Dios creó al hombre a su imagen, hombre y mujer los creó

Evangelio según San Mateo 5,27-32. 

Jesús dijo a sus discípulos: 

Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. 

Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. 
Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. 
Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. 
También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. 
Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio. 

Santa Germana Cousin.

Esta santa «sin historia», como se la denomina, es otra de las doctoras en el modo admirable y heroico de asumir el anonadamiento espiritual y el perdón. Un ejemplo de vida oculta en Cristo. Pasó su existencia sin realce social ni intelectual. Deforme de nacimiento, despreciada, maltratada, abandonada de los suyos, humillada, y destinada a vivir con los animales, en ese calvario cotidiano, que llevada de su amor a Dios le ofrecía, se labró su morada eterna en el cielo. Y de eso se trata. Algunas pinceladas de su biografía se reconstruyeron en diciembre de 1644, casi medio siglo después de su muerte, cuando se abrió la tumba para enterrar a una parroquiana y hallaron su cuerpo incorrupto. Dos vecinos, que tenían ya cierta edad y habían sido contemporáneos de la joven, echaron mano de su memoria y dieron pistas para identificarla.

Había nacido en Pibrac, Francia, hacia 1579 porque se piensa que falleció en 1601 cuando tenía 22 años. Su deceso se produjo en completa soledad, como había vivido, en el establo y sobre un camastro de rudos sarmientos, acompañada del ganado que custodiaba. Era hija de Laurent Cousin, quien al enviudar de la madre de Germana, Marie Laroche, que falleció cuando aquélla tenía unos 5 años, contrajo matrimonio –era el cuarto para él– con Armande Rajols. Y ésta fue una auténtica madrastra para la pequeña; no tuvo ni un ápice de compasión con la niña. Germana había nacido con una pésima salud. Padecía escrófula y presentaba evidente deformidad en una de sus manos. Ante la pasividad de su padre, Armande la maltrató cruelmente ideando formas despiadadas para infligirle el mayor daño posible. Al final, la separó de su hogar, le vetó el acceso a sus hijos y la destinó al cuidado de las ovejas con las que conviviría hasta el final. Tenía 9 años cuando comenzaron a enviarla a pastorear en la montaña, seguramente con la idea de ir borrando el recuerdo de su existencia, o hacerla desaparecer bajo las fauces de los lobos.

Arrinconada, considerada una nulidad para cualquier acción por sencilla que fuera, Germana tuvo dos ángeles tutelares: una iletrada sirvienta de su familia, Juana Aubian, y el párroco de la localidad, Guillermo Carné. La primera volcó en ella sus entrañas de piedad hasta donde le fue posible ya que, en cuanto vieron que podía medio valerse por sí misma, la enviaron al establo. El excelso patrimonio que Juana le legó fue hablarle del Dios misericordioso. A su vez el sacerdote, hombre sin duda virtuoso y clarividente, juzgó que se hallaba ante una elegida del cielo por los signos que apreciaba en ella: bondad, espíritu de mansedumbre, y una inocencia evangélica tal que infundía una alegría ciertamente sobrenatural. La mísera ración de comida, mendrugos de pan que le echaban a cierta distancia en prevención de un eventual contagio, la compartía con los indigentes. Ni siquiera esta muestra de compasión consintió la madrastra, y un día la persiguió para darle público escarmiento. Cuando en presencia del vecindario le arrebató violentamente el delantal donde guardaba su esquilmada provisión para los pobres, quedó impactada por el prodigio que se obró en ese mismo instante. Todos vieron cómo se desprendía del modesto mandil una cascada de flores silvestres bellísimas en una estación impropia para su nacimiento y en un entorno en el que no solían brotar, anegando el suelo con sus brillantes colores.

Laurent despertó un día de su cobarde letargo y ofreció a Germana volver al hogar. La joven agradeció la invitación paterna, pero eligió seguir en el cobertizo. Oraba cotidianamente por la conversión de Armande, que no terminó de conquistar esta gracia hasta poco antes de morir. El párroco acogió a la santa como catequista de los niños que entendían maravillosamente las verdades de la fe a través de los ejemplos que ponía. Era asidua a la misa, rezaba el rosario y no podía evitar que fueran haciéndose extensivos los hechos milagrosos obrados a través de ella, y que ya en vida le dieron fama de santidad. Uno de estos se produjo nada más morir el 15 de junio de 1601, y fue contemplado por varios religiosos que se hallaban de paso en Pibrac. Vieron doce formas blancas que se elevaban hacia el cielo dando escolta a una joven vestida de blanco; llevaba la frente ceñida con una corona de flores. Al descubrir que había fallecido, todos supusieron que era Germana que entraba en la eternidad. Fue enterrada en la iglesia, lugar en el que siguieron multiplicándose los milagros. Los partidarios de la Revolución intentaron destruir sus restos echándoles cal viva. Pero en el siglo XVIII volvieron a hallar su cuerpo incorrupto. Pío IX la beatificó el 7 de mayo de 1854, y la canonizó el 29 de junio de 1867.

Beato Pablo VI, papa 1963-1978 Carta encíclica Humanae vitae, 8-9

«Dios creó al hombre a su imagen, hombre y mujer los creó» (Gn 1,27)

Se conoce la verdadera naturaleza y la verdadera nobleza del amor conyugal cuando se le considera desde su fuente suprema: Dios que es amor... El matrimonio, pues, no es efecto de la casualidad o un producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes: es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Por medio de la donación personal recíproca... los esposos tienden a la mutua comunión de sus mismos seres en vista a un mutuo perfeccionamiento personal, y así colaborar con Dios a la generación y educación de nuevas vidas. Además, para los bautizados, el matrimonio reviste la dignidad de signo sacramental de la gracia en tanto que representa la unión de Cristo y la Iglesia (Ef 5,32).

Bajo esta luz aparecen claramente las notas y las exigencias características del amor conyugal... Ante todo es un amor plenamente humano, es decir, a la vez sensible y espiritual. No es pues, de ninguna manera, un simple intercambio de instintos y sentimientos, sino también, y sobre todo, un acto de voluntad libre, destinado a mantener y hacer crecer el amor a través de los gozos y los sufrimientos de la vida cotidiana, de tal manera que los esposos lleguen a ser un solo corazón y una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.

Es, seguidamente, un amor total, es decir, una forma del todo especial de amistad personal mediante la cual los esposos comparten generosamente todas las cosas, sin reservas indebidas ni cálculos egoístas. Quien verdaderamente ama a su cónyuge no le ama tan sólo por lo que de él recibe, sino por él mismo, dichoso de poderle enriquecer con el don de sí mismo.

Es también un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. En efecto, es así que lo conciben el esposo y la esposa el día en que libremente y con plena conciencia asumen el compromiso matrimonial... Finalmente, es un amor fecundo que no se agota en la común unión entre los esposos, sino que está destinado a perpetuarse suscitando nuevas vidas.

La castidad empieza con la mirada

Santo Evangelio según San Mateo 5, 27-32. Viernes X de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Toma, Señor, mis ojos, y úsalos como tuyos. Úsalos para transmitir tu mirada llena de luz; úsalos para expresar un amor sin engaños, sin reservas, sin intereses egoístas. Que tu mirada, Señor, transforme este mundo y extienda tu Reino. Así sea.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En este Evangelio, Cristo nos habla sobre el sentido más grande de la castidad. Hasta la venida de Cristo, la infidelidad se medía sólo en base a actos. Él, en cambio, nos propone una nueva medida: la santidad no es sólo "no hacer el mal", sino orientar todo el ser hacia el bien. Y sólo así se llega a la felicidad auténtica.

Cristo nos invita a un amor radical. Así como su amor por nosotros fue total, nos ofrece una vida en la que nos entreguemos sin reservas. Por eso, en este contexto tiene sentido la castidad del matrimonio cristiano: todo mi ser le pertenece a mi pareja, incluidas mis intenciones. Se trata de una relación prioritaria, porque debe dar el sentido de todas mis otras relaciones con el mundo: ¿en quién pienso cuando camino por la calle, en el trabajo, en las horas de descanso?

Amar significa dirigir todo mi ser hacia otra persona, empezando por la mirada. No sólo una mirada de "ojos", sino sobre todo la mirada que quiere decir interés por el otro, de un modo absorbente y exclusivo. Hay que hacer renuncias, pero éstas no son sino la inversión necesaria para ganar algo mucho más valioso: un amor pleno.

Miremos, hermanos y hermanas, a nuestra Madre, que está en el corazón de Dios. El misterio de esta joven de Nazaret no nos es extraño. No está "Ella allí y nosotros aquí". No, estamos comunicados. En efecto, Dios dirige su mirada de amor también a cada hombre y a cada mujer, ¡con nombre y apellidos! Su mirada de amor está sobre cada uno de nosotros.

(Homilía de S.S. Francisco, 8 de mayo de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy realizaré un detalle particular de cariño hacia mi cónyuge o algún otro familiar, buscando amar sin intereses personales.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El cine ¿es ocasión de pecado?

El cine es un estupefaciente, y si se adormece tu sensibilidad espiritual, ¿qué conciencia moral podrá protegerte?

Por: Jorge Loring, S.I.

El cine, en sí mismo, no es malo. Es un vehículo de cultura, un transmisor de ideas, un arte que, si se utiliza rectamente, puede servir para dar gloria a Dios. Pero desgraciadamente, hasta ahora, se ha empleado más para hacer el mal que para hacer el bien.

El Episcopado italiano publicó una Declaración sobre la situación moral del cine en la que decía: «Salvo laudables excepciones, que merecen nuestra consideración y aliento, la mayor parte de la producción cinematográfica italiana ha ido constantemente hacia un progresivo y desenfrenado deterioro moral».

Por eso te aconsejo que no te aficiones demasiado al cine. El cine tiene una tremenda fuerza persuasiva. Anula la personalidad, arrastra, emboba, hipnotiza. Nos identifica con el protagonista y nos proyecta su psicología, su modo de ser, su ejemplo. Es un arma psicológica fenomenal. Y cuanto más potente es un arma tanto más peligroso es su mal uso.

El cine tiene serios peligros

El primero, aunque menos grave que el segundo, es su exhibicionismo sexual. El daño depende, naturalmente, de las circunstancias. No es lo mismo en los fríos espectadores nórdicos que en los ardientes meridionales. No es lo mismo el dominio de una persona culta que la reacción gamberra del populacho. No es lo mismo la serenidad de la madurez que la excitabilidad de la juventud.

Pero no seamos ingenuos cerrando los ojos ante este peligro real. Peligro que no sólo existe mientras dura la proyección de la cinta. La imaginación seguirá después trabajando con las imágenes que se le quedaron grabadas, y es muy fácil que se produzcan después tentaciones desagradables. Pensemos, por ejemplo, lo frecuente que son las películas que proyectan escenas de amor en la cama (y no precisamente entre esposos).

Pero el peor daño del cine es por la fuerza con que transmite las ideas. El lenguaje de la imagen tiene un gran valor emotivo que conquista de modo casi invencible y cambia poco a poco el fondo del psiquismo, aun contra la propia voluntad, que no advierte lo que sucede dentro de sí.

Por ejemplo: una película me presenta un marido que no se entiende con su mujer, por incompatibilidad de caracteres. En cambio se ha enamorado locamente de su secretaria que es de enormes cualidades, y le corresponde en su amor. Pero no pueden casarse porque son católicos. Instintivamente nos apena que la Iglesia se oponga a ese matrimonio. En ese momento no se advierten los males que se seguirían a la familia, en general, de permitir el divorcio. Instintivamente aprobamos el adulterio de dos personas que nos han ganado el corazón. De esta manera se nos va cambiando la mentalidad sin casi advertirlo.

El cine enfoca y resuelve muchos problemas humanos al margen de Dios, como si no existiera una Ley Divina y un destino sobrenatural del hombre. Son películas que están hechas con un criterio que no tiene, generalmente, nada de cristiano, y a fuerza de verlas, va uno cambiando, sin darse cuenta, su modo de pensar cristiano para pensar como los del cine. Son una lima para un espíritu cristiano. Tú no lo notas, pero siempre se llevan algo. Una conducta inmoral interpretada por una artista agradable nos inclina a la justificación. Con esto empieza a evolucionar nuestro criterio cristiano, y al fin, arrastrado por el ejemplo del cine, se termina poniendo por obra lo que tantas veces se vio en la pantalla con fuerza seductora.

Como estas ideas están expuestas de un modo agradable y simpático, las admitimos con facilidad. Tenemos que filtrar estas ideas y rechazar todo lo que no esté de acuerdo con nuestras ideas cristianas.

Los pueblos no mueren porque se les combata o conquiste, sino porque se les corrompe. Pues el cine está teniendo la virtud trágica de corromper hasta la conciencia de nuestro pueblo. Muchos españoles de hoy ya no piensan en español, ni en cristiano, sobre problemas tan capitales como son la familia y el amor. A fuerza de ver en el cine, cosas que están mal, aunque al principio nos repelen y las censuramos, poco a poco nos vamos acostumbrando, y es posible que, si se nos presenta la ocasión, hagamos también nosotros lo que antes nos hubiera horrorizado.

Conozco a un matrimonio que a los cuatro años de casados vivían inmensamente felices con un auténtico cariño mutuo y gozando de la alegría de dos hijos como dos soles. Un día la mujer, influenciada por la ligereza y frivolidad con que se ven en el cine escenas de adulterio, aprovechando un viaje de su marido, no le importó correr una aventurilla (¡qué tiene de particular!: es la frase con la que queremos justificarlo todo), y se acostó con otro hombre. Y como todo lo que se hace termina por saberse, un día su marido se enteró. Fue tal la tragedia que se armó que nunca, en su vida, aquellas dos personas pasaron días peores. El marido me decía: «Si es verdad que me quería, ¿cómo ha podido hacerme eso?. Es que no me quería. Todo lo que me decía era mentira. No puedo volver a hacer el amor con ella. Se me pone delante que me está engañando. ¡No puedo seguir con ella!» Y lloraba de desesperación, de rabia y de pena. Y ella también lloraba de arrepentimiento, al ver que por un capricho frívolo había hundido la felicidad de su hogar.

En materia de amor, el cine hace daño tanto a las personas casadas como a las solteras. El cine hace daño a los casados porque con mucha frecuencia presenta como la cosa más natural, y casi inevitable, las expansiones amorosas extramatrimoniales de casados. Y esto ¡no puede ser! Toda expansión amorosa extramatrimonial de un casado, es adúltera. Con la gracia de Dios se pueden superar todos los conflictos amorosos que se presenten al corazón.

El daño que el cine hace a las personas solteras es, entre otras cosas, por enseñar una enorme facilidad para llegar al acto sexual: derecho exclusivo de casados. Además, porque muchísimas veces presenta como motivo suficiente para el matrimonio el atractivo corporal, y eso es mentira. Este atractivo es un factor, pero él sólo no basta. Muchísimos fracasos matrimoniales se deben precisamente a que se basaron exclusivamente en el atractivo corporal, y se descuidaron otros valores de mayor importancia.

Aparte del daño que el cine hace con sus escenas, en la emotividad de la mujer, le hace otro daño también grave en su psicología: la mujer se siente arrastrada a imitar los modales, las actitudes y conducta de las artistas que se presentan como mujeres deslumbradoras, y hacen brotar en la espectadora el natural deseo de resultar ellas mismas también atractivas. Al principio, las cosas que chocan con la moral se rechazan, pero a fuerza de verlas en la pantalla se les va quitando importancia y acaban por asimilarse.

El cine ha hecho muchísimo daño a las chicas enseñándolas modales insinuantes y provocativos, a mirar con descaro, un modo de ser frívolo y fácil, y a ser condescendientes en aventuras amorosas. ¡Cuántas chicas adoptan en público y en privado, posturas y actitudes atrevidas, influenciadas por lo que vieron en el cine, dándose cuenta o sin darse cuenta del todo! ¡Cuántas chicas se han hecho unas frescas por lo que vieron en el cine! ¡Cuántas chicas cayeron más hondo de lo que jamás sospecharon por seguir unos primeros pasos que aprendieron en el cine! Algunas chicas, influenciadas por el ambiente erotizado, son fáciles en llegar a todo, sin pensar en las consecuencias, pues en las películas lo ven continuamente y nunca pasa nada. Pero en la vida real, sí. La vida real no es el cine. Cuántas solteras embarazadas, después se lamentan de lo que hicieron... ¡Pero ya es tarde!

«Hay películas que, de hecho, son para muchos una verdadera escuela de vicio. Al exhibir ante la juventud escenas de besos prolongados y lascivos se les incita a hacer otro tanto, haciéndoles creer que tales acciones son la señal necesaria del amor, y afianzándoles en la convicción de que eso se puede hacer, pues tantos otros lo hacen. Así se mata poco a poco en las almas el sentido del pudor y de la pureza». (Dantec: Noviazgo Cristiano)

Muchas películas tratan de una chica que se lía con un casado, una prostituta que seduce a un jovenzuelo, una mujer que engaña a su marido, etc., etc. Siempre a base de pecados sexuales. ¿Cuándo veremos películas que exalten las virtudes de un buen padre de familia, de una madre honrada y de una chica decente? Hacer esto es mucho más difícil. Aquello es mucho más fácil. Por eso abundan las películas a base de los bajos fondos de la vida.

Hay que combatir las películas que inculcan ideas contrarias a la moral católica. El público es el que manda en el cine. Si una película deja la sala vacía, no se repetirá . Pero si una película resulta «de taquilla» se multiplicarán las películas de este tipo. Si queremos moralizar el cine, hay que hacer el vacío a las películas indeseables. Con este método «La Legión de la Decencia» en Estados Unidos, logró imponerse a los directores de Hollywood.

En cuestión de espectáculos inaceptables para la conciencia cristiana, conviene adoptar con energía la consigna de no asistir a ninguno por tres fines simultáneos: evitar el peligro propio, dar buen ejemplo y exigir que no se den espectáculos indecentes por el medio humano más eficaz, tratándose de empresarios poco delicados de conciencia, que consiste en negar la cooperación económica.

Pío XII, en su encíclica Miranda Prorsus, sobre el cine, la radio y la televisión, dice:«Los juicios morales, al indicar claramente qué películas se permiten a todos y cuáles son nocivas o positivamente malas, darán a cada uno las posibilidades de escoger los espectáculos..., harán que eviten los que podrían ser dañosos para su alma, daño que será más grave aún por hacerse responsable de favorecer las producciones malas y por el escándalo que da con su presencia». El Concilio Vaticano II nos exhorta a«seguir las indicaciones de la censura moral y a evitar los espectáculos peligrosos, entre otras cosas, para no contribuir económicamente a espectáculos que puedan hacer daño espiritual».

El punto de vista estético no basta para justificar cualquier espectáculo. La curiosidad no es motivo suficiente cuando se trata de espectáculos degradantes. Oigamos de nuevo a Pío XII: «Culpable sería, por tanto, toda suerte de indulgencia para con cintas que, aunque ostenten méritos técnicos, ofenden, sin embargo, el orden moral; o que, respetando aparentemente las buenas costumbres, contienen elementos contrarios a la fe católica».(Encíclica Miranda Prorsus)

Es notable que muchos cristianos difíciles para dar su dinero a obras de caridad y apostolado, lo den sin escrúpulos a espectáculos que descristianizan las costumbres. Regatean su dinero para lo bueno, y lo dan alegremente para lo malo.

Pero no te contentes con no ir tú a esas películas. Procura además convencer a otras personas para que tampoco vayan. Si los católicos quisiéramos colaborar a la acción moralizadora de la Iglesia, Cristo reinaría mucho más en el mundo. Pero hay católicos que consideran a la Iglesia como una aguafiestas a quien hay que dar de lado para poder pasar la vida más divertida; y así están haciendo el juego a Satanás para que sea él quien domine en el mundo. Es inconcebible, y da pena decirlo, pero la realidad es que, a veces, los primeros en obstaculizar la obra moralizadora de la Iglesia, son los mismos cristianos.

El cine es un estupefaciente, y si se adormece tu sensibilidad espiritual, ¿qué conciencia moral podrá protegerte? Cuando el timbre de alarma de la conciencia y del remordimiento está estropeado, el alma corre peligro. Cuántas veces la voz de la conciencia ha hecho dar un frenazo ante el abismo del pecado. Y también, ¡cuántas veces la voz de Dios, resonando en el alma, ha levantado a una vida de perfección!

Del insulto a la reconciliación

Papa Francisco: insultar es una costumbre que mata

En la Misa celebrada en Casa Santa Marta este jueves 14 de junio, el Papa Francisco reflexionó sobre la costumbre de insultarse y de amenazarse, y advirtió que se trata de una costumbre que mata y cuyo origen se encuentra en la envidia.

La invitación que hace Jesús en el Evangelio del día, “ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel”, es un acto de “sabiduría humana: siempre es mejor un mal acuerdo que un buen juicio”, explicó el Pontífice.

En este sentido, el Papa reflexionó sobre las palabras de Jesús en contra de los insultos, un problema que, según señaló en la homilía, es hoy más actual que nunca. “Los insultos citados por Jesús son insultos anticuados. Hoy tenemos un elenco de insultos más fuertes, más folclóricos, más coloridos”.

Se trata de una costumbra muy dañina y, Jesús, al mandamiento “no matará, le añade: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano ‘imbécil’, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame ‘renegado’, será reo de la gehenna de fuego”.

Por lo tanto, “llamar al hermano ‘estúpido’ o ‘loco’ comporta una condena”, porque el insulto “es el comienzo del asesinato, y al descalificar a otro, le quitas el derecho a ser respetable, lo echas a un lado y lo matas para la sociedad”.

En este sentido, Francisco lamentó que “estamos habituados a respirar el aire de los insultos. Basta con ir en coche en hora punta. Ahí encontramos un carnaval de insultos. La gente es creativa al insultar”.

Además, señaló que el peligro del insulto también se encuentra en que “en muchas ocasiones el insulto nace de la envidia”.

“Cuando una persona tiene una minusvalía, mental o física, no supone una amenaza, y por lo tanto no hay necesidad de insultarla. Pero cuando una persona hace algo que no gusta, lo insultamos y le hago pasar por ‘minusválido’: minusválido mental, minusválido social, minusválido familiar, sin capacidad de integración”.

“Por ese motivo, el insulto mata: mata el futuro de una persona, mata el camino de una persona. Es la envidia la que abre la puerta, porque cuando una persona tiene algo que me amenaza, la envidia me lleva a insultarla. Casi siempre encontramos envidia ahí”.

El Pontífice añadió que el Libro de la Sabiduría “nos dice que por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo. Es la envidia la que te lleva a la muerte”.

Frente a la envidia, Jesús ofrece el remedio de la reconciliación. “La reconciliación no es una actitud de buenas maneras, no. Es una actitud radical, una actitud que trata de respetar la dignidad del otro y también la mía. Del insulto a la reconciliación, de la envidia a la amistad. Este es el camino que Jesús nos ofrece hoy”.

PAXTV.ORG