Ve primero a reconciliarte con tu hermano

Antonio de Padua, Santo

Memoria Litúrgica, 13 de Junio

Presbítero y Doctor e la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Padua descansó en el Señor. ( 1231)

Fecha de canonización: 1 de junio de 1232 durante el pontificado de Gregorio IX

Breve Biografía

San Francisco de Asís, que encontró al joven fraile Antonio con ocasión del Capitulo general inaugurado en Pentecostés de 1221, lo llamaba confidencialmente “mi obispo”. Antonio, cuyo nombre anagráfico es Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, nació en Lisboa hacia el 1195. A Los quince años entró al colegio de Los canónigos regulares de San Agustín, y en sólo nueve meses profundizó tanto el estudio de la Sagrada Escritura que más tarde fue llamado por el Papa Gregorio IX “arca del Testamento”. A la cultura teológica añadió la filosófica y la científica, muy viva por la influencia de la filosofía árabe.

De esta vasta formación cultural dio muestras en los últimos años de vida predicando en la Italia septentrional y en Francia. Aquí recibió el titulo de “guardián del Limosino” por la abundante doctrina en la lucha contra la herejía. En 1946 Pio XII lo declaró doctor de la Iglesia con el apelativo de “Doctor evangelicus”. Cinco franciscanos habían sido martirizados en Marruecos, a donde habían ido a evangelizar a los infieles. Fernando vio los cuerpos, que habían sido llevados a Portugal en 1220, y resolvió seguir sus huellas: entró al convento de los frailes mendicantes de Coimbra, con el nombre de Antonio Olivares.

Durante el viaje de regreso de Marruecos, en donde no pudo estar sino pocos días a causa de su hidropesía, una tempestad empujó la embarcación hacia Las costas sicilianas. Estuvo algunos meses en Mesina, en el convento franciscano, y el superior de este convento lo llevó a Asís para el Capitulo general. Aquí Antonio conoció a San Francisco de Asís.

Lo mandaron a la provincia franciscana de Romaña en donde llevó vida de ermitaño en un convento cerca de Forli. Lo nombraron para el humilde oficio de cocinero y así vivió en la sombra hasta cuando sus superiores, dándose cuenta de sus extraordinarias cualidades de predicador, lo sacaron del yermo y lo enviaron al norte de Italia y a Francia a predicar en donde más se había difundido la herejía de Los albigenses.

Finalmente, Antonio fijó su residencia en el convento de la Arcella, a un kilómetro de Padua. De aquí iba a donde lo llamaban a predicar. En 1231, cuando su predicación tocó la cima de intensidad y se caracterizó por los contenidos sociales, Antonio se agravó y del convento de Camposampiero lo llevaron a Padua sobre un furgón lleno de heno. Murió en Arcella el 13 de junio de 1231. “El Santo” por antonomasia, como lo llaman en Padua, fue canonizado en Pentecostés de 1232, es decir, al año siguiente de su muerte, por la gran popularidad que se había ampliado con el correr de los tiempos.

Célebre apóstol franciscano, doctor de la Iglesia universal y uno de los santos más venerados por el pueblo cristiano. Es conocido domo «el santo de todo el mundo» por la amplísima devoción popular de que siempre ha gozado dentro de la Iglesia, como «el santo de los milagros», debido a los muchos portentos que se le atribuyen, y como «Doctor Evangélico» en atención al profundo conocimiento de la S. E. que manifiesta en sus escritos.

Si prescindimos de los tópicos comunes a todas las hagiografías medievales en los que incurren también las dedicadas a A., cabe afirmar muy poco sobre su nacimiento y juventud. Sabemos que n. en Lisboa entre1188 y 1191, en una casa próxima a la catedral. Recibió el nombre de Fernando. Sus padres pertenecían a la burguesía acomodada de la ciudad. Como tales, lo más probable es que proporcionaran al santo una sólida educación religiosa y que lo enviaran a formarse intelectualmente a la escuela de la catedral. Siendo todavía muy joven, ingresó en el monasterio de canónigos agustinos de San Vicente de Fora, situado en las afueras de Lisboa. Cosideró perjudiciales para su perfeccionamiento espiritual las frecuentes visitas familiares, razón por la que a la edad de 17 años dejó dicho monasterio por el de Santa Cruz de Coimbra. En uno y otro centro, probablemente de forma autodidacta, es donde debió adquirir los conocimientos escriturísticos que manifestaría más tarde.

Entre mayo y noviembre de 1220, con la licencia de sus superiores, abandonó el monasterio de Coimbra para profesar en la naciente Orden franciscano. Entonces cambió su nombre original de Fernando por el de Antonio. Su decisión obedeció al deseo de obtener el martirio (ideal irrealizable siendo monje agustino) al igual que los protomártires franciscanos de Marruecos de 1216, a quienes parece que conoció y asistió en el monasterio cuando a su paso por la península Ibérica se hospedaron en él y cuyas reliquias pudo contemplar personalmente a su llegada a Coimbra. Quizá no dejara de influir tampoco en su cambio de vocación el contraste que observaba entre la ejemplaridad de la nueva Orden religiosa, establecida recientemente cerca de Coimbra, y la inquietud política, así como los abusos introducidos en el monasterio de Santa Cruz.

Deseoso del martirio, entre septiembre y octubre de 1220 se dirigió a Marruecos, en compañía de otro franciscano. Una prolongada enfermedad le obligó a abandonar Mauritania y reemprender viaje a Portugal. Los vientos cambiaron el rumbo de la nave y terminó desembarcando en Sicilia en la primavera de 1221. Como la mayor parte de los franciscanos de entonces, asistió al Capítulo General de la Orden celebrado en Asís el 30 mayo 1221. Su presencia en el Capítulo pasó inadvertida y sólo a petición propia fue acogido por el ministro provincial de la Romagna (región italiana del valle del Po), con cuya anuencia se retiró al eremitorio de Monte Paolo. Probablemente en septiembre (otros sitúan el hecho en Coimbra, en 1220) fue ordenado de sacerdote en Forlí, descubriendo también en esta coyuntura su verdadera y relevante personalidad al verse obligado a dirigir la palabra a los franciscanos y dominicos reunidos en un ágape fraterno. A partir de este momento, el hasta entonces desconocido franciscano comenzó a revelarse cada vez más como un extraordinario apóstol.

Seleccionado para este ministerio, desde septiembre de 1221 hasta noviembre de 1223 recorrió la Romagna en todas las direcciones, enfrentándose públicamente con los herejes cátaros y patarinos. Las muchas conversiones obtenidas que le atribuyen sus biógrafos, así como la inexplicable confusión producida en los herejes, obedecieron fundamentalmente a su santidad personal, a sus dotes de persuasión y a su profunda preparación intelectual, especialmente escriturística también parecen haber influido varios hechos extraordinarios que, como los acaecidos en Rímini, ofrecen serias probabilidades de autenticidad.

A la vista de su preparación intelectual y de su fervor, el mismo S. Francisco (v.) lo designó en 1223 como primer lector o profesor de Teología en la Orden, trasladándose para ello a Bolonia. El profesorado fue breve. En otoño de 1224 fijaba su residencia en Montpellier, respondiendo con ello al papa Honorio III que deseaba se trasladasen a Francia los más fervorosos y cultos predicadores para atajar el alarmante desarrollo de la herejía valdense. En Montpellier alternó la predicación y las conferencias públicas con el profesorado de Teología, recorriendo posteriormente todo el sur y el centro de Francia con el mismo espíritu y los mismos abundantes frutos espirituales recogidos anteriormente en Italia.

En 1227 fue elegido ministro provincial de la Romagna. El nuevo cargo no le impidió el ministerio del apostolado. Al mismo tiempo que, en virtud de sus obligaciones, visitaba los conventos de su jurisdicción, predicaba también con el fervor y la elocuencia que le eran característicos en los lugares de su paso. Tras una cuaresma especialmente clamorosa predicada en Padua, parece ser que intervino activamente en el Capítulo General de la Orden reunido en Asís en mayo de 1230, en el que defendió los puros ideales de la Orden contra las desviaciones que comenzaban a apuntar. En este mismo capítulo fue relevado de su cargo de ministro provincial.

Necesitado de reposo y constreñido a mirar por su salud, a raíz del Capítulo se trasladó al eremitorio de Arcella, situado en las proximidades de Padua. Para ayuda de los predicadores escribió entonces sus Sermones in Solemnitatibus (Sermones para las fiestas), Sermones in honorem et laudem Beatissimac Virginis Mariaé (Sermones en honor y alabanza de la Santísima Virgen María), a los que habían precedido antes del Capítulo General, y también en Padua, los Sermones Dominicales. En todos ellos manifiesta un profundo conocimiento de la S. E. y de los Santos Padres, sin serle tampoco desconocida la cultura clásica.

Minado por la enfermedad m. en el eremitorio de Arcella el 13 jun. 1231, siendo sepultado algunos días más tarde en el convento de Padua. Ese mismo año fue canonizado por Gregorio IX en atención a su indiscutible fama universal de santidad, pero no sin que antes se comprobase ésta mediante una comisión cardenalicia nombrada al efecto. Su sepulcro, en el que sólo se conserva la lengua, se encuentra en la basílica de su nombre en Padua. La Iglesia celebra su fiesta el 13 de junio. Tanto los pintores como los escultores han cultivado abundantemente su iconografía, sobresaliendo entre las obras artísticas los varios lienzos de Murillo.

Desde que Pío XII, mediante la bula Exulta, Lusitania felix del 16 en. 1946 declaró a A. Doctor de la Iglesia Universal, su figura ha ido adquiriendo una nueva perspectiva. Sin perder su matiz de santo eminentemente popular al que acude el pueblo sencillo en busca de solución para todas sus necesidades, ha ido prestándosela cada vez mayor atención a la eficiencia de su apostolado y a la doctrina contenida en sus escritos.

ORACIÓN

¡Oh admirable y esclarecido protector mío,
San Antonio de Padua!
Siempre he tenido grandísima confianza en que me habéis de ayudar en todas mis necesidades,
rogando por mi al Señor a quien servisteis,
a la Virgen Santísima a quien amasteis
y al divino Niño Jesús que tantos favores os hizo.
Rogadles por mi,
para que por vuestra poderosa intercesión me concedan lo que pido.
¡Oh Glorioso San Antonio!
Pues las cosas perdidas son halladas por vuestra mediación
y obráis tantos prodigios con vuestros devotos;
yo os ruego y suplico me alcancéis de la Divina Majestad
el recobrar la gracia que he perdido por mis pecados,
y el favor que ahora deseo y pido,
siendo para Gloria de Dios
y bien de mi alma.
Amén.

Evangelio según San Mateo 5,20-26. 

Jesús dijo a sus discípulos: 

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. 

Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. 

Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. 

Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. 

Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. 

Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo. 

Santa Digna Córdoba

Santa Digna

Virgen y mártir, Santos Anastasio presbítero, Félix monje  mártires cordobeses ( s. IX)  Fueron martirizados en Córdoba el 14 de Junio.

Ella era una religiosa contemplativa y Félix un monje de un convento de la capital y natural de Alcalá de Henares.    Después de degollados, sus cuerpos fueron quemados y las cenizas arrojadas al río Guadalquivir. Sufrieron el martirio como tantos cristianos significativos en la era de persecución cordobesa.

Se llaman mozárabes los cristianos que vivieron en tierra de musulmanes en España (711-1492) manteniendo su fe. En general, se puede decir que llevaron una vida muy difícil, y los que aquí enumeramos pagaron su fidelidad a Cristo con el martirio. También hoy son un modelo para el que quiera vivir al Evangelio fielmente.
El elenco de los santos mozárabes, que recoge el "Martyrologium Romanum" (Roma 2001), está compuesto en su mayoría por mártires, y por unos pocos confesores. Tenemos relatos de los martirios de la mayoría de ellos, escritos por contemporáneos, que los conocieron personalmente, y, que incluso compartieron la cárcel con ellos, y, posteriormente, padecieron el martirio.

Estos hombres y mujeres son mártires en el verdadero sentido de la palabra, es decir, que padecieron la muerte violenta por no renegar de su fe, y por practicar libremente el cristianismo, dando así un "testimonio" inapelable de la Resurrección de Jesucristo. Llevaron una vida santa, de oración, amor a Dios y al prójimo, sin usar la violencia, detestable para un cristiano, y recibieron la muerte que ni deseaban, ni buscaban, con una inexplicable entereza y paz del alma, haciendo el bien, y no causando el mal. Fueron, en definitiva, buenos imitadores de Jesucristo, el Dios único, que se hizo Hombre y bajó a la tierra para salvarnos.

(1) Cf.CONGREGATIO DE CULTU DIVINO ET DISCIPLINA SACRAMENTORUM"Martyrologium Romanum" (Roma 2001).
(2) SAN EULOGIO, "Memorial de los santos"; "Documento martirial"; "Apologético de los mártires"; ÁLVARO DE CÓRDOBA, "Vida de Eulogio".

Oremos

«Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Porque si es cierto que los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también por Cristo rebosa nuestro consuelo. «   2 Corintios 1, 3-5

Padre nuestro del cielo, que hoy nos alegras con al fiesta anual de Santa Digna, concédenos la ayuda de sus méritos a los que hemos sido iluminado con el ejemplo de su virginidad y de su fortaleza. Por nuestro Señor Jesucristo.

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia 
Homilías sobre la 1era carta a los Corintios

«Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Trad. ©Evangelizo.org)

La Iglesia no existe para que viniendo permanezcamos divididos, pero para que nuestras divisiones se apaguen; es el sentido de la asamblea. Si es para la eucaristía que venimos, no hagamos actos que contradigan la eucaristía, no le causemos pena a nuestro hermano. Vengamos a dar gracias por los favores recibidos: no se separen de su prójimo. 

Es a todos sin distinción que Cristo ofrece su cuerpo diciendo: «Tomen y coman todos». ¿Por qué no admiten a todos en su mesa?...Hacen memoria de Cristo, ¿y desprecian al pobre?...Comparten ese alimento divino; deben ser más compasivos con los hombres. Bebieron la sangre del Señor ¿y no reconocen a su hermano? Incluso si lo han desconocido hasta ahora, deben reconocerlo en esta mesa. Todos debemos estar en la Iglesia como en una misma casa: formamos un solo cuerpo. Tenemos un solo bautismo, una misma mesa, una misma fuente, y también un solo Padre (Ef 4:5; 1Cor 10:17). 

Aprender a dar y recibir el perdón

Santo Evangelio según San Mateo 5, 20-26. Jueves X de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Gracias, Dios mío, por el don de la vida. Gracias por permitirme entrar en tu presencia y estar a tu lado. Necesito de Ti, Señor. Mira que mi vida sin Ti carece de sentido. Aumenta mi fe para que te sepa descubrir en todos los momentos de mi vida. Acrecienta mi confianza para que no me deje seducir por cosas efímeras, que se acaban, que defraudan. Foguea mi amor para que te ame siempre con más pasión y pueda así ser un apóstol infatigable de tu Reino.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy me hablas del perdón y la reconciliación. Es de verdad importante para el seguidor tuyo aprender a perdonar y, sobre todo, a pedir perdón.

Pedir perdón es muestra de humildad ya que implica reconocer el error y, en cierta medida, rebajarse al otro y pedir algo que se necesita de él. El perdón cristiano es el que he podido aprender de Ti, un perdón humilde, sencillo, generoso, sin importar el tamaño de las ofensas, que no mide el pecado sino que mide el amor.

Pedir perdón al hermano es más fundamental antes de presentarse de nuevo ante Ti. Es como aquellos hermanos que pelean pero luego, ante la presencia de los padres, se piden perdón y se reconcilian.

En este pasaje me invitas al perdón, a olvidar los rencores, a dar el primer paso antes aquellas ofensas del pasado que nadie se ha atrevido a perdonar o pedir perdón. Me llamas a seguir tu ejemplo de delicadeza en el trato con mis hermanos, los hombres, a evitar los insultos, las palabras ofensivas, recriminatorias, o falsas.

Dame la gracia, Señor, de aprender a perdonar y recibir perdón como Tú me pides.

Respecto al mandamiento "no matarás", Él afirma que es violado no solo por el homicidio efectivo, sino también por esos comportamientos que ofenden la dignidad de la persona humana, comprendidas las palabras injuriosas. Claro, estas palabras injuriosas no tienen la misma gravedad y culpabilidad del asesinato, pero se ponen en la misma línea, porque se dan las premisas y revelan la misma malevolencia. Jesús nos invita a no establecer una clasificación de las ofensas, sino a considerarlas todas dañinas, en cuanto son movidas por el intento de hacer el mal al próximo. Y Jesús pone el ejemplo. Insultar: nosotros estamos acostumbrados a insultar, es como decir "buenos días". Y eso está en la misma línea del asesinato. Quien insulta al hermano, mata en su propio corazón a su hermano. Por favor, ¡no insultéis! No ganamos nada....

(Homilía de S.S. Francisco, 12 de febrero de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy procuraré disculpar las ofensas que otros me puedan causar.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Saber perdonar

No tengamos miedo de perdonar. Y pidámosle al Señor: Ayúdanos a aceptar el perdón de nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

En la petición del Padrenuestro, "perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mt 6,12) no significa principalmente que, si yo no perdono, no seré perdonado por Dios. Esto podría reducir el perdón divino a un simple acto de justicia. Por el contrario su perdón es siempre un acto gratuito e inmerecido por nuestra parte. Perdonar no es condición para ser perdonado: Dios está siempre dispuesto a perdonar.

Ahora bien, si Jesucristo nos indica que debemos perdonar, es porque este acto ayuda y enriquece la vida del cristiano. ¿Por qué ofrecer el perdón nos enriquece cuando más bien parecería que este acto es compartir la injusticia recibida?

El Santo Padre recuerda que, en muchos casos, los buenos cristianos no se acercan a la confesión porque en su interior tienen un profundo sentido de justicia y "prueban un sentimiento de indignidad ante la grandeza del don recibido. Y tienen razón en sentirse indignos" (n.6). Es normal sentirse indignos ante un mal realizado contra Dios o en contra de otra persona, porque nuestro interior siente que dicho acto es imperdonable, es decir, es imposible cancelar el mal realizado. Podremos no volverlo a cometer, e incluso podremos restituir las consecuencias del mal, pero siempre quedará como nuestro el acto malo realizado. Y, en consecuencia, somos indignos de recibir el perdón pues nunca podremos cancelar de la historia de nuestra vida el mal ya actuado.

Solamente la gracia de Dios podrá cerrar y sanar totalmente estas heridas. Pero hay una medicina humana que ayuda grandemente a sanar nuestra psicología. Esa medicina es precisamente el saber perdonar. Cuando nosotros perdonamos ofrecemos el perdón a alguien que por sus actos no merece ser perdonado. A causa de los actos realizados, Érika no es digna de ser llamada ´hija´; pero el padre al ofrecer su perdón le restituye la dignidad de hija que ésta nunca podrá merecer pues siempre en su historia quedará como suya la acción realizada contra su madre y su hermanito.

Cuando nosotros perdonamos a una persona que es indigna y le restituimos, con nuestro perdón, su dignidad no merecida, comprendemos que también nosotros, indignos como somos, podemos ser convertidos en dignos al recibir el perdón de nuestras ofensas. Será entonces que, a pesar de nuestra indignidad, nos acercaremos al sacramento de la confesión y, de ese modo, por medio del perdón de Dios, recibiremos la dignidad que nuestras obras realizadas nunca podrían restituirnos.

En este sentido se pueden comprender también las palabras del Padrenuestro, en cuanto que el perdón que ofrecemos ayuda a recibir y aceptar el perdón de Dios que no merecemos.

El Papa indica algunos elementos esenciales para que el perdón pueda manifestarse en todo su valor: la capacidad de acogida, de escucha y de diálogo, la disponibilidad jamás negada, y el anuncio fiel de las exigencias de la palabra de Dios que debe siempre acompañarse de una grande comprensión y delicadeza" (n. 13).

En efecto, el perdón, además de con palabras, debe manifestarse con actos que expresan las auténticas actitudes interiores.

No tengamos miedo de perdonar. Y pidámosle al Señor: "ayúdanos a aceptar el perdón de nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

El deseo de una vida plena

Papa Francisco: Comenzamos hoy una nueva serie de catequesis dedicada a los mandamientos.

Por: Redacción | Fuente: Vatican.va/ 13 de Junio 2018 

Queridos hermanos:

Comenzamos hoy una nueva serie de catequesis dedicada a los mandamientos. Nos sirve de introducción el diálogo de Jesús con aquel hombre que se acercó a preguntarle lo que tenía que hacer para heredar la vida eterna. En su pregunta latía el deseo de una vida plena, auténtica. Jesús le responde indicándole el camino del cumplimiento de los mandamientos. Pero él, a pesar de que cumple los mandamientos desde pequeño, siente que le sigue faltando algo. Así, mediante un proceso pedagógico, Jesús lleva a esa persona a reconocer sus propios límites para que confíe en él, el Hijo de Dios, el único que puede dar una vida plena. El hombre debía convencerse de que ya no puede vivir de sí mismo, de sus propias obras, de sus propios bienes; es necesario que lo deje todo para seguir al Señor, porque Él es la vida plena, el amor verdadero y la riqueza auténtica.

En estas catequesis intentaremos ver cada uno de los mandamientos como esa puerta que el Padre celeste ha abierto para conducirnos a la vida verdadera, dejando que Jesús nos tome de la mano y nos ayude a atravesarla.

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española  provenientes de España y América Latina. De modo particular, saludo a los profesores y alumnos del Seminario Menor de Madrid. Pidamos a la Virgen María que obtenga para nosotros la gracia de volver a descubrir y revivir los diez mandamientos como un camino de amor que nos llevará a la vida verdadera, que es Cristo. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

¿En qué consiste propiamente el amor a la Patria?

Los deberes hacia la Patria no deben confundirse con los que tenemos hacia la forma de gobierno que la rige

Pregunta:

Querido Padre:

Lamentablemente, la situación actual del país me tiene por demás acongojado; tal vez sea demasiado pesimista, pero no veo muchas salidas «honrosas» a la actual crisis en la dirigencia política, y en el horizonte no me parece que se vislumbren buenas perspectivas. Ante estas tristezas me confundo y ya no sé si con tanta crítica quiero a mi Patria o estoy resentido con ella. Aunque le parezca ridículo, esto me deja perplejo. ¿Estoy obrando o pensando mal? ¿Estoy faltando al amor a la Patria? ¿Peco contra ella si la critico tanto? ¿Debo colaborar con todo lo que postula el gobierno, aunque a veces me parece que eso hunde mi país? ¿O lo hundo yo cuando me pongo en contra?

¿Me podría enviar un par de líneas para aclararme o al menos para levantarme el ánimo? Desde ya le estoy muy agradecido.

Respuesta:

Estimado amigo:

Condición esencial para poder amar algo, es conocerlo. A la Patria mal se la puede amar si no se la conoce; y se amará recortadamente si se tiene una idea recortada de ella. Como ha señalado Guillermo Furlong 1, para muchas personas, niños y adultos, la Patria es un territorio, es un país, es una ciudad natal, es el paisaje donde nacieron o donde pasaron gran parte de su vida. Todo eso es algo de la patria, pero no es toda la Patria. Si patriotismo fuera el apego al suelo donde nacimos y crecimos, las plantas superarían al hombre en patriotismo. La patria se compone de nuestro suelo, nuestro paisaje, del recuerdo de nuestros próceres y de nuestras tradiciones; pero también es algo más.

Ese algo más es al mismo tiempo tradición y unidad. O sea, un doble vínculo simultáneo: con la tradición histórica de las generaciones que nos han precedido y las que vendrán, y un vínculo con todos los hombres del país, nuestros contemporáneos.

Y es todavía un poco más: es la conciencia de que este grupo de personas que, sea por nacimiento o por inmigración o por otras causas, están relacionadas entre sí (pasadas, presentes y futuras) tenemos, según los planes de Dios, una misión, un destino, una empresa colectiva en este mundo y en la historia. Aunque más no sea la empresa de «salvarnos» unos a otros, de educarnos en la fe, de trasmitirnos y hacer perdurar los valores que hemos recibido, de no dejar que nos los roben ni que los perviertan y de preparar el futuro a los futuros hijos de Dios.

De esto surgen los deberes que tenemos hacia la Patria, que no deben confundirse con los que tenemos hacia la forma de gobierno que rige, en alguna circunstancia histórica, el país.

1. Los deberes para con la Patria

Cuatro son las principales virtudes cristianas que se relacionan más o menos de cerca con la patria:

La piedad que nos inspira la veneración a la patria en cuanto principio secundario de nuestro ser, educación y gobierno; por eso se dice que la patria es nuestra madre.

La justicia legal que nos hace considerar su bien como un bien común a todos los ciudadanos, que todos tenemos obligación de fomentar.

La caridad, que nos obliga a amar a nuestros semejantes, empezando (para ser ordenada) a los que estamos ligados por vínculos de sangre, familia, y nacimiento.

La gratitud, por los inmensos bienes que ella nos ha proporcionado y continuamente nos presta.

Todas estas virtudes pueden abreviarse bajo el término «patriotismo», que no es otra cosa que «el amor y la piedad hacia la patria en cuanto tierra de nuestros mayores o antepasados».

El patriotismo se manifiesta principalmente de cuatro modos:

El amor de predilección sobre las demás naciones; perfectamente conciliable con el respeto a todas ellas y la caridad universal, que nos impone el amor al mundo entero.

El respeto y honor hacia su historia, sus tradiciones, sus instituciones, su idioma, sus símbolos (en particular su bandera).

El servicio: como expresión efectiva de nuestro amor y veneración. El servicio de la patria consiste principalmente en el fiel cumplimiento de sus leyes legítimas, especialmente aquellas que son necesarias el crecimiento y engrandecimiento (tributos e impuestos legítimos); y también en el desempeño desinteresado y leal de los cargos públicos que exige el bien común; en el servicio militar, y otras cosas por el estilo, etc.

Finalmente se manifiesta en la defensa contra sus perseguidores y enemigos interiores o exteriores: en tiempos de paz, con la palabra o con la pluma, en tiempo de guerra defendiéndola con las armas y si es necesario dando la vida por ella.

De modo particular, en nuestra patria tenemos el honor (y los deberes graves que se derivan de él) de respetar su origen católico. Lo demostró con lujo de detalles uno de nuestros historiadores más importantes, el Fray Cayetano Bruno (junto a muchos otros), entre otros lugares en los dos tomos de su gran obra titulada sugestivamente: «Argentina nació católica». No debemos ignorar nuestro origen y nuestro destino. Nuestra identidad está ligada a nuestra fe, como lo dejaron bien claro los hombres que hicieron la llamada «revolución de Mayo». En la proclama inicial de la Junta de mayo, fechada en Buenos Aires el 26 de mayo de 1810, y que lleva las firmas de todos los miembros de la Junta, incluida la del Secretario Mariano Moreno (el menos piadoso de todos) dice: «Fijad [en el sentido de «asegurad»], pues, vuestra confianza y aseguraos de nuestras intenciones. [A saber:] un deseo eficaz, un celo activo y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa» 2. Por eso, no respeta a la Patria quien traiciona las intenciones de quienes la fundaron; y estas intenciones, aunque hayan tenido defectos, fueron católicas.

Lamentablemente nuestra verdadera historia no es la que muchas veces nos han contado. Ya Juan Bautista Alberdi acusó a los liberales argentinos de haber desfigurado la historia. Y lo confiesan ellos mismos, como Mitre cuando le escribe a Vicente López: «usted y yo hemos tenido… la misma repulsión por aquellas [figuras históricas] a quienes hemosenterrado históricamente». Y Sarmiento le escribía al general Paz al ofrecerle su libro «Facundo»: «Lo he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritu. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio [propósito] a veces, para ayudar a destruir un gobierno y preparar el camino a otro nuevo» 3. A confesión de parte, relevo de pruebas. Se podrá tergiversar la historia de muchas maneras y se la puede enseñar de manera falsa a nuestros niños y jóvenes, pero los documentos son los documentos.

Al verdadero patriotismo se oponen dos vicios:

Por exceso, el llamado chauvinismo, o patrioterismo, o como lo llamaba el Padre Fray Francisco de Paula Catañeda en torno a los años de 1810: «patriomismo», porque no es patriotismo sino una especie de egoísmo disfrazado de patriotismo. Este vicio, no importa el nombre que se le dé, consiste en ensalzar desordenadamente a la propia patria como si fuera el bien supremo, incluso por encima de la fe, y desprecia los demás países injustamente e incluso con injurias de hecho. Algunas de sus manifestaciones son la xenofobia, la discriminación racial, la idolatrización de los símbolos o elementos patrios.

Por defecto tenemos el internacionalismo de los hombres sin patria que desconocen la suya con el falso argumento de ser ciudadanos del mundo. Su forma más radical y peligrosa, por sus derivaciones filosóficas y sociales, ha sido el «internacionalismo comunista», inspirado en la doctrina de Marx.

2. Deberes para con la forma de gobierno.

Aunque estén muy relacionados, no deben confundirse la patria y la forma de gobierno por la cual aquélla se rige en algún momento de su historia. Por eso los deberes u obligaciones son diversos para con una y con otra. Hay formas de gobierno buenas (monarquía, aristocracia, democracia) y malas (tiranía, oligarquía o plutocracia, demagogia y anarquía); los hombres son libres para opinar (si tienen razones fundadas y mientras no sea solo fruto de sus pasiones) cuál es la mejor para su país, al menos en el momento histórico en que viven. No debemos olvidar que todas las formas de gobierno son accidentales y es muy difícil a veces acertar cuál es la mejor para gobernar un grupo determinado de personas. Por eso decía el Papa Pío XI: «…La Iglesia católica…, con tal de que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultades en avenirse con las distintas instituciones civiles, sean monárquicas o republicanas, aristocráticas o democráticas» 4.

De todos modos, es importante que sepamos cuáles son nuestras obligaciones morales y sus límites. Lo podemos resumir en tres afirmaciones:

1º Debemos respeto al régimen establecido de hecho.

La Sagrada Escritura enseña al respecto que el poder civil y secular es legítimo, pues dice Jesús: Dad al César lo que es del César (Mt 22,16-21); también que toda autoridad viene de Dios, como el mismo Jesucristo dice a Pilato: No tendrías autoridad si no te hubiese sido dada de lo alto (Jn 19,11; cf. Rom 13,1-7; Prov 8,15); que tenemos la obligación de rezar por las autoridades, como dice San Pablo: recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad (1Tim 2,1-2); y debemos obediencia a la autoridad, como enseña San Pablo a Tito: Exhórtales que vivan sumisos a los magistrados y a las autoridades, que les obedezcan y estén prontos para toda  obra buena (Tito 3,1).

Y tengamos en cuenta que tanto Nuestro Señor como San Pablo están hablando de autoridades que dejaban mucho que desear: el corrupto Poncio Pilatos y los tiranos emperadores de Roma. Por eso, en líneas generales hay que decir que es deber de todo ciudadano respetar el régimen establecido de hecho, cualquiera que sea su origen.

Y es el Papa León XIII el que dice «cualquiera que sea su origen», es decir, aunque haya nacido ilegítimamente, si así lo exige el bien común: «El criterio supremo del bien común y de la tranquilidad pública impone la aceptación de estos gobiernos, constituidos de hecho, en lugar de los gobiernos anteriores, que de hecho ya no existen… Es necesario una subordinación sincera a los gobiernos constituidos en nombre de este derecho soberano, indiscutible, inalienable, que se llama la razón del bien social» 5. Este respeto no se basa -evidentemente- en la legitimidad de su origen sino en razón del bien común social actual.

Tengamos en cuenta que «respetar» no significa «colaborar activamente» con un régimen que no reúna las condiciones debidas que el bien de la patria exige. Significa únicamente que no se le debe obstaculizar el ejercicio del poder en lo que reclama el bien común.

2º Pero esto sin perjuicio de preferir alguna otra forma de gobierno más conveniente para la patria y hasta procurar su implantación por medios honestos.
Las formas de gobierno, hemos dicho, son accidentales, y la Iglesia concede libertad a sus fieles en materia estrictamente política, con tal que lo que prefieran no atente contra la moral católica ni natural. Por eso, se puede «respetar» y al mismo tiempo preferir otro régimen más conveniente para la Patria, e incluso procurar una forma mejor por medios y procedimientos honestos, si se estima que la implantación de un nuevo régimen es conveniente al bien común de la patria y si la misma es posible y realizable.

3º Pero no se puede obedecer a las leyes intrínsecamente injustas

Las leyes humanas pueden ser injustas por varios motivos.

Cuando su injusticia sólo afecta a nuestros bienes materiales (como tantas veces ocurre), se las puede tolerar, pues es mejor (incluso para el que tiene que sufrir injusticia) una injusticia particular y no los dramas que acarrea la anarquía social. Pero cuando una ley atenta contra la ley de Dios (ya sea la ley revelada o la ley natural), nunca es lícito obedecer. Aquí se cumple lo que enseña San Pedro: es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Act 5,29). Por eso el mismo León XIII dijo: «si las leyes de los Estados están en abierta oposición con el derecho divino, si se ofende con ellas a la Iglesia, o contradicen a los deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia es un deber, y la obediencia un crimen» 6. Juan Pablo II, a su vez ha escrito: «Es precisamente de la obediencia a Dios –dice el Papa– de donde nacen la fuerza y el valor para resistir a las leyes injustas de los hombres. Es la fuerza y el valor de quien está dispuesto incluso a ir a prisión o a morir a espada, en la certeza de que aquí se requiere la paciencia y la fe de los santos (Ap 13,10)» 7.

Y el Catecismo de la Iglesia Católica, nos enseña (n. 2242): «El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21). Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5,29): “Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica” (GS 74,5)».

3. En conclusión

Con los principios anteriores, creo que puede guiarse para el discernimiento, al menos en las cuestiones más generales.

Usted me pide también una palabra de aliento. Creo que puede resumirse en dos verdades. La primera se basa en los orígenes cristianos de nuestros pueblos, al que ya aludí más arriba. Origen implica misión, y misión quiere decir «vocación divina». Señala Santo Tomás que, cuando Dios destina a una persona a una misión, le da todas las gracias que ella necesita para realizarla8 . Consecuentemente, las gracias para cumplir nuestra misión histórica, no han de faltarnos, mientras nos dispongamos para recibirlas con fidelidad.

La segunda verdad, es que, para resucitar un pueblo postrado no hacen falta muchas personas; este tipo de «cosas grandes» es, como la historia lo demuestra, tarea de pocos. Aunque las masas apostaten, huyan cobardemente, o se paralicen ante la catástrofe, basta un par de Atanasios, Franciscos, Ignacios, Leones, o, llegado el caso, un Julio César. Le transcribo una de las más lúcidas expresiones de este pensamiento, que es, precisamente, la de un grande de nuestra patria, Carlos Sacheri: «Lo que interesa no es el número sino la calidad. El combate de la historia es un eterno combate entre dos ínfimas minorías que se pelean a muerte, frente a la imbécil contemplación de las infinitas mayorías (…). Las instituciones viven de muy pocas personas. Ése es el error del socialismo, que no ve la importancia del individuo y siempre va a la cosa estructural, institucional. Todas las instituciones tienen hombres de carne y hueso; y pocos hombres de carne y hueso bastan para animarlas. Eso es muy importante, porque nos alienta, nos debe dar una esperanza real. Para una obra de restauración no hace falta mucha gente, no es necesario que la juventud argentina grite: ¡Viva Cristo Rey!, ojalá llegue el día en que suceda. Pero eso se va a dar el día que haya minorías, mínimas, con pocos recursos,pero con una gran decisión de combate, con una gran esperanza de lucha y con una gran doctrina. Si no tenemos formación, ¿qué vamos a ser? Vamos a ser liberales»9 .

Fórmese, pues, y forme a los que sean su entorno. Y confíe.

Miguel A. Fuentes, IVE

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1 Cf. G. Furlong, Lo que es la Patria, en: La revolución de mayo, Buenos Aires 1960, 9-13.

2 El texto facsimiliar puede verse en la Biblioteca de Mayo, XVIII, junto a la p.16.138. Cf. C. Bruno, La Iglesia en Argentina, Buenos Aires 1993, 373.

3 Cf. A. Rottjer, La masonería en la Argentina y en el mundo, Buenos Aires 1972, 296-297.

4 Pío XI, Enc. Dilectissima nobis (1937), n. 3.

5 León XIII, Carta a los cardenales franceses, 3 de mayo de 1892.

6 León XIII, enc. Sapientiae christianae, 10 de enero de 1890, nn. 9-11.

7 Juan Pablo II, Evangelium vitae, 73.

8 Cf. Suma Teológica, III, 27,5 ad 1.

9 Citado por H. Hernández, “Sacheri. Predicar y morir por la Argentina”, Bs. As. 2007, 45-46.

6 consejos para una mejor vida de oración

¡Orar es tan importante para nuestras almas como lo es el aire para nuestro cuerpo! Necesitamos la oración para permanecer conectados a Dios

Así que ¿quieres orar, pero no estás seguro por dónde comenzar? Déjame que te cuente primero una historia acerca de un monje que casi ahoga a un seminarista...

¿Cuán importante es orar?

Hubo una vez un joven seminarista comenzando su viaje hacia el sacerdocio. Él era un poco sabelotodo y quería ser el mejor en todo cuanto hacía. Escuchó acerca de un monje muy santo que era considerado un maestro espiritual en cuanto a oración y contemplación se refiere.

El seminarista lo buscó y le pidió al viejo monje que le enseñara todos sus secretos para la oración. El monje lo envió de regreso. El seminarista era testarudo y regresó nuevamente al poco tiempo, pidiendo otra vez conocer los secretos para orar. El monje le dijo que regresara en una semana.

Cuando llegó a la semana siguiente, el monje lo llevó con él a un cuerpo de agua detrás del monasterio. El monje aún sin decir ni una palabra. Mientras entraban al agua, con ésta llegándoles un poco arriba de la cintura, la impaciencia del seminarista para con el monje creció, pero éste permanecía en silencio.

De pronto, el monje tomó al seminarista y hundió su cabeza debajo del agua. El seminarista luchaba y se retorcía, pero con la fuerza de un buey el viejo monje lo mantenía bajo el agua. Cuando el monje finalmente lo dejó ir, el seminarista se levantó buscando aliento, avergonzado, molesto y confundido. El monje lo miró y dijo: ‘Hasta que ores con la misma desesperación que tienes por aire, aún no has orado’.

¡Orar es tan importante para nuestras almas como lo es el aire para nuestro cuerpo! Necesitamos la oración para permanecer conectados a Dios quien nos ha creado con un plan en mente. Veamos algunas maneras como se puede profundizar en la oración en nuestra vida diaria.

¿Cómo orar?

1) ¡Di hola!

Cuando un amigo entra al salón, lo primero que la mayoría de las personas hacen es decir hola o saludan con la mano o con un movimiento de cabeza. En muchas maneras, este es el comienzo de la oración: un reconocimiento de la presencia de Dios. Cuando entramos a la Iglesia, hacemos una genuflexión delante del tabernáculo para humillarnos mientras reconocemos y reverenciamos la presencia real de Jesús en la Eucaristía dentro. Cuando inicies a orar, ya sea que estés caminando hacia algún lugar durante tu día, en una capilla o en tu cuarto, tómate un momento para reconocer en la presencia de Quién estás. “Paren y reconozcan que soy Dios” (Sal 46,11)

2) Se tú mismo.

Tantas personas piensan que la santidad es inalcanzable, y que para orar necesitamos vernos como una estatua de San Francisco con las manos juntas piadosamente. La realidad es que fuimos creados en comunión con Dios y Él desea tener una relación con nosotros. No quiere que seamos una copia al carbón de un santo del pasado. Él te creó con tus propios dones y pasiones y quiere brillar a través de ti y de forma única en ellos. ¡Ven a Él como eres y deja que te transforme en el santo que Él quiere que seas!

3) “Enséñanos a orar” (Lc 11,1).

Los apóstoles de Jesús le pidieron con estas palabras y la conversación resultante es lo que nosotros conocemos como la oración del “Padre Nuestro”. Si sus propios discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, ¡cuánto más debemos pedirle nosotros que nos enseñe a orar! Pídele a Dios que te ayude y estate seguro de que Él te escucha. “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta.” (Mt 7,7)

4) ¡Frena!

El mundo en el que vivimos nos abruma con los medios de comunicación y el ruido proveniente de todas las direcciones a diario, desde mensajes de texto hasta la música, la televisión o el internet. Estas cosas no son malas, pero mucho de ellas puede distraernos de nuestra relación y conversación con Dios.

"Hace falta silencio en este mundo que es a menudo muy bullicioso, lo que no es favorable para el recogimiento y para escuchar la voz de Dios” (Papa Benedicto XVI).

Toma 10 minutos de tu tiempo cada día y en lugar de dedicar ese tiempo a Facebook o a la televisión, úsalo para orar. Pon a Dios nuevamente en el centro de tu corazón y de tu mente.

5) Mantenla viva.

Una vida de oración que no se mantiene viva es como un estanque sin agua fluyendo dentro y fuera de él. Se estanca. No entra oxígeno y se convierte en inhabitable. Todo lo que se podrá encontrar es suciedad y mosquitos. A nadie le gustan los mosquitos, no seas esa persona. Pero una persona que cultiva su relación con Dios por medio de la oración encuentra una imagen muy diferente. Hay agua fresca corriendo dentro y fuera del estanque. ¡Da vida! Hay flores y árboles creciendo a su alrededor. Tu vida de oración afectará otras áreas de tu vida. “Dichoso el hombre que no va a reuniones de malvados, ni sigue el camino de los pecadores ni se sienta en la junta de burlones, mas le agrada la Ley del Señor y medita su Ley de noche y día. Es como árbol plantado junto al río que da fruto a su tiempo y tiene su follaje siempre verde. Todo lo que él hace le resulta” (Sal 1,1-3)

6) Deja que te transforme.

La práctica hace al maestro. Toda la vida cristiana, incluyendo la oración, es algo en lo que debemos trabajar para mejorar y perseverar en ella. ¡Dios puede hacer cosas maravillosas en nosotros si llegamos a Él en la oración!

“Las virtudes se forman por la oración. La oración preserva la templanza. La oración suprime la ira. La oración evita emociones de orgullo y envidia. La oración lleva al alma al Espíritu Santo, y eleva al hombre al Cielo”. (San Efrén el Sirio)

¡Haz la prueba!

Como católicos, tenemos acceso a la más grande forma de oración cada domingo (y cada día si está disponible) en la Misa, finalizando al recibir a Jesús mismo en la Eucaristía. ¡Alimento para el alma! Introdúcete en ella de una manera más profunda cada vez y escucha a Dios que te habla en ella.

Puedes también comenzar rezando el Rosario. Nuestra madre María es maravillosa y es el modelo perfecto de cómo amar a su Hijo.

La oración a San Miguel Arcángel es también una excelente oración. Satanás está tratando siempre de separarnos de Dios. San Miguel vence a Satanás, así que, créeme, quieres a San Miguel en tu equipo.

Ora por tu familia, tu cónyuge, tus hijos, los ministros, sacerdotes, y si eres soltero(a) por tu futuro (a) esposo (a), y agradécele a Dios por todas las personas que Él ha puesto en tu vida y que te han ayudado a ser quien eres.

Yo estoy orando para que en tu recorrido hacia la oración te enamores de Dios, quien estará contigo en las buenas y en las malas y en incontables aventuras a lo largo de toda tu vida. Todos sus santos y ángeles, ¡oren por nosotros!

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