Sean perfectos como mi Padre es perfecto

"EL MUNDO NECESITA CRISTIANOS CON EL CORAZÓN DE HIJOS. NO LO OLVIDEN"
Papa: "Rezad por mí y por mi peregrinaje ecuménico a Ginebra mañana"

"Saludo a los artistas del circo, que nos han hecho ver cómo la belleza hace bien al alma y al cuerpo"

José Manuel Vidal, 20 de junio de 2018 a las 09:27

El circo que actuó en la audiencia ante el Papa

Así, desde el principio, el Tentador, quiso engañar al hombre y a la mujer, haciéndoles creer que Dios no los amaba y que era un déspota que les imponía leyes y normas para someterlos

(José M. Vidal).- En la catequesis de la audiencia de los miércoles, el Papa Franciscorecuerda que Dios "es padre, no dueño", dice que el mundo "necesita cristianos con corazón de hijos", al tiempo que pide "oraciones para su peregrinaje ecuménico de mañana a Ginebra" y saluda a los artista del circo, que actuaron ante él, porque "la belleza hace bien al alma y al cuerpo" y "nos acerca a Dios". Lectura de la segunda carta de Pablo a los Corintios: "Es Cristo el que nos da esta seguridad delante de Dios, no porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios. Él nos ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida".

Algunas frases de la catequesis del Papa

"Saludemos con un aplauso a los más de 200 enfermos, que están en el aula"

"Iniciamos un nuevo ciclo de catquesis sobre los mandamientos"

"El Señor no vino a abolir la ley, sino a cumplirla"

"Tenemos que comprender mejor esta perspectiva"

"En la Bilia, los mandamientos no viven para sí mismos, sino que son parte de una relación"

"La relación de la alianza entre Dios y su pueblo"

"La Biblia llama palabras a los mandamientos"

"¿Por qué dice la Biblia diez palabras y no diez mandamientos?"

"El mandamiento no requiere el diáloogo. La palabra es el medio esencial de la relación como diálogo"

"Cuando alguien le habla a nuestro corazón, la soledad termina"

"Los mandamientos son palabras de Dios"

"Hoy es el último día de la primavera, caliente primavera que hemos tenido. Ésta es una verdad, no un diálogo. Si os pregunto: ¿Qué pensáis de esta primavera? Eso es un diálogo, iniciamos un diálogo"

"El diablo quiere engañar al hombre y a la mujer"

"La primera palabra de Dios es una palabra o un mandamiento"

"La tentación del diablo a Eva es la sugestión de una divinidad envidiosa y posesiva"

"La serpiente ha mentido: les hizo creer que una palabra de amor era un mandamiento"

"¿Dios me impone las cosas o se preocupa por mí? ¿Sus madamientos son solo una ley o contienen una palabra para preocuparse de mí. ¿Dios es dueño o padre? Padre. No se oye bien. Dios es padre. No lo olvidéis. Dios es padre"

"¿Somos súbditos o hijos? Hijos. No se oye bien hoy"

"El mandamiento es del dueño. La palabra es del padre"

"El cristianismo es el paso de la letra de la ley al Espíritu que da vida"

"Jesús vino a salvarnos, no a condenarnos"

"La gente se da cuenta si un cristiano razona como un hijo o como un esclavo"

"Los mandamientos son el camino a la libertad, porque son las palabras del padre que nos hace libres"

"El mundo no necesita legalismo, sino curación. Necesita cristianos con el corazón de hijos. No lo olviden"

Saludo en alemán

"Rezad por mí y por mi peregrinaje ecuménico a Ginebra mañana"

Saludo en español

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado miércoles iniciamos la catequesis sobre los diez mandamientos. Los mandamientos son parte de una relación, aquella de la Alianza entre Dios y su Pueblo.
La Sagrada Escritura los llama también «las diez Palabras». ¿Qué diferencia hay entre un mandamiento y una palabra? El mandamiento es un precepto, una orden. En cambio, la palabra es el medio esencial de la relación como diálogo fundamentado en el amor. Dos personas que no se aman, no logran comunicar. Sin embargo, cuando alguien habla a nuestro corazón, termina nuestra soledad y comienza una comunicación que da vida.

Así, desde el principio, el Tentador, quiso engañar al hombre y a la mujer, haciéndoles creer que Dios no los amaba y que era un déspota que les imponía leyes y normas para someterlos. Lo mismo quiere hacernos creer también hoy a nosotros. Pero sabemos que Dios es un padre, que nos quiere y sale a nuestro encuentro. Con los mandamientos, que contienen sus palabras, Él nos cuida y protege de la autodestrucción, porque somos sus hijos, no sus súbditos. Vivir como cristianos es pasar de la mentalidad de esclavos a la mentalidad de hijos.

***

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Nuestro mundo no tiene necesidad de legalismo, sino de sentirse amado y cuidado. Pidámosle con confianza al Señor el don de su Espíritu Santo, para que nos conceda acoger sus mandamientos con espíritu filial, y vivir como hermanos en la libertad de los hijos de Dios. Muchas gracias

Saludo en italiano

Actuación de artistas del Roller Circus

"Saludo a los artistas del circo, que nos han hecho ver cómo la belleza hace bien al alma y al cuerpo. Y esa belleza no es una belleza que se encuentra en cualquier parte, sino que ellos la encuentran con horas y horas de entrenamiento. La belleza nos acerca a Dios. Gracias"

Evangelio según San Mateo 6,7-15. 

Jesús dijo a sus discípulos: 
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. 
No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. 
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, 
que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. 
Danos hoy nuestro pan de cada día. 
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. 
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. 
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. 
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. 

San Luis Gonzaga

San Luis Gonzaga, religioso

Memoria de san Luis Gonzaga, religioso, que, nacido de nobilísima estirpe y admirable por su pureza, renunció a favor de su hermano el principado que le correspondía e ingresó en Roma en la Orden de la Compañía de Jesús. Murió, apenas adolescente, por haber asistido durante una grave epidemia a enfermos contagiosos.

El Patrón de la Juventud Católica, San Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo de 1568 cerca de Mantua, en Lombardía, hijo de los príncipes de Castiglione. Su madre lo educó cristianamente, y muy pronto dio indicios de su inclinación a la vida religiosa.   Su entrega a Dios en su infancia fue completa y absoluta y ya en su adolescencia, decidió ingresar a la Compañía de Jesús, pese a la rotunda negativa de su padre, que soñaba para él una exitosa carrera militar.

Renunció a favor de su hermano al título de príncipe que le correspondía por derecho de primogenitura, e ingresó en la Compañía de Jesús, en Roma.   Cuidando enfermos en los hospitales, contrajo él mismo una enfermedad que lo llevó al sepulcro el año 1591.    

Durante los años siguientes, el santo dio pruebas de ser un novicio modelo.   Estando en Milán y por revelación divina, San Luis comprendió que no le quedaba mucho tiempo de vida. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún más su corazón de las cosas de este mundo.

Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán a Roma para completar sus estudios teológicos, siendo los atributos de Dios los sus temas de meditación favoritos.    En 1591 atacó con violencia a Roma una epidemia de fiebre; los jesuitas abrieron un hospital y el santo desplegó una actividad extraordinaria; instruía, consolaba y exhortaba a los enfermos, y trabajaba con entusiasmo y empeño en las tareas más repugnantes del hospital.   San Luis falleció en la octava del corpus Christi, entre el 20 y 21 de junio de 1591, a los 23 años de edad. Fue canonizado en 1726.

Oremos

Dios nuestro, fuente y origen de todos los dones celestiales, tú que uniste  en San Luis Gonzaga una admirable pureza de vida con la práctica de la penitencia, concédenos, por sus méritos e intercesión, que los que no hemos podido imitarlo en la inocencia de su vida lo imitemos en su espíritu de penitencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Juan María Vianney (1786-1859), presbítero, cura de Ars 
El Espíritu del Cura de Ars en sus Catecismos, Sermones y sus Conversaciones (Trad. ©Evangelizo.org)

«Sean perfectos como mi Padre es perfecto»

«Padre Nuestro que estas en el cielo»: esto sí que es bello, hijos míos, ¡tener un Padre en el cielo!- «Venga a nosotros tu reino». Si hago reinar al Buen Dios en mi corazón, Él me hará reinar junto a Él en su Gloria.-«Hágase tu voluntad». No hay nada más dulce y perfecto que hacer la Voluntad de Dios. Para hacer bien las cosas, hay que hacerlas como Dios quiere, en conformidad con sus Designios. «Danos hoy nuestro pan de cada día». Dentro de nosotros tenemos dos partes, el alma y el cuerpo. Pedimos a Dios de alimentar nuestro pobre cuerpo, y Él nos responde haciendo producir a la tierra todo lo necesario para nuestro sustento. Pero también le pedimos que alimente nuestra alma, que es la parte más bella de nosotros mismos; la tierra es muy pequeña para proveer a nuestra alma lo necesario para llenarla: ella tiene hambre de Dios, sólo Dios puede llenarla. El Buen Dios no creyó hacer de más al morar sobre la tierra y al tomar un cuerpo, para que ese Cuerpo fuese el alimento de nuestras almas. Cuando el sacerdote presenta la ostia y se las muestra, su alma puede decir: ¡he aquí mi Comida! Oh mis niños, ¡tenemos demasiada felicidad! ¡No lo comprenderemos sino solamente en el cielo!

El Reino de Cristo

Santo Evangelio según San Mateo 6, 7-15. Jueves XI de Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

¡Cristo Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La primera reunión que tuve con el Movimiento Regnum Christi me pareció bastante interesante que se respondiera a la invocación ¡Cristo Rey nuestro!,con un ¡Venga tu Reino! Y por la forma como lo decían, sentí que su deseo era que el Reino de Cristo gobernara la Tierra.

Pero ¿cuál es el significado del Reino de Cristo? El significado es el gobierno del amor de Dios. ¿Y qué pedimos cuando decimos,¡Venga tu Reino!? Que ese gobierno llegue al corazón de todos los hombres. ¡Venga tu Reino! se convierte en más que una frase bonita, se convierte en una oración de petición por el amor de Dios en nuestras vidas.

Y en la oración al Padre que Cristo nos enseña también aparecen las palabras venga tu reino, porque para que el amor de Dios se haga presente en la Tierra se debe hacer presente en el corazón de cada hombre, empezando por el de cada uno de nosotros. Cada vez que decimos esta frase le pedimos al Padre que su amor se acobije en nuestro corazón.

Pero los miembros del Movimiento Regnum Christi iban más lejos al colocar esa frase como expresión de su carisma. Pedían que el amor de Cristo llegara a todos; pedían que el amor de Dios llegara a los corazones de todos los hombres.

Venga tu Reino expresa la confianza que el amor de Dios desciende del Cielo y habita en nuestros corazones ¡Cristo Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Que Cristo esté cada vez más presente en la vida de las personas, de las familias, de los pueblos y de las naciones, para la mayor gloria de Dios. Que esta gloria se manifieste en la cultura de la vida, en la hermandad, en la solidaridad, en la paz y en la justicia, con efectivo amor preferencial por los más pobres, a través del testimonio de los cristianos de las diversas comunidades y confesiones, de los creyentes de otras tradiciones religiosas, y de los hombres de recta conciencia y buena voluntad. Oh Señor Jesús, nosotros somos solamente tus discípulos misioneros, tus humildes cooperadores para que venga tu Reino..

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de mayo de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Transmitir el Reino de Cristo que tengo en mi corazón a los demás.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El Padrenuestro, la oración que nos enseñó Jesús

Explicaciòn del Padre Nuestro. Cardenal Norberto Rivera.

Primera Parte del Padrenuestro

Vosotros, pues, orad así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal”. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas (Mateo 6, 9-15).

El Padrenuestro es la oración que nos enseñó Jesucristo y es, seguramente, una de las primeras oraciones que aprendimos de memoria. Es una invitación a orar con sencillez, desde lo más profundo del corazón, sin falsos pietismos ni apariencias buscadas. Es una oración llena de autenticidad donde se reconoce la grandeza de Dios y las propias debilidades. En este año de preparación del jubileo del año 2000, dedicado precisamente a la persona divina del Padre, resulta muy útil volver a meditar en el Padrenuestro, esta oración que frecuentemente decimos de memoria, pero sin pensar muchas veces en los profundos contenidos que encierra.

A primera vista se perciben dos partes bien diferenciadas en el Padrenuestro:

  • una donde predomina la alabanza y la petición referida a lo que podríamos llamar “los intereses de Dios”,
  • y una segunda que comienza con la petición del pan y presenta peticiones más dirigidas a nuestras necesidades.

El Catecismo de la Iglesia Católica explica a fondo esta maravillosa oración nacida de los labios de Jesucristo. Le dedica los números 2777 a 2865 y ofrece un contenido muy rico que nos puede ser muy útil si queremos profundizar en lo que decimos cuando hacemos esta oración que comien-za con una interpelación a la caridad: “Padre nuestro”. Padre nuestro quiere decir padre de todos; quiere decir que todos somos hermanos y que nuestro destino en la vida no es indiferente a los demás como tampoco tiene que serlo a nosotros el de ellos. El Padrenuestro comienza con la afirmación de la comunión de los hijos y el reconocimiento de la insondable grandeza de un Padre amoroso que no podemos ver porque mora más allá del alcance de nuestros sentidos (“en el Cielo”). En esta carta vamos a reflexionar juntos sobre la primera parte de esta oración.

“Padre”. Sería un verdadero atrevimiento llamar “Padre” a Dios si no hubiera sido porque el Hijo nos invitó a hacerlo. A sus contemporáneos esto les parecía algo blasfemo porque significaba hacerse igual a Dios (Cf Juan 5, 18), pero es que el Hijo realmente era Dios y hombre a la vez. Desde entonces, hemos dejado de preocuparnos por el nombre de Dios porque tenemos la seguridad de poder llamarle “Padre”.

Padre significa amor, preocupación por los hijos, entrega generosa a ellos. Aquí nos traiciona nuestra inteligencia. Cuando pensamos en Dios como Padre, le atribuimos generalmente las mejores cualidades que podemos encontrar en un padre humano. No caemos en la cuenta de que Dios las supera infinitamente. La inteligencia funciona así, adapta todo a nuestra medida. Por eso no resulta fácil llegar al conocimiento del Padre sólo con la inteligencia; hace falta echar mano del amor. El amor tiene un dinamismo diferente, se “hace” a la persona amada, se identifica con ella. Produce un conocimiento más intuitivo, seguramente menos científico, pero más profundo y experimental. El amor lleva a gustar a ese Padre en la entrega confiada a Él, en la valoración interna de sus gestos de amor por el hombre, de la creación, de la salvación, de la redención.

“Nuestro” significa posesión: Dios nos pertenece, se ha hecho a nosotros, es nuestro Creador. Pero también implica una confianza en Él. Es Padre nuestro porque se ha entregado a nosotros. Es Padre nuestro porque constituye nuestro premio futuro, la salvación eterna cuando lo “veremos cara a cara” (Cf I Corintios 13, 12). Es nuestro porque es de todos. Es nuestro porque nos entrega a su Hijo como hermano que muere por amor para redimirnos de nuestros pecados. Padre nuestro; estas dos primeras palabras tocan profundamente el corazón elevándolo hacia el sentimiento de la filiación divina de todos y cada uno, y hacia la fraternidad de todos los hijos del mismo Dios. Santa Teresa de Jesús dedica unas frases maravillosas a la explicación del “Padrenuestro”. Allí encontramos unas reflexiones muy valiosas sobre estas primeras palabras en las que la Santa Doctora se dirige a Jesucristo -el texto se ha retocado acomodando el lenguaje-: ¡Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo das tanto junto desde la primera palabra?

Ya que te humillas a Ti mismo tanto que te juntas con nosotros al pedir y hacerte hermano de cosa tan baja y miserable, ¿cómo nos das en nombre de tu Padre todo lo que se puede dar, pues quieres que nos tenga por hijos, y cuando das tu palabra, nunca falla? Le obligas a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a El, como al hijo pródigo nos tiene que perdonar, nos tiene que consolar en nuestros trabajos, nos tiene que sustentar como lo haría un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en Él no puede haber sino todo bien cumplido, y después de todo esto hacernos participantes y herederos contigo(Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, capítulo 27). El hecho de que Jesucristo nos haya enseñado esta oración lo ve Santa Teresa como un compromiso que Él toma compartiendo con nosotros su filiación divina. Es como el niño que le pide a su padre que adopte a un amigo suyo. El Padre nos adopta como hijos por haber sido adoptados como hermanos por Jesucristo. Santa Teresa le reprocha a Jesús que ha comprometido a su Padre con hijos que serán muy desagra-decidos con Él. Una oración que comienza con semejante regalo, no puede pedir después cosas malas para nosotros.

“Que estás en el cielo”. Cuando decimos esta frase, no estamos hablando de un dios de la naturaleza que mora en el espacio celeste. Cielo no significa un lugar, no significa espacio y tiempo. Tampoco significa que Dios se aparta de nosotros y se mantiene alejado. El Cielo significa el más allá donde nos espera la posesión absoluta de Dios. Significa la imposibilidad del hombre para poseerlo completamente desde esta vida en una relación directa si no es por un don suyo. Significa que está más allá de todos nuestros pensamientos sobre Él. Fray Luis de León ha comparado el cielo con la misericordia de Dios en su libro “De los nombres de Cristo”.

Así, dirigiéndose a Dios, le dice: Cuan lejos de la tierra está el cielo, tan alto se encumbra la piedad que usas con los que por suyo te tienen. Ellos son tierra baja, mas tu misericordia es el cielo. Ellos esperan como tierra seca su bien, y ella llueve sobre ellos sus bienes. Ellos, como tierra, son viles; ella, como cosa del cielo, es divina. Ellos perecen como hechos de polvo; ella, como el cielo, es eterna. A ellos, que están en la tierra, los cubren y los obscurecen las nieblas; ella, que es rayo celestial, luce y resplandece por todo. En nosotros se inclina lo pesado como en el centro; mas su virtud celestial nos libra de mil pesadumbres. “Cuanto se extiende la tierra y se aparta el nacimiento del sol de su poniente, tanto alejaste de los hombres sus culpas” (Fray Luis de León, De los nombres de Cristo, libro III, Jesús). La misericordia nos viene del cielo, el lugar donde habita la misericordia. Es eterna y divina. La misericordia es el mismo Dios que se define como amor.

“Santificado sea tu nombre”. Con esta frase comienzan las siete peticiones del Padrenuestro, y dentro de ellas, la serie de tres que se refieren a Dios usando el “tu”: “tu nombre”, “tu reino”, “tu voluntad”. En la primera carta ya hemos reflexionado sobre lo que significa este “nombre” de Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica muy bien el contenido de esta petición: El término "santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo (sólo Dios santifica, hace santo), sino sobre todo en un sentido estimativo; reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una acción de gracias (Cf Salmo 111, 9; Lucas 1, 49).

Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en "el benévolo designio que él se propuso de antemano" (Cf Efesios 1, 9) para que noso-tros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Cf Efesios 1, 4) (Catecismo de la Iglesia Católica 2807). Sólo Dios santifica pues sólo Él es santo y sólo Él puede comunicar su santidad. La santidad era el atributo por excelencia de Dios, que los israelitas consideraban el “Santísimo” (kadós, kadós, kadós: el muy santo -el superlativo absoluto se construía con la triple repetición del adjetivo-). La santidad es propiedad sólo de Dios que la transmite a los que ama. La santidad es presencia de Dios. Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (Cf Éxodo 3, 5-6) delante de la Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!" (Isaías 6, 5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lucas 5, 8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de él: "No ejecutaré el ardor de mi cólera... porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Oseas 11, 9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (I Juan 3, 19-20) (Catecismo de la Iglesia Católica 208). Esta santidad de Dios es garantía de la fidelidad de su amor y de su perdón continuo que no busca revanchas porque ama a los hombres y quiere que todos se salven, y esta santidad es también signo de lo que será su justicia absoluta en el respeto a la libertad del hombre y sus consecuencias. Jesucristo es el que manifiesta el nombre de Dios: Dios es Padre. El Espíritu Santo nos pone en relación con ese Padre llevándonos a llamarle “Abbá” (Cf Romanos 8, 15; Gálatas 4, 6) como Cristo lo llamaba (Cf Marcos 14, 36). Y Jesús recibe el nombre que está sobre todo nombre (Cf Filipenses 2, 9-11) con lo que se afirma la divinidad de Jesucristo que se hizo hombre.

“Venga a nosotros tu reino”. La espera del Reino de Dios nos puede llenar muchas veces de impaciencia, quisiéramos que ya estuviera presente en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestras sociedades. Deseamos que venga ese reino de paz y justicia (Cf Romanos 14, 17), pero ese reino sufre violencia y los violentos lo arrebatan (Cf Mateo 11, 12). Hay que esforzarse por sumarse a ese Reino (Lucas 16, 16) que está ya muy cerca, que está dentro de nosotros (Lucas 17, 21). Sólo en ese reino encuentra el hombre su felicidad, la realización del ideal para el que fue creado por Dios. Es un reino que tenemos que anunciar porque Dios nos lo ha confiado a nosotros y sólo se va a extender con nuestro testimonio unido a la acción del Espíritu Santo. Es un Reino que se basa en lo que Jesucristo nos reveló y que se construye con nuestra respuesta generosa en la conversión y en la fe (Cf Mateo 4, 17; Marcos 1, 15). El pecado nos aleja de él y nos cierra la entrada (Cf Gálatas 5, 19-21; I Corintios 6, 9-10; Efesios 5, 3-5). Toda la vida pública de Cristo fue una predicación del Reino de Dios anuncia-do a todos los hombres. El Reino de Dios representa la victoria absoluta sobre el mal que será derrotado para siempre (Cf Mateo 12, 26-28) y se inicia con la Iglesia dirigida por el Papa, Vicario de Cristo, que ha recibido las llaves del Reino (Mateo 16, 19). El Reino de Dios se alcanza con la vivencia de las bienaventuranzas (Cf Mateo 5, 1-12; Lucas 6, 20-26). Encontrarás una mejor explicación de lo que significa el Reino de Dios en los números 541 a 556 del Catecismo de la Iglesia Católica.

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. La voluntad de Dios sobre el hombre, sobre cada hombre, es que se salve y goce eternamente de Él (Cf I Timoteo 2, 3-4). Todo en la vida de Cristo va orientado a conseguir este fin, su vida sobre la tierra tiene sentido sólo como redención del género humano. Lo que es un plan de Dios para el hombre en el cielo tiene un inicio en la tierra. La respuesta a la voluntad de Dios sobre la tierra, expresada en el mandamiento del amor, se prolonga en el amor perfecto de la vida eterna, en el cielo. Hacer la voluntad de Dios sobre la tierra es amar a Dios sobre todas las cosas: Únicamente preocupados de guardar el mandato y la ley que os dio Moisés, siervo de Yahvéh: que améis a Yahvéh vuestro Dios, que sigáis siempre sus caminos, que guardéis sus mandamientos y os mantengáis unidos a Él y le sirváis con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma (Josué 22, 5); y al prójimo como Cristo nos amó: Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Juan 15, 12) (Cf Juan 13, 34; 15, 17). El mundo es un lugar de paso que no puede ser objeto final de nuestro amor (Cf I Juan 2, 15), pero muchas veces nos distrae en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Amamos al ser humano que vive en el mundo, pero reconocemos desde la fe que este ser humano está llamado a una vida más plena. Vivir el mandamiento del amor es adelantar la salvación eterna. Cuando rezamos el Padrenuestro le pedimos a Dios que se viva el mandamiento del amor sobre la tierra y que se realice la salvación eterna de todos los hombres.

Segunda Parte del Padrenuestro

Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos”. El les dijo: “Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación” (Lucas 11, 1-4).

En la actual situación de nuestro país, esta oración se hace más acuciante, más sentida. Dios sabe lo que nos hace falta ese pan cotidiano como sabe también cuánto necesitamos perdonarnos entre nosotros para poder implorar su perdón. Muchos de nuestros hermanos pasan hambre y viven en condiciones inhumanas. Somos más frágiles que nunca ante cualquier conflicto y más propensos al odio. Vivimos quizá demasiado encerrados en nosotros mismos y en nuestros problemas como para construir un nuevo modelo de nación donde reine la auténtica solidaridad y se den las necesarias posibilidades de desarrollo para todos. Nos resulta imprescindible el apoyo de Dios para no caer en las tentaciones y permanecer siempre libres del mal.

Esta segunda parte del Padrenuestro con sus cuatro peticiones, las peticiones del “nos”, frente a las tres anteriores del “tu”, nos muestran lo que debemos pedir para nosotros, para mejorar nuestra vida personal y la vida de las sociedades humanas.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”. Esta petición toca uno de los grandes problemas del hombre desde que mora sobre la tierra, el problema de la repartición de un pan entre muchos. Dios hizo el mundo con los suficientes recursos para alimentar a todos y creó al hombre con la suficiente inteligencia y capacidad para generar más pan, no sólo para repartir el que ya había. Pero el ser humano, desde el inicio de su paso por este mundo, quiso acaparar para sí más de lo que podía disfrutar, quiso emplear esos dones de Dios para adquirir poder o subyugar a los demás. La historia ha sido testigo de muchos intentos del hombre para remediar esto. El marxismo se presentaba como la panacea para solucionar estas continuas tensiones entre el hombre y el dominio de la creación, pero se quedó en un proyecto que supeditaba todo (hombres y productos de la tierra) a los intereses del estado y coartaba la libertad del ser humano, querida por Dios como un don maravilloso para que el hombre pudiera llegar hasta Él. El capitalismo, sistema más basado en la naturaleza del hombre, no ha sido capaz todavía de eliminar la pobreza que sufren muchos hombres. Los grupos de poder que controlan los mercados actúan con intereses egoístas, y el capital no parece emplearse en proyectos que ayuden a la superación de los rezagos sociales. Quizá por ello, en este momento de nuestra historia, esta petición de “danos hoy nuestro pan de cada día” se hace más angustiosa, más dolorosa. En medio de este dolor ante el hambre que padecen millones de seres humanos, no podemos perder la confianza en Dios ni renunciar a nuestra propia responsabilidad para remediar las cosas. Jesucristo nos enseñó a pedir al Padre con la certeza de que todo nos lo dará “En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado” (Juan 16, 23-24). Por eso repetimos con fe el Padrenuestro. Sabemos que la solución al problema vendrá de Dios que tocará los corazones de los hombres. Dios siempre actúa a través de medios humanos. Él es un Padre que ama a sus hijos y hace salir el sol sobre buenos y malos (Mateo 5, 45). No puede permanecer indiferente ante este drama humano. Pedimos con un “nuestro” en solidaridad con aquellos que no tienen, acercándonos a sus necesidades y a sus sufrimientos, conscientes de que somos hijos del mismo Padre. Los números 2830 y 2831 del Catecismo de la Iglesia Católica pueden servir de materia para reflexionar a fondo sobre este tema.

Pero hay otro pan que necesita el hombre de hoy. La Madre Teresa de Calcuta lo señalaba en su testamento espiritual. Hay un hambre física que sacude al mundo, pero hay otro tipo de hambre que se ve menos y, sin embargo, afecta más gravemen-te a nuestros semejantes: el hambre de amor. El ser humano necesita, hoy más que nunca, saber que tiene un Padre que le ama y sentirse amado de sus hermanos. Si la petición que nos enseñó Jesucristo se refiere al “hoy”, no hay que olvidar que en ese “hoy” encontramos este drama humano de hombres y mujeres que viven solos, olvidados de todos y esperando su muerte. Cuando oigo debates sobre la eutanasia y constato el ansia de morir de muchos enfermos, descubro detrás esta angustia que nace de no sentirse amados. Los cristianos tenemos que repartir este pan del amor de Cristo a los hombres de hoy, un amor real de entrega, comenzando por los más próximos, por nuestra familia, por nuestros padres, por nuestro cónyuge, por nuestros hijos, por nuestros abuelos. Nuestra fe, nuestra certeza del amor de Dios, no puede quedarse sólo en nuestro corazón o en nuestra mente, tiene que llegar a los corazones de todos los seres humanos. El “pan de cada día” es también el sacramento de la Eucaristía, el mayor signo del amor de Dios. Cada cristiano tiene que hacerse eucaristía, entrega, donación incondicional de amor.

“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El Catecismo de la Iglesia Católica centra muy bien las reflexiones que deben acompañar esta oración: Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separamos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volve-mos a Él, como el hijo pródigo (Cf Lucas 15, 11-32), y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (Cf Lucas 13, 13). Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados" (Colosenses 1, 14; Efesios 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (Cf Mateo 26, 28; Juan 20, 23). Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano y a la hermana a quienes vemos (Cf I Juan 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confe-sión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia (Catecismo de la Iglesia Católica 2839-2840). En el centro del Sermón de la Montaña se encuentran la misericordia y el perdón (Cf Mateo 5, 23-24; 6, 14-15; Marcos 11, 25), un perdón que llega incluso a los enemigos (Cf Mateo 5, 43-44) y que no tiene límites (Cf Mateo 18, 21-22; Lucas 17, 3-4). Este es el signo del cristiano, la misericordia. Es una virtud que nace del conocimiento objetivo del corazón humano y de su debilidad y del conocimiento objetivo del “corazón” de Dios y de su generosidad y fidelidad a toda prueba. Por ello, la misericordia se apoya en la fe que nos descubre la bondad de Dios y en la constatación de la pobre respuesta del ser humano. El cristiano es portador de misericordia, así hace presente a Dios en el mundo y predica que el amor es más fuerte que el pecado.

“No nos dejes caer en la tentación”. La constatación de nuestra debilidad nos lleva a acudir a Dios para que no nos deje de su mano. Somos muy conscientes de que hay cientos de tentaciones que buscan alejarnos del amor de Dios y de su plan de salvación para nuestras vidas. El mismo Jesucristo experimentó estas tentaciones y las venció apoyándose en su amor al Padre y a los hombres, sus hermanos (Cf Mateo 4, 1-11; Marcos 1, 12-13; Lucas 4, 1-14). En estos pasajes evangélicos, Cristo nos enseña la importancia de Dios en nuestra vida por encima de los atractivos que nos presenta lo que San Juan llama “el mundo”: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo -la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas- no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre (I Juan 2, 15-17). Las tentaciones nos invitan siempre a quedarnos con lo pasajero y desarraigarnos de Dios.

Una y otra vez, Jesucristo nos pide que recemos para no caer en la tentación (Mateo 26, 41; Marcos 14, 38; Lucas 22, 40; 22, 46). Él sabe que necesitamos de Dios para librarnos de ellas, que sólo con su apoyo, con la ayuda de la gracia, podremos vivir sin dejarnos arrastrar por tantos elementos que nos llevan a romper el plan de Dios para nuestra vida, la alianza de amor que Él ha establecido con nosotros por el Bautismo. Él nunca falla a esta relación porque Dios es fiel, pero nosotros, cuando no estamos unidos a Él, corremos el riesgo de seguir el camino de nuestra infelicidad. Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito (I Corintios 10, 12-13). Dios no nos quita las tentaciones, pero nos da la ayuda para superarlas y expresarle nuestro amor prefiriéndolo a Él sobre todas las cosas. La tentación es el camino que conduce al pecado, rotura de la relación de amor entre Dios y el hombre. Cuando le pedimos a Dios que no nos deje caer en ellas, estamos afirmando la opción por Él, la voluntad de amarlo sobre todas las cosas.

“Líbranos del mal”. Jesucristo ya ha vencido el mal que reinaba en el mundo. Ahora, Él nos apoya en esta lucha, Él es quien vence en nosotros. El orden de la obediencia al designio de Dios roto por el diablo, por Satanás, el ángel rebelde a Dios, su Creador, volverá a restaurarse en Cristo cuando llegue su venida final. Hasta entonces, la Iglesia ora a Dios para que nos libre de las acechanzas del Maligno. En efecto, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquel que “tiene las llaves de la Muerte y del Hades”: (Apocalipsis 1, 18), “el Dueño de todo, Aquel que es, que era y que ha de venir” (Apocalipsis 1, 8; Cf Apocalipsis 1, 4) (Catecismo de la Iglesia Católica 2854).

¿Dios me impone las cosas o me cuida?

Papa Francisco: El mundo necesita cristianos con un corazón de hijos y no de esclavos

El Papa Francisco prosiguió con sus catequesis sobre los Mandamientos y señaló que el mundo no necesita de legalismos, sino cristianos con el corazón de hijos.

“Todo el cristianismo es el paso de la carta de la Ley al Espíritu que da la vida”, subrayó. “Jesús es la Palabra del Padre, no es la condena del Padre”, explicó en la Plaza de San Pedro.

Francisco añadió que “el mundo no necesita legalismos, sino cuidados. Necesita cristianos con el corazón de hijos”.

“Se ve cuando un hombre y una mujer han vivido este paso o todavía no. La gente se da cuenta de si un cristiano razona como hijo o como esclavo. Y nosotros mismos recordamos si nuestros educadores han tomado cuidado de nosotros como padre y madres, o si solo han puesto reglas”.

En su nueva catequesis afirmó que “en la Biblia los mandamientos no viven para sí mismos, sino que son parte de una relación, la de la Alianza entre Dios y su pueblo”.

Francisco explicó que “la tradición hebrea llamará siempre Decálogo a las Diez Palabras” y “el término ‘decálogo’ quiere decir esto (palabras de vida) y tienen forma de leyes, pero son objetivamente mandamientos”.

El Papa explicó porque se usa en la Escritura el término “diez palabras” y no “diez mandamientos”. “El mandamiento –explicó– es una comunicación que no requiere diálogo. Dios Padre crea por medio de su palabra, y el Hijo suyo es la Palabra hecha carne. El amor se nutre de palabras y así la educación o la colaboración. Dos personas que no se aman no logran comunicarse” pero “cuando alguien habla a nuestro corazón nuestra soledad se termina”.

“Una cosa es recibir una orden y otra es percibir cuando alguno busca hablar con nosotros”, añadió.

En este sentido, indicó que “un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre aquellos que se quieren por medio de palabras”.

El Pontífice recordó que “desde el fin hasta el inicio el Tentador quiere engañar al hombre y a la mujer sobre esto: quiere convencerlos de que Dios les ha prohibido comer del fruto del árbol del bien y del mal para tenerlos sometidos”.

“El desafío es este: ¿la primera norma que Dios ha dado al hombre es la imposición de un déspota que prohíbe  y obliga, o la premura de un padre que cuida a sus pequeños y les protege de la autodestrucción?”, preguntó.

“La más trágica, entre las mentiras diversas que la serpiente dice a Eva, es la sugestión de una divinidad envidiosa y posesiva” y “los hechos demuestran dramáticamente que la serpiente ha mentido”, subrayó.

“El hombre se encuentra frente a esto: ¿Dios me impone las cosas o me cuida?, ¿sus mandamientos son solo una ley o contienen una palabra?, ¿Dios es ‘dueño’ o Padre?”.

“Este combate, dentro y fuera de nosotros, se presenta continuamente: miles de veces debemos elegir entre una mentalidad de esclavos y otra de hijos. El Espíritu Santo es un Espíritu de hijos, y el Espíritu de Jesús”.

Francisco apuntó que “un espíritu de esclavos no puede más que acoger la Ley de modo opresivo, y puede producir dos resultados opuestos: o una vida hecha de deberes y obligaciones, o una reacción violenta de rechazo”.

¿Cómo hacer del deporte una expresión de la vida cristiana?

La lógica del deporte es también la lógica de la vida: sin sacrificio no se obtienen resultados importantes ni auténticas satisfacciones

Gran importancia cobra hoy la práctica del deporte, porque puede favorecer en todos la afirmación de valores importantes como la lealtad, la perseverancia, la amistad, la comunión y la solidaridad.

Precisamente por eso el deporte ha ido desarrollándose cada vez más como uno de los fenómenos típicos de la modernidad, casi como un «signo de los tiempos» capaz de interpretar nuevas exigencias y nuevas expectativas de la humanidad.

¿La Iglesia recomienda el deporte?

La Iglesia no cesa de recomendar la valoración del cuerpo humano mediante una apropiada educación física, la cual, mientras, por una parte, hace que se eviten las desviaciones del «culto al cuerpo», por otra, entrenan al cuerpo y al espíritu en el esfuerzo, ánimo, equilibrio, sacrificio, nobleza, fraternidad, cortesía y, en una palabra, en el fair-play.

¿Qué deportes valora la Iglesia?

La Iglesia valora y respeta todos los deportes que son verdaderamente dignos de la persona humana. Son tales cuando favorecen el desarrollo ordenado y armonioso del cuerpo al servicio del espíritu y cuando dan lugar a una competición inteligente y formativa que promueve el interés y el entusiasmo, y son fuente de sano esparcimiento.

¿Por qué la Iglesia promueve el deporte?

El deporte, incluso bajo el aspecto de educación física, encuentra en la Iglesia apoyo por todo lo que comporta bueno y sano. Sin duda, la Iglesia no puede menos de estimular todo lo que sirve para el desarrollo integral del cuerpo humano, sobre todo porque Dios ha hecho de él morada e instrumento de un alma inmortal, infundiéndole ese «soplo de vida» (cf. Gén 2,7), por el cual el hombre es hecho a su imagen y semejanza.

¿Qué valores ve la Iglesia en el deporte?

Las actividades deportivas hacen que se desarrollen determinadas cualidades en cada uno. Nos impulsan a dar lo mejor de nosotros mismos, tanto en el aspecto físico como en la competición deportiva, y nos invitan constantemente a descubrir los lazos que nos unen a los demás. Los deportes son un medio muy eficaz para suscitar la estima y el respeto mutuos, la solidaridad humana, la amistad y la buena voluntad entre las personas.

¿Y sobre las competencias deportivas?

La Iglesia señala que el deporte nos ayudará, sobre todo, a convertirnos en ciudadanos amantes del orden social y de la paz; nos enseñará a ver que las competencias deportivas no son luchas entre rivales ni factores de división, sino pacíficas manifestaciones competitivas, en las cuales no debe faltar, incluso en el obligado esfuerzo por conseguir la victoria, el sentido de respeto hacia el oponente.

¿Qué debe tener toda práctica deportiva?

El deporte se vería privado de su mensaje espiritual, si no se basara y tomara fuerza e inspiración en aquellos valores que precisamente llevan consigo un espíritu de sacrificio, es decir: la lealtad, el dominio de sí, la prudencia, el respeto a la persona del rival, etc.

De este modo el deporte se convierte en una palestra de adiestramiento de la voluntad, una escuela de promoción humana y espiritual que la Iglesia no cesa de reafirmar en sus enseñanzas.

¿Y sobre el juego en equipo?

Los deportes que se practican en equipo permiten ejercitar las cualidades morales de un grupo comprometido de aficionados o deportistas. Un equipo no sólo es fruto de condiciones y prestancia física; sino que es también el resultado de una rica serie de virtudes humanas, de las cuales depende el éxito: el entendimiento, la colaboración y la capacidad de amistad y de diálogo; en una palabra, los valores espirituales, sin los cuales el equipo no existe y no es eficaz.

¿Existe algún riesgo a tomar en cuenta?

Debemos considerar siempre que cada persona antes de ser un individuo dotado de músculos fuertes y de rápidos reflejos, es una persona humana, en grado de trascender cualquier reducido condicionamiento en virtud de su inteligencia, de su libertad; y por tanto también capaz de demostrar con sus acciones lo que objetivamente está de acuerdo con la justicia, la verdad y el bien.

En ese sentido, el Papa Juan Pablo II nos ha invitado a que «el hombre jamás sea sacrificado por el deportista». Y ha pedido que promovamos siempre todo lo que es auténticamente bueno, mediante un leal testimonio de los valores exigidos por el auténtico deporte.

¿Cómo descubrimos a Dios en el deporte?

Toda práctica deportiva es ocasión propicia para dar gracias a Dios por el don del deporte, con el que el hombre ejercita su cuerpo, su inteligencia y su voluntad, reconociendo que estas capacidades son dones de su Creador.

(Este especial se ha realizado tomando como fuente diversos mensajes del Papa Juan Pablo II sobre el tema del deporte, en los años 1979, 1981, 1986, 1987, 1991 y 2000).

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