una hipertrofia del sentido comunitario.
»Se pretende a veces que lo común sobresalga de tal modo que ahogue lo individual.
»Pero todos los movimientos que en la pendular historia de las ideas han pasado por un máximo excesivo, han terminado por reducirse a sus justos términos»69.
El hombre «tiene un valor inalienable en sí mismo. Aunque él se salva en comunidad, se salva en virtud de su respuesta individual al llamamiento a participar en la vida de esta comunidad»70.