Padre, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique

Evangelio según San Juan 17,1-11a. 

Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: 

"Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado. 

Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. 

Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. 

Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera. 

Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra. 

Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste. 

Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. 

Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. 

Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti."

San Isidro Labrador

Saber más cosas a propósito de los Santos del día

La vida de Isidro nuevamente pone sobre el tapete una indiscutible realidad: para ser santo basta con amar en todo momento. No hay más. Cualquier otro afán que no esté regido por ello se deslinda de ese camino. Lo que viene llamando la atención en él desde hace siglos fue que, siendo tan escasa su notoriedad, inmediatamente después de morir fue aclamado por las gentes que habían visto en su conducta cotidiana los rasgos de la santidad. Posteriormente, con visos de rigor o movidos por antiguos criterios hagiográficos tendentes a magnificar retazos de su acontecer, se han ido sumando páginas ensalzando virtudes que hicieron de Isidro uno de los personajes históricos más queridos de Madrid, ciudad de la que es patrón. De su memoria ha quedado fehaciente constancia en la arquitectura y en la pintura, entre otras artes. En muchos rincones de la capital de España hay vestigios del fervor que suscita. Simplemente esto da que pensar. No se tributan a cualquiera tantos honores.

Juan Diácono sintetizó su existencia en seis páginas en su Vita Sancti Isidoro, redactada en el siglo XIII. Nació Isidro de Merlo y Quintana en Madrid a finales del siglo XI, puede que hacia 1082, en una humilde casa cercana a la iglesia de San Andrés. Sus padres eran cristianos mozárabes fieles a la fe que le inculcaron. Entonces Madrid era una modesta Villa que al ser conquistada por los almorávides obligó a muchos a huir. Uno de ellos fue Isidro, cuyo primer oficio había sido el de pocero. Al llegar a la localidad madrileña de Torrelaguna comenzó a ganarse la vida como labrador. Era un hombre humilde y sencillo, de gran corazón, que enamoró a María Toribia, con la que se desposó. Ella, también canonizada, es conocida con el nombre de santa María de la Cabeza. Después de pasar por Caraquiz y Talamanca, la pareja se asentó en Madrid. Isidro retornó al campo si bien no poseía tierras que cultivar, sino que estaba al servicio de Juan de Vargas al que conoció en Talamanca. Juan era una especie de terrateniente, dueño de hectáreas extendidas por las riberas del Manzanares así como por barrios y aledaños de la ciudad, como los Carabancheles Alto y Bajo, Getafe, Jarama… En casa de Vargas nacería Illán, hijo de Isidro y de María, y en ella fue objeto de uno de los numerosos milagros que se atribuyen al santo ya que la familia había establecido su morada en ese palacio. El niño era muy pequeño cuando en un descuido se cayó al pozo, con la natural conmoción de su madre. Conocedor del hecho su padre, al regresar de su trabajo suplicó a la Virgen de la Almudena su mediación. Entonces el agua subió llegando casi a rebasar el borde del pozo lo cual le permitió extraer a Illán sin rasguño alguno.

Isidro era especialmente devoto de la Eucaristía y de la Virgen. No fue hombre versado. No conoció más paisajes que las pocas localidades que recorrió y la majestuosidad de una naturaleza que le hablaba de Dios. Así se doctoró humana y espiritualmente. La paciencia, el tesón, la generosidad, la constancia, la esperanza, la belleza…, todas las virtudes brotaban en su entorno enhebradas de silencios, rotos únicamente por la inigualable sinfonía que le acompañaba: el murmullo del agua, el trinar de las aves o el susurro del viento. Todo era imagen de Dios. Y María acunándole desde su trono en la Almudena y en Atocha. Su camino hacia la santidad lo efectuó desde el anonimato y la sencillez de una vida colmada del amor a Dios, rubricada por la honestidad en cada uno de sus actos: responsabilidad en el hogar y en el trabajo, abnegación con todos…

Un sentimiento hondo de gratitud y paz en medio de la humilde tarea que llenaba muchas de sus horas: uncir los bueyes, cuidado de los animales, poda de rastrojos, vendimia, siembra, cosecha, etc. Su conducta quedaba realzada en medio de una sociedad dada a vivir con largueza, sumida en ciertas costumbres alejadas del Evangelio. Digamos que los gestos del santo denunciaban vicios que dominaban a la clase civil y a la eclesiástica. El pueblo llano siempre ha sabido distinguir de forma natural la grandeza de una vida que se derrama sin estridencias, pero que está ahí, haciendo germinar en derredor multitud de bendiciones, marcando la brújula de la verdad divina.

Gregorio XV dijo de él: «nunca salió para su trabajo sin antes oír, muy de madrugada, la Santa Misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima». Todos se percataban de su piedad, bondad y caridad con los pobres. Su fe era tanta que alguna vez, según narra la tradición popular, los ángeles acudieron a reemplazarle en su tarea, arando las tierras para que pudiera asistir tranquilo a misa sin faltar a su trabajo. El hecho, que forma parte de su proceso de canonización, fue contemplado por un atónito Juan de Vargas que acudió a comprobar su rendimiento laboral ante alguna denuncia que debió llegar a sus oídos en contra de Isidro. Este milagro ha sido recogido por la iconografía; es, por ello, uno de los más conocidos que se le atribuyen al santo, en cuya causa se contabilizaron más de cuatrocientos. Otros prodigios los compartió con su santa esposa, como cruzar el río Jarama sobre una mantilla. Murió en Madrid el 15 de mayo de 1130. Fue sepultado en el cementerio de San Andrés, de cuya parroquia era diácono Juan, redactor de su vida. A través de una revelación divina en 1212 se descubrieron sus restos, constatándose que su cuerpo estaba incorrupto. Desde entonces se le considera patrón de Madrid. Pablo V lo beatificó el 14 de junio de 1619. Y Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622, pero al fallecer éste, hubo que esperar al 4 de junio de 1724 fecha en la que Benedicto XIII expidió la bula de canonización. Aquél gran día de 1622 en la gloria de Bernini se encumbraba a los altares a un humilde campesino junto a estas grandes figuras de la Iglesia: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús y Felipe Neri. El 16 de diciembre de 1960 Juan XXIII declaró a Isidro patrón de los agricultores y campesinos españoles.

Oremos

Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Isidro Labrador para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 
Sermón sobre el evangelio de san Juan, n°104-105

«Padre, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique»

Hay gente que piensa que el Hijo ha sido glorificado por el Padre en aquello que no le ahorró, ya que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32). ¡Pero si ha sido glorificado en su Pasión, cuánto más en su resurrección! En su Pasión, su humildad aparece más que su esplendor...

Con el fin de que "el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús " (1Tm 2,5) sea glorificado en su resurrección, primero ha sido humillado en su Pasión... Ningún cristiano duda de eso: es evidente que el Hijo ha sido glorificado según la forma de esclavo, que el Padre lo resucitó e hizo sentar a su derecha (Fl. 2,7; Hch. 2,34).

Pero el Señor no dice solo: "Padre, glorifica a tu Hijo", añade: "para que tu Hijo te glorifique". Preguntamos, y con razón, cómo el Hijo glorificó al Padre... En efecto, la gloria del Padre, en sí misma, no puede crecer ni disminuir. Era menor, sin embargo, cerca de los hombres cuando Dios se manifestó "en Judea" y "sus siervos alababan el nombre del Señor de la salida del sol hasta su ocaso" (Sal. 75,2; 112,1-3). Esto se produjo por el Evangelio de Cristo que hizo conocer a las naciones al Padre por el Hijo: así el Hijo glorificó al Padre.

Si el Hijo sólo hubiera muerto y no hubiera resucitado, no habría sido glorificado ni por el Padre ni el Padre por él. Ahora, glorificado por el Padre en su resurrección, él glorifica al Padre por la predicación de su resurrección. Esto aparece en el mismo orden de las palabras: "Padre, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique", como si dijera: "Resucítame, para que por mí, tú seas conocido en todo el universo"... Desde entonces, Dios es glorificado cuando la predicación hace que lo conozcan los hombres y cuando aceptado por la fe de los que creen en él.

Cristo rezó por mí.

Santo Evangelio según San Juan 17, 1-11. Martes VII de Pascua.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

La vida eterna es conocerte a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Permíteme, Señor, conocerte y conocer a tu Hijo en esta oración. Concédeme crecer en esta vida eterna, vivir de acuerdo con lo que conozco y transmitir tu Palabra a mis hermanos. Así sea.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús, antes de comenzar su pasión rezó a su Padre por mí: "Te ruego por ellos...por éstos que tú me diste, y son tuyos..." Él había terminado su obra en la tierra. ¡Aún quedaba tanto por hacer! Y por eso piensa en mí, para que continúe los proyectos de su corazón.

El gran proyecto de Cristo estaba enfocado en un solo ideal: anunciar el amor de Dios. Quiere que todos los hombres y mujeres conozcan el nombre del verdadero Dios, que es Padre, un Padre bueno que nos ama y que no duda en darlo todo por sus hijos. Cristo mismo encarnó este mensaje para hacerlo visible; no dudó en darlo todo, morir en una cruz por amor, para salvarnos. Generación tras generación, éste es el mensaje central de la Iglesia: "Dios es amor".

Cristo me ama tanto que piensa en mí. Y no sólo para encomendarme al Padre, sino que, cuando piensa en su proyecto, piensa en mí también como su apóstol. Él deja el mundo, pero nosotros seguimos en el mundo. Nos toca a nosotros, a ti y a mí, anunciar el nombre de Dios en el mundo, de palabra y con obras.

Conocer a Dios no consiste en primer lugar en un ejercicio teórico de la razón humana sino en un deseo inextinguible inscrito en el corazón de cada persona. Es un conocimiento que procede del amor, porque hemos encontrado al Hijo de Dios en nuestro camino. Jesús de Nazaret camina con nosotros para introducirnos con su palabra y con sus signos en el misterio profundo del amor del Padre. Este conocimiento se afianza, día tras día, con la certeza de la fe de sentirse amados y, por eso, formando parte de un designio lleno de sentido. Quien ama busca conocer aún más a la persona amada para descubrir la riqueza que lleva en sí y que cada día se presenta como una realidad totalmente nueva.

(Discurso de S.S. Francisco, 11 de octubre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy buscaré un gesto concreto de atención a alguien, como signo del amor cristiano.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El don de la Piedad

Los dones del Espíritu Santo y la oración. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y los demás.

Para una buena oración ayudan mucho las actitudes del corazón. Una de estas actitudes es la del hijo, y es la que vamos a reflexionar ahora a la luz del don de la piedad.

¿Qué es un corazón filial? A veces uno encuentra almas de verdad "filiales". En la vida, significa una persona muy a gusto con sus papás, atenta, agradecida, considerada, "que se siente como en casa" junto a ellos. Por el contrario, entendemos lo triste que es carecer del buen corazón filial, el hijo malagradecido o sencillamente egoísta.

¿Cómo tener un corazón filial con Dios?

En la vida espiritual, la persona con corazón filial tiene una relación muy "fresca" con Dios, muy abierta a Él, confiada en Él. Esta persona también disfruta acudir con la Santísima Virgen María. Se siente hijo de la Iglesia, del Papa. Si pertenece a una congregación religiosa, vive una relación confiada con los superiores. Normalmente un alma así tiene una vida de oración fervorosa, y se palpa la presencia del don de la piedad.

Y en relación a nosotros, ¿cómo puede ser nuestro corazón filial delante de Dios? Ya somos hijos de Dios por el bautismo. Al designar a Dios con el nombre de "Padre", la revelación acoge la experiencia de la paternidad y maternidad humanas para revelar quién es Dios Padre. Más aún, Dios transciende también la paternidad y la maternidad humanas, con sus valores y fallos. Nadie es padre como lo es Dios. Y nadie es huérfano de Dios.

¿Qué es el don de piedad?

El don de la piedad perfecciona esta experiencia de la fe. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura como actitud sinceramente filial para con Dios se expresa en la oración. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vacío que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda, perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. (Cfr. Juan Pablo II, 28 de mayo de 1989). Santo Tomás lo explica así: "los dones del Espíritu Santo son ciertas disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción del Espíritu Santo. Ahora bien: entre otras mociones del Espíritu Santo, hay una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios, según expresión de Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de adopción filial por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!" (ST II II 121 1).

Frutos de la piedad

Esta moción nos permite "sentir" a Dios como Padre buenísimo y amoroso casi de modo inmediato, se podría decir con "una primariedad sobrenatural". El corazón se dilata de amor y de confianza para con Dios. La oración ya no es la búsqueda penosa de un ausente, sino el despertarnos a la mirada amorosa del Presente: un Dios que ya está esperándonos en la oración, escudriñando nuestro corazón, el padre que "ve en lo secreto y recompensará". Es cierto que muchas veces entrar en la presencia de Dios necesita un trabajo nuestro, y debemos hacerlo. Con el ejercicio de la virtud, se hace más fácil, pronto. Pero cuando el Espíritu Santo nos dona la piedad podemos espontáneamente aclamar "Abba". Los ejercicios de piedad dejan de ser una carga pesada y se hacen una verdadera necesidad del alma, un suspiro del corazón hacia Dios. Incluso cuando la sequedad turba la facilidad sensible de la comunicación con Dios, el don de la piedad es capaz de recibir esta privación penosa con paciencia, y aun con alegría, porque viene de un Padre que no se oculta sino para que el alma le busque. Y, como no desea sino darle gusto, goza en padecer por Él. Así Cristo en medio de oración sufrida en Getsemaní no dejó de decir "Abba. Padre"

Pidamos este don al Padre, pidiéndole que escuche la oración de Jesucristo mismo: "Rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito" (Jn 14, 16).

El don de la amistad de Jesús

Incluso al que se aleja o traiciona, Dios le sigue llamando “amigo”, dice el Papa Francisc

En la Casa Santa Marta, el Papa Francisco recordó que la amistad de Dios hacia los hombres es verdadera, e incluso cuando alguno se aleja o apostata, Él permanece esperando y llamándonos “amigo”.

En la homilía que ofreció en la Misa matutina, dijo que no por “casualidad” Dios ha elegido a cada persona. “No hemos recibido este don como destino, la amistad del Señor, esta es nuestra vocación: vivir siendo amigos del Señor, amigos del Señor. Y lo mismo habían recibido los apóstoles, más fuerte todavía, pero lo mismo”.

Todos los cristianos –continuó– hemos recibido este don: la apertura, el acceso al corazón de Jesús, la amistad de Jesús. Hemos recibido en suerte el don de su amistad. ‘Nuestro destino es ser amigos tuyos’. Nuestro destino es ser amigos tuyos. Es un don que el Señor conserva siempre y Él es fiel a este don”.

El Papa también habló de la amistad de aquellos que traicionan de alguna manera a Dios, “con nuestros pecados, con nuestros caprichos”, pero “Él es fiel en la amistad”.

Por ello, no llama más “siervos” sino “amigos” e incluso a Judas antes de que lo traicione le llama “amigo”.

“Jesús es nuestro amigo. Y Judas, como dice aquí, fue por su nuevo destino, por el destino que él eligió libremente. Se alejó de Jesús. Y la apostasía es eso: alejarse de Jesús. Un amigo que se convierte en enemigo o un amigo que se hace indiferente o un amigo que se transforma es traidor”.

Sin embargo, el amigo “es el que comparte los propios secretos” con el otro. Es una amistad “que hemos recibido en suerte, es decir, como destino”.

Él no reniega de este don, no reniega de nosotros, nos espera hasta el final. Y cuando nosotros por nuestra debilidad nos alejamos de Él, Él espera, Él espera, y continúa diciendo: ‘amigo, te espero'. 'Amigo, ¿qué quieres? Amigo, ¿por qué con un beso me traicionas?’”.

Él es fiel en la amistad, y nosotros debemos pedirle esta gracia de permanecer en su amor, permanecer en su amistad, esa amistad que hemos recibido como don en suerte de Él

Arouna fue vendido como esclavo, cruzó los Alpes andando...: la Iglesia le acogió, se sintió amado y se bautizó

Encontró en la Iglesia Católica el trato y el amor que no había recibido nunca en su vid

“Porque tuve hambre, y me distéis de comer; tuve sed, y me distéis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí”. Estas palabras que pronunció Jesús, y que recoge el Evangelio de Mateo, han sido puestas en práctica por la Iglesia desde su fundación hace 2.000 años. Además del mandato de anunciar la Buena Nueva la Iglesia se ha volcado y lo sigue haciendo ayudando a los últimos, sabiendo que aquellos olvidados son el mismo Cristo.

Decenas de millones de personas en dificultad son atendidas, acogidas y queridas por la Iglesia. Una de ellas es Arouna, que se ha convertido al catolicismo precisamente al ver el amor con el que fue tratado tras vivir una vida llena de sufrimientos y un viaje a Europa en el que fue hecho esclavo en África y casi pierde la vida en los Alpes.

Una Iglesia que ama provoca conversiones
Arouna es natural de Costa de Marfil, y es uno más de los millones de africanos que se juegan la vida para buscar una vida mejor en Europa. Muchos llegan a su destino, aunque no como esperaban, pero otros tantos pierden sus vidas por el camino.

Este joven cuenta a la publicación católica La Vie cómo vio de cara a la muerte, su dura y peligrosa travesía hasta Europa y su encuentro con una Iglesia amorosa, que le sorprendió de tal manera que le llevó a pedir el bautismo.

Llegó a Francia en enero, a través de los Alpes desde Francia. Cruzó el Col de l´Echelle de noche y avanzaba con mucho esfuerzo mientras la nieve le llegaba casi a la cintura. El frío le invadía el cuerpo y no iba preparado para estas condiciones climatológicas, pero el miedo a hacerlo de día era aún mayor. Finalmente, llegó a Briançon y alguien le pagó un billete de tren a París. Allí fue acogido tres meses por la Iglesia como parte de la Operación Invierno Solidario, en la que participan 27 parroquias de la capital francesa.

Pidió el Bautismo en Francia
Esta experiencia de acogida en la parroquia fue una auténtica sacudida para Arouna, que hasta entonces sólo había visto el mal que puede hacer el hombre. “Nunca en mi vida he sido tratado de esta manera”, asegura este joven, lo que le ha llevado a pedir ser católico.

Los sacerdotes de la parroquia como los voluntarios de esta pastoral de acogida quedaron impresionados por la claridad y sinceridad de este joven. Decidieron acompañarles en sus primeros pasos en la fe católica. Ahora, con la perspectiva de una vida muy dura, Arouna confiesa: “Cuando me siento y pienso en mi vida, creo que el Dios bueno es fuerte”.

Su agradecimiento le ha llevado para ofrecerse como camillero en una peregrinación a Lourdes. Hasta ahora su viaje había sido de huida, ahora lo es de felicidad.

Su proyecto inicial no pasaba por ir a Francia, ni siquiera a Europa. Huyendo de las amenazas que había sufrido en su país quería llegar a Argelia, donde quería reunirse con un conocido.

Esclavo en Libia
Sin embargo, tras pasar Burkina Faso fue consciente de que el paso a través de Mali era muy peligroso. Los touareg conocían estas rutas y atrapaban a los inmigrantes para luego revenderlos. Por ello, decidió desviarse hacia Níger, y finalmente encontró un camión en el que tras pagar una cantidad importante de dinero le llevaría a Argelia.

Pero tras un larguísimo viaje, el vehículo entró en un edificio. "Cuando las puertas se cerraron, me di cuenta de que era demasiado tarde”, cuenta él. Al igual que otros muchos, había sido engañado y vendido. Estaba en Libia y no en Argelia.

Encerrado y privado de su libertad, solo le daban comida y bebida una vez al día,alimentos que le cabían entre sus manos. Pensó que aquel sería su final.

"Dios me ayudó, Dios me salvó"
Dos meses después, un libio fue al lugar en el que estaba recluido y lo compró. Se convirtió en el pastor de sus ovejas y en agricultor de sus tierras. Pero a pesar de ello, Arouna era apreciado por esta familia, que le cuidó bien.

Unos meses más tarde le permitieron seguir su camino e incluso le pagaron el viaje a Europa, aunque sería muy peligrosa. Fletado por las mafias de personas, embarcó con otras 145 personas en una lancha hinchable. Un carguero francés logró rescatarlos en mitad del Mediterráneo, aunque esto no impidió que dos mujeres que viajaran con él murieran aplastadas. Fue trasladado a Napoles, y desde allí inició su otro viaje a Francia, a través de los Alpes. “Dios me ayudó, Dios me salvó”, cuenta ahora este joven marfileño.

5 hermosas razones por las cuales la enfermedad es un medio de santificación

Desde las distintas enfermedades, nos hacemos uno con un Cristo doliente, compartimos los distintos dolores que Él cargó, y sentimos cómo Él los vuelve a cargar con nosotros

Cuando una enfermedad toca la puerta, la mayoría de las veces uno se cuestiona el por qué. Con salud uno podría ofrecer muchísimo más a Dios, pensamos, ¿por qué permitir esto que no entendemos y que, según la gravedad que vivimos, nos supera? 

El sufrimiento de Cristo no fue exclusivo de la Cruz. Durante su paso por la tierra, Jesús debió experimentar distintos dolores, para cargarlos por nosotros y, hoy día, poder decirnos con entera realidad: “De verdad, sé por lo que estás pasando”. ¿Cuánto le habrá dolido, más que los clavos, la traición del amigo? ¿Cuánto la muerte de su padre nutricio San José? ¿No lloró amargamente por la muerte de Lázaro? ¿No se conmovía al ver los dolores, al ver la muerte? Tuvo hambre, sintió cansancio, encarnó un dolor cruel e inimaginable. “Claro, pero ¡Él es Dios!”, decimos, olvidándonos de que Cristo fue perfecto hombre, por tanto, experimentó perfectamente el dolor, tanto el físico como el moral. Y, además de cargar Su dolor, cargó el de toda la humanidad.

Desde las distintas enfermedades, nos hacemos uno con un Cristo doliente, compartimos los distintos dolores que Él cargó, y sentimos cómo Él los vuelve a cargar con nosotros. De esta manera, también descubrimos que podemos, desde lo que nos toque, ser corredentores con Él. Por eso los enfermos son los tesoros de la Iglesia.

-Niño. -Enfermo. -Al escribir estas palabras, ¿no sientes la tentación de ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él, escribió San Josemaría Escrivá.

Pero la aceptación de la Cruz no es un analgésico. Es darle un sentido. Un sentido divino, una mirada sobrenatural, que es lo único que trae paz a quien se encuentra inquieto y sufriendo.

Santificarse desde la enfermedad

Cuando uno experimenta sus propios límites, también se suma un nuevo sufrimiento:¿cómo puedo hacerme santo en estas circunstancias, cuando es tan poco lo que puedo hacer? El apostolado está aparentemente ausente, el trabajo es práctica o enteramente nulo, en muchas oportunidades hasta la oración, que debería ser un sostén en el momento difícil, se torna árida. Surge una dolorosa pregunta: ¿Qué puede querer el Señor, entonces, si es tan poco lo que tengo? Y la respuesta es exigente: todo. El Señor sabe que es poco lo que podemos darle, pero ese “poco” hay que entregarle por entero. Y confiar en que, siendo dóciles a Su Voluntad, le agradamos, haciendo eso que podemos hacer y que a nosotros nos resulta insípido.

La Madre Teresa – cuyos escritos me fueron de mucha ayuda, tantas veces –, bajo un semblante de paz y alegría, abrigó durante casi toda su vida y hasta el momento de su muerte un profundo dolor. En un momento de gran sufrimiento, escribió a su director espiritual: «Mi corazón, mi alma y mi cuerpo solo pertenecen a Dios – Él ha tirado, como despreciada, a la hija de Su Amor. – Y para esto, Padre, he hecho este propósito en este retiro: Estar a Su disposición. Dejar que haga conmigo todo lo que Él quiera, como quiera, tanto tiempo como quiera». En los momentos críticos, podemos repetir con ella: «Señor, te doy todo, mi corazón (desgarrado), mi alma (atormentada) y cuerpo (roto), todos envueltos en este dolor, que no pueden hacer gran cosa, humanamente hablando, limitados como ya ves, pero, aun así, tuyos». Y nos haremos santos desde ese abandono.

Sabemos que la santidad es el crecimiento en virtudes por amor a Dios. ¡Y cuántas virtudes se pueden practicar! El abandono, la confianza ciega, la paciencia… y, por sobre todo, una grandísima humildad.

Humildad para reconocer que no podemos hacer nada, que necesitamos pedir ayuda, que dependemos de otros, que no podemos hacer las cosas como nos gustaría hacerlas, entre otras situaciones similares. ¿Parece poco esto? Recordemos que son las virtudes que adornaron a la Santísima Virgen.

El trabajo de los enfermos

Ante el molesto e insensato sentimiento de inutilidad, hay que aprender que lo que esté en nuestras posibilidades, poco o mucho, se hace todo. Quizás algunos, al atravesar cierta enfermedad, no pueda continuar con el trabajo que realizaba anteriormente. Eso no significa que no pueda convertir esta nueva circunstancia en un “trabajo”. Por ejemplo, manteniendo acomodada la pieza en la que se encuentra, o realizando trabajos manuales, o intelectuales, todo según las limitaciones y las capacidades.

Quizás para alguno todo lo anterior sea imposible. En ese caso, el “trabajo” es, simplemente, ser un buen enfermo. Realizar apostolado. Santificar a los demás.

¿Cómo santificar a los demás?

La propia Cruz es una oportunidad para que también los demás crezcan en virtudes, para que aprendan el verdadero significado de la caridad, en toda su amplitud.

Quienes se dedican al cuidado de un enfermo descubren que compasión no es “tener pena de”, sino ponerse en su lugar, entender qué necesitan –cuidados físicos, o compañía, o un momento de soledad –, viviendo una obra de misericordia y creciendo en santidad.

A veces uno puede sentir vergüenza por pedir ayuda, o culpa al pensar en el tiempo que se le dedica. Entonces es momento de pensar: “Este o esta me ayuda, pero yo también le estoy ayudando”. La Cruz compartida es más ligera. Cristo también tuvo un Sireneo, y no espera que carguemos solos el peso de las crucecitas que nos manda. No, para eso, Él nos ayuda, y también nos envía la ayuda de aquellos que nos quieren.

Apostolado de los enfermos

Cuando se quiebra la salud, muchas veces uno se da cuenta de que no puede, aunque quiera, realizar los mismos apostolados que anteriormente vivía. ¿Es que acaso estos están reservados para unos pocos, escogidos por sus “mejores” cualidades físicas o psíquicas?

Respondo con una historia breve. Durante el crecimiento de su labor apostólica, la Madre Teresa se encontró con Jacqueline de Decker, enfermera y trabajadora social belga que deseaba entrar a las Misioneras de la Caridad, pero que no podía hacerlo a causa de su precaria salud. La Madre Teresa dio con una solución: Jacqueline no podría trabajar con los pobres en Calcuta, pero compartiría este apostolado convirtiéndose en “el otro yo” de la santa. ¿Qué implicaría esto? Ofrecer todos sus dolores, sufrimientos y oraciones para sostener el apostolado de la Madre. Más adelante vendrían muchos otros miembros sufrientes Misioneros de la Caridad que conformarían esta parte tan importante de su Obra.

«En realidad, pueden hacer mucho más en su lecho de dolor que yo corriendo con mis pies, pero usted y yo juntas podemos hacer todo en Él que nos fortalece (…) quiero que se unan especialmente los paralíticos, los lisiados, los incurables, porque sé que ellos llevan muchas almas a los pies de Jesús», le escribió la Madre Teresa a Jacqueline. Todo esto, y una sonrisa. Porque, junto a los ya valiosos ofrecimientos de diversas penas, la sonrisa del que sufre puede llegar a ser un apostolado de valor incalculable. ¿Cuántas almas podrían salvarse gracias a una sonrisa, que se ofrece en medio de las dificultades?

Acudir a la Virgen

Independientemente al grado de la enfermedad, una mamá siempre está pendiente de su hijo. Así hace la Virgen, quien también tuvo, desde la Anunciación, una espada clavada en su corazón. No podemos imaginarnos cuánto le habrá dolido saber que el Hijo que engendraba nacía para ser “varón de dolores”, cuántas lágrimas habrá derramado por Él. Sí, Ella conoce el dolor. Y es Madre. Seríamos muy tontos si no acudiésemos a Ella para enseñarle lo que nos duele, pedir que acaricie nuestras heridas y que nos dé un beso que sane el alma.

EL DIRECTOR DE PUBLICACIONES CLARETIANAS ANALIZA LA INSTRUCCIÓN DE LA CIVCSVA
'Cor Orans': La obligada y necesaria reforma de la vida contemplativa femenina en la Iglesia
"Somos el país con más monasterios de vida contemplativa femenina del mundo"

Jesús Bastante, 15 de mayo de 2018 a las 12:48

El Papa, con algunas religiosasVatican News

Creo que es obligado felicitar a la CIVCSVA y a sus dirigentes actuales por abordar con valentía la problemática de la vida contemplativa femenina en la Iglesia. El Dicasterio, lejos de dar la espalda a los problemas, ayuda a su solución

(Fernando Prado, CMF, director de Publicaciones Claretianas*).- La reforma de la vida consagrada contemplativa femenina ya tiene listo y aprobado su itinerario. Con la Instrucción Cor Orans, emitida por la CIVCSVA con fecha de 1 de abril de 2018 y aprobada por el papa Francisco, comienza un proceso de rápida puesta a punto de la vida contemplativa femenina en la Iglesia, que ya había sido iniciado con la publicación de la Constitución Apostólica Vultum Dei Quaerere.

El documento que hoy se ha presentado solemnemente en la Sala Stampa de la Santa Sede es una Instrucción importante que lleva en el subtítulo la calificación de «Instrucción aplicativa» (referida a Vultum Dei Quaerere) y supone una aplicación concreta de cuestiones que afectan al gobierno, la vida y la formación de las comunidades monásticas femeninas en la Iglesia.

Con la aprobación del papa Francisco, la nueva Instrucción deroga incluso varios cánones del actual Código de Derecho Canónico y pide a los distintos monasterios «cumplir lo dispuesto en el plazo de un año desde la publicación de la presente Instrucción».

El documento, en sus disposiciones finales, advierte a los monasterios de que si no cumplen lo dispuesto en el plazo previsto, el Dicasterio (CIVCSVA) «se encargará de asignar los monasterios a Federaciones o a otras estructuras de comunión ya existentes».  Sin duda, esta instrucción traerá no pocos movimientos internos en la vida contemplativa femenina que, en España especialmente, tiene uno de sus más grandes exponentes. Somos, de hecho, el país con más monasterios de vida contemplativa femenina del mundo.

¡Enhorabuena!

Creo que es obligado felicitar a la CIVCSVA y a sus dirigentes actuales por abordar con valentía la problemática de la vida contemplativa femenina en la Iglesia. El Dicasterio, lejos de dar la espalda a los problemas, ayuda a su solución. Sin duda, la legislación anterior se había quedado obsoleta y era necesaria esta reforma urgente, dada la situación precaria de muchos monasterios contemplativos femeninos en la Iglesia que habían quedado atrapados en una legislación que no permitía solucionar sus actuales problemas.

La Instrucción aplicativa es decidida y dota de soluciones clarificadoras a los monasterios que, sin duda, se van a ver beneficiados de la promulgación de esta nueva Instrucción. Con todo, como toda reforma en la Iglesia, no se puede imponer «por decreto». No hay reforma que no pase por una verdadera renovación y la conversión personal. De nada serviría la reforma de las estructuras si no se convierten las personas.

Lo importante, como en toda la reforma iniciada por el papa Francisco, son los procesos que se establecen para caminar hacia el horizonte, que en este caso, como en otros, será poner siempre más a Cristo en el centro. Si Cristo está en el centro, la reforma vendrá de la mano. Con todo, abordar los problemas y buscar soluciones, como hace la CIVCSVA en este documento, facilitará, sin duda, el proceso. Es la intención del Dicasterio, que quiere «confirmar el inmenso aprecio de la Iglesia por la vida monástica contemplativa y su solicitud para salvaguardar la autenticidad de esa peculiar forma de sequela Christi».

El documento

La Instrucción está estructurada en cuatro capítulos fundamentales, dos de los cuales afectan directamente a cuestiones de gobierno, otro a la vida de clausura de los monasterios y un último capítulo dedicado a la formación de las mujeres contemplativas.

El documento, después de una introducción histórica, que recorre la doctrina sobre la vida contemplativa desde el papa Pío XII y su Sponsa Christi, se centra en sus primeros capítulos en las dificultades en el gobierno actual de los monasterios, clarificando cuestiones sobre la autonomía de los mismos (afiliación, traslado, supresión), estableciendo normas concretas para la vigilancia eclesial (visitas canónicas externas, etc.) así como orientaciones sobre las relaciones entre los monasterios y los obispos de las diocesanos. Igualmente, el documento clarifica lo que han de ser y cómo han de funcionar las federaciones de monasterios (presidenta, consejo federal, asamblea, oficios, papel del Asistente religioso...).

Pero la instrucción no solo aborda cuestiones de gobierno -que realmente son las más urgentes-, sino también cuestiones sobre la vida de clausura ("separación del mundo", tipos de clausura, uso de los medios de comunicación...) y sobre la formación (permanente e inicial), en la que se destaca -además de la necesaria adquisición de conocimientos- la importancia de la configuración o identificación con Cristo. Un proceso que ha de ser siempre personalizado y -según señala el documento- «integral, orgánico, gradual y coherente en sus diversas etapas». Destaca, por otra parte, la importancia de la figura de la formadora de las mujeres contemplativas y la promoción de su propia formación.

En definitiva, con este documento la Congregación para Institutos de Vida Consagrada y de Vida Apostólica pone las directrices concretas para adaptar las indicaciones de la anterior constitución apostólica Vultum Dei Quaerere, lo que marcará la agenda próxima de la vida consagrada contemplativa femenina. Esperemos que así sea y que, por el bien de muchos monasterios, no se demoren en hacer suyas las indicadas disposiciones.

Por otro lado, el documento ayudará también al resto de la Iglesia y, sobre todo a sus obispos diocesanos, a clarificar sus relaciones con la vida contemplativa en las diferentes iglesias locales. Bienvenida sea, en todo caso, esta nueva Instrucción que ayudará a que la vida contemplativa continúe «enriqueciendo a la Iglesia de Cristo con frutos de gracia y misericordia» (VDq, 5).                                  

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