La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular

Adoro Te Devote

El Himno

EN LATIN

EN ESPAÑOL

Adóro te, devóte, latens déitas,

Te adoro con devoción, Dios escondido,

quæ sub his figúris vere latitas.

oculto verdaderamente bajo estas apariencias.

Tibi se cor meum totum súbiicit,

A ti se somete mi corazón por completo,

quia te contémplans totum déficit.

y se rinde totalmente al contemplarte.

Visus, tactus, gustus in te fállitur,

Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto,

sed audítu solo tuto créditur;

pero basta con el oído para creer con firmeza;

credo quidquid dixit Dei Fílius:

creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios;

nil hoc verbo veritátis vérius.

nada es más verdadero que esta palabra de verdad.

In Cruce latébat sola déitas,

En la cruz se escondía sólo la divinidad,

at hic latet simul et humánitas;

pero aquí también se esconde la humanidad;

ambo tamen credens atque cónfitens,

creo y confieso ambas cosas,

peto quod petívit latro pœnitens.

y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

Plagas, sicut Thómas, non intúeor,

No veo las llagas como las vio Tomás,

Deum tamen meum te confíteor;

pero confieso que eres mi Dios;

fac me tibi semper magis crédere,

haz que yo crea más y más en ti,

in te spem habére, te dilígere.

que en ti espere, que te ame.

O memoriále mortis Dómini!

¡Oh memorial de la muerte del Señor!

Panis vivus, vitam præstans hómini;

Pan vivo que da la vida al hombre;

præsta meæ menti de te vívere,

concédele a mi alma que de ti viva,

et te illi semper dulce sápere.

y que siempre saboree tu dulzura.

Pie pellicáne, Iesu Dómine,

Señor Jesús, bondadoso pelícano,

me immúndum munda tuo sánguine:

límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,

cuius una stilla salvum fácere

de la que una sola gota puede liberar

totum mundum quit ab omni sælere.

de todos los crímenes al mundo entero.

Iesu, quem velátum nunc aspício,

Jesús, a quien ahora veo escondido,

oro, fiat illud quod tam sítio;

te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:

ut te reveláta cernens fácie,

que al mirar tu rostro ya no oculto,

visu sim beátus tuæ gloriæ.

sea yo feliz viendo tu gloria.

Amen.

Amén.

Descripción

(“Yo te adoro devotamente”)

Un himno llamado a veces Rhythmus, u OratioS. Thomas (sc. Aquinatis) escrito cerca del año 1260 (?), el cual no forma parte del Oficio o la Misa del Santísimo Sacramento, aunque fue encontrado en el Misal Romano (In gratiarum actione post missam) con cien días de indulgencia para sacerdotes (posteriormente extendida a todos los fieles por decreto de la Sagrada Comición para las Indulgencias, 17 de junio de 1895). También se halla comúnmente en devocionarios e himnarios. Ha recibido diesiséis traducciones a la versión en inglés. El texto en latín, con traducción al inglés, puede ser encontrado en el “Manual de Oraciones” de Baltimore (659, 660). Uno de cada dos estribillos está insertado después de cada cuarteta (una variación de uno de los que aparece en el Manual), pero originalmente el himno carecía de estribillo.

Evangelio según San Marcos 12,1-12. 

Jesús se puso a hablarles en parábolas: "Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. 

A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. 

Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. 

De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes. 

Envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon o mataron a muchos otros. 

Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: 'Respetarán a mi hijo'. 

Pero los viñadores se dijeron: 'Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra'. 

Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. 

¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros. 

¿No han leído este pasaje de la Escritura: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: 
esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?". 

Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron. 

San Francisco Caracciolo, presbítero y fundador

En Agnone, del Abruzosan Francisco Caracciolo, presbítero, fundador de la Orden de Clérigos Regulares Menores, que amó de modo admirable a Dios y al prójimo.

Francisco Caracciolo nació el 13 de octubre de 1563 en Villa Santa María, en los Abruzos. Su padre pertenecía a la rama de los Pisquizio, en el árbol genealógico de los príncipes napolitanos de Caracciolo. La familia de su madre podía ufanarse de su parentesco con Santo Tomás de Aquino. En la pila bautismal recibió el nombre de Ascanio. Bien educado por sus padres, respondió cabalmente a las esperanzas que tenían puestas en él y creció hasta convertirse en un joven modelo, devoto y caritativo. En otros aspectos, llevaba la existencia de los muchachos de la nobleza; era aficionado a los deportes, sobre todo a la caza. Al cumplir los veintiún años, padeció una enfermedad de la piel, parecida a la lepra, que rápidamente adquirió una virulencia tal, que su caso se consideraba perdido. Con la muerte frente a él, hizo el voto de dedicar su vida al servicio de Dios y del prójimo, si recuperaba la salud. Y desde ese momento comenzó a sanar con tanta prisa, que todos consideraron su curación como un milagro. Ansioso por cumplir su promesa, en cuanto estuvo bien, se fue a Nápoles a seguir la carrera del sacerdocio. Inmediatamente después de su ordenación, se unió a una hermandad llamada los "Bianchi della Giustizia", cuyos miembros se ocupaban de manera especial de cuidar a los presos y de preparar a los criminales condenados a muerte a recibirla santamente. Aquel era el preludio indicado para la carrera que iba a revelarse al joven sacerdote.

En el año de 1588, Giovanni Agostino Adorno, un patricio genovés que había ingresado a las órdenes religiosas, quiso poner en práctica su idea de fundar una asociación de sacerdotes dispuestos a mezclar la vida contemplativa con la activa. Para ello consultó a Fabriccio Caracciolo, diácono de la iglesia colegiata de Santa María la Mayor, en Nápoles. Este envió una carta para pedir la colaboración de un tal Ascanio Caracciolo, pariente lejano, carta ésta que fue entregada, por equivocación, a nuestro santo (recordemos que Ascanio era, en realidad, su nombre de pila). Sin embargo, las aspiraciones del decano Adorno coincidían de manera tan perfecta con las suyas, que el sacerdote reconoció la mano de Dios en aquel error aparente y se apresuró a asociarse con Adorno. A manera de preparativo, los nuevos socios hicieron un retiro de cuarenta días en el establecimiento de los camaldulenses de Nápoles y ahí, tras un riguroso ayuno y oración continua, esbozaron las reglas para la orden. Tan pronto como el grupo pudo contar con doce miembros, Caracciolo y Adorno partieron a Roma con el propósito de obtener la aprobación del Sumo Pontífice. El lº de junio de 1588, Sixto V ratificó solemnemente la nueva sociedad bajo el título de Clérigos Regulares Menores. El 9 de abril del año siguiente, los dos fundadores hicieron su profesión; Ascanio Caracciolo tomó el nombre de Francisco, por devoción al gran santo de Asís. Además de los tres votos acostumbrados, los miembros de la nueva sociedad hicieron otro: no procurar nunca algún puesto alto o dignidad, dentro o fuera de la orden.

A fin de dejar asegurada la penitencia constante, se estableció que cada día un hermano debía ayunar a pan y agua, otro debería usar la disciplina y un tercero, la camisa de cerdas. De la misma manera, Francisco decretó, en aquel período de formación o cuando llegó a superior, que todos los clérigos debían pasar una hora al día en oración ante el Santísimo Sacramento. No habían acabado de acomodar a los hermanos en una casa situada en un suburbio de Nápoles, cuando los fundadores, Francisco y Adorno, partieron hacia España, en respuesta a un deseo expreso del Papa para que establecieran allá su orden, en vista de que Adorno estaba muy relacionado en aquel país. Sin embargo, no era aquel un momento oportuno: la corte de Madrid no les permitió hacer fundación alguna, y los dos tuvieron que regresar, sin haber logrado su objetivo. En el viaje de regreso tuvieron un naufragio; pero en cuanto llegaron a Nápoles, vieron recompensadas sus penurias con noticias muy gratas sobre su fundación.

Durante su ausencia, la casita del suburbio había resultado insuficiente para albergar a todos los que querían ingresar en la orden, y se había invitado a los clérigos para que ocuparan Santa María la Mayor, ya que el superior de la iglesia colegiata, Fabriccio Caracciolo, también se había hecho miembro de la nueva sociedad. Los Clérigos Regulares Menores trabajaban sobre todo como misioneros, pero algunos de entre ellos desempeñaban su ministerio sacerdotal en prisiones y hospitales. También contaban con lugares apartados, que ellos llamaban ermitas, para que los ocuparan aquellos que se sintieran llamados a la soledad y la contemplación. 

Francisco contrajo una grave enfermedad y, apenas se había restablecido, cuando sufrió la pena de perder a su amigo Adorno, quien murió a la edad de cuarenta años, a poco de haber regresado de un viaje a Roma, relacionado con los asuntos del instituto en el que era superior. Enteramente contra su voluntad, Francisco fue elegido para ocupar el puesto vacante; se creía indigno de tomar el cargo y, desde entonces, firmaba a menudo sus cartas como «Franciscus Peccator». Asimismo, insistió en conservar su turno para barrer los cuartos, tender las camas y lavar la loza en la cocina, lo mismo que los demás. Las pocas horas que concedía al sueño, las pasaba sobre una mesa o en las gradas del altar. Sus amados pobres sabían que todas las mañanas podían encontrar a su benefactor en el confesionario. Para socorrerlos, Francisco pedía limosna por las calles, con ellos compartía buena parte de su frugal comida y, algunas veces, en el invierno, se despojaba de sus ropas de abrigo para dárselas. Para el bien de su sociedad, hizo dos visitas más a España, en los años de 1595 y 1598, y consiguió fundar casas en Madrid, Valladolid y Alcalá. 

Francisco se vio obligado a desempeñar el cargo de superior general durante siete años, a pesar de que sus actividades le resultaban extremadamente fatigosas, no sólo por su salud delicada, sino, sobre todo, porque al establecer y extender la orden, tuvo que hacer frente a oposiciones, desprecios y, a veces, maliciosas calumnias. Cuando al fin obtuvo el permiso del Papa Clemente VIII para renunciar, se constituyó en prior y maestro de novicios en Santa María la Mayor. El trabajo apostólico lo desarrollaba en el confesionario y desde el pulpito; sus sermones, ardientes y conmovedores, versaban tan a menudo sobre la inmensidad de la misericordia divina hacia los hombres, que llegó a llamársele el «Predicador del Amor de Dios». También se afirma que, con el signo de la cruz, devolvió la salud a innumerables enfermos.

En 1607 se le desligó de todas las obligaciones administrativas y se le permitió entregarse a la vida contemplativa, como una preparación para la muerte. Escogió su celda en un cuartucho, bajo la escalera de la vieja casa napolitana, y con frecuencia se le encontró ahí, tendido en el suelo, con los brazos extendidos y perdido en sus arrobamientos. Fue en vano que el Papa le ofreciese obispados; Francisco nunca había deseado las dignidades y menos entonces, cuando su mente y su corazón estaban puestos en el cielo. Sin embargo, no estaba destinado a morir en Nápoles. San Felipe Neri había ofrecido a los Clérigos Regulares Menores una casa en Agnone, en los Abruzos, para el noviciado, y se propuso que san Francisco fuese a vigilar los pasos iniciales de la nueva fundación. Durante su viaje se detuvo en Loreto, donde se le otorgó la gracia de pasar toda la noche en oración en la capilla de la Santa Casa. Cuando invocaba la ayuda de Nuestra Señora en favor de su grey, se le apareció Adorno, ya fuera en un sueño o en una visión, para anunciarle su próxima muerte. Llegó a Agnone aparentemente sano, pero en su fuero interno no se hacía ilusiones. El primer día de junio cayó postrado, presa de una fiebre que aumentó de continuo. Tuvo tiempo de dictar los términos fervorosos de una carta en la que pedía a los miembros de la sociedad que permanecieran fieles a la regla. Después pareció quedar absorto en la meditación, hasta el ocaso, cuando levantó la voz para clamar: «¡Vamonos! ¡Vamonos!» «¿A dónde quieres ir, hermano Francisco?», inquirió uno de los que le cuidaban. «¡Al Cielo, al Cielo!», repuso el santo con voz clara y acento triunfante. Apenas había pronunciado estas palabras, cuando su deseo se vio realizado, y Francisco Caracciolo, a la edad de cuarenta y cuatro años, pasó a recibir su recompensa en una vida mejor. San Francisco fue canonizado en 1807. Su orden de Clérigos Regulares Menores llegó a ser una institución floreciente, pero en la actualidad es casi desconocida fuera de Italia, donde se los llama «Caracciolini».

En los siglos diecisiete y dieciocho, se publicó un número considerable de biografías de san Francisco Caracciolo, por ejemplo, las de Vives (1654), Pistelli (1701) y Cencelli (1769). En épocas más recientes, tenemos una biografía de Ferrante (1862) y, en 1908, G. Tagliatela publicó un libro titulado: Terzo Centenario di S. Francesco Caracciolo. Un relato acertado sobre la iniciación y el desarrollo de los Clérigos Regulares Menores, es el de M. Heimbucher en su libro, Orden und Kongregationen, tercera edición.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

¿Por qué la fiesta de Corpus Christi?

El Papa Benedicto XVI explica así la historia de esta fiesta, que remonta al siglo XIII

Por: S.S. Benedicto XVI | Fuente: PrimerosCristianos.com 

La solemnidad del Corpus Christi tuvo origen en un contexto cultural e histórico determinado: nació con el objetivo de reafirmar abiertamente la fe del Pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía”.

Santa Juliana de Cornillón tuvo una vision que “presentaba la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente. El Señor le hizo comprender el significado de lo que se le había aparecido. La luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra; la línea opaca representaba, en cambio, la ausencia de una fiesta litúrgica(…) en la que los creyentes pudieran adorar la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento (…).

La buena causa de la fiesta del Corpus Christi conquistó también a Santiago Pantaleón de Troyes, que había conocido a la santa durante su ministerio de archidiácono en Lieja. Fue precisamente él quien, al convertirse en Papa con el nombre de Urbano IV, en 1264 quiso instituir la solemnidad del Corpus Christi como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés.

Hasta el fin del mundo

En la bula de institución, titulada Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264) el Papa Urbano alude con discreción también a las experiencias místicas de Juliana, avalando su autenticidad, y escribe: «Aunque cada día se celebra solemnemente la Eucaristía, consideramos justo que, al menos una vez al año, se haga memoria de ella con mayor honor y solemnidad. De hecho, las otras cosas de las que hacemos memoria las aferramos con el espíritu y con la mente, pero no obtenemos por esto su presencia real. En cambio, en esta conmemoración sacramental de Cristo, aunque bajo otra forma, Jesucristo está presente con nosotros en la propia sustancia. De hecho, cuando estaba a punto de subir al cielo dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)».

El Pontífice mismo quiso dar ejemplo, celebrando la solemnidad del Corpus Christi en Orvieto, ciudad en la que vivía entonces. Precisamente por orden suya, en la catedral de la ciudad se conservaba —y todavía se conserva— el célebre corporal con las huellas del milagro eucarístico acontecido el año anterior, en 1263, en Bolsena.

Un sacerdote, mientras consagraba el pan y el vino, fue asaltado por serias dudas sobre la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Milagrosamente algunas gotas de sangre comenzaron a brotar de la Hostia consagrada, confirmando de ese modo lo que nuestra fe profesa.

Textos que remueven

Urbano IV pidió a uno de los mayores teólogos de la historia, santo Tomás de Aquino—que en aquel tiempo acompañaba al Papa y se encontraba en Orvieto—, que compusiera los textos del oficio litúrgico de esta gran fiesta. Esos textos, que todavía hoy se siguen usando en la Iglesia (himno Adorote Devote), son obras maestras, en las cuales se funden teología y poesía. Son textos que hacen vibrar las cuerdas del corazón para expresar alabanza y gratitud al Santísimo Sacramento, mientras la inteligencia, adentrándose con estupor en el misterio, reconoce en la Eucaristía la presencia viva y verdadera de Jesús, de su sacrificio de amor que nos reconcilia con el Padre, y nos da la salvación.(…)

Una «primavera eucarística»

Quiero afirmar con alegría que la Iglesia vive hoyuna «primavera eucarística»: ¡Cuántas personas se detienen en silencio ante el Sagrario para entablar una conversación de amor con Jesús! Es consolador saber que no pocos grupos dejóvenes han redescubierto la belleza de orar en adoración delante del Santísimo Sacramento. Pienso, por ejemplo, en nuestra adoración eucarística en Hyde Park, en Londres. Pido para que esta «primavera eucarística» se extienda cada vez más en todas las parroquias, especialmente en Bélgica, la patria de santa Juliana. El venerable Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, constataba que «en muchos lugares (…) la adoración del Santísimo Sacramento tiene diariamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable desantidad. La participación fervorosa de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia del Señor, que cada año llena de gozo a quienes participan en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico» (n. 10).

Recordando a santa Juliana de Cornillón, renovemos también nosotros la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Como nos enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, «Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y su divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino» (n. 282).

Queridos amigos, la fidelidad al encuentro con Cristo Eucarístico en la santa misa dominical es esencial para el camino de fe, pero también tratemos de ir con frecuencia a visitar al Señor presente en el Sagrario. Mirando en adoración la Hostia consagrada encontramos el don del amor de Dios, encontramos la pasión y la cruz de Jesús, al igual que su resurrección.

Fuente de alegría

Precisamente a través de nuestro mirar en adoración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como transforma el pan y el vino. Los santos siempre han encontrado fuerza, consolación y alegría en el encuentro eucarístico. Con las palabras del himno eucarístico Adoro te devote repitamos delante del Señor, presente en el Santísimo Sacramento: «Haz que crea cada vez más en ti, que en ti espere, que te ame». Gracias.

 BENEDICTO XVI, Audiencia general, 17 de noviembre de 2010

¿Cómo quiero ser?
¿Un fiel labrador o quiero actuar como los viñadores del Evangelio?

Santo Evangelio según San Marcos 12, 1-12. Lunes IX de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por este momento que me permites para hablar de corazón a corazón. Dame la gracia de poder actuar siempre conforme a tu voluntad, amándote con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 12, 1-12

En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos y les dijo:

"Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre para el vigilante, se la alquiló a unos viñadores' y se fue de viaje al extranjero.

A su tiempo, les envió a los viñadores a un criado para recoger su parte del fruto de la vid. Ellos se apoderaron de él, lo golpearon y lo devolvieron sin nada. Les envió otro criado, pero ellos lo descalabraron y lo insultaron. Volvió a enviarles otro y lo mataron. Les envió otros muchos y los golpearon o los mataron.

Ya sólo le quedaba por enviar a uno, su hijo querido, y finalmente también se lo envió, pensando: 'A mi hijo sí lo respetarán'. Pero al verlo llegar, aquellos viñadores se dijeron: 'Éste es el heredero; vamos a matarlo y la herencia será nuestra'. Se apoderaron de él, lo mataron y arrojaron su cuerpo fuera de la viña.

¿Qué hará entonces el dueño de la viña? Vendrá y acabará con esos viñadores y dará la viña a otros. ¿Acaso no han leído en las Escrituras: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente?".

Entonces los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, quisieron apoderarse de Jesús, porque se dieron cuenta de que por ellos había dicho aquella parábola, pero le tuvieron miedo a la multitud, dejaron a Jesús y se fueron de ahí.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Los labradores del Evangelio creen que la viña es suya, se creen dueños, capaces de hacer con ella lo que quieran. Pero se equivocan, la viña es de Dios. Él sabe lo que quiere hacer con ella; lo que Él pide son los frutos que hayamos producido en ella. Porque la viña es de Dios, Él pide sus frutos "a su tiempo". Como cristianos estamos llamados a cuidar y sembrar en todo tiempo, para que, cuando el dueño de la viña pida los frutos, podamos dárselos.

Trabajemos bien la viña del Señor, para dar los frutos que Él nos pida. ¿Cómo? Haciendo siempre su voluntad. Estando siempre en contacto con Él, para no creernos los dueños y querer hacer en la viña lo que queramos. Normalmente el dueño conoce las necesidades y también nos conoce bien, como para poder pedir lo mejor para la viña y para nosotros.

No seamos como los labradores de la viña, que se creyeron dueños e hicieron lo que ellos querían, ambicionaron lo que no era suyo. Asumieron una actitud posesiva y se negaron a entregar lo que no era suyo.

Dios no se olvida de su viña, siempre está atento a ella, confía en que las manos que la trabajen cosecharán y entregarán los frutos a su tiempo.

Para hacer entender cómo Dios Padre responde a los desprecios opuestos a su amor y a su propuesta de alianza, el pasaje evangélico pone en boca del jefe de la viña una pregunta: "Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?".

Esta pregunta subraya que la desilusión de Dios por el comportamiento perverso de los hombres no es la última palabra. Está aquí la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso desilusionado por nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su palabra, no se detiene y sobre todo ¡no se venga! Hermanos y hermanas, ¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para perdonarnos, para abrazarnos.

(Ángelus de S.S. Francisco, 8 de octubre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscar un tiempo para estar con Jesús Eucaristía para recordar todo su amor por mí y pedirle perdón por las veces en que he rechazado su amor y no he trabajado por labrar su viña.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¡Tú tienes que dar fruto!

No te resignes a ser del montón, lucha por ser diferente

El evangelio de los viñadores homicidas es punzante. Los flojos le caen mal a Dios; los zánganos que chupan y no producen son execrables. El árbol que no da fruto termina en el fuego convertido en leña.

¡Tú tienes que dar fruto! Te matas a ti mismo cuando, día a día, un omnipotente egoísmo prevalece como rey de tu vida. ¡Cuántos de los que escuchan son pámpanos y nada de uva! Prepárense para el hacha, y luego para el fuego.

Lástima de vidas jóvenes que a sí mismas se condenan a la hoguera. Tarde, demasiado tarde, lamentarán el haber convertido la primavera de la vida en gélido invierno.

No todos son así. Felicito a los que no se resignan a ser del montón, basura junto al camino; felicito a los que luchan por ser diferentes, los que van aferrados a un alto ideal. Hay muchos aquí, y no serán cortados, porque están destinados a producir abundante fruto. Les podará el buen jardinero para que produzcan más.

Ojalá que todos quisieran ser así, a través, quizás, de una inyección de vigor, de entusiasmo por vivir en plenitud.

Cristo quiere injertar en tus estériles ramas nueva savia de vida; déjate cortar las ramas estériles; déjate podar para dar fruto.

Novena a San Antonio de Padua

Su vida fue un holocausto de entrañable amor a los hombres. Se reza del 4 al 12 de junio

ORACIÓN INICIAL

¡Amadísimo Protector mío, San Antonio! Heme aquí, a tus pies, plenamente confiado en tu poderosa intercesión. Mírame con aquel espíritu de dulce y tierna compasión con que mirabas a los pobres. ¡Pobre soy yo, Santo mío! Me veo lleno de miserias. La vida para mi es continua lucha. Pan de felicidad, de alegría, de salud, de paz, de virtud... ¡cuánto me hace falta y cuánto espero de tu amorosa protección! Otórgamelo, te lo pido humildemente, para que tu nombre de Taumaturgo sea nuevamente glorificado. Creo en tu poder, espero en tu bondad, amo tu corazón de padre y bendigo a Nuestro Señor, que te hizo grande en la tierra y en el cielo. Amén.

ORACIÓN FINAL

Alegre, Señor, a vuestra Iglesia la devota y humilde oración del glorioso San Antonio, vuestro siervo; para que seamos siempre socorridos en esta vida con los auxilios de la gracia y merezcamos conseguir después los gozos eternos de la gloria; por Nuestro Señor Jesucristo, que con Vos y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

  1. Predicador egregio, ruega por nosotros, Antonio beatísimo.
    R. Para que por tu intercesión alcancemos los gozos de la vida.

DÍA PRIMERO

Por la señal ... Oración inicial.

Admirable fe de San Antonio. La vida del santo Taumaturgo es un continuo pregón de la fe cristiana. Por ella, muy joven, ansía derramar su sangre a la vista de los mártires franciscanos de Marruecos. Por ella se entrrga completamente a Dios en vida santa y perfectísima de evangelización que fue pasmo del mundo, rica en portentos y maravillas... ¿Qué vida de fe es la mía?

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final.

DÍA SEGUNDO
Por la señal ... Oración inicial.

Esperanza de San Antonio. Amó vivamente el Santo esta virtud. Una vida de sacrificio, en lucha constante contra el infierno, el mundo y las pasiones, sería imposible sin una gran esperanza, hija de una gran confianza en la bondad divina, en la paternal Providencia de Dios y en la ayuda constante de su gracia... Por eso el Santo jamás desmayó en su vida de incesante y penoso esfuerzo. ¡Contaba con Dios! Humillémonos y contemos, no con nuestras fuerzas, sino con las divinas, esperando en Dios.

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final.

DÍA TERCERO

Por la señal... Oración inicial.

Caridad divina de San Antonio. Distinguió a San Antonio el Serafín de Asís, San Francisco, con particular amor. No ignoraba, sin duda, que, como buen hijo suyo, era otro Serafín de caridad. ¿Quién podrá adivinar la ternura de su amor a Jesús? Aquella escena en que el Niño Dios se recrea en los brazos del Santo puede servir para hacernos adivinar sus éxtasis, sus deliquios, sus ternuras seráficas... ¡ Qué ejemplo para mí, frío miserable, pobre pecador.

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final. 

DÍA CUARTO

Por la señal... Oración inicial.

Caridad fraternal de San Antonio. He aquí un Santo cuya vida fue un holocausto de entrañable amor a los hombres. Puede decirse que toda ella no fue sino una caricia a los pobres pecadores, a los tristes enfermos, a los atormentados por las negruras de la miseria... Y tanto placer debió de encontrar el Santo en este amor fraterno a sus semejantes, que ni la muerte lo interrumpió... Hoy, como en vida, sigue prodigándonos las mismas caricias.. ¡Qué su ejemplo me mueva a compasión de los desgraciados!

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final.  DÍA QUINTO

Por la señal... Oración inicial.

Pureza de San Antonio. No en vano lleva el Santo en sus manos un lirio... Fue una azucena de la Iglesia. El demonio quiso mancharla con su baba inmunda, pero el Santo la guardó como un tesoro; la defendió con seto austero e impenetrable de cilicios, vigilias, disciplinas, ayunos, oraciones, trabajos... ¿Qué haces tú para guardar la pureza de tu cuerpo y de tu alma?...

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final.

DÍA SEXTO

Por la señal... Oración inicial.

Humildad de San Antonio. También en este Santo, y por manera singular y maravillosa, se cumplió el dicho de Jesucristo: "El que se humille será ensalzado". Se ocultó como una violeta ; buscó el retiro, el silencio y, dotado de altísima sabiduría, la tuvo oculta y sólo la obediencia pudo abrir con su llave de oro aquellos raudales portentosos que hicieron a San Antonio Arca del Testamento…¡De cuántos bienes te priva tu soberbia !…

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final. 

DÍA SÉPTIMO

Por la señal.. Oración inicial.

Pobreza de San Antonio. Nacido en dorada cuna, ante las sonrisas y halagos del mundo, San Antonio abraza la pobre Orden Franciscana... Se hace hijo de aquel desposado con la dama Pobreza, San Francisco, y, como él, la sigue por abrojos y espinas, privaciones y sufrimientos, contento con sus dolorosas y dulces caricias... Su despego del mundo, le hizo rico en bienes celestiales... Trocó el oro de la tierra por el oro inestimable del amor divino. . Despégate de los bienes terrenos, si verdaderamente quieres salvarte...

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final.

DÍA OCTAVO

Por la señal... Oración inicial.

Obediencia de San Antonio. La obediencia es la muerte de la propia voluntad, y cuando el hombre mata a ésta, ha matado a su mayor enemigo. La voluntad divina, manifestada por los legítimos Superiores, obra entonces maravillas en las almas. San Antonio fue obedientísimo. Lo fue tanto, que a un acto suyo de obediencia, predicando cuando le creían un ignorante, debemos el haber descubierto a este nuevo Doctor de las gentes... ¡Obedece, humilla tu amor propio:Dios te ensalzará!…

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final.

DÍA NOVENO

Por la señal... Oración inicial.

San Antonio, protector de los que sufren. Todo sufrimiento, en cualquiera de sus manifestaciones, el dolor del pecado, la pérdida de salud, la escasez de recursos, las injustas persecuciones, la ausencia de paz, las hondas preocupaciones, las grandes tristezas…, cuanto puede atenazar el alma..., fue motivo de compasión para el Santo, fue materia de milagros suyos, fue blanco de su misericordia... ¿Qué se ocultó u oculta a su corazón compasivo? Acudamos, pues, a él con vivísima confianza.

Tres glorias a la Santísima Trinidad, Padrenuestro, Avemaría y Gloria y luego la oración final.

Sagrado Corazón de Jesús

El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios. 

Les dejamos un video por el día de Sagrado Corazón de Jesús, y con él unas hermosas palabras del Papa Francisco a propósito de esta hermosa fiesta que se celebra cada año en el mes de Junio: 

«La piedad popular valora mucho los símbolos, y el Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad. 

En los Evangelios encontramos diversas referencias al Corazón de Jesús, por ejemplo en el pasaje donde Cristo mismo dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 28-29). Es fundamental, luego, el relato de la muerte de Cristo según san Juan. Este evangelista, en efecto, testimonia lo que vio en el Calvario, es decir, que un soldado, cuando Jesús ya estaba muerto, le atravesó el costado con la lanza y de la herida brotaron sangre y agua (cf. Jn 19, 33-34). Juan reconoce en ese signo, aparentemente casual, el cumplimiento de las profecías: del corazón de Jesús, Cordero inmolado en la cruz, brota el perdón y la vida para todos los hombres. 

Pero la misericordia de Jesús no es solo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre! Nos lo dice también el Evangelio de hoy, en el episodio de la viuda de Naín (Lc 7, 11-17). Jesús, con sus discípulos, está llegando precisamente a Naín, un poblado de Galilea, justo en el momento que tiene lugar un funeral: llevan a sepultar a un joven, hijo único de una mujer viuda. La mirada de Jesús se fija inmediatamente en la madre que llora. Dice el evangelista Lucas: «Al verla el Señor, se compadeció de ella» (v. 13). Esta «compasión» es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, es decir, la actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra indigencia, nuestro sufrimiento, nuestra angustia. El término bíblico «compasión» remite a las entrañas maternas: la madre, en efecto, experimenta una reacción que le es propia ante el dolor de los hijos. Así nos ama Dios, dice la Escritura. 

Y ¿cuál es el fruto de este amor, de esta misericordia? ¡Es la vida! Jesús dijo a la viuda de Naín: «No llores», y luego llamó al muchacho muerto y le despertó como de un sueño (cf. vv. 13-15). Pensemos esto, es hermoso: la misericordia de Dios da vida al hombre, le resucita de la muerte. El Señor nos mira siempre con misericordia; no lo olvidemos, nos mira siempre con misericordia, nos espera con misericordia. No tengamos miedo de acercarnos a Él. Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, Él siempre nos perdona. ¡Es todo misericordia! Vayamos a Jesús. un corazón misericordioso.

Dirijámonos a la Virgen María: su corazón inmaculado, corazón de madre, compartió al máximo la «compasión» de Dios, especialmente en la hora de la pasión y de la muerte de Jesús. Que María nos ayude a ser mansos, humildes y misericordiosos con nuestros hermanos».

¡Pidámosle hoy al Señor que nos ayude a tener un corazón semejante al suyo!

"JESÚS DESEA QUE SEAN DERRIBADOS LOS MUROS DE LA INDIFERENCIA Y DEL SILENCIO CÓMPLICE"
Francisco: "La Iglesia es nuestra casa, donde hay y debe haber un lugar para todos"
Emotiva homilía del Papa en Ostia: "La Eucaristía en la vida se traduce pasando del yo al tú"

Jesús Bastante, 03 de junio de 2018 a las 18:54

Francisco pronuncia su homilía en OstiaOsservatore Romano

Todos conocemos a personas solas, que sufren y que están necesitadas: son sagrarios abandonados

(Jesús Bastante).- "La Iglesia es nuestra casa, donde hay y debe haber un lugar para todos". Francisco quiso celebrar la solemnidad del Corpus Christi en la parroquia de Santa Mónica de Ostia. En la misa, en una explanada en la que miles de personas quisieron acompañar al Papa, Bergoglio recordó que "la Eucaristía en la vida se traduce pasando del yo al tú".

"Jesús prepara para nosotros y nos pide que también nosotros preparemos. ¿Qué prepara para nosotros? Un lugar y un alimento", señaló el Papa, quien apuntó cómo nos prepara una "casa aquí abajo, amplia y espaciosa", que es la Iglesia, "donde hay y debe haber un lugar para todos". Pero, también, un lugar arriba, "en el paraíso". Junto a la casa, el alimento, "un pan que es el mismo". Ambas cosas "son la comida y el alojamiento definitivos", y "ambas se dan en la Eucaristía".

"Jesús nos prepara un puesto aquí abajo, porque la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia, la genera y regenera, la reúne y le da fuerza", señaló el Papa, quien añadió que también "nos prepara un puesto en la eternidad", porque "el pan del cielo viene de allí, es la única materia en esta tierra que sabe realmente a eternidad".

"Es el pan que sacia nuestros deseos más grandes y alimenta nuestros sueños más hermosos", glosó Bergoglio. También en la vida "necesitamos alimentarnos continuamente, y no solo de comida, sino también de proyectos y afectos, deseos y esperanzas".

"Tenemos hambre de ser amados", recordó el Papa, quien apuntó que el pan de la Eucaristía "es el único que sacia, porque no hay amor más grande. Allí encontramos a Jesús realmente, compartimos su vida, sentimos su amor; allí puedes experimentar que su muerte y resurrección son para ti".

"Pidamos la gracia de estar hambrientos de Dios, nunca saciados de recibir lo que él prepara para nosotros", rogó Francisco, quien señaló que, como hicieron los discípulos, también a los cristianos nos toca preparar. ¿Dónde? "Jesús no prefiere lugares exclusivos y excluyentes. Busca espacios que no han sido alcanzados por el amor, ni tocados por la esperanza".

Ir a "esos lugares incómodos", donde "tantas personas carecen de un lugar digno para vivir y del alimento para comer". "Todos conocemos a personas solas, que sufren y que están necesitadas: son sagrarios abandonados", apeló Francisco, quien insistió en que "nosotros, que recibimos de Jesús comida y alojamiento, estamos aquí para preparar un lugar y un alimento a estos hermanos más débiles". Haciendo así Eucaristía, que "en la vida se traduce pasando del yo al tú".

Porque "Jesús desea que sean derribados los muros de la indiferencia y del silencio cómplice, arrancadas las rejas de los abusos y las intimidaciones, abiertas las vías de la justicia, del decoro y la legalidad", señaló el Papa, admirando el amplio paseo marítimo de esta ciudad de Ostia, y llamando, en una preciosa metáfora, a salir mar adentro de la vida.

"Pero para hacer esto hay que soltar esos nudos que nos unen a los muelles del miedo y de la opresión. La Eucaristía invita a dejarse llevar por la ola de Jesús, a no permanecer varados en la playa en espera de que algo llegue, sino a zarpar libres, valientes, unidos", culminó Francisco, quien concluyó recordando a los más pobres que "el Señor quiere estar cerca. Abrámosle las puertas y digámosle:

Ven, Señor, a visitarnos.
Te acogemos en nuestros corazones,
en nuestras familias, en nuestra ciudad.
Gracias porque nos preparas el alimento de vida
y un lugar en tu Reino.
Haz que seamos activos en la preparación,
portadores gozosos de ti que eres el camino,
para llevar fraternidad, justicia y paz
a nuestras calles. Amén".

Homilía del Papa:

En el Evangelio que hemos escuchado se narra la Última Cena, pero sorprendentemente la atención está más puesta en los preparativos que en la cena. Se repite varias veces el verbo "preparar". Los discípulos preguntan, por ejemplo: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» (Mc 14,12). Jesús los envía a prepararla dándoles indicaciones precisas y ellos encuentran «una habitación grande, acondicionada y dispuesta» (v. 15). Los discípulos van a preparar, pero el Señor ya había preparado.

Algo similar ocurre después de la resurrección, cuando Jesús se aparece por tercera vez a los discípulos: mientras pescan, él los espera en la orilla, donde les prepara pan y pescado. Pero, al mismo tiempo, pide a los suyos que lleven un poco del pescado que acababan de pescar y que él mismo les había indicado cómo pescarlo (cf. Jn 21,6.9-10). También aquí, Jesús prepara con antelación y pide a los suyos que cooperen. Incluso, poco antes de la Pascua, Jesús había dicho a los discípulos: «Voy a prepararos un lugar [...] para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 14,2.3). Es Jesús quien prepara, el mismo Jesús que, sin embargo, con fuertes llamamientos y parábolas, antes de su Pascua, nos pide que nos preparemos, que estemos listos (cf. Mt 24,44; Lc 12,40).

Jesús, en definitiva, prepara para nosotros y nos pide que también nosotros preparemos. ¿Qué prepara para nosotros? Un lugar y un alimento. Un lugar mucho más digno que la «habitación grande acondicionada» del Evangelio. Es nuestra casa aquí abajo, amplia y espaciosa, la Iglesia, donde hay y debe haber un lugar para todos. Pero nos ha reservado también un lugar arriba, en el paraíso, para estar con él y entre nosotros para siempre. Además del lugar nos prepara un alimento, un pan que es él mismo: «Tomad, esto es mi cuerpo» (Mc 14,22). Estos dos dones, el lugar y el alimento, son lo que nos sirve para vivir. Son la comida y el alojamiento definitivos. Ambos se nos dan en la Eucaristía.

Jesús nos prepara un puesto aquí abajo, porque la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia, la genera y regenera, la reúne y le da fuerza. Pero la Eucaristía nos prepara también un puesto arriba, en la eternidad, porque es el Pan del cielo. Viene de allí, es la única materia en esta tierra que sabe realmente a eternidad. Es el pan del futuro, que ya nos hace pregustar un futuro infinitamente más grande que cualquier otra expectativa mejor. Es el pan que sacia nuestros deseos más grandes y alimenta nuestros sueños más hermosos. Es, en una palabra, la prenda de la vida eterna: no solo una promesa, sino una prenda, es decir, un anticipo concreto de lo que nos será dado. La Eucaristía es la "reserva" del paraíso; es Jesús, viático de nuestro camino hacia la vida bienaventurada que no acabará nunca.

En la Hostia consagrada, además del lugar, Jesús nos prepara el alimento, la comida. En la vida necesitamos alimentarnos continuamente, y no solo de comida, sino también de proyectos y afectos, deseos y esperanzas. Tenemos hambre de ser amados. Pero los elogios más agradables, los regalos más bonitos y las tecnologías más avanzadas no bastan, jamás nos sacian del todo. La Eucaristía es un alimento sencillo, como el pan, pero es el único que sacia, porque no hay amor másgrande. Allí encontramos a Jesús realmente, compartimos su vida, sentimos su amor; allí puedes experimentar que su muerte y resurrección son para ti. Y cuando adoras a Jesús en la Eucaristía recibes de él el Espíritu Santo y encuentras paz y alegría. Queridos hermanos y hermanas, escojamos este alimento de vida: pongamos en primer lugar la Misa, descubramos la adoración en nuestras comunidades. Pidamos la gracia de estar hambrientos de Dios, nunca saciados de recibir lo que él prepara para nosotros.

Pero, como a los discípulos entonces, también hoy a nosotros Jesús nos pide preparar. Como los discípulos le preguntamos: «Señor, ¿dónde quieres que vayamos a preparar?». Dónde: Jesús no prefiere lugares exclusivos y excluyentes. Busca espacios que no han sido alcanzados por el amor, ni tocados por la esperanza. A esos lugares incómodos desea ir y nos pide a nosotros realizar para él los preparativos. Cuántas personas carecen de un lugar digno para vivir y del alimento para comer. Todos conocemos a personas solas, que sufren y que están necesitadas: son sagrarios abandonados. Nosotros, que recibimos de Jesús comida y alojamiento, estamos aquí para preparar un lugar y un alimento a estos hermanos más débiles. Él se ha hecho pan partido para nosotros; nos pide que nos demos a los demás, que no vivamos más para nosotros mismos, sino el uno para el otro. Así se vive eucarísticamente: derramando en el mundo el amor que brota de la carne del Señor. La Eucaristía en la vida se traduce pasando del yo al tú.

Los discípulos, dice el Evangelio, prepararon después de haber «llegado a la ciudad» (v. 16). El Señor nos llama también hoy a preparar su llegada no quedándonos fuera, distantes, sino entrando en nuestras ciudades. También en esta ciudad, cuyo nombre -"Ostia"- recuerda precisamente la entrada, la puerta. Señor, ¿qué puertas quieres que te abramos aquí? ¿Qué portones nos pides que abramos, qué barreras debemos superar? Jesús desea que sean derribados los muros de la indiferencia y del silencio cómplice, arrancadas las rejas de los abusos y las intimidaciones, abiertas las vías de la justicia, del decoro y la legalidad. El amplio paseo marítimo de esta ciudad llama a la belleza de abrirse y remar mar adentro en la vida. Pero para hacer esto hay que soltar esos nudos que nos unen a los muelles del miedo y de la opresión. La Eucaristía invita a dejarse llevar por la ola de Jesús, a no permanecer varados en la playa en espera de que algo llegue, sino a zarpar libres, valientes, unidos.
Los discípulos, concluye el Evangelio, «después de cantar el himno, salieron» (v. 26). Al finalizar la Misa, también nosotros saldremos. Caminaremos con Jesús, que recorrerá las calles de esta ciudad. Él desea habitar en medio de vosotros. Quiere visitar las situaciones, entrar en las casas, ofrecer su misericordia liberadora, bendecir, consolar. Habéis experimentado situaciones dolorosas; el Señor quiere estar cerca. Abrámosle las puertas y digámosle:

Ven, Señor, a visitarnos.
Te acogemos en nuestros corazones,
en nuestras familias, en nuestra ciudad.
Gracias porque nos preparas el alimento de vida
y un lugar en tu Reino.
Haz que seamos activos en la preparación,
portadores gozosos de ti que eres el camino,
para llevar fraternidad, justicia y paz
a nuestras calles. Amén.

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