Al principio de la creación, los hizo hombre y mujer
- 25 Mayo 2018
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- 25 Mayo 2018
Evangelio según San Marcos 10,1-12.
Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más.
Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?".
El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?".
Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella".
Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer.
Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
El les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio".
San Gregorio VII
Papa ( 1020-1085 ) Nació Hildebrando en Soana, provincia de Siena, hacia el 1020, de una familia pobre. Creció en la ciencia y en la virtud en el monasterio de Santa María, en el Aventino (Roma). Legado de los papas durante cinco pontificados, dedicó buena parte de su vida en el restablecimiento de la disciplina eclesiástica.
Era solo diácono cuando fue elegido Papa. Ordenado sacerdote y consagrado obispo de Roma en el 1073, se llamó Gregorio VII. Empleó el resto de su existencia luchando principalmente contra las investiduras y la simonía para lograr la independencia de la Iglesia frente al poder civil.
Tuvo su mayor obstáculo en las relaciones con el emperador Enrique IV.
Murió desterrado en Salerno en el 1085, habiendo dado un impulso decisivo a la reforma de la Iglesia que lleva su nombre.
Oremos
Concede, Señor, a tu Iglesia el espíritu de fortaleza y el celo por la justicia con que hiciste brillar la vida del Papa San Gregorio séptimo, para que, rechazando siempre todo compromiso con el mal, trabajemos, con libertad plena, por el bien y la justicia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Juan Pablo II (1920-2005), papa Audiencia general del 02/04/1980 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)
"Al principio de la creación, los hizo hombre y mujer"
Por el hecho de que el Verbo de Dios se ha hecho carne, el cuerpo ha entrado, diría, por la puerta principal en la teología… Encarnación —y la redención que brota de ella— se ha convertido también en la fuente definitiva de la sacramentalidad del matrimonio… Muchos hombres y muchos cristianos buscan en el matrimonio la realización de su vocación. Muchos quieren encontrar en él el camino de la salvación y de la santidad.
Para ellos es particularmente importante la respuesta que Cristo dio a los fariseos, celadores del Antiguo Testamento… Efectivamente, ¡cuán indispensable es, en el camino de esta vocación, la conciencia profunda del significado del cuerpo, en su masculinidad y feminidad!, ¡cuán necesaria es una conciencia precisa del significado esponsalicio del cuerpo, de su significado generador, dado que todo esto, que forma el contenido de la vida de los esposos, debe encontrar constantemente su dimensión plena y personal en la convivencia, en el comportamiento, en los sentimientos! Y esto, tanto más en el trasfondo de una civilización, que está bajo la presión de un modo de pensar y valorar materialista y utilitario…
¡Qué significativo es que Cristo, en la respuesta a todas estas preguntas, mande al hombre volver, al umbral de su historia teológica! Le ordena ponerse en el límite entre la inocencia-felicidad originaria y la herencia de la primera caída. ¿Acaso no le quiere decir, de este modo, que el camino por el que Él conduce al hombre, varón-mujer, en el sacramento del matrimonio, esto es, el camino de la “redención del cuerpo”, debe consistir en recuperar esta dignidad en la que se realiza simultáneamente el auténtico significado del cuerpo humano, su significado personal y “de comunión”?
Santo Evangelio según San Marcos 10, 1-12. Viernes VII de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, vengo a encontrarme contigo al inicio del día, para escuchar lo que quieres de mí. Enséñame a creerte y a seguirte para experimentar tu Palabra que salva.
Ya sea que este alegre o cansado, ilusionado o sin proyectos, con planes destruidos o con frutos evidentes... estén como estén las cosas, ayúdame a nunca olvidar lo importante para que, recordando que no importa los sentimientos, pueda llegar a experimentar la realidad de tu cercanía. Quiero estar consciente de que Tú siempre estás a mi lado.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La unión que pueden formar el hombre y la mujer ante el matrimonio y la familia, se logra hacer a imagen de la unidad del Padre que ama incondicionalmente al Hijo, y del Hijo que se da sin medidas al Padre.
Somos imagen de Dios por la unión que somos capaces de alcanzar. Para eso Dios nos ha creado. Ante tal belleza, Él no quiso permitir la desunión. En cada hombre y mujer capaz de donarse se ve la imagen y semejanza de este intercambio de amor.
Todos estamos llamados a darnos y donarnos, pues es el núcleo de toda vocación.
Ahora bien, podremos ser una imagen de Dios oscurecida, arrugada e incluso rota… Esto no era el plan original de Dios, pero, sin importar las circunstancias, "toda persona" podrá seguir siendo reflejo de Dios mientras pueda seguir donando sus fuerzas, entregando su persona y amando sin medidas, porque el amor que cuesta es el reflejo más perfecto de Dios.
Sólo debemos aprender a amar desde nuestra realidad personal. Es difícil, pero basta ver el crucifijo para entender la locura del amor, pues no hay resurrección sin muerte; no hay entrega sin renuncia.
Dios no ha creado al ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que le sea complementaria; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos. Este es el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación recíproca.
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de octubre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer un examen para saber cómo estoy amando y hacer una oración especial por los matrimonios que tienen dificultades.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Tomemos conciencia que hay que luchar por adquirir y vivir las exigencias que caracterizan todo amor conyugal
Al pronunciar las palabras "hasta que la muerte nos separe", estamos comprometiéndonos a amar al esposo o a la esposa de una manera radical. Con un compromiso total. Y para conseguirlo, conviene de vez en cuando desempolvar y profundizar las grandes exigencias que implica un verdadero matrimonio requiere.
Como en todo, lo primero que podemos hacer es tomar conciencia de que hay que luchar por adquirir y vivir esas exigencias. Luego, tratar de ser generosos para conquistarlas y hacerlas realidad.
El Papa Juan Pablo II nos dice en la Encíclica Familiaris Consortio:
"La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer como esposos, de los padres y de los hijos, de los parientes. Su primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas.
El principio interior, la fuerza permanente y la meta última de tal cometido es el amor: así como sin el amor la familia no es una comunidad de personas, así también sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas."
Estas exigencias pueden resumirse en:
- la unidad
- la fidelidad
- la totalidad
- la indisolubilidad
- la fecundidad
La necesaria unidad
En un matrimonio, la unidad es necesaria y alcanzarla se convierte en un deber. Hay que llegar a ella porque es cuestión de vida o muerte en relación con su amor. En realidad, un matrimonio no puede vivir ni sobrevivir si no logra unirse sólidamente para hacer frente a los innumerables obstáculos que surgen inevitablemente en el transcurso de toda existencia humana.
También, es necesaria esta unión, puesto que en la vida conyugal hay que tomar muchas decisiones. Si cada uno va por su lado, ¿qué se espera del matrimonio?. La unidad es condición de la paz; sin ella, el hogar se convierte en un auténtico campo de batalla.
Se necesita unidad para establecer juntos los parámetros que se persiguen en la educación de los hijos. Ellos encontrarán su crecimiento, formación y desarrollo cuando los padres están en la misma sintonía. Si los padres, por el contrario, viven en contraposición uno con el otro, los hijos sufrirán, e impedirán esa sana paz familiar.
La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: “El hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gén 2, 24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas.
El mismo Papa Juan Pablo II nos comenta sobre la unidad indivisible de la comunión conyugal:
"La comunión primera es la que se instaura y se desarrolla entre los cónyuges; en virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer ‘no son ya dos, sino una sola carne’ y están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total." (FC, 19).
Esta comunión conyugal tiene sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son.
Es, pues, obligación de los esposos esforzarse día a día para lograr esa unidad, base fundamental de la comunidad conyugal. Unión del cuerpo, unión de las personalidades, de las inteligencias, de las voluntades de ambos.
Dificultades en la unidad del matrimonio
La unidad en el matrimonio tiene varias dificultades, que sólo el amor, la generosidad y la responsabilidad podrán vencer.
El matrimonio está conformado por dos personas diferentes, por lo tanto, son dos personalidades, dos voluntades, dos inteligencias, dos sexos los que se encuentran. Es grato ver a un matrimonio, a un hombre y una mujer, que se esfuerzan mutuamente por conocer y aceptar la personalidad del otro. Cuántas veces, por el contrario, el hombre desea que la mujer piense como él, y viceversa.
Dos educaciones diferentes son las que conforman a un matrimonio. Es importante que que en el matrimonio se pongan de acuerdo, desde el inicio, para crear la propia educación específica del nuevo matrimonio. Cada uno de los esposos trae una educación propia, proveniente de su propia familia. Pero, se debe establecer cuál será la educación que entre ambos desarrollarán en su nuevo hogar. Necesidad de unión, de diálogo, para establecer la propia, la nuestra,la que educará a los hijos de esta familia.
La fidelidad protege al amor
El amor sólo puede sobrevivir si se acepta la fidelidad. El amor es una elección que compromete la libertad. Toda elección es exclusiva. Si te escojo a ti como esposa, renuncio a todas las demás mujeres que existen. El amor supone el compromiso irrevocable de mi libertad.
Cuando se ama hasta el punto de unirse en matrimonio, se ha elegido libremente decir sí al amado. Amar es decir al otro tú eres el único, mi único. Todos los que aman verdaderamente experimentan, como por intuición, esta necesaria exclusividad. La fidelidad es la prueba del amor. Cuando por amor nos volvemos dos en uno, el único camino recto es el de la fidelidad. Si falta la unidad, se destruye el amor.
Porque el amor es fecundo, llegarán los hijos, quienes tienen derecho a un hogar, donde crezcan como personas, que se les ame, que se le eduque. Para lograrlo, es necesario que los esposos vivan su amor con fidelidad.
Por ser fecundo, el amor aspira a la fidelidad. De modo que el cónyuge infiel, además de contradecirse a sí mismo, miente a su familia. Nadie tendrá jamás derecho, bajo ningún pretexto, a ser infiel. La fidelidad debe de iniciar por el corazón, por los sentimientos. Ser fiel al cónyuge quiere decir, antes que nada, reservar el corazón para él. Hay que ser fiel al propio amor. Posiblemente no se llegue a la infidelidad carnal, pero el corazón ya pertenece a otro.
Fidelidad de mente y cuerpo
La fidelidad, además, ha de ser de mente, de pensamientos. Guardar los pensamientos para el cónyuge, con exclusividad. Ya lo dice Nuestro Señor en el Evangelio según san Mateo: Aquel que mira a una mujer con malos deseos ya es adúltero en su corazón (Mt 5,28).
Finalmente, la fidelidad ha de ser corporal. Desde el momento de recibir el Sacrameto del Matrimonio, el cuerpo es donado a la persona amada, al cónyuge.
Consulta el tema controvertido: Infidelidad Conyugal ¿Se puede evitar?
La totalidad es entrega completa
Antes de profundizar en la exigencia de la totalidad, primero hay que entender a la virtud reina, la caridad. Ella es como el alma de todas las virtudes pues las ilumina y les da vida. Así, la castidad, bajo el influjo de la caridad, se convierte en una escuela de donación de la persona. El ser humano al dominarse a sí mismo se regala, se entrega, se dona totalmente a los demás. Piensa en los demás, ama a los demás, puesto que ha roto con la esclavitud del egoísmo. La persona casta es generosa, amable, desprendida de sí misma, piensa en los demás.
Por lo mismo, el amor conyugal exige totalidad: una entrega total, completa, de ambos cónyuges. Cuerpo, sentimientos, inteligencia y voluntad. Una entrega de todo el ser. Si fuese parcial, sería un egoísmo: “Te entrego sólo parte de mi ser, de mi tiempo, de mis afectos, porque el resto es para mí”.
En el amor intervienen dos personas que esperan la entrega completa del otro. No puede ser una entrega en partes. Para la estabilidad de la familia se requiere que los esposos estén dedicados plenamente el uno para el otro y, a su vez, entregados plenamente a los hijos.
Juntos para siempre
En el matrimonio se expresa un compromiso libremente adquirido por cada uno de los cónyuges. Una totalidad en la entrega del don de sí. Cuando un matrimonio se funda en el egoísmo, el paso del tiempo hace insoportable la carga que conlleva. Cuando se funda en el auténtico amor, el paso del tiempo se convierte en una dulce carga, que pide y exige la indisolubilidad.
Nos dice el Papa Juan Pablo II:
Es deber fundamental de la Iglesia reafirmar con fuerza la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio; a cuantos, en nuestros días, consideran difícil o incluso imposible vincularse a una persona por toda la vida y a cuantos son arrastrados por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial y que se mofa abiertamente del compromiso de los esposos a la fidelidad, es necesario repetir el buen anuncio de la perennidad del amor conyugal que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza." (FC, 20).
Y continúa:
"Enraizada en la donación personal y total de los cónyuges y exigida por el bien de los hijos, la indisolubilidad del matrimonio halla su verdad última en el designio que Dios ha manifestado en su Revelación: Él quiere y da la indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia." (FC, 20).
Cooperar con el Creador
El Papa Juan Pablo II, cuando se refiere a la fecundidad del amor conyugal, nos dice:
"Dios, con la creación del hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a perfección la obra de sus manos, los llama a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida humana: Y bendíjolos Dios y le dijo: ‘Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla. (Gén 1,28).
Así el cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida, el realizar a lo largo de la historia la bendición original del Creador, transmitiendo en la generación la imagen divina del hombre al hombre.
La fecundidad es el fruto y el signo del amor conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca de los esposos: El cultivo auténtico del amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que de él deriva, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar con fortaleza de espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece diariamente su propia familia.
La fecundidad del amor conyugal no se reduce, sin embargo, a la sola procreación de los hijos, aunque sea entendida en su dimensión específicamente humana: se amplía y se enriquece con todos los frutos de vida moral, espiritual y sobrenatural que el padre y la madre están llamados a dar a los hijos y, por medio de ellos, a la Iglesia y al mundo." (FC, 28).
El don de la fecundidad
La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de una entrega recíproca entre los esposos, del que es fruto y cumplimiento.
Por esto la Iglesia, que está en favor de la vida, enseña que todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida. ¿Por qué? Porque los fines naturales del acto conyugal son dos: la unidad entre los esposos, y la procreación de los hijos.
Por ello, todo acto conyugal debe de llevar siempre el sello de la responsabilidad humana y cristiana.
La Constitución pastoral Gaudium et Spes, nos dice:
“En el deber de transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y cristiana” (GS, 50).
Regulación de la natalidad
Un aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a “la regulación de la natalidad”. Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable.
Nos dice la Encíclica Familiaris Consortio, sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual:
“La fecundidad del amor conyugal no se reduce sin embargo a la sola procreación de los hijos, aunque sea entendida en su dimensión específicamente humana: se amplía y se enriquece con todos los frutos de vida moral, espiritual y sobrenatural que el padre y la madre están llamados a dar a los hijos y, por medio de ellos, a
No hagamos de la riqueza una idolatría
El Papa afirma que predicar la pobreza no es comunismo: Está en el centro del Evangelio
Durante la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este jueves 24 de mayo, el Papa Francisco lamentó que se identifique con comunistas a los que predican la “pobreza”, ya que “la pobreza está en el centro del Evangelio”.
En su homilía, exhortó a “tomar distancia de las riquezas, porque Dios las ofreció para dárselas a los otros”. El Pontífice advirtió contra las riquezas “podridas” y recordó las palabras de Jesús: “¡Ay de ustedes, ricos!”.
Aseguró que si esas palabras las dijera hoy un sacerdote “al día siguiente en los periódicos leeríamos: ‘¡Ese sacerdote es un comunista!’. Sin embargo, la pobreza está en el centro del Evangelio. La predicación sobre la pobreza está en el centro de la predicación de Jesús: ‘Bienaventurados los pobres’ es la primera de las Bienaventuranzas”.
Francisco insistió en que la pobreza “es el documento de identidad, el documento identificativo con el que Jesús se presenta cuando regresa a su pueblo, a Nazaret”. Allí, en la sinagoga, anunció: “el Espíritu está sobre mí, he sido enviado para proclamar el Evangelio, la Buena Nueva, a los pobres, la buena noticia a los pobres”.
A pesar de ello, “siempre en la historia hemos tenido la debilidad de tratar de eliminar esta predicación sobre la pobreza creyendo que es una cuestión social y política. ¡No! Es puro Evangelio, es puro Evangelio”.
No obstante, el Papa subrayó que cuando Jesús clama contra los ricos, se refiere a los que hacían de las riquezas “una idolatría”. Jesús indicaba que “no se puede servir a dos señores: o sirves a Dios o sirves a las riquezas”.
Cuando se da “categoría de Señor a las riquezas, éstas te agarran y no te sueltan. Va contra el primer mandamiento: amar a Dios con todo tu corazón”. Además, la idolatría de las riquezas también atenta “contra el segundo mandamiento porque destruyen la relación armoniosa entre nosotros, los hombres: ‘arruinan la vida’, ‘arruinan el alma’”.
Insistió en que las riquezas “nos alejan de la armonía con nuestros hermanos, del amor al prójimo, nos hacen egoístas”.
“Incluso aquí, en Italia, para salvar los grandes capitales, se deja a la gente sin trabajo. Va contra el segundo mandamiento y quién hace esto: ‘¡Ay de ti!’. No lo digo yo, sino Jesús. Ay de ustedes que explotáis a la gente, que explotáis el trabajo, que pagáis en negro, que no pagáis la contribución para las jubilaciones, que no dais vacaciones. ¡Ay de ti!”, aclamó el Obispo de Roma.
Francisco continuó: “Hacer ‘descuentos’, hacer estafas sobre aquello que se debe pagar, sobre el salario, es un pecado, es pecado. ‘No, padre, yo voy a misa todos los domingos y voy a esa asociación católica y soy muy católico y hago la novena de esto ...’. ¿Pero luego no pagas? Esta injusticia es pecado mortal. No estás en la gracia de Dios. No lo digo yo, lo dice Jesús. Es por eso que las riquezas te alejan del segundo mandamiento, del amor al prójimo”.
El Papa ofreció la Misa por el “noble pueblo chino” con motivo de la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de Sheshan en Shanghai.
La amamos porque ella es también nuestra Madre, como nos la dio el mismo Jesús al pie de la Cruz aquel Viernes por la tarde en Jerusalén
Muchísimas cosas hermosas se pueden decir de nuestra Madre del Cielo, empezando por reconocerla como la criatura más extraordinaria que jamás creó Dios. Ella ha sido colocada sólo por debajo de La Santísima Trinidad, por encima de ángeles y hombres. Por algo es Ella la Reina del Cielo y de la Tierra, Reina de los ángeles, Reina del Purgatorio, Reina nuestra. ¡Madre de Dios mismo! ¿Acaso se puede pensar a una persona como nosotros teniendo el privilegio de ser elegida como Madre de Aquel que ha creado el universo y todo lo que allí habita?
¡Ella es también nuestra Madre, como nos la dio el mismo Jesús al pie de la Cruz aquel Viernes por la tarde en Jerusalén! Y nosotros, inspirados por el Espíritu Santo, Aquel de quien nuestra Madre está llena, la amamos y la buscamos como Puerta del Cielo, como Escalera Santa que nos eleva hasta los portales de la Casa con muchas habitaciones que Dios Padre nos prepara en el Reino prometido.
Pero porque somos débiles y reconocemos nuestra necesidad, también vemos en Ella a nuestra Abogada, la que nos defenderá ante el Justo Juez cuando nos toque el día de rendir cuentas. Jesús, el Rey del Universo, será quien decida nuestro destino aquel día, ante las acusaciones del maligno y del testimonio de nuestra propia vida rodeados de pecado. María, nuestra Abogada, será quien tenga la misión de convencer a Jesús de que tenemos los méritos necesarios para alcanzar la Vida Eterna. Y Ella tiene, en ese rol de Abogada, la capacidad de cambiar la opinión de Jesús, el Juez.
Si, mis hermanos, María como nuestra Abogada puede modificar la Voluntad de Dios mismo por medio de sus argumentaciones de Madre enamorada de sus hijos. Pero la pregunta que nos debemos hacer es, ¿Cómo es que Nuestra Madre Celestial es capaz de hacer que el mismo Dios modifique Su opinión, y cambie Su Voluntad respecto de una decisión que afecta nuestra vida?
Para responder esta pregunta debemos transportarnos a ese maravilloso momento en que Jesús, en los inicios de Su vida pública, transforma el agua en vino ante la solicitud de Su Madre. Está claro en el texto Evangélico que Jesús, en un inicio, no tenía intención de intervenir, e incluso Su reacción ante el pedido no es exactamente la de alguien que dice “por supuesto Madre, ya lo estaba por hacer de todos modos”. Sin embargo Ella, sin perder tiempo en argumentaciones, solicita a los sirvientes que se limiten a hacer lo que Jesús les diga. Jesús, puestas así las cosas, se dirige a las ánforas con agua, y hace el milagro que ya todos conocemos, allá en Caná de Galilea.
¿Cómo es la relación entre esta pequeña mujer y el mismo Dios, que con pedido semejante arranca del Cielo un milagro orientado simplemente a no producir una incomodidad o un mal momento en la boda de un pariente? Lo primero que debemos comprender es el toque maternal de este milagro. No es la curación de un ciego, ni la liberación de un poseso. Es una ayuda doméstica para que la unión matrimonial que inicia una nueva familia no se vea afectada por infortunio alguno. ¿Comprendes el toque materno y del todo humano de este milagro? Las bodas de Caná pueden definirse como el milagro mariano por excelencia, porque Dios lo realiza por intercesión de María, la Niña de Nazaret Madre del mismísimo Verbo Encarnado. Un milagro pensado por una Madre preocupada hasta en los más mínimos detalles que hacen a la vida de sus hijos.
Y es justamente aquí donde debemos detenernos para analizar la forma particular que tiene María para interceder ante Dios con los pedidos que nosotros le hacemos. Jesús, el Hombre-Dios, tiene dos naturalezas bien diferenciadas, pero indisolublemente unidas por otra parte. El es Hombre, y también es Dios. De tal modo que por un momento debemos concentrarnos en Su lado humano, Su Naturaleza humana que lo hace persona como nosotros salvo en el hecho de que El nunca pecó. Y pensemos en la relación que nosotros, como personas, tenemos con nuestra mamá terrenal.
Nuestra mamá terrenal ha sido quien más se ha preocupado de nosotros desde que nacimos, desde que tenemos memoria. Ella nos cuida, nos protege y muchas veces nos sobreprotege. Ella no duerme por las noches cuando nos amenaza un problema, un dolor o una necesidad. Pero por sobre todas las cosas, Ella sabe cómo pedirnos algo. Porque, como bien sabemos, ¿quién se atreve a decirle que no al pedido de nuestra mamá? Ella nos mira a los ojos, nos abraza y nos besa, y nos pide cosas que sabemos son por nuestro bien, aunque no queramos hacerlas. Nos incomoda, pero al fin de cuentas sabemos que es mamá, que ella va a estar siempre haciéndonos esos planteos, esos pedidos para evitar que arriesguemos nuestra salud, nuestra vida, o nuestro futuro.
Jesús, ayer, hoy y siempre, sigue siendo aquel Joven de Galilea sujeto a una relación con Su Madre, exactamente igual a la de todos nosotros con nuestra mamá. Jesús Hombre no puede decirle que no a los pedidos de Su Mamá, como te ocurriría a ti o a mi frente a los pedidos de nuestra propia mamá. La diferencia, es que Jesús es también Dios, además del Joven Hijo de aquella hermosa mujer de Nazaret.
Cuando María le pide algo a Jesús, El, en Su naturaleza humana ve a esta Mujer como Su Mamá terrenal que le hace pedidos irresistibles, transportándolo nuevamente a recuerdos de Su infancia en Nazaret. Y como Hombre, no puede decir que no a los pedidos de Su Mamá, como le ocurrió aquel día en Caná de Galilea. Jesús, Resucitado y Glorificado, aún sigue siendo aquel Joven educado y formado por esta Madre ejemplar. Nosotros tendemos a verlo distante allá en el Cielo, pero la verdad es que El sigue siendo también tan cercano y similar a nosotros como cuando caminaba por la tierra.
Pero Jesús es también Dios, por lo que los pedidos de Su amorosa Madre llegan de inmediato a la Santísima Trinidad. Y allí es donde ocurre la maravilla: Jesús les comunica los pedidos de Su Mamá al Espíritu Santo y a Su Padre Creador. Y ocurre que ninguno de Ellos se resiste a los pedidos de María, porque es que de los Tres surgió ese enamoramiento de la fidelidad, pureza y perfección en todas las virtudes humanas posibles que Ella demostró durante su vida, que hizo que juntos como Trinidad decidieran hacerla Reina de todo lo Creado. Los Tres se derriten por Ella, porque encuentran a María como la más maravillosa evidencia de la perfección en el Amor, del poder del Amor. ¡No existen palabras para expresar el amor que María despierta en la Santísima Trinidad, en Dios Uno y Trino!
Puestas así las cosas, mi amigo, lo único que tenemos que hacer es orar fervorosamente a nuestra Madre Celestial, para convencerla de que eleve a Su Hijo nuestros pedidos. Ella nos escuchará, y decidirá cuales ruegos son dignos de semejante tratamiento excepcional. Pero sepamos de antemano que cuando la convencemos, Jesús responde igual que aquel día en la boda en Caná de Galilea. Nosotros, mientras tanto, sigamos el consejo que Ella nos da, igual que lo hizo en Caná: “Sólo hagan lo que Jesús les diga”.
Beda el Venerable, Santo
Memoria Litúrgica, 25 de mayo
Presbítero y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, servidor de Cristo desde la edad de ocho años, pasó todo el tiempo de su vida en el monasterio de Wearmouth, en Northumbria, en Inglaterra. Se dedicó con fervor en meditar y exponer las Escrituras, y entre la observancia de la disciplina regular y la solicitud cotidiana de cantar en la iglesia, sus delicias fueron siempre estudiar, o enseñar, o escribir († 735).
Etimológicamente: Beda = Aquel que es un buen guerrero, es de origen germánico.
Breve Biografía
El nombre de Beda o Baeda en lengua sajona quiere decir oración. San Beda, “padre de la erudición inglesa” como lo definió el historiador Burke, murió a los 63 años en la abadía de Jarrow, en Inglaterra, después de haber dictado la última página de un libro suyo y de haber rezado el Gloria Patri. Era la víspera de la Ascensión, el 25 de mayo del 735. Cuando sintió que se acercaba la muerte, dijo: “He vivido bastante y Dios ha dispuesto bien de mi vida”.
Beda nació en el año 672 de una modesta familia obrera de Newcastle y recibió su formación en dos monasterios benedictinos de Wearmouth y Jarrow, en donde fue ordenado a los 22 años.
Las dos más grandes satisfacciones de su vida las condensó él mismo en tres verbos: aprender, enseñar, escribir. La mayor parse de su obra de escritor tiene su origen y finalidad en la enseñanza. Escribió sobre filosofía, cronología, aritmética, gramática, astronomía, música, siguiendo el ejemplo de san Isidro. Pero san Beda es ante todo un teólogo, de estilo sencillo, accesible a todos.
Se le presenta como uno de los padres de toda la cultura posterior, influyendo, por medio de la escuela de York y la escuela carolingia, sobre toda la cultura europea. Entre los monumentos insignes de la historiografía queda su Historia eclesiástica gentis Anglorum, que le mereció ser proclamado en el sínodo de Aquisgrana, en el 836, “venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis”. Le gustaba definirse “historicus verax”, historiador veraz, consciente de haber prestado un servicio a la verdad.
Terminó su voluminosa obra histórica con esta oración: “Te pido, Jesús mío, que me concediste saborear con delicia las palabras de tu sabiduría, concederme por tu misericordia llegar un día a ti, fuente de sabiduría, y contemplar tu rostro”. El Papa Gregorio II lo había llamado a Roma, pero Beda le suplicó que lo dejara en la laboriosa soledad del monasterio de Jarrow, del que se alejó sólo por pocos meses, para poner las bases de la escuela de York, de la que después salió el célebre Alcuino, maestro de la corte carolingia y fundador del primer estudio parisiense.
Después de haber dictado la última página de su Comentario a san Juan, le dijo al monje escribano: “ahora sosténme la cabeza y haz que pueda dirigir los ojos hacia el lugar santo donde he rezado, porque siento que me invade una gran dulzura”. Fueron sus últimas palabras.